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Estudios Políticos

versão impressa ISSN 0121-5167versão On-line ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.64 Medellín maio/ago. 2022  Epub 02-Mar-2023

https://doi.org/10.17533/udea.espo.n64a05 

Sección general

Balance de los estudios sobre los partidos políticos durante el siglo xix en Colombia. Proceso fundacional y difusión de ideas1 *

Balance of Studies on Political Parties in Colombia. Founding Process and Diffusion of Ideas During the 19th Century

Juan Guillermo Zapata Ávila1 

1 Colombia. Sociólogo. Politólogo. Magíster en Historia. Doctor en Ciencias Sociales y Humanas. Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia UdeA. Calle 70 No. 52-21, Medellín, Colombia. Correo electrónico: guillermo.zapata@udea.edu.co - Orcid: https://orcid.org/0000-0003-3466-537X - Google Scholar: https://scholar.google.es/citations?user=JwO-DakAAAAJ&hl=es


Resumen

El artículo presenta y analiza diversos estudios politológicos, sociológicos, historiográficos y de otra índole académica, sobre los partidos políticos en Colombia durante el siglo xix, específicamente, frente al proceso fundacional y la asimilación de ideas de estas colectividades políticas en el país, dos temas que no han tenido el suficiente abordaje académico. Este balance se desarrolló a partir de una perspectiva sociohistórica y en el marco de una metodología de crítica de fuentes. Se concluye que es necesario ahondar en los estudios sobre los partidos políticos, a pesar de una oferta aparentemente amplia de estudios sobre el tema, pues persisten vacíos y lugares comunes en la interpretación de muchos procesos sociopolíticos que fueron determinantes en la configuración de los partidos en Colombia.

Palabras clave: Partidos Políticos; Proceso Fundacional; Difusión de Ideas; Siglo xix; Colombia

Abstract

The article presents and analyzes various historiographical, sociological, political and other academic studies on political parties in Colombia during the nineteenth century, specifically, on the foundational process and the assimilation of ideas by these political collectivities in the country, two topics that have not been sufficiently addressed academically. This assessment was developed from a socio‑historical perspective and within the framework of a source criticism methodology. It is concluded that it is necessary to deepen the studies on political parties, despite an apparently wide range of studies on the subject, since there are still gaps and common places in the interpretation of many socio‑political processes that were decisive in the configuration of parties in Colombia.

Keywords: Political Parties; Founding Process; Diffusion of Ideas; Nineteenth Century; Colombia

Introducción

Los estudios referidos a los partidos políticos en Colombia son de gran relevancia, debido a que estas colectividades políticas han sido determinantes en el devenir sociopolítico, económico y cultural del país, lo cual ha motivado el aparente desarrollo de una amplia oferta de producción académica sobre el tema. No obstante, existe cierto vacío de interpretación y abordaje analítico con respecto a estudios alusivos a los inicios de la disputa partidista, desde la época de la República de Colombia (1819-1830) hasta la Nueva Granada (1830-1857), periodo en el cual surgieron oficialmente los partidos Liberal y Conservador, 1848 y 1849, respectivamente.

Se debe recalcar que la disputa política configuró constelaciones partidistas que no lograron consolidar un proyecto y, mucho menos, una institucionalidad política que perdurara en el tiempo. Fue así como desde la República de Colombia surgieron tendencias que se autodenominaron como «bolivianos» y «constitucionalistas», «civilistas» y luego, en menor medida, «santanderistas»; posteriormente, en la Nueva Granada aparecieron «exaltados» y «moderados», todos ellos nacidos del tronco «santanderista» en contra de las posturas dictatoriales de ciertos «bolivianos». A estos grupos los reemplazaron en el juego político ministeriales -en ocasiones denominados retrógrados- versus progresistas, sectores políticos que, en buena medida, fueron los antecedentes inmediatos de liberales y conservadores de mediados del siglo xix y que se enfrascaron en una lucha fratricida en la Guerra de los Supremos (1839-1841), la cual anticipó la emergencia de las dos colectividades políticas que han configurado un sistema bipartidista sumamente fuerte en Colombia.

A pesar de todos estos antecedentes y procesos del juego político que marcaron el proceso fundacional partidista en Colombia, son escasos los trabajos referido a este tema, por lo que el presente artículo se ocupa de analizar los principales aportes de estudios historiográficos, politológicos, sociológicos y de otros ámbitos disciplinares sobre el proceso fundacional y la asimilación de ideas políticas de los partidos en Colombia.

1. Aspectos metodológicos

Este escrito se elaboró a partir de una perspectiva sociohistórica y en el marco de una de crítica de fuentes, técnica implementada que permitió la confortación de la información, ante la necesidad de corroborar datos, responsables, contextos, lenguajes visibles y ocultos de las fuentes, bajo los criterios de identificación y clasificación; crítica de proximidad y simultaneidad, es decir, la relación tiempo y espacio del documento con los acontecimientos estudiados; tendenciosidad, que indica la intencionalidad de parte de quienes escribieron el documento; independencia, que tiene que ver con la atmosfera y nivel de condicionamiento que tenía quien escribió el texto; contextual, que se refiere a la coherencia y contorno del documento; autenticidad de la fuente, que especifica su originalidad; representatividad, importancia, perfil del autor y reconcomiendo social de los autores; veracidad de la fuente, que se refiere igualmente a la independencia de la fuente; simplicidad, que busca identificar la claridad argumentativa del documento; y racionalidad del documento, quizás el criterio más importante utilizado en esta investigación, pues se refiere a la identificación del «sentido del discurso y perspectiva del enfoque de la fuente» (Ramírez, 2010, pp. 103-104).

Debe enfatizarse en que este balance se sustenta en fuentes secundarias, es decir, estudios académicos publicados después de la época de análisis, más concretamente, durante los siglos XX y XXI. Estas fueron obtenidas de la Biblioteca Carlos Gaviria Díaz, Universidad de Antioquia, y en las bibliotecas Luis Ángel Arango -física y virtual- y de la Biblioteca Nacional en Bogotá -física y virtual-. También se acudió a diversas bases de datos académicas, como lo fueron Redalyc, SciELO, DOAJ, Latindex, Dialnet y Redib.

