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Ideas y Valores

versión impresa ISSN 0120-0062

Ideas y Valores v.54 n.129 Bogotá dic. 2005

 

PHILOSOPHIA ANCILLA LITTERARUM?
EL CASO BORGES PARA EL PENSAMIENTO FRANCÉS CONTEMPORÁNEO

 

PHILLOSOPHIA ANCILLA LITTERARUM?

 

Andrés Lema-Hincapié, Ph.D.


Romance Studies - Cornell University



Resumen: El pensamiento crítico francés de la segunda mitad del siglo XX tiene en la obra de Jorge Luis Borges una de sus fuentes de inspiración más fuertes y atrayentes. Particularmente, las ficciones y los ensayos borgesianos se presentan como anticipaciones y acicates de tesis centrales de ese pensamiento, como por ejemplo, la muerte del autor, la omnipresencia anónima de la obra de arte, el tejido intertextual de todo escrito, la sospecha hacia el pretendido mimetismo realista de los discursos, o la desestabilización de categorías absolutas para clasificar las cosas del mundo. Exploro estas tesis en la recepción de la obra de Borges en cuatro autores franceses: Maurice Blanchot, Paul de Man, Gérard Genette y Michel Foucault.



Resumé: La pensée critique française de la deuxième moitié du XXe siècle a trouvé dans l'œuvre de Jorge Luis Borges l´une de ses sources d´inspiration les plus puissantes et les plus séduisantes. Les fictions et les essais borgésiens, tout particulièrement, se sont révélés autant de précurseurs et de catalyseurs pour les thèmes centraux de cette pensée. Je pense ici à la mort de l´auteur, à l´omniprésence anonyme de l´œuvre d´art, au tissu intertextuel de tout écrit, à la suspicion envers le prétendu mimétisme réaliste du discours, ou bien encore à la déstabilisation des catégories absolues qui permettent de classifier les choses du monde. J´explore ici ces thèmes dans la réception de l´œuvre de Borges chez quatre auteurs : Maurice Blanchot, Paul de Man, Gérard Genette et Michel Foucault.



