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Estudios Políticos

versão impressa ISSN 0121-5167versão On-line ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.68 Medellín set./dez. 2023  Epub 11-Dez-2023

https://doi.org/10.17533/udea.espo.n68a02 

Ensayo

Escuchar de otra manera. Oralidad y sonido en el volumen testimonial de la Comisión de la Verdad de Colombia* **

Listening Differently. Orality and Sound in the Colombia’s Truth Commission Testimonial Volume

Alejandro Castillejo-Cuéllar1 

1 Profesor del Departamento de Antropología y director del Programa de Estudios Críticos de las Transiciones Políticas, Universidad de los Andes, Colombia. Correo electrónico: acastill@uniandes.edu.co - Orcid: https://orcid.org/0000-0002-6441-6609 - Google Scholar: https://scholar.google.es/citations?hl=es&user=2-e3ikUAAAAJ


Resumen

Los testimonios personales y colectivos fueron fundamentales para el trabajo de la Comisión de la Verdad de Colombia cuando se propuso documentar las atrocidades del prolongado conflicto interno del país. Sirvieron de base para el análisis y para resaltar ciertos patrones de violencia establecidos en su informe final. Pero una nueva forma de pensar sobre estas narrativas en primera persona llevó al volumen testimonial a mirar más allá de los detalles de los crímenes, al impacto que la violencia tuvo en la vida cotidiana de las personas y a las formas en que sus proyectos de vida se vieron descarrilados por ella.

Palabras clave: Posconflicto; Etnografía; Memoria; Comisión de la Verdad; Oralidad; Sonido; Colombia

Abstract

Personal and collective testimonies were central to the work of Colombia’s Truth Commission when it set out to document the atrocities of the country’s long-running internal conflict. They served as a basis for analysis and to highlight certain patterns of violence laid out in its final report. But a new way of thinking about these first-person narratives led the testimonial tome to look beyond the details of the crimes to the impact that the violence had on people’s daily lives and the ways in which their life projects were derailed by it.

Keywords: Post-Conflict; Ethnography; Memory; Truth Commission; Orality; Sound; Colombia

Introducción

«¡Estamos mamadas que nos escriban!» (lideresa del pueblo negro de la costa Pacífica durante un encuentro de reconocimiento ante la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, julio, 2020).

Cuando los pájaros no cantaban: historias del conflicto armado en Colombia. Volumen testimonial (CEV, 2022a) es producto de un proceso riguroso y meditado bajo mi responsabilidad como comisionado, de «investigación de la investigación», para decirlo de alguna manera, llevada a cabo por la Comisión durante sus años de operación.1 El trabajo alrededor de este texto debe verse de manera «sistémica», en conjunción con una plataforma sonora diseñada desde su génesis, que nos da otra dimensión de lo que significa «escuchar» o «escucha» -Sonido y Memoria (Comisión de la Verdad, s. f.)- y una «pedagogía itinerante»2 basada en un método pensado espacialmente para recorrer los territorios y materializar una visión de la «apropiación», en los que el arte sonoro, la vida cotidiana y el testimonio se entretejen creativamente. El volumen es también una apuesta de una «memoria integrativa» y una «convivencia narrativa» entre quienes vivieron y participaron en la guerra con armas.

También hay que decir que Cuando los pájaros no cantaban es producto de la síntesis de más de dos décadas de trabajo propio en el mundo de la investigación etnográfica sobre las violencias y las transiciones políticas en Sudáfrica, Colombia, Perú y México. Los métodos itinerantes, las visiones del testimonio, la crítica al dispositivo transicional que define la propuesta del volumen y los conceptos se conjugan con una intensión analítica y una ética de la escucha bio-eco-social que, en cierta forma, sitúa «lo académico» en tensión dialógica con y al servicio de la sociedad.

Asimismo, el contexto de producción de Cuando los pájaros no cantaban implicó una transición personal y epistemológica que venía resonando desde hacía varios años en mi trabajo académico. Mi investigación etnográfica sobre desaparición y desplazamiento forzados y mi oficio como profesor universitario en diferentes lugares del mundo me permitieron en su momento reflexionar sobre los límites de la presentación de la violencia, sobre las perplejidades de la trasmisión del conocimiento en medio de las pandemias globales y sobre la importancia de buscar otros lenguajes para hablar del dolor humano y no humano. Esto me llevó a profundizar el mundo del sonido, a repensar el oficio antropológico desde ahí y lentamente a articular un proyecto que permitiera la colaboración entre «artes» y ciencias sociales. El Volumen testimonial me permitió hacer ese tránsito del mundo de las «grafías» al mundo de la «fonías» (Castillejo-Cuéllar, 2020a), rehacer el proyecto académico y dedicarle más energía a la producción sonora, donde «creación» y «documentación» se concretan en una subdisciplina o perspectiva que denomino etnofónica, en lugar de etnográfica. La plataforma Sonido y Memoria (Comisión de la Verdad, s. f.), y posteriormente las lecturas ritualizadas (Comisión de la Verdad, 7 de abril de 2022), son la primera materialización de esta coyuntura, en donde trayectorias personales se conectan más obviamente con itinerarios macrohistóricos y sociales. Fue en el seno de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad que esto fue posible.

Lo que presento entonces es el libro-sonido-pedagogía como el producto de una coyuntura y una trayectoria, y como un proceso que responde a una responsabilidad histórica. A continuación, quiero mostrar un proceso de trabajo riguroso, académico y sensible a las realidades morales del material trabajado.

1. La pregunta por el testimonio3

Las comisiones de la verdad se encargan, entre otras cosas, de la definición, recolección y producción de un saber institucional y socialmente legitimado y reconocido sobre el «pasado violento» de «una nación» que «transita» de un «estado de violencia» -y de violaciones graves a los derechos humanos- hacía el prospecto de una sociedad en paz. Es un mecanismo que ritualiza -en la mejor de las situaciones, cosa que en Colombia no sucedió-4 el paso a una situación de lo que denominaría, genéricamente, «posviolencias», en plural: postconflicto armado, posgenocidio, posdictadura, posguerra, son términos que, con contradicciones, condensan experiencias históricas muy diversas de ese tránsito. En cierto sentido, no se diferencian, en lo esencial, de otro tipo de comisiones de investigación más académicas, en donde el rigor y la coherencia se aúnan, en estos casos, a la legitimación y la promesa de transformación de una sociedad a través de la intervención tecnopolítica de saberes y lenguajes altamente especializados.

Con frecuencia, este pasado se cristaliza o se materializa en una serie de productos específicos, como los «informes finales» -un género particular de escritura y argumentación «centrado en hechos»- o los archivos y documentos institucionales donde reposan, en tanto fuentes, no sólo los folios donde se consignan y guardan las investigaciones propias de la Comisión -con diferentes grados de reserva-, sino además las grabaciones y transcripciones de testimonios recogidos durante el proceso investigativo: documentos textuales, sonoros, visuales y audiovisuales son parte de ese vasto repositorio de «capas históricamente situadas de dolor» que es la experiencia social de la violencia. En este contexto, el testimonio de la persona o de la «comunidad», la enunciación del dolor emerge como una forma particular de sustanciar o «certificar» la «transición» misma. Esta enunciación pública del sufrimiento infligido, sentido o inscrito es el enlazador ritual del proceso, y uno de sus presupuestos fundacionales. La pregunta de investigación del Volumen testimonial surge de estas reflexiones: ¿cómo emergen las palabras de otros y otras en eso que se denomina el «informe final»?, ¿desde dónde hablan quienes hablan?, ¿qué es hablar y qué es tener una voz? El volumen nace de una crítica pormenorizada de una visión del testimonio como esclarecimiento, el centro metodológico seleccionado por la Comisión desde sus inicios.

El Volumen testimonial se hizo esas preguntas y, en cierta forma, complementó los usos que hasta el momento se hacían de las palabras de las personas en los informes de investigación: fragmentos de violencias concretas, explícitas y deshistorizadas. Basado en sus protocolos de recolección de datos, la Comisión escuchó a las víctimas a partir de las epistemologías del investigador, no en sus propios términos. Fue esa lógica la que nos llevó a definir una serie de consideraciones alternativas para realización del Volumen testimonial. Mi percepción como comisionado transterritorial y como parte de los debates sobre memoria en Colombia, que caminó por todo el país, fue que el país no resistía más relatos de violencia literal, cuestión que, por demás, disgregaba la experiencia. Desde 2005, con la Ley de Justicia y Paz, estábamos concentrados en la motosierra y la masacre como unidad de análisis de la violencia. La primacía de las estéticas de lo grotesco, como denominé a este fenómeno, había saturado e incluso insensibilizado al país. Necesitábamos relatar de otra manera, conjuntivamente. Pero, ¿cómo lo haríamos? Tuvimos que comenzar con un conjunto de consideraciones para llegar allá, un relato integrativo, un tejido conectivo, una propuesta heterodoxa de la memoria en Colombia en el seno de una institución preocupada por el esclarecimiento de la verdad.