Existen otras investigaciones sobre el tema de partidos en Colombia del siglo xix, pero se han obviado en este balance por su postura en extremo apologética frente a algún partido. Para mencionar algunos casos: Milton Puentes (1942), Fernando Jordán (2000), Roberto Herrera (1982). También se obviaron por serias impresiones, por ejemplo, el trabajo de Óscar Moreno, Lily García y Jonathan Clavijo (2010), artículo que destaca el papel de las ideas de la ilustración y del liberalismo en el desarrollo político e institucional de los partidos, y que resalta a la prensa como elemento de difusión de ideas por parte del bipartidismo. El texto utiliza algunas fuentes de prensa, pero no de manera afortunada y se plantea la idea de la influencia «durkheimiana» en el origen del partido Conservador, situación a todas luces salida de contexto pues la afirmación es anacrónica, en tanto el sociólogo francés Émile Durkheim ni siquiera había nacido para la época en que se fundó el Partido Conservador (pp. 187-205). Véase al respecto, David Roll (2002), que escasamente se refiere al proceso fundacional.

2. Configuración de identidades políticas y proceso fundacional

Dentro de los trabajos que abordan cómo se produjo el proceso de configuración social e identidad partidista, es necesario comenzar con el historiador estadounidense Frank Safford, pues se trata del investigador más destacado en el tema de partidos políticos en el siglo xix. Sus trabajos se desarrollan a partir de tres momentos: inicialmente, su escrito pionero Aspectos sociales de la política en la Nueva Granada, 1825-1850 (Safford, 1977), en donde analiza la conformación social de los partidos a partir de diversos modelos de explicación; posteriormente, su ponencia Formación de los partidos políticos durante la primera mitad del siglo xix (Safford, 1983, p. 16), en la que aborda temas similares a los del primer escrito, pero proponiendo el modelo de «locación social» para explicar la filiación y conformación social partidista; y, por último, Colombia: país fragmentado, sociedad dividida (Palacios y Safford, 2007), libro en coautoría con Marco Palacios que recopila ensayos sobre la sociedad colombiana durante el siglo xix y que amplía el análisis a diversas coyunturas políticas de la época para explicar la conformación y el origen de los partidos. En este último, Safford se ocupa del tema de partidos.

Es de precisar que estos estudios no se limitan a los partidos políticos, sino que abarcan muchas otras problemáticas de índole social, económica y hasta cultural desde una perspectiva historiográfica. Ahora bien, en aras del debate académico, la forma como Safford presenta las fuentes no es la mejor, ya que, a pesar de la importancia y amplitud de estas, no hay claridad sobre su lugar e incidencia en los análisis y relatos. Dicho de otra manera, a pesar de la veracidad comprobada de los hechos, estos resultan por momentos difíciles de correlacionar porque Safford escasamente cita las fuentes (Safford, 1977, pp. 152-153, 161-162 y s. s.). En su último trabajo, de hecho, ubica todas fuentes al final de los ensayos, sin la más mínima relación en el transcurso del texto.

Con todo, es sumamente relevante su análisis sobre los elementos sociales que configuran los partidos y la ubicación sociohistórica de su surgimiento. Respecto del primer punto, Safford evalúa algunas explicaciones convencionales que afirman que entre 1826 y el final de la Guerra de los Supremos se produjo una división política, la cual posteriormente dio vida a liberales y conservadores: «Las élites conservadoras han sido identificadas como terratenientes, miembros del clero y oficiales militares, mientras que las élites liberales se han identificado sobre todo con abogados y comerciantes» (Safford, 2007, pp. 309-310). Safford refuta este planteamiento, afirmando que era posible que un individuo fuese al mismo tiempo terrateniente, abogado, militar o comerciante.

El planteamiento anterior en buena medida recoge las ideas propuestas desde la perspectiva de la sociología histórica por Fernando Guillén Martínez en Estructura histórica, social y política en Colombia y El poder político en Colombia, publicados inicialmente en 1963 y 1979, respectivamente. En ellos, dicha conformación partidista se explica a través de la posición social de sus miembros y la tradición «hidalguista» de sus líderes. Guillén (2017, pp. 154-160) habla de una «transferencia» del honor y del estatus de los patrones al interior de los partidos. Esta apreciación está ligada con aquella posterior sobre los procesos de asociación de la hacienda y todo el sistema burocrático y socioeconómico que ha regido al país desde la Colonia (Guillén, 2015, pp. 223-291). No se puede negar que la propuesta de Guillén es relevante, en especial su perspectiva de «transferencias» de hidalguías entre los líderes políticos, pero por momentos resulta muy determinista y desconocedora de las particularidades de algunos individuos que sin poseer «abolengos» lograron reconocimiento social y lugares privilegiados en los partidos.

Igualmente, Safford retoma los planteamientos de Partidos políticos y clases sociales, obra originalmente publicada en 1969. En ella, Germán Colmenares propone un modelo analítico a partir de la idea de la conciencia de clase que emana de la actividad socioeconómica de los militantes. Colmenares (1969, pp. 51-59 y 141-150) lo ejemplifica con las provincias de El Cauca, Cundinamarca y Cartagena, vinculadas con prácticas más aristocráticas que en El Socorro, en donde las posturas burguesas y liberales fueron más fuertes. Aunque Safford considera estas interpretaciones, comenta que son insuficientes para explicar la conformación social y el origen de los partidos, por lo que plantea que no existe un único modelo explicativo, por el contrario, deben articularse diferentes enfoques.

Safford critica los modelos que atribuyen las razones fundamentales a la clase o a la ocupación, así como aquellos que lo hacen respecto a la herencia de cargos burocráticos desde la Colonia, las cuales denomina con acierto como «simplistas» y «universales». Safford se decide finalmente por su propuesta de «locación social», la cual combina el análisis de clase social y el de procedencia regional de los individuos que conformaban los partidos.