Permítaseme comenzar estas páginas de un modo poco ortodoxo. Como creo profundamente en su gran valor epistemológico, paso a recordar una anécdota personal. El país es Francia, y la ciudad Strasbourg. El año es 1990. Los actores principales del hecho eran por ese entonces los filósofos franceses Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, en una conferencia en el Departamento de Filosofía de la Université des Sciences Humaines de Strasbourg. Los argumentos de estos dos autores y de algunos de los participantes se ilustraban con la referencia constante a un autor desconocido para mí. Durante unos treinta minutos el nombre de un tal “Borllésse” reaparecía sin cesar. Me admiraba la facilidad con la cual las tesis filosóficas de la discusión se aclaraban o se contrastaban recurriendo a la obra de ese tal “Borllésse”. Me inquietaba, además, mi ignorancia frente a un autor de tanta valía. Por fin, para mi sosiego, alguien mencionó uno de los escritos de ese autor, “La quête d´Averroès”, y pude vincular gracias a ello al “Borllésse” con el familiar nombre de Borges. La desazón se hizo complacencia. Mucho de orgullo me recorrió el cuerpo al constatar la presencia contundente de uno de mis autores fundamentales, cuya producción literaria venía tan naturalmente a espacios frecuentados antes por hacedores de filosofía, actuales, como Nancy y Lacoue-Labarthe, o del pasado, como Étienne Gilson, Georges Gusdorf y Paul Ricoeur.
Las páginas que siguen son la exploración incompleta del modo como cuatro pensadores contemporáneos de lengua francesa han pensado la obra de Borges. En otros términos: sin excesivas pretensiones, se trata de una detallada reseña crítica. Por una parte, contemporaneidad significa aquí la segunda mitad del siglo XX. Por otra, no digo “filósofos”, y hablo de “lengua francesa”. Por esta razón, paso a corregir de inmediato el título de este ensayo: filosofía tiene aquí el sentido vago de pensamiento, y el adjetivo francés no apunta a una nacionalidad sino más bien a una lengua común de expresión. Esta cierta vaguedad, donde la absoluta rigurosidad de los significados se muestra como ilusoria, quizás tenga su razón en una de las enseñanzas de la obra de Borges. Pues como bien lo vio Michel Foucault, esa obra empuja a la desconfianza hacia definiciones definitivas y clasificaciones pretendidamente objetivas. Por un lado, unas y otras no son más que necesarias arbitrariedades de los hombres-aunque unas más verosímiles que otras; por otro, esto me permitirá estudiar autores que, como Maurice Blanchot y Gérard Genette, no aparecen en el canon de la filosofía, y a un escritor no francés: Paul de Man.
Reconstruir parcialmente las diversas exégesis de la presencia de Borges en el pensamiento francés de los últimos cincuenta años tal vez conduzca a tomar mayor conciencia sobre varias de las características centrales de nuestro presente filosófico. Adhiero a Françoise Collin cuando afirma que la recepción de Borges en Francia desde principios de los 501 tiene como núcleo de problemas filosóficos la modernidad y el concepto mismo de literatura2. El caso Borges es un caso de alta significación para la filosofía francesa contemporánea, pues probablemente más que nunca ella tiene en la literatura su fuente de inspiración más radical-este modo de la relación no parece haberse dado antes de modo tan claro y tan determinante (¿O tal vez fue así en la aún poco explorada filosofía del Renacimiento?). El contraste con otras épocas de la cultura quizás haga menos atrevida mi hipótesis. Ruego que se me autorice la siguiente simplificación didáctica: es útil pensar que en la Antigüedad la geometría y la astronomía nutrieron el quehacer filosófico; que en la Edad Media lo hizo la teología; que luego en la Modernidad esa fue la tarea de la física y de las matemáticas; y que por último, en el siglo XIX y parte del XX, fueron las ciencias empíricas como la historia, el psicoanálisis y la economía, al igual que las ciencias del lenguaje, las que se constituyeron en los saberes inspiradores de la actividad filosófica.
Para algunos de los más importantes pensadores franceses de la segunda mitad del siglo XX, porque ellas se traslapan, las fronteras entre filosofía y literatura se han hecho borrosas, inciertas. Éste es quizás uno de los modos contemporáneos y fundamentales del pensar. ¿No expresa Borges una convicción epocal cuando en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, de 1940, hace que los metafísicos de Tlön identifiquen la metafísica-la prote philosophia de Aristóteles, la erste Philosophie de Husserl-con la literatura fantástica, es decir, con una de las especies de la ficción literaria?3 En Borges mismo, filosofía y la literatura se conectan íntimamente, diluyendo sus antiguos límites. Él, sinceramente, se atrevió a pensar su “Nueva refutación del tiempo” como “el débil artificio de un argentino extraviado en la metafísica” y, sin incertidumbres, pudo decir que su vida estuvo “consagrada a las letras y (alguna vez) a la perplejidad metafísica” (Borges 1997d: 135).
