SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número32El campo artístico colombiano en el Salón de Arte de 1910 índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • En proceso de indezaciónCitado por Google
  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO
  • En proceso de indezaciónSimilares en Google

Compartir


Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.32 Bogotá jul./dic. 2006

 

SÁNCHEZ G., Gonzalo, Guerras, memoria e historia, 2a ed., Medellín, Editorial La Carreta - IEPRI Universidad Nacional de Colombia, 200 , 141 pp.

Guerras, Memoria e Historia: Una lectura polifónica

Gonzalo Sánchez G.1

1Profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá.


Presentación hecha por el autor en la Feria Nacional del Libro, Bogotá, mayo de 2006, con motivo del lanzamiento de la segunda edición ampliada de este libro.

Me voy a permitir hacer algo inusual en un acto de esta naturaleza: no les voy a hablar de lo que yo, como autor, pienso del texto, o de cómo fue procesado, sino de lo que otros, como lectores, han escrito sobre el mismo. Lo que voy a presentar a continuación tiene como base la lectura que hicieron algunos estudiantes durante el Seminario de Maestría sobre “Memoria, Conflicto y Postconflicto”, en la Universidad Nacional de Colombia (segundo semestre de 2005) y en cuya sesión final todos debieron leer mi libro Guerras, Memoria e Historia. Ellos fueron en cierto modo, al final del curso, mis jueces y mis intérpretes. Ni a ellos ni a mí se nos ocurrió en ese momento que su lectura pudiera volverse pública, como lo es ahora, por cierto, sin su consentimiento.

Los textos de los que se alimenta esta presentación fueron escritos para una circulación privada, no para un público, por lo cual responden a un contexto claramente delimitado. Son simple y llanamente testimonios de lectura para un conversatorio, más o menos informal, o más o menos formal, que tiene como trasfondo circunstancial el ritual académico de una clase. Quiero compartir con ustedes fragmentos de dichos  textos que, aunque no fueron escritos como reseñas de mi libro en cuestión (literalmente), permiten, por una parte, acercarse a este o adivinarlo; por otra, pueden estimular, o mejor, espero estimulen la lectura de ustedes, y finalmente, me han animado a una relectura de mi texto.

Vayamos pues al grano. Numerosos estudiantes se sintieron personalmente interpelados por el libro y reaccionaron haciendo evocaciones o reflexiones sobre sus propias experiencias del fenómeno de violencia en nuestro país, o mejor, sobre el impacto suscitado por el texto-contexto en sus vidas de hoy. Al respecto, al término de las lecturas, pude constatar algunos sellos distintivos de género en el abordaje del texto: quienes más fácilmente escribían sobre las emociones de identificación, de distancia, o eventualmente de rechazo, eran las estudiantes mujeres. Ellas hablaban con más frecuencia que los varones en un tono personal y singular de este tenor:

“el texto me….impresionó, motivó, me sugirió, me evocó” etc.; por oposición al tono uniformemente impersonal, objetivante, de exterioridad, que tenían las lecturas de los estudiantes varones, construidas en la clave aséptica de “El texto dice…; el texto sostiene…; el texto demuestra…”.

En efecto, las estudiantes analizan el texto con pasión, exteriorizan sus sensaciones y se las retransmiten al autor del libro. Una de ellas (Andrea Ávila Serrano) destaca que

“es interesante y muy emotivo el esfuerzo que realiza el autor por establecer una relación estrecha con el lector, de invitarlo a entender las razones que lo llevan a escribir un relato que no solamente es académico, sino que además es personal. La historia vivida por Sánchez como víctima de la Violencia me es muy cercana -como a la gran mayoría de los habitantes del Tolima y otras regiones de Colombia inmersos en este conflicto armado- en tanto mis familiares comparten esos hechos, lo que me hace reflexionar más de cerca el reto que se plantea al enfrentar el pasado y no optar por el olvido…”.

Y me explica en una nota al pie de página, para subrayar “su cercanía con mi experiencia”, que su familia materna vivía en esa época en zona rural de Ibagué, capital de mi natal departamento del Tolima.

