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Estudios de Filosofía

versión impresa ISSN 0121-3628

Estud.filos  no.54 Medellín jul./dic. 2016

https://doi.org/10.17533/udea.ef.n54a01 

Presentación

Presentación

Carlos Vásquez Tamayo


Las preguntas de la filosofía tienen que ser hirientes. Responden por necesidad a una determinada urgencia. Urgencia entre hombres, en un momento determinado. La filosofía pregunta lo que la gente pregunta. La fidelidad a unas preguntas es el espejo en el que la filosofía se mira. Son por demás las mismas palabras. Unas cuantas. Las palabras de hoy vienen de muy lejos y la filosofía las cuida. Pero, a la vez, debe estrujarlas, sobre todo allí donde esas palabras ocultan algo, un mando, una imposición, una afrenta. La filosofía agita las palabras o trae aquellas que hace tiempo se mantienen calladas.

Acaso por eso la filosofía es incómoda. No se ajusta a los usos ni conviene con lo que habitualmente se cree. Ella vuelve problema lo que tiene una apariencia de hecho probado. ¿Cuál es el tiempo de la filosofía? Ella nos previene, nos advierte, desenmascara la crueldad que amenaza. Dice a la vez de dónde vienen la intemperancia, la cólera, el resentimiento, las pasiones torvas. Afirma qué y advierte quién. Avizora, adivina, si bien no promete nada, sí advierte: lo que viene, lo que va a ocurrir. Quizás propone posibilidades para esquivar el error.

La responsabilidad de la filosofía es ineludible. Si los filósofos la eluden, ella se vuelve sobre ellos y los denuncia. La filosofía es un habla inmemorial, no es de nadie, acaso ni es un oficio. Ella lleva consigo una voz muy antigua. Una voz sin comienzo certero que vuelve siempre. Cada pueblo la usa, la habita. Las divisiones de culturas y geografías no hacen sino volver particular un habla de siempre.

¿De qué responsabilidad se trata? La verdad de la filosofía es la eminencia de las otras personas. Por eso ella se dispone como una escucha. Para la filosofía hablar es responder. ¿A qué? Al reclamo nunca agotado de cada hombre por tener su lugar. El asunto es de lugar. Un lugar en el espacio y en el tiempo. Los modernos descubrieron que ese lugar, el más eminente, es el yo. Cuando alguien dice "yo" se muestra, le recuerda a los otros que a ese alguien no se le puede borrar. La responsabilidad de la filosofía es velar por el lugar del yo de todos y cada uno. Por eso ella dice lo universal en cada particular.

Responsabilidad muy alta en tiempos de indigencia. En esta época en la que ya no queda casi ningún lugar. A la filosofía le toca decir "tú" para que cada yo se disponga. Y viva y exista allí con todos y cada uno de sus derechos. Casi a nadie se le oye decir "yo". Ese yo, partícula de la indefensión y la fragilidad, es ahogado por un "él" terrible y omnímodo. O por un nosotros que no es sino el eco, en la mayoría de los casos, de una palabra sin inteligencia ni misericordia.

Nada puede asegurarse acerca de la supervivencia de esa partícula. A la filosofía le corresponde, entre tanto, problematizar esa voz pesada y terrible que ordena siempre lo mismo sin decir nada. La voz del poder es la palabra de la nada. La filosofía vela por aquella otra palabra que halla en las categorías y los conceptos un signo de esperanza en los tiempos que corren.

Revista Estudios de Filosofía

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