SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.41 suppl.1Política pública e segurança cidadã: continuidades e descontinuidades nos discursos e práticas de reconhecimento da moradia de rua (Bogotá, 1925-2015)Trabalho infantil e situações-limite familiares índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

Links relacionados

  • Em processo de indexaçãoCitado por Google
  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO
  • Em processo de indexaçãoSimilares em Google

Compartilhar


Revista Colombiana de Sociología

versão impressa ISSN 0120-159X

Rev. colomb. soc. vol.41  supl.1 Bogotá dez. 2018

https://doi.org/10.15446/res.v41n1supl.63121 

Sección General

Una etnografía sobre consumidores consumados, habitus y trayectorias de uso y abuso de pasta base de cocaína en Ecuador*

An ethnography of consummate consumers, habitus, and trajectories of use and abuse of coca paste in Ecuador

Uma etnografia sobre consumidores consumados, habitus e trajetórias de uso e abuso de pasta-base da cocaína no Equador

William Andrés Álvarez Álvarez** 

** Doctor en Sociología de la Universidad Federal de São Carlos (UFSCAR), con estancia doctoral en el Departamento de Sociología, Universidad de Toronto, Canadá. Integrante del grupo de investigación NaMargem: Núcleo de Pesquisas Urbanas (CEBRAP-CEM/UFSCAR). Correo electrónico: william.alvarez@mail.utoronto.ca-ORCID: 0000-0003-3716-4936


Resumen

Esta etnografía, llevada a cabo en uno de los barrios más peligrosos de la capital ecuatoriana, constituye el resultado de un trabajo de campo desarrollado durante un año, en el que seguí de cerca la vida cotidiana de microtraficantes y consumidores de pasta base de cocaína, para describir la economía política subyacente, así como las formas en la que esta es consumida y la fuerte adicción que genera. Utilizo como recurso narrativo el relato de vida de uno de mis principales interlocutores: "Fabián", quien migró a la ciudad de Quito para escapar de la violencia y pobreza que vivía en la provincia de Esmeraldas. También describo las circunstancias que forjaron su migración a partir de su trayectoria personal, económica y urbana, y enfatizo en las múltiples estrategias de supervivencia que tuvo que afrontar hasta conseguir una mediana estabilidad económica, emocional y familiar en la ciudad. Mi principal objetivo es mostrar al lector la trayectoria y cotidianidad del sufrimiento, la subalternidad y la violencia estructural, que están representadas en un joven afrodescendiente migrante, a su vez, esta narrativa permite un mejor conocimiento sobre el ascendente consumo de pasta base de cocaína en el Ecuador del siglo XXI. Así mismo, expongo las estrategias, las prácticas, las tecnologías y los rituales de supervivencia que los habitantes de calle suelen desarrollar para sostener en el tiempo su acceso a drogas, alimentos, hospedaje y dinero, por medio de economías mixtas (informales/ formales, legales/ilegales). Finalmente presento otra serie de factores que amplían las diferentes formas de entender cómo socialmente algunos sujetos determinan su vinculación al mundo de las drogas, la calle y la violencia, por razones contrarias a los estereotipos con los que política y socialmente suele ser estigmatizada la población habitante de la calle.

Descriptores: economía ilegal, estupefacientes, etnografia, tráfico de estupefacientes.

Palabras clave: consumidor consumado; economía ilegal; pasta base de cocaína; violencia

Abstract

This ethnography, carried out in one of the most dangerous neighbourhoods of the capital of Ecuador, is the result of one year of fieldwork, during which I closely followed the daily life of drug dealers and consumers of coca paste, in order to describe the underlying political economy, as well as the ways in which the paste is consumed and the strong addiction it generates. As a narrative resource, I use the life story of "Fabián", one of my main interlocutors, who migrated to Quito in order to escape the violence and poverty he experienced in the province of Esmeraldas. I also describe the circumstances leading to his migration, on the basis of his personal economic and urban trajectory, emphasizing the multiple survival strategies he had to resort to in order to achieve an average economic, emotional, and family stability in the city. My main objective is to show the reader the daily suffering, the subaltern condition, and the structured violence embodied in a young, Afro-descendant migrant, while, at the same time, providing a greater understanding of the rising consumption of coca paste in 21st century Ecuador. Likewise, I discuss the strategies, practices, technologies, and survival rituals commonly adopted by homeless persons to ensure their access to drugs, food, lodging, and money over time, through mixed economies (informal/formal, legal/illegal). Finally, I introduce another series of factors that expand our understanding of this problem, social factors that determine the entry of certain subjects into the world of drugs, the streets, and violence, which contrast with the stereotypes according to which homeless people are usually stigmatized politically and socially.

Keywords: coca paste; consummate consumer; illegal economy; violence

Resumo

Esta etnografia, realizada em um dos bairros mais perigosos da capital equatoriana, constitui o resultado de um trabalho de campo desenvolvido durante um ano, no qual observou de perto a vida cotidiana de microtraficantes e consumidores de pasta-base da cocaína, para descrever a economia política subjacente, bem como as formas na qual é consumida e a forte dependência que gera. Utilizo como recurso narrativo o relato de vida de um de meus principais interlocutores, "Fabián", que migrou à cidade de Quito para fugir da violência e da pobreza com as quais vivia na província de Esmeraldas. Também descrevo as circunstâncias que forjaram sua migração a partir de sua trajetória pessoal, econômica e urbana, e enfatizo nas múltiplas estratégias de sobrevivência que teve que enfrentar até conseguir uma estabilidade econômica, emocional e familiar média na cidade. O principal objetivo é mostrar ao leitor a trajetória e cotidianidade do sofrimento, da subalternidade e da violência estrutural encarnadas num jovem afrodescendente migrante, que, por sua vez, permita um melhor conhecimento sobre o crescente consumo de pasta-base da cocaína no Equador do século XXI. Além disso, exponho as estratégias, práticas, tecnologias e rituais de sobrevivência que os moradores de rua costumam desenvolver para sustentar ao longo do tempo seu acesso a drogas, alimentos, hospedagem e dinheiro, por meio de economias mistas (formais e informais, legais e ilegais). Finalmente, apresento outros fatores que ampliam as diferentes formas de entender como alguns sujeitos determinam socialmente sua vinculação ao mundo das drogas, da rua e da violência por razões contrárias aos estereótipos com os quais, político e socialmente, a população moradora de rua é estigmatizada.

Palavras-chave: consumidor consumado; economia ilegal; pasta-base da cocaína; violência

Introducción

Durante un año seguí de cerca la vida de microtraficantes y consumidores de drogas ilícitas en calle, en un barrio ubicado en el centro histórico de la ciudad de Quito (Ecuador). Viví con ellos la violencia de las calles y el racismo; observé sus estrategias de supervivencia, sus acciones criminales y su consumo compulsivo de pasta base de cocaína (en adelante "polvo").

Cuando me mudé al barrio El Paraíso1, en julio del 2012 conocí a Richard, un joven afroecuatoriano quien -por casualidad- se convertiría en el interlocutor clave de toda mi investigación, pues fue gracias a su compañía que pude tener el respaldo y la seguridad necesarias para deambular durante altas horas de la noche por las calles del barrio, lo que me abrió las puertas del mundo ilícito, criminal y violento de El Paraíso a través de la interacción con sus amigos microtraficantes y las prácticas ilegales. De esta manera pude ir desentrañando poco a poco las lógicas de distribución y venta de drogas al interior de este barrio, por lo que al cabo de seis meses de convivencia participativa con Richard y sus amigos, los usuarios de polvo en calle, a quienes él proveía diariamente, cobraron mi atención.

