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Colombian Journal of Anestesiology

Print version ISSN 0120-3347On-line version ISSN 2256-2087

Rev. colomb. anestesiol. vol.51 no.1 Bogotá Jan./Mar. 2023  Epub Apr 01, 2023

https://doi.org/10.5554/22562087.e1056 

Articles

Retórica del dolor, abordada bajo el paradigma de complejidad

Víctor Hugo González-Cárdenasa  b  c  d 
http://orcid.org/0000-0003-2193-1106

a Departmento de Anestesiología, Los Cobos Medical Center. Bogotá, Colombia.

b Hospital Militar Central. Bogotá, Colombia.

c Hospital Universitario de La Samaritana. Bogotá, Colombia.

d Facultad de Medicina, Fundación Universitaria de Ciencias de la Salud (FUCS). Bogotá, Colombia.


Cuarenta y un años después de recibir su primera definición científica, el fenómeno del dolor fue re-definido en 2020 como "una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada o similar a la asociada con un daño real o potencial" 1. Disquisición que podría considerarse controversial.

Parecería ser una definición con intenciones meramente deterministas. A ojos de este ensayista, esto podría ser diferente. Podría haber una definición llena de conceptos complejos, todos y cada uno comprometidos con el entendimiento del dolor, un meta-concepto que buscamos entender, en algún momento de la historia de la medicina y la humanidad, de forma completa. Para llegar a este entendimiento, es imperante que busquemos explicaciones más complejas que nos permitan el análisis del fenómeno, tanto desde cada uno de los elementos que componen el dolor, como desde el fenómeno mismo por completo. Con este objetivo en mente, vale la pena tener claras las nociones de simplicidad y complejidad, y entender que ambas son resultado de la apreciación de la realidad y la ficción interpretada del mundo a través de nuestra percepción. Es a través de estos dos lentes que se pueden analizar las múltiples descripciones del dolor, y su validez.

La complejidad, definida por Morin 2, no es novedosa. Quizás incluso excede la experiencia humana. Si observamos la vida de un individuo cualquiera, no nos cuesta demasiado notar que en el interior de cada ente existe una identidad dúctil y versátil -casi podría uno decir que hay más de una- que se manifiesta durante toda su vida, la cual incluso, puede examinarse mediante introspección. Podría decirse que nuestros intrones, tanto reales como metafóricos, de nuestro existir, se manifiestan de maneras complejas en nuestra propia composición, en nuestra propia sociedad compleja.

La comunidad científica, no obstante, ha optado por entender esa complejidad del universo como las partes de una máquina perfecta, bajo una visión determinista de todo. No es un enfoque nuevo: antes de la ciencia y la evidencia, las herramientas preferidas para observar e interpretar el universo eran Dios y la mística. Pero aún sin la máscara del mito, ha continuado el interés por ver el mundo bajo una concepción auto-determinista. Es con ese objetivo que nace la simplicidad como paradigma de estudio, con el fin de entender la complejidad del todo y del uno desmembrándolos en leyes y principios limpiamente delimitados.

Mediante la disyunción -el proceso de separar aquello que está ligado- y la reducción -el proceso de unir elementos diversos- se ha intentado entender fenómenos de diverso orden. El dolor, por ejemplo, ha sido examinado desde una óptica biológica desligada de la cultura, con el objetivo de reducir la realidad a visiones mucho más simplistas. También se lo ha analizado desde otras disciplinas, usualmente relacionadas directamente con la medicina, y su fenomenología ha sido estudiada casi exclusivamente por las ciencias humanas y de la mente. Pero es en la naturaleza de sus partes que el dolor existe en su conjunto. Es una unidad laberíntica, aunque sus partes se definan y sean tratadas en términos diferentes a las demás.

