El estallido de la Guerra Civil española en 1936 representó una oportunidad de oro para las industrias editoriales de diferentes países latinoamericanos. El colapso de la producción editorial española, debido a la destrucción material y humana de su infraestructura ocasionada por la guerra,1 fue aprovechado por países como Argentina, México o Chile, los cuales buscaron llenar el hueco que la nación ibérica había dejado en la región latinoamericana.2
La emergencia de estos nuevos centros productores de lengua española propició la aparición de intereses trasnacionales en las editoriales más importantes de la región. Ante la equiparación de condiciones de producción y circulación de libros entre España y los países latinoamericanos, la situación favoreció que los sellos más fuertes buscaran traspasar sus fronteras nacionales e internacionalizarse, con la intención de posicionar su producción en nuevos mercados y, con ello, recibir mayores ganancias económicas, así como mayor influencia política y cultural.3 En este sentido, la instalación de sucursales propias fue una estrategia muy usada por las editoriales de la época, pues fungió como una forma de consolidar su presencia en nuevos mercados. Sobre este aspecto trata el presente artículo.
Para profundizar en lo anterior, se toma el caso del Fondo de Cultura Económica, editorial mexicana creada en la década de 1930 por iniciativa de diversos economistas como Daniel Cosío Villegas (quien fue su primer director), Edmundo Villaseñor o Jesús Silva Herzog, quienes durante las décadas de 1940 y 1950 buscaron crear y consolidar la presencia del sello en diversos países del continente americano.4 La necesidad de explorar nuevos mercados resultó vital para el crecimiento del Fondo durante estos años, ya que con el aumento de sus colecciones y su producción de libros, fue necesario encontrarles acomodos más allá del territorio mexicano. Para ello, la editorial decidió fundar en 1945 su primera sucursal extranjera, la cual abrió en Argentina, bajo el mando de Arnaldo Orfila Reynal, teniendo como principal objetivo la distribución y comercialización de su producción editorial.
Parte de la historiografía sobre la internacionalización editorial en el mundo iberoamericano del siglo XX se ha nutrido de las perspectivas teóricas de la Escuela de Upsala y la teoría evolutiva de la corporación internacional. Así, el proceso se ha visto como algo gradual y acumulativo a largo plazo, que atraviesa una serie de etapas que permiten comprender la fortaleza de su presencia en los mercados externos.5 Si bien coincido con algunas de las propuestas de esta perspectiva, como la selección lógica de nuevos mercados de acuerdo con afinidades psicológicas y culturales que resulten más próximos, considero que también es necesario poner en relieve lo no gradual y acumulativo del proceso de expansión internacional debido al surgimiento de contingencias que ponen en cuestión y alteran las experiencias e ilusiones iniciales con los cuales se aventuraron las editoriales. A su vez, es necesario resaltar los condicionantes que llevan a la transformación o fracaso de estas iniciativas internacionales, con el objetivo de visualizar "retrocesos" o alteraciones que propician metamorfosis en las dinámicas del campo editorial. Por ello considero útil la propuesta de Sorá de "espacio editorial iberoamericano".
Siguiendo el caso de la sucursal argentina del FCE en sus primeros años, quiero poner en tensión las diversas contingencias históricas que afectaron y transformaron las estrategias iniciales de la filial. En este sentido, me centro en las formas de asociación y distribución comercial y editorial que el Fondo desarrolló con distintos actores argentinos y mexicanos. Esto permite observar los "retrocesos" y alteraciones que replantearon los escenarios e impulsaron cambios en las formas de trabajo de la editorial. En este sentido, los reajustes económicos globales en el entorno de la posguerra y la situación económica y política imperante en la Argentina peronista jugaron un papel fundamental en dichos cambios.
Para explicar lo anterior, el artículo está dividido en tres partes. La primera se centra en explicar el desarrollo de la sucursal en sus años iniciales y las problemáticas que enfrentó a la luz de las contingencias históricas de la época. Después se exploran las asociaciones que el Fondo y la sucursal realizaron con otras editoriales para la distribución y venta de sus libros en Argentina y España, así como las alteraciones de los planes iniciales. Por último, se profundiza en los convenios comerciales de la sucursal con editoriales y revistas de México y Argentina y las condiciones y problemáticas que atravesaron dichos convenios.