2. Consideraciones básicas

Para poder relatar de otra manera, necesitábamos tener en cuenta una serie de consideraciones para poder elaborar el método de trabajo en la perspectiva del producto final: que la sociedad hiciera suyo el libro.

2.1 Éticas y políticas

El volumen, en su incepción, partió de dos principios: el primero es que todo informe, entre varias otras cosas, es un libro o una serie de libros, indistintamente de la complejidad de sus formatos, estilos narrativos y argumentativos, intertextualidades, plataformas o canales de circulación. Basta con ver los siete volúmenes del Informe la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica (Truth and Reconciliation Commission, 1998) o los nueve de la Comisión en el Perú (Comisión de la Verdad y Reconciliación, 2003). Un volumen testimonial nos plantea nuevas y complejas dimensiones éticas y políticas de la escucha. Aquí, «ética» no es una abstracción que pareciera no necesitar clarificación, sino una serie de prácticas de recolección, transcripción y circulación o modos de hacer que se instauran entre la experiencia de la persona y el destino final de sus palabras en el ámbito de lo público. Todo encuentro con el otro es, en sí mismo, un universo moral regulado por el esfuerzo de producir el menor daño posible.

Y «política», aunque nos refiere a relaciones de poder, no tiene nada que ver con las definiciones más hegemónicas asociadas al Estado liberal o a los lenguajes del derecho. El libro se sitúa en un ámbito discursivo distinto. La pregunta por lo político en y del texto tiene que ver con las imbricaciones de los poderes de representar, nombrar y escribir a otro ser humano dolido o herido. Muchos debates «político-académicos» -porque estos dos elementos son aquí inseparables- en el Sur Global han corrido en estos temas en las últimas dos décadas. Las complejidades usuales de cualquier proceso editorial se complejizan en este contexto. El Volumen testimonial se sitúa en la intersección de estas éticas y estas políticas. Es una interpelación a la sociedad.

2.2 Conceptuales

Sin querer extenderme más de lo necesario, quisiera dejar claro algunos de los elementos conceptuales sobre los que se sustentó el trabajo del volumen. Toda comisión de la verdad, como parte del «dispositivo transicional», está constituida por la tensión que hay entre un gesto retrospectivo, que mira hacia atrás, y un gesto prospectivo, que mira hacia adelante y se centra en la «imaginación social del porvenir». En otras palabras, los lenguajes e instituciones que encarnan este escenario, como el sistema integral, están fundadas sobre este doble gesto simultáneo, indefectiblemente teleológico, al pretender un fin último: la paz, la reconciliación, la convivencia, entre otros. De hecho, la idea misma de un «tránsito» hacia esa «nueva nación» es posible dado un presupuesto fundacional del discurso transicional: en la medida en que una sociedad se mueve hacia adelante, la violencia queda atrás, en la reclusión del pasado que no se debe repetir, en teoría. Por supuesto, qué tan atrás se mira, según unas relaciones de causalidad histórica, y cómo se mira, a través de qué ideas o conceptos, es motivo de debate, aunque los «mandatos» espaciales y temporales instauren esos términos de referencia.

El dispositivo crea una línea imaginaria o un horizonte de significados que se cristaliza material e institucionalmente -por ejemplo, en el informe de una comisión- en un pasado que queda atrás -y que no se repite, o no debería- y en un futuro por venir, en donde el presente es el momento en el que se crean, se negocian, se instauran o se configuran los lenguajes para nombrar el sufrimiento social. Una violencia que continúa es un contrasentido -en términos teóricos y de la realidad social- para un escenario de estos. En medio de la tensión entre retrospección y prospección emerge el segundo presupuesto en este dispositivo, vital para el volumen, que la enunciación pública del dolor causado o infligido nos libera -como «cuerpo social», como «nación», como «sociedad», como «persona»- del «trauma», del «daño», del «sufrimiento» y hasta del «pecado». Más allá de las complejidades y contradicciones que esconden estos presupuestos cuando se miran con una lupa más crítica (Castillejo-Cuéllar, 2017), este es, en todo caso, justamente el lugar y esta la tensión en la que el testimonio emerge como parte del dispositivo. En cierta forma, es una certificación moral y un anudador, a través del reconocimiento de ese dolor, de este intento por dejar el pasado atrás. El esfuerzo de la Comisión en Colombia, por ejemplo, fue fundamentalmente retrospectivo y se concentra en una lógica «comprobatoria» y «contrastacional». En ese contexto, el acto testimonial operó, con mucha ambivalencia, en función de la pretensión institucional de la «irrefutabilidad».

En este contexto, y sin extenderme en debates propios de las ciencias sociales y los estudios culturales, por «testimonio» hago referencia a «una articulación de la experiencia vivida» que emerge en «contextos concretos de enunciación» o en «condiciones de audibilidad». Esta articulación puede darse a través de diversos encuadres institucionales y conceptuales, a través de diversas tecnologías de recolección -protocolos de entrevistas, sistemas de clasificación, bases de datos, diagramas de flujo de información, por ejemplo- y otro tipo de mediaciones. El acto de testimoniar puede ser personal o involucrar colectivos más amplios. Esa articulación puede ser oral o textual -en cuanto hay una centralidad de la palabra-, pero no se reduce a eso. Hay modos del testimonio en donde otros lenguajes del dolor social se articulan a través de lo visual, de lo sensorial, de lo sonoro. Como es ampliamente conocido, las personas testimonian con el cuerpo, con los espacios y hasta con el silencio. Aquí emerge un debate fascinante con las artes como modos del testimonio y con las pedagogías de lo irreparable.

Visto desde este punto de vista, las comisiones calibran la escucha de la violencia en torno a ciertos registros, a ciertas capas de dolor y tiempos históricos, en donde las densidades semánticas de las palabras se llenan de significaciones sociales que eluden una escucha literal. Como parte de un monumental aparato de escucha, el Volumen testimonial nos exigió una escucha distinta, una inflexión del oído, una disposición diferente hacia la vida cotidiana que, en general, pasó inadvertida en la Comisión.

Primero, nos exigió una escucha situada en el gesto prospectivo, en los lenguajes del dolor social, tratando, más bien, de entender las capas de experiencia en sus propios términos. Es a eso a lo que denomino «voz». Esto adquiere una complejidad particular en un país que habla más de ochenta lenguas, en donde las palabras institucionalizadas por la justicia transicional no existen y donde las temporalidades de la violencia hacen del conflicto armado un capítulo más de una larga historia. Adicionalmente, la idea de lo prospectivo se sustenta, además, en una experiencia social que nos ha mostrado que el dolor social puede cohesionar -obviamente, imbricarse- desde la microscopia de la vida diaria, en proyectos de vida. A eso se le denomina «comunidades de dolor». El sufrimiento como experiencia social, la herida, la cicatriz, en todo caso, tienen una dimensión constitutiva del sujeto. Es ahí donde la conexión entre nación, herida y narración adquiere un valor más que plural: sus conexiones nos hablan de una «poliglosía» -muchos lenguajes simultáneos del dolor- y, sobretodo, de una «polifonía», donde esas voces sean acogidas narrativamente a través de una estructura. Es esta relación que se traduce en la estructura del Volumen testimonial. Como lo he expresado, la dimensión productiva de ese dolor reconocido como dolor social es potencialmente cohesiva.

Esa es para mí la esencia de una escucha en gesto prospectivo: permitir «remendar lo social» (Castillejo-Cuéllar, 2020b), con sus imperfecciones, con sus hilos al aire, al punto donde el remiendo y la urdimbre cohabitan a través del trabajo del tiempo, al punto de hacerse casi indiferenciables. Aquí es donde el testimonio adquiere un valor transformador de cara a los poderes que constituyen la historia de las violencias, particularmente, del conflicto armado. Lo testimonial tiene la capacidad crítica de interpelar esos poderes y de congregar, de ahí la importancia vertebral de este volumen y del método que a continuación describo.

2.3 Metodológicas

Basado en los conceptos presentados anteriormente, quisiera describir qué elementos o decisiones metodológicas se sustanciaron. Comencemos por decir que no es un «texto» -en todos sus formatos, como se verá más adelante en la propuesta de espacio sonoro- que se reduzca a un corte y pegue. Tiene un proceso curatorial escalonado de gran complejidad.