Tal ha sido la voluntad de simplificación, que los círculos científicos enfocados en el entendimiento del dolor han centrado sus esfuerzos en buscar respuestas simples que presuponen escondidas más allá del desorden, de los intrincados mecanismos del dolor. A la luz de la espiritualidad posterior a LaPlace, están en la busca de una ley universal que explique los fenómenos biológicos del dolor con la esperanza de alcanzar conceptos perfectos y eternos. Es esta la misión de los eruditos del algos que han zarpado en busca de una taxonomía única, una que les permita reducir la vivencia del dolor a un manojo de símbolos válidos. Sin embargo, la realidad no funciona de esa manera. Por ejemplo, la física, que busca una teoría explicativa del todo, no ha hecho más que encontrar bajo su lupa más y más capas de complejidad como los quarks; indivisibles ladrillos de realidad, de confines difíciles de delimitar. De esta manera, la obsesión de descartar la complejidad determina la imposible tarea de la simplicidad, que busca respuestas sencillas en lugares donde quizás no las hay.

El determinismo ha batallado siempre por encontrar un orden natural, por clausurar todo lo que no pueda calificar como orden. Se aceptó una concepción del universo, como dominado por el principio de entropía y del cual se desprendía todo desarrollo y organización. De hecho, algunos vieron en este principio la oportunidad para hacer una distinción muy demarcada entre lo que debemos considerar una organización física y una viviente. Las primeras, se dice, tienden casi exclusivamente hacia la degradación, mientras que las segundas se inclinan hacia el desarrollo y sus posibilidades. Pero estas dos organizaciones, y las supuestas y diferentes tendencias que les atañen, no están aisladas la una de la otra. La degradación, el desorden, atañen también a la vida; pues, toda vida muere, y sus partes dejan de ser vivientes. Como en los remolinos de Bernard 3, el universo no es más que lo que resulta de las interacciones del orden y el desorden: patrones claros y órdenes nacen a partir de procesos turbulentos y caóticos, y viceversa. ¿Es realmente posible reconciliar las concepciones simplistas del dolor frente a este panorama, como una respuesta sensorial aislada y puntual a ciertas noxas específicas? Quizás no. Pero desde otra perspectiva, si el cuerpo fuese el universo, el dolor sería la entropía que acabaría formando los patrones de la vida. Podríamos entender el dolor como un instrumento evolutivo, uno que permite entonces al cosmos vivo desarrollar los mecanismos necesarios para existir en ausencia del dolor mismo.

El dolor, podría decirse, es una complejidad compositora, un paradigma en constante fluctuación entre estados de orden y desorden, de reorganización. Es un modo creador dentro del humano, y al mismo tiempo creado por la sociedad donde viven esos mismos seres, y la cual, les da forma. Se desenvuelve en sistemas abiertos con una naturalidad que no puede ser comprendida de forma simplista, o desde una perspectiva clásica y aislada. En conversación con el concepto de Heráclito, "vivir de muerte, morir de vida" 4, el dolor pareciera la causa y el efecto del orden y desorden en que está inmersa la biología y la mente humana. Es un fenómeno que va más allá de una alerta a algo que va mal: es un proceso que previene la muerte al exigir la reorganización y replanteamiento de procesos o sucesos que lo generan. Son concepciones que por fuerza han de apartarnos del racionalismo simplista, del mecanicismo que reina en parte de la historia humana.

Podríamos pensar en esta visión como la que se percibe en las conclusiones del experimento Aspect 5. Estos sugieren que la explicación de ciertos fenómenos son producto de mecánicas y fenómenos temporales y espaciales tan extraños que para entenderles prácticamente deberíamos imaginar una explicación para ellos. Puede que obedezcan conceptos o leyes del universo que no conocemos, o sencillamente son procesos tan complejos que nuestro entendimiento actual no alcanza. Este mismo marco se ajusta también al entendimiento de la fisiología del dolor. Un ejemplo son las explicaciones y causales dadas al denominado dolor crónico del miembro fantasma. Este dolor exige explicaciones que casi van en contrasentido a lo que conocemos de lo físico y lo tisular, lo funcional y lo dinámico. Con una postura enactiva en la que se aplique la dialógica -de lo que hablaré más adelante- este panorama debería permitirnos llegar a una visión correcta del dolor, siempre que se haga desde un paradigma de complejidad.