La sucursal argentina del Fondo: conformación y problemáticas en sus primeros años (1945-1956)
La formación de un organismo propio en Argentina respondió al especial interés que la editorial mexicana tenía por este país.6 Tal como señala una amplia bibliografía, esto se debió a que la producción editorial se encontraba en pleno auge. Vivía lo que algunos autores llaman su época de oro, aunque con una producción enfocada principalmente en la literatura, con pocas colecciones de ciencias sociales.7 Esto significaba un nicho de mercado desatendido, lo que representó una oportunidad para el Fondo de incrementar sus ventas e ingresos económicos. Por ello, la editorial decidió formar una sucursal propia, la cual comenzó a funcionar en enero de 1945 bajo la administración de Arnaldo Orfila.8 Entre las atribuciones legales que se le dio a la sucursal estuvieron la venta, la distribución de libros, la transferencia de recursos monetarios, además de la capacidad de celebrar contratos y asociaciones tanto en Argentina como en Uruguay y Paraguay.9 Durante la gestión de Orfila (1945-1948), la sucursal vivió un proceso de estructuración de funciones y procesos de operación cotidianas tales como ventas, distribución a lo largo de Argentina, contratación de nuevos libros, estrategias publicitarias o la transferencia de las ganancias del organismo hacía la casa matriz en México. Para esto último, la sucursal presentaba sus facturas de venta certificadas ante el Banco Central Argentino para conseguir los dólares necesarios con los cuales cubrir el envío del saldo a un banco en Nueva York, desde donde se triangulaba dicha transferencia con otro banco en México. A ello se sumó contar con una plantilla laboral que desarrollara las actividades de comercialización,10 con ocupaciones como corredores comerciales, contador, facturista, propagandista y encargado de almacén. Entre los trabajadores de planta, cabe señalar, había personal que militaba o había militado en el Partido Socialista Argentino, como el mismo Orfila,11 María Elena Satostegui12 o Delia Etcheverry, quien reemplazaría a Orfila en la gerencia de la sucursal en 1948.13
A finales de la gerencia de Arnaldo Orfila, y con la llegada de Etcheverry a la gerencia en 1948, se vivieron una serie de transformaciones globales y nacionales que afectaron el funcionamiento de la sucursal. Los reacomodos económicos globales posteriores a la Segunda Guerra Mundial propiciaron que los precios mundiales de las materias primas cayeran, afectando a los países productores como Argentina. Esto trajo un desajuste en la balanza comercial argentina. El menor flujo de divisas extranjeras provocó un aumento de la inflación, así como una merma en su capacidad de pago de importaciones.14 Lo anterior llevó a que el gobierno peronista aplicara una política de permisos cambiarios para realizar transferencias bancarias internacionales con el propósito de regular el flujo de divisas, principalmente de dólares. Esto ocasionó que la sucursal ajustara los traslados de saldos, sumando el proceso burocrático de la solicitud de los permisos ante el Banco Central Argentino.15
La aplicación de esta política causó fricciones entre los directivos del Fondo con las autoridades peronistas debido al otorgamiento irregular de permisos cambiarios para la editorial -y para las editoriales en general-, lo que inmovilizó la transferencia de las ganancias de la sucursal. Esto se debió a la escasez de divisas del gobierno argentino, el cual priorizó otorgar permisos a aquellos productos considerados esenciales para la economía.16 La junta de gobierno de la editorial, aprovechando sus vínculos con el gobierno mexicano, se apoyó en la estructura diplomática de este país en Argentina para realizar presión y realizar un acuerdo que regularizara el otorgamiento de permisos. Entre vaivenes diplomáticos y problemas económicos para el Fondo, propiciados por la continua devaluación de la moneda argentina -y con ello de los fondos de la sucursal-, se logró un acuerdo en diciembre en 1950, el cual permitió la trasferencia de los saldos pendientes, aunque sin regularizar el otorgamiento de permisos cambiarios.17
