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Colombia Internacional

Print version ISSN 0121-5612

colomb.int.  no.66 Bogotá July/Dec. 2007

 

Luis Javier Orjuela E.*

* Ph.D.en Ciencia Política de la Universidad Internacional de la Florida.Profesor asociado del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Correo electrónico: lorjuela@uniandes.edu.co


Se ha reunido en este número de Colombia Internacional una serie de artículos que reflexionan sobre la situación de América Latina en la década de los años 2000. La región ha entrado en una nueva etapa de su desarrollo que podríamos llamar posneoliberal, caracterizada por el lento agotamiento del neoliberalismo, en combinación con una oposición social creciente a dicho modelo; por el surgimiento de gobiernos de centro-izquierda, que intentan introducir un modelo económico más redistributivo y más centrado en lo social; por la crisis de los mecanismos democráticos formales y por el fortalecimiento de la sociedad civil y de propuestas alternativas de democracia.

Durante las décadas de los años ochenta y noventa, América Latina experimentó una doble transición: hacia la democracia y hacia el modelo económico neoliberal. Dichos procesos se debieron, entre otros factores, a las exigencias del proceso de globalización y a un proceso de democratización que se originó en la crisis de los Estados burocrático-autoritarios que imperaron en la región durante la mayor parte del siglo XX. Dichas transiciones han sido difíciles y conflictivas, y aunque se han producido procesos mínimos de democratización, prevalecen aún, en la región, fuertes tendencias autoritarias y excluyentes.

La crisis de esta doble transición de América Latina obedece a varios factores. En primer lugar, a su impacto socialmente nocivo que es el saldo neto más evidente de dos décadas de reformas neoliberales, y el malestar social que es su consecuencia. Las evidencias de estos efectos nocivos son innumerables. Entre 1980 y 2004 en la región el salario mínimo cayó en promedio el 25%, el desempleo abierto pasó del 7,2% a 11%, la informalidad laboral se incrementó del 36% al 46%, el 10% más rico de la población percibió el 48% del ingreso mientras el 10% más pobre recibió el 1,6%

En segundo lugar, a la unidimensionalidad de las democracias de mercado, reducidas al aspecto formalinstitucional de la representación ciudadana con sus correspondientes limitaciones severas a las exigencias sociales y económicas de las demandas que originan y superan dicha representación.Y en tercer lugar, al surgimiento "desde abajo" de nuevas dimensiones de la ciudadanía, en el límite, en las crisis y en las diferencias, y nuevos reclamos sociales relacionados con problemáticas y fenómenos de carácter étnico, de género, ambiental, de usuarios y consumidores, de derechos humanos, de comunidades autonómicas y regionales,etc.Al igual que la mayoría de las demandas políticas, sociales y económicas, las nuevas reivindicaciones han encontrado poca receptividad en las políticas gubernamentales.

Muchos de los análisis tradicionales sobre la democratización en América Latina partieron de una concepción minimalista de democracia, desde la cual ésta se entiende exclusivamente como un régimen político, con lo cual la democracia se reduce a un mero ejercicio electoral para la selección de representantes. Las soluciones que surgen de estos análisis casi siempre apuntan a incrementar la "gobernabilidad", es decir, la eficiencia de las instituciones públicas. En estas visiones no hay lugar para la sociedad civil, y lo social siempre es visto en términos de su contribución a la estabilidad y la eficacia del sistema político. La tensión entre la concepción y la praxis de la democracia formal, y las nuevas aspiraciones sociales y ciudadanas, en un escenario de excesiva desigualdad y vulnerabilidad social, está, entonces, dando lugar a un nuevo ciclo político de cambio con sentido de alternatividad y movilización social, en varios países de la región.

Todas esas movilizaciones populares permiten vislumbrar que una praxis y una concepción alternativas de democracia se estarían abriendo camino en América Latina. Por ello, un concepto de democracia que aspire a dar cuenta de lo que está ocurriendo en la región deberá tomar en serio las manifestaciones políticas de las sociedades latinoamericanas en la actual coyuntura, como el conjunto de expresiones de protestas ciudadanas, los movimientos sociales, las organizaciones no gubernamentales, y las acciones de resistencia civil, inclusive cuando éstas no puedan manifestarse sino violentamente. Estas expresiones políticas "desde abajo" nos hablan de una vigorización, sin precedentes, de la sociedad civil y de un desbordamiento de las instituciones públicas tradicionales, lo cual parece estar dando nuevos contenidos y simbología a la política en la región.

Parece ser que hoy en América Latina, la búsqueda de una más auténtica y amplia democracia es una utopía que está jalonando las luchas sociales de los sectores excluidos de la sociedad. Dichas luchas democráticas surgen de una sociedad civil cada vez más autónoma y diferenciada, que se ve a sí misma como el espacio público por excelencia y la fuente de la retroalimentación de las decisiones para el Estado y las instituciones políticoadministrativas.

Por todo lo anterior, se está produciendo en América Latina un giro hacia la izquierda o, al menos, hacia la izquierda moderada y hacia el populismo, así en Colombia y en México los gobiernos elegidos sean de derecha. Se trata de una nueva izquierda gradualista y pragmática, sin definiciones ideológicas fuertes. En lugar de una confrontación en bloque contra el capitalismo global y neoliberal, o incluso un drástico cambio de modelo macroeconómico, postulan un socialismo latinoamericano o por lo menos un capitalismo más balanceado de corte socialdemócrata, en búsqueda del bienestar social de la población, la ampliación de las instituciones democráticas y el desarrollo de los derechos humanos no sólo políticos y civiles, sino también socioeconómicos.

Un elemento constitutivo de los proyectos de esta izquierda moderada es el énfasis en el fortalecimiento de la sociedad civil, a través de la descentralización y la promoción del asociativismo y el desarrollo local. El Partido de los Trabajadores (PT) Brasileño, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) mexicano, el Frente Amplio en Uruguay, la Convergencia Democrática Chilena, el Polo Democrátivo Alternativo de Colombia e incluso el chavismo venezolano, se ubican en este tipo de izquierda, a la que algunos de ellos incorporan fuertes rasgos populistas.

La moderación de los programas políticos de esta nueva izquierda obedece a varios factores: en primer lugar, y principalmente, a que los procesos globales de carácter económico, social y cultural diluyeron o transformaron las referencias sociales colectivas, las clases, las relaciones laborales, la tierra, la identidad nacional, y su lugar fue progresivamente ocupado por actores de transformación social "multidimensionales", con pluralidad de expresiones simbólicas emanadas de su condición ética, religiosa, étnica, de género o sexual, entre otras. A ello hay que agregar otros factores como los múltiples acotamientos de los escenarios en los que estos nuevos actores realizan su acción, la globalización de las estructuras de regulación económica y de decisión política que limitan las capacidades nacionales de elección, avanzados procesos de anomia, etc.

En síntesis, de todo lo anteriormente dicho, se concluye que las prácticas y señales que están emitiendo grandes sectores de las sociedades latinoamericanas indican que la política "institucional formal" está dejando de articular a la sociedad, y el Estado está siendo rebasado por las iniciativas ciudadanas autónomas. La importancia de estas señales es subestimada o ignorada por las concepciones del realismo político y las visiones tradicionales de la democracia. Por ello, los artículos que aquí se presentan se proponen desarrollar una serie de análisis sobre las diversas dimensiones y facetas de esta nueva situación posneoliberal de las sociedades latinoamericanas y aportar elementos para una concepción alternativa de democracia que exprese lo que se está moviendo en nuestras sociedades; una concepción que proporcione una base teórica a la utopía, al conjunto de iniciativas ciudadanas, a los movimientos sociales y las demás acciones que están llenando de nuevos contenidos simbólicos la política contemporánea.

Esa nueva concepción de la democracia deberá considerar a la sociedad civil autónoma y fuertemente diferenciada como el espacio público por excelencia, el lugar donde las ciudadanas y ciudadanos, en condiciones mínimas de igualdad y libertad, cuestionen con su poder comunicativo cualquier decisión que no haya tenido su origen o rectificación en ellos mismos; una concepción de democracia donde ésta se inventa desde el conflicto y el debate público; una nueva concepción que, en consecuencia, considere a la esfera pública política como el espacio de retroalimentación del aparato administrativo de toma de decisiones societales, y se oponga a cualquier intento de reducir la política al estrecho ámbito de las instituciones estatales.

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