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Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.54 Bogotá set./dic. 2014

 

El nombre y los conceptos de historia*

François Hartog**

** Director de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales(Francia), profesor y conferencista en varias universidades europeas y norteamericanas. Sus intereses de investigación se centran en el problema del tiempo histórico, los "regímenes de historicidad" y las relaciones entre presente, pasado y futuro. Entre sus obras más reconocidas se encuentran Memoria de Ulises. Relatos sobre la frontera en la antigua Grecia(México: FCE, 1999), Regímenes de historicidad. Presentismo y experiencias del tiempo(México: Universidad Iberoamericana, 2007), y el libro, resultado de su tesis doctoral, El espejo de Herodoto. Ensayos sobre la representación del otro (México: FCE, 2003). hartog@ehess.fr


RESUMEN:

La Historia ha sido una de las palabras de "intersección", o mejor aún, el concepto cardinal alrededor del cual se ha cristalizado lo creíble, durante los dos últimos siglos. ¿Qué se designa hoy al pronunciar la palabra Historia? ¿De cuál creencia se trata? Es menester, ante todo, desprenderse por completo de una acepción del nombre que, incluso si ya no tiene eficacia alguna en el mundo actual, merodea aún en lo ordinario de la disciplina. Acepción promovida e impuesta por Europa: la del concepto moderno de historia, que al ser responsable del progreso de los pueblos, se engalanaba con una H mayúscula. Cabe preguntarse, entonces, si ese viejo nombre de historia puede volver a tener alguna utilidad para designar una manera nueva de articular esas tres categorías del pasado, presente y futuro, que los humanos siempre han requerido para ordenar su vida en común.

PALABRAS CLAVE:

Historia, régimen de historicidad, tiempo, teoría de la historia.


The Name and the Concepts of History

ABSTRACT:

History has been one of the words of "intersection," or better yet, the cardinal concept around which the credible has crystalized over the past two centuries. What does the word History mean today? What belief does it entail? It is necessary, first of all, to free oneself completely from accepting a meaning for the word which, even if it is no longer effective in the present world, still lurks in the shadows throughout most of the discipline. It is the meaning that has been promoted and imposed by Europe: the modern concept of history, which in being responsible for the progress of the peoples of the world, embellished itself with a capital H. It is thus worthwhile asking whether the old name of history can once again prove somehow useful for designating a new way of articulating the three categories of past, present and future that human beings have always required to organize their common life.

KEYWORDS:

History, historicity regime, time, theory of history.


O nome e os conceitos de história

RESUMO:

A História tem sido uma das palavras de "interseção", ou melhor ainda, o conceito cardinal ao redor do qual se tem cristalizado o acreditável, durante os dois últimos séculos. O que se designa hoje ao se pronunciar a palavra História? De qual crença se trata? É necessário, acima de tudo, desprender-se por completo de uma acepção do nome que, inclusive se já não tem eficácia alguma no mundo atual, vagueia ainda no ordinário da disciplina. Acepção promovida e imposta pela Europa: a do conceito moderno de história, que ao ser responsável pelo progresso dos povos, ostentava-se com um H maiúsculo. Cabe perguntar-se, então, se esse velho nome de história pode voltar a ter alguma utilidade para designar uma maneira nova de articular essas três categorias do passado, presente e futuro, que os humanos sempre requereram para ordenar sua vida em comum.

PALAVRAS-CHAVE:

História, regime de historicidade, tempo, teoria da história.

Artículo recibido: 25 de noviembre de 2013 Aprobado: 26 de enero de 2014 Modificado: 08 de mayo de 2014