En concordancia con Safford, son múltiples los factores a tener en cuenta para identificar la conformación social de los partidos, empezando por su carácter policlasista, pues estaban integrados tanto por élites como por sectores subalternos de diferente índole, si bien eran categóricos los criterios para determinar los liderazgos, dado que existía un marcado énfasis en el estatus social. No obstante la importancia de la procedencia familiar, regional o económica, estos elementos no son suficientes para explicar la conformación partidista, ni mucho menos el carácter elitista de algunos de sus dirigentes, pues ninguna procedencia garantizaba en todos los casos un estatus definido. De hecho, destaca que los protagonistas del proceso fundacional de los partidos no habían nacido en Bogotá. Inclusive, son diversos los nombres de importantes líderes que no provenían de las ciudades de Bogotá, Cartagena o Popayán: José Manuel Restrepo, nacido en Envigado, colaborador cercano de Simón Bolívar; Francisco Soto, oriundo de Cúcuta, líder de la corriente santanderista; Mariano Ospina Rodríguez, procedente de Guasca, Cundinamarca, perteneciente a una familia de agricultores y, a la postre, fundador del Partido Conservador junto con José Eusebio Caro, también provinciano, nacido en Ocaña, pero, a diferencia de los anteriores, provenía de una familia de linaje español, si bien carente de fuertes vínculos con la burocracia colonial (Safford, 2017, p. 312).2

Lo que parece indicar de manera indiscutible un reconocimiento social y, por ende, un rol destacado dentro de los partidos es la formación académica, provista principalmente en los colegios bogotanos San Bartolomé y Nuestra Señora del Rosario. El reconocimiento social parece haber estado ligado a la formación en jurisprudencia y a actividades como la eclesiástica, la militar y la periodística o de escritor público. Este es precisamente el punto de inflexión en la configuración elitista de la política partidista. Como bien lo expresa Safford (2017), se constituyó una disputa por el acceso a la educación entre «provincianos y notables de centros coloniales» durante las décadas de 1830 y 1840. Ante una excesiva oferta educativa en derecho, en 1826 autoridades bogotanas restringieron tal tipo de educación a universidades que funcionaban en los tres principales «centros coloniales», Bogotá, Cartagena y Popayán, situación que se replicó durante el gobierno ministerial de Pedro Alcántara Herrán de 1837-1845, a través del paquete de reformas implantadas por el ministro Mariano Ospina para prevenir las guerras civiles entre 1841 y 1842 (p. 312).3

Sin embargo, la aparente ampliación educativa a individuos de la provincia no significaba la ausencia de familias y clanes sociales provenientes de las ciudades con pasado colonial. No se puede restar importancia a la procedencia familiar-burocracia y territorial de algunos hombres determinantes en la configuración social y en el surgimiento de los partidos. Estos fueron los casos de algunos individuos provenientes de Popayán y Cartagena que establecieron redes parentales, como sucedió con los poderosísimos clanes Mosquera-Arboleda-Pombo O’Donnell.

Los Mosquera estaban representados principalmente por los hermanos Tomás Cipriano, Joaquín y Manuel José, el primero presidente en varias ocasiones, el segundo vicepresidente y el tercero arzobispo de Bogotá entre 1832 y 1852, todos ellos primos de los hermanos Sergio y Julio Arboleda. Sergio fue un reconocido hacendado y esclavista, mientras que Julio se destacó por su labor como escritor público, además de promover en 1849 la campaña presidencial de Florentino González, con el auspicio de su tío Lino de Pombo O’Donnell (Díaz y Valencia, 2010).

Los Mosquera y Arboleda «eran dos troncos familiares establecidos en Popayán e interrelacionados por múltiples y sucesivos matrimonios, que durante dos siglos habían controlado ganados, oro, haciendas y esclavos» (Pardo y Prado, 2010, pp. 55-56). Además, esta familia caucana, asentada en Popayán, fue un referente del proyecto boliviano y, de manera indirecta, del Partido Conservador. La figuración familiar se hizo más patente con el lazo parental entre Tomas Cipriano y Pedro Alcántara Herrán, oriundo de Bogotá, que se convirtió en yerno de aquel (Colmenares, 2001). El poder político de esta gran figuración entre familias del Cauca, Cartagena y Bogotá se materializó con las presidencias consecutivas de Herrán y Mosquera. Todo lo anterior demuestra, como lo afirma Álvaro Tirado Mejía (2001, pp. 18-19), que los primeros cuarenta años de vida republicana configuraron una estructura de poder, cuyo juego lo protagonizaron hombres pertenecientes a estas familias y regiones, incluyendo al propio José María Obando, que a pesar de no contar con el abolengo de los mencionados y de situarse en un bando político diferente, curiosamente también poseía algún vínculo familiar con los Mosquera.

El fenómeno de las relaciones parentales en el Cauca es muy significativo para comprender la definición ideológica partidista, pues, tal como lo expresa José Escorcia (1983), el patriarcado del Cauca para 1837 estaba asociado a la ida de que «la facción política de antiguos “bolivarianos” es la que mejor expresa la defensa de sus intereses económicos y políticos» (p. 110).

Retomando a Safford, también es significativa su explicación sobre las disputas «partidistas», lo cual remonta a las pugnas de 1826 entre «bolivarianos» y «liberales». Según su perspectiva, ellas tuvieron mucho que ver con las divisiones políticas en la década de 1830 y, por ende, con la aparición de los partidos en Colombia entre 1831 y 1845. Los «bolivarianos», como los denomina en algún momento, eran los seguidores de Bolívar, muchos de origen venezolano y de extracción militar. Este grupo se enfrentó a los «liberales» renuentes a los gobiernos militares y al centralismo político, y liderados -o por lo menos influidos- por Francisco de Paula Santander. Estas divisiones se hicieron más complejas luego de la caída del régimen boliviano en 1830, cuando al interior de los «liberales» surgieron dos facciones: los liberales «exaltados», que preferían autodenominarse «progresistas», y los liberales «moderados». En términos generales, ambas facciones se identificaban por su rechazo al autoritarismo militarista y por la reivindicación de la Ilustración, de acuerdo con la experiencia europea: coincidían con las ideas de Montesquieu, Benjamin Constant y Alexis de Tocqueville, y durante buena parte de la década de 1830 muchos «moderados», a semejanza de los «exaltados», también se opusieron al fanatismo religioso (Safford, 2007, pp. 281-283). Así las cosas, Safford (1977) sintetiza la configuración partidista caracterizando a los «moderados» de la década de 1830 y a los «ministeriales» de la de 1840 como «conservadores», en contraposición con los «santanderistas», llamados «facciosos» o «rebeldes» de 1840 a 1843 y «liberales» después de 1849 (pp. 154-155).

