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Universitas Philosophica

versão impressa ISSN 0120-5323

Univ. philos. vol.31 no.63 Bogotá jul./dez. 2014

https://doi.org/10.11144/Javeriana.uph31-63.rplh 

Paranoia. La locura que hace la historia.
(Trad. M.J. De Ruschi).
Zoja, L. (2013).
Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
ISBN: 978-950557-991-4. Número de páginas: 567.

doi: http://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.uph31-63.rplh

Presentar el más reciente libro del profesor Luigi Zoja: Paranoia. La locura que hace la historia, publicado por la editorial Fondo de Cultura Económica, en la versión castellana de M.J. Ruschi, es una tarea que por su magnitud acojo con cierto temor y respeto, dado que implica hacer eco al pensamiento que en este libro se expresa, sin traicionar su espíritu original ni simplificarlo en formulaciones más o menos generales. Al leerlo. descubrí a un pensador sincero que logra ver con agudeza la complejidad de las configuraciones modernas de nuestra interioridad, y consigue develar. a la vez, los mecanismos emocionales y psíquicos que se ponen en juego en ciertos acontecimientos que han marcado nuestra historia. Me encontré, igualmente, con un escritor ejemplar que logra comunicar sus pensamientos con rigor y sin abandonar al lector pues quiere, en efecto, entablar un diálogo honesto con él y no, simplemente, proponerle un modelo de erudición académica sobre un tema de profunda actualidad: un caso de enfermedad mental. La trayectoria académica y, ante todo vital del autor, me animó a intentar esta presentación que quizá sea solo un instrumento o un pretexto de amplificación y resonancia de las posibilidades de comprensión de sí que el libro nos abre.

Para lograr un mejor acercamiento a los asuntos humanos, la temática que aborda este texto resalta la necesidad de buscar vías más amplias a las normalmente emprendidas en los límites cerrados de las disciplinas o en los modelos simplificados del comercio de las ideas o de la promoción de respuestas edificantes, con el fin de plantear interrogantes más serios e ineludibles por cuanto se anclan en nuestro más profundo interior, como diría el filósofo de Konigsberg, Immanuel Kant. De los diversos asuntos humanos que hoy es necesario asumir quiero resaltar, en primer lugar, el del sufrimiento y, correlativo con él, el de la fragilidad emocional a la que estamos expuestos en nuestros días. La consideración del sufrimiento humano ha dejado de ser un tema exclusivo de las denominadas ciencias de la salud o de la mente, para retornar a su nicho originario, a saber, el esfuerzo del hombre por comprender lo que le pasa y por comprenderse en el trabajo del pensamiento de sí, del símbolo y de la metáfora.

El propósito del profesor Luigi Zoja no es el de construir una historia de la paranoia en el marco de la conceptualización moderna de la enfermedad mental señalando, por ejemplo, su etiología, sus tipologías y las diversas formas de tratamiento terapéutico o farmacológico, como es usual en la mayoría de los libros de psiquiatría o de psicopatología clínica. Tampoco tiene como objetivo realizar el psicoanálisis de algunos personajes de la historia que han marcado con acciones de violencia, destrucción y odio, el destino de individuos y pueblos enteros, revelando sus conflictos más íntimos, sus ilusiones y sus deseos. La obra de Luigi Zoja, ciertamente, se aparta de los modelos habituales de descripción o explicación de aquellos deseos y comportamientos humanos que aún hoy nos dejan perplejos porque nos revelan el lado más oscuro de nosotros mismos.

Ante el reconocimiento sincero de los dispositivos timóticos de la locura que hace historia, Zoja no se presenta como un juez o médico que busca develar una cierta culpa primordial emergente de lo más profundo de los sujetos que han llenado de odio y desconfianza nuestro mundo interior y social. Antes bien, se propone asumir con sumo cuidado la tarea de pensar la enorme complejidad que se revela en este trastorno emocional que afecta no solo la percepción del mundo sino, ante todo, la creación de vínculos con los demás y con lo otro de nosotros mismos. Hoy, antes de estar animado por sentimientos de solidaridad y confianza, nuestro mundo compartido se ha venido quebrando de manera progresiva, debido a la promoción contagiosa de una desconfianza extrema e irracional hacia los otros y hacia todo aquello que en cada uno de nosotros percibimos como extraño o, simplemente, diferente.