Asumí entonces la tarea de rastrear los lugares donde el consumo de esta droga tenía mayor repercusión. Precisamente, este constituiría parte del objetivo principal de esta investigación, en la cual busco establecer la mediación y circularidad del mercado de consumo y la economía ilegal de drogas, tanto de vendedores como de consumidores de drogas ilícitas. Es así como comencé a frecuentar un estigmatizado callejón en El Paraíso, conocido por ser un refugio de habitantes de calle. Fue allí donde conocí al principal interlocutor de esta etnografía: Fabián.

El trabajo que leerán a continuación describe una de las tantas formas de entrar al mundo de la economía ilegal/informal, a las actividades criminales y, especialmente, al ritual de consumo de polvo; a partir de estas narraciones busco responder a la pregunta: ¿cuáles son esas otras causas que llevan a un individuo a convertirse en un adicto2 a este tipo de drogas y a ser habitante de calle?

Son estas diferentes formas de convertirse en adicto o criminal las que intento describir en este artículo, para de esa manera deconstruir los discursos e imaginarios sociales de clase que posicionan este tipo de acciones como consecuencia de la pobreza, que establecen una relación directa entre precariedad material e ilegalidad y que desconocen la heterogeneidad de factores que llevan a los individuos a ocupar este espacio social de degradación humana. Como se verá con el relato de vida de Fabián, esos factores no están asociados únicamente a condicionamientos estructurales, sino que pueden derivarse de coyunturas emocionales. Al mismo tiempo, a través de la experiencia de Fabián, veremos cómo estos individuos transitan de ida y venida, las frágiles fronteras existentes entre ser usuarios de drogas, delincuentes o criminales, cuando lo que está en juego es su supervivencia en ese universo de la calle.

Entre estas fronteras emergen variadas acciones y estrategias para financiarse el polvo, los cigarrillos, la comida, la dormida y demás intercambio de bienes de consumo, que los lleva incluso a robar o matar, para así mantener el habitus3 y la adicción a esta droga. Estas estrategias y acciones son las que constituyen la perspectiva de economía política de esta etnografía, con lo cual la trayectoria excepcional de Fabián en este mundo ofrece una panorámica heterogénea de una cultura y un grupo social urbano invisibilizado en las políticas públicas locales/nacionales de Ecuador, pero también en la literatura antropológica sobre esta área de estudio desde hace más de dos décadas4.

"Yo no me siento mejor... Estoy peor"

La expresión del título surgió una noche en que me encontré a Fabián en el callejón fumando polvo incansablemente, en su mano izquierda tenía una herida infringida días antes en una pelea que él no buscó. Tenía vendada su mano y desde la última vez que nos topamos me pareció verlo curado, de modo que lancé la siguiente expresión: "Te veo mejor Fabián". El se quedó viéndome pensativo, "¿Mejor, dice usted?", exclamó, "Sí, luces mejor", respondí yo. Aclaro que con esa expresión me refería a la herida de su mano, pero para él este comentario se dirigía más a su condición de vida que a la herida en sí misma. Con ello lo único que pude inspirar en Fabián, sumado a la excitación que la droga le producía, fue un sentimiento de culpa, sufrimiento y frustración, que durante la noche desahogó en mi compañía.

Empezar a consumir polvo tiene muchas características, entradas, acercamientos, incluso, niveles complejos de establecer. El consumo depende esencialmente del habitus y del espacio social, que incluye diferencias de clase, etnia y género, así como de región; categorías que influyen determinantemente en la producción de un habitus que, por lo general, se inscribe dentro o fuera de una sociedad funcional-estructurada.

No obstante, un consumidor de polvo no solo responde a un espacio social de producción estructural de un tipo de habitus, de ser así caeríamos en el simplismo reduccionista de la teoría de la desviación y la ceguera de la criminología clásica, como también en el cliché de la cultura de la pobreza de Oscar Lewis (1966). Por lo tanto, a los consumidores de polvo no se les puede generalizar aduciendo que su consumo es el resultado de condiciones estructurales de violencia, marginación, familia disfuncional, tendencias psicoadictivas, entre otras razones de la sociedad contemporánea, sino también, a posibles coyunturas emocionales en ocasiones pasadas por alto en el discurso de la antropología urbana.

Para Xavier Andrade (1993), buena parte del consumo de drogas, alucinógenos y estimulantes se da en espacios de socialización colectiva, donde la pertenencia a un grupo y su identidad, como, por ejemplo, ser hincha de un equipo de fútbol o una pandilla (Rodgers y Rocha, 2008), requiere de ciertos rituales de iniciación, identificación, afinidades, experimentación o adicciones, que se agudizan en el uso/abuso de ciertas sustancias ilícitas que, en el espacio urbano de la coexistencia ciudadana, incide o produce interacciones violentas. Con ello quiero hacer énfasis en la importancia del espacio social en el cual se inscribe el sujeto, pues puede conducirlo a cierta clase de consumo de drogas.

Trayectoria de vida

Fabián es relativamente nuevo en el mundo del consumo, se inició hace cuatro años. Nació en la provincia de Esmeraldas en el seno de una familia "no tan humilde" según sus palabras. Concluyó sus estudios de bachillerato, incluso llegó al nivel técnico en labores mecánicas en un centro privado. Su aspecto, lenguaje y estilo de comunicación hacen de él una persona que resalta entre otros consumidores consumados de polvo, quienes exhiben cicatrices, desaseo, ausencia de dientes o reacciones violentas ante la falta de droga o con el porte.

Fabián es un joven afrodescendiente que migró a la capital en búsqueda de mejores condiciones de trabajo y las encontró en una microempresa dedicada a producir todo tipo de publicidad en papel. Al principio le costó obtener reconocimiento en su puesto de trabajo, pero después de vencer sus limitaciones respecto al ritmo laboral y cultural, así como a la discriminación racial, se convirtió en un referente técnico en el área de impresión mecanizada. Tanto fue su éxito que, según cuenta, otros empresarios de la publicidad lo disputaban, dado su excelente desempeño y eficiencia.

Luego de haberse consolidado en el manejo de la maquinaria publicitaria, el dueño de la imprenta lo respaldó aumentando su sueldo, lo que se tradujo en ganancias que triplicaron su básico inicial de 250 a 800 dólares mensuales.

En realidad, sumando el trabajo extra y esporádico, la suma rodeaba los 1000 a 1200 dólares mensuales. En ese año la abundancia económica lo cobijaba, por lo que intentó formar una familia con una joven quiteña con quien tuvo una hija. Durante ese periodo de prosperidad, Fabián aún no había hecho uso de ningún tipo de drogas. De hecho, evitaba los lugares y personas que en el barrio Miralores (centro de Quito) tenían algún vínculo con ese mundo, su habitus estaba focalizado en el trabajo y la familia.

No obstante, la estabilidad conseguida comenzó a tambalear cuando una mañana la maquinaria que frecuentaba usar se averió, imprevisto que le forzó a tomarse el resto del día. Aprovechando la ocasión, Fabián regresó a recoger a su hija para llevarla al jardín, tarea que hacía su esposa. Sin embargo, cuando llegó a la puerta de su casa, le fue imposible abrirla, estaba bloqueada por dentro. Tampoco respondieron al timbre. Esto preocupó enormemente a Fabián, entonces, decidió entrar anómalamente a su casa saltando un pasillo lateral. Ya adentro, comprobó las razones por la cual la puerta había sido bien asegurada: su mujer se encontraba teniendo relaciones sexuales con un vecino conocido. El impacto de aquella escena caló tan hondo en Fabián, quien encontraba sentido a su existencia en su familia, que lo único que pudo lanzar a quien consideraba su esposa, fue un "te amo" con voz entrecortada y a punto de romper en llanto. Desde ese día Fabián no volvió a ser el mismo, comenzó un progresivo decaimiento social, personal y humano, que se hizo latente en el reclamo de aquella noche, cuando me dijo "trikiado" en exceso por el polvo: "No diga que estoy bien, pana. ¡Mírame!, me encuentro peor" (Fabián, 2013,13 de mayo).