La biología, y por ende la medicina, nos enseñan que dentro de la generalidad de los seres vivos los hombres son singulares, y que cada individuo es autónomo y gerente de su consciencia. Somos una unidad construida de células, órganos, en resumen, quimeras de pequeños ladrillos. Y aunque el universo se crea por el vaivén entre el azar y el desorden, vivimos en un mundo que también se organiza mediante procesos auto-determinados por las intenciones, por la posición egocéntrica, de lo que sea que lleve el sistema o proceso en cuestión. Procesos que pueden ser puestos en movimiento para el dolor, por ejemplo, o en respuesta a él. La cultura misma, un proceso que excede al individuo, es uno en el que el dolor está enmarcado. Y en ese sentido, es importante la experiencia del sujeto ante el dolor, porque el cómo interpretamos y expresamos el dolor de una herida está determinado no solo por nuestras respuestas fisiológicas y nuestra genética, sino también por la cultura que nos ha criado, así como las vivencias de cada quien y las herramientas y lenguaje con las que cuenta cada persona. Cada ser, de hecho, puede generar ideas y percepciones propias del dolor, sean estas una herencia social o propias, y únicas al individuo.

El dolor ha sido entendido como parte del desorden. Pero su vasta complejidad, la presencia de contradicciones en su definición, en la compleja relación entre el conocimiento empírico y el teórico, y en la in-certidumbre de no poder encasillarle en un orden o definición absoluta, muchas veces han dificultado su asimilación a ojos de los científicos modernos. Afortunadamente, esto también da pie a que frente a estas visiones incompletas y búsqueda de verdades primordiales se pueda dar un esfuerzo solidario y confluente de diferentes ciencias y disciplinas, lo que podría permitirnos apreciar y aprender más sobre todas las facetas del fenómeno. Es la convergencia de estos lentes lo que podría permitirnos acercarnos un poco más a la realidad primordial de la que palabras y definiciones no son más que símiles y símbolos. Cada investigador, cada científico, es un par de ojos diferente que puede formular su propia interpretación del mundo bajo una doctrina de enacción 6. Y es que, finalmente, somos todos seres trans-humanos 7 modelados por la cultura que nos cría y la cual siempre está en busca de una constante mejora tanto a nivel social como biológico.

Ser conscientes de la multi-dimensionalidad del dolor, de que no hay forma de entender ningún dolor de manera simple y evidente, nos obliga a reconciliar y unificar diversas dimensiones de este fenómeno como una explicación extensa. Debemos comprender como verdadero que nunca poseeremos un saber total, y que diferentes explicaciones pueden estar más completas juntas que aisladas.

Es necesario, entonces, hablar de una forma de conocer el mundo que es en apariencia infalible: la racionalidad. Podríamos entenderla como un diálogo entre la mente, que busca construir caminos lógicos que le permitan entender, recorrer e interactuar con el mundo, y el deseo de adquirir conocimiento sin limitar su amplitud. Este conocimiento debe enriquecerse con todo lo que el mundo le ofrece. En la práctica, sin embargo, esta visión está bastante lejos de la estrechez de las definiciones aportadas por las autoridades médicas, y su rigidez muchas veces resulta en un detrimento para el deseo investigativo. La racionalidad llevada al extremo puede resultar errónea, y no siempre es fácil saber en qué punto de esta escala puede estar una definición. Es falible, pero no por ello menos valiosa: la racionalidad puede temperarse con la autocrítica de las concepciones y definiciones, mediante una comunicación incesante con el mundo empírico. Esto nos permitiría aceptar novedosas y valiosas visiones e ideas, y no caer en un delirio de absoluta coherencia.

En este punto, es importante atacar el dilema que nos atañe directamente, y no buscar definiciones fronterizas: el dolor, por compleja que sea su definición, es un objeto de estudio específico, único, y podría decirse: central. Y si queremos llegar a él, es necesaria la aplicación de ciertos macro-conceptos, especificados por Morin 2.