A esta situación frágil para la sucursal se sumó, en enero de 1950, una imposición de permisos de importación con el propósito de controlar aún más el ingreso de mercancías y el flujo de divisas.18 Al igual que lo sucedido con los permisos cambiarios, los permisos de importación se otorgaron de forma irregular, lo que dificultó el ingreso de embarques de libros para el Fondo en Argentina y provocó que por momentos se agotara el stock y la sucursal quedara paralizada. Esto sumó más tensión a las ya complejas relaciones entre la editorial y las autoridades argentinas. Fueron constantes los choques entre ambas partes con el propósito de renovar el acuerdo alcanzado en 1950 y regularizar el funcionamiento del intercambio editorial entre los dos países. En 1952 y 1954 se lograron renovaciones parciales, pero no sería sino hasta la caída del peronismo en 1955, a causa de la llamada Revolución Libertadora, que la situación de la sucursal se regularizaría. Con las nuevas autoridades argentinas la editorial logró un acuerdo en el cual el gobierno argentino se comprometió a autorizar la transferencia de los saldos pendientes, mientras que la sucursal aceptó que, desde ese momento, dichas transferencias se realizaran por medio del sistema libre de divisas, evitando fijar un precio preferente en la adquisición de moneda extranjera, como venía operando hasta entonces.19
Convenios de venta y distribución: la asociación con otros organismos argentinos
A partir de los problemas que enfrentó la sucursal entre 1948 y 1955, debido a contingencias globales que impactaron las políticas económicas del gobierno peronista, es posible interpretar una serie de transformaciones en las estrategias que adoptó la gerencia de la sucursal respecto a la firma de convenios de venta y distribución con distintas editoriales argentinas, al ver mermadas su capacidad económica y rentabilidad.
Algunas de las iniciativas que la sucursal proyectó en un inicio -como la venta a crédito o la distribución de libros a España- requerían una gran cantidad de recursos económicos, de los cuales no disponía. Esto llevó a que la editorial buscara asociaciones con editores y comerciantes argentinos para la firma de acuerdos comerciales. Estos tenían el propósito de unificar recursos por medio de un convenio y emprender la actividad pactada -ya fuese la venta o distribución de obras-, compartiendo las ganancias económicas entre los miembros de la sociedad. Por lo general, este tipo de asociaciones duraban poco debido a los constantes desacuerdos económicos y comerciales entre los socios.
Uno de estos acuerdos comerciales fue la Empresa de Difusión Editorial (EDE), creada en asociación con las editoriales Atlántida (dirigida por F. Salcedo) y Sudamericana (dirigida por Antonio López Llausas),20 con Miguel Intaglietta al frente.21 Esta empresa tenía como propósito vender colecciones de libros de las editoriales asociadas en versiones de lujo, enfocando dicha oferta al público coleccionista y bibliófilo. La asociación se planteó con el propósito de facilitar que el método de pago fuese a créditos blandos a mediano plazo.22
El funcionamiento de EDE fue irregular desde su inicio en 1947, ya que las ventas de las colecciones del Fondo -como Tierra Firme, Tezontle o Economía- eran bajas en comparación con las logradas por las editoriales socias, a pesar de que estas tampoco eran significativas.23 Esto causó desacuerdos entre las editoriales y la distribuidora, pues esta última, ante las pocas ventas, trató de violar el acuerdo de exclusividad de distribución para comercializar libros de otras casas editoras y hacer más dinámico el negocio.24 Las editoriales socias, por supuesto, se negaron, pues consideraban que la empresa había sido creada solo para sus colecciones.25 Ante estos malentendidos, EDE decidió no hacer pedidos a las editoriales socias en octubre de 1949, además de evitar que sus corredores de ventas laborasen para estos sellos.26 Como resultado, los socios determinaron disolver la sociedad en abril de 1950. Sin embargo, para el caso del Fondo, la decisión también estuvo influenciada por la cuestión de las pérdidas económicas que había tenido la empresa, sobre todo en la coyuntura de las dificultades económicas propiciadas por los permisos cambiarios.27
Otro convenio que el Fondo elaboró con organismos argentinos fue para la distribución de sus libros hacía España. Ante la inexistencia de relaciones formales entre el gobierno mexicano y el español al término de la Guerra Civil española, las relaciones comerciales entre estos dos países se vieron seriamente afectadas.28 Por ello, el Fondo vio al territorio argentino como un espacio de conexión para el envío de sus paquetes de libros hacía España, debido a que existían buenas relaciones comerciales entre el gobierno franquista y el peronista.29
Ante esta iniciativa, el Fondo buscó asociarse con otras editoriales ya que la cuestión no se limitaba al envío de libros hacía España, sino que implicaba también su recepción, distribución y venta dentro del país ibérico. Para ello se formó la Editorial y Distribuidora Hispanoamericana S. A. (EDHASA) en enero de 1947, producto de la sociedad del Fondo con las editoriales argentinas Sudamericana y Emecé.30 Con la unión de estas editoriales latinoamericanas, se tuvo una mayor capacidad de penetración comercial en el territorio español,31 facilitando la tarea para la sucursal argentina, que se limitaba a coordinar el tránsito de los paquetes de libros en su camino desde México a España. Esto consistía en la recepción de paquetes enviados por la casa matriz a la aduana argentina, los cuales eran remarcados con etiquetas de la sucursal para cubrir los rótulos anteriores con los nuevos y así dar la impresión de que los paquetes no habían sido enviados desde México sino de Argentina.32
Inicialmente Arnaldo Orfila mantuvo una postura mesurada sobre el desarrollo de EDHASA, pues aunque consideraba que las ventas registradas eran buenas para el arranque de la empresa, también tenía dudas sobre cómo podría reaccionar el mercado editorial español a la implementación de medidas proteccionistas por parte del gobierno franquista para la defensa de su industria editorial.33 Esto se hizo realidad cuando el gobierno español comenzó a obstaculizar las transferencias de las ganancias económicas hacía Argentina, lo que complicó su funcionamiento y causó tensiones entre las distintas editoriales asociadas.34
Estas dificultades llevaron a que Sudamericana y Emecé buscaran terminar con EDHASA.35 La insistencia de los socios por liquidar la distribuidora fue persistente, como revelan las continuas peticiones que llegaban a la junta de gobierno para que se resolviera la situación y las constantes solicitudes de informes a la gerencia de la sucursal argentina sobre el funcionamiento de EDHASA para resolver lo conveniente.36 Ante la insistencia de los socios, en marzo de 1952 la dirección del Fondo decidió mantener el funcionamiento de la distribuidora, liquidó las partes de Sudamericana y Emecé y dejó a José María Llovet -hijo de Antonio López Llausas- al frente de la compañía.37
La persistencia del Fondo para proseguir con EDHASA en solitario se explica por la rentabilidad del negocio para la editorial. Distinto fue el caso de Sudamericana y Emecé, para las cuales resultó más conveniente salirse de la asociación que seguir con ella, ante las dificultades económicas que suponía la coyuntura económica del peronismo. Esto implicó una transformación en la estrategia inicial de la editorial mexicana, que buscó adaptarse al nuevo entorno del campo editorial modificando el funcionamiento de EDHASA, pero procurando mantener la ganancia económica a su favor.
Comercialización de la producción ajena entre México y Argentina
La sucursal argentina del Fondo también desarrolló otro tipo de asociaciones con actores mexicanos y argentinos, principalmente editoriales más pequeñas, revistas y autores. Con estos convenios comerciales, la sucursal se encargó de la venta y distribución de los impresos de "pequeños productores" tanto en Argentina como en otros países latinoamericanos, con lo cual los acuerdos se convirtieron en un nodo de distribución y comunicación entre diversas industrias y mercados de la región. Pero esta estrategia que desarrolló la sucursal en sus inicios se modificó a la luz de los problemas económicos que enfrentó a causa de la imposición de los permisos cambiarios y de importación.
