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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

Print version ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.17 no.2 Bogotá July/Dec. 2015

https://doi.org/10.15446/lthc.v17n2.51280 

http://dx.doi.org/10.15446/lthc.v17n2.51280

No hay salida fácil: crisis, excelencia, valor y el futuro de las humanidades en la educación universitaria

No Easy Way Out: Crisis, Excellence, Value and the Future of the Humanities in University Education

Não há saída: crise, excelência, valor e o futuro das humanidades no ensino superior

Joseph Wager
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia
jwager@unal.edu.co

Cómo citar este texto (MLA): Wager, Joseph. "No hay salida fácil: crisis, excelencia, valor y el futuro de las humanidades en la educación universitaria". Literatura: teoría, historia, crítica 17.2 (2015): 129-148.

Artículo de reflexión. Recibido: 19/03/15; aceptado: 22/04/15.


Este ensayo hace hincapié en la manera en la que las humanidades han sido cuestionadas y, lo que es más preocupante aun, en la manera en la que han asumido una necesidad de legitimarse mediante la búsqueda de valores íntimos o utilitaristas. Esta búsqueda del valor es, a su vez, la piedra de toque en el mundo actual. Sin embargo, las humanidades no representan la única faceta que ha sido trastocada por el afán de la producción, un afán que resulta de una cosmovisión que algunos tacharían de mercantilista. Aunque con frecuencia los defensores de las humanidades enfatizan la forma en la que ellas abren el camino para tener una vida más plena y una sociedad más democrática (lo cual las justifica), al plantear el asunto así se sucumbe a la lógica productiva de la cosmovisión dominante. Este texto pretende comprender, explicar y ofrecer algunas percepciones en torno a las humanidades de hoy en día y del futuro, a partir de una amplia variedad de referencias culturales, personales y literarias.

Palabras clave: humanidades; crisis; valor; excelencia; ensayo.


Written in the vein of the literary genre "essay," this text emphasizes the way in which the humanities have been questioned and, more alarmingly, assumed the need to justify themselves. Often, this justification takes the form of value, a touchstone in today's world. However, the humanities are not alone in feeling the need to produce, for the dominant cosmovision-i.e. world-view-makes demands that naturally give rise to this anxiety. Though justifying humanistic education via its production of more "fulfilled" is tempting, succumbing to this logic is dangerous insofar as it plays into the existing cosmovision rather than challenging it. The classic binary of content/form is eluded in an attempt to grasp, explain and proffer insight into the present state of the humanities and their future with generous cultural, personal and literary references.

Keywords: Humanities; crisis; value; excellence; essay.


Este texto enfatiza-se na maneira em que as humanidades foram questionadas e, mais preocupante ainda, na maneira em que assumiram uma certa necessidade de legitimar-se mediante a busca de valores, sejam intrínsecos ou utilitaristas. Essa busca do valor é, por sua vez, o elemento central no mundo atual. No entanto, as humanidades não representam a única faceta que foi prejudicada pela pressa da produção, uma pressa que resulta de uma cosmovisão que alguns chamariam de mercantilista. Embora se enfatize em que as humanidades abrem o caminho para uma vida mais plena -o que as justifica como algo imprescindível- ao abordar o tema assim, sucumbe-se à lógica da cosmovisão dominante. Neste ensaio (no sentido do gênero literário ensaístico), o binarismo tradicional de conteúdo/forma evita-se de maneira performativa em uma tentativa para compreender, explicar e oferecer umas percepções que giram em torno das humanidades de hoje em dia e do futuro a partir de uma miríade de referências culturais, pessoais e literárias.

Palavras-chave: humanidades; crise; valor; excelência; ensaio.


Si de un vistazo examino mi evolución y lo que fue su objetivo hasta ahora, ni me arrepiento de ella, ni me doy por satisfecho [...] De todos modos, en síntesis, he logrado lo que me había propuesto lograr. Y no se diga que el esfuerzo no valía la pena. Sin embargo, no es la opinión de los hombres lo que me interesa; yo sólo quiero difundir conocimientos, sólo estoy informando. También a vosotros, excelentísimos señores académicos, sólo os he informado.
Franz Kafka, Informe para una Academia

Como profesor de la Universidad Autónoma de México, el escritor guatemalteco Augusto Monterroso dictó cursos sobre Miguel de Cervantes Saavedra y El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Por esta razón, además de su fervor por la lectura, Monterroso tuvo contacto con el estudio de Vladimir Nabokov sobre esta obra maestra. Las palabras de Monterroso no dejan nada a la imaginación: "durante la lectura, que por momentos se me va volviendo repugnante, me propongo rebatirlo, demolerlo, hacerlo confesar su ignorancia y dejarlo vencido por siempre e incapacitado para cometer nuevos entuertos" (120). ¿Qué pudo haber provocado tal reacción? ¿Qué está en juego? Aunque Monterroso nunca explicó el ímpetu con el que lanzó esos dardos, propongo lo siguiente: el autor de Lolita insiste en que el "Quijote es un cuento de hadas…" (Lectures on Don Quixote 1). En otro estudio crítico-literario, Nabokov plantea que "la literatura no es un patrón de ideas, sino un patrón de imágenes. Las ideas no importan en comparación con las imágenes y la magia del libro", de modo que se reduce la obra literaria quizá más grandiosa de todos los tiempos a un cuento de hadas hecho de imágenes mágicas (Lectures on Russian Literature 10). Lo que está en juego no es solamente la esencia de la literatura en sí misma, sino, en consecuencia, el papel de las humanidades.