Este suceso ha llevado a Fabián a consumirse en sí mismo y a buscar el polvo como una posible sanación, en su caso: el olvido. Pero recurrir al polvo fue lo último en que pensó, y cuando lo conoció tuvo un proceso de subidas y bajadas hasta llegar a ser lo que considero, en mis propios términos, un consumidor consumado.

La historia de Fabián desmiente aquel imaginario negativo que relaciona droga con pobreza o marginación. Su llegada al mundo del consumo callejero se originó por aconteceres particulares que las estadísticas sobre uso de drogas no contemplan en sus variables, pero que en muchos casos son el principal potencializador de un habitus de consumo. Al salir de su casa después de encontrar a su mujer con otro hombre, Fabián anduvo en la calle presto a hacer lo que fuera por desvanecer aquella imagen dolorosa, de modo que, cuando alguien le ofreció marihuana, no dudo en fumarla.

En varias ocasiones a Fabián le habían ofrecido fumar polvo, pero ni las circunstancias ni las ganas se manifestaron, hasta una noche en que fue a buscar marihuana donde un brujo5 conocido del barrio Miraflores y este le ofreció un maduro6, que según él "le iba sentar rico". A partir de esa noche Fabián comenzó a comprar polvo a menudo, un gasto promedio de diez a veinte dólares por día.

Comprar drogas con frecuencia en un lugar e ir a fumar en otro espacio urbano (parques, escaleras, callejones) reconocido para ello, crea consigo un vínculo "amistoso" con otros usuarios. Dicho vínculo, en el caso de Fabián, alimentaba su vacío emocional. Con el tiempo se hizo cercano a un grupo que lo buscaba en el trabajo en horas de almuerzo y de salida, para irse a "vacilar". Poco a poco conoció a más personas de todo tipo de clase social, también consumidoras de polvo, con quienes pasaba las noches. En este punto su consumo dejó de ser esporádico y limitado, al pasar de diez o veinte a cincuenta o cien dólares en gastos diarios de polvo. Ya no hacía falta que lo buscaran en el trabajo, él salía en búsqueda de otros usuarios para consumir y hacer parte de la cultura callejera nocturna del centro de la ciudad.

Como habrán podido observar en este relato de vida, el proceso de degradación humana y el consumo en calle de polvo en Fabián fueron progresivos, tiempo a su vez invertido en la adquisición de códigos: lenguaje, prácticas, estrategias, lugares, personajes (brujos, brujitos) funcionales al consumo de polvo, es decir: un habitus con un capital adquirido, que no necesariamente trasgrede el capital cultural heredado con anterioridad por parte de su familia, territorio, etnia o educación.

A este respecto, cabe mencionar la preponderancia ética que produce dicho capital cultural, aun en condiciones precarias o autodestructivas, como el consumo de polvo. Fabián es consciente de ello, lo que lo hace atípico en referencia a las estrategias de supervivencia y economía callejera de los consumidores consumados, tal y como, alguna vez, un compañero de andanzas le hizo referencia, al tratarlo como el mejor ladrón:

William: Fabián... ¿Tú robas?

Fabián: (Fumando pipa) Una vez Felipe comentó que yo era el mejor ladrón del barrio.

William: ¿Cómo que el mejor?

Fabián: (Preparando la pipa) ¡Sí (riéndose), porque no robo!

William: ¿¡Entonces no!? [...] Pensé que lo hacías.

Fabián: Verás, hay otras formas de rebuscarse, a mí esa no me gusta, porque aún mantengo los valores que aprendí en mi casa. (Fabián, 2013,5 de junio)

La brecha entre una vida social "normalizada" dentro del sistema ético de producción de mentalidades, cuerpos, oficios (Foucault, 2011) y prácticas económicas legales, y el habitar marginalmente la calle, en realidad es muy estrecha y susceptible de agudizarse dependiendo de las múltiples variables que circunscriben al sujeto de forma particular. Fabián justifica su decaída progresiva, social y moral, en el daño emocional sufrido al encontrar a su compañera teniendo relaciones sexuales con otro hombre. Esta decepción produjo en él un vacío que ansiaba olvidar. Sin embargo, aún no lo ha conseguido, en cambio ha suplido su dolor y frustración interior en la felicidad efímera del consumo de polvo.

Fabián lleva sobre sí una doble carga moral. Por un lado, el suceso traumático de ver a su mujer con otro hombre y, por otro, el peso moral de su autocensura humana, así como el impedimento que esto le provoca para encarar a su familia. Estos aspectos constituyen las bases de la economía moral de su práctica individual, es decir, el cómo enfrentar su condición de "enfermo" generada por su propia decisión. El sentir y pensar de los otros sobre él agudizan su autoaislamiento, y el cómo manifiesta dicha presión moral en su cotidianidad y en quienes se apoya moralmente (otros consumidores) potencia las condiciones de autoexclusión, sumadas a prácticas económicas subterráneas que facilitan la permanencia de vivir en la calle y consumir polvo, factores todos que, combinados, producen la acepción funcional normativa-punitiva de paria social (Wacquant, 2001).

Rebuscándose para consumir

El imaginario común que recrea socialmente la ciudadanía con respecto a los consumidores consumados los vincula directamente con la violencia y el delito como medios para suplir su habitus de consumo ilegal. Pero esto no necesariamente es cierto, pues como sucede con Fabián, el robo no es una virtud capital ni un recurso óptimo para conseguir recursos económicos. La visita recurrente al callejón sitiado por los consumidores consumados ha sido un referente importante para desentrañar la economía política del rebusque que estos consumidores materializan en su cotidianidad urbana. Al igual que los microtraficantes (brujos, brujitos), como Guacho, los consumidores también tienen estrategias de supervivencia heterogéneas: legales, ilegales, formales e informales, además del azar misterioso de la cotidianidad que suple sus necesidades. Pero, ¿qué tipo de carencias buscan suplir los consumidores consumados en la calle y cómo lo consiguen?

En varias ocasiones he podido seguir de cerca la cotidianidad de Fabián desde su despertar. Una mañana fui a buscarlo para invitarlo a desayunar, lo encontré durmiendo bajo unas casetas que a su vez están debajo de un puente que circunda el barrio. El guardó las cobijas y dobló su colchón improvisado haciendo un bulto que luego dispuso bajo unas cajas. Junto a las casetas hay varios negocios de costura, como siempre, Fabián saludó amablemente a sus dueños y luego entró al baño público a lavarse la cara. El pan y el yogurt que le ofrecí no los comió inmediatamente, sino después. A pesar de ser nuevo en El Paraíso, Fabián conoce prodigiosamente la periferia comercial del barrio, pero a diferencia de otros consumidores consumados, él ha consolidado una red de solidaridad o benevolencia con los comerciantes, dueños de negocios, vendedores ambulantes, quienes le facilitan alguna moneda, comida, incluso, algún cruce o favor especial.

El respeto con que Fabián trata a las personas que le rodean, al entablar diálogos de igual a igual, no es un hecho común entre los consumidores consumados, pues entre aquellos que he conocido, la autosegregación es una práctica permanente que se alimenta con la vergüenza hacia sí mismo por estar realizando acciones fuera del marco cotidiano de la moralidad católica quiteña.

No es casual que el lugar de consumo, aunque haga parte del barrio, funcione como una zona gris que ha sido apropiada simbólica y territorialmente por los consumidores consumados, a partir del imaginario lúgubre que este representa al resto de El Paraíso.Justamente, este permite que dicha zona gris (o zona de confort) se convierta en un lugar aislado, intransitable, peligroso, y sea considerado un espacio de degradación humana.