Pero la cercanía que señala es sólo de un campo de la experiencia. A renglón seguido la estudiante destaca los vacíos y las arideces de mi texto, y de paso me acusa muy discretamente y con cierta razón de anacrónico, de demodé. Dice así:

“Lo que pienso que deja de lado por completo el autor es una reflexión sobre aquellos procesos de memoria no institucionalizada, de memoria inconsciente, -por llamarla de algún modo- que se gesta en las bases populares a través del arte y la cultura, como expresión de la cotidianidad, que si bien no pretende tener un impacto académico o formal sobre la historia y la memoria colectiva lo hacen de forma tácita al evocar los acontecimientos de la violencia y la guerra como un grito de denuncia que nos recuerda la realidad que vivimos y que han vivido otros. No la deja morir, como los cantos de rap, de punk, de música colombiana, las obras de teatro callejero, las fotos y las pinturas políticas de la guerra, la poesía militante, entre otros que tienen su mayor impacto en la juventud, una juventud que se siente ajena a la guerra, que la desconoce y le da continuidad al olvido…”.

La verdad, sí estoy muy lejos del rap, del punk y derivados. Yo por mi parte sólo quisiera recordarle la ranchera “La distancia entre los dos…”.

Me complace enormemente desde luego constatar que el texto haya despertado muchas sensibilidades, que encuentren en él alguna fuerza comunicativa identificable, y que hasta los ponga a hablar de algo sobre lo cual habitualmente callan o poco hablan.

Texto, acontecimientos y emociones resultan así no sólo el tejido que hace inteligible la elaboración de mi obra, sino también, la lectura que de ella hacen los estudiantes. Destaco esto, porque lo que suele predominar es una separación muy marcada entre los textos, los entornos sociales y los momentos históricos desde los cuales se escribe o se interpreta un texto. Es al menos lo que nos ha recordado uno de los intelectuales más notables de nuestra contemporaneidad, Edward Said.

Otra estudiante (Paola García Reyes) también deja ver sus vínculos directos con el tema, transmitidos por la vía materna, en ese peculiar proceso ambulatorio de las ideas y las experiencias:

“Nací en Bogotá en 1976. Mi mamá dejó su ciudad natal, el Líbano, hacia finales de los años treinta para radicarse, después de unos años de residencia en Ibagué, en la capital del país. Cuando El Bogotazo, vivía en la carrera quinta con Jiménez, pleno centro de la ciudad, y pleno centro de la revuelta. Sin embargo, y por fortuna, los recuerdos de la violencia de los años anteriores al 9 de abril y de la violencia de la Violencia son anecdóticos. De su memoria de esas épocas se nutre la mía. De la violencia más reciente, sólo soy testigo externa. Como colombiana, mi historia personal y familiar no cuenta con víctimas atribuibles a ninguno de los períodos de confrontación vividos por el país durante el siglo pasado. Ni siquiera puedo afirmar que alguno de mis familiares haya caído en manos de la violencia asesina de delincuentes comunes”.

Lo notorio y sorprendente es que esta carencia de un contacto directo con la violencia lo ve ella como un déficit, un déficit de una experiencia en el contexto de la continuidad histórica de hechos de violencia en el país. En este sentido, nuestra identificación nacional con la violencia, ha llegado a tal punto que parecería que debiéramos excusarnos por haber escapado indemnes a ella. Por eso agrega, no sé si con el pudor o con la culpa de quien ha sobrevivido a la tragedia.

“Mi vivencia puede ser entonces calificada como la de un outsider. Incluso, he llegado a sentir algo parecido a la vergüenza cuando constato que habito una parte importante de la realidad de mi país sólo desde afuera. Mi memoria de la guerra no está escrita en términos de un nosotros construido en función de quien vivió algún acontecimiento o sufrimiento personal relacionado con la guerra. Esta sensación se hace aguda en momentos como los actuales en los que se habla de reparaciones, víctimas, paz, amnistía, perdón o justicia, donde pareciera que la posición de insider se convierte en elemento básico de la legitimidad. Aquí los llamados a realizar un ejercicio de memoria son aquellos… que pueden relatar algo acerca de los acontecimientos.”

Para salir un tanto de su perplejidad establece una diferencia, a mi modo de ver muy sugestiva entre la experiencia (colectiva) y la vivencia (personal). “El hecho cierto en este país -dice- es que la guerra omnipresente nos atraviesa a todos, pero no su vivencia”.

El texto parece animar así una tensión entre vivencias, proximidades con el objeto del relato, y momentos generacionales, que sirve también de pretexto a reflexiones sobre responsabilidades y tareas por realizar para los que cargan con los lastres de un pasado que no eligieron:

“El eje fundamental del libro -dice una tercera estudiante (Adriana Mejía Ramírez)- es la guerra vista desde la vida misma. A mi modo de ver -continúa- este es un texto introspectivo en el que se hace una reconstrucción de la vida de una persona en época de guerra partidista, en un espacio de guerra y con relaciones cercanas con actores de la guerra y víctimas de la misma… Para el autor el conflicto es un aspecto vital, en la medida que fue víctima del mismo y fue el eje articulador de su catarsis...”.