"Muerta y enterrada; sin embargo, todas estas cosas parecen reír / al compararlas conmigo, que soy su epitafio".1

En una época en la que Taylor Swift, icono del pop, canturrea "puedo leerte como a una revista", con lo que sustituye la trillada imagen del libro venerable por su ilustrada y sosa contraparte, ¿no sería seguro apostar que el reconocido crítico literario Frank Kermode da justo en el blanco cuando dice que sentarse "alrededor de una mesa a leer y discutir sobre poesía" resulta obsoleto? Sumémosle a esto la caída precipitada en las inscripciones a carreras relacionadas con las humanidades y la elegía está escrita.

El canon occidental, considerado una reliquia del privilegio que propagó la opresión racial y de género, no tiene la misma influencia fuera de la torre de marfil. La jerga académica ha ido muy lejos: ha llegado a difuminar los límites entre la palabra humana y el jabberwocky computacional; esta fusión ha sido responsable de la publicación de miles de artículos generados mediante algoritmos en revistas "revisadas por pares".2 En tiempos en los que la economía demanda expertos en artes comerciales, en tiempos en los que, más que nunca, en los Estados Unidos, adultos entre los 24 y los 30 años viven con sus familias -en parte por la abrumante deuda estudiantil y las decepcionantes oportunidades de empleo, así como los matrimonios postergados- seguir una carrera en artes liberales sugiere una total irresponsabilidad.

Esta apatía hacia las humanidades en una era centrada en el trabajo coincide con la corporativización (corporatization) de la universidad identificada por Derek Bok, decano emérito de Harvard, en Universities in the Marketplace: The Commercialization of Higher Education. De la misma manera, Rosemary Feal, directora ejecutiva de la Modern Language Association, sostiene que

mientras que los profesores de inglés están trabajando intensamente para ofrecer programas de calidad y atraer estudiantes, es importante preguntarles, ¿cuáles son los intereses de los estudiantes?, ¿qué despierta su curiosidad y qué es lo que quieren estudiar? y ¿cómo están respondiendo los departamentos a las necesidades cambiantes de los estudiantes? (citado en Flaherty s. p.)3

Un ethos administrativo se ha impuesto: en una época de productividad la distinción entre "necesidad" y "querer" se funde, por ello no es una coincidencia que estas consignas aparezcan en las dos últimas oraciones de la cita anterior. Los poetas de la burocracia, Franz Kafka o Juan José Arreola, nos pudieron haber advertido qué se nos venía encima, pero, a fin de cuentas, su obra es mera ficción.

En un mundo que se define por los resultados, ¿cómo encajan las humanidades? El cliente, alguna vez llamado estudiante, exige empleabilidad. El decano de Swarthmore, un baluarte de las artes liberales en los Estados Unidos, hace eco de los sentimientos de Feal: los estudiantes son consumidores. Para echarle más leña al fuego, los profesores han perdido contacto con el cliente: ya no enseñan escritura o lenguas extranjeras (clases reservadas para los estudiantes de primer año y dictadas por sus correspondientes docentes ocasionales, los que no tienen tenure), sino que huyen de sus labores en el aula de clase para enfocarse en sus investigaciones, en gran parte por la tortuosa estructura de incentivos de la universidad.4 Ya en 1923, los académicos vituperaban la actitud distante que caracterizaba a los de su profesión y la exagerada atención al énfasis vocacional (Haskins 25). ¿Y quién nos ilumina en el noticiero de las 7 cuando el público pide explicaciones? Médicos, biólogos, abogados y economistas. Si los humanistas tenemos algún tipo de representación pública, esta recae sobre la esfera de las ciencias políticas. Quizá un escéptico contestaría que la falta de representación pública de los humanistas se debe a la naturaleza variable de las preguntas que el público tiene. Esto implica dos cuestiones: por una parte, las preguntas cambian dado que las preocupaciones sociales cambian; por la otra, los humanistas son los vestigios de una especie que no es relevante en un mundo en el que la evolución económica ha dejado atrás las preocupaciones humanísticas. Al escéptico, yo le respondería que está en lo cierto más de lo que cree, pero por la razón equivocada.

