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Signo y Pensamiento

Print version ISSN 0120-4823

Signo pensam. vol.28 no.54 Bogotá Jan./June 2009

 

Sociedad digital, sociedad dual

Digital Society, Dual Society

 

GUSTAVO CIMADEVILLA*

* Gustavo Cimadevilla. Argentino. Licenciado y doctor en Ciencias de la Comunicación; magíster en Extensión y Desarrollo, Universidad Federal de Santa Maria, Brasil. Coordinador en la Asociación Latinoamericana de Investigadores de Comunicación (Alaic), del Grupo de Trabajo de Comunicación, Tecnología y Desarrollo. Docente investigador y profesor asociado del Departamento de Ciencias de la Comunicación, Universidad Nacional de Río Cuarto, Argentina. Correo electrónico: gcimadevilla@hum.unrc.edu.ar.

Submission date: September 29, 2008 Acceptance date: October 27, 2008

Recibido: Septiembre 29 de 2008 Aceptado: Octubre 27 de 2008


Far from working-class and peasant struggles against machines and closer to the worries and never-ending debates of the late 8o's in the 20th century, herein we focus on the microelectronic and telematic revolutions in the midst of a society that purports to seduce itself and us with the development and growth of digital technologies and intelligent devises; we find it timely to review the pros and cons of what we can call digital dualism, a state of affairs loaded with innovations, statistics, and tendencies that underwrite some sort of technological optimism. This paper raises questions and explores lines of debate which attempt to stray from the techno-phobia and/or the techno-philia which has characterized so many debates on the field.

Keywords: Digital society, information, communication


Lejos de las luchas obreras y campesinas contra el maquinismo, más cerca de las preocupaciones y debates interminables de los años ochenta del siglo xx, centrados en la revolución microelectrónica y la telemática; pero dentro de una sociedad que procura seducirse y seducirnos por el crecimiento de las tecnologías digitales y los dispositivos inteligentes, es oportuno repasar las caras y contracaras de lo que puede denominarse dualismo digital, un estado de realidad altamente cargado de novedades, estadísticas y tendencias que auguran cierto optimismo tecnológico. El trabajo plantea interrogantes y explora líneas de discusión que procuran apartarse de la tecnofobia y la tecnofilia, que han caracterizado a muchos de los debates del campo.

Palabras Clave: Sociedad digital, información, comunicación


Origen del artículo

El texto recupera y actualiza las principales ideas presentadas y discutidas en los congresos de Intercom, XXIX edición (Brasilia, setiembre de 2006), y de la Universidad Javeriana (sede Cali), Congreso de Tecnocultura y Comunicación (mayo de 2007). El autor agradece los comentarios y sugerencias recibidas.

Introducción

Cuando en la segunda mitad del siglo XIX las transformaciones del industrialismo y la mentalidad moderna avizoraban un futuro de progreso y prosperidad, el político y escritor inglés John Morley (1838-1923) acuñó una frase que llegó a incomodar: "Allí donde es un deber adorar al sol, probablemente sea un delito examinar las leyes del calor" (1872 )1La sentencia, por cierto provocadora, para pensar las transformaciones de su época, no deja de tener vigencia, toda vez que al pensar el mundo compartido observamos cuáles son las configuraciones y dinámicas que se imponen y sus implicancias socioculturales. Pues bien, si la sociedad tecnológica en su versión digital llegó para quedarse y su seducción, belleza y magia nos cautiva, no olvidemos, entonces, examinar sus leyes. O para plantearlo con un término más amigable para las ciencias sociales, no olvidemos examinar sus condicionantes sustantivos.

Como a diario podemos constatar, los datos que nos hablan acerca de la penetración de los dispositivos digitales en nuestras sociedades se vuelven viejos ni bien los terminamos de receptar. Las cifras, los relatos y las cuotas de optimismo tecnológico son, por cierto, crecientes. En los últimos años, por ejemplo, la tasa de incorporación de telefonía móvil en cualquiera de nuestros países ha seguido tendencias nunca vistas anteriormente para ese tipo de dispositivos de contacto, lo que sobrepasa de manera clara la tradicional telefonía fija y atraviesa todas las clases sociales. Casi lo mismo podemos decir de Internet y su versión última de banda ancha y/o de acceso inalámbrico, pero acotada a cierto segmento social.

Las secciones de "economía" y/o "sociedad" de los diarios, las publicaciones y los sitios especializados, como www.tendenciasdigitales.com2—entre tantos otros—, ofrecen múltiples evidencias de las transformaciones del paradigma tecnoeco-nómico instalado, a decir de Carlota Pérez (1986). Pero esa realidad y tendencias no sólo se vinculan al mercado, también incluyen las políticas públicas. En mayor o en menor medida, los estados se ven obligados a acompañar y, en algunos casos, proyectar sus políticas para ajustarse a los nuevos tiempos3.

