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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.71 no.178 Bogotá Jan./Apr. 2022  Epub Feb 22, 2022

https://doi.org/10.1q446/ideasyvalores.v71n178.98949 

IN MEMORIAM

A LA MEMORIA DE JEAN-LUC NANCY

MARÍA DEL ROSARIO ACOSTA LÓPEZ* 

* University of California-Riverside-Estados Unidos, mariadea@ucr.edu


El pasado 23 de agosto murió el filósofo francés Jean-Luc Nancy, quien deja tras de sí no solo una obra extensa, sino toda una vida dedicada al pensamiento filosófico que ha sido determinante para el curso de la filosofía contemporánea. Jean-Luc nos deja sus escritos, así como la memoria de su generosidad y pasión por el pensar en común. Creo que son poques les filósofes contemporánees que han sido tan consistentes a la hora de reflejar la matriz de su pensamiento en su actitud frente a la filosofía.

El año pasado, para su cumpleaños número 80, algunas personas cercanas, por invitación de Jérôme Lèbre, decidimos reunirnos y escribirle una carta para celebrar no solo tantos años de vida, sino tantos años inesperados de "vida prestada", como él mismo solía decir, después del trasplante de corazón que, a comienzos de la década del qo, hizo posible que Jean-Luc nos regalara más tiempo entre nosotres. A continuación, comparto la carta que le envié para la ocasión, ahora en honor a su memoria, como antesala de una conversación sobre el murmullo, que cierra la sección de los artículos en este número, que Jean-Luc y yo escribimos para el libro que saldrá pronto en coautoría y en coedición con el Grupo Ley y Violencia en Fordham University Press: The Unstoppable Murmur of Being Together. Agradezco a Tania Ganitsky la traducción de la carta y a Juan Diego Pérez la traducción del texto sobre el murmullo. Tanto Tania como Juan Diego formaron parte del seminario con Jean-Luc, en julio de 2013, que dio lugar a lo que pronto será el libro con Fordham.

Querido, queridísimo, Jean-Luc:

Decidí escribirte en inglés porque es el idioma que siempre hemos hablado entre los dos. Como mi francés es un poco limitado para conversar (y mucho más para escribir), siempre has tenido la generosidad de interpelarme en un idioma que es "más fácil para mis oídos". Tal vez ese sea precisamente el tipo de generosidad que siempre asociaré contigo, con tu pensamiento y con tu presencia: el acto generoso de abrir espacio, no tanto para hablar, sino para escuchar; una escucha que, como bien has descrito, solo es posible en común, y que abre ese mismo en del ser en común de formas absolutamente singulares (plurales).

Tan pronto nos conocimos pensé en algo que dices en tu libro A la escucha (o por lo menos ahí lo leí primero): para poder introducir el tipo de movilidad e intensificación que implica escuchar, le recuerdas a tus lectores la expresión francesa "tendre l'oreille" (estirar la oreja). En español tenemos una versión muy cercana: "parar oreja". Me encanta esta expresión porque es muy visual, ambigua, y se conecta de manera clara y continua con un gesto animal. Puede significar -por lo menos en español- que te estás entrometiendo en una conversación ajena, o que algo merece ser escuchado, que algo merece que le pongas atención y cuidado (por eso también decimos "poner cuidado" para referirnos al acto de escuchar; esta expresión mezcla "poner atención" -que se asemeja a la expresión "faire attention" en francés-con la idea del cuidado); invita a que estires las orejas, incluso todo el cuerpo hasta donde llegue, hacia quien sea que esté hablando, para que los sonidos puedan tocarte más rápido, más profundo, y puedan resonar en ti con más intensidad. Siguiendo lo que dices en A la escucha, cuando ponemos cuidado a otros, en la escucha, permitimos que los sonidos que provienen de otres nos alteren mientras cuidamos, a la vez, el espacio que estos sonidos abren y hacen posible como lugar de encuentro, cada vez único.

Digo que esto es lo que recuerdo de cuando te conocí porque ese fue el primer gesto que me regalaste, y yo lo capturé. Está registrado en mi memoria como un gesto "muy de Nancy": la forma en que "estiraste la oreja", inclinaste la cabeza entera y extendiste el cuello hacia mí cuando te hablaba, es un claro testimonio de la generosidad de tu atención, de la amplificación de nuestros cuerpos cuando devienen fuentes y espacios de resonancia. Más que mirar intensamente, como muchas personas tienden a hacerlo, puedo decir con certeza que tú eres una persona que escucha intensamente (y quizás a veces también te entrometes -si nos detenemos en el otro significado de "parar oreja"-, solo que cuando tú te entrometes, tus ojos se encuentran con los de la persona a la que escuchas con una complicidad que recuerdo vívida-mente). Tengo una foto para probarlo -si es que acaso las fotos pueden hacer algo así- del día en que nos conocimos (y ahora me pregunto si es mi recuerdo de ti el que corrobora la foto, o si la foto ha dado forma a este recuerdo):

A ese momento se han ido sumando mejores fotos y más recuerdos de nuestros días juntos, pero este es el que quiero destacar hoy, al escribirte desde la distancia, en un tiempo en el que lo único que parece quedarnos de la presencia corporal de otres son las voces -solo las voces me "tocan" realmente a través de la pantalla del computador, que es lo que me conecta actualmente con el resto del mundo-.

Por este gesto de escucha intensa te recuerdo siempre. Hasta cuando te escribo te imagino en esa posición inclinada y dispuesta, un clinamen que tiene el poder de irrumpir en el espacio y convertirlo en un espaciocom-partido; la posibilidad de compartir este espacio y de que haya un espacio compartido se abre por nuestra escucha y por la resonancia de voces lejanas que nos alcanzan y llegan cerca, siempre bajo nuestra complicidad y cuidado. No levantaré mi copa para ti hoy, mi querido Jean-Luc, en tu cumpleaños 80, pero sí prometo "estirar mi oreja" contigo, hacia ti, en respuesta a ti y en tu dirección, para recordar la dicha que es estar juntos y el regalo que es la presencia de tu voz en mi vida. ¡Salud, querido Jean-Luc!

MARÍA

Chicago, 22 de julio 2020

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