Y enseguida marca la diferencia, enuncia su reclamo e incluso su pesimismo frente al futuro:

“Desde mi punto de vista, una generación distinta, urbana, que no ha tenido que lidiar con la Violencia (histórica), ni con el conflicto actual, la generación que representa el autor se centró en un cálculo de suma cero, de todo o nada, y el resultado, tal como lo expresa el autor es una violencia (no histórica) crónica que no parece tener una solución viable en el corto plazo y sí muchas preguntas para generaciones desgastadas, que sin la militancia activa del pasado ven pasar el tiempo y la oportunidad de construir nación…”.

Pero la herencia incómoda y perturbadora de ese pasado indomable, nos advierte, no sirve de atenuante de las responsabilidades que deben asumir las nuevas generaciones. Simplemente hay que cambiar los términos del debate:

“La discusión, entonces, no se centra en qué nos aportó la generación precedente, que creo que mucho, sino qué tiene que decir la actual sobre un problema que han heredado ya varias generaciones y que parece circunscribirse más al ámbito económico, en la medida que se privilegia el interés privado y la posibilidad de encontrar en la guerra una forma de vida y un conjunto de oportunidades también en el ámbito social”.

Me parece adivinar en estas líneas una clara invitación de los jóvenes de hoy a un necesario y justo balance en términos de memoria con la generación nuestra, entre el debe y el haber, la cual están dispuestos a entender pero no necesariamente a aplaudir, a justificar, o a llevar por siempre a sus espaldas. Es el mismo afán de romper con, o de olvidar, el pasado doloroso y distante de la Guerra Civil que en los años setenta y ochenta exteriorizaron las nuevas generaciones españolas tras la muerte del dictador Francisco Franco. La memoria de nuestra guerra reciente o si se quiere contemporánea (y más comprensible, puesto que la partidista de los años cincuenta les suena a decimonónica), les parece a nuestros jóvenes de hoy suficiente fardo, como para tener que cargar también con las memorias de las guerras de sus abuelos.

Volvamos a nuestro salón de clase. Una cuarta estudiante (Magally Hernández Ospina) enuncia las preguntas que se hace recurrentemente, pero ubica las dificultades del colombiano común con la memoria, más allá de la experiencia personal, en las carencias institucionales y en particular las derivadas del sistema pedagógico. Comienza ella su relato así:

“Encontrar una explicación a las causas del conflicto interno colombiano del presente ha sido una tarea difícil. Personalmente, durante mucho tiempo me he preguntado ¿Por qué ocurre lo que ocurre en este país? Y sobre todo ¿Por qué hemos sido tan impotentes para superarlo? ¿Qué le falta a Colombia para que despierte?”

Y anota luego que “leer Guerras, Memoria e Historia conduce a un encuentro con el pasado y con pistas que permiten entender el presente de Colombia. Presente íntimamente ligado con el pasado; con un pasado que está más allá de cinco décadas”. A renglón seguido postula una tesis fuerte: “Colombia, sin duda alguna, es una nación carente de memoria. Cada generación crece con un presente, pero sin pasado.” Esa afirmación tan contundente la obliga a dar una explicación: “La historia de los libros de primaria y secundaria, en ciencias sociales, que enseñan sobre la Violencia y el Frente Nacional, entre otros hechos, es una historia que carece de contenidos”. Y luego nos hace saber cómo se llega tardíamente a enfrentar ese problema de la memoria no resuelta: “Una historia frágil. Sólo hasta que se llega a la educación superior se logra encontrar una explicación, mejor narrada, de los hechos de sesenta años atrás.”

Pero este proceso, podemos agregar nosotros, además de tardío, es también selectivo. No todos tienen acceso a ese requerido nivel de conocimiento. Avanza ella en su argumentación:

“Cabe anotar, sin embargo, que este privilegio sólo queda para aquellos que se deciden por una carrera profesional de las ciencias sociales o para aquellos que gozan del beneficio de ser estudiantes de universidades públicas, pues para los demás en su formación como profesionales no se involucra el contexto de nuestra historia colombiana...”.