De modo que si los indicadores, las políticas y los escenarios son tan auspiciosos, ¿vale preocuparse? Según la firma eMarketer, con sede en Nueva York y especializada en estadísticas relacionadas con Internet, la región, a fines del 2006,tenía aproximadamente 60 millones de usuarios de la red con tendencia creciente4 . ¿No es acaso una buena noticia? ¿No habrá sólo que esperar a que el proceso se amplíe y consolide?

La preocupación, en todo caso, aparece cuando frente al espejo se insinúa otra cara. Y es que las estadísticas también muestran que "la brecha digital interna" no decrece. El 70% de la población latinoamericana y caribeña de más altos ingresos (que representan el 15 % del total) tenía acceso a Internet en el 2004, mientras, por contraste, la conectividad regional era estimada en un 10 %, apuntó el titular de la cepal, José Antonio Ocampo5. La brecha, confirma Carlos Razo —oficial de Asuntos Económicos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal) —, "se extiende" (2008). Hoy la conecti-vidad se calcula con cierto optimismo en un 18 %, pero las proporciones de crecimiento no alcanzan, de igual manera, lo que en algún momento se denominó "inforricos" e "infopobres"6. Ni los segundos parecen usufructuar de los avances de los primeros.

Esa brecha interna, según lo explica el experto venezolano Víctor Suárez:

Se caracteriza por la ausencia de acceso efectivo a Internet por parte de la población de menores recursos y con asiento geográfico remoto, pero también está asociada a la creciente imposibilidad de gozar de otros servicios provistos por las tecnologías de información.

En México, menos del 10% de la población sabe usar una computadora. En el otro extremo, hay 10% de analfabetos y un porcentaje similar de la población sin acceso a un teléfono, aunque el plan del gobierno es llevar los internautas de seis a treinta millones. Los críticos del plan 'Comunidades digitales' destacan que en las zonas pobres hay prioridades más urgentes, y el especialista mexicano en mercado de tecnología Javier Matuk se pregunta: "¿ Qué va a hacer una comunidad pobre con las computadoras ?, ¿ consultar su saldo en el banco, leer su correo ? "7. En una barriada humilde de Buenos Aires, en tanto, la organización no gubernamental La Lechería consiguió dos computadoras para un programa de ayuda a niños y adolescentes. Hace año y medio se las robaron habitantes del mismo barrio. Consiguieron otra, y también se la robaron... reza una de las tantas crónicas que publica el matutino Clarín8.

"La brecha digital es, en esencia, un subproducto de brechas socioeconómicas preexistentes", advirtió la cepal en un informe analizado en la Conferencia Ministerial de América Latina y el Caribe para la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (2007), que se llevó a cabo en Bávaro, al este de República Dominicana9. Y ese, en todo caso, es el punto principal de la inflexión. Quizá una de las "leyes" que John Morley invita a revisar.

De ese modo, cuando se advierten esos números y esas realidades, cobran total sentido algunas preguntas básicas que merecen nuestra atención: ¿ sabemos cuán digitalizados estamos ? ¿ Cuán cerca de la sociedad de la información nos colocamos y sentimos? ¿Cuán ciberciudadanos somos?

Sociedad digital

Jesús Martín Barbero afirma: "La sociedad de la información no es sólo aquella en la que la materia prima más costosa es el conocimiento sino también aquella en la que el desarrollo económico, social y político, se hallan estrechamente ligados a la innovación que es el nuevo nombre de la creatividad sociocultural". Luego agrega:

Frente a esa constatación sociológica se acumulan —sin embargo— los relatos del desencanto que ven en la cultura no el espacio de la producción y la creatividad sino el escenario de la degradación más profunda de lo humano, erosionado justamente por aquellas mutaciones tecnológicas que llevarán a su extremo el fracaso de la creencia secular en el progreso moral y político; esto es, en el paso natural del cultivo de la inteligencia a un comportamiento social constructivo. ¿Adónde nos llevan hoy esos relatos del desencanto? —se pregunta—; ¿puede su lúcido pesimismo ayudarnos a afrontar las contradicciones que la globalización envuelve, o sus argumentos son la legitimación de un nihilismo escapista? (Martín-Barbero, 2008)

La cuestión no es menor si es que pretendemos que una problematización de esos ejes trate de situarnos con una mirada que tome distancia de la tecnofilia y tecnofobia recurrente en los planteos radicales. Esto es, en creer que lo tecnológico por sí mismo merece defenderse sin reparos o, por el contrario, que todo lo vinculado a lo tecnológico no hace otra cosa que profundizar las desigualdades de este mundo y, por tanto, nos invita a rechazar cualquiera de sus innovaciones. En ese sentido, la propuesta de observar las caras y contracaras de los procesos de tecnodigitalización de nuestras sociedades resulta vital en vistas de pensar política y estratégicamente los caminos más razonables para seguir. O, como expresa Habermas, "para el buen vivir" que la modernidad prometía (Habermas, 1986).

Responder a ese desafío no implica quedarnos con largos listados estadísticos, sino, sobre todo, observar el marco sociocultural en el que esos números y propiedades toman su sentido. Importa, por ejemplo, abordar las razones que explican el modo como nuestras sociedades se acoplan tan rápidamente a esta "revolución digital", para lo cual repasar otros capítulos igualmente significativos de nuestra historia de debates no sólo resulta necesario, sino, también, impostergable. La discusión sobre los impactos que la tecnología tiene en los escenarios sociales no es nueva. Más bien, apenas aparece la existencia de dispositivos comienza a transformar las relaciones sociales. Lo que conocemos como movimiento luddista a inicios del siglo xix, por ejemplo, es un antecedente clásico de aquélla10.

¿ Qué consideraciones nos merecen los planteos de resistencia de esas épocas ? ¿ Qué cuestiones centrales abordaba Marx, por caso, para entender los periodos de cambios y prefiguración y proyección del industrialismo que transformó Europa y luego heredamos? ¿Qué diferencias sustanciales encontramos entre aquellos procesos y los que vivimos en la actualidad, donde el factor común es la incorporación de la tecnología y el conocimiento a la dinámica de nuestras sociedades?

Por otro lado, y en el marco de esa historiografía de discusiones, no podemos soslayar lo que en el siglo pasado atravesamos en las décadas de los setenta y ochenta. Me refiero a los atrapantes y ricos debates en torno al estudio y análisis de lo que se presentaba como una "revolución microelectrónica". ¿Qué concluimos, aprendimos y redireccionamos luego de esos grandes planteos ? ¿ Qué cambió, en definitiva, en el panorama de nuestros horizontes que ahora todo se resume a la adopción ? ¿ A la incorporación simple y llana de todo lo nuevo que llega al mercado, cualquiera sea su promesa de ponernos más cerca y feliz del mundo digital ? ¿Ya no hay resistencias ? ¿Ya no hay alternatividad ? ¿ Nada nos puede enseñar esa historia ? ¿ Qué caras, por ejemplo, se manifiestan hoy verdaderamente promisorias y qué "contracaras" denuncian el dualismo digital y sus consecuencias no siempre buscadas?

¿Son los números de las estadísticas que se divulgan suficientes para imaginar que vivimos de pleno en eso que se presenta como "sociedad de la información", "sociedad del conocimiento"... ? Son esos números significativos para contrastar enfá- j tica y optimistamente otros contornos de nuestros escenarios como los que nos develan los vinculados a los ámbitos de pobreza e indigencia (en Argentina, por citar mi país, hoy esas cifras son mayores a las que teníamos cinco décadas atrás); los cuadros de drogadicción crecientes y los Estados paralelos promovidos por quienes controlan ese mercado; la marginalidad en sus diversos tipos; las realidades paralelas sin tolerancia; los escenarios de otras modernidades presentes y a riesgo de exclusión; y las otras no modernidades igualmente en riesgo de marginalizarse.

En general, realidades afectadas —para la alta modernidad vigente— por carecer de vínculos con esos dispositivos. Carencias no sólo de infraestructuras, de condiciones de consumo o de condiciones y habilidades tecnológicas para sumarse a los usos y adopciones, sino, también, carencias de sentido, carencias de significación y de identificación con esos dispositivos, pese a que el mundo de dirección única empuja cada vez más a hacerse socio del club digital.

Desde la comunicación, desde su cultivo como disciplina y desde su cultivo como campo de investigación, ¿podemos aportar en algo a esas caras y contracaras? Un camino que conocemos es tratar de darle visibilidad al fenómeno; darle entidad y carácter de problema. Y, en ese marco, mostrar las alternativas que desde los diversos ámbitos—políticos, económicos, educativos, entre otros— se consideran o deberían considerarse. ¿Lo hacemos ?

Así pensemos, por ejemplo, en algunos dispositivos cotidianos que nutren la administración de nuestras vidas. Pensemos, por caso, en los dispositivos de interacción virtual para interaccionar con los bancos11; pensemos en los jubilados que precisan manipular esos dispositivos para acceder a sus magros ingresos de pasivos; o pensemos en todo lo que implique reclamar a entidades públicas, reclamar a empresas de servicios, etc. Esto es, pensemos en lo que supone acceder y usar esos dispositivos. En general, dispositivos de interacción mediados por tecnologías de respuesta automática (por ejemplo, los 0800 ó los sitios web). ¿ Son ellos lo eficiente que se pregona?