En primer lugar, está la dialógica. Elementos que son antagónicos no deben ser vistos como contrarios, sino como complementos. El dolor y la analgesia podrían ser vistos como enemigos naturales que se suprimen en el momento en el que el otro desaparece, pero en su oposición posibilitan también nuevas reacciones en el cuerpo, nuevos tipos de orden y complejidad.

En segundo lugar, está la recursividad, que permite concebir al dolor como el producto o respuesta a un estímulo, y al mismo tiempo como el instigador principal del proceso que va a eliminarle. El dolor, por poner un ejemplo, puede ser producido por inflamaciones y sus interacciones con el sistema nervioso, pero al mismo tiempo, es el desencadenante de una reactividad mayor, de la alodinia y de los procesos físicos cuya tarea específica seria suprimir justamente ese dolor. Podría decirse que el dolor genera su propia solución, y se rompen las ideas lineales de la causa y el efecto: es un fenómeno auto-constitutivo y auto-organizador.

En tercer lugar, está la hologramática. Propone entender la totalidad del objeto de estudio a partir de cada una de sus partes sin importar el tamaño; la naturaleza del todo puede ser entendida desde cada fragmento. Con esta visión, cada elemento que conforma el sistema asociado al dolor posee total información del sistema general. El algos, el dolor, puede descomponerse en cada una de sus partes sin que estas dejen de tener información completa sobre él. Si queremos entender el dolor, podremos hacerlo desde la experiencia de cada célula nerviosa, fibra de conducción, y red analítica de nuestro sistema nervioso central. La experiencia del dolor de un solo ser humano, además, contiene información relevante para todas las experiencias del mismo por nuestra especie. Evocando, desde la visión de Pascal, una incapacidad de concebir el todo sin ver antes sus partes, es una paradoja que rompe con el pensamiento lineal. Sostiene que el conocimiento al que accedamos desde las partes, a las que no debemos desdeñar al contemplar el todo que conforman, confluye y alimenta nuestro conocimiento del sistema completo y sus cualidades emergentes. Y también en la vía inversa. Las afirmaciones y conocimientos resultantes de utilizar estos tres macro-conceptos brotan pues de la doctrina de Morin, y encajan perfectamente con la exploración del dolor.

Este ensayo no está enfocado a criticar la definición contemporánea del dolor. Si algo, busca escudriñar y ampliar este apasionante tema. Hemos expuesto con franqueza las debilidades que la óptica actual muestra en relación al dolor, con la intención de promover la convergencia de más puntos de vista que las suplan. Este texto es una invitación a abandonar nuestra zona de confort, nuestro incompleto racionalismo, con la esperanza de que otras disciplinas científicas puedan arrojar nuevas luces sobre la investigación de este mecanismo que es el dolor. La ley del martillo de Maslow, expresada por él en su texto, reza "es tentador pensar que, si la única herramienta que tienes es un martillo, puedes tratar cualquier cosa como si fuera un clavo", y es una advertencia ante el uso de cualquier estrategia para interpretar problemáticas disímiles: puede resultar simplemente en una misma solución 8. Este texto expresa sencillamente el deseo de generar nuevos y complejos meta-conceptos que vayan más allá del simbolismo superficial de una definición sencilla y puedan describir sistemas abiertos y concebidos por tecno-científicos "generalistas", como es el consejo de Ludwig Bertalanffy 9. Deben ser personas con un deseo cardinal de esclarecer los enigmas, incluso el alma del dolor y de sus singularidades, en busca de un paradigma que de respuesta compleja a este fenómeno que es parte de la especie humana. Es solo si llegamos a un entendimiento más completo, extendido, y complejo del dolor que podremos sentar las bases para las contiendas y discusiones que nos depare el futuro.