La cronología pide empezar por Maurice Blanchot. En su libro Le livre à venir, publicado por Gallimard en 1959, Blanchot incluye unos cuantos párrafos sobre el valor de la obra de Borges. Ellos están cobijados bajo el título "El infinito literario: El Aleph"4. Allí también hay sugestivas interpretaciones de “Pierre Menard, autor del Quijote5. Estas interpretaciones parten de un marco más amplio, más general, donde Blanchot primero sitúa el contenido de las ficciones borgesianas: ellas son paradojas y sofismas que tiene por efecto extraviar al hombre, cuyo mundo por el contrario pretende aparecer como limitado y seguro. Incluso, sin avanzar ninguna explicación, Blanchot emparenta la literatura de Borges con lo que Hegel llamaba “el infinito malo”6. En un segundo momento, Blanchot quiere hacer patente que en Borges está la idea de la muerte de la persona del autor. En sus términos: “Borges comprende que la peligrosa dignidad de la literatura no reside en hacernos suponer que en el mundo hay un gran autor, absorto en mistificadores sueños, sino en hacernos sentir la proximidad de un poder extraño, neutro e impersonal” (Blanchot 1984: 213). Por último, y antes de consagrar los dos últimos párrafos a “Pierre Menard”, Blanchot extiende la anterior idea al sacrificio de los individuos en aras de la literatura, que ha de ser impersonal en cada libro y darse a conocer como "la unidad inagotable de un solo libro y la repetición fatigada de todos los libros"7.
La última línea sirve de puente para introducir el proyecto del Menard de Borges. Sin embargo, Blanchot no conecta explícitamente su interpretación de esa ficción borgesiana con sus tres ideas anteriores. Blanchot se limita a caracterizar “Pierre Menard” como “un absurdo memorable”, y a ver en él, de manera penetrante, “lo que se cumple en toda traducción” (loc. cit.). A mi juicio, la vinculación del proyecto de Menard con la traducción es de gran valor pero peca de simplismo, pues aquí Blanchot sólo entiende la traducción como un asunto de “dos idiomas”: de una lengua de partida y de una lengua de llegada. Investigaciones como las de George Steiner en su After Babel han mostrado que traducir es un problema intralingüístico y no simplemente interlingüísitico8. No obstante, Blanchot tiene todavía algo más que decir. Y esto nuevo le permite de algún modo escapar a la limitación de su juicio anterior: “En una traducción tenemos la misma obra en un doble idioma; en la ficción de Borges, tenemos dos obras con una misma identidad lingüística y, en esta identidad que no lo es, el fascinante espejismo de la duplicidad de los posibles. Ahora bien, cuando hay un duplicado perfecto, el original y hasta su origen, se borran” (op. cit. 213).
En las anteriores líneas, de innegable hondura ontológica, hay pensamientos muy sugestivos. Yo me arriesgaría a parafrasearlas del siguiente modo: ninguna obra de literatura goza de algún tipo de identidad. Este principio va en contra de todo en sí de las obras literarias, de todo estatismo sustancialista. Las copias, por el contrario, gozan de cierta fascinación que para Blanchot no tendría una pretendida obra idéntica a sí misma. Las copias es lo único que se posee de las obras, aun cuando ellas mismas no sean más que espejismos-en el sentido de reflejos sin original. La última frase apunta a un tema que habrá de ser característico de la postmodernidad: ya no hay ni original, esto es, desaparece la obra primera - ¿un equivalente de la Ding-an-sich de Kant?-, y tampoco hay origen, esto es, autor. Así, las ficciones de Borges y particularmente “Pierre Menard” expondrían, promoverían y anticiparían nociones y argumentos que luego los postmodernos harán circular9. Así, en Borges y en Blanchot, la obra escrita-que es otra palabra para lenguaje-revela su “impossibility of unity and totality. Its itinerary is without beginning and without destination, always moving toward the unknown-a movement of wandering (errance) and error devoid of foundations” (Collin 1990: 83).
En su artículo de 1972 “Borges y la ‘Nouvelle Critique’”, Emir Rodríguez Monegal reseña las interpretaciones de Maurice Blanchot. Además de la justa presentación que hace de ellas, el crítico uruguayo anota que Blanchot se anticipa en una década a los trabajos de Gérard Genette sobre Borges. No obstante, erróneamente, Rodríguez Monegal atribuye un aspecto al pensamiento de Blanchot-aunque éste no deja de ser cierto para la ficción borgesiana: En Blanchot no se muestra el tema del cambio de significado de una obra por medio de la atribución de esa obra a un autor que no es originalmente el suyo. Blanchot se mantiene en los problemas de la obra, de sus duplicaciones en la traducción, de su origen no fundado en una persona o en un autor individual. En este sentido, la anotación crítica de Rodríguez Monegal anticipa sus propias interpretaciones así como las de otros críticos10.