Aunque la periodización de Safford también es un aporte, en la medida en que identifica cuándo comenzaron las grandes disputas, el autor indistintamente se refiera a «partidos», «bandos», «facciones» o «constelaciones políticas» desde 1826 (Safford, 2007, pp. 284-294). Safford denomina dichos «partidos» como «bolivianos» o «bolivarianos» frente a «santanderistas» o «liberales» en diversos momentos de su relato histórico, pero no especifica el porqué de estos rótulos en un momento u otro del debate partidista. Solo se puede inferir, como es obvio, la cercanía con los dos próceres de la Independencia. Lo mismo sucede con «exaltados» y «moderados», los cuales se presentan, continúa Safford, a partir de la disputa al interior de «liberales santanderistas» por el rol político de los «bolivianos» y las dos perspectivas de Estado que respectivamente proponían, pero, una vez más, es difícil encontrar en el relato de Safford la fuente histórica que precise el momento y el contexto que dotó de sentido a estas denominaciones.

Una razón para que el planteamiento de Safford incurra en cierta imprecisión es que no aborda los procesos de identificación política en términos ideológicos o de diferenciación, lo cual planteó el sociólogo Francisco Leal Buitrago. Este entendía la configuración ideológica como los procesos de identificación y pertenencia de los individuos con un partido. Esta crítica la reconoció Safford como una falencia dentro de sus trabajos, que expresaban cierto reduccionismo al limitar las explicaciones a la presencia de influencias extranjeras en la formación de los partidos (Leal, 1983, pp. 40-41; Safford, 1983, p. 43).

Se puede apreciar algún descuido de Safford a la hora de explicar la «división de los dos partidos» cuando, además de proponer una temporalidad un poco compleja, no continúa sustentándola, sino que se mantiene en sus consideraciones sobre la conformación social de los partidos. Lo anterior se ratifica, precisamente, en su último trabajo, donde analiza, entre otras cosas, los partidos Liberal y Conservador a mediados del siglo, circunscribiéndose a la figuración de la «revolución liberal» de 1849-1854. Dicho sea de paso, también vale criticar esta denominación, si se consideran los alcances reales de dicho proceso, el cual no pasó de un reformismo, además fallido, al final del periodo.

Safford (2007, pp. 383-387) menciona algunos aspectos del programa liberal adjudicado a Ezequiel Rojas, de quien afirma que era un veterano liberal; luego relata brevemente que Mariano Ospina y José Eusebio Caro quisieron darle identidad al conservadurismo, pero sin referirse mínimamente al programa de este partido ni al rol de la prensa en la difusión doctrinaria. En realidad, la parte final del relato histórico de Safford sobre el surgimiento de los partidos se limita a un plano sumamente descriptivo, no se ocupa de ahondar en las características de los rasgos que definieron la identidad de liberales y conservadores.

Otro trabajo considerado en este balance fue el de Helen Delpar (1994), que en su libro Rojos contra azules. El partido liberal en la política colombiana, 1863-1899 -producto de su tesis doctoral- se pregunta por los orígenes y desarrollos del Partido Liberal, concentrándose en el proceso del federalismo de tal periodo. Aun así, es importante su aporte en torno a las raíces del Partido y la evolución política de este hacia mediados del siglo xix. Ella reconoce la aparición de elementos propiamente liberales desde la década de 1820, durante la administración del vicepresidente Francisco de Paula Santander, a quien considera padre del Partido Liberal y antepasado del Conservador. Entonces hubo ciertas tendencias antagónicas, producto de las reformas que Santander intentó efectuar: ellas procuraban disminuir los privilegios y las influencias sociales de la Iglesia católica, estimular la empresa privada y eliminar todo legado de la política económica de la Colonia. Los «primeros liberales» fueron quienes propusieron los cambios, los cuales se vieron truncados por las protestas de los «conservadores». Este último planteamiento es uno de los escasos problemas del trabajo de Delpar: la denominación de «conservadores» para un grupo que aún no se identificaba como tal. De hecho, la voz «conservador» es prácticamente inexistente dentro del léxico político antes de las disputas de mediados del siglo xix. Una fuente importante para constatar lo anterior es la prensa política de la época.

Ahora bien, para Delpar (1994) el comienzo propiamente dicho de la división de las tendencias políticas «se ha fechado» a partir de 1826. Esto sucedió luego del regreso de Bolívar del Perú, cuando quiso imponer una constitución de tendencia autoritaria. Ante su propuesta, surgieron los «bolivarianos», conformados por dos grupos: unos caracterizados por su «devoción a menudo fanática al Libertador» y con evidente apoyo hacia el autoritarismo; y otro grupo «más moderado que respetaba a Bolívar», pero que también mantenía su respeto por la Constitución de Cúcuta de 1821. Igualmente, surgían los «santanderistas», quienes se oponían al militarismo y autoritarismo, logrando «alguna cohesión partidaria» en la «malograda Convención de Ocaña de 1828» (pp. 4-7).

Tras la muerte de Bolívar en 1830 los «santanderistas» asumieron el gobierno, constituyéndose en la mayor fuerza política. Promulgada la Constitución de 1832, que dio vida a la República de la Nueva Granada, se eligió de presidente a Santander, lo que pareció favorecer los intereses de dicha facción; sin embargo, rápidamente emergieron conflictos que resquebrajaron la unidad de este grupo «liberal», formándose dos bandos (Delpar, 1994, p. 7).

Aunque la diferencia entre Safford y Delpar sobre los orígenes de los partidos no presenta grandes divergencias, sí es importante señalar la forma como identifican las tendencias políticas. Safford definió a los «partidos» de la década de 1820 como «liberales» versus «bolivianos» o «bolivarianos»; Delpar, como «bolivarianos» y «santanderistas» o «liberales constitucionalistas». En lo que respecta a la década de 1830, ambos utilizan la denominación de «liberales», «santanderistas», «constitucionalistas» o «progresistas», pero Safford puntualiza en la diferencia al interior de los «santanderistas», al aparecer en escena «exaltados» y «moderados» durante la Convención Constituyente de 1831. Luego, mientras que Safford utiliza la referencia de «moderados» de la década de 1830 y la de «ministeriales» de 1840 para hablar de «conservadores» enfrentados a «santanderistas», Delpar lo hace con «santanderistas» o «progresistas» frente a «ministeriales», pero solo para el final de la década de 1840 (Safford, 1977, pp. 154-155; Delpar, 1994, p. 7). Las diferentes perspectivas para definir a los bandos y las distintas temporalidades planteadas para determinar las identidades de uno u otro grupo político demuestran la dificultad que ha existido para precisarse los orígenes y el proceso fundacional de los partidos.

Volviendo a Delpar, otro aspecto relevante de su análisis sobre el surgimiento y desarrollo del Partido Liberal es que se refiere indirectamente al Partido Conservador. Esto se evidencia en los tres acontecimientos que, según la autora, configuraron al liberalismo. Primero, la Guerra de los Supremos, en la cual los grupos cercanos a los «santanderistas-progresistas» se enfrentaron al gobierno «ministerial» de Márquez. Segundo, la aparición de una nueva generación de líderes, curiosamente formados durante la reforma educativa implementada entre 1842 y 1843 por Mariano Ospina Rodríguez, que enfatizaban un espíritu conservador. La reforma, aunque beneficiosa en algunos aspectos, fracasó en su intento de doblegar al liberalismo y más bien tuvo el efecto contrario (Delpar, 1994. p. 10). Esta generación fue, precisamente, la encargada de constituir el tercer acontecimiento: el crecimiento de un movimiento progresista que a la postre se convirtió «en un partido político capaz de formular un llamamiento insistente a segmentos de la población colombiana que no pertenecían a la élite, especialmente a los artesanos de Bogotá cuyo número llegaba a 2000 en 1840» (pp. 12-15).

Dentro del mismo tema de partidos políticos, hay tres trabajos de Fernán González: en Para leer la política. Ensayos de historia política de Colombia, el autor logra identificar algunos aspectos del comportamiento político y electoral de liberales y conservadores, según la ubicación regional (González, 1997); en Guerras civiles y construcción del Estado en el siglo xix colombiano: una propuesta de interpretación sobre su sentido político (González, 2006, pp. 31-80) y en La guerra de los Supremos (1839-1841) y los orígenes del bipartidismo (González, 2010, pp. 5-64) se pregunta por la connotación política de las guerras, el establecimiento de poderes locales-regionales e identidades partidistas a partir de la Guerra de los Supremos y, por ende, la configuración de una escisión de la ciudadanía, lo cual sustituyó la aparición de compatriotas por copartidarios.

Otro texto clásico es el de Álvaro Tirado Mejía, El Estado y la política en el siglo xix, el cual se ocupa, por ejemplo, del «problema religioso», de las «guerras civiles» y de la «regeneración». En el caso particular de los partidos, se refiere a sus orígenes, fechando tal suceso a partir de los años 1848-1849. Aunque se comparte plenamente con el autor que este es el momento preciso de la institución de los dos partidos, es cuestionable que no haga mayor explicación de los antecedentes, pues se refiere mínimamente a las «querellas» anteriores entre quienes denomina «bolivarianos y santanderistas», luego entre «liberales-conservadores» y «liberales rojos», o «entre los “ministeriales” que apoyaron el gobierno durante la guerra de 1841 y los “rojos” que lo combatieron con las Armas» (Tirado, 2001, p. 28). Además, se debe decir que su análisis sobre el tema es muy general, así como el uso de las fuentes es criticable, porque no las referencia en la medida en que desarrolla sus planteamientos; sin embargo, no se pueden desconocer los aportes de Tirado Mejía, en especial porque presenta la conformación de interrelaciones parentales, principalmente entre individuos oriundos del Cauca y poseedores de poder político; igualmente, es significativa su crítica a la herencia directa de Simón Bolívar en el Partido Conservador, enfatizando en la incongruencia de que uno de los fundadores de este intentó asesinar al Libertador en la Noche Septembrina (pp. 17-18-29).4

En la misma dirección de este último planteamiento crítico de Tirado, se encuentra el estudio del jurista liberal Eduardo Rodríguez (2019), El Olimpo Radical, 1864-1884. Aunque el trabajo aborda el periodo federal y la configuración del «olimpo radical» de los liberales, son fundamentales sus aportes sobre la influencia de Bolívar y Santander en los partidos Liberal y Conservador. Rodríguez aduce que ninguno de los dos próceres realmente mantuvo su legado en ambas formaciones políticas, incluso, que estos no habrían tenido como objetivo formar partidos, a pesar de que en el caso de Santander reconoce algunos lineamientos al respecto.

Otro de los estudios clásicos sobre el tema es el de Gerardo Molina (1998), Las ideas liberales en Colombia. Molina recrea los principales momentos, tanto del surgimiento del Partido Liberal como de las disputas con su adversario político. Un rasgo característico de la obra de Molina es su postura apologética con el liberalismo, por lo cual se requiere de cierto distanciamiento en algunos momentos. A la par del trabajo sobre el liberalismo, se estudió el texto de Martín Alonso Pinzón (1993), Historia del conservadurismo, cuya apología es análoga a la de Molina y exige también crítica; no obstante, se lo ha considerado porque proporciona información valiosa sobre la aparición y el desarrollo del Partido Conservador, así como que reseña los principales ideólogos de la colectividad, José Eusebio Caro y Mariano Ospina Rodríguez.

3. Difusión y asimilación de ideas dentro de los partidos

Uno de los trabajos clásicos y poco conocidos sobre la difusión de ideas en los partidos neogranadinos fue el de Robert Gilmore (1956), enfocado en analizar cómo se asumieron diferentes ideologías extranjeras que influenciaron a liberales y conservadores, destacándose la definición, tergiversada y alejada de la realidad europea, de las ideas de socialismo y comunismo, que en buena medida fueron homologadas, pero que en el caso del conservatismo fueron utilizadas como referente nefasto dentro de la política de la época (p. 192). Para Gilmore, el proyecto socialista no fue más que un «espejismo» utilizado en la demagogia liberal.

Para el tema de difusión de ideas, Iván Jaksic y Eduardo Posada Carbó (2011a) presentan Liberalismo y poder. Latinoamérica en el siglo xix, en donde compilan diversos ensayos que se inscriben en la historia intelectual y conceptual, y que analizan no solo el desarrollo del liberalismo durante tal centuria, sino también la influencia española en los procesos de independencia en Venezuela, Perú, México, Chile, Argentina, Colombia y Brasil. El compendio plantea dos tesis fundamentales: la primera, que el liberalismo no apareció en Latinoamérica en la década de 1850, sino durante la Independencia, según enfatizan los editores; la segunda, que no se puede hablar de liberalismo en singular ni de una sola tradición liberal en la región, según principia Natalio Botana (2011) en el prólogo: aunque el «liberalismo» parece tener su germen en la Inglaterra del siglo xviii, el término «liberal», tuvo su primera expresión real en los procesos que condujeron a la instauración de las Cortes de Cádiz en España (p. 13). Se produjo así una recepción hispanoamericana del término, si bien con las deformaciones del caso, pues a la par de la instauración de las Cortes gaditanas, aquí surgieron diversas juntas de autogobierno en las que el liberalismo, conforme lo advierte Botana (2011), ya circulaba como concepto con diversos «contrastes» (Jaksic y Posada, 2011b, p. 25).5 Cabe añadir, es erróneo olvidar las expresiones del liberalismo neogranadino que Armando Martínez Garnica (2006) ha mostrado, en ellas ya se percibían algunos lineamientos de un programa liberal enmarcado en la reivindicación de derechos individuales.

A pesar de lo prematuro de la recepción del «liberalismo» en Latinoamérica, es importante recalcar las paradojas y distorsiones del asunto. Por ejemplo, en cuanto paradoja, la confluencia o identificación de los conservadores con el liberalismo, al punto de que muchos líderes de este sector se denominaron así. El problema no es únicamente denominativo, pues realmente había ciertos principios que se compartían, como lo eran la defensa de la institucionalidad, la propiedad privada, la libertad e incluso la igualdad, pero con interpretaciones particulares. El problema con el conservadurismo era, según Botana (2011), que para las primeras décadas del siglo xix ya arrastraba un lastre negativo, debido a su perfil reaccionario por las reivindicaciones de las estructuras tradicionales del Antiguo Régimen, la Iglesia y la visión corporativa del mundo. Dichas reivindicaciones se concretaban en «un pluralismo funcional y jerarquizado con sistemas de autoridad que podía llegar a ser más fuertes que los del propio Estado, según su forma de gobierno republicana o monárquica». El liberalismo, por el contrario, se proyectaba desde Europa como la ideología que propendía por un Estado «racionalizado, que podía lanzarse a la conquista de aquellas comunidades tradicionales en aras de su vocación programática, y una sociedad al fin librada a su propio dinamismo porque se había desembarazado de los privilegios de los cuerpos sociales antaño constituidos» (p. 18).

La dicotomía entre lo viejo y lo nuevo fue entonces un elemento fundamental para la mayor aceptación del liberalismo en Latinoamérica, al punto de considerársele como la «ideología hegemónica del siglo» (Bushnell, 1996, p. 21). Con todo y lo evidente de dos bandos que se enfrentaron utilizando las denominaciones de liberal y conservador, es necesario superar el simplismo de esta dicotomía, por lo mismo que muchos líderes que actuaron según el conservadurismo y que se identificaron con él tuvieron algún tipo de relación con el liberalismo en Latinoamérica. Es complejo hablar de liberalismo Latinoamericano en genérico y lo preciso es comprender las diferentes concepciones sobre el tema. Así las cosas, no hubo un patrón constante de desenvolvimiento del liberalismo en América e incluso podría ponerse en duda el propio liberalismo de algunos hombres, sobre todo en la primera época republicana latinoamericana, tal como lo expresa Roberto Breña (2011) al afirmar que más allá de la reivindicación de aspectos doctrinal-institucionales:

En el panorama americano del primer cuarto del siglo xix no es fácil encontrar figuras que podamos considerar como «liberales», sin más […] a partir del momento en el que el objetivo a alcanzar en América era la independencia absoluta respecto de España, ciertos principios liberales fueron subordinados a dicho objetivo. Por otro lado, tanto en el caso peninsular como en el americano (si bien por razones distintas), las instituciones liberales sufrieron notables limitaciones una vez intentaron pasar al terreno de la praxis, por lo que conviene insistir en el carácter eminentemente político-ideológico de la trasformación bosquejada (p. 67).

Las dudas sobre el carácter liberal de muchos hombres americanos durante la época de independencia e incluso durante las primeras épocas republicanas son justificadas, por una parte, por la interpretación en ocasiones ecléctica del mismo liberalismo, en otras, por la necesidad de aplicar la doctrina en el desarrollo institucional que las élites debían ejecutar y en medio de cierto vacío conceptual que nos les permitía adoptar la ideología de la manera más precisa. Ejemplo de ello son Mariano Moreno, José María Morelos, Simón Bolívar, Servando Teresa de Mier, Antonio Nariño o Bernardo Monteagudo que, a pesar de presentar rasgos liberales, igualmente mostraban facetas de su pensamiento y accionar político adversas al liberalismo. Breña (2011) explica que este alejamiento «de ciertos principios liberales se acentuó en la medida en que los procesos de emancipación se desarrollaban sin alcanzar los objetivos que estos hombres se habían trazado» (p. 87).

El planeamiento crítico de Breña sobre el carácter liberal de muchos hombres americanos aplica no solo para las épocas de la emancipación de España, sino para aquellas de los primeros proyectos de Estado. No obstante la sólida fuente del liberalismo europeo, proveniente en esencia de la tradición inglesa y la francesa, la realidad política americana distaba mucho, sobre todo en las primeras épocas republicanas. Al respecto, José Guilherme Merquior (1991) refiere una dicotomía difundida en la literatura sobre el liberalismo. Hay dos formas de concebir el liberalismo: la tradición «inglesa», identificada ante todo con las preocupaciones por limitar el poder del Estado; y la «francesa», en la que han predominado los esfuerzos por «fortalecer la autoridad estatal para garantizar la igualdad ante la ley», y por la «demolición de un orden feudal bien arraigado en los privilegios sociales y en el poder de la Iglesia» (p. 13).

En el caso colombiano, Eduardo Posada Carbó (2011) traza, a grandes rasgos, el devenir histórico del liberalismo mediante las figuras de Francisco de Paula Santander y Ezequiel Rojas, seguidores del utilitarismo de Jeremy Bentham; luego mediante Manuel Ancízar y José María Samper, más influidos por los autores franceses y revolucionarios; y por último, mediante Rafael Núñez, ideólogo del liberalismo independiente y seguidor de Herbert Spencer. Ahora bien, para Posada el surgimiento propiamente dicho del liberalismo colombiano se produjo a partir del «liderazgo intelectual y político de Francisco de Paula Santander», primero como vicepresidente y luego como gobernante electo para el periodo 1833 y 1837, aunque reconoce algún legado liberal en la época en que Santander fue vicepresidente, principalmente en razón de la defensa suya y de sus seguidores de la Constitución de Cúcuta de 1821. El liberalismo vino a desarrollarse luego de 1833, destacándose por «su legalismo constitucional, su espíritu tolerante y su concepción del poder limitado», aunque advierte Posada que las actuaciones de Santander no siempre se ajustaron a los principios liberales.

La influencia de Bentham fue fundamental, pues su utilitarismo se convirtió en la primera tendencia filosófica que marcó el liberalismo neogranadino: no solo se expresó en diversas medidas educativas, jurídicas y políticas de Santander, sino que este se autodenominó liberal y compartió las simpatías frente al utilitarismo con sus más cercanos colaboradores, Vicente Azuero y Francisco Soto, incluso desde su asilo político en 1831, cuando debió salir por la persecución de los bolivianos. Pero la figura de Bentham ya era conocida en Colombia desde 1811, cuando Francisco Antonio Zea publicó un artículo sobre el Tratado de Legislación en el periódico La Bagatela. Desde 1826, cuando la disputa entre Bolívar y Santander se volvió álgida, Azuero reconoció el respeto al utilitarismo por parte de la mayoría de los senadores y representantes (Posada, 2011, p. 157 159).

A pesar de la fuerte valoración de Bentham por Santander, se debe reconocer el eclecticismo con el cual se llegó a usar el utilitarismo. Posada (2011, p. 160) habla de una suerte de «benthamismo de sentido común» por parte de Santander, dirigido al desarrollo de los proyectos de Estado, y también señala un aspecto notable del discípulo Ezequiel Rojas, renombrado político e intelectual liberal que osaba mezclar «benthamismo con iusnaturalismo», primero en sus labores de profesor universitario y luego en su famoso manifiesto La razón de mi voto, el cual se publicitó en la prensa bogotana y sirvió de primer programa del Parrido Liberal en 1849.

Para mediados de siglo, Manuel Ancízar y José María Samper fueron fundamentales en la difusión del liberalismo, si bien asumieron influencias francesas y se apartaron de la postura «moderada» de Santander al reconocer el valor de la revolución. Con estos dos hombres el giro se caracterizó, por un lado, por la ya nombrada reivindicación de la revolución como medio justo para las trasformaciones sociales, por el otro, por reconocer los «fundamentos valorativos del progreso social» (Posada, 2011, p. 175). Esto último hacía referencia a la necesidad de adoptar la economía de mercado y abrir las puertas del Estado al mercado internacional a través del laissez faire, dejando atrás el proteccionismo de Santander.

La tercera y última etapa que menciona Posada (2011, p. 174) fue la que protagonizó Rafael Núñez y cierto organicismo de Herbert Spencer y el republicanismo inglés. Aunque Posada considera a estos en su análisis «panorámico» -como él mismo lo define-, reconoce que para un estudio más exhaustivo es necesario referirse también a Florentino González, Manuel Murillo Toro, Salvador Camacho Roldán y a Miguel Samper. Entonces también fue protagonista Samper, que con el pasar del tiempo dejaba su postura revolucionaria y radical para acercarse cada vez más al conservadurismo, el cual gobernó a partir de 1886, precisamente de la mano de Núñez y, en buena medida, de la de ese liberalismo spenceriano, así como de cierto positivismo de August Comte.

Dentro del conjunto de trabajos sobre difusión de ideas en los partidos, se incluyen dos obras fundamentales, no solo porque abordan el tema indirectamente, sino porque pueden considerárseles como especie de «manuales de historia» con un amplio y destacado acervo documental. La primera es de David Bushnell (2018), Colombia: una nación a pesar de sí misma. Nuestra historia desde los tiempos precolombinos hasta hoy, documento que se ha estado convirtiendo en uno de los más destacados referentes para el estudio de la historia del país. Se trata de una serie de ensayos plenamente documentados y sustentados por diferentes tipos de fuentes, además de presentados en un estilo sencillo y sumamente ameno, lo cual facilita la comprensión de los procesos sociohistóricos. Sus aportes son relevantes sobre los procesos de la República de Colombia y algunos momentos de La Nueva Granada, principalmente en lo que concierne a la configuración de los partidos, pues, consigna dos sentencias significativas, la primera:

Como organizaciones formales, los partidos evolucionaron únicamente a partir de la segunda mitad del siglo xix. […] antes de la Guerra de los Supremos, los activistas políticos habían conformado organizaciones ad hoc y redes de correspondencia para las elecciones […] la guerra civil de 1839-1842 constituyó un hito porque en ella los bandos se alinearon sólidamente según patrones que serían duraderos (p. 141).

La segunda sentencia, reconociendo la dificultad de definir «las diferencias sociales y económicas entre los grupos», el planteamiento de Safford «continúa siendo el más agudo análisis de conformación de los partidos, las diferencias ocupacionales fueron tenues en la formación de los mismos [sic], entre otras cosas porque el mismo individuo podía ser a la vez terrateniente, comerciante y abogado» (Bushnell, 2018, pp. 141-142).

A pesar del categórico reconocimiento de Bushnell a Safford, añade algo que su colega no abordó. Se trata del tema «emocional» en la conformación de los partidos, pues se pregunta si en las etapas de formación sería posible establecer cuánta emoción existía con los bandos en disputa, «en la medida en que surtió efecto, tal lealtad a una causa partidaria que traspasaba las fronteras de clase, no podía menos que contribuir a mitigar los conflictos entre los grupos sociales» (Bushnell, 2018, p. 143). Este aspecto es muy importante para esta investigación, pues a pesar de la importancia de los estudios pioneros de Safford, el tema de las emociones y, por ende, de la configuración de identidades no ha sido investigado.

Ahora bien, aunque el trabajo de Bushnell no se concentra en el análisis del proceso fundacional de los partidos, en su prosa expresa las interrelaciones establecidas entre individuos desde la República de Colombia, al igual que aquellas entre las agrupaciones políticas, el clero y otras expresiones de la vida social. A pesar del reconocimiento a Safford, es clara su diferencia con él al afirmar que el proceso fundacional de los partidos se presenta efectivamente a partir de mediados de siglo. Es por ello que Bushnell se refiere a los partidos Liberal y Conservador a partir de 1848, y en lo que respecta a la primera administración de Santander se refiere a la existencia de un «clima de opinión» esencialmente «liberal». En solo una ocasión menciona al «partido bolivariano», pero nunca a «exaltados» y «moderados» o «progresistas» y «ministeriales» (Bushnell, 2018, pp. 91 y 130). En un trabajo anterior, Bushnell (1968) se refirió al «Partido Santandereano», nunca al «boliviano» o «bolivariano» (p. 257).

La otra obra que cumplió una función homóloga a esta de Bushnell fue la compilación histórica de Jorge Orlando Melo (2018), Historia mínima de Colombia. La historia de un país que ha oscilado entre la guerra y la paz, la pobreza y el bienestar, el autoritarismo y la democracia, una de las versiones de historias mínimas de Latinoamérica y España. Melo inicia su relato desde «los primeros habitantes cazadores y recolectores (12.000-3000 a. C.)», o sea, desde la época precolombina, y culmina con algunos suceso políticos, sociales, culturales y artísticos de 2016. Este amplísimo periodo supone una obra monumental y así mismo panorámica, imposibilitada para profundizar en tantos hechos; sin embargo, este trabajo presenta un considerable grado de descripción y análisis, por lo menos en el capítulo dedicado a la República de Colombia, exponiendo el proceso de creación republicana, las disputas entre civilistas bogotanos y militaristas venezolanos, el rol de la prensa liberal en contra de la Constitución boliviana y la pugna entre «bolivarianos» o «bolivaristas» versus «amigos de Santander» durante la Convención de Ocaña (pp. 117-128).

En definitiva, se trata de una gran exposición de los hechos significativos para este balance. En menor medida, destaca el capítulo La Nueva Granada y los partidos políticos (Melo, 2018, pp. 131-137), pues no ahonda en muchos temas de importancia, por ejemplo, en los partidos políticos. Un aspecto que debe ser objeto de crítica es el manejo de las fuentes, dado que no las referencia a lo largo de su relato, incluso, no hay una sola nota a pie de página; además, la sección de referencias bibliográficas, denominada «Bibliografía mínima», por la orientación editorial es más que mínima para el abordaje de temas tan complejos y periodos tan amplios. Lo anterior, sin embargo, no es óbice para deslegitimar la obra de recopilación de uno de los más reconocidos historiadores colombianos, pues el objeto de este trabajo era el de presentar una «historia» al alcance de investigadores profesionales y público general.

Conclusiones

Existe cierta idea de que son amplios los estudios sobre partidos políticos en Colombia, lo cual no es del todo claro, pues es insuficiente la oferta referente al proceso fundacional, la configuración social y la recepción de ideas de las primeras colectividades políticas en el país. Quienes se han ocupado del tema no han coincido en los procesos que condujeron a la configuración social de los partidos e, incluso, a la identificación partidista desde la República de Colombia hasta mediados de siglo xix, época en la cual aparecen formalmente los partidos Liberal y Conservador a través de la prensa.

En suma, la cantidad de estudios sobre partidos políticos en Colombia realmente no es amplio, a diferencia de lo que se pueda creer; además, los que se han publicado hasta la fecha se caracterizan, por un lado, por la apologética partidista, expresando fundamentalmente una serie de reseñas y consignas a favor de los partidos y los personajes que los constituyeron; por otro lado, por graves errores históricos y anacronismos para explicar procesos fundacionales. También se encuentran trabajos con un mayor grado de rigurosidad, pero que obvia el análisis del proceso fundacional o lo reducen a la enunciación superficial de sus primeras proclamas partidistas en la prensa.

El balance de las investigaciones sobre partidos muestra carencias en el análisis sobre el proceso fundacional, pues ha existido laxitud a la hora de definirse por ciertas expresiones como partidistas e, incluso, se ha incurrido en la utilización de denominaciones que no eran propiamente aceptadas en la época por sus propios protagonistas. Muchas de las apreciaciones denominativas de bolivarianos, santanderistas, constitucionalista, civilistas, exaltados, moderados, incluso liberales y conservadores, deben estudiarse de manera crítica y servirse del contexto sociopolítico en el cual pudieron haber sido constituidas. Muchas denominaciones que han sido ampliamente difundidas en estudios previos deberían ser reformuladas o reconsideradas si se hace referencia a las fuentes de la época.

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1 Artículo derivado de la tesis de 2021 para optar al título de doctor en Ciencias Humanas y Sociales, Configuración del discurso político en la prensa bogotana: proceso fundacional del oficialismo liberal y conservador 1819-1850.

2La lista de individuos con procedencia provincial y sin tradición burocrática-colonial es amplia. A continuación, se mencionan otros más de gran relevancia en la configuración de los partidos y que compartieron con los anteriores algunos rasgos de reconocimiento social: Florentino González (Cincelada, Santander), Ezequiel Rojas (Miraflores, Boyacá), Vicente Azuero (Oiba, Santander), José Ignacio de Márquez (Ramiriquí, Boyacá), Joaquín José Gori (Cartagena), Rufino Cuervo (Tibiritá, Cundinamarca), José María Samper (Honda, Tolima), Manuel Murillo Toro (Chaparral, Tolima).

3Véase al respecto, Congreso de la República (1826, capítulo 42), el cual reguló la educación en los centros coloniales, especialmente en las capitales de los tres departamentos de la República de Colombia.

4Véase la crítica de David Bushnell (1968, p. 245) y Bushnell (2018, p. 109); también la de Safford (2007, p. 281.), en el mismo sentido que Tirado (2001).

5Anótese al margen que el epílogo de este libro es autoría de Safford. Acerca de la experiencia inglesa y española, la diferencia entre ellas es que, en la segunda, ya en los albores del siglo xix, se usó por vez primera esta expresión para referirse a un grupo político, extendiéndola al mundo occidental (Breña, 2011, p. 69).

*Cómo citar este artículo. Zapata Ávila, Juan Guillermo. (2022). Balance de los estudios sobre los partidos políticos durante el siglo xix en Colombia. Proceso fundacional y difusión de ideas. Estudios Políticos (Universidad de Antioquia), 64, pp. 96-119. https://doi.org/10.17533/udea.espo.n64a05

Recibido: 01 de Octubre de 2021; Aprobado: 01 de Agosto de 2022

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