La complejidad, como la concibe Morin, se basa en el diálogo entre la práctica y la experiencia, entre la investigación y la realidad del dolor. Aquello considerado irracional, mirado desde la razón, puede no acabar de serlo, puesto que "la razón es evolutiva y va, aún, a evolucionar" 10. Y es que la racionalidad verdadera no es intolerante a la mística, de la misma forma que no puede serlo al misterio, a la innovación, o incluso a la falsa racionalidad, no si queremos llegar a la siguiente evolución en el regenerativo ciclo que ha marcado el avance de nuestra civilización. Hay mucho trecho que avanzar, uno que nos saque de la prehistoria del espíritu humano, y la complejidad es la llave, que puede llevarnos hacia una mente y una sociedad de ideas, sin barbarie y solidaria. Un mundo donde no hemos llegado a un lugar de conocimiento donde: no hay nada más que hacer, sino uno donde seamos creadores de un tiempo de meta-sistemas, acompañados por un nuevo paradigma de dolor.

Sobre la pertinencia de la definición del dolor, dada a la nutrida y compleja realidad, salta a la vista que, ante las enseñanzas del maestro francés, esta es aún incompleta. Hace falta bastante para que los símbolos incluidos en esta definición puedan representar la complejidad del objeto explicado, su realidad individual y colectiva. Al fin y al cabo, si queremos mantener su experiencia a la luz de la racionalidad verdadera, no podemos ni despojar al dolor de su real verdad, y tampoco memorizarle como una.

AGRADECIMIENTOS

Al Dr. Yilson Beltrán por sus enseñanzas asociadas a la convergencia científico-tecnológica, así como por instruirme sobre el paradigma de la complejidad. Por supuesto, a Edgar Morin por su brillante paradigma. Un gran agradecimiento al artista y escritor Daniel Mantilla Barreto, quien me ayudó a enriquecer el manuscrito. A Ana María, Santiago, Clarisa y Masha, por su constante apoyo.

REFERENCIAS

1. Raja SN, Cohen M, Finnerup NB, Flor H, Gibson S. The revised International Association for the Study of Pain definition of pain: concepts, challenges, and compromises. PAIN. 2020;161(9):1976-82. doi: https://doi.org/10.1097/j.pain.0000000000001939Links ]

2. Morin E. Introducción al pensamiento complejo. Parte 3. El paradigma de complejidad. Editorial Gedisa. España. 1998:54-70. [ Links ]

3. Glansdorff P, Prigogine I. Thermodynamics Theory of Structure, Stability and Fluctuations. Londres. Editorial John Wiley & Sons. 1st Edición. 1971. [ Links ]

4. Fernández-Pérez G. Heráclito a la luz de Edgar Morin. De la complejidad de la naturaleza a la naturaleza de la complejidad. Azafea, Universidad de Salamanca. 2007;(9):147-77. [ Links ]

5. Aspect A. Proposed experiment to test the nonseparability of quantum mechanics. Physical Review D. 1976;14(8):1944-51. doi: https://doi.org/10.1103/PhysRevD.14.1944Links ]

6. Varela F. Conocer. Capítulo 4: La enacción. Editorial Gedisa. Barcelona, España. 1988:87-115. [ Links ]

7. Haraway D. Manifiesto Ciborg. El sueño irónico de un lenguaje común para las mujeres en el circuito integrado. 1991. [Internet]. [Cited 08 Nov 2022]. Available at: Available at: http://manifiesto-cyborg.blogspot.comLinks ]

8. Maslow AH. The Psychology of Science: A Reconnaissance. Editorial Harper Collins & Row. New York. 1966. [ Links ]

9. Bertalanffy L. Teoría General de Sistemas. Fundamentos, desarrollo, aplicaciones. México: Fondo de Cultura Económica. 1989:30-53. [ Links ]

10. Piaget J. Tratado de lógica y conocimiento científico. Barcelona, Paidós, 1984. Edición original francesa: Logique et connaissance scientifique. París, Gallimard. 1967. [ Links ]

Cómo citar este artículo: González-Cárdenas VH. Retórica del dolor, abordada bajo el paradigma de complejidad. Colombian Journal of Anesthesiology. 2023;51:e1056.

Recibido: 09 de Septiembre de 2022; Aprobado: 06 de Noviembre de 2022; : 09 de Noviembre de 2022

Correspondencia: Cra. 54 No. 67a 80, Fundación Universitaria de Ciencias de la Salud (FUCS). Bogotá, Colombia. E-mail: vhgonzalez@fucsalud.edu.co

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