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Estudios Políticos

Print version ISSN 0121-5167On-line version ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.42 Medellín Jan./June 2013

 

LIBROS

 

Herta Müller. (2009). La bestia del corazón. Madrid: Siruela.

 

 

Judith Nieto1

 

1 Doctora en Ciencias Humanas, mención Literatura y Lingüística de la Universidad Austral de Chile. Profesora titular de la Universidad Industrial de Santander (UIS), Escuela de Filosofía. Correo electrónico: junilo@uis.edu.co.

 


 

 

Aún hoy no puedo imaginarme una tumba. Sólo [sic] un cinturón, una ventana, una nuez y una soga. Cada muerte es para mí como un saco.

Herta Müller.

Literatura y resistencia en tiempos de Ceausescu

Rumania, 1953, la escritora ganadora del Premio Nobel de Literatura 2009, Herta Müller —la novelista— descendiente de suabos emigrados a Rumania, lleva su ficción a la prosa a medida que repasa su juventud, su dolorosa juventud, transcurrida en pleno siglo XX y en los tiempos en los que uno de los más temibles dictadores de la historia sometió al país que ''gobernaba'' al mandato de su indoblegable mano de hierro. Y lo hizo por largo tiempo; los años más difíciles y despiadados de Ceausescu comprenden de 1974 a 1989, algo más de una década en la que el odio provocó humillación, muerte y exilio. Herta Müller es víctima de esto último: tuvo que abandonar su país porque fue expulsada, entonces, como ella misma lo declara, el regreso se hace imposible, ''no puedes regresar como has partido [...]. Regresas, pero la conexión se ha roto, no hay nada que continuar [...]. El exilio es una pérdida enorme para un país'' (Müller y Liiceanu, 2013, p. 17). Una pérdida enorme, un despojo del que solo se recupera quien, aunque no entienda el mundo, como es el caso de esta novelista, cuenta con el recurso de la escritura, práctica que ayuda a exorcizar, a vivir, a volver a sentir.

Herta Müller se ha sostenido moral y existencialmente gracias a su oficio: escribir —labor que ha cultivado y con la que ha conseguido narrar, revivir por obra de la ficción, en páginas que sabe llenar de metáforas—, único recurso para hacer legible la prosa arrancada al sistema imposible de olvidar por razones del horror, a los tiempos terribles de Ceausescu. Los mismos que si se dejan escapar del recuerdo, si se hacen innombrables, darán cuenta de lo pavoroso que es el hombre, pues no solo permite el exterminio y la masacre, sino que también olvida que estos hechos un día sucedieron por la decisión del mandatario que pensó que gobernar y matar eran sinónimos, y entonces se hizo dictador, opresor de toda libertad, legitimador de toda violación, delator de toda resistencia. Sobre la dictadura, régimen del que fue víctima el pueblo rumano, escribe Herta Müller; leerla es suscribirse al mandato implícito en su prosa: mantener vigente el pasado, pese a que, como ella misma lo afirma, ''son tan pocos los que quieren enfrentarse con el pasado'' (Müller y Liiceanu, 2013, p. 17).

Es cierto: frente a los ominosos hechos ocurridos durante el mandato de Ceausescu es imposible callar; parece ser el imperativo salido de la letra consignada en La bestia del corazón. Indiscutiblemente, todos, excepto los más jóvenes, recordamos los acontecimientos de Rumania en los eternos días de la dictadura y, en particular, sus hechos finales, los que acaecieron en diciembre de 1989: la detención y posterior ejecución de un dictador se llevó a cabo mientras el mundo católico celebraba la Navidad, y los medios, sobre todo la televisión, transmitieron las imágenes de un opresor que no dejaba dormir, pues la bestia de su corazón andaba dentro de todas las casas.

Siguen en la memoria de muchos —de los ya no tan jóvenes— los cuerpos caídos de Nicolás Ceausescu y de su esposa Elena Petrescu, y para impedir el olvido de este final, razón y sentido de un duro pasado, se ha hecho presente la ficción de Herta Müller, quien, como víctima del sistema, ha vuelto letra el dolor que primero estuvo en su carne. Definitivamente, la palabra tuvo principio en el cuerpo.

Claro, toda la obra de la mencionada escritora es la prolongación de páginas conmovedoras, resultado de la prosa, logro de la poesía que las ilumina y que dan cuerpo, así, a títulos como el de La bestia del corazón, particular novela, conseguida al parecer de un solo golpe, pues carece de subtítulos y capítulos; son 192 páginas escritas como sin parar y que además impiden suspender su lectura; la de esta prosa que cuenta las vicisitudes sorteadas por una sociedad obligada a excavar su propia tumba, mediante la eliminación de la satisfacción de sus más precarias necesidades materiales.

Eran los tiempos del arrebato moral, de los muertos en las fugas, de quienes se hablaba menos que de las enfermedades del dictador, por quien todos los días se preguntaba, no para saber si aún persistía en el mando, sino para enterarse de con cuál nueva dolencia había amanecido.

Una voz incesante ante la fatalidad venida de manos humanas y un constante repetir algo, similar a una letanía: ''Quien se pone ropa limpia no puede ir sucio al cielo'' (Müller, 2009, pp. 115–186), especie de sentencia que aparece repetida, repartida, a lo largo del relato, ese al que se asiste para observar a unos personajes que excavan su propia tumba entre palabras y espera. Es la puesta en escena de lo realizado por cuatro jóvenes a quienes solo les quedan las manos y el cuerpo para confirmar que ''los deseos son difíciles'', entonces morir es lo único que se puede hacer, lo obliga la bestia del corazón.

La novela da cuenta del cumplimiento de una cita con la memoria. La narradora, con una ilusión de cristal rota antes de un definitivo adiós, sabe de la imposibilidad para el olvido, sabe que en la memoria está el rumbo del tiempo y que perder la memoria es perder el tiempo.

El tiempo acogido en el ánfora del recuerdo permite a Herta Müller crear sus obras a partir de una producción incesante acerca del malestar de vivir, tal y como lo demuestran las intervenciones de personajes como Lola. Ella es la primera que parte, quien se ahorca con un cinturón, pero antes había advertido en el rostro la pobreza de su tierra, la soledad reflejada sin un amor en su piel escoriada, según se puede parafrasear de la misma novela.

Leer las páginas entregadas por esta escritora, venidas quizá del malestar incesante de vivir —circunstancia que muy seguramente conduce a la autora a mantenerse fiel a una dedicación a la literatura afín a lo siniestro, que es propio del vivir rumano en los años de la dictadura—, lleva al lector a ubicarse frente a una escritura de la noche en medio del terrible día familiar y social, en un país sobrecogido por los alcances del horror, producto de la insensible mano del régimen de Ceausescu.

Al llevar los ojos por cada una de las líneas de La bestia del corazón queda claro que esa Rumania es el origen de una novela de ficción como la conseguida con el merecido título de La bestia del corazón. Los días aciagos señalados por el dictador que se mantuvo en el poder durante un poco más de veinte años (1965–1989) son el leitmotiv que mantiene la escritora, quien sabe contar y, ante todo, narrar la situación de despojamiento, abandono y desplazamiento de que fue objeto su nación durante la oscura y prolongada noche establecida por el dictador, a quien el futuro le deparó la inminente ejecución en compañía de su esposa y cómplice.

Muchos fragmentos de la obra pueden ilustrar la afirmación anterior, pero si bien el propósito de este comentario es incentivar la lectura de la novela, además de otros títulos de la autora traducidos al castellano, más que hacer transcripciones pormenorizadas de fragmentos que den cuenta en prosa del horror de un sistema censurable, conviene destacar unas líneas por medio de las que se aprecia la situación de zozobra lidiada por la población en tiempos de lo siniestro instaurado por el ''gobernante''.

Lola siempre se cortaba las uñas en el tranvía. A menudo viajaba en él sin rumbo. Durante el trayecto se cortaba y limaba las uñas, se retiraba las cutículas con los dientes hasta que la media luna blanca de cada uña se convertía en una alubia.

En las paradas, Lola se guardaba la tijera en el bolsillo y miraba hacia la puerta cuando subía alguien. Porque de día siempre sube alguien que actúa como si nos conociéramos, escribe Lola en su cuaderno. Pero de noche, esa misma persona sube como si me buscara (Müller, 2009, p. 22).

Este pasaje contiene una prosa franca y poética, voz de denuncia de la decadencia social; palabras en las que se reflejan el deterioro y la ruptura provocados por la dictadura en toda relación humana, rasgo de esencial preocupación de la premio Nobel, quien en apartados como el anterior muestra su inconformidad con el régimen y, de modo similar, denuncia la decadencia social y el drama de los habitantes desposeídos y desplazados de este aún empobrecido país del Este de Europa.

Se trata de un llamado a pasar la mirada sobre la oscuridad acaecida en medio y luego del régimen de Ceausescu, recorrido posible de adelantarse mediante la lectura de la obra entregada por la novelista galardonada con acierto por la academia sueca. Müller, con su trabajo tejido por el recuerdo, con la hebra de la dedicación requerida por todo propósito de escritura, es una creadora de ficción que confirma una vez más que el escritor es testigo del mundo; de ahí la urgencia de simbolizar lo entregado por las tinieblas de las que suspende el corazón salvaje de cada uno de los personajes de su obra.

En La bestia del corazón, la página sembrada por el relato se vuelve una llamarada de vida aferrada al fuego oscuro que deja leerse, luego de pasar la mirada por la letra plasmada por quien esculca en el vacío ahuecado por la dictadura. El vacío es la muerte, y en esta, noche definitiva, los vivos imaginan los secretos dejados por quienes han partido. Son los secretos que en desfile caen sobre la página en blanco, ahora cubierta por la palabra que se dedica a contar en la poesía soportada por la prosa; son los secretos que saben acerca de lo que sucede con los cuerpos de los jóvenes precipitados a la muerte, pues los sueños, sus sueños, los han dejado sin lugar en el mundo.

Como quiera que se conozca, la novela en cuanto género, y en particular La bestia del corazón, es algo más de lo escondido por las arrugas del tiempo: una cita con la memoria, una razón para tornar la vida en relato. La vida de cuatro amigos que resisten al sistema hasta la víspera de suspender el hilo de sueño y de vida salvado durante el régimen atroz. Las descripciones, los hechos penosos tomados de la realidad y narrados en ficción, muestran a cuatro jóvenes amigos enfrentados a un dilema: resistir o acudir al suicidio; tres de ellos cometen el acto de morir por manos propias, y uno, Édgar, sobrevive, quizá para demostrar que es posible ''continuar'' resistiéndose, quizá para ser espectador y posterior narrador de las tres formas de muerte elegidas por el resto del grupo.

Pero hay algo más en la novela. Los cuatro jóvenes sobrecogidos por el conocimiento de la verdad terminan como personajes trágicos, aferrados sin más a la misma verdad, esa que, desilusionándolos, los condujo a la muerte voluntaria. Ellos conforman el grupo de amigos que van a poner en el suicidio de Lola, joven estudiante del Sur de Rumania, una razón más para continuar resistiéndose; pero no, el sistema de Ceaucescu los persigue hasta el final, pues la anulación de toda forma de ''futuro'', por el tiempo que duró la dictadura, fue el lema de quien, para ''gobernar'', llegó a convertir la realidad en pesadilla.

Se lee en la novela de Müller un claro deseo de recuperar la dignidad de su país; aunque se trata de una claridad a propósito de su realidad inaceptable. Se aprecia, también, una desesperanza al describir aquello de lo que solo se puede hablar con las palabras concedidas por la ficción y cuando se tiene, eso sí, la certeza de que también en el corazón humano puede anidar una bestia y no ''un amigo en un pedazo de nube'', como reza a modo de paráfrasis en un trozo del epígrafe con el que la autora abre su novela, ''La bestia del corazón es algo más que una novela sobrecogedora''.

Adenda

Se aprecia en Herta Müller y en su novela La bestia del corazón una cercanía con Elfriede Jelinek, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2004, y su obra Los excluidos. Son dos mujeres dueñas del máximo reconocimiento a las letras; similares en la decisión para escribir aquello que muchos prefieren callar ante el temor a denunciar; cercanas en el valor para acusar los comportamientos hipócritas que hace tiempo se han apoderado del pensar social y del actuar político de tantos lugares del mundo; vecinas en la manera de denunciar el maltrato a la mujer, el abuso de que son objeto en sus familias, por sus esposos y padres; próximas en la censura de sus obras, para Müller en Rumania, para Jelinek en Austria; ''hermanas'' en cuanto a que un mismo país acoge y publica sus obras: Alemania.

 

Referencias bibliográficas

1. Müller, Herta y Liiceanu, Gabriel, (2013), El reencuentro. Arcadia, 88, pp. 16–19.         [ Links ]

2. Müller, Herta. (2009). La bestia del corazón, Madrid: Siruela.         [ Links ]