En un inicio, la editorial mexicana analizaba cada propuesta de convenio, con base en la viabilidad económica y el margen de ganancias que este dejaría. Ello se debía a que la realización de estas actividades implicaba el consumo de importantes recursos para el Fondo, como los costos monetarios del envío de libros y la fuerza laboral. Por su parte, las editoriales, revistas y autores que negociaban un convenio comercial con la sucursal tenían como motivación lograr mayor circulación de sus obras en nuevos mercados a los cuales no podían acceder por sí solos. Tal como señala Gustavo Sorá, no todas las empresas editoriales -mucho menos un autor individual- tenían los recursos financieros y humanos para superar las fronteras nacionales y acceder a otros mercados de la región.38
A lo largo del periodo estudiado, fueron cinco las editoriales mexicanas que el Fondo distribuyó en Argentina. En la siguiente tabla se detallan tanto la editorial como el periodo durante el cual fue distribuida.
Editorial | Distribución |
---|---|
El Colegio de México | 1945-1956 |
Cuadernos Americanos | 1945-1956 |
Porrúa | 1947-1956 |
UNAM | 1950-1956 |
Instituto Panamericano de Geografía e Historia | - |
Fuente: elaboración propia a partir de Archivo Histórico del Fondo de Cultura Económica (AHFCE), Ciudad de México, Fondo Filial Argentina.
Tal como es posible observar, algunos de estos sellos, como Cuadernos Americanos o El Colegio de México (COLMEX), empezaron a distribuirse a la par de la formación de la sucursal en 1945.39 A su vez, los directivos del FCE mantenían estrechos vínculos con algunas de estas instancias, como en el caso del COLMEX, institución en la que se encontraba Daniel Cosío Villegas, o el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, del cual era director el historiador Silvio Zavala, asesor de la colección de historia del FCE.40
A pesar de que los convenios firmados con las editoriales mexicanas se suponían viables, las ventas no siempre prosperaban de acuerdo con los cálculos iniciales, aun cuando al Fondo se le ofrecía un porcentaje considerable de descuento sobre el costo original del libro -entre el 40 y el 50 %-, con el objetivo de que fuera redituable para la editorial. Es por ello que en diferentes ocasiones existió la necesidad de ajustar el acuerdo inicial para hacer plausible el funcionamiento del convenio. Así sucedió con la editorial Porrúa, con la cual se acordó un 30 % de descuento en el precio de los libros, pero en la práctica, la cifra resultó ser insuficiente para que el Fondo tuviera ganancias. De ahí que, por sugerencia de Daniel Cosío Villegas, Arnaldo Orfila tuviese que aumentar el precio de venta al público de los libros de Porrúa en un 50 % para hacer la operación económicamente viable.41
Por otro lado, los convenios comerciales con revistas mexicanas generalmente involucraron a personas que estaban vinculadas de una u otra forma al Fondo como miembros de la junta de gobierno o autores publicados por la editorial. Esto propiciaba cierta cercanía y compromiso por parte de los directivos del sello mexicano para aceptar la firma del convenio y que la publicación fuera distribuida por la sucursal argentina. El funcionamiento de estos acuerdos representaba una triple tarea para la sucursal, pues esta se encargaba de la circulación, comercialización y transferencia de las ganancias a México. Como es posible observar en la siguiente tabla, fueron siete las revistas que se comercializaron durante los años estudiados:
Revista | Titular / encargado | Distribución |
---|---|---|
Cuadernos Americanos | Jesús Silva Herzog | 1945-1956 |
El Trimestre Económico | Daniel Cosío Villegas | 1945-1956 |
Revista de Filosofía y Letras | Eduardo García Máynez | 1947-1956 |
Revista Mexicana de Sociología | Lucio Mendieta y Núñez | 1947-1950 |
Revista de América | Germán Arciniegas | 1947-1952 |
El Hijo Pródigo | Octavio Barreda | 1947-1948 |
Tiempo | Martín Luis Guzmán | 1948 |
Fuente: elaboración propia a partir de AHFCE, Ciudad de México, Fondo Filial Argentina.
La operación de este tipo de convenios comerciales también fue susceptible a problemas políticos. Las revistas ocasionalmente abordaban temas que causaban molestia a las autoridades peronistas y esto significaba inconvenientes para la sucursal.42 Este fue el caso de las restricciones a la circulación que impuso el gobierno argentino a diversos números de Cuadernos Americanos en 1953, debido a la publicación del artículo de Víctor Alba, "El movimiento obrero en América Latina". Allí, el autor hacía fuertes críticas en contra de distintas agrupaciones sindicales en diversos países de la región e incluía al movimiento sindical peronista como uno de los sectores imputados.43 El texto causó malestar en ciertas esferas del gobierno peronista, las cuales comenzaron a obstaculizar la comercialización de la revista por medio de la interceptación de los paquetes que se enviaban desde México en la aduana argentina.44 Esto despertó suspicacia en los trabajadores de la casa matriz del Fondo, quienes pidieron una audiencia con el embajador mexicano en Argentina para plantearle la situación. Intuían que de entrada existía una prohibición de entrada a Cuadernos Americanos al país sudamericano. El embajador se comprometió a dialogar con los directivos de correos y de la aduana argentina.45 Producto de ese diálogo, se confirmó el veto y se posibilitó su levantamiento, así como la devolución de los paquetes que permanecían en poder de la aduana. El embajador también señaló que las autoridades argentinas habían lanzado la advertencia de que la situación no se volvería a repetir, siempre y cuando la revista no tuviera contenidos "pecaminosos".46 Como se puede observar, los convenios de distribución con editoriales y revistas mexicanas se firmaron durante los primeros años de operación de la sucursal y formaron parte de las estrategias iniciales de operación del organismo. Sin embargo, con los problemas vividos por el Fondo en Argentina a raíz de la aplicación de permisos cambiarios y de importación, se dejaron de realizar convenios comerciales con terceros -salvo el caso de la UNAM en 1950-. Es posible suponer que esta negativa a firmar nuevos acuerdos se debió a los altos costos que implicaban este tipo de operaciones y el poco margen de ganancias económicas, las cuales se veían aún más limitadas por las dificultades para transferir los saldos hacía México. A ello también se pueden sumar las trabas a la operación de la sucursal por motivos políticos, razones por las cuales la sucursal y la casa matriz optaron por prescindir de cualquier nueva propuesta de acuerdo y limitarse a continuar con los convenios ya vigentes.
Por otro lado, para los convenios comerciales celebrados con escritores argentinos para la distribución de sus libros en México, la sucursal solo funcionó como encargada del envío de los ejemplares, dejando el resto de las tareas a la casa matriz del Fondo. Estos acuerdos inicialmente fueron bien vistos por la editorial, pero a partir de 1948 comenzaron a ser rechazados. Este cambio de postura se debió a lo sucedido con el convenio celebrado en 1948 con Juan Esteban Pessano para la distribución de su libro Cáncer. Introducción a su diagnóstico. En dicho convenio se acordó la distribución de cincuenta ejemplares del libro en México, con un pago de quince pesos argentinos por libro vendido para el autor.47 Sin embargo, una vez comenzó su comercialización, las ventas no evolucionaron de la manera esperada. Pasado un año de la firma del acuerdo, no se había vendido ningún ejemplar. Arnaldo Orfila consideró que las nulas ventas se debían a que el libro no tenía un perfil adecuado como texto escolar -su principal mercado-, lo que dificultaba su comercialización frente a otras obras del mismo perfil.48 A partir de este suceso, las autoridades del Fondo determinaron rechazar cualquier propuesta de convenio de este tipo. Esta decisión también puede ser entendida a partir de las limitaciones económicas que empezó a sufrir la editorial con la imposición de los permisos cambiarios, pues al tener una gran cantidad de recursos económicos "inmovilizados" por la situación en Argentina,49 la falta de fluidez monetaria llevó a la editorial a disminuir pérdidas o gastos considerados innecesarios.
Por su parte, los convenios de comercialización con revistas argentinas siguieron parámetros muy similares a los mexicanos, ya que solo se aceptaron aquellos provenientes de personas que tenían estrechas relaciones con la editorial, como es el caso de Victoria Ocampo con Sur y José Luis Romero con Imago Mundi, cercanos a Daniel Cosío Villegas y Arnaldo Orfila. En estos convenios la sucursal era la encargada del envío de los ejemplares hacía México. A su vez, la casa matriz se encargaba de distribuir y vender, además de realizar la cobranza y la trasferencia de los saldos de venta.