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/histcrit54.2014.04


La Historia ha sido una de las palabras de "intersección", o mejor aún, el concepto cardinal alrededor del cual se ha cristalizado lo creíble, durante los dos últimos siglos1. El uso de la mayúscula bastaba ya como explicación, mientras que el de la minúscula sugería otras explicaciones, tales como el establecimiento de leyes, la localización de grandes movimientos de fondo, o el reconocimiento de la parte -más o menos grande- de la contingencia en los asuntos humanos. Paul Valéry, en su frecuente crítica a la historia, se deshacía de la primera, la Historia(con mayúscula): "La palabra tiene dos sentidos: cuando se escribe con H mayúscula, se refiere a un mito que se perfila amenazante, como cuando afirmamos: la Historia nos enseña..., la Historia juzgará... Dos banalidades de un mito". En cuanto a la segunda, con una h minúscula, Valéry deploraba que sólo se tratara de un "conjunto de escrituras". Esto lo abordó, una y otra vez, en sus Cuadernos, desde su postura crítica o reflexiva. Independientemente de las posiciones del mismo Valéry, los historiadores se establecerán progresivamente en el campo de la historia(con minúscula), hasta convertirla en su "territorio"2. Un territorio limitado y a la vez en expansión, con sus "frentes pioneros" e inmersiones en sus profundidades, en las cuales, bajo diversas apelaciones y formas diferentes, el futuro seguía en el horizonte más o menos activo o imperativo. Durante el siglo XIX y una buena parte del XX, los historiadores no han cesado de negociar con el régimen moderno de historicidad, así como lo hicieron, a su manera, los escritores -y en primer lugar, los novelistas-, quienes privilegiaron casi siempre las fisuras y las discordancias de las temporalidades: de Balzac a Sartre, pasando por Tolstoi y Musil.

Existe también aquella otra historia que el escritor Georges Perec llamó, en W ou le souvenir d'enfance, la Historia con su gran h, la misma que Valéry, a pesar de todos los ejercicios de pensamiento cotidianos, no había podido reconocer ni vislumbrar su advenimiento. "No tengo recuerdos de infancia -escribió Perec-, me privaron de ellos; otra historia, la Grande, la Historia con su gran h, ya había respondido en mi lugar: la guerra, los campos de concentración"3. La historia, con o sin mayúscula, intentaría reponerse de ese duro golpe. Hubo la creencia de que esto se lograría, arrojándose al agua, como exhortaba Lucien Febvre, ya desde 1946 -en su inimitable estilo-, en el manifiesto Annales nouvelles. Bajo el riesgo de no entender nada del mundo globalizado del mañana -que es ya el de hoy-, era urgente dirigir la mirada, no hacia atrás, hacia lo que acababa de acaecer, sino hacia adelante de nosotros mismos: "El mundo de ayer ha terminado. Ha terminado para siempre. Sólo podremos -nosotros, los franceses- librarnos de él si comprendemos, más rápidamente y mejor que otros, esta innegable verdad. Hay que abandonar los despojos. Al agua, les digo a ustedes, y naden con firmeza"4.

Otras capas fueron añadidas al estratificado concepto de historia, se alargó el cuestionario, y se concedió un lugar a las estructuras. Tal fue el caso de El Mediterráneo, de Fernand Braudel, y su noción de la larga duración5. Con esta situación paradójica: por un lado, una historia que ralentizaba -la de los historiadores, receptiva a las dilaciones de la historia-, escrutando en las rupturas que habían permanecido durante largo tiempo invisibles; por el otro, los "Treinta años gloriosos", o el "Milagroalemán", época apasionante de un progreso cada vez más acelerado y de la competencia entre Oriente y Occidente. Sentidos contrarios en apariencia, estos dos movimientos de poder y alcances disímiles permitían evitar el pasado reciente: la mirada se posaba lejos hacia atrás y en otro lugar, o por el contrario, se concentraba en las tareas urgentes del presente, teniendo a la vista el futuro.

Mas con el paso de los años y las generaciones que se sucedían, las fisuras, los resquebrajamientos y las ausencias remontaron a la superficie y las ilusiones también se disiparon. La extraordinaria autobiografía de George Perec -publicada en 1975-, historia de un niño sin recuerdos de infancia, abre plenamente la vía a los "años de la memoria". La novela Austerlitz(2001), de W. G. Sebald -para quien el tiempo se detiene en 1939-, podría ser un equivalente reciente, pero con un punzante interrogante que ya se formulaba desde entonces: ¿de qué manera, el concepto moderno de historia, básicamente futurista, puede conceder un lugar en su estructura misma a ese tiempo sin ataduras, suspendido, detenido? ¿A ese pasado que se creía pasado y que en realidad no lo era? ¿Olvidado, pero a través de un olvido imposible de olvidar? ¿De qué manera, el "tren de la Historia" se había encaminado hacia el Archipiélago de Gulag(y sus avatares más recientes) y había desembocado en la rampa de Auschwitz?

Al término de su libro, Zakhor, histoire juive et mémoire juive, publicado en 1982, Yosef Yerushalmi se preguntaba:

    "Ignoro si la vasta empresa de la búsqueda histórica contemporánea resulte duradera para los judíos y no judíos. Un joyero que había fabricado un anillo para el rey Salomón -cuya virtud era la de hacerle feliz cuando estaba triste, y triste cuando estaba feliz- talló en él la siguiente inscripción: 'Esto será breve también'. Vendrá tal vez un tiempo en el que reine una conciencia nueva, asombrada por todos aquellos que nos sumergimos en la historia. Al menos que este hecho ni siquiera la inmute"6.

¿Ese tiempo está próximo? ¿Ya estamos en él? En el horizonte inmediato no hay nostalgia, ni espíritu de catástrofe, ni profecía alguna. Lo que, en cambio, no da lugar a dudas es la transformación de las experiencias respecto al tiempo, durante los últimos treinta o cuarenta años. El signo anunciador ha sido el retroceso del futuro, no de cualquier futuro, sino de ese futuro futurista, el del régimen moderno de historicidad que alimenta el motor del tren de la Historia. Poco se tardó entonces en hablar de la "crisis del futuro", de su clausura, mientras que de manera simultánea, el presente tendía a ocupar un lugar cada vez más amplio.

La transformación de las relaciones, con el tiempo, planteó una configuración inédita: la del presentismo. Como si ese presente del capitalismo financiero, de la revolución de la información, de la Internet, de la globalización, pero también el de la crisis que surgió en el 2008, absorbiera en sí mismo las categorías(que se habían vuelto casi obsoletas) del pasado y del futuro. Como si, convirtiéndose en su propio horizonte, se mudara en un presente perpetuo. Junto a éste, se situaron en el primer rango de los espacios públicos aquellas palabras, que también son palabras de orden, prácticas que se traducen en políticas: memoria, patrimonio, conmemoración, identidad, entre otras; tantas formas de convocar al pasado en el presente, en las que prima una relación inmediata, apelando a la empatía y a la identificación. Basta, para convencerse, con visitar la gran cantidad de monumentos conmemorativos y otros museos de historia inaugurados en estos últimos años. Además, ese presente presentista está rodeado por todo un cortejo de nociones o conceptos, más o menos destemporalizados: modernidad, posmoderno, pero también globalización e incluso crisis. ¿Y qué es, en efecto, una crisis "sistémica" sino una crisis que dura, sin tratarse ya de ese momento decisivo que escrutaba el ojo médico, desde Hipócrates? Con la crisis sistémica se está apresado en una especie de presente permanente: ¿justamente el de la crisis del sistema?

¿Esos desplazamientos o esa oscilación son la huella de un fenómeno duradero o transitorio? Nadie lo sabe en realidad, mientras que todavía cuesta asimilar su ritmo. Según el filósofo Marcel Gauchet, se produjo ahí "un cambio de relación con la historia":

    "[ese cambio] ha asumido la forma de una crisis del porvenir, cuyo síntoma más palpable ha sido el desvanecimiento de la idea revolucionaria. Con la posibilidad de que se represente el futuro, entra en crisis, por una parte, la capacidad del pensamiento de la historia para hacer inteligible la naturaleza de nuestras sociedades, con base en el análisis de su devenir; por la otra, su capacidad para guiarlas en la acción transformadora sobre ellas mismas, a título de previsión y proyecto"7.

Este cambio de relación es precisamente lo que el concepto(moderno) de Historia no alcanza o ya no puede asir. Profundamente futurista, ya no es lo suficientemente operatorio para captar el devenir de sociedades que, al intentar absorberse por completo en un presente único, ya no saben de qué manera regular sus relaciones con el futuro; éste es comúnmente percibido, cada vez más, al menos en Europa, bajo el modo de amenaza e incluso de la catástrofe que ya viene en camino.

Este futuro ya no es concebido como indefinidamente abierto, sino todo lo contrario: como algo cada vez más limitado -o más bien, cerrado-, en particular por la irreversibilidad generada por toda una serie de acciones. Inmediatamente se piensa en el calentamiento global, en los desechos nucleares, en las modificaciones operadas sobre lo viviente, entre otros. Se descubre, de manera cada vez más acelerada y precisa, que el futuro se extiende cada vez más lejos delante de nosotros, y que lo que hoy se hace o se deja de hacer tiene incidencias en ese futuro tan lejano, que nada representa en la escala de una vida humana. En el otro sentido -lo que ha precedido-, se aprende que el pasado venía de lejos, cada vez más lejos(la época de la aparición de los primeros humanoides sigue retrocediendo, mientras que la edad del universo alcanza ya los catorce mil millones de años).

Confrontados con esos cambios radicales de puntos de referencia, se tiene la tentación de decir ¡basta! y exhortar a volver al pasado y recobrar los paraísos perdidos. La industria del ocio se dio cuenta muy rápidamente del partido que podía sacar de las islas paradisiacas y otros territorios vírgenes, en los que el veraneante compra experiencias bien graduadas en desaceleración programada. Estas últimas alimentan amenazas y temores en los que puede injertarse, por lo demás, una nueva forma de "terror" de la historia, evocando -desde otras perspectivas- aquel "terror" que se había convertido en uno de los resortes del pensamiento de un autor como Mircea Eliade, cuando se unió a la extrema derecha en los años 19408. En lo que concierne al pasado histórico, se tiende a "tratarlo" o "gestionarlo" en determinadas instancias(los tribunales), y a través de acciones específicas(las políticas conmemorativas). Ya sea en presente o por el presente: bajo la autoridad de la memoria.

Con el tiempo como depositario, el concepto de historia ha sido el receptáculo de varios estratos temporales o, para tomar otra imagen, está tejido con varias temporalidades. El estrato más antiguo es el que se desplaza del pasado hacia el presente y corresponde al antiguo régimen de historicidad. Durante varios siglos, este estrato ha gobernado el extenso registro de la historia magistra vitae, y si el advenimiento de la temporalidad moderna le ha hecho perder su primacía, esto no lo ha hecho desaparecer, ya que el antiguo topos de las lecciones de historia sigue ahí, disponible, susceptible de ser reactivado, hasta el día de hoy. Se trata del registro del ejemplo, de la imitación y del deber/ser. ¿Con qué eficacia y asimiento firme en la realidad se cuenta aún para tal efecto? Se trata evidentemente de una pregunta tanto más acuciante, por cuanto el concepto de historia se había abierto hacia otra temporalidad que había socavado esa antigua y poderosa acepción, a saber, la temporalidad moderna, propia del régimen moderno de historicidad. Ésta se ha convertido en algo así como el combustible del concepto moderno de historia, ese tren que se desliza cada vez más rápido a pesar de las interrupciones, los percances y los descarrilamientos. Mientras que el marxismo o la revolución fueron durante largo tiempo "el horizonte insuperable", como se ha afirmado, la Historia y la historia eran homólogas. La historia era la ciencia de lo real. Había una tensión, sin duda alguna, hacia el futuro, un futuro que era necesario apresurar al máximo, pero más allá del cual no se podía proyectar o autorizar a pensar. Se abriría luego todo lo opuesto al tiempo apocalíptico: el nuevo cielo y la nueva tierra por fin comunistas. Durante algunas décadas, la URSS fue, para los comunistas del mundo entero, el signo del advenimiento de los tiempos nuevos.

Entre las situaciones históricas y el concepto de historia siempre han existido tensiones: ya sea que el concepto se encuentre en fase con una coyuntura, o esté desfasado respecto a la misma. En fase coyuntural, da el sentimiento a quien lo usa de que asimila correctamente la situación y puede hacer la historia, o, simplemente, hacer historia. Si hay desfase, puede ser porque el concepto otorga una parte muy importante al pasado, o por el contrario, al futuro. Quien lo usa quisiera, por ejemplo, volver a un pasado que ya no existe o impeler más rápidamente hacia un futuro que aún no ha llegado, activando algunas de las temporalidades heterogéneas que constituyen el concepto para describir, comprender o hacer ver una situación. Si el desfase es demasiado grande, la toma no será la indicada y el resultado borroso, como una fotografía movida; el presente es visto con los lentes del pasado y surge el riesgo "de entrar retrocediendo al futuro", según otra fórmula de Valéry. Con los lentes del porvenir, cuando se decrete la apertura de una nueva era, se corre el riesgo de percibirlo como si ya hubiera advenido. Sigue luego la tentación, más o menos irreprimible, de hacer desaparecer los "vestigios". El enemigo no es el desfase en sí mismo, sino un desfase excesivo. Entre una realidad y su concepto, o entre lo real y su captación por parte del concepto, existe siempre una brecha, a fortiori cuando se trata de esa realidad heterogénea, propia de toda situación histórica. En esa misma brecha reside la posibilidad de que el concepto se acrisole en la comprensión de la situación, teniendo una mayor y mejor percepción del presente, en función del pasado y del futuro, es decir -en el caso del concepto moderno de historia-, en función de la luz que el porvenir proyecte sobre el pasado para volverlo inteligible.

Historia es, en el fondo, aquel nombre que viene de lejos, escogido para reunir y mantener juntas las tres dimensiones del pasado, presente y futuro. Para mostrar e interrogar lo que las une y las separa, a través de todas las combinaciones posibles por parte de quien las usa(individuo, grupo, institución, Estado), con base en su situación presente y para incidir sobre ella, directa o indirectamente(por ejemplo, a través de la escuela o las conmemoraciones). Promovido por Heródoto, el nombre se arraigó y no ha cesado de ser retomado, corregido, modificado, amplificado, alabado, loado, ironizado, denigrado, impugnado, entre otros. Y, sin embargo, siempre ha permanecido ahí: inmediatamente disponible. Hoy, no obstante, Mnêmosunê ha suplantado a Clio, al menos en el espacio público.

Al aunarse la ruptura al futuro, quedó plenamente consumada la escisión entre la retórica y la historia, y esta última podía, al fin, emprender su propio vuelo, como filosofía de la historia, como ciencia, como práctica científica, como saber, es decir, como un género con pleno derecho. Escapaba por fin y definitivamente de la esfera del otium (allí la habían relegado Cicerón y Quintiliano) para ingresar en el negotium, pero en un negotium nuevo, bajo el emblema de la ciencia, y ya no bajo la retórica del forum. Desde luego, la erudición había ya librado, tiempo atrás, un largo combate para apartar la historia de las letras; pero la opción de ingresar en la cohorte de los eruditos tenía como precio la reducción de sus ambiciones. Incluso si esa disminución se veía compensada por la seguridad que ahora tenía a su favor, al afianzarse en el terreno firme de las realia y los hechos verificables, la historia podía ya refutar los ataques de los escépticos o de los aliados del pirronismo que instigaban a poner en duda los testimonios de la historia y los dogmas de la religión9.

La tripartición aristotélica del discurso(judiciario, deliberativo y epidíctico) había dejado a la historia, durante largo tiempo, sin un lugar propio. Ésta había intentado negociar su lugar entre Aristóteles y Quintiliano -o incluso Luciano de Samosata-, mientras que la retórica la excluía(por pertenecer al campo del otium) y pretendía gobernarla a la vez. No pertenecía tampoco al discurso deliberativo o judiciario, y, sobre todo, no quería ser asimilada por el epidíctico, en el que, el espectador sólo se pronuncia en última instancia por el talento del orador. En efecto, cada género tenía para Aristóteles un tiempo que le era propio: el presente para el elogio, el pasado para el judiciario y el futuro para el deliberativo. Como la historia estaba relacionada con esos tres tiempos, podía recorrer parte del camino con cada uno de los tres géneros. Al abandonar la retórica por la poética, la historia se veía confrontada a la poesía(la epopeya y la tragedia), y el criterio discriminante era entonces -según Aristóteles- el de la mimesis, que excluía a la historia. A lo que cabría aún añadir(para completar) la forma en la cual -poco después de Tucídides- la historia perdió la partida frente a la filosofía, como ciencia de la política y como filosofía moral. Y esto, a pesar de los esfuerzos de un Polibio, a la vez ambicioso y algo ingenuo, quien buscaba un nuevo concepto de historia que pudiera ilustrar el mundo nuevo en el que, en apenas medio siglo, vio cómo se extendía la dominación romana. Tomado como rehén en Roma, Polibio escribe una historia para explicar la derrota a los griegos vencidos y la victoria a los romanos vencedores(eso esperaba, al menos).

La evocación de esta retrospectiva, lejana tal vez pero inherente a la historia del nombre, basta para hacer comprender que una erosión o ruptura del concepto moderno de historia puede hacer emerger capas antiguas y hacer resurgir las interrogaciones respecto al lugar, el objeto, el género o el tipo de discurso de la historia. El tren de la Historia no se desliza ya a todo vapor, en una época en que el ritmo de los progresos técnicos nunca había sido tan rápido. Detenida en el impulso que hasta entonces la había llevado, impartiendo a la vez a sus especialistas -grandes o pequeños- la "orden de actuar en nombre del futuro", ha vuelto a ver resurgir la controversia entre la historia y la retórica. Pero ya no una retórica a la buena y antigua forma de Aristóteles, sino otra, fuertemente "poetizada", semejante a la implementada por Hayden White, quien le confiere sin vacilar la mimesis, y hace de ella un discurso(casi) como los otros. La lucha ahora se dirigía contra la ilusión alimentada por la historia positivista de una homología entre las palabras y las cosas o entre los niveles intralingüístico y extralingüístico10. Es decir, contra el realismo espontáneo de los historiadores.

Entre 1980 y 2000, la doble intervención de Paul Ricoeur, largamente madurada, ampliamente documentada y sólidamente argumentada, se inscribe en este contexto. Al poner de relieve, en Tiempo y narración, el muthos, retomado de Aristóteles y concebido como intriga, se proponía probar "el carácter últimamente narrativo de la historia", pero sin renunciar, por lo tanto, a la "primacía" de sus propósitos referenciales11. Se debe retener como importante lo siguiente: al recordar que la historia es narración o incluso semi-narración, Ricoeur preserva algo de ese movimiento anticipado, conferido a la historia por el futurismo del régimen moderno de historicidad. El relato va adelante y de esta manera hace y da sentido. En la separación entre el horizonte de expectativa y el espacio de experiencia, se teje el tiempo histórico(el del régimen moderno de historicidad) portador del relato histórico y literario. Con la diferencia de que la novela se inclina más, a mi parecer, hacia la exploración de esa otra cara del régimen moderno que es lo simultáneo de lo no-simultáneo.

Por segunda vez, el filósofo va al auxilio de la historia, aunándola a la memoria. En La memoria, la historia, el olvido, Ricoeur pretendía salir del enfrentamiento estéril entre historia y memoria, con su cortejo de seguidores y detractores, rechazando toda subordinación de la segunda a la primera. Quería una historia "captada" por la memoria, mas no una memoria rebajada al rango "de objeto de historia". Sostenía que por su "poder de testimonio" respecto de un pasado que ha tenido lugar, la memoria debía ser considerada como la "matriz" de la historia12. De esta postura se desprende su conclusión -que retomaría luego con frecuencia- sobre la imposibilidad de dirimir, "en el plano gnoseológico", "el antagonismo entre el voto de fidelidad de la memoria y la búsqueda de la verdad en el campo de la historia". La decisión corresponde al lector, es decir, al ciudadano, quien, ya instruido y consciente de su deuda con los predecesores, hará "el balance entre la historia y la memoria". De ahí que haya necesariamente una "inquietante extrañeza" de la historia; y es por lo que Ricoeur puede, recurriendo a Platón, presentarla como ese pharmakon, remedio y veneno a la vez, ya que la "sospecha" de que la historia sea en el fondo "nociva para la memoria" no puede ser "conjurada". Por su parte, Michel de Certeau reconocía lo que designaba como "la inquietante familiaridad" de la historia. Siendo la ausencia su razón de ser, ella se escribe en lugar de lo que ya no existe. Al igual que Jules Michelet, ella entierra a los muertos para abrirle espacio a la vida, puesto que "una sociedad se asigna un presente gracias a una escritura histórica"13; un presente no cerrado sobre sí mismo, sino abierto en dirección a un futuro que le provee información y le permite proyectarse.

El modelo de Michelet de la historia, con el historiador como visitante de los muertos, seguía siendo compatible con el régimen moderno de historicidad, ya que lo atravesaba el soplo de la Revolución y era guiado por la marcha del Pueblo. Sin embargo, cuando la muerte se convirtió en una industria, cuando los muertos fueron -lo más minuciosamente posible- borrados, cuando el tiempo se detuvo y lentamente se tomó conciencia de un pasado que no pasaba, ¿en qué se convertía la historia, el concepto moderno de Historia, y cómo podía modularse el quehacer de la historia? Ya que, ¿cómo enterrar a esos muertos golpeados, por decirlo así, por una doble ausencia? ¿O de qué manera "abrir espacio a lo viviente", si se ha cavado una distancia que ha llevado casi a la ruptura entre espacio de experiencia y horizonte de expectativa, o peor aún, si este último ha asumido el rostro de la catástrofe? Incluso, de una doble catástrofe: la que viene, está en camino y se espera; y la que en realidad aconteció y se ha experimentado, todo esto en un mismo presente. Horizonte de expectativa y espacio de experiencia se comunican a través de la figura unificadora de la catástrofe. Las sociedades han requerido tiempo para formular estas preguntas en esos términos. Para ello fueron encaminados los esfuerzos, lenta y arduamente, durante la segunda mitad del siglo anterior. Escritores, filósofos, historiadores, políticos, instituciones, han tropezado con estas preguntas, las han afrontado e incluso las han evitado(en ocasiones han girado alrededor, como un navío en torno a su ancla, en función del viento y la corriente).

La memoria, la conmemoración, el patrimonio y la identidad, se convirtieron poco a poco en palabras claves a finales del siglo XX, al tiempo que la Historia, la divinidad mayor de Europa, ya desde el siglo XIX asistía al desvanecimiento de su magisterio. De hecho, el deslizamiento de la historia a la memoria, en el curso de 1980, indica un cambio de época. Lo mismo sucede con el patrimonio, noción destinada para los tiempos de crisis. Cuando las referencias se derrumban, cuando la aceleración del tiempo acentúa la desorientación, se tiende a preservar los lugares, objetos, gestos, para hacer habitable un presente en el cual ya no nos hallamos. La conmemoración es la reanudación pública del fenómeno memorial, y da lugar a políticas memoriales -en lo que a Europa se refiere-, incluso a "leyes memoriales". En lo atinente a la identidad, morada organizadora de esas nociones, es portadora de una doble inquietud: respecto al pasado(¿cuál es, en realidad, el pasado de Francia?); respecto al futuro(¿cuál puede ser nuestro porvenir común?), ¿qué esperanza puede(aún) abrigar Europa? De ahí surgieron, como cuestión de fondo y más allá de las polémicas, las dificultades de la difunta Casa de la historia de Francia, promovida por el expresidente Nicolás Sarkozy.

En lo que se denomina el antiguo régimen de historicidad(antes de 1789, para tomar una fecha simbólica), los actores tenían, en efecto, un presente, en el cual vivían e intentaban comprenderlo y manejarlo14. Pero para orientarse, comenzaban por mirar hacia el pasado, con la idea de que éste era portador de inteligibilidad, de ejemplos, de lecciones. Y la historia era el inventario de esos ejemplos y el relato de esas lecciones. En el régimen futurista, o régimen moderno, sucedía lo contrario: se miraba hacia el futuro, el cual aclaraba el presente y explicaba el pasado; era necesario encaminarse hacia él lo más rápidamente posible. Y la historia era teleológica: el objetivo indicaba el camino ya recorrido y el que quedaba aún por andar. Todas las historias nacionales modernas fueron concebidas y escritas bajo ese modelo.

La singularidad del régimen presentista radica en el hecho de que finalmente ya no existe más que el presente. Cada uno lo vive en su cotidianidad personal o profesional. En este régimen, ya no se sabe qué hacer con el pasado, puesto que ya ni siquiera se ve, ni con un futuro que tampoco es visible. Ya no hay más que acontecimientos que se suceden o se sobreponen, ante los cuales es necesario "reaccionar" con urgencia, al ritmo incesante de las "Breaking News". De ahora en adelante, con la existencia de Internet, lo que se impone es el tiempo real, la simultaneidad de todo con todo y lo continuo. Aparece todo en el mismo plano, en un presente tan extendido como la red misma. En esta nueva "condición numérica" es ahora más problemático que nunca articular pasado, presente y futuro; pero surge como una necesidad tanto más acuciante que la narración común parece retroceder(cada uno tiene su memoria, su sitio y su blog, según un incesante efecto de desmultiplicación).

Un primer paso sería desprenderse finalmente de una historia que ya no tiene curso alguno: la que promovió e impuso Europa y la cual se engalanaba con una H mayúscula; la que pretendía ser el tren del mundo moderno y se consideraba como su tribunal máximo. Cabe preguntarse luego, si la muy antigua palabra historia(con toda su historia) pudiese volver a ser de alguna utilidad para designar una manera nueva de articular esas tres categorías del pasado, presente y futuro, que los humanos siempre han requerido para ordenar su vida en común. Pero sin que ninguna de ellas imponga su tiranía sobre las otras dos, en un mundo que dista mucho de ser aquel que fue regulado, durante largo tiempo, por el meridiano de Greenwich. Vería yo ahí, de buen grado, la tarea del historiador de hoy.


Comentarios

* Este artículo es resultado de las investigaciones que se han realizado desde hace varios años en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales(Francia). Fue traducido del francés al español por Vicente Torres Mariño, doctor en Literatura y Civilización Francesa por la Universidad Sorbona Nueva-París 3(Francia) y profesor asociado del Departamento de Lenguajes y Estudios Socioculturales de la Universidad de los Andes(Colombia).

1 François Hartog, Croire en l'histoire(París: Flammarion, 2013).

2 Emmanuel Le Roy Ladurie, Le Territoire de l'historien(París: Gallimard, 1973). Ver Jacques Revel, Un Parcours critique: Douze exercices d'histoire sociale (París: Galaade, 2006), 18-20.

3 Georges Perec, W ou le souvenir d'enfance(París: Gallimard, 1975), 17 [En español: W o el recuerdo de la infancia (Palencia: Menoscuarto, 2014)]. En francés, la letra "h" y la palabra "hacha" tienen la misma pronunciación.

4 Lucien Febvre, "Face au vent, Manifeste des Annales nouvelles", en Combats pour l'histoire(París: Armand Colin, 1992), 40 [En español: Combates por la historia(Barcelona: Ariel, 1970)].

5 Fernand Braudel, La Méditerranée et le Monde Méditerranéen a l'époque de Philippe II, 2 vols.(París: Librarie Armand Colin, 1966 [1946]) [En español: El Mediterráneo y el mundo del Mediterráneo en la época de Felipe II, 2 vols.(México: FCE, 1976)].

6 Yosef Hayim Yerushalmi, Zakhor, histoire juive et mémoire juive, trad. francesa por Éric Vigne(París: La Découverte, 1984), 119 [En español: Zajor. La historia judía y memoria judía(Barcelona: Anthropos, 2013)].

7 Marcel Gauchet, La Condition politique (París: Gallimard, 2005), 523.

8 Mircea Eliade, La terreur de l'histoire(París: Gallimard, 1949).

9 Arnaldo Momigliano, Problèmes d'historiographie ancienne et moderne, trad. francesa por Alain Tachet(París: Gallimard, 1983), 258-260 [En español: Ensayos de historiografía antigua y moderna(México: FCE, 1993)].

10 Para Roland Barthes, el discurso histórico "no cree conocer más que un esquema semántico, compuesto por dos términos: el referente y el significante", eliminando el significado y dejando que aparentemente se enfrenten "lo real y su expresión". Le bruissement de la langue(París: Seuil, 1984), 165 [En español: El susurro del lenguaje(Barcelona: Paidós, 2009)].

11 Paul Ricoeur, Temps et récit, 3 t. (París: Seuil, 1982-1985) [En español: Tiempo y narración, 3 vols.(Madrid: Siglo XXI, 1995-1996)].

12 Paul Ricoeur, La mémoire, l'histoire, l'oubli(París: Éd. Du Seuil, 2000) [En español: La memoria, la historia, el olvido(Buenos Aires: FCE, 2005)].

13 Michel de Certeau, L'Écriture de l'histoire (París: Gallimard, 1975), 119 [En español: La escritura de la historia (México: Universidad Iberoamericana, 1993)].

14 François Hartog, Régimes d'historicité. Présentisme et Expériences du temps (París: Seuil, 2012 [Edición revisada y ampliada]). [En español: Regímenes de historicidad. Presentismo y experiencias del tiempo(México: Universidad Iberoamericana, 2007)].


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