Primer elemento: es un texto centrado totalmente en historias dentro de historias de las personas, en donde el centro del asunto son, precisamente, las «articulaciones de la experiencia» vistas a partir de las vivencias de las personas, desde sus lenguajes y sus formas de entender el mundo, no son fragmentos. Segundo elemento: oír en sus propios términos, no desde categorías externas calibradas para otros fines. Tercer elemento: el punto de entrada a ese «adentro», como ya lo expresé, es la manera como la violencia habita la vida cotidiana y cómo esta misma cotidianidad se convierte en el territorio de reproducción de los social. Lo que queremos es oír las reverberaciones de la violencia en la vida diaria a través del trabajo del tiempo. La pregunta gira en torno a cómo personas concretas producen mundo desde ahí, desde sus referentes, desde sus formas de nombrar el mundo. En otras palabras, el libro gira entorno a «lo dolido», más que a «lo dañado». Cuarto elemento: el texto se acoge en una estructura que privilegia el gesto prospectivo, en donde el dolor se reconoce, se cobija y se moviliza para construir «mundo» en todas sus capas, subjetivas, íntimas, sociales, colectivas, «ecológicas», sagradas e incluso cósmicas.

En este sentido, el volumen lo constituyen testimonios presentados en forma de historias, trabajadas con las personas en la medida de lo posible, mínima y sutilmente tratadas por un proceso editorial, pero lo suficiente como para tener en mente una serie de lectores potenciales y un mecanismo de apropiación.

2.4 Pedagógicas y comunicativas

Era de esperar que dicho texto, y en general, el informe final, tuviera un impacto en las políticas públicas sobre «educación» o «patrimonio» -donde lo testimonial puede incluso adquirir el valor de «patrimonio inmaterial»- a través de libros de texto o nuevos currículos, instaurando cursos de historia, los cuales, en Colombia, hasta hace muy poco no eran obligatorios en el bachillerato. También a través de contenidos específicos -como la «educación para la convivencia» o la «cátedra de la memoria»- en diversos tipos de actividades en donde el relato histórico o testimonial fuera potencialmente un eje central, más allá de los grupos de interés asociados a este: organizaciones de víctimas, guiones de museos, intervenciones sobre el espacio público, colectivos de activistas por la paz y grupos de derechos humanos. Siempre estuvo claro que se deben proveer las condiciones de escucha -yo los denomino «condiciones de audibilidad»- de las historias dentro de historias, en tanto espacios para lo pedagógico, como una manera de significar el mundo en conjunto. No es un asunto de transferencia de información. Con esto quiero introducir un par de consideraciones que explican la visión pedagógica del libro que determinó en lo que se convirtió.

Primero, el Volumen testimonial como objeto pedagógico. Desde el comienzo nos imaginamos un volumen que el público en general pudiera leer, sobre todo, que las nuevas generaciones pudieran apropiárselo, sentirlo cerca. Que fuera amigable, manipulable, legible, donde las letras, las texturas de las hojas y las frases respiren, donde la diagramación -incluso si es digital- acogiera la mirada e invitara a quedarse, a ser explorado, a ser curioseado. Un artefacto simbólico en sí mismo, en donde su propia materialidad ya contenga un significado. Un libro similar a esos escritos por grandes sabedores y sabedoras, a los que siempre se retorna o de donde siempre sacamos una palabra, una frase que nos evoca alguna profundidad a través de la simplicidad. Un libro que, aunque tenga una estructura que organiza muchas «voces» en forma de polifonía, sus cortas historias tengan la integralidad que les permita ser leídos independientemente. Historias dentro de historias, testimonios dentro de testimonios. Un libro que no se centre en la transmisión de datos, que no sea una traducción del relato fáctico de las violaciones de derechos humanos, sino en lo que podemos aprender a través de las experiencias de otros seres humanos. Eso hace de este Volumen testimonial un libro que, aunque interconectado con los demás, puede leerse independientemente, como un conjunto articulado de historias, narraciones, de momentos cuidadosamente tejidos en un campo narrativo más amplio. Un libro sobre el que un maestro de escuela pueda construir una clase, que pueda, a la vez, leerse en voz alta o establecer una relación íntima en la lectura silenciosa, personal y privada.

En una segunda instancia, me permito un desvío personal. En un texto titulado El genocidio explicado para niños (Castillejo-Cuéllar, s. f. b) relato la experiencia de trasegar dos de los lugares centrales en la cartografía global del terror en masa. Algunos denominan esta práctica de viaje necroturismo, aunque estuviera, en mi caso, relacionado con cuestiones de trabajo: el primero, en 2008, fue a S-21 en Camboya, el sitio de tortura que Pol Pot estableció para «reeducar» a los disidentes, de camino a las fosas comunes. Ha sido la exhibición permanente más gráfica que he conocido en mi vida. Una encarnación de las estéticas de lo grotesco que mencioné anteriormente. Eso, aunado a las «casas de los espíritus» que constituían los memoriales a los muertos y desaparecidos que habían sido basados en los símbolos del budismo del sudeste de Asia. Los otros lugares, en 2012, fueron el campo de concentración de Theresienstadt en Alemania y las topografías de terror -los cuarteles de la SS en Berlín-. Estos serían dos momentos triviales, en una larga lista personal, sino fuera porque en ambos casos llevamos con mi esposa a nuestros hijos pequeños en dos momentos de sus vidas. Mi hija, con apenas cinco años, recorrió primero los pasillos de S-21 y su archivo. Unos años después, caminamos juntos con ella, grabadora en mano, por los derruidos crematorios del campo, siguiendo a los guías turísticos exponer a estudiantes alemanes de colegio los contenidos de esa historia del Holocausto. Tengo conmigo esos sonidos ambientales, las voces de las personas, las conversaciones, las historias que inventamos juntos, casi dialógicamente, para poder caminar esos sitios.

Ver esto retrospectivamente me suscita siempre una serie de preguntas: ¿cómo enseñar sobre la violencia a una niña?, ¿en qué momento de su vida?, ¿a través de qué mecanismos retóricos o narrativos?, ¿centrado en qué valores humanos?, ¿la solidaridad, la cercanía, la projimidad?, ¿cuál debe ser la dimensión, la extensión o la profundidad de una explicación para un joven, o incluso para un niño? Es más, ¿debe contársele? En el fondo, estos son los mismos interrogantes que me hice de cara al Volumen testimonial, en tanto objeto pedagógico.

Cuando los pájaros no cantaban fue un trabajo análogo al oficio y la artesanía de quienes trabajan con las palabras y con el dolor. Implicó, a mi modo de ver, al menos tres sensibilidades interrelacionadas: primero, saber escuchar -tal y como explicaré en el siguiente apartado-, es decir, atender a los silencios y sus contextos de enunciación, a la densidad semántica e histórica de las palabras. Es una disposición hacia diversos lenguajes de dolor colectivo, indistintamente del idioma que se hable, de sus estructuras lineales o circulares, de sus microtemporalidades y espacialidades narrativas, o las múltiples formas que toma lo testimonial: corporales, performativos, orales, táctiles, visuales y, sobre todo en este contexto, a la relación entre lo audible y lo inaudible como frontera de lo político. Ahí yace el carácter político y crítico de este volumen, en la medida en que es una interpelación al poder que se ha inscrito sobre el cuerpo, sobre el territorio, sobre nuestros modos de nombrar el mundo como sociedad. Esto es lo que es «escucha profunda»: la capacidad de «escuchar» esas capas históricas de dolor social.

Debe, así mismo, dejarse escribir, de tal suerte que el centro neurálgico de la «autoría» y la «autoridad», el poder escritural, se desplace. Para recordar el epígrafe de la lideresa del Pacífico a comienzos de este ensayo y considerando la lógica implícita en todos los volúmenes vistos globalmente, la Comisión terminó «escribiendo al otro», subalternizándolo, ocupándolo, incluso de buena fe: los informes de comisiones son artefactos modernos que colonizan las palabras de las personas. Este desplazamiento de la autoridad y la autoría hacia la voz de otros, hacia sus propias formas de reconocer el mundo, sus propios conceptos, es un acto de reconocimiento trascendental, una excepción en el contexto del Informe y, sobre todo, en el seno de lo que son los relatos instaurados por comisiones de la verdad.

Finalmente, saber hablar en diferentes lenguas cuando se requiera, diferentes estéticas, en una suerte de poliglosía o polifonía. Sólo incorporar los estilos de testimoniar, los contextos donde ocurren, las intermediaciones simbólicas, comunitarias o individuales constituyen un reto maravilloso. Sin contexto no hay significado. A mi modo de ver, la interacción entre estos elementos constituye el ámbito comunicacional de este volumen, una cuestión que está más allá de la emisión de mensajes, de las audiencias o los receptores, y que se instala en la posibilidad de significar un mundo en común. Aquí hay un juego pendular entre la compresión de un fenómeno, el de la violencia, y el mundo de lo sensible, de la sensibilidad y de los sentidos, literalmente, como vehículos pedagógicos y cohesivos.

3. ¿Cómo lo hicimos? La escucha multidimensional

Como lo planteé anteriormente, el centro de Cuando los pájaros no cantaban está en la escucha atenta e integrativa del sistema de información. Esto planteaba cierta complejidad porque el sistema y el proceso de investigación tenían como uno de sus pilares la segmentación de la experiencia en función de graves violaciones de los derechos humanos. El dolor se expresaba a través de categorías que lo disgregaban. Tal situación, tomando en cuenta los objetivos trazados en las anteriores consideraciones, nos llevó a hacernos una pregunta básica: ¿de qué manera violencias concretas articulan la experiencia personal y colectiva de extrañamiento a través del acto testimonial? La pregunta central se traduce en un modo de trabajo previamente explorado (Castillejo-Cuéllar, 2016a).

Con el equipo del Volumen testimonial construimos una estrategia de trabajo basada en la identificación de entrevistas realizadas durante la investigación de la Comisión y alojadas en el Sistema de Información Misional (SIM) basadas en criterios integrativos, en cuanto al contenido, y representativos, en cuanto a variables de territorio, etnia, género, entre otros.5 Para esto el volumen se nutre de una revisión a fondo de la lógica de la investigación de la Comisión, al estudiar y entender los protocolos de recolección y clasificación de información para visualizar lo que es y no es «recolectable» dentro de esa lógica, al revisar el árbol de conceptos, términos y categorías controladas, y entender los puntos de ruptura de estos estándares: estudiamos la epistemología del archivar. A esto denominamos una «epistemología del archivo»: «Archivar hace referencia a una serie de operaciones conceptuales y políticas por medio de las cuales se “autoriza”, se “domicializa” -en coordenadas espaciales y temporales-, se “consigna”, se “codifica” y se “nombra” el pasado en cuanto tal. Este ejercicio es esencialmente análogo al ejercicio de producir un mapa» (Castillejo-Cuéllar, 2013, p. 50).

Esto, por una sencilla razón: para escuchar la vida cotidiana -categoría que no existió en la Comisión más allá de miles de destellos en los relatos- en forma de historias dentro de historias hay que «calibrar» o «sintonizar» -como cuando se sintoniza el dial en una radio- las entrevistas. En este sentido, el texto es producto de un ejercicio transversal de la Comisión. Este es el fundamento moral de cómo se hizo el libro.

El Volumen testimonial contribuye a reconocer el tejido cotidiano de las experiencias de seres humanos que atravesaron por experiencias de violencia en un sentido amplio, es decir, no sólo resaltando los hechos violentos que constituyeron sus victimizaciones, sino también rastreando la multiplicidad de formas en que la violencia se ha asimilado en la vivencia personal y colectiva, a su narrativa sobre el pasado, el presente y el futuro. La apuesta consiste en contribuir a una visión de la «verdad» a partir de explorar cómo las personas «dan sentido» al dolor, partiendo de que el reconocimiento de la dignidad humana se logra a través de lo que denomino una «verdad integrativa», no disyuntiva. Para el equipo, la polifonía de voces fue el producto de una «escucha cuántica» (Oliveros, 2022) y concentrada de más de 1100 entrevistas, a través de varios caminos que se definieron para acercarse sistemáticamente al SIM. Es indispensable recalcar el carácter integrativo de la escucha cuyo fin era la identificación de historias y no la identificación de temas.

Realizamos primero una escucha concentrada en torno a núcleos compartidos de sentido. Las doce definiciones de violencia que manejaba el SIM fueron distribuidas entre el equipo de trabajo. Durante varios meses nos dedicamos a oír los audios y revisar las transcripciones en profundidad. Al hacer este ejercicio, más allá de identificar temas recurrentes en las entrevistas, descubrimos una estructura narrativa -de tiempos y espacios en los que se codifica la experiencia- en donde lo cotidiano emergía: narrativas de desplazamiento o narrativas de búsqueda, o de tortura, por ejemplo. Estas narrativas son núcleos de sentido que comparten los relatos cuando se escuchan sistemáticamente. Por ejemplo, las «narrativas de búsqueda» de personas desaparecidas están conformadas por el trenzado de tiempos y espacios que constituyen la «búsqueda» desde el punto de vista de la buscadora. Estos tiempos y espacios vienen además encadenados a emociones alrededor de la nostalgia, la falta, lo inconcluso, la culpa y el complejo vínculo con el Estado y con sus lenguajes tecnojurídicos. Hay historias, conjuntos o «fragmentos testimoniales» que relatan este proceso. Los objetos y los sueños se vuelven centrales. En estas narrativas incluso emerge el silencio como forma testimonial.

Debido a que el testimonio es leído en forma de capas, estas narrativas trascienden la experiencia descriptiva, permitiendo la posibilidad de tejerse con otras narrativas en la medida en que toda violencia es una inscripción en el ámbito de lo cotidiano sobre i) los cuerpos, ii) los espacios, iii) el tiempo y iv) sobre el lenguaje. Así, una vez identificadas estas narrativas, como se explicará más adelante, las experiencias de violencia se juntan para buscar intersecciones entre ellas. Este congregar, como principio organizativo -evidente en El libro de las devastaciones y la vida (CEV, 2022c)-, se da sobre la base de que, en general, las distintas victimizaciones establecidas por la Comisión tienen dimensiones espaciales, corporales, lingüísticas, y temporales. Por ejemplo, el desplazamiento y el exilio son fenómenos de desterritorialización, aunque sus expresiones sean diversas. El producto final es una ruta de selección y de búsqueda de historias hechas desde una lógica conjuntiva de la experiencia que resalta lo cotidiano. El Volumen testimonial es un tejido afectivo, no una interminable fragmentación de la palabra domesticada. Para hacer esto, hubo varios caminos adicionales.

Segundo, realizamos una aproximación indirecta a las entrevistas. Producto de conversaciones con «agentes de la escucha» de la Comisión -investigadoras, etiquetadores, transcriptoras, entrevistadores, analistas- y funcionarios de las direcciones de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad -Diálogo Social, Conocimiento, Territorios, Pueblos Étnicos-, el equipo tuvo la oportunidad de escuchar recomendaciones de testimonios en el SIM. Esto implicó un proceso de formación (Castillejo, 22 de febrero de 2021), tanto dentro de la Comisión en general, en la medida en que se requería escuchar de otra forma.

Tercero, una aproximación directa, un diálogo con las «etiquetas» en donde su conocimiento nos ayudó a balancear las posibilidades de encontrar una aguja en un pajar. Al no existir el concepto de «vida cotidiana» en el lenguaje de la Comisión el proyecto del Volumen testimonial se convirtió en una compleja búsqueda en medio de miles de agotadores detalles.

Cuarto, también incluimos lo que denominamos «conversaciones de profundización» realizadas con equipos regionales. Finalmente, y conectada con la anterior, realizamos algo que denominamos de profundización. Buena parte de El libro del porvenir (CEV, 2022d) y secciones de El libro de las devastaciones y la vida (CEV, 2022c) ingresan al capítulo y a la plataforma sonora, a través de un ejercicio de escucha directa desarrollada por una metodología sonora e itinerante que denominamos Territorios de la escucha6 en el Caribe y los proyectos especiales Diálogos con la naturaleza7 -con pueblos étnicos en el Caribe, la Amazonía y el Pacífico- y Narrativas de la vida en la guerra,8 desarrollado con firmantes del Acuerdo de Paz en los antiguos Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR).

En resumen, Cuando los pájaros no cantaban requirió de un modelo o un método propio de investigación, desarrollado en medio de la premura de una investigación con una fecha límite siempre inminente. Una «escucha de la escucha», una «investigación de la investigación» que respondiera a un derrotero trazado con claridad y concentración, y a una responsabilidad histórica entre manos. Esto implicó un gran esfuerzo físico, mental y emocional por parte del equipo, prever las críticas e insatisfacciones que pudieran emanar de este proceso. Lo cierto es que aquí hay una propuesta para el país de una «memoria integrativa» y de una «convivencia narrativa».

3.1 Sobre la edición

Para que una historia una vez seleccionada entre en el Volumen testimonial se requiere un proceso editorial extenso. Luego de escuchar los audios, las transcripciones son revisadas y corregidas. Valga decir que, dado que no es un trabajo de extraer fragmentos, esta primera revisión es muy dispendiosa. Los textos son intervenidos lo menos posible, pero el trabajo se realiza con la intención de permitirle, por ejemplo, a un joven de colegio o a un profesor de escuela recibir el material y leer perfectamente en voz alta. La comunicabilidad es un valor central del libro. Luego, en un balance entre el audio y el texto, con los respectivos criterios de puntuación y usos de comillas, las investigadoras realizaron una primera versión. Las historias cuentan algo, son densificaciones de la experiencia de la violencia. En un tercer momento, el texto es leído a otras personas, miembros del grupo, externos, familiares de confianza e incluso a comunidades durante los viajes de profundización. Todas esas respuestas se acopian y se realiza meticulosamente una revisión. Para producir la segunda versión, esta se trabajó y se leyó luego por el grupo. Aquí «el todo» es más que la sumatoria de «las partes». Una vez realizado este proceso in extenso, el producto son bolsas de historias subclasificadas con las categorías paraguas del espacio, cuerpo, lenguaje y tiempo. Hasta ahí, los textos han sido leídos varias veces.

La segunda etapa es de «juntanza». La magia está en cómo se juntan las unas con las otras. Además de criterios más amplios, por ejemplo, en las fracturas espaciales se privilegia una organización narrativa que vaya de lo más amplio a lo más pequeño, como un acto de inmersión en lo cotidiano. También hay criterios más delicados. Con esto es más sencillo organizar las secciones internamente y facilita juntar las historias. El lugar de las historias y las maneras como se conectan unas con otras están meticulosamente entretejidas. Unas historias recogen aspectos de la anterior, gestos minúsculos, palabras y afinidades, frases e ideas para tratar de generar un sentido de continuidad y mantener al lector atento. Esto no es simplemente un cortar y pegar, es un tejido que funciona como una urdimbre y una trama.

La tercera fase es una lectura completa del libro y el envío al editor. El editor no es un corrector de estilo -que también, por supuesto, lo tuvo-: pule sutilmente cosas, muestra repeticiones o redundancias, mira el balance temático y la intensidad. Esa versión se aborda con los comentarios de las investigadoras que trabajaron inicialmente la historia y que fungen como las encargadas de velar por la integridad del testimonio. Para este punto, cada historia y cada versión completa tendrá un largo recorrido. Siempre implica dilemas curatoriales, morales, éticos, estéticos y políticos. Hay incluso un poder curatorial que jamás negamos, pero sin cuya consciencia hubiera sido imposible tomar decisiones.

4. La estructura narrativa: el derrumbe

«La verdadera destreza está en saber lo que ocurre cuando las historias se colocan la una junto a la otra» (Bateson y Bateson, 1994, p. 46).

Como he dicho, el proceso de producción del Volumen testimonial es uno de investigación en sí mismo. Utiliza unos métodos muy precisos, unos conceptos claros y genera unas conclusiones que se sitúan en un ámbito particular de análisis. De cierta forma, son hallazgos, pero desde una visión epistemológica distinta. Visto desde una perspectiva que se enfoca en la vida cotidiana como el ámbito más importante para la producción y reproducción de los significados sobre la vida en general, la violencia moldea la experiencia humana produciendo fracturas o fisuras en las capas que precisamente constituyen dicha vida cotidiana. En otras palabras, el sentido de la vida o la muerte, del pasado o del porvenir, de lo que se considera moral o inmoral, se gesta en el seno de encuentros estructurados y fluidos cara a cara, entre personas que han establecido un conjunto de relaciones sociales.

En esta definición de vida cotidiana, las fisuras del i) espacio -en sus muchas escalas-, ii) lo corporal -como materialidad y como significado-, iii) lo temporal -reflejadas en las formas sociales que toma el tiempo- y iv) las maneras como se nombra el mundo -el lenguaje- constituyen capas de experiencias interdependientes y complejas de análisis que entretejen eso que llamamos lo cotidiano. Desde esta perspectiva, basado en una escucha multidimensional e integrativa emerge un relato de desfamiliarización de lo cotidiano, en donde la violencia des-conoce, des-encuentra y niega al otro. En otras palabras, se habla de un orden del mundo atravesado por el extrañamiento. Es el relato del derrumbe, de lo dado por autoevidente.

El producto es un texto organizado en tres momentos -libros y subsecciones que denominamos cuadernos-, con historias que cuentan la tensión entre la violencia y la vida que renace desde la herida-cicatriz, entre las paradojas del presente. El trabajo implicó calibrar -técnicamente hablando- su escucha sobre las resonancias de la violencia en la cotidianidad -en lo aparentemente irrelevante- a través de un gesto de escucha en perspectiva de porvenir, en el que recoge los lenguajes del dolor social.

4.1 El Libro de las anticipaciones

Una vez escuchados con cuidado, los relatos de los testimoniantes, en un intento por entender lo sucedido, describen las circunstancias que antecedieron los eventos violentos. Es un acto auto-reflexivo y retrospectivo cuyos contenidos son vertebrados en detalles minúsculos de la vida diaria. Son claves fundamentales pero inaudibles. En cierta forma, la violencia se siente venir, por las condiciones políticas o sociales en la que una persona está inmersa, o por otros mecanismos distintos, sensoriales, azarosos, corporales, imaginarios, oníricos, entre otros. Desde esta perspectiva, el relato subyacente del Volumen testimonial es un relato de ese proceso de extrañamiento y desfamiliarización por venir. Ya puestas las unas junto a las otras, emergen estas anticipaciones y operan, en términos de los y las testimoniantes, como núcleos desde donde se significa el pasado. Esta sección profundiza en estas experiencias vitales, antesala de la violencia. Son siete categorías generales en las que, a pesar de la diversidad de experiencias de violencia de donde provienen, existen elementos que las juntan.

4.2 El libro de las devastaciones y la vida

Cada uno de los componentes de lo cotidiano se traduce en esta sección, la más robusta e importante del Volumen testimonial, en historias dentro de historias. No sobra recordar que las fracturas temporales, espaciales, corporales y enunciativas sólo pueden ser interpretadas integralmente. El cuerpo, el espacio, el tiempo y el lenguaje son dominios mutuamente constituyentes. Es por eso por lo que, si bien es cierto, algunas experiencias de violencia se sitúan claramente en una de estas categorías, todas en su conjunto pueden ser tejidas desde lo cotidiano. Ahí está la posibilidad de un relato común. La sección es integrativa no disyuntiva. Para mostrar esta interrelación entre estas fracturas, la sección acude a un mecanismo narrativo-conectivo. Comienza con una serie de relatos de ingreso sobre la «naturaleza como sujeto de dolor» -la escala más amplia del dominio espacial-. Entre cada subsección se instalan historias de «victimizaciones» concretas que juntan una subsección con la siguiente, mostrando sus conexiones.

Relatos intermedios: entre el espacio y el cuerpo -falsos positivos y los teatros del horror-, entre el cuerpo y el lenguaje -estigmatización y deshumanización de los cuerpos LGTBI+-, entre el lenguaje y el tiempo -las rupturas del tiempo en el secuestro-. La sección termina con relatos de salida, con el tiempo a gran escala y las violencias de larga duración como protagonistas. A continuación, el contenido de las subsecciones:

Fracturas espaciales: las historias y los núcleos de significado que juntan esta sección son relatos de desterritorialización. Las historias del conflicto armado también nos hablan de experiencias que son recordadas por las víctimas como rupturas de sus espacialidades o del espacio social y vital, propiamente hablando. No solo las fisuras de orden material, sino como significado. El espacio social está compuesto por relaciones sociales donde la identidad, el tiempo y la pertenencia son constitutivas. En el proceso vital, las continuidades o relaciones entre lo material y lo significativo son centrales para la reproducción de la vida. En este contexto, tendríamos que hablar de las escalas de dichas rupturas. Dentro de las categorías de la Comisión hay varias que tienen un claro eje espacial, lo que denominamos fenómenos de encerramiento y desterritorialización como el confinamiento, el secuestro o la detención arbitraria, por un lado, y el desplazamiento forzado y el exilio por otro, en tanto son formas de «vaciar» o «expulsar» de un lugar. Hay una vida cotidiana que atraviesa estas experiencias y sus escalas. En principio, hay una violencia que se vive como la ruptura de los espacios de lo íntimo, de los lugares de sí mismo que se construyen con otros. Aquí hay una relación de continuidad con ese ámbito de relaciones y lazos que denominamos «lo familiar». En las historias hay rupturas del lugar de la intimidad, de la pertenencia, de la identidad. En cierta forma, la violencia desfamiliariza lo familiar, colonizando, invadiendo sus espacios y cotidianidades. Los relatos nos hablan de estas invasiones. Hay escalas más amplias, que podemos denominar «sociales» o «comunales». En un ataque a un pueblo, las ruinas o los escombros son marcadores de dicho momento. Puede haber escalas de mayor «amplitud» donde el territorio geográfico-administrativo es objeto de control y de confrontación. Una cosa es experimentar el entorno social inmediato, otra cosa es experimentar el «territorio», incluyendo la selva, el bosque o la «naturaleza». La destrucción de la selva, el minado, el envenenamiento de ríos son vistos como rupturas del orden espacial y sus relaciones sociales más amplias.

Fracturas corporales: las historias y los núcleos de significado que juntan esta sección son relatos de descorporalización. El extrañamiento y la negación de la que se hablaba al comienzo tiene su locus en el cuerpo. La violencia es una inscripción del dolor sobre el cuerpo individual y social. De los «hechos victimizantes», buena parte de ellos gira en torno a estas inscripciones o fracturas corporales. La desaparición, la masacre, la tortura, la violencia sexual y el asesinato son violencias sobre lo corporal. La gente narra también la guerra en función de sus roturas corporales. Aquí el cuerpo tiene dos dimensiones mutuamente constituyentes y varias escalas. Tenemos la corporalidad, que hace referencia al cuerpo como materialidad biológica, con un nacimiento y un fin que denominamos «muerte». En la medida en que la muerte-maltrato rompe el ciclo vital, no sólo fractura la integridad fisiológica, sino sus dimensiones corpóreas. El cuerpo es también una red de sentidos y significados. En otras palabras, no sólo se fractura a través de prácticas concretas de muerte el cuerpo biológico -hechos victimizantes-, sino sus dimensiones semánticas y culturales, domesticándolos, negándolos al punto de su exterminio. Corporeidad y corporalidad son dos caras de una misma moneda. Los testimonios nos hablan de esas rupturas, fracturas y devastación del cuerpo, y de la manera como eso reverbera en la vida diaria a través del duelo, la memoria o los lenguajes del dolor colectivo, y de las teodiceas que tratan de explicar el sufrimiento humano. Se puede también hablar de «cuerpos» más grandes como «sujetos de dolor»: el territorio como cuerpo, por ejemplo. Hay sociedades para quienes el daño sobre la naturaleza no es sólo sobre lo espacial, sino sobre su propia corporeidad: el territorio tiene brazos, sangre, circula. Incluso metáforas como el «cuerpo de la nación» nos ayudan a pensar la multiplicidad de «lugares» donde el dolor se «localiza».

Nombrar el mundo: leer la guerra en clave de cotidianidad implica no sólo leer las operaciones temporales, espaciales y corporales de la fractura, sino también la manera en que diversos lenguajes y sistemas de representación son parte de la violencia como negación. En qué sentido nombrar al otro, asignarle una categoría dentro de un sistema de referencias y estructuras de significado, se relaciona con la violencia. Digamos que el lenguaje es marcado también. La palabra estigma, por ejemplo, se asocia a una marca. Los estigmatizados del medioevo eran cuerpos marcados. La guerra instaura órdenes categoriales que habitan la cotidianidad y determinan incluso las relaciones y las acciones de las personas en medio de la confrontación. Términos como «estigmatización» nos hablan de ese fenómeno: cuando el lenguaje -en forma de sistemas de referencia, codificación y representación- es parte de las operaciones del poder. Aquí se encuentran todas las prácticas de nombrar al enemigo, de la militarización de lo cotidiano, de la instauración de órdenes de significado basado en oposiciones. Emergen prácticas de categorización como la estigmatización y la tipologización, cosificación, reificación, deshumanización y animalización. Estos lenguajes para referirse al contradictor se enraízan en referentes culturales y hasta en racionalidades técnicas. Nombrar es negar.

Fracturas temporales: los relatos de violencia frecuentemente nos hablan de rupturas en cuanto a la continuidad de los tiempos sociales y vitales en al menos tres niveles: primero, las temporalidades de larga duración, el tiempo histórico o mítico, cuando la violencia rompe una continuidad histórica e instaura una en sí misma. El relato de las violencias de los grupos étnicos, por ejemplo, es leído como una fisura constante de tiempos histórico-sociales, desfamiliarizaciones consecutivas, subsecuentes en el tiempo. Estas son violencias de larga temporalidad.

Segundo, fracturas del tiempo de lo social, en el que las actividades que se encargan de contar ese tiempo de lo social, como los rituales celebratorios sociablemente reconocidos como parte de un relato comunal o colectivo, en sus escalas incluso familiares, se truncan: no poder celebrar ferias o fiestas, rituales de origen, nacimiento o conmemorativos dentro del ciclo vital son en sí una ruptura del tiempo social, de sus formas de nombrarlo.

Tercero, el tiempo personal y familiar, relacionado con diversas formas de parentesco, también es fracturado cuando la expectativa del tiempo vital y «subjetivo», de lo que se espera de la persona como miembro de una comunidad moral en términos de su proyecto personal, se trunca, se pone en espera o se bifurca. Como se sabe, la violencia rompe esos tiempos personales. Por supuesto, estos tres registros del tiempo con frecuencia están interconectados, pero también es cierto que pueden ser diferenciados: un ser humano desarrolla su vida en el seno de un acervo de conocimientos y expectativas sociales, incluso histórico-mitológicas. La violencia niega los tiempos de lo social e impone los propios en la medida en que se instaura en el relato de la persona como mojón, colonizándolo incluso. Aquí lo cotidiano está constituido por formas del tiempo que se interceptan.

4.3 El libro del porvenir

Si El libro de las anticipaciones (CEV, 2022b) y El libro de las devastaciones y la vida (CEV, 2022c) giran en torno a la vida cotidiana, la parte final del libro sigue escuchando en ese mismo registro. Una aclaración: usamos la palabra «porvenir» y no «futuro» por el hecho de que en la segunda la acción se dilata y se sitúa en un tiempo adelante; la palabra porvenir, por otro lado, habla de una temporalidad, pero se sitúa en el presente, de algo que está por venir. La panorámica del «adelante», de lo prospectivo, se hace desde el ahora, desde la cotidianidad presente. Son relatos de lo que está por venir, diferido por el presente inmediato que puede ser complejo y contradictorio. En esta sección se entrecruzan porvenir y cotidianidad. Y aquí emerge la pregunta por la «imaginación social del porvenir». Si la vida cotidiana es uno de los ámbitos de reproducción de lo social y de sus significados, quiere decir que lo que podemos imaginar de lo que está por venir parte de ese entretejido de sentidos.

Así, este libro se hace la siguiente pregunta: ¿cuáles son los recursos sociales y culturales que comunidades concretas tienen a la mano para imaginar el porvenir? Son, en general, recursos culturales que buscan habitar y significar el mundo desde el abismo, no volver al momento anterior a la violencia, sino convivir con la herida. A estos esfuerzos invisibilizados de significar el mundo los denominamos «paz en pequeña escala». El equipo tuvo monumentales complejidades para escuchar el porvenir en forma de historias, sin embargo, resaltamos varios momentos que aglutinan:

Comunidades de dolor: un elemento de lo inmaterial es el relativo a estas comunidades. A manera de tránsito hacia la sección final del libro, esta parte quiere recuperar las historias cotidianas de organizaciones de víctimas en las que el acto de juntarse en torno a la exigencia de su reconocimiento implica la creación de una «comunidad de dolor». El dolor -incluso el de la violencia- congrega y aunque se materialice en una institución -que ha sido el enfoque de la Comisión- son las relaciones y complejidades cotidianas las que le dan continuidad y sentido, creando hermandades, relaciones de pertenecía, rituales, relaciones interpersonales y de parentescos, y solidaridades. En muchos casos, la congregación es en sí un acto reivindicativo que exige lealtades, sacrificios e incluso implica relaciones de poder, fracturas y otros aspectos muy particulares que conectan lo político y lo cotidiano. Las políticas de lo íntimo. No buscamos la historia oficial de la organización.

Convivir, significar y resistir: en la Comisión hay al menos dos formas de explorar testimonialmente este ámbito de experiencia. Primero, recogiendo lo escuchado a través de conceptos como «convivencia» o «resistencia», pero aguzando el oído en lo cotidiano. No hablaríamos de «convivencia» en el sentido de un acuerdo de racionalidades o intereses, ni se trata de señalar dónde este tipo de pactos locales se dieron -documentación que la Comisión realizó-, sino de esfuerzos sociales por construir mundos compartidos con otros donde los sentidos de la vida prevalezcan sobre la muerte, donde las lógicas binarias de la guerra se fisuran simbólica y materialmente. Esfuerzos por rehabitar el espacio social, por reapropiar los cuerpos, por transformar el lenguaje y una cotidianidad militarizada, cuestiones que no pasan necesariamente por resistencias organizadas institucionalmente.

Encuentros: mucho se ha escrito sobre el tema, sobre todo en términos más conceptuales. Con frecuencia siempre acogiendo visiones más bien estereotipadas, en donde la mera enunciación del daño -el reconocimiento tanto del daño producido como del dolor sentido- fuera suficiente para el proyecto de la «nueva nación imaginada». Obviamente, el dolor es el sellante de esta communitas. Los grandes conceptos de la justicia de transiciones, como la reconciliación o el perdón, son horizontes de posibilidades. Hay más bien una fe. En las lógicas de las comisiones de verdad hay una evidente tensión en esos escenarios del perdón o el reconocimiento. Son encuentros que tienen su propia cotidianidad, su propia estructura de interacciones que también hacen parte de esa producción del futuro. Los grandes códigos y conceptos aterrizan en la vida de las personas y son resemantizados. En estos encuentros se forja una sensación de futuro y sus posibilidades, e incluso imposibilidades. Otros conceptos entran a formar parte de la historia. La idea de justicia y su relación con el «pago» de una «deuda» en forma de cárcel, las críticas al proceso de negociación y las «tasaciones» afectivas de los dolores impagables. Esta sección busca mostrar esa complejidad, en donde el sólo encuentro en pequeña escala de esta paz se convierte en metonimia en donde la parte representa el todo.

Territorios de escucha: esta subsección acoge los relatos que surgieron del proyecto Territorios de la escucha, parte de la estrategia de profundización del Volumen testimonial, la cual se concentró en iniciativas o proyectos colectivos de pequeña escala que emergieron o resurgieron posterior a los Acuerdos de La Habana. A manera de muestra parcial, resaltar en presente esas iniciativas de coproducción del porvenir es central. Aquí ya no se escucha el pasado, el gesto es más bien prospectivo. La construcción de la paz no debe sólo verse a través de la reinstauración de la institucionalidad y la estatalidad, como suele proponerse desde las visiones más comunes del tema, sino también en sus formas de operación cotidiana. En este contexto emerge una noción de esperanza atada al porvenir e hilada con el trabajo minucioso de las personas y sus vidas reales. La esperanza no es una abstracción ingenua dentro de la teleología transicional y su promesa de transformación, sino una posibilidad que se materializa. Las materialidades de la esperanza.

Epílogo: cerramos el libro con fragmentos de lideresas y líderes asesinados en clave de un porvenir en peligro. Lo que se ha estado asesinando es precisamente el futuro como posibilidad. Esta es una oportunidad para anudarlo con historias de jóvenes y revueltas en forma de reclamos.

4.4 Imagen como testimonio

Cuando los pájaros no cantaban también es un relato fotográfico, una manera de entender visualmente las historias dentro de historias. Hay un hilo de imágenes no sólo textuales, sino visuales que lo atraviesa. En este contexto, no hago referencia a la fotografía documental, la que se encarga de retratar el sufrimiento del otro y sobre la cual se ha discutido mucho en Colombia. Más bien me refiero al hecho que si la palabra «testimonio» fue definida como una «articulación de la experiencia», entonces esto nos abre la puerta para ver diversas «modalidades de articulación»: la gente puede testimoniar con palabras, la poesía, como Paul Celan, con la oralidad, con lo visual, con lo corporal, con lo sonoro, con cualquiera de las dimensiones de lo sensible. Lo que tenemos en el libro son precisamente imágenes como testimonio. Cada fotógrafo y fotógrafa, en su mayoría, relata lo vivido y lo dolido. Con frecuencia el término usado para hablar de esto es «artes testimoniales», con el cual disiento profundamente, dado que pone el acento no sobre el acto de decir lo padecido, sino sobre el acto «curatorial» que llamamos «artes».9

Logramos recopilar y crear la colección. En este sentido, las fotos no son «ilustraciones» de eventos o momentos traumáticos ajenos, son, en sí, actos testimoniales. Esta concepción de la imagen implicó un cambio drástico en el uso de imágenes dentro del contexto del modelo comisional de verdad.

4.5 Narrativas de vida en la guerra

Sutilmente entretejido con las secciones anteriormente expuestas, habitan las historias de quienes participaron en la guerra. Le llamamos guerra por la inmediatez corporal de la confrontación. Varias décadas de estudios en diferentes contextos nacionales han demostrado los efectos diferenciales de la guerra en las personas, desde aquellos que han sido directamente violentadas hasta aquellos que hicieron parte de las estructuras armadas propiamente dichas. La justicia transicional se ha erigido como paradigma para enfrentar las masivas violaciones a los derechos humanos en contextos de conflictos armados a través de una serie de mecanismo jurídicos y extrajurídicos. La Comisión recogió todo esto a través de sus «enfoques diferenciales», expresados en varios de los tomos del informe final. La justicia transicional está hecha, en este sentido, para que una sociedad «transite» a un momento posviolencia, intentado resarcir el palimpsesto de daños causados. Sin embargo, aunque con menor intensidad, las guerras también constituyen complejas experiencias personales, no sólo en torno al ingreso a las armas, sino al tránsito por la maquinaria transicional para aquellos que se enfrentaron militarmente, miembros de las fuerzas del Estado o fuerzas no estatales. Una diversidad de experiencias que se pluralizan debido a las estructuras jerárquicas propias de estas organizaciones e instituciones.

Hay en el Volumen testimonial un tejido muy fino que se elabora precisamente con quienes hicieron parte del conflicto: firmantes del Acuerdo, mujeres que fueron parte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y miembros de las Fuerzas Armadas. Aunque en proporción mucho menor cuando se comparan con testimonios de víctimas, su presencia en el Volumen testimonial busca profundizar en la manera como estas personas vivían la guerra y asignaban significados a su propia existencia, antes y después. Ese fue el objetivo del proyecto especial Narrativas de vida en la guerra. En este contexto, tanto para mujeres como para hombres, los efectos de la guerra son experimentados de formas muy particulares, asociadas no sólo a su posición dentro de la organización armada o institución, sino también a su propio carácter e itinerario personal. La disciplina militar, por ejemplo, conlleva una configuración de las nociones del cuerpo y de la identidad. Los procesos de reincorporación, por otro lado, implican un proceso complejo que involucra su experiencia pasada, su capacidad para redefinir su papel en la sociedad que la «recibe» y las condiciones sociales en las que se inscriben.

Producto de largas entrevistas, al igual que trabajo de campo intensivo previos en varios ETCR, Narrativas de vida en la guerra se centra en los itinerarios personales de quienes combatían y la manera como las armas bifurcan su existencia. Al concentrarse en la vida cotidiana de la guerra, descubrimos con sorpresa que el mundo visto desde allá resulta similar: los miedos, los temores, resultan parecidos. Son relatos de daño y supervivencia que condensan y se sitúan en el ámbito microscópico de la vida. Implican, a la vez, reevaluaciones de la vida llevada sin necesariamente glorificar el pasado violento y más bien preguntándose por las incertidumbres del presente transicional de cara a sacrificios realizados. En esto hay una «cohabitación narrativa» en donde las historias dentro de historias tienen un lugar que no se mezcla con las historias de las víctimas. Algunos de sus relatos, como cuando se habla del secuestro o de los llamados falsos positivos, asumen una responsabilidad. Otros nos hablan de la irrelevancia de la vida diaria. Polémico como puede ser, nunca en el país habían coexistido estos testimonios de guerra.

5. Sonido y memoria

Ligado a la pregunta por la pedagogía y la comunicación emerge desde el Volumen testimonial la idea de la Comisión como dispositivo sonoro: de la Comisión como dispositivo de escucha al testimonio como esfera sonora, como «sonósfera». Parte del problema con lo que denominamos frecuentemente la «sensibilización» en torno a la experiencia del otro u otra pasa por un conocimiento que se hace corporal. Para mí todo conocimiento es corporal, está situado, sobre todo en los propios sentidos. Como he dicho, la divulgación de las historias dentro de historias es una parte de ese proceso de sensibilización: el mundo se ve, se oye, se siente con la piel.

No sólo en el SIM de la Comisión, sino en el proceso aquí presentado, las palabras de las personas vienen aunadas indefectiblemente a los sonidos, no sólo a la entrevista, sino particularmente a los que están tras bambalinas en una grabación. Para no ir muy lejos, en torno a lo primero, la noción de «voz» tiene una dimensión sónica: guturalidad, nasalidad, son elementos también del significado de lo dicho en una conversación. Sin embargo, las historias se pueden contar con sutileza y profundidad a través del mundo sonoro. Un mundo con su propia gramática, con sus propias tecnologías de captura, que lleva el término «dispositivo de escucha» a una inusitada profundidad. De aquí nace la plataforma Sonido y Memoria (Comisión de la Verdad, s. f.), y los procesos y métodos que, recogiendo años de labor profesional, encontraron un hogar temporal en la Comisión de la Verdad.

El cuerpo vibra con el mundo sonoro. Cuando escuchamos, los cuerpos vibran en común, covibramos, materialmente hablando. Una cosa se puede concluir de las conversaciones con estudiantes de colegios y escuelantes: hay una dimensión afectiva posible si se incorpora el ámbito de lo sonoro como parte del relato, de la historia, de esa pedagogía. Con más de treinta piezas y una variedad de objetos sonoros, el Volumen testimonial vino acompañado de ese universo sónico, de esos Territorios de la escucha, en función de la creación de un espacio sonoro como espacio pedagógico. Educación y pedagogía para la paz se convertirían, incluso como propuesta general, en una red de resonancias, en una aventura, tramando una frontera entre la documentación y la creación que ha circulado masivamente por el país, acogiendo y juntando, con la gente reconociéndose en sus propios ruidos y sonidos cotidianos. Aquí me recojo en el trabajo propio realizado por varios años en torno a las relaciones entre memoria y sonido, creación y documentación. Con conocimiento de causa puedo decir que fue un proyecto titánico y fascinante que sólo es posible con el concurso de todos y todas. Texto, sonido y pedagogía se convirtieron desde el comienzo en un organismo. Todos estos sonidos eventualmente fueron incorporados a las lecturas ritualizadas, una pedagogía en movimiento que, de pueblo en pueblo y en la medida de lo posible, leyeron las historias encontradas a lo largo de este recorrido por las vidas de las personas.

6. Hacia una pedagogía itinerante

La pregunta es: ¿cómo presentar los informes de investigación de violaciones a los derechos humanos centrados en hechos «victimizantes» y sus circunstancias de modo, tiempo y lugar? Es en el contexto de este debate internacional y bajo las premuras de la Comisión que esta propuesta se situó como un modo de enfrentar el tema de la circulación y apropiación del Volumen testimonial. Asimismo, el recurso a las artes -audiovisuales, performáticas, o participatorias, entre otros- ha estado en el universo de los derechos humanos hace tiempo. Sobre este tema se ha producido un extenso corpus académico, por ejemplo, y un conjunto de prácticas que se han hecho comunes como las novelas gráficas, los festivales de cine, exhibiciones de comic, ilustraciones. También hay una amplia bibliografía sobre el papel que las artes pueden tener en los temas de la justicia y la transformación social, elementos centrales, en este caso, del mandato de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad.

La idea de una lectura ritual se conectó con estas discusiones globales en torno a la apropiación y comprensión del trabajo de investigación basado en hechos de violencia. El Volumen testimonial implicó una oportunidad para explorar otros repertorios de representación que, aunque conectados con el mandato de esclarecimiento, se sitúan más en el ámbito de la memoria y los ecos de las experiencias de guerra. Los rituales implican el uso de tecnologías de sonidos y artes sonoras, en la frontera entre la documentación y la creación, con el objeto de crear atmósferas afectivas y disposiciones de escucha de un público determinado. Como ya se ha dicho, las lecturas rituales constituyeron un circuito por el país, en donde el contenido de historias dentro de historias fue visto como una forma de plantar o sembrar la palabra en los lugares de la violencia. Es técnicamente el cierre de la escucha en forma de relato y reciprocidad con la sociedad colombiana.10

Por la manera como el Volumen testimonial está organizado, que gira en torno a la cotidianidad y a la escucha prospectiva, los participantes escucharon relatos de otros lugares distintos a los propios, creando una red de resonancias alrededor de experiencias similares y distintas a la vez. Aquí, la pedagogía crítica se sitúa por fuera del aula, siendo la catedrización de la paz, de la verdad o la reconciliación -situada en el usual y evasivo «diálogo de saberes»- una figura común cuando se habla de diseminación y socialización. Como en muchas tradiciones culturales, al relato y a la experiencia microscópica se le «asignan» y se les «signan» con un valor pedagógico y social, siendo su replicación pública en forma de historia oral el mecanismo didáctico por antonomasia.

La unión entre el montaje sonoro como parte del espacio-tiempo sacramental, el contenido de la historia y las comunidades imaginadas tejidas a través de esta red de resonancias que constituyen los seres humanos que oyen, hace de la escucha un proceso covibracional que atraviesa el cuerpo. En las lecturas, sonido y significado se articulan estructuralmente creando la posibilidad de un sentido de propiedad sobre la experiencia, de apropiación, o de hacerla propia a través de las palabras de otros y otras. La selección de los lugares, como se verá más adelante, se hace de acuerdo con las cartografías locales del dolor y la esperanza, con el sentido final de la lectura asociada al esfuerzo por habitar un mundo dolido: un árbol, el bosque, el río, un pueblo fantasma, una primaria rural, un barrio periférico, los centros de poder, son todos lugares del relato, de la siembra del porvenir.

Al final, el Volumen testimonial fue leído en más de noventa lugares, grandes y pequeños, por todo el país. La resonancia que este ejercicio tuvo llevó a que muchas personas se animaran a leerlo por muchos medios, a reproducirlo, por sí solos y a acompañarnos: en la radio, en colegios, librerías, museos, en Facebook, en Tik Tok y en Instagram, en canales privados y públicos, barrios periféricos, organizaciones de activistas, influencers, periodistas, universitarios, comunidades étnicas, con niños, mayores, jóvenes, sobre los ríos, en chivas y hasta en parques. Muchas de ellas en español, pero también explorando las polifonías y traducciones en vivo entre los idiomas de Colombia.

7. La vida social del libro

Las lecturas rituales nos hablan de un legado en un sentido muy distinto al monumentalismo con el que se asocia la palabra. Etimológicamente, proviene del latín legare o ligare (Corominas y Pascual, 2002, p. 620) que se traduce como «legar» o «ligar», conectar o relacionar. En el trabajo testimonial de la Comisión, la lectura y la sacralidad legan y ligan al porvenir. El trabajo no consiste en entregar un «algo» para que les quede a generaciones futuras, indistintamente que así pueda ser. El ejercicio sacramental lega lo inefable de la experiencia de la violencia a otros y otras, y hace del testimonio de guerra y de las relaciones posibles entre nación, herida y narración parte del patrimonio inmaterial, de aquello que se siente como propio. Es el símil de una cicatriz que con los años se va incorporando a la piel, al cuerpo. Como muchos autores lo han planteado, hay en el dolor colectivo la posibilidad de una communitas, de la herida que se hace propia, parte y disrupción a la vez del cuerpo social o personal. Puestas unas junto a otras, las historias legan -nos entregan- y ligan -constituyen un entre nosotros, como afirma Emmanuel Levinas (1993) -, un sentido de las cosas en medio del momento de incertidumbre transicional. El relato es esa urdimbre.

Referencias bibliográficas

1. Bateson, Gregory y Bateson, Mary-Catherine. (1994). El temor de los ángeles. Epistemología de lo sagrado. Gedisa. [ Links ]

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1 Es importante señalar que al ingresar a la Comisión en mayo de 2020, cuando ya tenía más de dos años de operación, todas las decisiones de investigación ya habían sido tomadas. Este fue el primer volumen del informe final aprobado por el pleno de comisionados y comisionadas en noviembre de 2022 —el primero fue terminado en febrero del mismo año— a través de la defensa de la propuesta Nación, herida y narración. ¿Y cómo acoger las palabras y los silencios que nos han confiado? (Castillejo-Cuéllar, s. f. a).

2La pedagogía itinerante hace referencia al esfuerzo de transmitir un conocimiento y los territorios de la escucha es el método peripatético de trabajo (Comisión de la Verdad, 18 de julio de 2021).

3La definición se desarrolla en Castillejo-Cuéllar (2013).

4Por razones que no son de interés ahondar en este texto, creo que en Colombia primó la preocupación por el informe final, un informe-centrismo. Ritualizar la «transición» no fue uno de sus objetivos.

5Más que extraer fragmentos de entrevistas, basados en experiencias de violaciones de derechos humanos, que por definición disgrega la experiencia y la privatiza, utilizamos criterios que juntaban dichas experiencias en función de conceptos más amplios.

6Así se llamó el proyecto de expediciones sonoras que alimentaron El libro de las devastaciones (CEV, 2022c) y El libro del porvenir (CEV, 2022d).

7Un resumen del proyecto en Castillejo (25 de octubre de 2022a).

8Un resumen del proyecto en Castillejo (25 de octubre de 2022b).

9Un planteamiento sobre el concepto del fotógrafo como testimoniante en Castillejo-Cuéllar (2016b, pp. 111-125).

10Véase la última de las lecturas con los mayores arhuacos en la Sierra Nevada de Santa Marta (Quintero, 2022, diciembre 5).

**Cómo citar este artículo. Castillejo-Cuéllar, Alejandro. (2023). Escuchar de otra manera. Oralidad y sonido en el volumen testimonial de la Comisión de la Verdad de Colombia. Estudios Políticos (Universidad de Antioquia), 68, pp. 21-52. https://doi.org/10.17533/udea.espo.n68a02

Recibido: 01 de Junio de 2023; Aprobado: 01 de Septiembre de 2023

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