Con todo, la sucursal también rechazó propuestas de personas cercanas a ella, como es el caso de Francisco Ayala y su revista Realidad. Este escritor español propuso a Arnaldo Orfila la posibilidad de que el Fondo se encargara de distribuir la publicación en México, apelando a las buenas relaciones que mantenía con Daniel Cosío Villegas,50 pero ante la solicitud, Cosío Villegas se mostró inflexible y la rechazó de la siguiente manera:
Ningún inconveniente tendríamos en encargarnos de la distribución en México de REALIDAD; pero como sé perfectamente bien que la revista por más que se haga, se venderá apenas, y como sé también que los directores de ella, quien quiera que sean, no admitirán que la poca venta se debe a la falta de interés en el público sino a ineptitud del distribuidor, prefiero privarme del placer de prestar un servicio y de ganar para el Fondo diez centavos mensuales, con tal de mantener el prestigio de nuestra casa.51
La negativa de Cosío Villegas para aceptar la solicitud del acuerdo saca a relucir dos elementos que la editorial consideraba fundamentales para la formalización de un convenio justo en la coyuntura de la imposición de permisos cambiarios. El primero era la viabilidad económica de la empresa. De ahí que se rechazaran todas las propuestas que resultaran perjudiciales para las finanzas de la editorial. El segundo era la formalidad de las relaciones que llevaría con los encargados de las publicaciones, con quienes se buscaba evitar conflictos innecesarios a futuro debido a la cercanía que tenían algunos de ellos a la editorial. Es posible intuir que a posteriori este tipo de negativas se generalizó aún más, pues ante los perjuicios monetarios que sufrió la editorial con los problemas de la sucursal, se aumentaron los esfuerzos por reducir gastos innecesarios y empresas sin ganancias económicas.52
Conclusiones
A partir de las páginas anteriores es posible considerar que durante sus primeros años de funcionamiento la sucursal argentina del Fondo de Cultura Económica fungió como un nodo de comunicación entre las industrias y los mercados editoriales de México y Argentina. Esto la puso en una posición particular para comprender las relaciones políticas, económicas, culturales y editoriales en la región. El papel que desarrolló en la política de expansión comercial desarrollada por el Fondo en la década de 1940 y 1950 permite considerarla la puerta de entrada de la editorial mexicana a los mercados globales, pues no solo sirvió como contacto para otros países de la región -como Chile, Uruguay o Paraguay- sino que también fue el acceso al mercado español. En este sentido, es posible considerar que las sucursales y filiales extranjeras que formaron diversas editoriales latinoamericanas durante esta época fungieron como organismos de avanzada que permitieron su inserción e interacción con nuevos mercados editoriales.
Asimismo, el caso de la sucursal argentina del Fondo de Cultura Económica hace necesario poner en relieve los problemas que vivieron este tipo de organismos a la luz de eventualidades históricas inesperadas que provocaron virajes en las estrategias inicialmente adoptadas y transformaciones en sus mecanismos y lógicas de funcionamiento. Esto con el propósito de ver las sucursales no solo como estadios de experiencias que siguen una lógica predeterminada y ascendente, sino como mecanismos contingentes, susceptibles a "retrocesos" o fracasos en su operación cotidiana que ocasionalmente las llevaron a su cierre.
De cara a futuras investigaciones, resulta conveniente señalar la necesidad de profundizar en el estudio de las representaciones comerciales de editoriales latinoamericanas en mercados externos a sus países de origen. A través de ellas resulta posible conocer algunas de las tensiones y negociaciones fundamentales del campo editorial latinoamericano de mediados del siglo XX, sobre todo en el cruce de dinámicas nacionales, internacionales y globales, capaz de provocar rearticulaciones y fragmentaciones momentáneas. A su vez es necesario profundizar en el análisis de las legislaciones aplicadas por los gobiernos a la exportación e importación de libros durante la época, y cómo esto llevó a confrontaciones entre diversos actores de los principales centros editoriales del periodo: Argentina, México y España.