En discusiones anteriores (Cimadevilla, 2007, pp. 105-118) pretendí mostrar cómo muchos de los supuestos que se sostienen en torno a esas tecnologías resultan falaces; y, por tanto, implican políticas no siempre consecuentes con el bienestar colectivo. Veamos brevemente a qué me refiero:

a. Primera falacia: la existencia supone disponibilidad. En muchos casos, las políticas públicas o privadas —por ejemplo, vinculadas a servicios— parten de suponer que al existir determinados dispositivos, con ello va implícita su disponibilidad. Esto es, su acceso libre de condicionamientos. Algunos ejemplos —que nos deben seguramente recordar otros— los proporciona la investigación de Monge (2004), cuando observa que en la política de instalación de "telecentros" en Argentina se llegó al extremo de asignar computadoras a zonas sin disponibilidad de líneas telefónicas; y en plena época, vale aclararlo, en que esos dispositivos no tenían la alternativa inalámbrica.

b. Segunda falacia: la disponibilidad lleva al acceso. Como es dable suponer, no necesariamente la disponibilidad de infraestructuras y dispositivos tecnológicos sugieren que los públicos tengan la posibilidad de su acceso. Buena parte de la llamada "brecha tecnológica" se liga a esa circunstancia. Cuestiones económicas, generacionales, de género, de educación y de desarrollo de habilidades tecnológicas (Becerra, 2005), y también—podemos agregarle— de actitud o afinidad con los nuevos lenguajes inciden, aun cuando los argumentos sobre los beneficios de la sociedad digital no los incorpore. Una prueba de esa distinción (que en muchos casos Hiscrimina) se vuelve concreta Itoda vez que se reconocen per-Tiles de usuarios y, por tanto, perfiles característicos de quienes operan los dispositivos. La investigación de Cabello (2006), por ejemplo, revela que sólo el 112% de las escuelas bonaerenses tenían pc para usos pedagógicos,aun cuando para ello fueron asignados; las instituciones los destinaban, básicamente, a tareas administrativas. La misma autora, en ese sentido, revela en una investigación reciente (Cabello, 2008) que las políticas de difusión de tecnologías de la información y la comunicación (tic) en la educación se han dado, hasta el momento, de manera asistemática, sobre todo apoyada en la distribución de equipamiento tecnológico. Esas políticas:

No han logrado siquiera promover un proceso de afluencia hacia abajo [...] y a pesar de la presencia sostenida de las tic en la vida cotidiana, los profesores de los futuros docentes no se relacionan con los medios informáticos y suponen que sus alumnos los manejan por el sólo hecho de ser jóvenes. (Cabello, 2008, p. 68)

c. Tercera falacia: el uso permite alcanzar resoluciones. Conviene recordar que el desarrollo de infraestructuras de vínculo tecnológico necesitan algo más que la instalación de los mecanismos necesarios. Si un dispositivo 0800, por ejemplo, no está acompañado de un buen equipo —con capacidad de recepción suficiente— de atención, canalización y seguimiento de los casos de contacto difícilmente puede resultar, en la perspectiva del usuario, eficiente... (un ejemplo extremo lo registramos en nuestra región, donde un candidato a jubilarse ocupó más de 600 horas para conseguir el contacto telefónico de un servicio 0800 que supuestamente iba a agilizarle sus trámites).

d. Cuarta falacia: la resolución más conveniente se alcanza desde la virtualidad. ¿Qué necesita, por ejemplo, un jubilado de su órgano previsional?, ¿qué necesita un contribuyente de su municipio?, ¿qué necesita un usuario de su empresa de telefonía? Lo primero que necesitan es ser escuchados. Su problema o inquietud tiene, necesariamente, una primera condición, y es poder compartirla con quien tiene responsabilidades de provisión o servicio... Muchos de los dispositivos son preprogramados. Pueden registrar, pero no escuchar, contemplar y ofrecer respuestas ad hoc.

e. Quinta falacia: la virtualidad, en cuanto información, suplanta a la comunicación y se constituye en su equivalente. Finalmente, cabe insistir en que el registro, el envío de información automática, el aviso, etc., no se constituyen —en la mayoría de los casos— en otra cosa que modos artificiales de administrar reclamos, inquietudes y solicitudes. Si la eficiencia está atenta al número posible de registros administrados y en eso resulta plausible, por oposición anula toda calidad de consideración ciudadana. Las personas desaparecen tras los números y juegos binarios. No hay reciprocidad posible, tampoco esfuerzos de interpretación o comprensión. Hay, en una versión clásica, un interciones con el ambiente, los planteos de minorías, los foros de diálogo y encuentros —entre muchos otros— ganen visibilidad, presencia y capacidad de emisión y reclamo. Esos mismos dispositivos son, por ejemplo, los que han colaborado para que personas desconocidas entre sí puedan hacer circular mensajes de textos en repudio a la muerte del docente Carlos Fuentealba en la provincia de Neuquén, hace poco más de un año, víctima de la represión policial conducida por un gobernador amigo de la fuerza disuasiva de las armas, al son del "gatillo fácil". "Las tizas no se manchan con sangre", visualizaban las pantallas en un unísono vertiginoso que se leía en miles de celulares activos a lo largo del país.

Esos mismos dispositivos (por caso, Internet) cambio de informaciones; no hay, sin embargo, cosa común, entendimiento, comunicación, para decirlo en términos de Pasquali (1980).

Y las falacias, sin duda, colaboran y conducen —en muchos casos— a políticas equivocadas, a enmascarar las bases estructurales de la desigualdad, a desresponsabilizar al Estado y a las empresas, y a colaborar en reafirmar una cultura binaria de incluidos y excluidos, o, para parafrasear a Néstor García Canclini (2004), de conectados y desconectados, de diferentes y desiguales que quedan al margen de la tecnodigitalización.

Pero bien dijimos que no hay cara sin contracara, y viceversa. Esos mismos dispositivos son, también, los que han colaborado a experiencias antes impensables y a apropiaciones antes imposibles. Tan sólo por citar algunas, pienso en un pequeño texto que bajo el título de Internet y lucha política, los movimientos sociales en la red nos ofrecen los colegas Martínez, Marotias y Movia (2006), quienes analizan cómo la red ha servido y de hecho sirve para que diversos movimientos sociales en el campo de la política reivindicatoria, las preocupason los que permitieron trascender al Comandante Marcos o a las reivindicaciones de justicia de un montón de actores que, 1 hasta entonces, combatían su ' anonimato alzando una voz escasamente escuchada. O, incluso, a identificar a hijos de desaparecidos (perseguidos por la dictadura 1976/1983), como ha ocurrido recientemente en Argentina. Esos mismos dispositivos son los que enlazan solidaridades, organizan columnas de manifestantes o, como lo relata Salett Tauk Santos (2006) de Pernambuco, permiten que jóvenes casi en situación de riesgo personal y social participen de un programa municipal destinado a capacitar en informática para favorecer su formación orientada al trabajo. Como uno de ellos mismos lo relata: "la computación me da de vivir, grabo cd piratas y con eso lo resuelvo todo". Lejos de las preocupaciones de Sony y las principales grabadoras de la industria cultural —podríamos agregar nosotros—, que también viven de esa extraordinaria tecnología.

Esos mismos dispositivos son los que permitieron al gobierno de la ciudad de Buenos Aires organizar cibers para los chicos de la calle, en una apuesta que, lejos de ser una ficción, es ya una alternativa concreta, aun cuando no se sepa quiénes en realidad serán los verdaderos usuarios de esa infraestructura y para qué.

Pero si de caras y contracaras se trata, en realidad vale decir que la tecnología nunca ha conseguido escapar a esa función de consecuencias múltiples, quizá porque una vez lanzada, no tiene caminos fijos, determinados o excluyentes, y mucho menos en sociedades donde los intercambios son parte de su "naturaleza social" de mercado y donde las apropiaciones no se rigen por una sola lógica ni tampoco por un solo marco de legalidad. Pero si ese ámbito de apropiaciones no resulta necesariamente novedoso, lo que a nuestro entender impacta sí es el nivel con el que esas innovaciones circulan, se meten y entrometen en los diversos rincones de la vida cotidiana: en la producción, en el consumo, en el tiempo ocupado y en el tiempo libre.

¿Puede la historia revelarnos algo al respecto?

Planteaba en un inicio que abordar las razones que explican el modo como nuestras sociedades se acoplan tan rápidamente a esta "revolución digital" sugiere repasar la historia de debates que registraron las preocupaciones sociales por la tecnología, toda vez que ésta se ha concebido como revolucionaria para su época. Y, en ese sentido, creo que al menos tenemos dos capítulos clave. Me refiero, por ejemplo, a la discusión del impacto del maqumismo en las sociedades europeas de los siglos xvín y xix. Y me refiero a los debates que en las décadas de los setenta y ochenta del siglo xx marcaron significativamente el conjunto de las ciencias sociales, en la medida que el cambio paradigmático de la "revolución microelectrónica" movilizó políticas e intelectos.

¿Qué concluimos, aprendimos y redireccio-namos luego de esos grandes planteamientos? ¿Qué cambió, en definitiva, en el panorama de nuestros horizontes que ahora todo se resume a la adopción?

En una obra ya clásica como El capital (tomo I, 1867), Karl Marx (1986) analiza el papel de la maquinaria en la gran industria. Para Marx, la incorporación de la tecnología en las industrias se vincula, básicamente, a su función potenciadora de la fuerza del trabajo y a las posibilidades que ofrece para emplear obreros carentes de fuerza muscular, como mujeres y niños. Pero si su incorporación a la gran industria era el resultado de diversos factores que se articulaban mediante la secuencia de innovaciones que se lograban y de los cambios que socialmente se operaban en la conformación social, ello no se había producido sin tensiones. En pleno proceso de gestación de lo que conocemos como Revolución Industrial, diversos eventos revelaron cómo, para muchos, la introducción de máquinas era un modo de aniquilación de la supervivencia de masivos contingentes de operarios. Entre esos capítulos, por ejemplo, Marx observa cómo en "el transcurso del siglo xvii (Europa) presenció una serie de revueltas obreras contra el llamado 'molino de cintas', máquina destinada a tejer cintas y galones"; que ya en 1579 y, posteriormente, en 1629 había llevado a los consejos municipales a intervenir —en un caso atentando contra su inventor y, en el otro, prohibiendo su uso— para evitar que la masa de obreros terminase en masa de limosneros (Marx, 1986, p. 354). Pero los registros documentales son muchos.

La destrucción en masa de máquinas en distritos manufactureros ingleses durante los primeros quince años del siglo xix—dice Marx—sobre todo a raíz de la implantación del telar a vapor, brindó, bajo el nombre de movimiento luddita un magnífico pretexto al gobierno antijacobino de los Sidmouth, Castlereagh, etc., para proceder a las más reaccionarias medidas de violencia. (Marx, 1986, p. 355)

Pero, en general, ese grado de preocupaciones no se trasladó a las esferas de los Estados. Salvo Brasil, que pergeñó su ley de "Reserva de mercado" para la industria informática, el resto del continente no tuvo mayores proyecciones. Seguramente, las inestabilidades políticas, los gobiernos de facto y la falta de las instancias institucionales necesarias para la discusión de los destinos de las naciones tuvieron que ver con esa fase de denuncia, pero de muy poca acción estratégica. Fase de preocupación, pero no de ocupación política frente a los nuevos escenarios en los que se avizoraban amenazas para el empleo, para garantizar los derechos personales a la intimidad, para garantizar los derechos a las libertades políticas, para suponer las tendencias a la gestación de monopolios y oligopolios informativos y comunicacionales, etc.

Más cercanos en el tiempo, allá por las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado, otro capítulo significativo se escribió en torno a las preocupaciones por los impactos de la tecnología de la información y la comunicación en la sociedad. En ese entonces, intelectuales muy respetados, como Armand Mattelart y Hector Schmucler (1983), observaron como:

La complejidad y profunda unidad de las redes globales de información y las nuevas formas de organización y relaciones sociales que promueven, colocan ante un doble desafío a quienes cuestionan la fatalidad de una lógica que sirve a la reformulación de los modos de dominación existentes. Por una parte, exige asumir y revaluar los análisis efectuados en el pasado y las soluciones que las fuerzas sociales han dado hasta ahora. Por otra, y como necesario complemento de la primera, requiere de una fuerte imaginación en el campo de lo político que permita producir respuestas históricamente adecuadas a la polisemia tentacular de la información, concebida como materia prima estructurante del nuevo esquema de ordenamiento planetario. (1983, p. 16)

Durante ese periodo, autores como Juan Rada, Enrique Rattner, Rabah Benakouche, Jorge Katz, entre muchos otros, dedicaron estudios de envergadura para analizar las relaciones entre la informática y la sociedad, los impactos en la economía, el empleo y la vida cotidiana, y, sobre todo, los impactos como punto de partida para pensar las estrategias que los países debían seguir frente a esos cambios de carácter revolucionario.

Ahora bien, ¿qué nos dejan los recorridos por los escenarios nacionales latinoamericanos y la constatación de los crecientes ritmos de incorporación de tic? ¿Qué nos deja la experiencia histórica sobre los periodos en que la incorporación de tecnologías se percibía y vivenciaba como revolucionaria para sus épocas? ¿Qué cosas deben preocuparnos luego de las lecturas de esas realidades?

Sociedad dual: ¿qué hacer desde el hacer comunicacional?

Si los grandes cambios vinculados a la incorporación de tecnologías en los siglos XVII, XVIII y XIX incluyeron la violencia como reacción a las innovaciones que amenazaban la propia supervivencia de los trabajadores y una consecuente represión inusitada; si las grandes mudanzas avizoradas hace treinta años igualmente vinculadas al cambio técnico y la configuración de un nuevo paradigma tecnoeconómico despertaron los análisis profundos, las denuncias y cierto temor por un futuro incierto, y ello no derivó más que en cierto inmo-vilismo y escasa atención estratégica; entonces, la violencia/represión y el temor/inmovilismo no parecen conducirnos a soluciones de fondo.

La historia, en ese sentido, parece sugerirnos que son otros los capítulos que deben escribirse para los tiempos que se viven. Si violencia y represión, si denuncia y temor sólo nos conducen a la epidermis de la problemática, a su cáscara emocional, tal vez sea hora de encarar razonablemente las nuevas circunstancias. Deber que por cierto, como intelectuales, no podemos desconsiderar, incluso por encima de cualquier cosmovisión sobre el papel de las tecnologías en nuestras sociedades.

Desde esa lectura vale preguntarnos acerca de ¿ cuáles son las preocupaciones principales que hoy se desatan en esta nueva realidad y se constituyen en un punto de partida inexorable? Y en ese marco, ¿qué caras se manifiestan promisorias y qué "contracaras" denuncian el dualismo digital y sus consecuencias no siempre buscadas ? Creo que esos interrogantes y nuestros análisis nos permiten arribar a tres planos de reflexión —y, espero, de acción— fundamentales.