Actualmente, no podemos seguir sosteniendo que el motor de la historia es la razón, como en otros tiempos lo solía defender de manera entusiasta un pensador movido por la conquista de la ciencia y de los supuestos progresos morales de una visión de mundo plenamente ilustrada, o en continuo proceso ascendente. No olvidemos que en el despertar de nuestra civilización y cultura occidental uno de los más grandes pensadores del mundo griego, Heráclito, el oscuro, había señalado que el polemos, la guerra, es el padre de todas las cosas; ahora podemos agregar, siguiendo a Zoja, que este padre afirma su poder gracias al dispositivo de la paranoia que impregna de odio y desconfianza al mundo humano. En efecto, nuestra historia está labrada desde un comienzo por el odio enfermizo hacia los demás.

Pero, ante este despliegue histórico de la potencia de lo negativo, no podemos emprender cruzadas morales contra los que ven en el otro la fuente del mal o son incapaces de mostrar sus propias posibilidades de locura sin verlas reflejadas en los demás. Como pensador, Zoja no busca sugerir una terapia para un problema tan complejo pues, como él mismo lo indica, esto no sería realista. Este libro no pretende, entonces, ser una ayuda para desterrar una cierta psicopatología individual o colectiva, sino abrir un horizonte de comprensión moral de aquellas posibilidades que se alojan en lo más profundo de nuestro psiquismo, esto es, "evocar una vergüenza y un problema de conciencia porque todos hemos hecho, al menos una vez, en mayor o menor medida, algún aporte a esta entidad maligna" (p. 446). Por lo tanto, la tarea más difícil no consiste en describir de manera exhaustiva esta enfermedad, sino en reconocerla como "una posibilidad presente en todos nosotros: como un arquetipo, en el sentido que le da a este término Carl Gustav Jung" (p. 31).

Para poder alcanzar este reconocimiento debemos aceptar ser interpelados. El que emprende la tarea de leer este libro es aquí a la vez leído; no simplemente alcanza un punto de vista para divisar lo que acontece o ha acontecido a los demás o para evaluar el decurso histórico de pueblos particulares en determinados momentos de su historia. Antes bien, a través de estas páginas, el lector se descubre a sí mismo en sus posibilidades más íntimas y, como lo señala Ernst Jünger, se le revela su gran verdad pues, cuando somos capaces de abrir las puertas de lo más íntimo, a saber, de nuestro más profundo dolor y sufrimiento, y somos capaces de ponernos a la altura del dolor o de sobrepasarlo, logramos "acceder a las fuentes de que mana su poder y al secreto que se esconde tras su dominio" (Jünger, 1995, p. 13). Encarar este secreto tiene, por lo tanto, un efecto liberador, aunque no de manera inmediata y evidente. En un mundo dominado por la velocidad y lo efectivo, el develamiento de un secreto interior que demanda la sinceridad del reconocimiento es algo que no resulta bien valorado. Hoy buscamos respuestas y fórmulas abreviadas que nos permitan resolver con prontitud aquello que nos inquieta; pero nos falta, aún, detenernos en nosotros mismos con la paciencia de la mirada aguda y de la pregunta. Sin duda, el libro de Zoja es un magnífico ejemplo de tal agudeza y paciencia.