Fabián es consciente de que sus prácticas difieren de otros que están a su vez consumados en la calle, pero a diferencia de los otros, él discierne sobre el estado en que se encuentra, lo que ha hecho que transforme la lástima, la vergüenza y la pena, en dignificación de sí mismo, sin importar su condición de paria. Mirar a la cara y saludar cordialmente con buenos días/tardes/noches a todo aquel que lo observa, incluso ha hecho que los vecinos del callejón lo vean de forma diferente, lo que se traduce en afectos de solidaridad: alguna moneda, ropa usada, alimentos, etc.

Sin embargo, aunque en un principio su economía callejera tenga visos de dependencia solidaria por su condición de habitante de la calle, su economía va más allá y denota estrategias bien elaboradas de subsistencia o rebusque adquiridos en el espacio público. A esto lo podemos considerar como un capital cultural adquirido, incluso heredado, de formas de sacar provecho de los insumos materiales presentes en lo urbano.

La recolección de basura es una de las prácticas frecuentes que desarrollan los consumidores consumados para conseguir dinero. Saben muy bien dónde encontrar objetos de valor o comida en la basura. De hecho, cuando Fabián recién comenzaba a vivir en la calle se encontró con otros como él que le señalaban los lugares estratégicos como restaurantes y hoteles en los cuales podía hallar comida en buen estado, ropa, sabanas y enseres. Según explica Fabián, muchos de estos desechos son arrojados a la calle de buena fe por sus dueños, con el propósito de suplir necesidades materiales y vitales de los recicladores (consumidores).

De modo que la noche o la madrugada se convierten en el tiempo propicio de muchos consumidores para rebuscarse y encontrar elementos para sobrevivir. Cabe apuntar que esta búsqueda hace parte del tiempo de consumo consumado en su cotidianidad, que a su vez responde al tiempo de consumo al que su cuerpo se ha inscrito. Esto quiere decir que el que se rebusca en la noche no tiene preferencias horarias, sino que vive según el efecto atemporal de su cotidianidad de consumo. Hay que indicar que para los consumidores consumados no hay un tiempo límite de consumo, sino que existe una dependencia crónica al polvo que lleva al cuerpo/sujeto a distorsionar el tiempo biológico y a hacer del tiempo de consumo una acción interminable.

Además de considerar el reciclaje como una estrategia dentro de su economía de supervivencia, los habitantes de la calle también construyen estrategias para adquirir drogas ilícitas sin invertir un solo centavo. Los favores a brujos son frecuentes en la relación vendedor-comprador. Es muy común que los compradores esporádicos desubicados al llegar a la periferia de El Paraíso no sepan a quién dirigirse, lo que los obliga a pedir ayuda a quienes les parecen conocedores de esa dinámica. A Fabián le pasa con frecuencia y aprovecha estas circunstancias para mediar entre el comprador y el brujo, para ganar una papeleta de polvo, crédito o retribución especial. Por lo tanto, la reciprocidad material de dar representa lo que Marcel Mauss (2009) define don y contra don, entendidos como una acción fenomenológica total que describe los modos de relación interpersonal que se experimentan en sociedades premodernas, este concepto nos sirve a su vez para analizar el sistema de reciprocidad latente en la economía moral callejera que salvaguarda principalmente la tenencia o el consumo individual de polvo, en un espacio de consumación, como lo es el callejón.

Es importante resaltar este punto puesto que, a pesar de que su consumo individual se transforme y se respete que algunos tengan poca droga y otros en exceso, suele manifestarse solidaridad o reciprocidad cuando con anterioridad un consumidor consumado ha sido convidado por otro. Lo que sucede no solo con la sustancia, sino con todos los elementos que constituyen el ritual ceremonial del consumo.

Los consumidores recolectan colillas de cigarrillo, y si la suerte los acompaña, encuentran alguna papeleta de polvo comprimida al extremo, probablemente arrojada con anterioridad por algún brujo para evitar problemas policiales, para, como dicen ellos, "descargarse de la mercancía". Esta situación es convencional debido a que muchos brujos optan por no cargar cantidades mayores a la permitida por la ley, pues de esa forma pasan como consumidores. Otras veces se encuentran dosis como consecuencia del descuido de algún consumidor desprevenido, al que se le cae sin notarlo. Mimetizar el polvo en lugares estratégicos de la calle (suelo) para que pasen como basura es una estrategia de disuasión muy utilizada por los brujos. Esto suelen hacerlo cuando la cantidad sobrepasa los diez gramos. Dichas estrategias disuasivas usadas por los distribuidores son conocidas por los consumidores consumados, quienes, como en el caso de Fabián, han encontrado cantidades exorbitantes de polvo en la calle.

Mientras otros consumidores pueden estar robando o intimidando a transeúntes en lugares como la calle Amazonas, plaza Marín o el barrio La Ronda, la economía política de Fabián desentraña y produce otras redes económicas para satisfacer su consumo personal que se salen de lógicas violentas o criminales. Puede que alguna noche consiga hacerse amigo de alguien que le convide a fumar a bordo de un automóvil mientras dan vueltas en la ciudad, o haya encontrado un teléfono obsoleto en la basura, que puede arreglar y vender. Ambas situaciones han hecho parte de la historia de vida de Fabián desde que habita la calle. Sin embargo, aunque declare abiertamente que no sirve para robar, cabe preguntarse si el estar en condición de calle, ser un consumidor consumado de drogas ilícitas, conlleva violencia cotidiana (Scheper-Hughes, 1997).

Es conveniente responder a ello porque las acciones violentas urbanas suelen encasillar a los jóvenes, pobres y drogadictos, como delincuentes. Los consumidores consumados cargan con ese estereotipo, sobredimen-sionado socialmente y agudizado por sus actitudes y/o su aspecto visual. De responder afirmativamente a tal pregunta, caería en una suerte de esencialismo, al hacer referencia a la antropología posmoderna sobre la interpretación etnográfica, que argumenta que la percepción de la realidad del observador sobredimensiona textualmente los hechos ocurridos o, siendo más concreto, haría una omisión político-ideológica del sufrimiento, el hambre, las ansias, el descontento, la soledad, la tristeza o la felicidad esporádica de los consumidores consumados.

En una ocasión le pregunté a Fabián si robaba para sobrevivir, él eludió la respuesta con otra historia, pero nunca contestó afirmativa o negativamente. Meses después, una tarde le encontré en el callejón preparando una pipa con otros dos jóvenes. Me acerqué a él y me recibió con un gran abrazo y una pipa cargada hasta el tope convidándome a fumar, a sabiendas de que no lo hago.

William: ¿Qué tal Fabián?

Fabián: (Abrazo) ¡Oh, hermano!, necesitaba hablar con usted,

¿se acuerda lo que le dije aquella vez de esta chica?

William: ¡Sí claro!... ¿Qué ha pasado?

Fabián: (Insiste con la pipa) ¡Me intentaron apuñalar hermano!

William: ¿Qué ha pasado?

Fabián: (Prendiendo la pipa para otro) Arriba estaba con dos manes y ella que me pasa la pipa llena con un hachís gomoso, cuando la prendí olía a caucho y no carburaba, así que no fumé, pero como me cayó la sospecha le pasé la pipa a los otros dos. Como yo venía caliente por lo del Toni, alegué con ella y el otro que estaba ahí me sacó un cuchillo para darme, pero él estaba intoxicado, no daba con el cuerpo, entonces la vi a ella y me dieron ganas de encenderla a puñete. ¡Hermano!, yo no sé cuál es su afán de joderme siempre.

William: ¿La chica no te dio hachís?