Hay pues razones suficientes para quejarse: “Crecemos y nos formamos sin una cultura política sólida que nos ayude a entender el país y a hacer parte de su transformación”. De ahí que al postulado anteriormente enunciado de que carecemos de memoria, se puede sumar este, que establece una atribución precisa al tema de la ausencia o la presencia de memoria y que pudiéramos enunciar así: “Es la falta de ejercicio de memoria la que nos impide transformar la sociedad en el sentido que quisiéramos”.

Desde luego, de vez en cuando, al lado de las sesudas reflexiones, también hay florecitas para el autor. Por qué habrían de faltar y por qué ocultarlas… Dice otra estudiante (Martha Lucía Quiroz Rubiano) relacionando el libro con el conjunto del Seminario dentro del cual este fue una lectura más, la última por cierto.

  “La construcción de nuestro identitario como colombianos… es sin duda uno de los temas que más reflexión despertaron en mí, a lo largo de ese seminario. La lectura del texto del profesor dejó impresiones que dudo mucho se borrarán con facilidad… En otras palabras, pocas veces se pueden encontrar lecturas que concluyan con tanta precisión las hipótesis y argumentos que sesión tras sesión se fueron generando. Además, encontrar temas que ineludiblemente tenemos deber de conocer y trascender a la luz de nuestra realidad nacional….”.

Con todo, al final las flores toman una tonalidad de flores negras y de añoranza de una sólida conciencia crítica:

“Porque para mí, dice ella, a pesar de que el camino es cada vez más estrecho y cuesta arriba, sólo me queda agradecer el haber asistido al seminario y haber tenido el chance de leer tantos textos que denuncian todo lo triste, inhumano, indigno e injusto que sucede en nuestras sociedades. Todos tenemos nuestro temor propio frente al ejercicio de la memoria: el mío es el del desconocimiento de los hechos”.

Tal vez sea este un homenaje desmesurado a la función pedagógico-política de la historia, “maestra de la vida”, según la canónica definición de Cicerón, en la cual las sociedades contemporáneas tan volcadas sobre el presente y el futuro poco creen. Pero aún así, contra todos los postmodernismos, un estudiante tiene todo el derecho a postular que el pasado debe seguir teniendo un mínimo sentido orientador de la vida.

Una sexta lectora (Diana Patricia Saldarriaga Bilbao) destaca el carácter militante y movilizador del libro, agregándole al título de sus reflexiones La Memoria en el contexto colombiano, este subtítulo Entre los apáticos y los transformadores, es decir entre los que desarrollan sus propias estrategias, incluidas las de la memoria, para sobrevivir, y los que convierten el largo y doloroso pasado en una oportunidad de aprendizaje para construir el futuro deseado.

No falta quien considere el texto (Martha Stella Serrano R.) como un intento afortunado de dar expresión -a partir de la experiencia y las vivencias de autor- a los que no han tenido voz.

La última lectura femenina, a la cual quisiera darle voz aquí (Juanita Cuéllar B.) destaca cómo el libro constituye un reto y una invitación a que cada colombiano escriba la memoria de sus propias vivencias, no en busca de un relato único, sino de una gran polifonía nacional:

“El libro de Gonzalo Sánchez Guerras, memoria e historia señala desde el principio uno de los puntos más importantes, que se refiere al encuentro con la violencia que hace parte de la vida de todos los colombianos. El prefacio de este libro hace referencia a una vivencia personal; en este sentido, de una u otra forma, todos los colombianos tendríamos la posibilidad de escribir ese particular encuentro con la violencia, que en últimas genera tensiones al compartir las vivencias con el otro”.

Dejemos de lado por un momento estas aproximaciones, en las cuales lo personal se ha imbricado de mil maneras con la política y con la historia contemporánea del país y pasemos al segundo bloque de lecturas del texto, en donde se pasa nítidamente del “yo” al “se”. Son las lecturas que ponen en evidencia los hábitos mentales, las convenciones y las estrategias masculinas de narración. Señalo de antemano que no pretendo establecer jerarquías, sino simplemente diferencias de aproximación a nivel del lenguaje.

Veamos la primera de ellas (Juan Felipe Espinosa):

“Existe (no dice “yo que he estado en la guerra”) por lo tanto una gran cantidad de personas a las que la guerra y sus brotes de violencia les han dejado una huella en su memoria. Si se trata de procesos de independencia o revolución, la guerra se presenta como una fuerza que impulsa la creación de la nación. Se interpreta como un acto por un fin determinado y esto alivia en alguna medida las lesiones que deja la guerra. En Colombia, tras una larga serie de conflagraciones en el siglo XIX, el período de la Violencia a mediados del siglo XX y el conflicto armado entre el ejército y los grupos armados irregulares, todo (no “Yo”) ciudadano tiene un mínimo de “memoria de guerra”.