Como sabemos, el mundo griego nos indicó el camino para acceder al conocimiento del cosmos tanto externo como interno, y nos mostró también lo que podemos esperar si no somos capaces de orientar nuestra vida de modo racional y de construir, con ello, una forma social y política de convivencia que esté o pueda estar en plena conformidad con nuestra naturaleza. Es decir, nos legó el deseo de alcanzar el conocimiento adecuado de todo lo que ocurre a nuestro alrededor y en nosotros mismos para poder llevar una vida digna. Pero también nos enseñó de manera cruda las profundas contradicciones y tensiones de aquellas fuerzas oscuras que inundan nuestro interior y que a menudo adquieren, pese a nosotros mismos, una espantosa presencia exterior en nuestras acciones afectando, de modo consciente o inconsciente, a todos los que están cerca de nosotros, y alterando así el ordenamiento del mundo social que compartimos. Estas fuerzas oscuras, como las Furias, son capaces de perturbar nuestra mente y psiquismo, hundiéndonos en la soledad de la locura y del delirio.

Poner ante la mirada del espectador esas fuerzas en tensión y sus devastadores efectos en la vida emocional del individuo y de una comunidad determinada fue, sin duda, uno de los logros más significativos de los grandes trágicos. En la tragedia, el deseo del conocimiento de sí encontró su más fiel escudero; ese conocimiento es inalcanzable si le damos la espalda a aquello que desde la sombra es capaz de alterar la cordura que tanto buscamos o presuponemos. De manera acertada el profesor Zoja encuentra en la tragedia griega, en particular en el Áyax de Sófocles, no solo el punto de partida para emprender el camino hacia el reconocimiento de esta locura colectiva que hace historia, sino también para enmarcar su misterio pues, en ocasiones de gran confusión emocional, fuerzas oscuras toman posesión de nosotros tanto en el plano individual como en el colectivo.

La mirada a la tragedia nos permite así alcanzar una perspectiva que articula el drama individual con el despliegue histórico de esta pasión colectiva que cubre con el velo de la sospecha y la desconfianza nuestras relaciones con los otros. La escena de la locura de Áyax, en la que movido por el desenfreno y la ira mata cabras en lugar de enemigos y se pone en ridículo frente a los dioses y a sus propios enemigos, siendo él en efecto un gran guerrero, nos permite captar el dispositivo anímico que se pone en juego en la paranoia, donde la mente se ve afectada por sus propios recursos al invertir todo el ordenamiento psíquico interior, pues "en las mentes armadas por la sospecha la creatividad de los símbolos se transforma en destructividad; el proceso vital, en proceso de muerte" (p. 23). El alcance de esta inversión se puede corroborar no solo en el drama sino, ante todo, en la historia de los seres humanos.

Por esta razón, Zoja ve reflejado el proceder anímico paranoico escenificado por Sófocles en su Áyax en algunos personajes de la historia como Hitler, Musolini, Stalin, Bush, entre otros, y también en acontecimientos históricos marcados de devastación y muerte como, por ejemplo, la conquista del Nuevo Mundo, el despunte del nacionalismo europeo de los siglos XVII y XVIII, la consolidación del proceso de colonización de Estados Unidos, la Gran Guerra, la Segunda Guerra Mundial, la explosión de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki, la Guerra Fría, los procesos nacionalistas y racistas de los siglos XIX y XX como rédito paranoico, y el despliegue en el siglo XX de la cultura de masas anclada en un pensamiento de profunda sospecha y desconfianza de todo lo existente. Aquí la tragedia y la historia dicen una oscura verdad que es también la nuestra: la enorme fragilidad de nuestra estructura emocional que, en algunos momentos de gran tensión, tergiversa las relaciones entre lo simbólico y lo real, y despliega una vecindad fatal entre el bien y el mal.

En la articulación entre la tragedia y la historia, Zoja quiere examinar los mecanismos psíquico-emocionales que se ponen en juego en la paranoia colectiva. Sin duda, este es un aporte decisivo no solo al campo de la psicopatología social, sino también a las tareas para pensar nuestro presente a la luz de una comprensión integral de los procesos mentales, emocionales y semánticos que nos han configurado y aún hoy siguen determinando nuestro actuar en el mundo. Para esto, el autor examina con sumo cuidado los diversos dispositivos que se ponen en juego en aquello que, más que una patología determinada, es una posibilidad presente en la cultura, en la sociedad y, ante todo, en nosotros mismos. Considerémoslos, brevemente:

El proceder paranoico cierra al individuo en una profunda soledad que impide la interacción efectiva con los otros, pues lo aísla y encierra en un sí mismo autorreferencial que niega todo verdadero contacto con los demás, al asumirlos simplemente como extraños o enemigos potenciales. Con esto, la imagen que se tiene de sí mismo se ve tergiversada por la megalomanía, que sirve a la vez de mecanismo compensatorio a la sensación de ser poca cosa frente a la presencia abrumadora de una imagen falseada de lo otro, los otros y de su vínculo. Esta imagen provoca un sentimiento profundo de envidia.

Este sentimiento se ve reforzado por una actitud constante de sospecha frente a todos los demás, a lo existente y a lo venidero; esta sospecha exagerada no abre al individuo a nuevas posibilidades, sino que lo acorrala generando la convicción de ser víctima de un complot exterior fraguado con el único objetivo de aniquilarlo y de borrar toda huella de su presencia en el mundo. Obviamente, las respuestas que el individuo paranoico da a las dificultades con las que se topa son siempre exageradas, pues son producto de una falsa comprensión de la realidad y de sus posibilidades de intervención en ella. Es decir, el individuo paranoico obra según una lógica delirante que tiene como base un presupuesto falso, convierte todo lo que le acaece o inquieta en una cuestión vital, esto es, en un asunto de vida o muerte del que hace depender sus respuestas, y no de consideraciones ponderadas de las situaciones que lo afectan. Para él, nada es circunstancial o pasajero; todo tiene una dimensión esencial para su vida y para el modelo de relaciones que quiere instaurar.

El profesor Zoja caracteriza la lógica argumentativa del proceder de una mente paranoica con la expresión "inversión de las causas", ya que en la actitud de desconfianza generalizada se da como hecho aquello que es mera posibilidad, y a partir de ahí se busca justificar lo que se presupone. Esta inversión se enreda en una circularidad viciosa en la que el otro es tomado siempre como un mero enemigo real o potencial, puesto que no es uno mismo. La argumentación falaz de esta lógica al revés, en la que lo que se debe mostrar se da ya por sentado, perturba tanto al núcleo emocional del individuo como a su mente. Una vez se ha desatado un proceder paranoico, este se alimenta a sí mismo, reforzándose y cortando la posibilidad de su reversión. A este movimiento circular Zoja lo denomina autotropismo.

En la medida en que es propio de nosotros ser-con-otros y configurarnos a través de la relación, el proceder de una mente paranoica se proyecta en el mundo social, reforzando la actitud individual y contaminando a los demás de modo colectivo. Esto amerita una atención más cuidadosa por parte del lector. La actitud paranoica se genera y se refuerza en su despliegue histórico y comunitario. No es solo una posibilidad patológica de nuestro psiquismo en su núcleo emocional lógico argumentativo, pues se expande también como una cierta patología de la cultura, sobre todo a partir de la Modernidad, y afecta al modo como comprendemos los vínculos sociales y proyectamos los modelos de organización política y comunitaria.