Permítanme parafrasear la fábula de Chicken Little: el cielo se está cayendo para aquellos involucrados o interesados en las humanidades. No obstante, esta parábola también revela nuestra inclinación a la exageración. Quizá perder la fe en el canon sea un paso positivo. El ojo crítico de las humanidades es un signo de su vitalidad, una reflexividad que hemos perdido en otras facetas de nuestra vida, en donde, por ejemplo, la distinción entre la esfera pública y la privada se borra cada vez más, sin que lo notemos. Los pícaros de las artes liberales en los Estados Unidos somos liberales y, en las palabras del gran humorista Ambrose Bierce, los liberales anhelan meramente remplazar los males existentes por otros (48). Naturalmente, el canon no ha sido destruido en virtud de sus deficiencias, sino porque nosotros, los liberales, solo ansiamos el cambio. El eminente filósofo John Searle explica el problema de la siguiente forma: "No puedo recordar algún momento en el que la educación de los Estados Unidos no haya estado en 'crisis'" (s. p.). Cuando escribe en 1993, el profesor de Stanford W. B. Carnochan etiqueta la crisis de las humanidades como hipérbole y señala cuán erróneo es lamentarse por la degeneración del currículo y sentir la concomitante nostalgia por un tiempo que realmente nunca existió. Él presenta esta supuesta crisis como un pasatiempo nacional en los Estados Unidos (1-21). Pero el fenómeno no se limita a este país: para dar otro ejemplo, en 1928 la Unión de Cambridge estaba debatiendo si las ciencias estaban destruyendo a las artes. En todo caso, la batalla por el currículo (fácilmente podríamos decir "canon" en vez de "currículo") no puede ser rastreada -en términos de origen- en las guerras culturales de los años sesenta, ni en la profecía de Francis Fukuyama et al. sobre "el final de la historia" después del colapso de la Unión Soviética en 1991. Quizás podría rastrearse en el vestigio, de fin de siècle, de la polémica entre el renombrado Charles Eliot, de Harvard, y el ejemplar James McCosh, de Princeton, a partir de 1885.5

En cuanto a la mercantilización de la universidad, el estudiante, es decir el cliente, entra en el contrato con una idea dirigida y fundada por el sector privado; las empresas privadas prescriben los proyectos de investigación.6 Sin embargo, ¿no somos ingenuos al considerar esto un fenómeno sin precedentes? En su estudio sobre las raíces de las universidades en los siglos XII y XIII, el medievalista Charles Homer Haskins discute la forma en la que los estudiantes se aliaban para formar uniones provisionales creadas para exigir ciertas obligaciones a sus profesores y negociar precios para el alojamiento y la alimentación con los habitantes de los pueblos cercanos (9). Es más, la universidad de tiempos antiguos y la de nuestros días se diferencian no solo por los fondos de investigación, sino también por el campus que compone gran parte de la publicidad universitaria, la imagen que las universidades norteamericanas quieren vender a sus "clientes". El impacto del campus en la vida estudiantil es mucho más profundo que en el mercado profesoral, en tanto que el campus representa un mecanismo para sostener una clase social, un suelo de cultivo para la reproducción de la élite (los lectores pueden consultar el informe de Helen Lefkowitz en Campus Life o al de Mitchell Stevens en Creating a Class). Para resumir: ¿hay alguna diferencia cualitativa entre los fondos del gobierno que buscaban obtener resultados militares en la década de los 1940 y la búsqueda de Pfizer del viagra femenino? Al menos estas píldoras no fueron diseñadas para matar.

El cambio más significativo no tiene lugar en la universidad, ya sea en el departamento de historia o en el laboratorio de ingeniería. Más bien, se encuentra en la meticulosa traducción del discurso público intelectual -junto con la noción de las búsquedas humanísticas y universitarias- en una cuestión de excelencia.7 Lejos de ser una noción vaciada de contenido, es decir, un significante sin referente, planteo de manera innegablemente pragmática que la excelencia significa algo. Lo que significa depende, no hace falta decirlo, del contexto. Pero afirmar esto es, en términos pragmáticos, tan útil como no decir nada. Para comprender mejor la excelencia, en lo que atañe a nuestro tema, volvamos a lo que escribió el filósofo Friedrich Nietzsche en "Sobre verdad y mentira en sentido extramoral":

¿Qué es entonces la verdad? Un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora consideradas como monedas, sino como metal. (s. p.)

La verdad es excelente. La excelencia es verdadera. La tentación aquí es caer en el encomio al estilo kaddish de Allen Ginsberg: "Bendito sea aquel que...". Ambas, reducidas a divisas, dinero, monedas desvalorizadas que no son nada más que metal. Lo que Nietzsche no señala es que el metal es cuantificable, pues ¿en qué se ha basado la divisa mundial por siglos? La respuesta es en reservas de oro. Este dinero, esta promesa de aval, esta verdad, esta excelencia carece de poder sensual, pero la sensualidad es superflua en una era dominada por los resultados del mercado. Nos esforzamos por un número x de papers que sean citados un número y de veces en revistas especializadas que hayan sido clasificadas con calidad z de acuerdo al "algoritmo". Queremos porcentajes de admisión de estudiantes en las universidades cada vez más ínfimos. Queremos diversidad étnica y campeonatos de fútbol universitario. Todo lo anterior es excelente porque puede ser medido en fondos de donación, en nuevos ránquines mundiales, en la publicidad de la televisión nacional. Por ejemplo, mi alma mater, la Universidad de California en Berkeley, es excelente, porque la Escuela de Negocios Haas y la Escuela de Leyes Boalt (no sorprende que ambos, Haas y Boalt, sean apellidos de ricos benefactores) se bañan en prestigio, dinero, ránquines y, por ende, en excelencia. El equipo de fútbol ha producido una miríada de estrellas de la liga nacional de fútbol, sin duda un factor determinante en la capacidad de una universidad para construir instalaciones multimillonarias en la última década. Berkeley es excelente porque Judith Butler ganó una beca MacArthur, reservada para genios. Su excelencia no deriva de la fuerte protesta estudiantil en contra de la manufactura de uniformes estudiantiles de Nike en maquilas o del movimiento político e histórico de Mario Savio en los años sesenta, llamado el Free Speech Movement, o de las estimulantes discusiones de Stephanie Bobo sobre lo que significa escribir ficción o el hecho de que Michael Wintroub me abriera la mente tanto a la naturaleza discursiva de la ciencia como al pensamiento político de Richard Hofstadter.

Como el personaje de Jack London, no logramos encender una hoguera; en lugar de ello, nos dejamos llevar por la luz de la excelencia. Lastimosamente, esta luz no da calor. Para ilustrar este punto, cambiemos de metáfora: nos hemos tragado el cuento de que estamos metidos en un juego de suma cero. Jorge Volpi lo ficcionalizó en su embriagante novela En busca de Klingsor, en la cual el polímata Von Neumann le explica al ingenuo protagonista la idea de cómo funciona este juego: cada vez que yo tomo un pedazo del pastel, hay invariablemente una tajada menos y lo que tomo está directamente correlacionado con lo que queda para ti (56-58). En parte, esto establece las bases para explicar la selectividad, la excelencia y el hecho de que las universidades estén a merced del mercado laboral. Las repercusiones de esta situación son de gran alcance, y la discusión sobre cómo la educación universitaria en las artes liberales es determinada e interpretada, es decir valorada, se vuelve sumamente pertinente.

"El propósito es solo el esclavo del..." valor8

Indagar el valor que tienen las humanidades implica adentrarse en un terreno espinoso. ¿Cómo se define y se mide el valor? ¿Quién valora? ¿Valor para quién o, más precisamente, para quién se valora? Por ejemplo, ¿debe juzgarse el valor de las humanidades bajo la rúbrica que se le aplica a las ciencias físicas?

Sin embargo, para ahondar en este debate, tenemos que elaborar la pregunta que parece viajar desde la punta de la lengua hasta el paladar antes de tocar los dientes, la pregunta de todos los que promulgan el ocaso de las humanidades. Si por valor entendemos "utilidad social", entonces su valor es destacado, lo que se opone a las palabras del erudito Stanley Fish, quien sostiene que: "para la pregunta, ¿cuál es la utilidad de las humanidades?, la única respuesta honesta es que no hay ninguna" ("The Last Professor" s. p.). El placer inherente a la lectura representa el meollo de la oferta de las humanidades. Hasta Henry Miller, con lo transgresor que fue, juega con la hipérbole de la banalidad de las humanidades en su novela Black Spring. El autor pregunta "¿qué es mejor que leer a Virgilio?" y luego responde "¡Esto!", y se refiere al hecho de estar afuera, de vivir, de hacer lo que sea menos estudiar (39).

En cambio, el consenso general al que se ha llegado es que las artes liberales ofrecen un entrenamiento incomparable en cómo pensar, leer, comportarse en sociedad, etc.9 En lo concerniente a este entrenamiento, Kent Cartwright, profesor y exdirectivo del departamento de la Universidad de Maryland, declara con una inclinación consumista:

Lo que realmente me sorprendió cuando empecé a leer las encuestas de los estudiantes de último año es que los estudios literarios son profundamente transformadores [...] Su valor se demuestra profundamente en los estudiantes, y esa es la base sobre la cual construir, y a la que yo le daría nuestra atención para [combatir la caída a pique de las inscripciones a clases de humanidades más allá de las requeridas por la universidad]. (citado en Flaherty s. p.)

Esta línea de pensamiento plantea que la prerrogativa de hombres y mujeres libres es esforzarse por aquello que edifica, alimenta el alma y los sentidos por igual; esta búsqueda coincide con el corazón de la educación en artes liberales.

El valor también puede ser definido en términos del entrenamiento de ciudadanos productivos que están dispuestos a participar en una sociedad democrática, lo cual suscita el binarismo natural de las artes liberales: el de la educación cívica o vocacional. Aquí, a la pregunta sobre si las humanidades poseen algún valor, también podemos responder de manera afirmativa. En términos utilitarios, ¡larga vida a las humanidades!, pues el análisis de un lenguaje políticamente ambiguo, la toma de decisiones racionales, etc. son habilidades que se pueden pulir con las meditaciones sociológicas, históricas, literarias o filosóficas que abarcan las disciplinas humanísticas. Sí, el medico practicante aparece en televisión en aras de patrocinar la necesidad de que nuestros niños sean vacunados; tú, el estudiante humanista, sabrás lo suficiente para confirmar que lo que dice el medico practicante es, de hecho, correcto.

A propósito, los decanos de los parhelios educacionales, Mary Sue Coleman, de Michigan, y John L. Hennessy, de Stanford, sostienen que

estas disciplinas juegan un papel importante en la educación de los estudiantes para un futuro liderazgo y tratan más directamente con la condición humana [...]. Las humanidades -la historia, la literatura, las lenguas, el arte, la filosofía- y las ciencias sociales se concentran en los desafíos más relevantes y duraderos para todos nosotros: la creación de vidas con sentido y propósito, la apreciación de la diversidad y la complejidad, la comunicación efectiva con los otros y la superación de la adversidad. En fin, nuestra habilidad para trabajar significativamente con otros determinará el éxito de nuestras empresas, y esa habilidad se perfecciona mediante las humanidades y las ciencias sociales. (s. p.)

Más allá de la distinción entre lo cívico y lo liberal, Coleman y Hennessy sitúan firmemente el valor de las humanidades dentro de la esfera de un ciudadano eficaz que opera en un plano lleno de significado.10 Es más, las investigaciones muestran que las empresas persiguen a los estudiantes de humanidades porque son "miembros de una 'especie en peligro' que puede pensar y escribir bien" (Nisen s. p.). ¿Será cierto que las humanidades y las ciencias sociales son la fuente de la arquitectura intelectual que permite alcanzar el éxito y el entendimiento del contexto, en un mundo que se vuelve más complejo cada día? Esto es lo que los autores del boletín de la American Academy of Arts and Sciences proclaman, a pesar de que su título sentimental, "El corazón del asunto" ("The Heart of the Matter"), sugiera una falta de seriedad.

Lo que me preocupa a mí, que estoy embriagado por las artes liberales, es que se admita sin condiciones la pregunta por el valor de las humanidades; en efecto, se tolera este cuestionamiento tal cual, sin reservas. Responder esta pregunta fortalece una premisa que no puedo compartir. Por ejemplo, la Escuela de Negocios Wharton de la Universidad de Pensilvania no está sujeta de ninguna manera a este tipo de cuestionamientos. Tal razonamiento explica por qué Stanley Fish y el profesor de filosofía Alex Rosenberg dicen que las deficiencias de las humanidades provienen de nosotros -defensores de las humanidades-, que dependemos de "palabras de moda" y buscamos peleas con las ciencias para ganar popularidad y ahuyentar a nuestros detractores (suma cero). En palabras de Fish, mucha de esta "retórica" está "asombrosamente vacía, justo donde se necesita más especificidad; las abstracciones sonoras le quitan el filo a lo que se afirma, y lo vuelven inobjetable e inofensivo" ("A Case for the Humanities Not Made" s. p.).

En el contexto colombiano, las mismas preocupaciones son válidas: la actual crisis presupuestal y el problema de financiación del Departamento de Literatura de la Universidad Nacional han dejado a los estudiantes sofocados, anhelantes de un aire intelectual. En respuesta, los representantes estudiantiles censuraron el estado de las cosas en una misiva pública:

[La] situación [actual está] enmarcada en una visión cientificista del conocimiento, que ha optado por fortalecer la innovación tecnológica, la economía extractivista, la globalización y el tan nombrado desarrollo, desconociendo la diversidad de saberes que funcionan con una dinámica propia, en unas particularidades que merecen y reclaman ser tenidas en cuenta, ser valoradas y apoyadas, en lugar de ser acribilladas y abandonadas, relegadas a la marginalidad en los centros de pensamiento y desarrollo del saber. (s. p.)

Por un lado, somos testigos de la combatividad, de las tendencias anticientíficas; por otro, de los clichés sobre el valor, es decir, el apoyo financiero a múltiples disciplinas sui generis que piden ser tenidas en cuenta. Pero esta "retórica" solo emerge cuando se muerde el anzuelo de la pregunta por el valor de las humanidades. No obstante, vuelvo a lo mismo: ¿qué hacer cuando se impone una estructura de financiación para la investigación que quiere hacer pasar el tren de las humanidades por la autopista de las ciencias?

En un tiempo en el que la ansiedad económica está llevando al público a formar un concepto estrecho de la educación, que se enfoca en recompensas a corto plazo, es imperativo que los colleges, las universidades y sus defensores dejen en claro y de forma convincente el valor de la educación en artes liberales. (Fish, "A Case" s. p.)

A pesar de que Fish es un académico del derecho, la lógica que emplea transgrede directamente el precedente legal en los Estados Unidos: el defensor (las humanidades) no se siente aludido ante el peso de las pruebas; tal obligación recae más bien en los hombros del demandante (aquí, el problema es quién actúa como demandante). Fish y algunos otros son claramente culpables de sucumbir a este grupo de preguntas falaces. En mi reparo, me inclino a concebir las humanidades como una búsqueda de vida, libertad y transformación de nuestra ya alterada visión del mundo.

"Esa nodriza sucia..." la Cosmovisión11

Durante mi primer año en la Universidad de California en Berkeley, armado con el exceso de confianza típica del novato, me inscribí en algunas materias conocidas como clases de "división superior", pues cuentan con prerrequisitos, lo cual me obligó a pedir un permiso formal de cada profesor. Una de esas clases, "Historia del Imperio Otomano", era dictada con maestría por la doctora Leslie Peirce. La profesora compartió la siguiente conclusión con relación a la caída del imperio epónimo: en algún momento hubo un cambio radical en su cosmovisión, en su visión de mundo, en la que el imperio ya no servía como centro. A partir de ese momento, estallaron contiendas internas, los procesos económicos globales erosionaron la base de su poder. De lo anterior, dos aspectos merecen ser resaltados: 1) una situación análoga ha venido sucediendo con respecto a las universidades; 2) esta conclusión sobre el imperio otomano no alcanza su máxima expresión en los datos político-económicos, sino en la lectura del diario personal de un estadista otomano, desde la perspectiva de una anticuada investigación histórica y comparativa, The Intimate Life of an Ottoman Statesman, Melek Ahmed Pasha, 1588-1662: As Portrayed in Evliya Celeb´s Book of Travels.

Por ende, la manera más simple de cerrar este argumento sería afirmar que la sociedad y su contraparte, la universidad, han abandonado las humanidades, que hay una pérdida de fe sobre nuestro lugar en el mundo, y que este le ha concedido la autoridad ejecutiva a la excelencia económica. Sin embargo, el único camino para entender este desplazamiento es a través de un interminable estudio reflexivo en una disciplina como la sociología, la literatura, la historia, etc. Como Sigmund Freud señaló, la tecnología solo resuelve los problemas que crea (61).12 Sería perjudicial para nosotros olvidar que es excesivamente difícil juzgar algo en medio de su evolución. Una vez más, vuelvo a justificar el valor de las humanidades, ahora invocando lo sagrado: de acuerdo con All Things Shining: Reading the Western Classics to Find Meaning in a Secular Age, de Hubert Dreyfus y Sean Dorrance Kelly, el vacío de significado que nos dejó la ausencia de los dioses homéricos y del Dios medieval europeo nos privó de la capacidad de asombro y de gratitud (190-223); pero no hay que temer, leer a Homero, a Dante, a Kant, a Melville y a Foster Wallace salvará el día. En la superficie, este es un final perfecto, elegante y simple: el rol de las humanidades sería llenar el vacío creado por la vida (pos)moderna, como si el dinero no lo hubiera hecho.13 La naturaleza sagrada del texto, del canon en toda su grandeza etimológica, viene al rescate. Aun así, es necesario darle cuerpo a esta idea, además de reconocer sus límites.

Retorno así al veneno vertido por Monterroso sobre el libro de Nabokov. Lo que está en juego es la posibilidad de que una serie de imágenes mágicas puedan salvarnos, en el momento en que la cosmovisión se ha naturalizado tanto que, incluso cuando yo me propongo, expresamente, no encasillar a las humanidades en términos de "valor", siempre se manifiesta alguna forma de justificación del valor. Alguna vez esto fue llamado le problème de l'incroyance, la imposibilidad de no creer: incluso en medio de sus bacanales antireligiosas, Rabelais fue incapaz de imaginar un mundo sin dios de acuerdo con la tesis del historiador Lucien Febvre en su libro El problema de la incredulidad. La creencia en Dios estaba tan arraigada en la vida de la época, es decir la creencia le daba tal forma a la cosmovisión, que era imposible concebir algo "por fuera" de él (capítulos 6 y 9). El mismo cambio paradigmático ha ocurrido actualmente, y ahora, el valor es la revista que ha reemplazado al libro en la formulación de Taylor Swift.

Alguna vez una profesora reflexionaba sobre el hecho de que hubo un tiempo en el que los escritores eran asesinados porque su voz importaba en la sociedad, algo casi impensable actualmente. En un mundo tecno-burocrático en donde la ciencia, la economía y la tecnología reemplazan al racionalismo ilustrado (pienso en la ya mencionada influencia que ejercen los doctores, los médicos o los directivos de Silicon Valley, y no los escritores y los clérigos) es factible decir que la cosmovisión se ha transformado. En ese sentido, no se trata de que ahora no maten a los escritores o del anhelo por recuperar la cosmovisión de un tiempo en el que sentarse alrededor de una mesa a discutir sobre Keats era valorado. Pero deberíamos lamentarnos si recordamos lo que dice Charles Homer Haskins: "los factores fundamentales en el desarrollo del hombre permanecen iguales entre una época y otra, y van a permanecer mientras que la naturaleza humana y el entorno físico continúen siendo lo que han sido" (93). Por el momento parece que la naturaleza humana ha repelido los ataques: sigue intacto el patrón humano de mentir, engañar, robar, etc. En una palabra, como dice Hobbes, la vida humana es solitaria, pobre, repugnante, tosca y larga, y lo peor es que cada vez somos más longevos. Empero, lo anterior no dice mucho de nuestro entorno, es decir, de la economía capitalista siempre cambiante en una era de tecnología digital y quimérica, por no decir omnipresente. Aunque la tecnología no es de por sí una cosmovisión, sí se presta a la incuestionable posición que ocupa la búsqueda de la prosperidad económica en nuestro mundo.14

En la palabra tecnología, el prefijo "tec" (téchne) viene del vocablo griego que se refiere a arte, habilidad u oficio; un sistema o método para hacer o elaborar. El ritmo vertiginoso en nuestro propio quehacer u oficio ha igualmente logrado vertiginosos cambios sociales: se han abierto abismos en la distribución de la riqueza y, por supuesto, se le ha dado la espalda a la lectura de textos innecesarios, es decir, se ha revaluado qué textos han de ser juzgados como innecesarios. Entonces, ¿por qué esta sección lleva como título un verso de Tennyson? Para saber por qué, expandamos la cita "Esa nodriza sucia, la Experiencia, a su / vez me ha ensuciado-y me regodeé, luego me lavé- / He tenido mi día y mis filosofías-" (218).15 Las cosmovisiones no son estables ni permanentes; son proteicas, pues nuestras experiencias del mundo están sujetas a nuestro entorno. Junto con la decisión activa de no hacernos los tontos, podemos confiar en la experiencia para moldear nuestro propio mundo. Las humanidades son abluciones, una especie de antídoto, un pharmakon si se quiere: la universidad puede ser el epítome de subyugación al sistema dominante o puede ofrecer un refugio, un lugar de reflexión donde nos doblamos, nos damos la vuelta, volvemos sobre nosotros mismos para reflexionar sobre los cambios de nuestro entorno, pues, al fin y al cabo, ¿no ha sido la experiencia la que nos ha guiado hacia la sabia consideración antes de actuar? Aquí, es clave concebir la totalidad; en lugar de diseccionar las partes individuales, debemos planear una trayectoria, una perspectiva de nuestra posición en el mundo. Arguyo que para concebir esta perspectiva, debemos recurrir a las disciplinas humanísticas. Para moldear nuestra futura trayectoria, debemos ensanchar el alcance de las humanidades tanto en términos de las tecnologías que pueblan nuestro entorno actual, como en los tipos de pensamiento que nos mantienen en contacto con nuestra naturaleza humana, los cuales ofrecen tanto luz como calor.

Nuestra sociedad es innegablemente burocrática. Este es un hecho que ignoramos dado que las normas y las prácticas de la burocracia se han vuelto tan omnipresentes que es imposible imaginarse que las cosas puedan ser de otra manera. Los hasídicos enseñan que, al igual que una mano sostenida enfrente del ojo puede ocultar la montaña más alta, la rutina cotidiana puede esconder las maravillas del mundo. Dejemos que las humanidades sean el céfiro que retire la mano de nuestros ojos.

Con respecto a lo anterior, Jorge Volpi nos da una perspectiva desde la teoría literaria. En Leer la mente habla de la literatura como si fuera una función evolutiva y expone esta hipótesis, sobre todo, mediante el concepto de las neuronas espejo. Estas neuronas son células cerebrales que nos dotan con la extraordinaria habilidad para comprender instintivamente lo que a los otros les está pasando. En otras palabras, puesto que las humanidades pueden fomentar y entrenar la empatía, son nuestra salvación, una propuesta que, a pesar de ser más sentimental que el título del reportaje mencionado anteriormente, "El corazón del asunto", puede realmente abrir el camino para nuestra futura concepción de las relaciones interpersonales.

Cosmovisión, empatía, humanidades, reflexión, valor... En equilibrio, estas cosas nos abren los ojos a una falta de propósito (o, para decirlo con mayor precisión, una combinación de dinero y propósito en la que el dinero es el fin). Además, existe la sensación que tienen algunos de poseer un derecho a ciertos privilegios que los autoriza a decir "¡usted no sabe quién soy yo!". Es evidente que la universidad (la que forma la élite estadounidense, por lo menos) ha perdido su sentido.16 Si bien es cierto que la esfera política y la académica son distintas, actualmente no es posible que un político pueda pararse y decir: "No preguntes qué es lo que tu país puede hacer por ti; pregunta qué es lo que tú puedes hacer por tu país". Prima un egotismo nutrido por el afán de demostrar nuestro valor a través de lo económico, lo cual conduce a un mundo en el que la paciencia y la preocupación por el panorama general se han extinguido.

Chautebriand dijo que el mundo es una comedia para aquellos que piensan y una tragedia para aquellos que sienten; aunque su ocurrencia puede ser verdad, no es una verdad grabada en piedra. Esto nos lleva nuevamente a Henry Miller, ahora en una carta dirigida al crítico literario Wallace Fowlie: "Recientemente observé que soy capaz de manifestar mis creencias [...] creo que la moral y la estética son una misma cosa" (34). ¿Cómo debemos establecer estas creencias? ¿Cómo debemos vivir? Esforzándonos por entender la estética y cómo opera en nosotros, cómo nos afecta, una tarea que se hace a diario en los estudios literarios. Puede sonar un poco cursi, pero no se trata de que las humanidades lo hagan solas. Invito a los lectores a leer detenidamente los esfuerzos colaborativos entre las ciencias y las humanidades del instituto Max Planck (cf. Hanich, Wagner, Shah, Jacobsen y Menninghaus); la investigación sobre la proyección inconsciente y colectiva de los trabajadores como cyborgs, que accidentalmente (e igualmente inconscientemente) denuncian decisiones inhumanas en el campo de las políticas públicas (cf. Reas); los estudios sobre los efectos transformativos de las investigaciones en dramaturgia crítica para ayudar a sectores marginales de la sociedad estadounidense, especialmente en el campo de la pedagogía (cf. Wager y Winters). En conjunto, las anteriores son formas de seguir adelante. No obstante, esto evoca la teleología, el avance hacia un fin; en cambio, nosotros predicamos lo que los escritores de ciencia ficción han sabido por décadas: la distancia que se logra por medio de la reflexión puede ser el remedio más efectivo, nuestra piedra filosofal.

La existencia condicionada de la humanidad requiere un juicio, y el juicio "modelo" se percibe como una habilidad política; es decir, como sostiene Hannah Arendt en Entre el pasado y el futuro, se trata de "la habilidad para ver las cosas no sólo desde el propio punto de vista, sino también desde la perspectiva de todos aquellos que están presentes" y "una de las habilidades fundamentales del hombre como ser político en tanto que le permite orientarse a sí mismo en la esfera de lo público, del mundo cotidiano" (221). Neuronas espejo o humanidades, ambas nos entrenan en esta habilidad. Entonces, las humanidades son totalmente innecesarias si nos rendimos ante el statu quo, pero ¿realmente estamos dispuestos a hacer eso? Ciertamente yo no lo estoy. Una cosmovisión no es estática, y nosotros podemos sacar ventaja de ello.


Pie de página

1 "Dead and interr'd; yet all these seem to laugh / Compar'd with me, who am their epitaph". John Donne, "A Nocturnal upon St. Lucy's Day".
2 Tres artículos ilustrativos de este tema son: Schuman; Ferguson, Marcus y Oransky; y "Looks good on paper".
3 Todas las traducciones son mías.
4 En el libro ya mencionado, Derek Bok presenta un argumento convincente en contra de la idea del "profesor de tenure" o "profesor-investigador" como la perdición de las humanidades.
5 Estos solo representan los antecedentes modernos de la discusión. Para un resumen de este debate y sus consecuencias para la educación superior, véase Carnochan.
6 Véase a Bok sobre la comercialización de la investigación científica en las universidades.
7 Véase el artículo de Jürgen Paul Schwindt sobre la excelencia publicado en esta revista.
8 "Purpose is but the slave to...". William Shakespeare, Hamlet (Acto III, Escena II).
9 Sobre este tema recomiendo especialmente a Roth.
10 Si con "valor" queremos hablar de "precio", la respuesta es claramente negativa, a menos de que hablemos de un miembro de la élite. Solo para repasar algunas cifras: 60% de los estudiantes de primer año de Harvard reciben algún tipo de beca. Esto me parece sorprendente, pues estamos hablando de una universidad (privada) reconocida a nivel mundial por ser "excelente". Harvard fácilmente podría encontrar estudiantes con familias capaces de pagar el monto total (43,938 dólares en el año lectivo 2014-2015), pero la Universidad ha optado por el camino más digno, buscando la diversidad y no únicamente la riqueza. La otra cara de la moneda: 40% de los estudiantes de primer año de Harvard provienen de familias miembros de la capa de los más ricos (en el sexto percentil de las ganancias brutas del país).
11 "That dirty nurse...". Alfred Tennyson, Idylls of the King.
12 En El malestar en la cultura, Freud ilustra este punto con el ejemplo del telégrafo: es cierto que este permitió la comunicación de larga distancia, pero tal problema es producto de una tecnología que posibilitó la migración internacional masiva.
13 Lenin aludía ya a algo parecido cuando hablaba del imperialismo como manifestación natural del capitalismo.
14 Véase Leavis.
15 "The dirty nurse, Experience, in her / kind Hath fouled me-an I wallowed, then I washed- / I have had my day and my philosophies".
16 Véase Deresiewicz, quien es sugerente sobre este asunto.


Obras citadas

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Sobre el autor

Actualmente es estudiante de la Maestría en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Egresado de la Universidad de California (Berkeley) con un título en Retórica. Traductor de artículos de ficción e ingeniería civil. Sus publicaciones recientes incluyen "Un libro es una conversación: Creación y contexto como ética en Augusto Monterroso", "Twilight of the Mirrors: Reflections of a Digital Man" y la traducción al inglés de la novela Un regalo inesperado.