Después de Blanchot, ahora quiero recordar muy rápidamente a Paul de Man. En su elogio sin límites a la obra de Jorge Luis Borges, publicado originalmente el 19 de diciembre de 1964 en The New York Review of Books, Paul de Man toca también, pero demasiado tangencialmente, el “Pierre Menard” de Borges. No obstante, hay allí algunas ideas que armonizan con las de Maurice Blanchot. El mismo de Man justifica esa tangencialidad: la extraordinaria riqueza del texto de Borges, donde De Man sospecha que “hay en juego tal conjunto complejo de ironías, parodias, reflexiones y puntos de discusión, hace imposible siquiera tratar de hacerles justicia en un breve comentario” (Man 1984: 147). Según De Man, la complejidad que Borges promueve allí como valor estético tiene que ver una idea de literatura como “multiplicidad de reflejos”, como “efectos de espejo”, donde la traducción no sólo falsea el original sino que es “estilísticamente superior”: “La traducción deformada [es] más rica que el original, el Quijote de Menard [es] estéticamente más complejo que el de Cervantes.” Su crítica, además, tiene una idea sugestiva que no se desarrolla suficientemente, a saber, que el artista vive la duplicidad de “la grandiosidad así como la miseria de su vocación” (loc. cit.). Para De Man, este tema sería central en “Pierre Menard”. Por último, y sin avanzar suficientes razones, De Man se apresura a vincular al autor francés de Borges con la obra de Paul Valéry, particularmente con Monsieur Teste.
En la penetración de la ficción borgesiana, Gérard Genette sobrepasa las interpretaciones de De Man. Asimismo, estoy de acuerdo con Rodríguez Monegal cuando asegura que Genette despliega ideas de Blanchot para interpretar la obra de Borges. Y esto es evidente en la tesis de Genette en torno a la ausencia de autor en las obras de literatura. Su artículo de crítica literaria apareció primero con el título “La littérature selon Borges”, en 1964, formando parte del volumen colectivo que Les Cahiers de l´Herne consagraran a la vida y la obra de Jorge Luis Borges. Posteriormente, Genette ofrecería otra versión con algunas variantes bajo el título “L´utopie littéraire”, que a su turno formaría parte de su libro Figures, de 1966. Sigo una traducción castellana de esta última versión.
Genette estudia “Pierre Menard” situando la narración en lo que para él son los rasgos fundamentales de la literatura de Borges. En “esta visión de la literatura” (Genette 1984: 99) no tienen lugar las referencias ni a la cronología, ni las particularidades de los individuos. Y así, aunque según Genette los “espíritus positivos” verían esto como locura o fantasía, se parte de “ese sentimiento ecuménico que hace la literatura universal una vasta creación anónima” (loc. cit.). Esto, que para mí bien puede llamarse el principio del anonimato de las obras literarias, estaría ilustrado en “Pierre Menard”. Genette lee esta ficción borgesiana, desde otra: “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. Y ésta sería una de sus aportaciones críticas. El mundo de Tlön tiene la certeza de la ausencia de autores individuales al atribuir toda obra a un único autor, que goza de intemporalidad y de anonimato. Esto hace que los escritores no firmen sus obras, que desconozcan la idea de plagio y, como lo anota Genette, que también desconozcan “sin duda la de influencia, la del pastiche o la de lo apócrifo” (Ibíd. 98). Con razón, entonces, pensando en la empresa de Menard, Genette puede decir que “tlöniano por excelencia es ese Pierre Menard, simbolista de Nîmes” (loc. cit.).
En “Pierre Menard” y en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” se ilustraría la idea de una obra sin autor definido, fijo. Ello, para Genette, es el modo como se lucha contra un prejuicio de la crítica literaria, viejo ya de más de un siglo. “Pierre Menard” ejemplificaría, entonces, un acto de crítica a la crítica literaria positivista. Genette acuña así ese prejuicio, que ha sido postulado central del pensamiento literario: “El postulado conforme al cual una obra está esencialmente determinada por su autor y en consecuencia lo expresa. Esa temible evidencia no sólo modificó los métodos y hasta los objetos de la crítica literaria, repercute sobre la operación más delicada y más importante de todas las que contribuyen al nacimiento de un libro: la lectura. En tiempos de Montaigne, leer era un diálogo si no igual al menos fraternal; hoy es la indiscreción erudita que tiene algo de lugar oculto donde se escucha y de sala de tortura” (Ibíd. 102).
Aunque sin decirlo, las consideraciones de Genette sobre las implicaciones de la lectura en “Pierre Menard” abren la puerta para lo que se conocerá más tarde como la estética de la recepción e igualmente reverberan en temas propios de la intertextualidad. El autor no tiene privilegio público sobre su obra. Es este espacio público el verdadero poseedor de la obra. Este espacio público es el mundo de los lectores, el que actualizaría por medio de la lectura “una reserva de formas que esperan sus sentidos.” (Ibíd. 105) Menard es un miembro de ese mundo de lectores, y por esta misma razón él es con todo derecho autor de Don Quijote. Genette lo dirá de forma todavía oblicua y luego de modo más directo: “[la] participación del lector constituye toda la vida del objeto literario” (Ibíd. 103). Y: “Pierre Menard es el autor del Quijote por la razón suficiente de que todo lector (todo verdadero lector) lo es.” Como bien lo ha visto Rodríguez Monegal, frente a los estudios de Blanchot de naturaleza todavía claramente ontológica, los de Genette se mantienen siempre en el dominio de lo propiamente literario (Rodríguez Monegal 1984: 275).
No me parece excesivo proponer que, según Genette, en la ficción de Borges también se despliega el tema de la intertextualidad. Genette no usa en su ensayo esta palabra. Se apropia más bien del término interrelaciones, que está en el libro de Ernst Robert Curtius, Literatura europea y Edad media latina11. En el “Pierre Menard” de Borges, con la recuperación de Cervantes y de los “intertextos” que tejen al personaje de Menard, Genette confirmaría que la “literatura es ese campo plástico, ese espacio curvo en el cual las relaciones más inesperadas y los encuentros más paradojales son posibles a cada instante” (Genette 1984: 104). Estas palabras recuperan las de Borges de 1951: “En el vocabulario crítico, la palabra precursor es indispensable, pero habría que tratar de modificarla de toda connotación de polémica o de rivalidad. El hecho de cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro” (Borges 1997c: 89-90). En 1982, Genette publicó su libro Palimpsestes: La littérature au second dégre. Allí hay un nuevo reconocimiento a Borges, y a su modo de escribir, el cual se propone a su vez como un modo de leer. Desde el título mismo está Borges, pues en “Pierre Menard” Borges escribió: “He reflexionado que es lícito ver en el Quijote ‘final’ una especie de palimpsesto” (Borges 1997b: 450). Cuando escribe, el escritor lee al mismo tiempo a sus contemporáneos, a sus antecesores e incluso a sus virtuales herederos. La escritura se da a conocer como permanente lectura modificadora, produciendo complejidades y ambigüedades, potenciando el diálogo con otros textos, ilimitadamente. Una práctica de Borges, hecha explícita en el prólogo de 1954 a su Historia universal de la infamia, de 1935, Genette la caracteriza así: “Attribuant à d´autres l´invention de ses contes, Borges présente au contraire son écriture comme une lecture, déguise en lecture son écriture. Ces deux conduites, faut-il le dire, sont complémentaires, elles s´unissent en une métaphore des relations, complexes et ambiguës, de l´écriture et de la lecture: relations qui sont évidemment l´âme de l´activité hypertextuelle12.
Ahora bien, no debe atribuirse a Genette lo que quizás todavía está en cierne, de manera oblicua y afirmado sin suficiente argumentación. Genette aún contempla “Pierre Menard” desde cierta suficiencia e independencia de la obra literaria-cuya génesis en el tiempo de la historia y el tiempo de una vida humana es contingencia e insignificancia (Genette 1984: 104). Todavía Genette piensa la ficción borgesiana desde la preeminencia del texto, de allí que, en términos de Jaime Alazraki, este crítico “echoed Borges’s enthusiasm for the idea of all literature constituting a single text” (Alazraki 1990: 105). Será de otros la tarea de anclar ese texto en el polo del lector y de hacer del lector el eje pivotante preeminente. Pienso aquí en Hans Robert Jauss, de la Escuela de Constanza (cf. Jauss 1990: 53-73). Es fácil constatar cierta sacralización de la obra literaria en estas líneas de Genette: “Pero la idea excesiva de la literatura, a la que Borges se complace a veces en arrastrarnos, designa tal vez una tendencia profunda de los escritos, que consiste en atraer ficticiamente a una esfera de totalidad de las cosas existentes (e inexistentes) como si la literatura sólo pudiera mantenerse y justificarse antes sus propios ojos dentro de esta utopía totalitaria” (Jauss 1990: 100).
Es inevitable que recuerde por último la ya famosa risa de Michel Foucault. Ella se hace pública en 1996, con la publicación de su libro Las palabras y las cosas. “Ce livre”, escribe Foucault, “a son lieu de naissance dans un texte de Borges. Dans le rire qui secoue à sa lecture toutes les familiarités de la pensée-de la nôtre: de celle qui a notre âge et notre géographie” (Foucault 1966: 7). Con estas palabras, Foucault consagra la reputación filosófica de Borges para el pensamiento francés, pues con Borges se puede filosofar. Foucault se refiere a “El idioma analítico de John Wilkins”, de 1942, ensayo que Borges incluiría luego en su colección de ensayos que lleva por título Otras inquisiciones, de 1953. Por una parte, la referencia a John Wilkins le permite a Borges fundar su tesis y dar ejemplos sobre la absoluta heterogeneidad que existe entre todo lenguaje y la realidad que todo lenguaje pretender nombrar; y, por otra, confirma en Foucault razones para adherir al escepticismo. Este escepticismo parte de entender el nombrar las cosas del mundo como clasificar, es decir, situar cosas del mundo en un sistema complejo de jerarquías, de relaciones de género y especie. Además de la heterogeneidad entre lenguaje y realidad, continúa Borges, hay dos razones del fracaso en todo intento humano por expresar lingüísticamente el universo: la primera, “no sabemos qué cosa es el universo”, y la segunda, “cabe sospechar que no hay universo en el sentido orgánico, unificador, que tiene esa ambiciosa palabra. Si lo hay, falta conjeturar su propósito; falta conjeturar las palabras, las definiciones, las etimologías, las sinonimias, del secreto diccionario de Dios”13. Descartes con su mathesis universalis, la enciclopedia china de la que habla Foucault y el Instituto Bibliográfico de Bruselas son otras tantas empresas humanas, como la de John Wilkins, nacidas para crear un idioma no arbitrario, que refleje el orden del mundo y que exprese la naturaleza de las cosas de acuerdo con ese orden. Sin embargo, es imposible escapar a la arbitrariedad, no hay seguridad sobre la realidad de un orden del mundo, y la naturaleza íntima de las cosas no se nos revela. Por esto, Borges puede concluir: “Esperanzas y utopías aparte, acaso lo más lúcido que sobre el lenguaje se ha escrito son estas palabras de Chesterton:

El hombre sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes, más innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal... cree, sin embargo, que esos tintes, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior de un bolsita salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo” (G. F. Watts, 1904, pág. 88). (Ibíd. 86-87)

Para Foucault, con su ensayo sobre John Wilkins, Borges rompe una ilusión, y hace ver que existe un desorden radical (de raíz) entre las cosas (mundo) y las palabras (lenguaje). Lo heteróclito y la heterotopía parecen ser las palabras más adecuadas para expresar la verdadera naturaleza de la realidad. Foucault acuña estas otras palabras, tal vez más acordes para pensar la realidad: se trata más bien de “une multiplicité de petits domaines grumeleux et fragmentaires où des ressemblances sans nom agglutinent les choses en îlots discontinus” (Foucault 1966: 10).
Poder clasificar es poder pensar. La tradición filosófica de Occidente-al menos la tradición oficial-, nacida en Grecia y continuada por Roma y por el judeo-cristianismo, ha limitado nuestro pensamiento a la posibilidad de realizar clasificaciones. Esto significa que para pensar algo concreto, para pensar un esto particular, debe incluírselo bajo algo más general que lo incluya. Así, pensar es 1) hacer de lo singular un miembro de una especie, y 2) hacer de la especie un miembro de un género. Y esto conduce a otro principio supuesto en lo anterior: sólo puede pensarse si se jerarquiza. Ergo: jerarquizar es otro nombre del pensar. La clasificación que ofrece la enciclopedia china, cuyo título nos dice Borges es Emporio celestial de conocimientos benévolos, no podemos pensarla. Éstas son las palabras de Foucault: “Dans l´émerveillement de cette taxonomie, ce qu´on rejoint d´un bond, ce qui, à la faveur de l´apologue, nous est indiqué comme le charme exotique d´une autre pensée, c´est la limite de la nôtre: l´impossibilité nue de penser cela” (Foucault 1966: 7).
Clasificar es también localizar, situar algo en un lugar. Para Foucault, las páginas de Borges desestabilizan los lugares comunes, “nuestra geografía”. Y en contra de una tradición filosófica, “le savoir occidental”, que ha insistido en la preeminencia del tiempo sobre el espacio, Foucault introduce una novedad: nuestro pensamiento tiene que ver más con asuntos de geografía, de lugares, de espacio, de posición, de localización... Y rescatar el espacio del olvido de siglos, es recuperar al mismo tiempo nuestro cuerpo, esa res extensa de la que hablaba Descartes. Es en el espacio físico, del hospital y del sanatorio-piénsese en Historia de la locura en la época clásica, de 1961-, de nuestro cuerpo, de la cárcel y del colegio-piénsese en Vigilar y castigar, de 1975-, en el espacio de la ciudad, donde se ejerce el poder sobre nosotros mismos y se crea lo que somos. Espacio: esta es quizás la palabra de mayor recurrencia en el “Prefacio” de Foucault a Les mots et les choses. Y aquí reaparece la expresión “enciclopedia china”. ¿No se trata aquí de otro sutil oxímoron de Borges y del que Foucault toma conciencia, explotándolo? Porque Foucault parece haberlo sentido. El filósofo francés no podría no pensar en que la palabra encyclopédie tiene para él profundas resonancias culturales. ¿No es L´Encyclopédie la palabra que resume una de las más atrevidas pretensiones de orden y claridad en el Siglo de las Luces? Ingenuamente optimistas: así nos parecen hoy Diderot y D´Alambert y su Encyclopédie, quizás el más preclaro sueño de orden surgido en suelo francés. La palabra enciclopedia hace pensar en orden, en clasificación, mientras que el adjetivo china expresa una región geográfica, la China, ese “espace solennel, tout surchargé de figures complexes, de chemins enchevêtrés, de sites étranges, de secrets passages et de communications imprévues” (Foucault 1966: 10-11). Francia y China, orden y caos: éstas son las ideas que según mi conjetura se hallarían detrás de la inofensiva expresión “enciclopedia china”. Y hablando de lugar, la enciclopedia es el utensilio cotidiano del archivista (Foucault) y del bibliotecario (Borges). Bien lo ha visto Gerry O’Sullivan: ambos, Foucault y Borges, se sitúan en el vértigo de las redes textuales, en las cuales “the order of referentiality is temporality suspended” y las “words, having broken their old alliance with things, now occupy a new and sovereign state-that of literature-and resemblance is driven into the concomitant regions of madness and the imagination” (O’Sullivan 1990: 114, 115).
El recorrido anterior conduce a confirmar los lazos profundos entre la obra de Borges e importantes pensadores franceses de la segunda mitad del siglo XX. Si ellos encarnan la post-modernidad, Borges aparece innegablemente en el centro de algunos de los conceptos centrales de esta nueva época cultural. Para decirlo con Alfonso de Toro: “En el último decenio se ha reanudado en forma intensa la discusión sobre la obra de Borges, en particular, en base a la reconsideración del autor argentino bajo aspectos tales como la teoría de la recepción, de la intertextualidad, del palimpsesto, del rizoma y muy especialmente de la postmodernidad”14. El pensamiento francés contemporáneo ha aprovechado la literatura de Borges para ilustrar, profundizar y avanzar tesis y argumentos que diluyen el sujeto todopoderoso de la enunciación, el estatuto cerrado y total de la obra escrita-literaria o filosófica-, en fin, de los poderes referenciales del lenguaje, fundados en la tradición metafísica de la representación mimética. Es ya muy difícil ver una filosofía sierva (ancilla) de la literatura, aunque esta relación se piense no como la criada que levanta el manto de su ama, sino como aquélla que ilumina su camino con un candil. Este tipo de relaciones era posible cuando filosofía y literatura guardaban sus dominios con cierta claridad, según el modo de discursos sustancialmente distintos, cuando bajo cierta evidencia diferenciadora las clasificaciones no levantaban sospechas. Hoy hay sospechas, y quizás por ello sea mejor reactivar el concepto de pensador que el de filósofo o de literato. Aun cuando ésta es una nueva categoría clasificatoria, ella es más amplia, más difusa, que cuadraría bien a Borges y a Kant, a Unamuno y a Montaigne, a Zubiri y a Carlyle.


1. Paul Verdevoye y Néstor Ibarra traducen Ficciones al francés en 1951, y Roger Caillois traduce en 1953 cuatro cuentos de Borges bajo el título de Labyrinthes.

2. Collin 1990: 81. Collin entiende aquí “modernidad” no en el sentido de época moderna en filosofía, sino más bien como época contemporánea, o seguramente “postmodernidad”, donde tiene lugar “a break with the reassuring traditions of post-Renaissance literature, and in particular with those of the novel as it was constituted and fixed during the nineteenth century.” Collin 1990: 81. Esto se confirma en su uso del adjetivo “postmodern” un poco más adelante. cf. Collin 1990: 87.

3. Borges 1997a: 436. En ese mismo cuento, Borges habla de la Philosophie des Als Ob. Esto da la pista hacia una anticipación alemana de Borges. Pienso en el libro de Hans Vaihinger (1852-1933), Die Philosophie des Als-Ob. Der System der theoretischen, praktischen und religiösen Fiktionen der Menschheit, de 1911. Borges dijo haber leído a Vaihinger (cf. Borges 1979: 582). Mutatis mutandis, lo que para Vaihinger eran Hypothesen o Fiktionen, serían en Borges conjeturas provisionales, pero necesarias, para la orientación del hombre en el universo.

4. Emir Rodríguez Monegal anota que estas reflexiones de Maurice Blanchot son de 1953. cf. Rodríguez Monegal 1984: 271.

5. Me atrevería a decir que “Pierre Menard, autor del Quijote” es quizás la ficción borgesiana que más tinta ha hecho correr en el pensamiento francés.

6. Blanchot 1984: 211. Blanchot tampoco da significación a los términos “paradoja” o “sofisma”.

7. En este tenor, Collin escribe: “Priority of the book or of language over the real, not as foundation but as the absence of any foundation; totality disintegrating into the infinite; beginning that absorbs itself in the rebeginning; collapse of the subject into the neuter or the ‘one’ (not the first number but the impersonal pronoun): these are a few themes through which Blanchot and Borges confront the metaphysical security transmitted by Western knowledge.” op. cit. 87.

8. cf. Steiner, G. (1998). After Babel: Aspects of Language and Translation. Oxford: Oxford University Press.

9. Esta es una de las tesis nucleares de Alfonso de Toro en su artículo “Cervantes, Borges y Foucault: La realidad como viaje a través de los signos.” (cf. Toro 1999: 48, 62-63 et passim.).

10. Pienso en Jaime Alazraki, por ejemplo. En La prosa narrativa de Jorge Luis Borges, Alazraki apuesta por una interpretación contextualista y de enriquecimiento hermenéutico de esta ficción. En su libro, Alazraki comprende el fracaso del proyecto fantástico de Pierre Menard como nacido de una lógica irrecusable: las obras están insertas en un “contexto de cultura” (cf. Alazraki 1974: 46). A nuevos contextos, nuevos modos de leer una obra; y en un contexto definido hay sentidos ausentes que sin embargo existen en otros. El caso concreto para “Pierre Menard, autor del Quijote” está en el concepto de historia, que varía semánticamente según los contextos de época cultural.

11. Ésta es la cita del libro de Curtius en el ensayo de Genette: “El ‘presente intemporal,’ rasgo constitutivo de la literatura, implica que la literatura del pasado pueda actuar siempre en la literatura de cualquier presente. Así, Homero en Virgilio, Virgilio en Dante, Plutarco y Séneca en Shakespeare, Shakespeare en el Götz von Berlichingen de Goethe, Eurípides en la Ifigenia de Racine y en la de Goethe. O, en nuestro tiempo, las Mil y una noches y Calderón en Hoffmannsthal, la Odisea en Joyce, y Esquilo, Petronio, Dante, Tristán Corbiere y la mística española en T. S. Eliot.” Curtius, Ernst Robert, Literatura europea y Edad Media latina, (trads. Margit Frenk Alatorre y Antonio Alatorre), México, Fondo de Cultura Económica, 1955, p. 34. Sin embargo, Curtius todavía está atrapado en un esquema de influencia cronológico-lineal de causa y efecto. En su ensayo “Kafka y sus precursores,” de 1951, Borges mostrará que es posible pensar y hacer operante otro esquema ajeno a una cronología lineal. Parafraseando a Curtius, para el lector borgesiano la literatura del presente más inmediato puede actuar siempre sobre la literatura de cualquier pasado. Así es el caso del Don Quijote de Menard sobre el Don Quijote de Cervantes.

12. Genette 1982: 296. Los términos de intertextualidad, hipotexto e intertexto hallan una explicación sencilla en estas palabras de Alazraki: “Intertextuality is-in oversimplified terms-the study of the relations between two or more texts, one that functions as a model or ‘hypotext,’ and a second or ‘hypertext’ whose production is based on the first.” Alazraki 1990: 107.

13. Borges, J. L. (1997) “El idioma analítico de John Wilkins”. En: Obras completas. Barcelona: Emecé: 86.

14. Blüher K. A. & Toro, A. 1992: 7. Sobre Borges y la postmodernidad, cf. Blüher, Karl Alfred, “Postmodernidad e intertextualidad en la obra de Jorge Luis Borges”, in Blüher 1992: 129-143. Y también: Santos-Ihlau 1989: 27-32.


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