Parafraseando a Julia Kristeva, podríamos decir que los dispositivos paranoicos examinados por Zoja en su libro, muestran cómo en nuestro momento histórico se ha venido incrementando el despliegue de una nueva enfermedad del alma que afecta nuestro entorno social, cultural y político y que, esencialmente, es un asunto político y moral. Esta enfermedad es, justamente, el encerramiento de una psique anclada en una comprensión de sí egoísta y, sobre todo, emocionalmente perturbada, que enturbia y falsea el verdadero encuentro con lo otro de sí y con los otros. Con el pretexto de estar en todo momento informado y al día, la cultura del rumor y los mecanismos de comunicación masiva refuerzan el aislamiento paranoico, minando con ello todo esfuerzo de implementar una visión más tolerante de las diferencias y de la fragilidad constitutiva de lo humano. La conformación de los regímenes totalitarios, denunciada por la posición crítica de filósofos sociales de la altura de Hannah Arendt o Elias Canetti, entre otros, y el incremento de posiciones nacionalistas, chovinistas y raciales, tienen como elemento estructurador los modelos de una interioridad emocionalmente enferma, que se cubre de visiones de mundo aparentemente plausibles y blindadas a todo cuestionamiento crítico, incapaces de calidez, de humor y de perdón.

El diagnóstico de nuestro actual momento cultural exige una mirada que pueda develar nuestro más íntimo secreto, esto es, la de ser capaces de descender con sinceridad a los recodos más oscuros de nosotros mismos para reconocernos también ahí, pues la sombra es tan nuestra como la tan anhelada claridad. Ampliar el horizonte de esta mirada es tarea, sin duda, de las ciencias sociales, la psicología, la historia, la antropología, la filosofía social y de la cultura, el análisis político pero, sobre todo, del pensamiento moral, pues este es un asunto que a todos nos incumbe y que, por ello, nos llama a cada uno de nosotros a emprender una defensa individual y colectiva de un espacio de libertad que sirva de contrapeso a la actitud paranoica frente al mundo y a nuestro propio interior. Tal vez, por esta razón, el profesor Zoja no quiere cerrar su libro con un simple capítulo conclusivo que presente de manera breve los alcances teóricos o prácticos de su empresa. Al final del texto, cuando el telón cae, como él mismo dice, buscando en el susurro de Yago poder asir el poder salvífico de la palabra, el interrogante queda desplazado a cada uno de nosotros que hemos acompañado al autor en su recorrido por esta lectura de la historia de Occidente, que es al mismo tiempo la historia del odio, la desconfianza y la sospecha, esto es, nuestra propia historia.

Tenemos ahora en nuestras manos la palabra para decir no a esta posibilidad tendenciosa que nos inclina a la soledad y al aislamiento. Si en nosotros se halla latente la posibilidad de hundirnos en la locura que ha hecho nuestra historia, también tenemos la otra posibilidad abierta y, ante todo, el deber histórico de revertir nuestra tendencia y de ser de nuevo nacimiento, como lo diría Arendt. Obviamente, no se trata aquí de levantar programas edificantes con tintes moralistas ni de impulsar reformas educativas, sociales o políticas para que todos las acojamos de modo comunitario. La salud está en nuestras manos, pues solo puede florecer desde nuestro más íntimo interior, aunque el camino no lo veamos prima facie. Es un asunto de decisión y, por tanto, atraviesa de manera estructural el conjunto de nuestra vida emocional y mental. Esta situación, en mis términos, profundamente existencial, Luigi Zoja la ejemplifica con un claro gesto de ampliación simbólica, apelando a la fábula cherokee de los dos lobos: "Un anciano le dice a un niño: dentro de ti dos lobos combaten una lucha mortal. Uno es bueno, generoso, sereno, humilde y sincero. El otro está lleno de rencor, de agresividad, de orgullo, de un sentimiento de superioridad y de egoísmo. «¿Quién vencerá?», pregunta el niño espantado. «El que tú alimentes», le responde el adulto" (p. 448). Esta pregunta está de nuevo abierta y su respuesta depende de lo que alimente el interior de cada uno de nosotros. Solo me resta invitarlos a leer este apasionante libro con la certeza de que lo disfrutarán, como yo lo he hecho, y también a permitirse el ser interpelados, eso sí, con humor y dulzura.


Referencias

Jünger, E. (1995). Sobre el dolor. Barcelona: Tusquets Editores.         [ Links ]


Luis Fernando Cardona Suárez
Pontificia Universidad Javeriana
fcardona@javeriana.edu.co