Desde el título de esta presentación utilicé la expresión dualismo digital y me referiré a ella como primera preocupación. El concepto de sociedad dual se utilizó en las ciencias sociales y humanas desde un inicio para describir y evidenciar los fragmentos que se constituían en característicos de nuestras sociedades latinoamericanas. Se utilizó, entonces, para referenciar en el siglo XIX a los secctores residentes vinculados a las etnias de Europa y/o a los pueblos originarios o criollos diferenciados de aquéllos por su color, condición y cultura12 ; se utilizó, también, por la sociología de mediados del siglo xx para referirse a las regiones y/o poblaciones tradicionales por oposición a las modernas13; y/o a las divisiones entre aquéllos partícipes de las estructuras urbanas e industriales ligadas a la producción y el consumo propio de las sociedades capitalistas y aquéllos vinculados a la producción primaria y a las lógicas de la supervivencia14.

Así, la sociedad dual es la sociedad en la que coexisten sectores que parecen evidenciarse asincrónicos, asimétricos y diferenciados. Sectores que se asocian al dominio de la lógica económica y sociocultural vigente, y sectores que sólo se reconocen por su "actuar en y para" la supervivencia. Si en versiones anteriores esas asimetrías y asincronías remitían a las categorías de la sociología, la economía y la antropología con conceptos como los de clase social, desarrollo-subdesarrollo, etnia, raza y folclore, hoy nos remite al dualismo digital como un modo de enfocar a los conectados y desconectados, los incluidos y los excluidos de la red en los campos de la comunicación y la política; y los diversos cruces interdisciplinarios y multidisciplinarios que convoca su irreducible complejidad.

Pero no es la dualización por sí misma la que preocupa (como si lo que importara fuera la homogeneización), sino lo que ella supone en términos de la configuración social existente. Si ante la dualización de las asimetrías del siglo xix, intelectuales como Sarmiento (como presidente de Argentina en la década del setenta) pensaron la división de la sociedad entre letrados e iletrados y, para ello, movilizaron la creación y multiplicación de bibliotecas y escuelas públicas; hoy el enfrentamiento de las brechas digitales mediante la configuración de centros tecnológicos parece no alcanzar a imitar aquellos gestos del estadista.

La sociedad dual en lo digital se vive y se proyecta hoy agregando a aquel primer nivel de separación entre alfabetizados y no otro nivel, mucho más exigente y veloz, por encima de las diferencias y asimetrías, pero agregando una complejidad. Mientras entre alfabetizados y no 1 alfabetizados la diferencia de dominio era la del código, en la dualización entre conectados y no, ese dominio no sólo se vincula a un código, sino a su constante mutación de hardware y software, que conduce a necesidades continuas de actualización e incorporación tecnológica.

Si los centros tecnológicos de hoy pueden ser las bibliotecas populares del siglo XIX, ¿cuáles son las escuelas digitales del siglo XXI? Si antes leer y escribir remitían a soportes y dispositivos invariables como el papel, la pizarra, la tiza o la tinta, donde el valor lo tenía el lenguaje y, por tanto, los contenidos,ahora la mutación de los soportes y sus formas vuelven irrelevantes los contenidos y ponen todo su énfasis en los formatos y en los escurridizos mecanismos que los rigen, los comandan y direccionan. Ahora no basta con manejar el teclado, a no ser a costa de depender de quienes se "ciberculturizan" en las actualizaciones últimas. Pero hay un segundo plano en el que, creo, debemos también centrar nuestra atención. Les decía que si ante las revoluciones tecnológicas de los siglos anteriores se evidenció cómo la resistencia condujo a la negación y la violencia, y recibió por fuerza la represión, y si en las décadas anteriores la denuncia y el temor sólo nos dejó cierto inmo-vilismo de actuación, hoy el rasgo fundamental ante la tremenda circulación y adopción aerifica de las tecnologías parece regirse por otra actitud: en todos los ámbitos y sin dudas, creo que es la del encanto. Esto es, y tal como lo plantea el valor de las palabras que me importa destacar, el encanto remitiendo a la belleza, la magia y la seducción, según rezan los significados con los que en nuestra lengua tratamos el concepto.

Las tic son bellas, mágicas y seductoras. Siempre activas, siempre conectadas. Y es que las tecnologías de esta sociedad digitalmente dual nos conducen quizá al camino preferido que preanun-ciaba la modernidad. Al camino de la libertad absoluta sostenida en el dominio tecnológico que vence los espacios y el tiempo. Que vence, incluso, la realidad, sobreponiéndose a ella con la infinita capacidad de la imaginación sobre lo virtual.

Si la técnica, como nos recuerda Luhmann (1998), es una simplificación operativa, es una reducción de la complejidad, esta técnica que cultivamos ofrece el encanto insuperable de reducirlo todo a su acto predilecto: la conexión. Nos exime, por tanto, casi de todo esfuerzo por incluir en esa agenda las preguntas del para qué y con qué destino. No hay otra teleología que la de la conexión. El medio, entonces, se transforma en fin. Y, por tanto, ya no hay a dónde llegar si lo que importa es el andar por el camino.

Y, finalmente, esa consideración me lleva a un último plano. Esa inflexión en nuestra cultura no puede ser tan fuerte como para desdibujar lo que nos toca como intelectuales, como actores cuya materia prima es el pensamiento cultivado, la acción para conocer y comprender, y la búsqueda de pensar y actuar para hacer de este mundo una aldea realmente vivible. Nosotros sí somos responsables por hacer las preguntas y por buscar las respuestas; o al menos intentarlo.

La provocación de Morley sigue vigente. Que repasar las leyes de estas transformaciones no sea delito, tampoco irreverencia. Que más bien sea la rutina necesaria para asegurar que la libertad que nos ofrece la conexión tenga costos civilizatorios razonables. Apostemos a que nuestra inteligencia pueda pagarlo sin cancelar nuestro destino. Condición necesaria, aunque no suficiente; condición vital para ser realmente libres por nosotros mismos.


1. John Morley (1838-1923), biografía disponible en: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m7morley_de_blackburn.htm, recuperado: 11 de agosto de 2008.

2. Véase http://www.tendenciasdigitales.com/index_esp.asp, recuperado: 12 de agosto de 2008.

3. Diversos sitios permiten consultar indicadores sobre la incorporación de tecnologías digitales y las políticas de los Estados latinoamericanos. Entre otros, puede señalarse a: Monitor de Políticas TIC en América Latina y el Caribe (ALC); America Latina SI-AMSI; Revista del Sur; Red del Tercer Mundo; Sitio oficial de la CEPAL; o el sitio oficial del gobierno de Venezuela dedicado a las telecomunicaciones (gr/noticias.html). Todos dan cuenta inmediata de una tendencia general que se resume en una sentencia: el crecimiento constante de las innova http://www.cnti.gob.ve/cnti_docm-ciones tecnológicas de base digital. Lo que también puede constatarse en el sitio oficial de Argentina (Programa Sociedad de la Información), disponible en http://www.psi.gov.ar.

4. Empresa de Nueva York especializada en Internet y dispositivos digitales. Los informes de eMarketer reúnen, filtran, organizan las estadísticas, las noticias y toda la información que los negocios necesitan para tener suceso en la Internet. Disponible en http://www.emarketer.com/articles, recuperado: 12 de agosto de 2008.

5. El sitio web de la CEPAL está disponible en http://www.cepal.org.

6. La caracterización de los países en términos de inforricos e infopobres —expresa Cabello (2008)— se apoya en el supuesto de la vigencia de una denominada sociedad de la información. La constatación de este supuesto descansa en la identificación de tres factores (Moore, 1997): las organizaciones dependen cada vez más del uso inteligente de la información y de las tecnologías de la información para ser competitivas, y se van convirtiendo en organizaciones intensivas en información; los ciudadanos se "informacionalizan", ya que usan las tecnologías de la información en múltiples dimensiones de la vida cotidiana y consumen grandes cantidades de información; y, finalmente, está emergiendo un sector de la información con grandes potencialidades en la economía. En ese contexto, los países se posicionan de diferente manera, de acuerdo con el grado de acceso que tiene la población a la información y a las tecnologías que viabilizan este acceso. Algunos rankings e índices miden y caracterizan la situación de los distintos países como el Índice de la Sociedad de la Información o la batería de veintitrés Indicadores de Seguimiento Comparado del programa e-Europe. Este tipo de mediciones construye la categorización inforricos refiriéndose a países que tienen: 0,3 Servidores de Internet cada 100 habitantes; más de 10 PC cada 100 habitantes; más de 20 usuarios de Internet cada 1.000 habitantes; alto porcentaje de usuarios de Internet; acceso de bajo costo a la red Internet; alto desarrollo de las infraestructuras básicas de telecomunicaciones (líneas telefónicas, radio, televisión, etc.); apoyo gubernamental en políticas de información y desarrollo de programas docentes (primarios, secundarios, universitarios, etc.); elevada inversión del PIB en desarrollo tecnológico; dominio del mercado tecnológico; preponderancia del mercado tecnológico; elevada participación empresarial en el desarrollo de nuevas infraestructuras de telecomunicaciones y prácticas de vanguardia en el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información (Cabello, 2008).

7. Matuk es especialista en nuevas tecnologías. Véase http://www.matuk.com.

8. Véase http://www.clarin.com.ar.

9. Véase http://www.eclac.cl/prensa/noticias/noticias/9/11719/ Bavarofinalesp.pdf, recuperado: 20 de julio de 2008.

10. El término "luddismo" remite a la figura de Ned Ludd, como líder de un movimiento antimáquina que actuó en Inglaterra a inicios del siglo XIX.

11. Las aplicaciones alcanzan, incluso, sectores muy carecientes de nuestra economía. Por ejemplo, los subvencionados con planes sociales de emergencia como el 'Plan Trabajar' o el 'Plan Familia', que reciben sus pagos mediante dispositivos electrónicos (únicamente disponibles por tarjetas débito).

12. Por ejemplo, en la obra de Jacques Lambert (1974) y tantos otros estudiosos del subcontinente.

13. Por ejemplo, en la obra de Gino Germani (1971).

14. Por ejemplo, en los planteamientos de la CEPAL, entre otros.


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