En otro texto (Eduardo Ignacio Gómez) se toma incluso más distancia frente a las experiencias personales y se nos revela cómo:

“Casi todos los colombianos tienen algún tipo de historia personal que haga referencia a hechos violentos ocurridos a familiares o amigos cercanos. Secuestros, asesinatos, masacres, bombardeos, combates, amenazas, miedo y terror, son algunas de las motivaciones de esas remembranzas. En Bogotá, por citar solo un ejemplo, muchos de los barrios populares son la consecuencia de esa violencia, tal y como dice Gonzalo en su libro en otro tiempo se les llamó exiliados, hoy gracias a la internacionalización y a la globalización de las comunicaciones y de los procesos, se ha impuesto un nombre creado para otras latitudes y para otras realidades: desplazados”.

Cabe la pregunta: ¿se trata de una experiencia excepcional, singular, única, irrepetible, o por el contrario, de una memoria representativa, ejemplar, en el sentido que Todorov le da al término, es decir, de una memoria que ilustra la trayectoria de una buena parte de la sociedad colombiana? A darle solución a esa otra trilogía latente en el texto Guerra, identidad y memoria responden varias reseñas. Escuchen esta (la de Andrés A. Salazar):

“Es indudable que la memoria es un elemento importante de lo que constituye nuestra identidad, así lo hemos visto de forma sugerente a lo largo del seminario en textos como el de Primo Levi y Todorov. Sin embargo, el texto del profesor Gonzalo Sánchez resulta determinante a la hora de articular la memoria con la identidad y cómo esta se construye a través de la impresión y percepción del largo y conflictivo proceso histórico que hemos vivido como colombianos”.

El mismo estudiante, tomando la cautelosa distancia del juez, trata de develar las estrategias narrativas del libro, y prosigue:

“Ya Gonzalo Sánchez desde el principio del libro nos muestra cómo su identidad ha estado mediada por el contexto violento que padeció al lado de su familia, y cómo esos hechos traumáticos lo marcaron no sólo como individuo, sino también como académico, militante político y colombiano. Podría decirse que tan sólo con ese relato resume lo que va a desarrollar en su libro: cómo la memoria ha sido, es y será objeto central del proceso de reconstrucción de una identidad nacional que hasta ahora ha estado marcada por las guerras que no han podido ser superadas, precisamente porque a la memoria no se le ha dado el lugar correspondiente en la resolución de nuestros propios conflictos”.

Pese a que en el libro se insiste en la co-presencia de tradiciones de confrontación y tradiciones pactistas, en todos los comentarios ha quedado más marcada la huella de la primera tradición, la guerrera, que la segunda, la civilista (en ello comparten la crítica de Renán Silva11): “Colombia existe gracias a la violencia ejercida sobre sus propios ciudadanos” dice uno de ellos (Eduardo Ignacio Gómez); “Pese a que el autor es claro en señalar la existencia de períodos de calma en la historia colombiana, para él la guerra ha sido un factor determinante y dominante en la construcción de la identidad nacional”, dice otro. Habría pues una inclinación estructural del texto hacia la tradición guerrera, según lo subrayó también el profesor Renán Silva en el comentario referido al comienzo de esta presentación2.

La vigencia y la utilidad política del texto constituye la forma de abordar Guerras, Memoria e Historia de otro estudiante (Vladimir Sanabria) que diferencia tres planos: el de las definiciones, el de los modos de valorar el pasado, y el de las tensiones abiertas hacia el futuro inmediato. En cuanto a lo primero, las definiciones, observa:

“En el libro Guerras, Memoria e Historia, el profesor Gonzalo Sánchez realiza unas importantes distinciones que se vuelven cada día más necesarias para que tanto la sociedad civil como los combatientes se puedan mover dentro de los laberintos intrincados de la guerra en Colombia. La primera de estas definiciones esenciales es la que tiene que ver con memoria e historia. Constituye un instrumento de facilitamiento pedagógico el asocio que el autor hace de la memoria a la huella y de la historia al acontecimiento. Aunque de manera modesta el autor declara que el libro no pretende ser coyuntural, quienes diariamente vemos la coyuntura violenta en se desarrollan las negociaciones de cese de hostilidades en el país, sí podemos considerar coyuntural su aporte definitorio. Así pues, ahora cuando el Estado ha facilitado la conformación de una comisión que defina lo justo y lo reparable, es muy importante para todos los actores involucrados en la toma de tales decisiones poseer precedentes académicos como los que Gonzalo Sánchez aporta en este libro. Muy útil será que el fruto de años de experiencia investigativa que aparece plasmado en las páginas de este libro se pudiera volver de dominio público para ya no confundir más la investigación de los acontecimientos con la valoración de los mismos.”

En cuanto al segundo aspecto, el de las valoraciones del pasado, el comentarista señala con mucha seguridad que

“La lectura de este libro y, en general, todo el seminario de Guerra y Memoria, me ha dejado una claridad acerca de la manera de entender el pasado. Yo creía que la historia se encargaba de estudiarlo, y punto; que todas las negociaciones relacionadas con la clarificación de violencias del pasado pasan por la investigación de los acontecimientos y que mientras más exacta fuera esta última mayor equidad se obtendría de los veredictos. Ahora opino que la equidad no es posible sin el equilibrado aporte de la memoria, y que es ésta la que colorea los grises mapas que traza la historia.”

Y en cuanto al carácter anticipatorio del texto, puntualiza:

“Merece especial mención el hecho de que aunque el libro se dedique a analizar las distintas relaciones entre memoria e historia alrededor de las guerras que ya pasaron y de la que está en curso, tenga un capítulo dedicado al futuro. El capítulo décimo, sobre la transnacionalización de la guerra interna, los nuevos retos de la memoria, no sólo ilustra sobre las implicaciones internacionales de nuestro conflicto y sobre la necesaria contextualización internacional de todo lo que hacemos dentro de nuestro territorio, sino que deja planteada una alarma sobre la manera en que le demos solución a las negociaciones actuales. Si antes bastaba respetar o al menos tener en cuenta las leyes y las costumbres nacionales, ahora también hay que respetar el derecho internacional humanitario.

El bien común, tantas veces invocado para otorgar amnistías e indultos, para poner punto final, para enterrar las atrocidades en el olvido, ya no puede ser meramente el bien común nacional, sino el bien común de la humanidad.”.

Quisiera devolverle la palabra a una estudiante, mujer (la periodista Marta Ruiz), que en un solo párrafo plantea buena parte de los nudos centrales del libro:

“Lo primero que hace el texto de Gonzalo Sánchez Guerras, Memoria e Historia es conectar la experiencia (colectiva) con la propia, en el prefacio. Él, como casi todos nosotros, tenemos una historia vinculada, más que a la guerra, a la violencia. Y es muy difícil hablar de la historia del país sin hacer una referencia casi personal a los episodios de sangre. Nos pone de frente a una realidad: la violencia está en el fondo de nuestra identidad. De la construcción de la identidad. Pero el texto se mueve en el doble filo de la memoria traumática: el duelo y la expiación. La memoria de la víctima, que busca ser reivindicada. Los recuerdos del victimario, que quieren olvido. Posiblemente el borroso límite entre ambos hace que vayamos como una veleta de la venganza a la amnesia, o de la amnistía al desquite, prácticamente sin mediaciones. O un continuo donde en un momento somos víctimas regodeándonos en el duelo, y en el otro victimarios, que encontramos en los medios de violencia bien sea la satisfacción de un deseo, o la realización de una razón.”.

Los estudiantes han visto, pues, muchas cosas en este libro: estímulos sensoriales, invitación a la escritura, puesta en escena de un arsenal pedagógico, instrumentos para la movilización y la transformación política, destellos de una lámpara de Diógenes apuntando al futuro. Una multiplicidad de significados en acción.

Cada uno ha ido destacando, a su juicio, lo más cercano, lo más acertado o lo que lo deja inconforme. Sería abusivo someter todos esos fragmentos, ese mosaico, a una operación de sumatoria. Porque lo que queda en evidencia después de este ejercicio de lectura plural es algo ya sabido, pero que no está de más recordar: que un texto, una vez publicado, deja de pertenecerle al autor y pasa a ser reinventado y reescrito por sus lectores.


1 SILVA, Renán, “Reseña de Guerras, Memoria e Historia”, en Análisis Político, No. 51, Bogotá, IEPRI, mayo-agosto
de 2004, pp. 93-97.

2 En el mismo acto se hacía lanzamiento del libro SILVA, Renán, República Liberal, Intelectuales y Cultura Popular,
Medellín, La Carreta Histórica, 2005.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons