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Historia Crítica

Print version ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.80 Bogotá Jan./Apr. 2021  Epub May 18, 2021

https://doi.org/10.7440/histcrit80.2021.07 

Dossier

La conquista del umbral: los espacios de tránsito en las memorias de las infancias en el exilio de las últimas dictaduras de Argentina y Uruguay*

Conquest of the Threshold: Spaces of Transit in Childhood Memories of Exile during the Last Dictatorships in Argentina and Uruguay

A conquista do umbral: os espaços de trânsito nas memórias das infâncias no exílio das últimas ditaduras da Argentina e do Uruguai

Fira Chmiel** 

**Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas (lich)-Conicet, Centro de Estudios Desigualdades, Sujetos e Instituciones (Cedesi)/Escuela de Humanidades, Universidad de San Martín, Argentina Fira Chmiel Licenciada en Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República (Uruguay). Magíster en Análisis del Discurso y estudiante de Doctorado en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Cuenta con beca interna de finalización de doctorado Conicet (Argentina). Hace parte del equipo del Programa de Estudios Sociales en Género, Infancia y Juventud del Centro de Estudios Desigualdades, Sujetos e Instituciones (Cedesi), Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas, Escuela de Humanidades, Universidad de San Martín (Argentina). Es autora del artículo: “Las Casas de Sal: espacialidad y afecto en las memorias de las infancias en el exilio”. Sociedad e Infancias, n.º 4 (2020): 111-122, doi: https://doi.org/10.5209/soci.67791. firach@gmail.com


Resumen.

Objetivo/Contexto:

en este trabajo me propongo explorar las memorias de infancia de quienes experimentaron el exilio de las últimas dictaduras de Argentina y Uruguay. Me detengo en los espacios de tránsito y los sentidos que guardan en los recuerdos relatados.

Metodología:

a partir de entrevistas propias, atiendo al enfoque biográfico y al nivel sociosimbólico en el análisis de las narrativas producidas por los entrevistados.

Originalidad:

el artículo pretende ser un aporte a un tema poco explorado como son las memorias de quienes experimentaron el exilio durante la infancia. Se intenta recuperar la dimensión espacial como perspectiva novedosa en la construcción de memoria.

Conclusiones:

por medio del análisis de las experiencias evocadas, se pone de relieve el vínculo afectivo con los espacios y los sentidos que guardan los lugares intermediarios en los tránsitos de la migración forzada: umbrales entre el mundo conocido y el mundo por conocer.

Palabras clave: Argentina; espacio; exilio; infancia; memoria; Uruguay

Abstract.

Objective/Context:

In this work, I propose to explore the childhood memories of those who experienced exile during the last dictatorships in Argentina and Uruguay. I examine the spaces of transit and meanings stored in the recounted memories.

Methodology:

Based on interviews conducted by me, I focus on the biographical approach and socio-symbolic level when analyzing the narratives produced by the interviewees.

Originality:

The work aims to contribute to a little-explored subject, such as the memories of those who experienced exile in childhood, with the purpose of recovering spatial dimension as a novel perspective in the construction of memory.

Conclusions:

Based on an analysis of evoked experiences, the study highlights the affective link to spaces and meanings in relation to intermediate places of transit during forced migration: thresholds between the known world and the world to be known.

Keywords: Argentina; childhood; exile; memory; space; Uruguay

Resumo.

Objetivo/Contexto:

neste trabalho, proponho-me a explorar as memórias de infância de quem experimentou o exílio das últimas ditaduras da Argentina e do Uruguai. Detenho-me nos espaços de trânsito e nos sentidos que as recordações relatadas guardam.

Metodologia:

a partir de entrevistas próprias, atendo à abordagem biográfica e ao nível sociossimbólico na análise das narrativas produzidas pelos entrevistados.

Originalidade:

o artigo pretende ser uma contribuição para um tema pouco explorado, como são as memórias de quem experimentou o exílio durante a infância. Pretende-se recuperar a dimensão espacial como perspectiva nova na construção de memória.

Conclusões:

por meio da análise das experiências evocadas, destaca-se o vínculo afetivo com os espaços e os sentidos que os lugares intermediários guardam nos trânsitos da migração forçada: umbrais entre o mundo conhecido e o mundo a conhecer.

Palavras-chave:  Argentina; espaço; exílio; infância; memoria; Uruguai

Introducción

El espacio es una duda: continuamente necesito marcarlo, designarlo; nunca es mío, nunca me es dado, tengo que conquistarlo1.

Los recuerdos de la infancia se graban en espacios. Las calles, las casas, los paisajes, los medios de transporte son escenarios y protagonistas de las experiencias, ligados a la memoria por amarres afectivos. Ricoeur2 sostiene que aquello recordado se encuentra intrínsecamente asociado a los lugares: ¿es posible recordar sin espacios? ¿Qué sentidos permanecen localizados espacialmente? Este trabajo forma parte de mi investigación doctoral en curso que explora las memorias de infancia de quienes tuvieron la experiencia del exilio en las últimas dictaduras de Uruguay y Argentina. Desde una perspectiva biográfica, el texto se ubica dentro del debate que aborda la perspectiva generacional de la memoria. En esta oportunidad, me detendré en la dimensión espacial, en particular en aquellos lugares de pasaje, los umbrales, desde los cuales niños y niñas de entonces transitaron huyendo del terror de las últimas dictaduras. Esta mirada sobre la interacción entre los sujetos y el espacio en la producción de memoria constituye un aporte dentro de un tema poco explorado como son las memorias de quienes experimentaron el exilio durante la infancia. Me interesa la figura del umbral como instancia clave de pasaje entre un universo conocido y uno extraño, entre lo familiar y lo exterior. El umbral y su pasaje constituyen un límite, un lugar sutil que parece ser ‘conquistado’ por los recuerdos. Me propongo aquí recuperar diferentes escenas de esos espacios del umbral, allí donde se condensan múltiples sentidos sobre la experiencia del exilio en la infancia y sus miradas desde el presente.

La experiencia del exilio, por lo general, es mirada y estudiada desde una idea sobreentendida de la adultez de sus sujetos3. Si bien fueron adultos quienes decidieron y orientaron la ruta del exilio, niños y niñas también lo experimentaron y protagonizaron. Dentro del campo de estudios del exilio político en la historia reciente, son referentes los trabajos de Jensen, Coraza de los Santos, Yankelevich, Franco, Allier, Roniger, Sznadjer, Dutrenit4, entre otros, y, en particular, las investigaciones de Lastra desde la perspectiva comparada5. Sin embargo, no han sido muchos los estudios que se han preguntado por los niños y niñas que formaron parte de los exilios provocados por las dictaduras del Cono Sur. Desde la perspectiva sociohistórica, Porta6 integra testimonios de quienes fueron niños y niñas durante el exilio uruguayo y explora diversos rasgos que configuran sus identidades. Por su parte, Dutrenit Bielous7 se interesa por la experiencia de las segundas generaciones como otra faceta del “mosaico exiliar” conosureño en México. Indaga en la experiencia de ‘aquellos’ niños y niñas, considerando los múltiples efectos y afectos movilizados por las dictaduras. Por otra parte, los testimonios orales son, al mismo tiempo, fuentes tanto para la investigación historiográfica como para el campo de estudios de la memoria. En esta línea, mientras que Sosenski8 ha trabajado con testimonios de jóvenes argentinos exiliados en México, otros abordajes se han preguntado por los rasgos del retorno de las segundas generaciones en Argentina9 o los sentidos del no retorno para el caso uruguayo10. Asimismo, otras líneas de investigación han profundizado en las relaciones entre arte, exilio y generación en las narrativas contemporáneas de exiliados hijos11, o en artistas de la segunda generación de exiliados políticos argenmex12. Con la idea de avanzar en las mismas rutas comentadas, el siguiente texto plantea al espacio como otra dimensión relevante para comprender las experiencias de quienes han sido niños y niñas durante los exilios de las últimas dictaduras.

El artículo se organiza en seis secciones. La primera atiende a los vínculos entre la memoria, la infancia y el espacio. La segunda focaliza en la dimensión espacial como producto de la interacción y en los sentidos que allí se elaboran. Los segmentos 3 y 4 profundizan en los espacios del ‘umbral’, de partidas y de llegadas que son evocados en los relatos de los niños y niñas de entonces. La quinta sección se centra en las rutas terrestres; y la sexta, en los hoteles también como espacios de tránsito que forman parte de la experiencia rememorada.

Infancia, memoria y espacio

La infancia, tal como señala Llobet13, es un territorio clave en la disputa entre reproducción y transformación del orden social. Por su parte, la dimensión memorial se propone como un lugar de conflicto por los sentidos sociales que adquiere el pasado. Me interesa considerar ambos ámbitos de disputa social que se conjugan en los recuerdos de la infancia. Así, recuperar otras memorias, diferentes a las de los protagonistas adultos, habilita a considerar otros aspectos y preguntas sobre el pasado14. Las interpretaciones ‘menores’ en el relato colectivo permiten ingresar en las decisiones, la intimidad familiar y las formas en que penetró capilarmente la represión dictatorial. Desde los estudios sobre memoria, Halbwachs15 supone una referencia ineludible por su teoría sobre los “marcos sociales” que organizan los sentidos rememorados y estructuran las memorias y sus accesos. El carácter colectivo también refiere al grupo de pertenencia, a las familias y a su “novela memorial”16, que organiza las tramas biográficas. Las memorias no oficiales logran sostenerse a partir de la transmisión dentro de las “comunidades de memoria”17. En este sentido, trabajar con memorias implica considerar su carácter construido, su rasgo colectivo y, al mismo tiempo, singular, y los diferentes afluentes que la componen. Siguiendo a Portelli, procuro aquí atender, más que a su fidelidad histórica, a la subjetividad como dimensión relevante en el análisis de los procesos sociohistóricos, entendiendo que “la subjetividad es asunto de la historia tanto como lo son los ‘hechos’ más visibles. Lo que creen los informantes es en verdad un hecho histórico (es decir, el hecho de que ellos lo crean) tanto como lo que realmente sucedió”18.

En línea con Dutrenit19, considero tanto a quienes han nacido en los lugares de acogida como a quienes han migrado siendo niños y niñas en edad de escuela primaria, durante los períodos dictatoriales en Argentina (1976-1983) y en Uruguay (1973-1985). Como exploro en la experiencia de infancia y me pregunto por sus sentidos desde el presente, el enfoque biográfico20 permite ahondar en la articulación entre la filigrana subjetiva y el andamio social. Atiendo al nivel sociosimbólico de análisis21 y recupero los relatos a partir de entrevistas biográficas22. Para el análisis de las entrevistas, retomo el recurso de las escenas23 como herramienta para organizar los recuerdos. Este recurso se detiene en las descripciones densas, los sentidos que configuran la experiencia puesta en relato.

En tanto evento crítico, el exilio desarticuló la cotidianeidad, estableció un quiebre y un extrañamiento respecto al mundo conocido. El recuerdo sobre la migración forzada es, como sucede con las experiencias atravesadas por la violencia, un relato polémico en el que se evidencian las contradicciones y ambigüedades sobre los principios que han fundado y algunos que aún fundan la sociedad24. Niños y niñas también participaron (y todavía participan) de escenarios de guerras, represión y persecución: “La infancia no es otro país, es decir, las relaciones entre adultos y niños están entrelazadas y los niños participan en las condiciones sociales, económicas, políticas y morales del momento”25. Así, los recuerdos de los niños y las niñas recobran las simientes de muchas preguntas que configuran identidades y subjetividades singulares, impregnadas en mayor o menor medida por esta experiencia. Recuperar dichas memorias implica posicionar a los pequeños actores de entonces como parte de una temporalidad compartida del exilio26 y recuperar la dimensión de su agencia. Procuro, entonces, reconstruir a partir de los recuerdos evocados la propia agencia de los sujetos “como actores centrales en sus propias historias de vida y, por lo tanto, en la historia”27.

Cuando pensamos en la perspectiva espacial de las experiencias de infancia, inevitablemente recurrimos a la figura del hogar. Una modalidad interesante de reconceptualizar la noción de ‘hogar’ tiene que ver con la dimensión del movimiento28. Los hogares se rehacen y se vuelven a integrar en los movimientos de la migración. Así, esta concepción atiende también a las redes de conexiones y apegos que allí se desarrollan. Al mismo tiempo, nos convoca a considerar las dislocaciones producto del exilio político: tanto en términos espaciales como temporales. De este modo, la experiencia pasada se asocia con un hogar que “es imposible habitar y ser habitado en el presente”29. Esto refiere también a sus alrededores, a los referentes espaciales, el barrio, el paisaje, la naturaleza. La subjetividad puede entenderse construida en un proceso con el mundo espacial y también relacional. Me pregunto por cómo los vínculos entre quienes fueron niños y niñas entonces y los espacios que los acompañaron imprimen una singular forma de habitar. Habitar tanto el espacio físico como los vínculos, como también una identidad en continua actualización30.

Espacio como diálogo

Desde la geografía cultural se atiende a los sentidos asociados a los entornos: supone comprender los “espacios abstractos” como lugares llenos de significados, que crean modos de apego en las experiencias personales31. Massey propone un acercamiento a la espacialidad que permite considerar los modos en que se imbrican identidad y espacio. Concibe al espacio como fluido, abierto, poroso y, por ser producto de relaciones e interrelaciones, siempre en proceso32. Para Massey, el espacio es producto de la interacción y de la multiplicidad. Este carácter relacional es lo que lo hace impredecible, contingente, y una fuente para la producción de nuevas trayectorias e historias33. Son lugares de negociación de las diferencias (políticas, culturales) donde confluyen historias heterogéneas de manera simultánea. No es posible pensar las identidades como determinadas por los espacios, sino como producto de interacciones que configuran la espacialidad. Las rutas, los aeropuertos, los hoteles son espacios dinámicos producto de un encuentro34. Así, se entrelazan identidad y espacialidad, y la memoria no es ajena a este proceso.

La reflexión sobre la memoria supone incorporar la mirada temporal al pasado de la infancia. Desde esta mirada se yuxtapone tiempo y espacio, y ambas dimensiones son leídas como una unidad. A su vez, considera las posibles fronteras y superposiciones entre la cotidianeidad y el tiempo/espacio extraordinario. Jodelet señala que la memoria colectiva se apoya en los espacios y sus imágenes: no hay memoria colectiva que no se desarrolle en un marco espacial y son los espacios de la cotidianidad los que nos aportan un sentido de pertenencia y estabilidad35. La memoria de un lugar puede comprenderse como “la habilidad de lugar para hacer que el pasado cobre vida en el presente y así contribuir a la producción y reproducción de la memoria social”36. Pueden ser lugares intencionales (los sitios de memoria) como no intencionales (un espacio se convierte en lugar de recuerdo en función de la experiencia de los sujetos). Retornar al pasado supone un movimiento, tornar a un lugar “no localizable” que sostiene un tipo de nostalgia que nos une a estos recuerdos de la experiencia cotidiana37. A partir de los relatos podemos observar el valor durable de los espacios que formaron parte de la infancia y las reflexiones que evocan los adultos del presente. Esta mirada hacia atrás es una dimensión importante del apego: “El placer de revivir un lugar en la memoria y la nostalgia por su pérdida atestiguan que se han formado apegos duraderos”38. Los lugares establecen determinados lazos e impresiones: paisajes, olores, sonidos que crean nuevas texturas en esta superficie. Corteza que oficia de umbral entre el lugar de origen y el venidero.

La idea de los lugares de tránsito y umbrales nos hace pensar en el concepto de no lugar de Augé39, que ha sido ampliamente retomado para pensar en aquellos espacios que pierden, en algún sentido, su condición de lugares. Mientras el lugar es aquel “lugar de identidad, relacional e histórico”, el no lugar es aquel espacio que no puede definirse en dichos términos. Esta noción se inscribe en una época particular, la “sobremodernidad” en la que se producen estos lugares40, aunque el “lugar” no quede completamente borrado y el “no lugar” no se cumpla totalmente. Los medios de transporte, rutas, aeropuertos, hoteles, parques, centros comerciales, campos de refugiados son mencionados por Augé como no lugares que movilizan una comunicación “extraña” en la que el individuo solo se contacta con una imagen de sí. En esa medida, los individuos pierden conexión con aquello que significa el “habitar”. Así, un lugar es aquel que permite retornar a la “experiencia alegre y silenciosa de la infancia; ser otro para pasar a otro”41, en oposición a los no lugares, donde el sujeto se posiciona como espectador. Los no lugares no crean una identidad singular ni un vínculo ni con la historia ni con las emociones, sino soledad, similitud, o un modo de espectáculo42. Así, diversas posiciones cuestionan esta perspectiva: ¿no son lugares o son simplemente tipos particulares de lugares? O: ¿no poseen significados según las experiencias de los sujetos?43. Para Lindon44, esta noción, de cierto modo, “cosifica” el lugar, desprendido del sujeto que lo significa y se apropia. Dipaola45 considera el rasgo efímero y flexible de las relaciones de tránsito también como vínculos y formas de experiencia móvil46. Lo anterior tiene que ver con lo que señala Massey, en el sentido de que el espacio de tránsito es lugar de vínculos y de identidades múltiples cuyas interacciones definen su singularidad. Este espacio de juntura propone nuevas preguntas sobre la localización y nuevas disyuntivas para los desplazamientos: moverse entre colecciones de trayectorias y reinsertarse a sí mismos en aquellas en las que pertenecemos47.

El umbral I: puertos, aeropuertos y partidas

Las historias de la partida son trabajadas en este artículo como escenas clave en el relato sobre las biografías de quienes experimentaron el exilio durante sus infancias. La ruta, como lugar de tránsito, supone una diversidad de espacios, objetos, paisajes que en la experiencia de movimiento al exilio han sido cargados de significados: “puntos de apego momentáneos” en la formación de la identidad48. Estos puntos recordados se posan en los espacios, umbrales entre lo conocido y la incertidumbre, entre la vida tal como se conocía y la vida del exilio49. En el relato de Clara aparece el momento de la partida al exilio, a sus 8 años, desde su Buenos Aires natal hacia Venezuela:

“No me acuerdo si nosotros llevamos juguetes. Me acuerdo de estar en el aeropuerto y mis abuelos llorando, de una gran tristeza. […] Del viaje en avión no me acuerdo mucho… pero sí me acuerdo del aeropuerto Ezeiza, horrible porque había como un temor. Eso es una construcción mía de ahora, no es algo que yo lo haya vivido y lo recuerde de ese momento, pero me imagino debe haber habido una especie de nervios a que el avión despegara, digamos, que no nos bajen del…”.

En esta escena se conjugan la tristeza, la ansiedad y los temores de no poder atravesar el otro lado del umbral, para estar a salvo. Aunque un rasgo particular del exilio del Cono Sur fueron los viajes en avión, otros medios, como el barco o el ómnibus, vehiculizaron las partidas. El barco fue el medio de transporte de Adriana, quien, a sus 4 años, partió desde Argentina con su mamá:

“El recuerdo más… así… cuando nosotros nos vamos en barco con mi mamá. Que era la manera de irse con un crucero que te llevaba para Europa. Me acuerdo de ese barco que yo cumplí 4 años ahí más o menos […]. Me acuerdo que pasando el Ecuador agarran a toda la gente y las tiran a la pileta. Yo me agarraba de mi mamá, ¡tenía un miedo que la tiraran! Porque mi mamá… ya habíamos vivido la separación ¿No? De la cárcel. No me la acuerdo, pero algo me contaba mi mamá muy fuerte que cuando ella estaba en la cárcel y a mí me sacan, mis abuelos me llevan a verla y yo bueno, están las rejas y yo dibujo a mi abuelo, a mi abuela, a mí y a ella, y cuando la dibujo a ella, la tacho toda. Pobre, ¡mi amor! entonces ahjjj… como todas esas cosas de la separación con mi mamá, ¿no? Entonces el recuerdo de cuando nos vamos es el miedo de que nos separen, de la separación. El miedo al ómnibus que se vaya y me quede sola. O sea, muchos miedos, porque ya nos habían separado. O sea, que los recuerdos son así, de miedo”.

De este modo, Adriana rememora el tránsito hacia Europa como escenario tanto de su cumpleaños como de los temores de separación, como eco de la prisión política. Asociada a esa escena recuerda el dibujo en donde tacha a su mamá como expresión de los sentimientos de entonces. Tal vez, ese temor sea atribuido a los medios de transporte que formaron parte del tránsito. Asimismo, los espacios de tránsito exponen, quizá, los pliegues de las diferencias de la experiencia y la pertenencia entre padres e hijos. En este sentido, y como si ocurrieran dos viajes dentro de uno, Lucía recuerda el viaje a su Uruguay natal, desde Argentina, en el contexto de elecciones al retorno de la democracia:

“Sí, me acuerdo del viaje en sí porque fuimos en auto. Todas las horas en auto, mi papá manejando y mis viejos yendo a votar. Entonces fue esa la primera vez que fuimos todos juntos. […] En la ruta había caravanas de micros, de gente votando con la bandera del Frente50, saliendo por las ventanillas y era un nivel de euforia y de emoción... fue muy fuerte. Me acuerdo que yo no tuve mucha oportunidad de pensar a ver qué me significaba a mí. Era muy chica y estaban como totalmente embargados por todo lo que le estaba pasando a aquella gente y era… de eso sí tengo mucho recuerdo. Tengo recuerdo de mi viejo llorando, ¡manejando y llorando! ¿Sabés qué recuerdo también? Como la sensación de que mi hermano y yo no existíamos. O sea, estábamos en ese asiento de atrás y cada tanto sé que estábamos ahí y nos explicaban cosas y recuerdo muy bien, y con alegría, no con rencor, pero recuerdo muy bien la sensación de verlos a mis viejos en un mundo que no era nuestro, de verlos en un viaje emocional que no tenía nada que ver ni con nosotros ni con la familia, ni con una mierda. O sea, eran ellos. Eran ellos en su propio viaje. Era como si nos hubieran puesto una mampara y eran dos mundos distintos, o sea, era una cosa muy orgánica los cuatro, porque, como no habían ni abuelos ni tíos, los cuatro que éramos en ese momento una cosa así medio de puño51. Y ese viaje y Montevideo fue muy fuerte ver cómo eran otras personas distintas de ese puño que formábamos los cuatro cuando estábamos acá, ¿no?”.

El recuerdo de la ruta que relata Lucía conjuga diversos sentidos simultáneos. Por una parte, se convierte en un escenario de expresión democrática, del anhelado y posible retorno, es la integración en un colectivo nacional e ideológico, de reivindicación frente al silencio y la opresión de los años dictatoriales. Por otra, otro viaje sucede dentro del auto. Lucía recupera la ‘mampara’ como graficando la experiencia dislocada, la distancia imposible entre sus padres y ella y su hermano. El viaje imprimió una sensación de ajenidad, una extrañeza en el núcleo más íntimo, una distancia respecto a la experiencia de sus padres. La emoción de sus padres en un viaje hacia un espacio no compartido, el del pasado, el de la pertenencia. Las separaciones también fueron parte de esta dislocación. En algunos casos la partida no fue una decisión familiar unánime, en otros incidió en las separaciones de los padres de los niños y niñas. Sobre las separaciones, Julia recuerda con emoción la tristeza de su padre al momento de la partida hacia México a los 8 años:

“En ese momento la patria potestad la tenía mi papá, con lo cual tuvo que firmar la autorización para que viajáramos. Sé que fue un tema bastante reñido, que no había mucho acuerdo. Mi papá decidió quedarse acá. Y yo, de hecho, en algún texto que escribí sobre el día ese de la partida, le dije: ‘Bueno, contame qué te parece el texto’, y me respondió una línea y me dijo: ‘Ese fue el día más triste de mi vida (la voz entrecortada)’, y nunca más me dijo nada del texto… así que bueno...”.

Irse no solamente implicó la urgencia de la huida, la búsqueda de seguridad y supervivencia. Para muchos, como Julia, también significó separaciones, desgarros afectivos. Así, para Lorena, holandesa de familia uruguaya, el ‘retorno’ a Uruguay, a sus 7 años, significó separarse de su padre en Holanda. Asociada a esta separación, Lorena relata su experiencia con los aeropuertos:

“Yo dejé a mi papá allá, entonces para mí fue más complejo. Yo pasé mucho tiempo… que me hacía mucho mal el ruido de los aviones, a mí. Siempre me pasó. Soñaba con aviones y aeropuertos. Nos hicieron como una despedida, me acuerdo, en el aeropuerto. Como que mucha gente fue a despedirnos ahí, entonces fue como que el aeropuerto, de hecho, todavía es como un lugar que me genera… como cierta incomodidad”.

También Patricia menciona los aeropuertos como espacios de tránsito cargados de sentidos. Viajó al exilio a sus 6 meses, desde Argentina, primero hacia Israel y luego hacia Madrid. Para Patricia, el aeropuerto pareciera revivir una angustia del momento de la partida, que se reactualiza en cada encuentro con el puerto del despegue:

“[En España] me empiezo a acordar de todo, que me quedó de antes: veo un aeropuerto y lloro. Siempre alguien se va. Me acuerdo del avión que llegaba a Portugal. Del viaje en auto me acuerdo que mi hermana estaba insoportable, tenía 2 años, un poquito menos. Del avión no. De la vuelta sí... Y los aeropuertos es como que entro y empiezo a llorar: y ¿qué te pasa? ¿No estás contenta? Sí, sí. No lo puedo evitar, me remite a algo de… Eso me queda. No lo pude resolver con ningún psicólogo”.

En los relatos de Patricia y de Lorena, los aeropuertos evocan la emoción de la partida y del retorno del exilio. El espacio y el tránsito cobran sentidos afectivos y se construyen como una ‘amalgama de fragmentos narrativos’ que son recordados y revividos como ‘espacios psíquicos’. Desde ellos se produce un proceso de constante visualización. Lo que se realiza allí “no es el espacio de partida y no el espacio de llegada, sino el espacio en el que surge la herida, en el lenguaje, y en la representación a través de la presentación articulada de la memoria”52. Los umbrales condensan las emociones del momento de pasaje. Lindon reflexiona sobre el carácter encarnado del vínculo con los espacios y su relación con las emociones como el miedo o la violencia, entendiendo que un lugar puede tomar sentido a través de las emociones que los sujetos experimentan en él. Se produce “una simbiosis entre el lugar y el sentido del miedo” 53. Al mismo tiempo, considera que quienes experimentan una emoción en un lugar, además, lo corporizan: “Viven su cuerpo como prolongación del lugar significado”. Atender a los afectos puede ayudar a comprender qué es lo que sostiene a los sujetos en determinadas posiciones o lugares, qué los adhiere, vincula, tanto como para formar parte de los recuerdos que permanecen sobre la infancia.

Muchas llegadas y partidas incluyeron pequeños rituales que integraron las experiencias del viaje exiliar. Con cada tránsito que emprendieron las familias, se remontan y reviven, aunque sea simbólicamente, las heridas del desplazamiento. Estos ‘ritos de pasaje’54 mencionados en los recuerdos, los reencuentros, las despedidas proponen algunas prácticas55. Entre ellas, la forma de vestirse. Con relación al atuendo de viaje, Mateo recuerda un ‘incidente’ en su primer viaje en avión a los 6 años, de su Suecia natal al Uruguay de origen:

“Fue mi primer viaje de avión, un viaje largo. Ahí el recuerdo que tengo, creo que no fue muy bueno, porque estaba bien vestido: pantalón y cinturón, y todo coso así. Y creo que tuve un incidente ahí para ir al baño porque no me pude desprender del cinturón (risas) tuve que llamar a mi vieja… El viaje del avión, no lo recuerdo, pero sí me acuerdo del incidente del baño, ¡que no me lo podía desprender! Porque era un cinturón de esos… No era de los que tienen aguja y coso56. Era un sistema de esos que tienen una hebilla que tiene que calzar y lo apretás con un metal: son dos metales que tienen como una perilla en el medio y vos lo tenés que pasar entre dos rueditas y ¡apretarlo! ¡Con una correa! […] Y con 6 años cuando estás en una emergencia, tipo y no, no pude (risas). Creo que todavía tengo de ese sistema de cintos en casa y los miro con recelo. No los uso mucho, soy más de usar los cintos con el normal, el clásico no más. No sé si me habrá quedado ahí el trauma de chico, pero es ese recuerdo que tengo del viaje”.

Estar ‘bien vestido’ para la ocasión del viaje supone una costumbre de cómo presentarse y participar de dicho evento. Es también un viaje que empieza antes: en elegir la ropa, en probarse lo más elegante. Las vestimentas, quizás, hayan sido previstas para los encuentros o incluso como formas de ocultamiento. Viajar puede asumir muchos sentidos, como la necesidad de buscar refugio en otro país, o de retornar al país de origen, pero la vestimenta tal vez resguarde de las sospechas de estos motivos. Así recuerda Julia la vestimenta, como ‘un escudo invisible’:

“El otro día la mamá de mis hermanos me contaba que ellos se enteraron de que nos íbamos porque un día aparecimos muy emperifollados y ahí contamos que habíamos estado en el departamento de policía. Y para mi vieja, por esas cosas de provincia, le daba como cierta inmunidad estar elegantes, ¿no? Íbamos a la policía y nos vestía elegantes, íbamos a México y nos vestía elegantes. Como si eso fuera una suerte de escudo invisible, ¿o un disfraz?, ¿no? O un disfraz… Yo tengo el recuerdo de ser muy rea de chica. Estaba siempre como de zapatillas así, salvo para los cumpleaños, que era como… Pero eso era un disfraz”.

La forma de vestirse, la moda, condensa la dualidad entre lo particular y lo universal, la igualdad y la diferenciación. La vestimenta elegante se distingue de las ropas de otros sectores sociales y mucho más de aquellos grupos ‘subversivos’. Mientras que “el vestido es la expresión de la sociedad”57, también es un confín, un “lugar de contraste”, por ser sorteado. Julia reflexiona sobre esta posible ‘inmunidad’ que le daba a su madre vestirse ‘elegantes’. Al mismo tiempo que el engalano reveló para la familia una situación excepcional (la del viaje exiliar), igualmente lo recuerda como un amparo, como una forma de camuflaje.

El umbral II: vuelos y llegadas

Algunas escenas relatadas dan cuenta de las intensas emociones del vuelo y de los arribos. Quienes han tenido que abandonar su tierra en contra de su voluntad, escapando de un peligro, tienen una experiencia particular al inmigrante común. La brusquedad de las partidas priva, a quienes deben migrar con urgencia, del “rito protector de despedida”58, experiencia que dificulta tanto el duelo de las pérdidas como las posteriores adaptaciones. Camila, uruguaya que partió al exilio a sus 4 años, como tantos otros, comenzó su tránsito en Brasil para luego llegar a Suecia. Recuerda el viaje a Suecia y la particularidad de compartirlo con el dolor de otra niña:

“Recuerdo que cuando nos fuimos para Suecia nos llevamos una niña, de mi edad más o menos. Su padre vivía en Suecia y a su madre la habían matado en la cana59. No recuerdo su nombre, pero sí el llanto de la niña, que no quería separarse de mi madre. Ella no conocía a su padre y acababa de perder a su madre (tampoco sé si sabía que a su mamá la habían matado). Llegamos a Suecia el día de mi cumpleaños. En el viaje en el avión la niña vomitó varias veces. […] La niña era hija de una militante del partido, asesinada en la cárcel. No sé su nombre, creo que ni mis padres lo sabían, pero era todo muy secreto. Siempre nos decían: no miren, no pregunten y, sobre todo, no cuenten nada. Supongo que cuanto menos supiéramos era mejor. Alguna vez lo he hablado con mi hermano, pero tampoco recuerda mucho... La niña me parecía bastante repelente, ahora de grande entiendo, pobre, por lo que estaba pasando. Pero de niña me tocaba las pelotas que llorara todo el tiempo. Viajó todo el tiempo en la falda de mi madre. Pobrecita, bastante jodida iba la niña. Solo sabíamos que se la íbamos a entregar a su padre y que su mamá había muerto. Mi vieja pobre no tenía mucho filtro en esa época... nos soltaban las cosas más horribles sin tapujos y sin darse cuenta de que éramos niños. Y, por supuesto, siempre terminaba con: no preguntes ni digas nada. Mi hermano tiene tres años más que yo. Solo recuerdo el camión de los bomberos de mi hermano, dando vueltas en la cinta de las valijas del aeropuerto. Tampoco recuerdo cuando nos dijeron lo de Suecia”.

Este fragmento ilustra la complejidad imbricada en las experiencias de viaje de los niños y niñas de entonces. En este lugar que pone en suspenso las geografías y los tiempos, Camila recuerda la continuidad de los efectos del horror y la muerte causada por la dictadura. Así, en los espacios de tránsito, también se desplegaron las secuelas de la violencia y los resguardos del silencio, ante posibles riesgos. A partir del recuerdo sobre el vuelo, Camila reflexiona sobre las imposibles ‘traducciones’ de la información que marcaba sus rutas. Las dificultades de su madre para reconocer su niñez y, en ella, las posibilidades de elaborar la crudeza de saber lo que acontecía. Algunos de los adultos de entonces construían sus relatos “con el vocabulario del horror, y el sutil epitelio que rodeaba la inocencia de los niños iba plagándose de impurezas”60: ¿cómo comprende una niña que en toda la tensión que supone el viaje al exilio debe ‘compartir’ la falda y la atención de su madre? ¿Cómo elaborar este conocimiento en silencio? ¿Cómo cuidarse de las palabras y preguntas propias? Otra escena de vuelo recordada es la de Sebastián, quien recupera una anécdota del despegue de la partida al exilio. Sebastián llegó a Venezuela a los 7 años, desde Argentina. Despegar es, al mismo tiempo, separarse del suelo al emprender vuelo y desprenderse de algo que estaba ‘pegado’:

“Lo que me dijeron, me acuerdo, que íbamos a viajar en avión. Y yo nunca había viajado en avión, y nos fuimos en avión. No me acuerdo la angustia de mis padres en ese momento, que seguramente me imagino que la debían tener. […] Me acuerdo del avión. A mí me gustaban mucho los autos, como a todos los nenes, criado en la época de la modernidad, a los varones les tenían que gustar los autos, teníamos un Renault 6, que yo lo amaba y me parecía el auto más lindo del mundo. Y cuando el avión empezó a carretear, estaba lloviznando y recuerdo las gotitas en la ventana del avión. Yo estaba sentado con mi papá y adelante iban mi mamá y mi hermano. Y cuando estaba tomando velocidad el avión, mi papá me dijo, yo estaba mirando por la ventana, y me dijo: ‘Sebastiancito, ¿vos pensás que el Renault 6 puede ir a esta velocidad? ¡Sí!’. Le dije: ‘¡Mucho más rápido también!’. ‘Ahhhh’, me dijo él… huuuuuuuu (ruido de despegue) y ahí arrancó. Me acuerdo de esa anécdota perfectamente”.

La escena es el relato del primer viaje en avión de Sebastián rumbo a unas ‘vacaciones’ que luego se extenderían una y otra vez. Nos expone, tal vez, los detalles de un diálogo entre padre e hijo pequeño en el que, junto al despegue del avión, se despegan también de un universo propio: el del auto más lindo y amado del mundo. ¿Por qué esas escenas fueron guardadas tan cuidadosamente en la memoria? El despegue con toda su tensión y las angustias en el aire conservan el umbral entre las gotitas porteñas y el futuro sol de Venezuela. También, los niños y niñas de entonces miraron los umbrales desde los retornos. Además del aeropuerto, quien viaja se encuentra con otro espacio, el espacio aéreo que no pertenece ni al territorio de partida ni al de llegada. Se configura así una suerte de “comunidad de iguales” que forman parte de una zona neutral inaugurada a partir del despegue61. Analía recuerda el momento del despegue al retorno, desde París a Montevideo, a sus 12 años. En esa transición ocurren incidentes que, mientras ponen en jaque la progresión del viaje, reiteran las condiciones de la partida al exilio62:

“El viaje fue fuerte, incluso para mi madre. Cuando el avión despegó fue como un sentimiento de desarraigo. Digo, porque después lo charlamos y todo, además fue un viaje larguísimo. A la hora de haber despegado se murió un pasajero. Un argentino que estaba en el avión porque quería ir a morirse a Argentina… Ay, es esa cosa, ¿viste? Ahhhh… De que estás… Bueno, salimos de esa angustia así, y ¡volvimos a París! ¡Volvimos a París! […] Y bueno. Ahí volvimos y nos quedamos un par de horas más, y yo le decía a mi madre: ‘Ay, ¡bajamos! ¡Damos una vuelta!’ (risas). Y no, ta. Fue un vuelo así re, recomplicado. Después también el vuelo era: pasábamos por Río, Montevideo y la gente seguía a Buenos Aires. Pero nosotros cuando llegamos a Río nos dicen: ‘¡Hay paro en el aeropuerto de Uruguay!’. ¿Podés creer? (risas). Nos fuimos a Argentina porque había… ¿Te acordás que te conté que había paro en el aeropuerto? Nos fuimos de Argentina en barco. Y ahí nos dicen que hay paro en el aeropuerto de Uruguay, que no se puede aterrizar. Y fuimos a Buenos Aires y de Buenos Aires a Montevideo... Ay no, no, ¡un viaje! Yo llegué con fiebre. Mi abuela que me abraza y me dice: ‘¡Ay estás caliente!’. ‘Sí, no me siento bien, ta’. Caí con fiebre. Así que bueno, agotador”.

Este espacio entre espacios que sobrevino al despegue entrañó el sentimiento de desarraigo. ¿Qué implicaba volver al suelo francés al haber atravesado ya el umbral del vuelo? Imagino la escena y toda la ritualidad que conlleva el vuelo (abrocharse el cinturón, posicionar el asiento, para algunos, rezar), la preparación para ese tránsito, que de forma abrupta determina un retorno. Quizás el sentido del desarraigo, además del paro, pueda asociarse a las instancias de partida/retorno: un mismo vuelo asume ambos sentidos diferentes para Analía y su madre. También al ‘retorno’, Macarena viajó del México del exilio de sus padres a Uruguay de sus orígenes a los 6 años. La llegada es de las primeras escenas que relata:

“Lo que recuerdo mucho es la llegada a Uruguay. Como muy patente ese día. El aeropuerto viejo de Montevideo, los ventanales esos donde se veía a la gente. Desde aquel ventanal veías a toda la gente que te recibía. Mi hermano se había quemado unos días antes de viajar […] Por suerte no le quedó ninguna secuela, nada, pero en el momento fue horrible. Mi hermano viajó todo vendado y, bueno, fue el impacto, ¿no? Estaban mis abuelos, tanto maternos como paternos, estaban mis tíos y mis primos. Recuerdo que bajé con una muñeca. Una muñeca de trapo que amaba. Y, bueno, fue muy impactante (se emociona), fue impactante… Y, bueno, de ahí nos fuimos a la casa de mis abuelos paternos”.

En el recuerdo de Macarena se aúnan la fractura que implicaba la llegada del mundo conocido al nuevo e incierto, con la herida de su hermano. Macarena bajó con la muñeca que amaba, así como un objeto para transicionar en el umbral. El impacto es la sensación con la que describe la llegada, el encuentro y las vendas de su hermano que exponían, tal vez, las heridas (las físicas y las subjetivas) del exilio. De este modo, los vuelos y los arribos son también lugares de tránsito, umbrales, que forman parte de las experiencias rememoradas sobre el exilio. En estas escenas se conjugan los espacios de tránsito, vínculos y afectos que perduran en la memoria.

Rutas clandestinas

La noción de tránsito, en particular para aquellos que migraron de manera forzada, supone un espacio y un tiempo de dislocación. Pasar una frontera es siempre un poco conmovedor: es una línea imaginada que representa lo que sucede a la distancia63. Estos exilios asumieron algunas formas de salida “legales”, como, por ejemplo, la modalidad del exilio por “opción”64. Pero, para aquellos que debieron desplazarse de forma clandestina, la fragilidad y la vulnerabilidad configuraron un recorrido riesgoso y desprotegido: las posibilidades de ser descubiertos amenazaban posibles capturas, incluso asesinatos o desapariciones, potenciados por este marco al margen (de la identidad, de la legalidad, de las fronteras, de las posibles denuncias). El tránsito configura un “espacio liminal” que posiciona, a quienes migran, en una situación doble: por fuera, aún en transición, sin haber llegado a destino; y al mismo tiempo por dentro, estando en viaje65. Estos tránsitos suponen una paradojal presencia/ausencia/ocultamiento entre quienes se desplazan. Las percepciones tempoespaciales, a la distancia, parecen diferentes. Cuando Alejandro recuerda, se sorprende al percatarse de esta disonancia. También recurre a la historia familiar para reconstruir la escena de su partida:

“Yo realmente pensé que había sido más tiempo para salir de Montevideo hacia Paysandú, y en el pasaporte está diez días después… O sea que fue una carrera. Mi relato de mucho tiempo fue: ellos pudieron salir, fueron a Paysandú. Pasaron en un Fitito 600 celeste66, media familia amiga hasta el día de hoy, amiga de milicos67 de la frontera. Porque la tipa tenía un negocio: pasaban gente y les daba un surtido […]. Y yo un par de meses después me fui con una señora que también me había quedado esa noche. Fui con ella me encontré allá, fui a casa de esta gente que tenía negocio adelante. La rotisería que estaba bien económicamente, eran como quince en la casa. Andá a saber de dónde eran, toda gente amiga, viendo tele en color que yo no tenía y cosas raras. Pero no fue... fue ahí y parece que fue a la semana, diez días que primero se fueron ellos y dijeron sí, tráelo, y me fui ahí”.

El paso fronterizo y encubierto permitió el viaje, a los 8 años de Alejandro, desde Montevideo. En su relato se intercalan la incertidumbre de la separación con las novedades al otro lado de la frontera: nueva gente amiga, nuevas “cosas raras” en la casa en tránsito, la tele en color. Los tránsitos en compañía de otros adultos que no fueran los padres es algo que muchos relatos destacan. Muchos debieron, para poder cruzar fronteras, asumir otras identidades, viajar escondidos para preservarse. Esto coloca a quienes transitan en un reino casi sin ley68. Rodrigo partió a los 4 años, desde Argentina, primero hacia Brasil y luego a Suecia. Su padre se encontraba desaparecido y su madre lo esperaba al otro lado de la frontera. Fue su abuelo quien hizo posible el viaje clandestino haciendo uso de los recursos posibles para proteger sus vidas:

“Cuando desaparece mi papá, mi mamá se alejó de la militancia, para cuidarme un poco a mí, estaba con miedo, volvió a Entre Ríos. Mi abuelo nos sacó de forma ilegal. A mí me escondieron en el baúl de una camioneta y me pasaron por el puente que cruza a Uruguay, Fray Bentos, y en Uruguay vivimos unos meses en no sé dónde. Después de unos meses pasamos a Brasil”.

El cruce de fronteras cuyo destino fue el reencuentro estuvo marcado por la decisión de ocultarse como alternativa de supervivencia. Así, se evidencia la ambigüedad entre lo visible y lo secreto que se articula en los tránsitos exiliares. La camioneta y su baúl se recuerdan como espacio de resguardo, y resulta incierto el lugar donde pararon. Igualmente, Sabrina relata la escena en la que se trasladan (a sus 6 años) desde Uruguay hasta Brasil. Primero, la frontera, luego hacia Brasil con su madre. Además de cruzar códigos culturales y nacionales diferentes, las fronteras también tensaron las condiciones de legalidad e ilegalidad del tránsito:

“Y ahí nos sacaron del país. Una tía en el auto nos llevó hasta la frontera y cruzamos en ómnibus. Cruzamos de noche. Y cuando vamos a cruzar sube la policía al ómnibus buscando una madre con dos niños, que era mi madre. El milico, que en realidad se acerca a pedirle documentos a mi madre, le preguntó, le dio los documentos, acá, allá mi madre ya pensando dónde los mando, qué digo qué hagan por más que no me hagan caso porque ta, era propensa a estar desaparecida... Porque no había testigos no había nada. Hubiera sido así. Y el policía la mira, se da cuenta, le hace una guiñada y dice: ‘Sigan’. Y ahí se baja del ómnibus. Y ahí: ‘Acá no hay nada, acá no hay nada’, y dejó seguir al ómnibus. Gracias a que encontramos uno que tuvo dos dedos más o menos de corazón, perdoname, pero ta, al hablarme… (se emociona)”.

Sabrina recuerda con detalle la escena que pudo decidir sobre sus vidas en lo que dura una guiñada de ojos. Aquí también la frontera entre las normas inhumanas de un Estado represor y el gesto compasivo, el margen posible de modificar el destino del horror. Relata su experiencia aunada al torbellino de pensamientos que reconoce de su madre. Este punto, que la emociona, supone encontrarse con esos “dos dedos más o menos de corazón”, la medida justa, azarosa, para poder cruzar la frontera. El relato, como la memoria, va saltando las pequeñas lagunas de olvidos. Al igual que un cartógrafo real, un narrador debe determinar qué información debe incluir y qué debe omitir su mapa. Estos espacios de tránsito se convierten en “lugares”, como concreción de un espacio y un tiempo detenidos al que se retorna con la memoria69. Sobre esto, Tuan nota que parte del espacio se vuelve “lugar” cuando se ocasiona una pausa, “un descanso de los ojos que, por breve que sea, lo convierte en un tema para la narración”. Esta pausa significa y singulariza un paisaje preciso dentro de un “indiferenciado barrido de paisajes”70.

Los hoteles

Los hoteles son usualmente espacios transitorios, excepcionales a la dinámica cotidiana. Si bien son una forma de vivienda que presume ciertos límites temporales, ¿pueden ser también hogares? Los hoteles son espacios de anonimato, donde rige cierta reserva en relación con sus huéspedes, quienes pueden ‘desaparecer’ por un espacio/tiempo determinados. Allí pueden eludirse algunas convenciones sociales, ya que alojan situaciones particulares, como los viajes. Entre el ocio, el exceso, las diferencias con la vida diaria, los recuerdos destacan los hoteles como lugares relevantes en sus tránsitos durante el exilio, umbrales previos a la inserción en el nuevo mundo. Para algunos, el primer espacio de refugio fue un hotel, cuyas funciones de alojamiento turístico se reconvirtieron en espacios de acogida. Paloma recuerda su viaje desde Argentina, a los 4 años, y la llegada a Dinamarca:

“Yo recuerdo un avión gigante y pasillos altísimos, y estar ahí jugando con otros nenes, que ahí sí viajábamos muchos juntos. Eso me acuerdo bastante, del viaje, de estar ahí. Después el siguiente recuerdo es llegar a Dinamarca, que nos recibieron en un antiguo hotel, un lugar que había sido un hotel, ahí era como una enorme casa de acogida. Y ahí llegamos a la habitación y había unas enormes cajas de cartón que abríamos y había ¡de todo! De abrigos, botas, ollas, sábanas, toallas, había una aspiradora también que ¡no sabíamos qué era! La mirábamos así como ¿qué es esto? (risas). Pero ese momento así de abrir y ¡de la emoción! ¡Una campera! ¡Las botas! De así, ¡de ponérnoslo!, de eso sí me acuerdo. Y del hotel tenemos bastantes recuerdos porque había muchos chicos y estábamos todo el día jugando con nenes, arriba abajo, las escaleras. Sí, eso nos acordamos con mi hermano”.

En el recuerdo de Paloma, el hotel fue reconvertido en una ‘enorme casa de acogida’ que los esperó con cajas llenas de cosas. Todos estos objetos formaban parte de la vida cotidiana en el nuevo país y descubrían una nueva realidad. Paloma relata la emoción y la sorpresa de todos esos objetos como regalos de hospitalidad que les permitirían reconstituir sus vidas. Junto al repertorio de objetos nuevos, Paloma recuerda del hotel la habitación y los espacios comunes de juego con otros niños. Los hoteles fueron también lugares de encuentro entre los niños de entonces, entre rincones y recovecos. Sus nuevas funciones conjugaron la experiencia íntima con la social: ¿qué ritualidades del hogar podrían mantenerse en los hoteles? Julia también recuerda el hotel que los recibió al llegar a México:

“El primer lugar donde vivimos en México era un hotel donde vivía gente. Era en un barrio muy cheto, que en ese momento no era nada cheto. Y me acuerdo, esto es muy lindo, vivíamos arriba, en una especie de pent house que era el hotel. Era todo como en los 50 […] Vivíamos ahí y era un lugar donde vivían muchas prostitutas. Y yo tengo el recuerdo de estas mujeres muy amorosas y que además nosotros bajábamos y estaban todas, imaginate habían laburado toda la noche. Estaban así tiradas mirando la única tele que había en el hotel, que estaba en el hall, y cuando veían tres chicos se ponían así como dignas, se sentaban como señoras, divinas, divinas, divinas”.

Los hoteles son espacios extraordinarios en los que también, como en el recuerdo de Julia, pueden convivir diferentes códigos y motivos de estadía. Proponen nuevos encuentros con ‘otros’ diferentes, con estas mujeres cuya cotidianeidad transcurría en otros horarios, a partir de otras prácticas sexualizadas del mundo adulto. Sus miradas infantiles también producen efecto en las formas en que se presentan, ‘divinas’ intentando transformar en hogar familiar aquel hotel que también era un lugar para el trabajo en los márgenes. Para Gabriela, quien partió a los 3 años desde Uruguay, vía Basa, para Cuba, el hotel también resulta un espacio significativo. El recuerdo del hotel abrevia, tal vez, muchos de los sentidos que configuraron su exilio y que aún hoy permanecen:

“A nosotros nos tocó el Hotel Nacional, que es un hotel maravilloso […], mi mamá tiene unas fotos del Hotel Nacional y de algunos encuentros de niños. Éramos todos hijos de exiliados correteando por los pasillos del hotel, entre turistas. Desayunábamos ahí, me acuerdo. Además, mi relación con los hoteles es mágica. Yo amo estar en los hoteles. Hace unos años conocí a un músico que se llama Moby y él tiene un disco que se llama Hotel. La historia de ese disco es que dice como que vos estás viviendo en una habitación donde pasaron millones de personas, todas distintas, que todos lo sienten como su casa pero que adentro pasaron millones de historias. Y a mí me encantan los hoteles y es ahí donde yo digo: ¡qué huellas te quedan marcadas! Entonces, mis recuerdos pasan por sensaciones”.

Gabriela también recuerda los pasillos como espacios de juego. Estos espacios comunes cumplen otras funciones, distintas a las razones por las cuales fueron construidos. Son lugares de sociabilidad, con otros niños y otros adultos. Las rutinas cotidianas, como el desayuno y las comidas, asimismo se desarrollaron en este espacio que Gabriela recupera como una relación ‘mágica’, subrayando así el disfrute que le significa hospedarse en hoteles. El disco que referencia propone la mirada dual entre el anonimato de la multitud en tránsito y el hogar con sus tiempos, prácticas, intimidad. Igualmente, Tania recuerda el hotel donde arribaron con su madre al llegar a Suiza desde Argentina:

“Nos fuimos para allá, estuvimos un tiempo en un hotel donde me regaló un muñeco. Y después nos fuimos. Había un montón de exiliados y dibujábamos… En vez de casas dibujábamos hoteles, cuando nos juntábamos a dibujar en el salón, en el hall, en el lobby. Y eso que era un hotel dos estrellas que poníamos la comida en la ventana porque no había heladera y eso mantenía el frío”.

Tania, que viajó con 4 años, recuerda el hotel como escenario del regalo de un muñeco significativo. También los espacios de la habitación y los lugares comunes. Allí, el lugar del juego, del dibujo y la pieza, como espacio de las actividades domésticas, de guardado de la comida (a falta de heladera). La habitación condensa las actividades más cotidianas e íntimas del hogar en un solo y pequeño espacio compartido. Perec se pregunta sobre qué es, en efecto, vivir en una habitación: ¿vivir en un sitio es apropiárselo? ¿A partir de qué momento un sitio es verdaderamente de uno? El hotel fue, en su recuerdo dibujado, un hogar en aquellos días.

Palabras de cierre

En esta propuesta intenté explorar los espacios de tránsito, los umbrales presentes en las memorias de quienes fueron niños y niñas durante las últimas dictaduras en Argentina y Uruguay. En la dimensión espacial de los recuerdos, se ponen de relieve aquellos espacios considerados como ‘no lugares’, anónimos, funcionales a las prácticas de una época que, sin embargo, guardan sentidos en tanto sitios de tensión, conflicto y descubrimiento71. Asimismo, exponen el rasgo violento específico de la Doctrina de Seguridad Nacional y su construcción del enemigo interno, el ‘otro’ por eliminar, que marcó la forma de los tránsitos.

Los espacios también ofrecen, en su porosidad, formas delicadas de relación con lo más íntimo, con los afectos. Allí convergen distintas esferas cuya confluencia conduce a que las personas puedan abrirse a los sentidos que suelen estar arraigados en el hogar familiar. Aeropuerto y hogar se fusionan para crear un nuevo lugar “en donde las salidas y las llegadas se convierten en elementos constitutivos de la historia de uno”72. Para algunas de las familias exiliadas, esto significó construir pertenencias entre diferentes dimensiones que transportaron las partidas y los retornos.

El hecho de que permanezcan estas escenas en los recuerdos nos sugiere su relevancia en la experiencia. Los espacios no solamente ocupan un ‘telón de fondo’ en los recuerdos, sino que son producto de las interrelaciones, de las diferentes experiencias que allí se despliegan, y configuran, quizás, una modalidad de habitar también, en desplazamiento. La dislocación es, a la vez, reubicación y cada individuo tiene siempre algún tipo de relación con los paisajes o escenarios de sus experiencias: nunca se está en ninguna parte73. Así, el trabajo procuró acercarse a la experiencia de dislocación que comienza antes de llegar a los nuevos lugares, en el mismo tránsito y sus espacios, a través de la voz propia de los protagonistas.

Los aeropuertos, las rutas, los ómnibus, barcos, aviones, hoteles fueron los espacios en que los niños y niñas se enfrentaron por primera vez a la situación tanto de dislocación como a la realidad de reubicación. Con el recuerdo de aquellas escenas emerge una complejidad de emociones que desbordaron el momento: el miedo, la ansiedad, la pérdida, la curiosidad, la confusión, la aventura. Entre los espacios fragmentados de los recuerdos, los niños y las niñas de entonces convierten los lugares de tránsito en espacios significativos en su mapa biográfico. La figura del umbral nos ofrece comprender algunos aspectos implicados en los espacios de inflexión: entre el mundo familiar y el mundo exterior, entre lo conocido, lo desconocido y las fronteras que los cruzan. En este enclave suceden las escenas de transiciones, umbrales que son conquistados en los recuerdos y reflexiones de los niños y las niñas de entonces, también protagonistas del exilio.

Bibliografía

Fuentes primarias

Entrevistas

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Alejandro, 2/05/2019, Uruguay, 1. [ Links ]

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Clara, 22/05/2019, Argentina, 1. [ Links ]

Gabriela, 13/06/2019, Uruguay, 1. [ Links ]

Julia, 6/09/2019, Argentina, 1. [ Links ]

Lorena, 11/10/2019, Uruguay, 1. [ Links ]

Lucía, 14/05/2019, Argentina, 1. [ Links ]

Macarena, 9/04/2020, Uruguay, 2. [ Links ]

Mateo, 19/11/2019, Uruguay, 1. [ Links ]

Paloma, 4/11/2019, Alemania, 2. [ Links ]

Patricia, 30/08/2019, Argentina, 1. [ Links ]

Rodrigo, 6/04/2020, Argentina, 2. [ Links ]

Sabrina, 3/03/2020, Uruguay, 1. [ Links ]

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* El presente artículo fue realizado en el marco de los avances de la tesis doctoral que desarrollo. Dicha investigación es financiada con una beca de finalización de doctorado del Conicet (Argentina). Deseo agradecer a mis compañeras y compañeros del Programa de Estudios Sociales en Género, Infancia y Juventud (Universidad de San Martín) por los aportes en el intercambio sobre el borrador de este trabajo. También a los evaluadores y al equipo editorial de la revista por su lectura atenta y valiosos comentarios que han transformado este texto en un proceso de aprendizaje y formación.

1George Perec, Especies de espacios (Editorial Montesinos: Barcelona, 2003), 139.

2Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2004), 62.

3Silvia Dutrenit, Aquellos niños del exilio: cotidianidades entre el Cono Sur y México (México: Instituto Mora/Conacyt, 2015).

4Por razones de espacio, menciono sucintamente investigadores y algunas producciones sobre este campo de estudios: Enrique Coraza de los Santos, “El Uruguay del exilio: la memoria, el recuerdo y el olvido a través de la bibliografía”. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, n.º 94 (2001); Silvia Dutrenit, Uruguay del exilio: gente, circunstancias, escenarios (Montevideo: Trilce, 2006); Marina Franco, El exilio. Argentinos en Francia durante la dictadura (Buenos Aires: Siglo xxi, 2008); Silvina Jensen, Los exiliados: la lucha por los derechos humanos durante la dictadura (Buenos Aires: Sudamericana, 2012); Luis Roniger y Mario Sznajder, La política del destierro y el exilio en América Latina (México: Fondo de Cultura Económica, 2013); Pablo Yankelevich, Ráfagas de un exilio: argentinos en México, 1974-1983 (México: Colegio de México, 2010); Pablo Yankelevich y Silvina Jensen, Exilios: destinos y experiencias bajo la dictadura militar (Buenos Aires: El Zorzal, 2007).

5Soledad Lastra, Volver del exilio. Historia comparada de las políticas de recepción en las posdictaduras de la Argentina y Uruguay (1983-1989) (La Plata: Universidad Nacional de La Plata/Universidad Nacional de Misiones/Universidad de General Sarmiento, 2016).

6Cristina Porta, “La segunda generación: los hijos del exilio”, en El Uruguay del exilio. Gente, circunstancias y escenarios, coordinado por Silvia Dutrenit (Montevideo: Trilce, 2006), 488-505; Cristina Porta, “La cuestión de la identidad en los hijos de exiliados-desexiliados”, en El presente de la dictadura: estudios y reflexiones a 30 años del golpe de Estado en Uruguay, compilado por Aldo Marchesi, Vania Markarian, Álvaro Rico y Jaime Yaffé (Montevideo: Trilce, 2004), 127-140.

7Dutrenit, Aquellos niños del exilio; Silvia Dutrenit, “La marca del exilio y la represión en la ‘segunda generación’”. Historia y Grafía, n.º 41 (2013): 205-241.

8Susana Sosenski, “Los niños del exilio. Por una historia de la infancia argentina exilada en México”. Destiempos, Revista de Curiosidad Cultural 3, n.º 13 (2008).

9Roberto Aruj y Estela González, El retorno de los hijos del exilio: una nueva comunidad de inmigrantes (Buenos Aires: Prometeo, 2008).

10Norandi, Mariana, “Habitando identidades fuera de lugar: los hijos no retornados del exilio uruguayo en España”, en Migrações atlânticas no mundo contemporâneo (séculos xix-xxi): novas abordagens e avanços teóricos, coordinado por Erica Sarmiento da Silva (Curitiba: Editora Prismas, 2017), 453-472.

11Alberione, Eva, “Lo tembloroso del recuerdo. Narrativas contemporáneas de cuatro exiliadas hijas”. Estudios [en línea], n.º 39 (2018): 91-110.

12Florencia Basso, Volver a entrar saltando: memoria y arte en la segunda generación de argentinos exiliados en México (La Plata: Universidad Nacional de La Plata/Universidad Nacional de Misiones/Universidad Nacional de General Sarmiento, 2019).

13Valeria Llobet, “‘¿Y vos qué sabés si no lo viviste?’: infancia y dictadura en un pueblo de provincia”. A Contracorriente 12, n.º 3 (2015): 1-41.

14Valeria Llobet, “‘Eso era lo normal’. Ser niño en la dictadura: un debate sobre la subjetividad y la política”. Entramados y Perspectivas. Revista de la Carrera de Sociología, n.º 6 (2016): 1-30.

15Maurice Halbwachs, “Memoria individual y memoria colectiva”. Estudios, Revista del Centro de Estudios Avanzados, n.º 16 (2005): 163-187.

16Regine Robin, “Literatura y biografía”. Historia y Fuente Oral, n.º 1 (1989): 69-85.

17Gabriela Fried, “Trauma social, memoria colectiva y paradojas de las políticas de olvido en el Uruguay tras el terror de Estado (1973-1985): memoria generacional de la post-dictadura (1985-2015)”. ilcea. Revue de l’Institut des Langues et Cultures d’Europe, Amérique, Afrique, Asie et Australie, n.º 26 (2016) [en línea], s. p.

18Alessandro Portelli, “Lo que hace diferente a la historia oral. Recuerdos que llevan a teorías”, en La historia oral, compilado por Dora Schwarzsten (Buenos Aires: ceal, 1991), 42.

19Dutrenit, Aquellos niños del exilio, 22.

20Christine Delory-Momberger, “Abordagens metodológicas na pesquisa biográfica”. Revista Brasileira de Educação 17, n.º 51 (2012): 523-536.

21Daniel Bertaux, “El enfoque biográfico: su validez metodológica, sus potencialidades”. Proposiciones 29, n.º 4 (1999): 1-23.

22Realicé desde marzo de 2019 hasta el momento, 50 entrevistas (de una duración de dos horas aproximadas), 26 a quienes han nacido en familias exiliadas de origen argentino y 24 exiliadas de origen uruguayo. Del total, 11 de los entrevistados viven actualmente en el exterior, mientras que el resto residen actualmente en Uruguay o en Argentina. Algunos de los entrevistados nacieron en los países del exilio familiar, otros partieron durante su primera infancia y otros migraron en edad escolar. Los países de acogida han sido diversos, privilegiando la heterogeneidad de experiencias, pertenencias y tránsitos sociales y culturales. Los nombres de los entrevistados que aquí aparecen son ficticios, al igual que muchas de las localizaciones modificadas, a fin de no exponer sus identidades.

23Vera Paiva, “Analisando cenas e sexualidades: a promoção da saúde na perspectiva dos direitos humanos”, en Sexualidad, estigma y derechos humanos: desafíos para el acceso a la salud en América Latina, editado por Mario Pecheny et al. (Lima: faspa/upch, 2006), 23-50.

24Entre las principales polémicas, podríamos citar la forma en que las políticas de memoria y justicia de cada uno de los países, el reconocimiento del exilio como parte de la violencia del régimen, los lugares que este ocupa en la memoria colectiva, las formas en que se han contemplado a las segundas generaciones como protagonistas de este fenómeno, las formas de reparación disponibles, entre otros aspectos, tensionan los principios en los que se asienta la sociedad (por ejemplo, la justicia, los modos de reparación, los trabajos memoriales posibles, los vínculos familiares, el reconocimiento de las heridas provocadas por el terrorismo estatal). Véase Veena Das, “Lenguaje, subjetividad y experiencia de la violencia”, en Veena Das, et al., Sujetos del dolor, agentes de dignidad (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2008), 271.

25Pamela Reynolds, “‘Where Wings Take Dream’: On Children in the Work of War and War of Work”, en Children and Youth on the Front Line: Ethnography, Armed Conflict and Displacement, editado por Jo Boyden y Joanna de Berry (Nueva York/Oxford: Berghahn Books, 2007), 262.

26Dutrenit, Aquellos niños del exilio, 14.

27Mary Jo Maynes, “Age as a Category of Historical Analysis: History, Agency, and Narratives of Childhood”. The Journal of the History of Childhood and Youth 1, n.º 1 (2008): 123.

28Sara Ahmed, Claudia Castada, Anne-Marie Fortier y Mimi Sheller, “Introduction: Uprootings/Regroundings: Questions of Home and Migration”, en Uprootings/Regroundings: Questions of Home and Migration, editado por Sara Ahmed, Claudia Castada, Anne-Marie Fortier y Mimi Sheller (Oxford: Berg, 2003 [2020]), 1-19.

29Sara Ahmed, “Home and Away: Narratives of Migration and Estrangement”. International Journal of Cultural Studies, n.º 3 (1999): 329-347, https://doi.org/10.1177/136787799900200303.

30Stuart Hall, “Introducción: ¿Quién necesita identidad?”, en Cuestiones de identidad cultural, compilado por Stuart Hall y Paul du Gay (Buenos Aires: Amorrortu, 2003), 13-39.

31Sirpa Tani, “Reflected Places of Childhood: Applying the Ideas of Humanistic and Cultural Geographies to Environmental Education Research”. Environmental Education Research 23, n.º 10 (2017): 4.

32Doreen Massey, “La filosofía y la política de la espacialidad. Algunas consideraciones”, en Pensar este tiempo. Espacios, afectos, pertenencias, compilado por Leonor Arfuch (Buenos Aires: Paidós, 2005), 101-129.

33Massey, “La filosofía”, 121.

34Irene Depetris Chauvin y Natalia Taccetta, compiladoras, Afectos, historia y cultura visual. Una aproximación indisciplinada (Buenos Aires: Prometeo, 2019).

35Denise Jodelet, “La memoria de los lugares urbanos”. Alteridades 20, n.º 39 (2010): 81-89.

36Tim Cresswell citado por Rebecca Pittenger, “Memoryscapes: Place, Mobility, and Memory, in the Post-Dictatorial Southern Cone” (tesis doctoral, University of Kentucky, 2011), 6.

37Porque “perforan el mito de la rutina intemporal y nos obligan a contemplar la fugacidad de vidas no reconocidas”. De Certeau en Joe Moran, “History, Memory and the Everyday”. Rethinking History 8, n.º 1 (2004): 61.

38Devika Chawla, “Two Journeys”. Qualitative Inquiry 9, n.º 5 (2003): 799.

39Marc Augé, Los “no lugares”. Espacios del anonimato (Barcelona: Gedisa, 2000).

40Augé, Los “no lugares”, 44.

41Michel De Certeau citado por Augé, Los “no lugares”, 89.

42Rosa Fernández, “Propuesta para una nueva interpretación de los patios de Córdoba (España): paisaje interior, emoción y memoria”. Sociedade e Cultura 21, n.º 1 (2018): 179-196.

43Barbara Bender, “Landscapes on-the-Move”. Journal of Social Archaeology 1, n.º 1 (2001): 78.

44Alicia Lindón, “La construcción socioespacial de la ciudad: el sujeto cuerpo y el sujeto sentimiento”. Revista Latinoamericana de Estudios sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad, n.º 1 (2009): 6-20.

45Esteban Dipaola, “El lugar como dispositivo estético: flujos, pasajes y recorridos de la experiencia urbana”. Sociedade e Cultura 16, n.º 1 (2013): 27-35.

46Dipaola, “El lugar”, 29.

47Massey, “La filosofía”, 130.

48Anne-Marie Fortier, Migrant Belongings: Memory, Space, Identity (Londres/Nueva York: Routledge, 2000), 2.

49Se integran escenas de la partida y del retorno. Cabe considerar los contextos históricos en que comienzan a elaborarse estas memorias y a atender a las diferencias en cuanto a los retornos y la recepción entre Argentina y Uruguay, o, para el caso uruguayo, si fue antes o después del ‘viaje de los niños’ en 1983.

50Frente Amplio: partido de coalición de la izquierda uruguaya.

51Metáfora del vínculo familiar como concentrado, unido, aquello que cabe en una mano cerrada.

52John Di Stefano, “Moving Images of Home” (tesis doctoral, Massey University, 2011).

53Lindón, “La construcción”, 10.

54Con esta mención no refiero a los ritos de paso desde la tradición antropológica, sino a las costumbres que forman parte de los tránsitos, del viaje de un espacio a otro.

55El ‘revoleo de pañuelitos’, los carteles de bienvenida, las fotografías, etc.

56Término coloquial que, según el Diccionario panhispánico de dudas, se usa como término comodín para designar cualquier objeto. En este caso, podría ser una hebilla.

57Jorge Lozano, “Simmel: la moda, el atractivo formal del límite”. Reis, n.º 89 (2000): 241.

58Salman Akhtar, “The Immigrant, the Exile, and the Experience of Nostalgia”. Journal of Applied Psychoanalytic Studies 1, n.º 2 (1999): 126.

59Estar preso.

60María Bjerg, El viaje de los niños: inmigración, infancia y memoria en la Argentina de la segunda posguerra (Buenos Aires: Edhasa, 2012), 59.

61Alexander Mosquera, “Semiótica del ritual territorial contemporáneo en los aeropuertos”. Telos 13, n.º 2 (2011): 160-174.

62La situación de paro en el aeropuerto y, como consecuencia, la necesidad de viajar en barco.

63“Es suficiente para cambiarlo todo, incluso hasta el paisaje: es el mismo aire, la misma tierra, pero la carretera no es la misma, la grafía de los indicadores cambia, las panaderías no se parecen en nada a lo que hace un instante llamábamos panadería”. Perec, Especies de espacios, 113.

64Refiere a la situación de los presos políticos que recurrían al derecho constitucional de ‘opción’ para poder salir del país. Jensen profundiza sobre las relaciones entre exilio y legalidad en la Argentina dictatorial: Silvina Jensen, “Exilio y legalidad. Agenda para una historia de las luchas jurídico-normativas de los exiliados argentinos durante la última dictadura militar”. História: Questões & Debates 64, n.º 2 (2016): 97-122.

65Lesley Murray y Mand Kanwal, “Travelling Near and Far: Placing Children’s Mobile Emotions”. Emotion, Space and Society, n.º 9 (2013): 72-79.

66Auto de marca Fiat, modelo 600.

67Militar, policía.

68Murray y Mand, “Travelling Near”, 75.

69Robert Riley, “Attachment to the Ordinary Landscape”, en Place Attachment, editado por Irwin Altman y Setha Low (Boston: Springer, 1992), 20.

70Russell Belk, “Attachment to Possessions”, en Place attachment, editado por Irwin Altman y Setha Low (Boston: Springer, 1992), 51.

71Zosa De Sas Kropiwnicki, Exile Identity, Agency and Belonging in South Africa: The Masupatsela Generation (Londres: Palgrave Macmillan, 2017), 53.

72Di Stefano, “Moving Images”, 58.

73Barbara Bender, “Introduction”, en Contested Landscapes: Movement, Exile and Place, editado por Barbara Bender y Margot Winer (Nueva York: Berg, 2001), 8.

Cómo citar: Chmiel, Fira. “La conquista del umbral. Los espacios de tránsito en las memorias de las infancias en el exilio de las últimas dictaduras de Argentina y Uruguay”. Historia Crítica, n.° 80 (2021): 129-151, doi: https://doi.org/10.7440/histcrit80.2021.07

74Lugar de residencia al momento de la entrevista y modalidad de la entrevista: 1: presencial; 2: por Zoom, Skype, WhatsApp u otras plataformas.

Recibido: 28 de Septiembre de 2020; Aprobado: 12 de Enero de 2021

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