Fabián: (Fumando pipa) No pana, yo no sé qué era eso, pero yo estaba re puto hermano, y si no llega la Policía quién sabe qué hubiera pasado. Vieron el cuchillo en el piso y me quisieron llevar preso porque la otra estaba inventando que yo era el que la iba a apuñalar. (Fabián, 2013,22 de agosto)

Al concluir este diálogo, Fabián me contó que sintió tantos nervios como cuando robó por primera vez un teléfono a alguien en la calle. Visto de ese modo, la etnografía prolongada devela las omisiones discursivas que los sujetos tratan de callar moralmente, para evitar sentirse juzgados. Pero el hecho de que Fabián hubiera robado no quiere decir que esta fuera una de sus prácticas habituales de supervivencia, sino que, como alguna vez Richard, Guacho o La Belleza, tuvo que recurrir a esta en momentos de crisis económica. Fabián, así como muchos otros consumidores consumados, roba cuando se presenta la ansiedad ante la ausencia (posconsumo) de polvo.

Entre la pistola y la pipa: los modos de consumir-se

Los relatos que he recolectado sobre la historia del barrio describen que en los años noventa se presentaba una situación muy diferente a la actual, especialmente en lo referente al espacio público, con las intervenciones hechas por el distrito para mejorar la fachada, calles y movilidad urbana, en la última década. Según Felipe, quien lleva cerca de treinta años consumiendo polvo, el uso de esta droga era de mayor frecuencia en el barrio. La violencia e indigencia hacían de El Paraíso un referente de peligro en la ciudad: "Uff, ñaño, en El Paraíso nadie se metía, esto estaba lleno de bandidos y fumones", me dijo él una tarde.

Para Felipe, la venta de drogas en el barrio siempre ha estado presente durante sus treinta años de consumo de polvo. La experiencia de la distribución y el consumo se puede observar en las características de los brujos del sector. Por ejemplo, el mejor polvo en El Paraíso lo surte un brujo con más de sesenta años, quien no se mueve de su casa, por eso es preciso llamarlo para hacer pedidos de cinco dólares en adelante. La generación de brujos que ofertan en esa zona periférica está dividida en tres franjas etarias: jóvenes, adultos y tercera edad. El género y origen étnico es variado, aunque el mayor porcentaje de brujos se concentra entre mestizos y hombres afrodescendientes.

Así como la venta de drogas en El Paraíso tiene cerca de treinta años, el historial sobre consumo está a la par. En varias ocasiones, caminando el barrio con Fabián, él me relataba sus encuentros con personas que en el día lucen como serios hombres de hogar, y en la noche eran consumidores de polvo, inclusive lo invitaban a fumar o a comprar más droga.

William: Entonces [...] ¿todos fuman en el barrio?

Fabián: Verá, no le puedo responder con un sí esa pregunta, pero lo que le puedo decir es que me he encontrado con muchos hombres que en el día pasan con sus familias en carros mirándote por encima del hombro y luego a la noche los ves prendidos en la calle.

William: ¡Seguro!

Fabián: ¡Sí compita, para que le voy a mentir!, ¿con cuántos de esos no me he puesto a fumar y me han hablado de su juventud en el barrio? Vea, el que usted menos piensa ha fumado o fuma discretamente, el polvo es una droga con que todos conviven en Paraíso. (Fabián, 2013,22 de agosto)

Pude observar lo que me describió Fabián cuando lo acompañé al callejón. El tránsito esporádico de adultos mayores en ese lugar con el único propósito de fumarse una pistola dista mucho del imaginario hegemónico que se tiene sobre los jóvenes como la única franja consumidora de este tipo de drogas. Hombres y mujeres mayores pasaban con frecuencia por el callejón, pero, para evitar cualquier situación engorrosa o problemática con los consumidores jóvenes, ellos prefieren consumir a la distancia, no se mezclan con jóvenes y suelen hacerse solos o acompañados con alguien de su misma edad, por lo general la modalidad empleada para consumir polvo es mediante la pistola.

Otro día, temprano en la mañana, me detuve en el callejón para saludar a Fabián, en aquel momento él se preparaba una pipa, la tenía cargada de polvo y justo en ese momento pasaba una vecina tomada de la mano con su hija, en mis adentros sentí algo de vergüenza de que su hija nos viera sentados entre basura, Fabián la saludó formalmente como suele hacer siempre.

William: ¡He sentido un poco de vergüenza con la señora que acaba de pasar!

Fabián: (Sonriéndose) Fresco loco, esa señora ahí donde la ve es una fumona veterana.

William: ¿Me estás hablando en serio?

Fabián: A lo bien [...] crea en lo que digo, se acuerda que le hablé de la casa de un señor que el primer piso parece un basurero, ya varias veces me he encontrado con ella ahí.

William: Con razón no le da miedo pasar por acá, a lo mejor le gusta el olor.

Fabián: Para que vea como es la gente acá, esa señora fuma que no se imagina, se encierra toda la tarde y se puede gastar hasta cincuenta dólares en polvo, ella me conoce, por eso me saluda. Vea, usted no me va creer, pero una vez que estaba ahí fumando con ellos, en un momento ella se metió en un cuarto, se encerró y luego me llamó [...] cuando yo abrí la puerta, la vieja me recibió en toalla, se arrojó a la cama mostrándome su paquete enorme.

William: ¡Ajá!, y al final qué hiciste [...] ¿estuviste con ella?

Fabián: ¡Usted no va creerme!, pero no pude, o no quise [...] creo que no tenía ganas. (Fabián, 2013,2 de septiembre)

El encuentro de Fabián con aquella mujer describe dos hechos a resaltar. El primero en relación con el espacio de la mujer en la esfera del consumo de polvo, ¿quiénes son, qué hacen para sobrevivir, por qué y dónde consumen polvo? Son preguntas necesarias para entender las diferencias con los hombres y la experiencia cotidiana de la mujer en ese mundo. No obstante, la presencia de mujeres en el callejón no se compara en número a la de los hombres. Su presencia en ese espacio marca grandes cambios dentro de la socialización masculina.

Lo interesante es la prevalencia del consumo de drogas en las mujeres en espacios privados, donde la comodidad y seguridad contrastan con la inseguridad y la violencia presentes en la calle. Este aspecto sugerente nos lleva a preguntarnos, primero: ¿el consumo de polvo en el espacio privado será mayor que en el público? Y segundo, ¿el hecho que Fabián no haya querido (o podido) tener relaciones sexuales con la mujer describe los efectos colaterales de la sustancia en el cuerpo, que en el hombre se reflejan en la inapetencia sexual (Epele, 2010) y en las mujeres en mayor excitación, según las experiencias relatadas por varias consumidoras en el callejón?

Aunque existan diferencias estructurales entre los consumidores, es decir, consumos diferenciados con base en su condición de clase social, el hecho de consumir polvo en una serie de lugares y bajo otras condiciones que las dispuestas en la cotidianidad del consumidor consumado (la calle) -como el fumar en una casa con todas las comodidades, a solas o en grupo en discotecas, zonas de ocio o en autos- marca distancias sustanciales frente a las condiciones de consumo en la calle. Sin embargo, esta diferencia es solo de forma, porque al fumar polvo toda diferencia estructural/simbólica se deshace ante los efectos casi homogéneos que genera la droga en el cuerpo. En el fondo, esta práctica recrea un ritual que consta de varios elementos casi sagrados, que también se puede considerar ceremonial dado el carácter colectivo de su consumación.

La pistola

Al llegar al barrio a eso de las 9:00 p.m. no contaba encontrarme con nadie, pues los conocidos que frecuentan la esquina ya no estaban. Sin embargo, tuve suerte. Antes de llegar a mi puerta, Richard y Patricio venían caminando del fondo de la calle, no dudé en llamarlos, enseguida ellos me hicieron la venia. Durante esa noche que vivimos no me quedaba claro aún si Richard era un vendedor o un consumidor habitual de polvo. Por lo que he visto, no fuma con frecuencia, lo hace circunstancialmente en compañía de sus amigos, Patricio es uno de ellos. Este último fue quien propició económicamente el polvo que consumieron toda la noche.

Aquella mercancía duró poco, luego Richard nos pidió que lo esperáramos fuera de una puerta de metal medio abierta que dejaba ver un pasillo infinito y oscuro. ¡Me parecía increíble que a pocos metros de mi casa se pudiera conseguir droga tan fácil! Al rato salió él y trajo consigo varias papeletas. De ahí caminamos a un parque, pero pasó la Policía y nos advirtieron salir de ahí. Richard dice que ellos no joden, que los policías son jóvenes y no hacen nada, sin embargo, tuvimos que movernos a una tienda cercana a comprar fósforos y durante el recorrido ellos se fumaron todo. Esta ha sido mi primera incursión nocturna en el barrio. (Alvarez, 2012, 2 de agosto)

Recién ubicado en el sector, como he descrito en mi nota de campo, escuché por primera vez el término pistola, usado en el siguiente diálogo: Patricio: ¡Vamos a echar humo Colombia! (refiriéndose a mí) William: ¿¡Cómo!?

Richard: (Riéndose) Patricio quiere decir hacernos unas pistolas. William: No entiendo, ¿es que van a matar a alguien? Patricio: ¡No Colombia! Con la pistola es que nos fumamos el polvo. (Alvarez, 2012, 2 de agosto)

Luego de que Richard compró diez dólares en polvo, aquella noche caminamos en dirección a una tienda que durante la noche permanecía abierta. Richard me preguntó si cargaba cigarrillos conmigo, los que él traía ya se habían terminado. Hasta ese punto no comprendía la relación de los cigarrillos y el polvo, por lo que me hice el entendido. Se compraron los cigarrillos y fósforos, y caminamos de regreso a la calle donde comenzamos. Richard pidió un cigarrillo y lentamente comenzó a desmigajar el tabaco hasta dejar poco menos de la mitad, abrió la papeleta donde se guardaba el polvo y poco a poco fue rellenando el resto del tabaco vacío con dicha sustancia de color amarillo y textura arenosa.

Cuando llenó a gusto el cigarrillo apretó la punta, sacudió y macizó para "apear" (comprimir) el polvo con el resto del tabaco, luego cerró la punta enrollándola con la yema de los dedos índice y pulgar. A continuación, retiró parte del filtro con los dientes, prendió un fósforo, el cual pasó de lado a lado del cigarrillo, reluciendo así una sombra pegajosa que traspasaba la tonalidad blanca del papel cigarrillo.

Richard: ¿Si vio cómo se hizo?, ¡esto es una pistola!

William: Yo pensaba que el polvo se fumaba en pipa.

Richard: También, pero a mí la pipa no me gusta, con esa fuman los desechables. (Álvarez, 2012,2 de agosto)

Como habrán notado en la descripción, el proceso de armar la pistola es un ritual que va desde el momento de la compra del polvo -con la selección del brujo, dado que la calidad no suele ser la misma entre expendedores-, hasta el lugar y la hora, que son también circunstancias importantes al momento de conseguir algo de calidad. Luego de tener los cigarrillos, los fósforos, moldear la papeleta con polvo para que sea práctica su extracción, remover el filtro, incluso, el fumarlo dispone de un especial y cuidadoso estilo.

Al observar a Patricio y a Richard absorber con mayor presión la pistola se hizo evidente el porqué de la expresión "echar humo", la cantidad que sale es exorbitante en comparación con un cigarrillo cualquiera y su olor, un almizcle similar a la gasolina o caucho quemado, se percibe a la distancia, motivo por el cual se busca fumarlo en lugares despejados, solitarios o aislados del tránsito peatonal; más aún cuando se hace en lugares donde se es conocido. Pero esto de "echar humo" tiene sus desventajas cuando se hace en lugares como el callejón, ya que el humo de la pistola es más visible que el de la pipa, lo que hace reconocible el lugar del fumador, especialmente de noche, situación que atrae a los policías.

La duración de la pistola varía según el número de personas que consuman. En aquella ocasión Patricio y Richard se rotaron la pistola en más de tres oportunidades cada uno, pero a cada bocanada mojaban de saliva la punta del dedo para nivelar el quemado del papel. A este tipo de cuidado es al que me refería con antelación. El consumidor debe estar al tanto de cómo "carbura"7 la pistola, con el fin de evitar el desperdicio o maximizar su aprovechamiento. En otras ocasiones, cuando el grupo de amigos de Richard salía de jugar billar de La Villa del Rolo, se preparaban de forma fugaz varias pistolas, fumándolas entre cinco o seis personas precavidas y nerviosas de ser sorprendidos por la Policía. La prolongación de cada bocanada de humo se reducía a un par por persona, pero apenas se terminaba una ya la otra estaba rodando.

En esa ocasión Genaro (primo de Richard) cargaba consigo cinco "fundas de quina" (cinco paquetes cada uno de cinco dólares) que le había dado el brujo colombiano para vender. Sin embargo, las ansias y las varias cervezas que bebimos durante los juegos de billar pudieron más que la posibilidad de ganar algo de dinero vendiendo aquella mercancía. Richard: (Riéndose) ¡Oye, Genaro! ¿Qué le vas a decir al colombiano sobre su merca?

Genaro: (Armando la pistola) Pues que me cogió la Policía. Richard: Noo, [...] eso no te lo va creer así no más. Genaro: ¡Familia! Le voy a decir que me cayó la Interpol cuando le estaba vendiendo a alguien en el mercado, que tuve que negociar con ellos dando las quinas y cuarenta dólares porque me querían llevar.

Richard: (Riéndose) ¡Bien familia!, eso sí suena creíble. (Richard, 2011, 13 de septiembre)

La mayoría de los migrantes afroesmeraldeños, con quienes entablé vínculos, aprueban las oportunidades casuales de vender polvo, pero no lo toman como una estrategia consistente de supervivencia, a excepción de Guacho quien, a diferencia de otros brujos, no consume ni le gusta la sensación del polvo, que puede provocar náuseas, euforia, ganas de vomitar o excretar, tal y como le ocurrió esa noche a Calidoso (refugiado colombiano exadicto al juego), que al fumar a la par de los demás palideció y vomitó, pero pasado el episodio se reincorporó al ritmo de consumo.

Los efectos que produce la pistola son inmediatos, tras cada bocanada, se perciben las ansias y la aceleración que se produce en los consumidores. Expresiones como "este polvo está bueno", "me durmió la lengua", "tiene buen sabor", son con frecuencia exclamadas por los consumidores y, por lo general, genera un fuerte deseo de seguir fumando. Esto es lo que lleva a muchos consumidores a deambular por la calle en la madrugada para conseguir polvo.

Sin embargo, hay una diferencia grande entre quienes fuman en pistola y quienes lo hacen en pipa. Ninguno de los inmigrantes afroesmeraldeños a quienes entrevisté prefiere fumar en pipa, porque relacionan esta forma de consumo con categorías de consumidor despreciable y, por lo tanto, excluyen esta práctica de lo que ellos consideran "vacilable". La violencia simbólica de portar una pipa representa en los jóvenes afroesmeraldeños no consumidores de polvo, una carga de consumación despreciable, que no entra dentro de sus códigos morales y culturales.

Consumir polvo en el caso de Richard, Genaro o La Belleza consiste en "no volverse un vicioso" o, como relata Richard, "todo está en la cabeza, tú mismo pones los límites. ¡Vea socio!, tú sabes que esta droga es peligrosa, pero uno es más fuerte5 ' (Richard, 2011,13 de septiembre). De hecho, cuando alguno de sus amigos es visto o actúa de manera decadente se le llama la atención. Este control moral y social entre amigos hace parte del concepto de "familia" que ellos usan para tratarse entre sí, aunque los lazos de parentesco no tengan ninguna consanguinidad.

La pipa

En mis etnografías tempranas de la ciudad de Quito, la visibilidad del uso de la pipa llamó mucho mi atención. En una entrevista una joven consumidora de polvo (Alvarez, 2013), a quien conocí porque fumaba bajo el techo de un edificio abandonado a dos casas de la mía, me dijo en esa ocasión mientras la acompañaba a buscar a su novio (también consumidor): "a la pipa se le hace el amor". Esta expresión marcó un referente para entender las dinámicas y diferencias en las formas heterodoxas de consumir este tipo de drogas.

Esta misma inquietud se la planteé a Richard, a Genaro y a La Belleza, quienes consumían polvo esporádicamente. Para ellos representa otro nivel ético y moralmente lejano a su condición cultural y personal. La moral económica de esta posición los llevó a construir límites con ciertas prácticas de consumo de drogas consideradas bajas. Esta expresión tiene un sentido de clase que se refiere específicamente al espacio social al cual no quisieran aproximarse, es decir, andar fumando con pipa, porque la representación de ese habitus expone grados de decadencia moral en el que no pretenden estar inscritos.

El determinante que ha llevado a Richard a plantear la idea de no vender polvo, aunque su situación económica se complique, tal y como varias noches me ha dejado saber, es porque: "Ñaño, yo no vendo polvo porque ahora que tengo un hijo, a mí no me gustaría que alguien le ofreciera" (Richard, 2012,25 de septiembre). El núcleo moral de la familia representa en los jóvenes afrodescendientes restricciones sobre el consumo de drogas, las cuales definen límites entre lo que se considera bueno o malo; motivo por el cual Richard se angustia más que los propios consumidores consumados al exponer su habitus, particularmente nocturno, de lo privado a lo público. La referencia del qué dirán, de ser expuesto a críticas vecinales, de sus parejas, hijos, familia, sí les importa, lo que explica el hecho de que prefieran fumar polvo en pistolas, en vez de usar una pipa.

En cambio, el uso acérrimo que le da Fabián a la pipa describe el otro lado de la venta de polvo, que señala el final de toda una cadena de producción-distribución de drogas cuyo objetivo es crear consumidores dependientes a la sustancia para mantener el funcionamiento de la economía ilegal, que perpetúa, en barrios y periferias urbanas, espacios de consumo consolidados y socialmente diversos.

La pipa es, entre los consumidores consumados, un elemento indispensable en su cotidianidad: la cuidan, la reparan, la intentan conservar el mayor tiempo posible, dado que entre más se acumule el hachís en sus cavidades tendrán mayor placer, pero para lograr una mínima cantidad deben haberse consumido cantidades considerables, digamos, de cinco a diez gramos de polvo, lo que puede lograrse en un día o en una semana de consumo, dependiendo del consumidor. Pero el aumento del placer no es el único motivo para conservar la pipa durante un tiempo prolongado, sino que también se cuida para evitar las molestias que representa el no tener con qué consumir cuando las ansias agudizan dicha intención.

En mis muchas estancias compartiendo con Fabián y sus homólogos en el callejón, he visto todo tipo de pipas: artesanales, de boutique, hechas por ellos mismos con materiales reciclados (tapas de botella, de Colgate, bolígrafos, pedazos de plástico, bolsas plásticas, latas), hasta verduras y frutas como papas, zanahorias, manzanas y batatas. Y lo común de todo esto es que el proceso de consumación del polvo, al igual que la pistola, constituye un ritual en el que todas las partes conluyen en un todo, desde los fósforos y el sisco8, de suma importancia, pues sin ellos, aunque se tengan diez gramos de polvo, no se llegarían a consumar las ansias de fumar.

Muchas veces los observé tarde en la noche subiendo del callejón a buscar colillas de cigarrillo en la calle, incluso, con las pipas cargadas, los vi mendigar a transeúntes alguna moneda para comprar fósforos. Dicha ausencia se agudiza cuando ninguno de los consumidores frecuentes en el callejón dispone de sisco. Los niveles de ansiedad entre ellos aumentan, más aún en la madrugada cuando todas las tiendas están cerradas. De no conseguir sisco, ni fósforos, tal ausencia fuerza el habitus del consumidor a detenerse9.

El consumidor consumado protege su pipa como un bien preciado. Es común que, para evitar desencuentros policiales, se escondan las pipas en lugares cercanos al callejón, fisuras del concreto, basura o maleza dentro del mismo espacio. Cuando la Policía requisa a un consumidor consumado y le encuentra alguna papeleta de polvo, tal y como le ocurre con frecuencia a Fabián, les destruyen las pipas y la droga. Si bien la intención policial no es evitar que sigan consumiendo, este acto les genera rabia y malhumor a los consumidores, porque les resta facilidades para mantener su habitus. Este es el tipo de violencia simbólica que ejerce la Policía.

De acuerdo con mis observaciones, la diferencia entre un usuario esporádico y uno consumado depende de con qué instrumento se fuma el polvo. La pipa es un indicador del tipo de consumidor -en especial si es fabricada por el mismo usuario- y quien la porta suele estar en la categoría más baja de consumidores: "lumpen", "indigente", "vagabundo". Buena parte de la política que representa el consumidor consumado reproduce el imaginario social negativo sobre su condición de paria proclive al crimen y la ilegalidad con que se les asocia comúnmente en la región andina. Fabián lleva consigo esa condición, carga día y noche su pipa, aunque no tenga con qué comer.

Observar a Fabián preparar su pipa para fumar impresiona, por el alto grado de dedicación empleada para lograr un resultado perfecto. Así mismo, llama la atención la recursividad para conseguir las partes de la pipa en la basura: la cazoleta (base) en la que va el sisco y el polvo, la boquilla con que se aspira el humo (hecha de mina de bolígrafo o un bolígrafo recortado), además de la forma con que se acondiciona la pipa con el sisco. No es solo llenarla con polvo y fumar. Para lograr el mejor efecto, primero se acondiciona la cazoleta con un colchón (como ellos llaman) de sisco que se quema antes de agregar el polvo. Después del sisco y las cenizas restantes del primer fogonazo, se agrega el polvo, pero, incluso este punto, se maneja otro ritual.

Cuando Fabián se dispone a prender su pipa, agrega el polvo con cautela sacudiendo sobre esta la papeleta o funda de plástico con el polvo. Rellena toda la pipa, procurando no desperdiciar, así la economía del consumo proporciona otros pipazos10 a futuro. Antes de consumar el ritual observa de lleno el contenido de la pipa, con un fósforo encendido11, sin aspirar aún de la pipa, circula el polvo para comprobar su calidad; si el polvo se granula o derrite y emite su olor característico, se le fuma con mayor o menor gusto. "Cuando le quemo es para secarlo, el polvo seco mejora la sensación" (Fabián, 2013, 10 de octubre).

A diferencia de la pistola, que se puede rellenar con una sola papeleta de polvo, la pipa puede dar de tres a cuatro pipazos, por tanto, esta es la forma de consumir que más adicción genera, dado que, con un solo pipazo, según lo describe Fabián, el sabor del polvo se potencializa y, aunque el efecto no sea tan prolongado como el que produce la pistola, varios pipazos suplen la cantidad por mejor calidad. He aquí la trampa de fumar en pipa y la razón del miedo que genera en personas como Richard, Genaro y La Belleza cruzar este límite. Para Richard "el que fuma en pipa ya está cogido por el demonio". Y de esto son conscientes los consumidores consumados que como Fabián alguna vez han arrojado su pipa al concientizarse del nivel de degradación al que han llegado:

William: ¿Sólo fumas en pipa?

Fabián: Eso depende, fumo en cualquier cosa, tú mismo me has visto, hasta en zanahorias. Pero verás […] la pipa, no sé, me gusta más porque disfruto del sabor, hago que sea más prolongada mi fumada, en cambio con la pistola se desperdicia, aunque es más fuerte, y mientras fumo en la pipa, dura y se siente mejor.

William: Tengo mis dudas, ¿la pipa te da más ganas de fumar?

Fabián: Verás [...] te dijera mentira si digo lo contrario [...] la pipa es el diablo. (Fabián, 2013,10 de octubre)

Reflexiones finales

Este trabajo, además de describir los rituales de consumo de polvo y varios otros factores de ingreso a este mundo (como fue para Fabián haber sufrido una ruptura emocional) nos ayuda a comprender la heterogeneidad de sujetos, condiciones de clases, diferencias étnicas y de género que configuran la cultura callejera de la adicción a esta droga en ciudades como Quito.

También, mediante esta etnografía se puede observar cómo el consumo continuo produce un entramado de relaciones socioculturales que agravan la dependencia química de los sujetos, en un ciclo interminable de adicción y degradación corporal, mediado por una economía política; es decir, estrategias de supervivencia relacionadas con prácticas criminales, ilegales e informales, un habitus que en este artículo propongo para referirme a ellos, como consumidores consumados.

Metodológicamente, quiero enfatizar en el valioso aporte de la observación participante y la descripción etnográfica para comprender de forma situada, objetiva y detallada, los diversos horizontes socioculturales que la ciudad produce. Esto nos permite construir categorías y herramientas de análisis, caracterizadas y enfocadas especialmente sobre, a partir y desde el lenguaje de una población, con lo cual se evitan prejuicios y preconceptos de discursos jurídicos o médicos, que ofrecen una limitada comprensión de lo que sucede en la vida cotidiana de usuarios de droga habitantes de calle. De esta forma, usando los datos etnográficos y el análisis antropológico, se crea un conocimiento práctico que puede resultar de gran utilidad para la elaboración y la implementación de políticas públicas.

Referencias

Álvarez, W. (2013). Fumando pasta base de cocaína en la Zona: ansiedad, adicción y violencia. São Carlos: Brasil. [ Links ]

Andrade, X. (2001). Masculinidades en Ecuador. Quito: Flacso. [ Links ]

Bourdieu, P. (1972). Esquisse d'une theorie de la pratique. Ginebra/París: Droz. [ Links ]

Bourdieu, P. (1997). Razones prácticas, sobre la teoría de la acción. Barcelona: Anagrama. [ Links ]

Epele, M. (2010). Sujetar por la herida. Una etnografía sobre drogas, pobreza y salud. Buenos Aires: Paidós. [ Links ]

Foucault, M. (2011). El gobierno de sí y de los otros. Bilbao: Akal. [ Links ]

Grillo, C. C. (2008). Fazendo o doze na pista: Um estudo de caso do mercado illegal de drogas na classe média (tesis sin publicar). Programa de posgrado en Sociologia y Antropologia, IFCS/UFRJ. [ Links ]

Lewis, O. (1966). La vida: a Puerto Rican family in the culture of poverty (San Juan and New York). Nueva York: Random House. [ Links ]

Rodgers, D. y Rocha, J. L. (2008). Bróderes descobijados y vagos alucinados. Una década con las pandillas nicaragüenses 1997-2007. Managua: Universidad Centroamericana. [ Links ]

Salcedo, M. T. (2001). Rostros urbanos, espacios públicos, iluminaciones profanas en las calles de Bogotá. Revista de Estudios Sociales, (10), 63-74. [ Links ]

Scheper-Hughes, Ν. (1997). La muerte sin llanto: violencia y vida cotidiana en Brasil. Madrid: Ariel. [ Links ]

Wacquant, L. (2001). Parias urbanos: marginalidad en la ciudad a comienzos del milenio. Buenos Aires: Manantial. [ Links ]

Fuentes primarias

Álvarez, W. (2012, 2 de agosto). Notas de campo, Quito. [ Links ]

Fabián. (2013, Fabián, 2013,13 de mayo). Entrevista por autor, Quito. [ Links ]

Fabián. (2013, Fabián, 2013, 5 de junio). Entrevista por autor, Quito. [ Links ]

Fabián. (2013, Fabián, 2013,22 de agosto). Entrevista por autor, Quito. [ Links ]

Fabián. (2013, Fabián, 2013, 2 de septiembre). Entrevista por autor, Quito. [ Links ]

Fabián. (2013, Fabián, 2013, 10 de octubre). Entrevista por autor, Quito. [ Links ]

Richard. (2011, 13 de septiembre). Entrevista por autor, Quito. [ Links ]

Richard. (2012, 25 de septiembre). Entrevista por autor, Quito. [ Links ]

* El presente artículo es parte de la tesis titulada Sobreviviendo con la pipa: drogas, violencia y conflictos interétnicos en El Paraíso (3014), desarrollada como requisito de grado para la Maestría en Antropología, en la cual empleé la descripción etnográfica como método de recopilación de datos

1Los nombres de personas y lugares han sido modificados.

2En el trabajo de investigación en el cual se sustenta este artículo hago una diferencia entre usuario y consumidor de drogas ilícitas. Un usuario puede conectarse o desconectarse regular o irregularmente del uso de sustancias tóxicas, lo que lo diferencia del consumidor, quien sostiene regularmente el consumo de tóxicos como parte de su rutina, pero quien aún tiene un cierto control y conciencia sobre sí mismo y su cuerpo. En el caso de los habitantes de calle ambas categorías no se ajustan a su condición. Es por ello que a lo largo de este trabajo voy hacer uso del término consumidor consumado para explicar y describir el alcance que produce el consumo en exceso de la pasta base de cocaína, la dependencia, la adicción, la pérdida de conciencia sobre sí mismo y el valor del cuerpo. Los consumidores consumados son diestros y expertos sujetos dedicados día y noche al consumo y, metafóricamente a consumirse en la pasta base de cocaína.

3El habitus se define como un sistema de disposiciones durables y transferibles —estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes— que integran todas las experiencias pasadas y que funciona en cada momento como matriz estructurante de las percepciones, las apreciaciones y las acciones de los agentes de cara a una coyuntura o acontecimiento y que él contribuye a producir (Bourdieu, 1972, p. 178).

4Para el caso de Latinoamérica, véanse María Teresa Salcedo (2001) y Carolina Christoph Grillo (2008).

5Brujo y brujito son dos categorías empleadas en Ecuador para nombrar a los sujetos encargados de vender cualquier tipo de drogas. Se puede entender como "dealer".

6En Quito le llaman "maduro" o "pecoso" al tabaco de marihuana combinado con polvo.

7Así es como muchos consumidores de polvo nombran al acto de absorber la pipa cuando se fuma.

8Término utilizado para hacer referencia a las migas de tabaco extraídas del cigarrillo.

9No disponer de fósforos o sisco para prender la pipa ha sido el único motivo que he observado en los consumidores consumados de no seguir fumando.

10Expresión utilizada por los consumidores para nombrar las bocanadas de humo extraídas de la pipa.

11El uso de los fósforos llama mucho la atención, ¿por qué no usar fosforeras o encendedores? En la respuesta a esta pregunta los consumidores consumados concluyen que el gas del encendedor les produce sueño.

Cómo citar: Alvarez, W.A. (2018). Una etnografía sobre consumidores consumados, habitus γ trayectorias de uso γ abuso de pasta base de cocaína en Ecuador. Rev. Colomb. Soc. γ Sigma, 41(Suplemento), 165-187

Recibido: 06 de Marzo de 2017; Aprobado: 09 de Septiembre de 2017

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons