Introducción
Este estudio quiere introducir la diplomacia desde abajo como herramienta conceptual invocada y desarrollada en el discurso y en las prácticas de un actor de los movimientos políticos de la posautonomía italiana(2) durante sus actividades transnacionales entre los años 1997 y 2004.(3) La diplomacia desde abajo, en tanto forma de paradiplomacia (Butler 1961),(4) tiene un potencial explicativo que permite leer otras experiencias de actores políticos no estatales en la arena internacional.
Este artículo ofrece un marco teórico de referencia para entender cómo se ubica la diplomacia desde abajo en el horizonte teórico de las ciencias sociales, proponiendo un marco híbrido que toma en cuenta aportes diferenciados y multidisciplinarios. Hace referencia a la corriente filosófico-política de la Italian Theory, a la tradición de la English School en relaciones internacionales, al análisis del discurso y al mapeo conceptual propio de los autores posestructuralistas internacionalistas.
1. La Italian Theory y la práctica teórica
La corriente filosófica conocida como Italian Theory es particularmente relevante para entender tanto el concepto como la práctica de la diplomacia desde abajo por varias razones. En primer lugar, semejante construcción política nace en los mismos espacios culturales y físicos que dan vida a la corriente de la Italian Theory. En segundo lugar, esa corriente reconoce en las ideas y teorías una forma de práctica política, en línea con la postura de los pensadores franceses posestructuralistas. En tercer lugar, aquello que distingue a los italianos de los franceses es el hecho de considerar la práctica como una forma de teoría; no se trata de construir teoría desde la práctica, sino más bien de reconocer contenido teórico inmanente a la práctica.
Cuando se habla de Italian Theory se hace referencia a un campo teórico que gira alrededor de los trabajos de unos autores que empezaron a escribir en los 1960 y 1970 y cuya influencia filosófica ha crecido en años recientes.(5) Probablemente el posicionamiento de la etiqueta intelectual en lengua anglosajona se deba a la revista Diacritrics del 2009(6) y a las conferencias de la Universidad de Cornell (Estados Unidos) en 2010 tituladas “Commonalities: Theorizing the Common in Contemporary Italian Thought”(7) (Mitrano 2017, 87). Marchesi escribe sobre la Italian Theory:
La acogida del pensamiento de algunos filósofos italianos contemporáneos en los departamentos de literatura comparada y humanidades de universidades estadounidenses, así como, en gran medida, en universidades sudamericanas, inglesas y australianas, dio lugar a la etiqueta de Italian Theory o Italian Thought. Un fenómeno evidente en particular con respecto a la difusión del trabajo de autores como Giorgio Agamben, Toni Negri y Roberto Esposito, y a un redescubrimiento general de la tradición obrerista, desde Tronti hasta Cacciari. También en Italia hay una discusión sobre la existencia y la naturaleza de un campo de posiciones, en lugar de una corriente en sentido estricto, centrada en lo que en Estados Unidos se llama “biopolítica italiana”, es decir, una reflexión sobre la relación entre las formas del poder biológico y la vida como una característica sobresaliente de la modernidad política. A este respecto no solo hay tesis divergentes sobre la triangulación entre la vida, la política y la historia, temática que se encuentra en el centro de este problema, sino también sobre las hipótesis acerca de su génesis, para algunos relacionadas a la historia del obrerismo italiano de los años 60, para otros relacionadas con una larga duración, que se remonta a la primera formación de un “pensamiento italiano” en autores como Maquiavelo, Bruno y Vico. (Marchesi 2017, 510- 511)
De todas formas, y más allá del debate historiográfico sobre el tema (Marchesi 2017, 514), uno de los temas fundamentales del pensamiento italiano, incluso desde la Antigüedad, es su atención al entrelazamiento entre vida, política e historia. Esposito escribe:
Desde su exordio -entre el comienzo del siglo XVI y la primera mitad del XVIII- vida, política e historia constituyen el eje de movimiento de un pensamiento en buena medida externo al giro trascendental en el que se queda, por el contrario, enredada la sección más consistente e influyente de la filosofía moderna. Diversamente de la tradición que, entre Descartes y Kant, se instituye en la constitución de la subjetividad o en la teoría del conocimiento, la reflexión italiana se presenta invertida […] en el mundo de la vida histórica y política. (Esposito 2010, 12)
Según (Bodei y Hakopian 2009), la filosofía italiana sería una filosofía de la “razón impura” (179), cuyo centro, según el autor, es una fuerte vocación cívica (178). Un pensamiento con semejante vocación cívica aterriza necesariamente sus análisis y propuestas en el mundo de las acciones e interacciones humanas, o en las dimensiones histórica y política. Esto no implica que los pensadores italianos no estén interesados en temas de carácter general, todo lo contrario. Los italianos están interesados en la búsqueda de soluciones a problemas colectivos, soluciones que deben tener un contenido práctico y no solamente abstracto y especulativo. Bodei y Hakopian (2009) vuelven a afirmar que los italianos se ocupan de temas que interesan a la mayoría de los seres humanos, pero lo hacen de manera absolutamente peculiar, alejándose de la tradición escolástica anglosajona y alemana (178). La peculiaridad del acercamiento italiano a temas de carácter general se encuentra en su capacidad de mezclar la dimensión universal y particular, lógica y empírica. Bodei y Hakopian (2009) escriben:
La filosofía italiana es una filosofía de la razón impura, que tiene en cuenta las condiciones, imperfecciones y posibilidades del mundo, en oposición a la razón pura,(8) que se ocupa del conocimiento de lo absoluto, lo inmutable y lo rígidamente normativo. La filosofía italiana da lo mejor de sí cuando se trata de resolver problemas donde lo universal y lo particular, lo lógico y lo empírico, chocan. (179)
Es una filosofía para la que es impensable dividir el mundo de la vida del mundo de la política, como propone (Habermas 1999). Semejante división, según los italianos, resulta totalmente ficticia, pero sobre todo muy poco útil desde un punto de vista estratégico. En El Príncipe, (Maquiavelo 1961) escribe que le parece mucho más importante ir directamente a la “verdad efectiva”(9) de los hechos que a la imaginación de estos (55). ¿Qué entiende el florentino con esta referencia a los hechos y su verdad efectiva? (Bodei y Hakopian 2009) contestan a la pregunta cuando escriben:
Semejantes problemas surgen de la intersección de la vida asociada y de varias redes sociales; desde la consciencia individual, que combina la concientización de los límites impuestos por parte de la realidad con la proyección de los deseos; la opacidad de la experiencia histórica con su transcripción en imágenes y conceptos; y la impotencia de la moralidad frente a la crudeza del mundo. (179)
Universal y particular se mezclan en el análisis de los hechos para buscar soluciones y salidas a problemas inherentes a la dimensión de las relaciones humanas entre lo individual y lo colectivo. Es la base del pensamiento realista que desde Maquiavelo en adelante se vuelve una constante de la filosofía política italiana. El realismo es y puede ser tal, siempre y solo cuando tome en consideración que los hechos nacen de una interacción permanente entre sujetos sociales, con necesidades y deseos diferentes y potencialmente contrapuestos, que interactúan en un entorno solo parcialmente moldeable. Se trata de reconocer la existencia de una interacción permanente entre agencia humana y estructura, que implica y promueve cambios recíprocos entre los dos factores, pero sobre todo es de subrayar la centralidad de las relaciones de poder como motor de dichas interacciones. En otros términos, el realismo italiano se refiere a una idea de realidad dinámica compuesta por las restricciones de los hechos y condiciones de un determinado momento histórico y los deseos y voluntades que se encarnan en las relaciones de poder de los sujetos que viven su propio tiempo. En esta óptica, también la filosofía y las ciencias sociales en general adquieren sentido si su producción intelectual está direccionada al cambio de las relaciones sociales. Afirma (Negri 2017):
Sin haber amado nunca abrumadoramente aquella que llaman “filosofía eterna” y confiando más a menudo en las ciencias históricas y sociales, para averiguar la verdad, y en la acción política de clase, para construir mis acciones, aprendí que los procesos sociales son siempre contingentes y que la historia es discontinua y solo es posible que esté atravesada esporádicamente por tendencias estables. Por lo tanto, razonar de manera afirmativa y constituyente significa ponerse a sí mismo “allí” y ordenar el propio pensamiento para actuar -en la contingencia- en relación con esas eventualidades y esas tendencias. […] Estar dentro de lo real significa más bien estar siempre frente a las alternativas, elegir entre lo positivo y lo negativo, entre ser y no ser. Hacer política es esta acción de elegir -colectivamente- y es en esta lucha por el conocimiento que se expresa una práctica de la verdad. Porque la verdad no es algo fijo o la correspondencia desnuda con lo real, sino la construcción de lo común.
Según Negri, es evidente cómo las fronteras entre pensamiento y acción, teoría y práctica, filosofía y ciencia social son cada vez más borrosas. Incluso se pone en duda la existencia de una verdad desconectada de la acción política, que según Negri es la construcción de lo común. En esta reflexión no hay espacio para una dimensión trascendente o metafísica, el pensamiento está conectado con la práctica. La división entre filosofía y ciencia política -o, en general, ciencias sociales- en el pensamiento italiano es poco relevante, aun desde el nacimiento de ambas corrientes.
En Italia, Maquiavelo no es solamente un importante filósofo político, sino también el fundador de la ciencia política moderna y, con ella, de las ciencias sociales en su conjunto. Maquiavelo escribe sus obras alrededor de un siglo antes de que Galileo introdujera su visión matemática de la naturaleza, considerando este lenguaje -el matemático- como el lenguaje de las ciencias (Galilei 2017). El Príncipe de Maquiavelo -y en buena medida también los Discursos y el Arte de la guerra- tiene una estructura lógico-matemática, que convierte la obra en un código binario de antítesis contrapuestas con controles y moderaciones. El matemático norteamericano John Forbes Nash, en una conferencia dictada en la Universidad de Bérgamo el 30 septiembre 2013, respondiendo a las preguntas de un periodista y hablando de El Príncipe, afirmaba:
Los consejos de Maquiavelo no están ligados a la moral. Pero es difícil lograr que la ética sea científica, sobre todo cuando se pretende hacerla derivar de la religión. Ya que la ciencia requiere cientificidad, Maquiavelo hizo bien en dejar la ética afuera del discurso de sus decisiones. (Odifreddi 2013)
La cientificidad del autor florentino sería debida a su capacidad de analizar la política de manera desligada de otros campos del pensamiento y de la acción humana. Según Ludovico (Geymonat 1981), la edad del Renacimiento dio lugar “al desarrollo y a la acentuación ilimitada de la especialización” (15) en todos los campos del conocimiento humano. Según el autor, Maquiavelo lleva a sus consecuencias extremas las capacidades de la racionalidad humana y, al mismo tiempo, su acercamiento “científico” al campo de investigación -la política- de derivaría del hecho de que el florentino parte siempre de la observación de eventos históricos concretos y nunca de afirmaciones a priori (100), cosa que anticipa una vez más el método de Galileo. Resumiendo, los italianos consideran que deben a Maquiavelo la introducción del método científico en el estudio de la política y de las ciencias sociales, por haber sido el primero en especializarse analizando y diferenciando el campo de la política de todos los otros campos del conocimiento humano, como investigación empírica sobre el ejercicio del poder. También le deben el método experimental lógico-racional basado en la observación directa de las acciones humanas, con sus cursos y recursos históricos.
De hecho, son exactamente los cursos y recursos históricos que posicionan el pensamiento político y filosófico-científico en relación directa con la vida, la existencia humana, las interacciones y la construcción del común. La teoría, según los pensadores de la Italian Theory, no se limita a observar la realidad, los hechos, las contingencias y los cursos de acción. Tiene razón de ser si nace de prácticas comunes y las prácticas son una forma de teoría. En otras palabras, las prácticas tienen una dimensión teórica inmanente y el pensamiento compartido es considerado una forma de práctica. La relación y tensión entre los dos componentes -teoría y práctica- sigue siendo problemática y quizás aporética, pero es en esta tensión que nacen productos originales y herramientas analíticas que definen la particularidad del pensamiento de esos autores italianos. Según (Hardt y Virno 1996):
Estos italianos insisten más en la relación inversa: la teoría revolucionaria solo puede abordar eficazmente las cuestiones que se plantean en el curso de las luchas prácticas, y a su vez esta teorización solo puede articularse a través de su aplicación creativa en el campo práctico. La relación entre teoría y práctica sigue siendo una problemática abierta, una especie de laboratorio para probar los efectos de nuevas ideas, estrategias y organizaciones. La revolución no puede ser otra cosa que este proceso continuamente abierto de experimentación. (2)
Se trata del concepto que activistas e intelectuales italianos cercanos a la autonomía y posautonomía conocen intuitivamente e invocan como “práctica teórica”. En este sentido, la diplomacia desde abajo se inscribe entre las prácticas teóricas como una expresión política concreta de un deseo y una voluntad común de reapropiarse de la acción política en todas sus dimensiones. Por lo tanto, la diplomacia desde abajo es una práctica teórica que permite experimentar una reapropiación, entre ciertos márgenes, de un protagonismo directo en el campo de las relaciones internacionales por parte de sujetos políticos colectivos no estatales.
2. La English School, la diplomacia y los estudios diplomáticos
La English School permite ubicar la diplomacia desde abajo entre los estudios diplomáticos, que han sido particularmente relevantes para esta corriente teórica de las relaciones internacionales. Sobre todo, hace posible considerar esta práctica como una institución internacional, entendida como un mecanismo entre actores políticos en el entorno global. Igualmente, la diplomacia desde abajo se desprende de la ortodoxia de los estudios diplomáticos de la English School, afirmando la existencia y el protagonismo de actores globales no estatales.
La English School reunió a estudiosos de varias disciplinas y nacionalidades en el primer encuentro del Comité Británico sobre la Teoría Política de las Relaciones Internacionales en 1959. Como subraya (Buzan 2014): “no hay nada particularmente inglés respecto a sus ideas, que podrían ser entendidas como una amalgama europea de historia, derecho, sociología y teoría política” (5). Sus autores mantienen una posición intermedia entre las posturas realistas y liberal-idealistas, entendiendo las primeras como aquellas que enfocan sus estudios en las relaciones de poder y en la naturaleza conflictiva del entorno internacional y las segundas son las que se concentran en la dimensión cooperativa, en los intereses e identidades de los Estados. Según Martin (Wight 1992), existen tres tradiciones teóricas de relaciones internacionales:
Las tres tradiciones de la teoría internacional pueden ser más o menos diferenciadas con referencia a tres condiciones interdependientes de las relaciones internacionales. Los realistas son aquellos que enfatizan y se concentran en el elemento de la anarquía internacional; los racionalistas, los que enfatizan y se concentran en el elemento de la cooperación internacional; y los revolucionarios son los que enfatizan y se concentran en el elemento de la sociedad de los Estados o la sociedad internacional. (7-8)
Las tradiciones de Wight serán retomadas por parte de Headley (Bull 2012), que asociará cada una a un autor, al hablar de una tradición hobbesiana o realista -Hobbes-, de una kantiana o universalista -Kant- y de una grociana o internacionalista -Grocius- (23). Las tres tradiciones conviven en los autores de la English School, porque cada una permite explicar y describir diferentes aspectos del entorno internacional. (Little 2000) explica: “desde la perspectiva de la English School, una comprensión exhaustiva de las relaciones internacionales debe abrazar las tres tradiciones” (398).
La English School hace un acercamiento teórico complejo y multidisciplinario cuya característica principal es analizar el entorno internacional desde una perspectiva sociológica. Su enfoque fundamental considera el entorno internacional como una sociedad internacional, una sociedad anárquica, parafraseando el título de un famoso texto asociado a esa corriente teórica (Bull 2012). La sociedad internacional es una sociedad de Estados, que existe cuando algunos de ellos, que comparten intereses y valores comunes, empiezan a considerarse en cierta medida atados por un conjunto de reglas que definen en principio sus relaciones recíprocas.
Según Headley (Bull 2012), existe una diferencia entre sistema y sociedad internacionales. El primero puede existir sin la segunda, porque que haya una sociedad implica compartir ciertos valores comunes que terminan actuando como principios sobre los cuales se construyen las reglas compartidas que permiten la interacción entre los actores (13).(10) En sus interacciones, los Estados construyen instituciones internacionales, que “no implican necesariamente [la existencia de] una organización o una maquinaria administrativa, más bien pueden ser un conjunto de costumbres y prácticas construidas para la realización de finalidades comunes” (71).
Por lo tanto, las instituciones, que no pueden ser reducidas a la existencia de organizaciones internacionales, se caracterizan por ser mecanismos, dispositivos que permiten la existencia y reproducción de una sociedad internacional en un determinado periodo histórico. La idea de institución internacional del autor australiano se acerca mucho a la definición de régimen internacional de Stephen (Krasner 1982), como “principios, normas, reglas y procesos de toma de decisiones alrededor de los cuales las expectativas de los actores convergen sobre una determinada área temática” (185). Hablar simultáneamente de expectativas y convergencias de intereses implica la existencia de una dimensión común, adentro de la cual se comparten valores y reglas construidas de manera colectiva. Dicha dimensión es el espacio político de una sociedad internacional de los Estados modernos que se ha consolidado históricamente desde el siglo XV en adelante como un proceso de progresiva extensión de los valores y estructuras políticas europeas -en primer lugar, el Estado nacional- a todos los rincones del planeta (Bull 2012, 26-38).(11) Las instituciones internacionales a las cuales Bull se refiere son: los Estados, la balanza del poder, el derecho internacional, el dispositivo diplomático, el sistema de manejo de las grandes potencias y la guerra (71).
Barry Buzan define estas instituciones -con la excepción de la guerra- como “solidaristas” y relacionadas en particular con la tradición kantiana de la English School que busca subrayar los valores comunes y universales de los seres humanos y la búsqueda de formas no violentas de solución de controversias (Buzan 2014, 134-163).(12) Para la presente investigación, merece una mención particular la diplomacia.
Según (Bull 2012), la diplomacia es una institución antecedente a la sociedad internacional, aunque presuponga la existencia de un sistema internacional (160). Surgió en el siglo XV entre los principados italianos para extenderse más allá de los Alpes durante el siglo XVI (30-31). La diplomacia es más antigua que la balanza de poder, y quizás que el mismo derecho internacional,(13) y Bull dedica un capítulo completo de su texto a definir su relación con el orden internacional (156-177).
El autor define la diplomacia como “la conducta de relaciones entre los Estados y otras entidades que mantienen una posición en la política mundial” (156). Considerando los Estados como los actores fundamentales del entorno internacional, subraya que los delegados diplomáticos deben ser delegados oficiales (157). Los diplomáticos son depositarios de conocimientos especializados y son formados para responder a funciones específicas: la comunicación, la negociación, la información, la minimización de las fricciones y una dimensión simbólica (172-177).
La diplomacia y los estudios diplomáticos han sido uno de los ejes de investigación centrales de los autores de la English School, desde sus primeras publicaciones hasta algunas más recientes (Butterfield, Wight y Bull 1966; Der Derian 1987; Mayall y Navari 1980; Sharp 1997, 1999, 2009; Watson 2005). Todavía, como subraya Neumann, la mayoría de los autores de la English School, con la excepción de Der Derian -que se irá alejando de esa línea teórica- han privilegiado el análisis de carácter histórico sobre los estudios diplomáticos, dejando de lado los acercamientos más propiamente sociológicos (Neumann 2003, 364).(14) En particular, se trata de estudios sobre la reconstrucción de las relaciones oficiales entre los Estados que se concentran poco en otras formas emergentes de diplomacia.(15)
Dentro de los estudios diplomáticos, existe una corriente que estudia la paradiplomacia, definida por Rohan (Butler 1961). Se trata de “una diplomacia personal y paralela que complementa o compite con la normal política exterior” (12). La definición de Butler fue la primera en abrir la posibilidad de pensar formas de diplomacia no estatales, imaginando otros actores que se mueven paralelamente a las cancillerías de los Estados.
La definición de paradiplomacia de Butler evolucionó en el tiempo y, según algunos autores (Constantinou y Der Derian 2010; Kuznetsov 2014), se utiliza sobre todo para indicar acciones diplomáticas por parte de instituciones del Estado, aunque no pertenecientes directamente a las cancillerías y a las instituciones encargadas de elaborar e implementar la política exterior. Es el caso de las instituciones locales, como por ejemplo alcaldías, departamentos, regiones, etc. (Borja y Castells 1996; Aldecoa y Keating 1999; Alger 1990; Betsill y Bulkeley 2005, 2006; Bontenbal 2009; Botenbal y Mamoon 2017; Davenport 2002; Miranda 2005). Es importante considerar el concepto de diplomacia de los pueblos del expresidente de Bolivia Evo Morales que, desde una perspectiva descolonial, propone nuevas formas de integración entre comunidades autóctonas e instituciones estatales (Díaz 2011, 2013; Vargas 2013).
Esta investigación vuelve a la definición originaria de Butler porque, aunque controvertida (Costantinou y Der Derian 2010, 94), parece ofrecer el mejor punto de partida para identificar plenamente la diplomacia desde abajo como acción diplomática paralela, a veces complementaria, pero en la mayoría de los casos en contraste con la diplomacia oficial de los Estados nacionales.
Aunque los autores de la English School se concentraron en los actores estatales del entorno internacional, Headley Bull escribe en 1972:
Acepto el argumento de que ahora existe un sistema político global del que el “sistema internacional” o sistema de Estados es solo una parte (aunque sea la más importante) y que muchos de los temas que surgen dentro de este sistema político global (las relaciones de los que tienen y los que no tienen, de la dominación y la subordinación, de los donantes y los receptores de la ayuda al desarrollo, la resolución de las demandas de “orden” y “justicia”) no pueden ser tratados satisfactoriamente en un marco que limite nuestra atención a las relaciones de los Estados soberanos. Para tratarlos adecuadamente, necesitamos considerar, al lado de los Estados, no solo las organizaciones de Estados globales y regionales, sino también las organizaciones no gubernamentales internacionales, los grupos transnacionales y subnacionales, los seres humanos individuales y, en general, la magna communitas humani generis, que en los escritos de los fundadores del derecho internacional siempre ha sido tanto histórica como lógicamente antecedente de la idea de una sociedad de príncipes o Estados. (255)
Bull tiene una visión de largo plazo, gran lucidez y sobre todo una conciencia histórica relacionada con la agencia del actor fundamental que se mueve en el telón de fondo del entorno internacional: la comunidad del género humano (magna communitas humani generis). Como afirman (Alderson y Hurrel 2000) en un estudio sobre la importancia y actualidad del trabajo del autor australiano, incluso durante el proceso de globalización es fundamental entender cómo sigue funcionando el sistema de los Estados; la cuestión de la relación permanente entre ética y política sigue siendo un reto central para toda teoría normativa y finalmente el trabajo de Bull permite unas miradas diferentes a las corrientes teóricas dominantes en la disciplina (Alderson y Hurrel 2000, 66).
Aunque Bull no investigue las implicaciones de sus afirmaciones relativas al creciente protagonismo de actores no estatales en la arena global, reconoce que sus configuraciones son históricamente determinadas y, como tales, pueden cambiar. Incluso, contienen las semillas mismas del cambio y quizás de su futura disolución en su propia esencia. Bull (2012) escribe: “Hay, de todas formas, incompatibilidad entre las reglas e instituciones que ahora mantienen el orden adentro de la sociedad de los Estados y las demandas para una justicia global, que implican una destrucción de dicha sociedad” (89).
Como corolario, hay que esperarse una evolución histórica de los eventos que, a partir de la existencia de nuevos actores relevantes en el entorno global, produzca también nuevas instituciones. En este sentido, la diplomacia desde abajo se entiende como un experimento para la creación de una nueva institución perteneciente a un actor político no estatal en búsqueda de satisfacer la creciente demanda de justicia global.
Las funciones de la diplomacia oficial según (Bull 2012) -la comunicación, la negociación, la información, la minimización de las fricciones y una dimensión simbólica- pueden ser aplicadas completamente al análisis de la diplomacia desde abajo. Esta, como herramienta teórica de la disciplina de las relaciones internacionales, se desprende de las sugerencias teórico-analíticas de la English School y pretende añadir una pieza a los estudios del subcampo de la paradiplomacia.
3. El posestructuralismo: genealogía de una cartografía de la esperanza
El posestructuralismo, como corriente teórica de las relaciones internacionales, es particularmente activa desde la década de los años 1990.(16) Aplica las herramientas teóricas elaboradas por parte de algunos filósofos franceses, y en particular de Michel Foucault y Jaques Derrida (Edkins 1999), al estudio del entorno internacional. David (Campbell 2013) subraya cómo el posestructuralismo no se autoconsidera como una teoría, una escuela o un paradigma, sino más bien como una actitud crítica que plantea una serie de cuestiones de carácter metateórico (224-225).
Ese enfoque pone particular atención a la importancia de las ideas en la construcción de la realidad y por esta misma razón considera, de manera parecida a la corriente de la Italian Theory, que la teoría es una forma de práctica.(17) Escribe Der Derian:
A través de un análisis riguroso del lenguaje y de los métodos de las relaciones internacionales, el posestructuralismo ha disturbado muchas de las convenciones que por mucho tiempo se erigieron como verdades naturales en el campo. Las prácticas posestructuralistas han sido utilizadas críticamente para investigar cómo el sujeto […] de las relaciones internacionales es constituido con y a través los discursos y textos de la política mundial. (Der Derian y Shapiro 1989, IX)
Además, las teorías de las relaciones internacionales son materia de investigación en sí, porque los posestructuralistas consideran que la asociación entre poder y conocimiento es imprescindible y es importante investigar todas las formas del conocimiento a partir de las teorías y de cómo han nacido y se han estructurado a lo largo del tiempo. El texto de (Ashley 1984) sobre la pobreza del neorrealismo es un ejemplo de aplicación del análisis posestructuralista a la corriente teórica hegemónica en la disciplina (el neorrealismo). Demuestra cómo muchas de sus asunciones y presupuestos se deben a una construcción cultural y política, y por lo tanto históricamente determinada, y no tienen valor absoluto (Ashley 1984). Sobre ese tema, escribe (Devetak 1999):
Empeñarse en la posmoderna teoría-como-práctica es, por lo tanto, un intento de evitar caer en visiones totalizadoras de la epistemología y la ontología y de las aplicaciones técnicas de la teoría a la práctica. En última instancia, es una negativa a aceptar que existe un modo único y adecuado de relacionar la teoría con la práctica. En cambio, el posmodernismo sostiene que una reflexión seria sobre la relación entre la teoría y la práctica debe estar dispuesta a cuestionar verdades evidentes sobre el “mundo real” y los agentes de cambio. Solo entonces será posible introducir modificaciones a las formas en que pensamos y actuamos políticamente en las relaciones internacionales. (73)
Por lo tanto, el posestructuralismo asume como interés investigativo problemáticas de carácter ontológico y epistemológico importantes para un entendimiento menos superficial, más profundo, cuestionado y sobre todo crítico de las teorías, paradigmas y herramientas analíticas de la disciplina de las relaciones internacionales. Es un método investigativo que enfoca su atención en el análisis del discurso político tanto en la teoría como en las relaciones internacionales. El discurso, avanzando sobre binomios antitéticos basados en la contraposición fundamental adentro/afuera (Walker 1993), construye y deconstruye sujetos políticos.
Los posestructuralistas estudian la genealogía de las ideas y de los sujetos políticos existentes en el entorno internacional, con particular atención a aquellos que han sido históricamente considerados como los ejes de la disciplina: los Estados, el concepto de seguridad, la diplomacia. Por ejemplo, D. (Campbell 1992) estudia cómo la permanente construcción, deconstrucción y reconstrucción del concepto de seguridad define la identidad misma de los Estados Unidos en la implementación de su política exterior:
En tanto comunidad imaginada, la identidad de un Estado es el efecto de acciones ritualizadas y prácticas formalizadas que operan en su nombre o al servicio de sus ideales. Discursos de peligro y las múltiples éticas de la segregación: estas son las modalidades de una política exterior que […] es animada por el ideal regulativo normal/patológico y que […] establece una geografía del mal que inscribe fronteras de adentro y afuera. (143)
En otras palabras, la otredad -el afuera- se identifica como la dimensión del peligro, una dimensión maligna y anormal que debe controlarse y normalizarse con acciones y discursos que construyen un imaginario colectivo definiendo una identidad nacional contrapuesta a otras. La dimensión interna del Estado sería relativamente ordenada, mientras que el entorno internacional, en tanto otredad, representa la amenaza constante al orden y, por lo tanto, a la seguridad. Semejante construcción se vuelve relevante cuando produce políticas exteriores estatales belicistas, y dibuja de esa forma cartografías de la violencia (Shapiro 1997, IX; Shapiro 2012, 180).
Desde este enfoque se han desarrollado estudios sobre la identidad del Estado y el análisis de la política exterior (Bleiker 2000; D. Campbell 1992, 1998, 2013); estudios sobre el carácter de género de la identidad del Estado, de la disciplina y de los estudios de seguridad (Leigh y Weber 2018; Weber 2011, 2016); estudios sobre las relaciones entre el norte y el sur del mundo (Doty 1993, 1996; Escobar 1998); estudios sobre la formación de los movimientos sociales en América Latina (Escobar 2018); estudios sobre la diplomacia y la seguridad en Europa (Constantinou 1994, 1996, 2006; Opondo y Shapiro 2012); y estudios sobre biopolítica y seguridad (Dillon y Lobo-Guerrero 2008).
Para la presente investigación es particularmente interesante el modelo analítico propuesto por Lynn (Doty 1993) en su estudio sobre la política exterior norteamericana en relación con el Gobierno de Filipinas. Doty reafirma la importancia del discurso en la construcción de la realidad y de la estricta relación entre conocimiento y poder. Según esta perspectiva, el poder no es algo preexistente que emana de un sujeto preconstituido. El poder produce los sujetos a través de la actividad discursiva que los posiciona como tales en un determinado contexto (302).
(Doty 1993) propone tres herramientas para el análisis del discurso en la construcción de la subjetividad política de un actor en el entorno internacional: la presuposición, la predicación y el posicionamiento del sujeto (306). Define la presuposición como “un importante mecanismo textual que crea el contexto del conocimiento y por lo tanto construye un particular tipo de mundo en el cual las cosas son reconocidas como verdaderas” (306). Cualquier presuposición puede ser entendida como uno de los bagajes semánticos y culturales que existen a priori y que de alguna manera otorgan forma y sustancia al discurso y lo llenan de sentido. En la presente investigación hablar de diplomacia desde abajo implica la existencia de un mecanismo diplomático y de diferentes jerarquías sociales en el plano interno como en la dimensión global. Sin asumir como verdad la existencia del mecanismo diplomático y de una jerarquía social que ordena y divide a “los de abajo” (subalternos(18)) de “los de arriba” (dominantes), invocar la existencia de una diplomacia desde abajo no tendría ningún sentido.
La predicación es la operación lingüística mediante la cual se atribuyen unos adjetivos y calidades a un determinado sujeto. (Doty 1993) afirma que la “predicación implica el relacionamiento entre ciertas calidades y sujetos particulares a través del uso de predicados y los adverbios y adjetivos que los modifican” (306). La misma expresión diplomacia desde abajo es una predicación, porque asocia al sustantivo diplomacia una calificación particular. No se habla de cualquier tipo de diplomacia, sino de un tipo de diplomacia específica que viene supuestamente “desde abajo”, desde una postura de subalternidad.
(Doty 1993) considera que la construcción semántica de un sujeto o de un objeto depende de su relación directa con otros sujetos y objetos. La naturaleza y el contenido del sujeto se definen en su posicionamiento con respecto a sujetos externos. Según Doty, algunas de las relaciones más importantes que se pueden establecer entre diferentes sujetos en su posicionamiento recíproco son: oposición, identidad, similitud y complementariedad. En la diplomacia desde abajo es posible identificar varias de las relaciones enumeradas por Doty, y en particular aquellas que se refieren a la oposición y complementariedad en los discursos de los activistas que identifican y reivindican sus acciones políticas.
El análisis del discurso en la diplomacia desde abajo es importante para mapear y reconstruir la genealogía de una cartografía de la esperanza dibujada por parte de un actor político no estatal. Cuando (Shapiro 1997) escribe su obra sobre una cartografía de la violencia, subraya que, para entender la guerra, la dimensión espacial es tan importante como la cultural. En palabras del autor:
La geografía está inextricablemente ligada a la arquitectura de la enemistad. Pero, más que una “variable explicativa” exógena, es una parte primaria de la ontología de un colectivo. Junto con varios imaginarios etnográficos -los paisajes étnicos que forman parte de los imaginarios geográficos- constituye una estructura de la fantasía implicada en la forma en que las colectividades territorialmente elaboradas se sitúan en el mundo y, por lo tanto, en la forma en que practican los significados del yo y del Otro que proporcionan las condiciones de posibilidad para considerar a los demás como amenazas o antagonistas. Gramaticalmente, entonces, es apropiado para mí reconocer la violencia cartográfica en lugar de hablar de las causas geográficas de la violencia. (XI)
La geografía no se compone simplemente de coordenadas espaciales, sino también de una carga y un contenido simbólico estrictamente conectados con la naturaleza misma de las comunidades humanas y su agencia en determinados espacios y tiempos. (Campbell 2013) toma el ejemplo de la proyección de Mercator dibujada en 1569 para evidenciar cómo esa visión del mundo, que ponía a Europa en una posición central, ha sido una representación con un fuerte contenido político apoyada por parte del Imperio británico (224).
Mapear un concepto que es a su vez una práctica, como en el caso de la diplomacia desde abajo, significa reconstruir su genealogía a través de los discursos y acciones del sujeto político que los produjo y que se volvió al tiempo actor político en la arena global al producirlos. Parafraseando a Shapiro en clave antitética, se debe mapear una cultura de la esperanza, o sea, concentrarse en aquellas condiciones y construcciones de imaginarios que se enfocan en las similitudes y no en las diferencias. En este sentido, la diplomacia desde abajo dibuja una cartografía de la esperanza porque se presenta como una forma de “homo diplomacia”, esto es, una diplomacia que nace desde las relaciones interpersonales que subrayan los trazos comunes de las diferentes comunidades de homo sapiens (Constantinou 2006) con su racionalidad y su carga de emociones. El concepto añade una pieza ulterior a la deconstrucción posestructuralista de los binomios seguridad/inseguridad y amigo/enemigo posicionados en el centro de la disciplina de las relaciones internacionales, en búsqueda de dimensiones semántico-espaciales comunes orientadas a condiciones de convivencia pacífica que permitan el surgimiento de nuevos actores en la arena global.
Samson Opondo desarrolla ulteriormente el concepto de Constantinou y señala que existen dos formas de “homo diplomacia”: la primera, de carácter moralizante/consensual; la segunda, de carácter etológico/disensual (Opondo y Shapiro 2012, 98). La primera forma, propia sobre todo de organizaciones de solidaridad y caridad, se construye alrededor de “comunidades morales y consensuales reconocibles” (98). Se trata de buscar puntos de encuentro con la contraparte, a partir de dimensiones semánticas comunes y ya establecidas sobre las cuales se presupone la existencia de cierto consenso. En el caso de la segunda, se trata de involucrarse en un proceso que redefine las mismas identidades que entran en contacto en su interacción recíproca. No se trata de basar las relaciones simplemente sobre un conjunto de principios o valores compartidos, sino de redefinir los sujetos mismos que interactúan. Opondo hace referencia a Deleuze y su diferenciación entre el objeto del reconocimiento y el objeto del encuentro. Las prácticas etológico/disensuales serían prácticas de encuentro porque no reconfirman necesariamente un horizonte de valores compartido, más bien ponen más problemas, aumentan la complejidad, como si el sujeto mismo que se relaciona fuese parte del problema (114). Esta distinción entre prácticas de “homo diplomacia” permite afirmar una similitud entre la diplomacia oficial y aquellas formas de diplomacia paralela basadas en el modelo moralizante/consensual. Ambas formas de actuar se basan en presuposiciones previamente constituidas alrededor de principios comunes ya establecidos, que terminan fortaleciendo las identidades de los actores involucrados en las relaciones diplomáticas, sean estas oficiales o paralelas. La diferencia entre las dos formas de actuar y sus actores correspondientes reside en el hecho que los Estados nacionales dibujan mapas de exclusión, enemistad y conflictos asimétricos y violentos (Shapiro 1997; Opondo y Shapiro 2012). Los actores no estatales que animan las prácticas de “homo diplomacia” desde abajo dibujan mapas de integración, amistad y cooperación horizontal.
Sintetizando
La diplomacia desde abajo es una “práctica teórica” de una forma de diplomacia paralela (Butler 1961, 12), conocida como “homo diplomacia” (Constantinou 2006) y marca un aporte original a las teorías de las relaciones internacionales desde la perspectiva de la Italian Theory. Sus predicaciones (Doty 1993, 302) discursivas y prácticas representan el embrión de una nueva institución internacional entendida a la manera de la English School.
Siguiendo las huellas de los actores que la practican es posible mapear una cartografía de la esperanza analizando discursos y prácticas que los posicionan como sujetos políticos no estatales en la arena global.
El reconocimiento por parte de la English School de un nivel de complejidad que supera la dimensión de las relaciones interestatales y la centralidad de la diplomacia como institución humana basada en las interacciones entre diferentes comunidades del otro define el alto nivel de coherencia interna del concepto propuesto, así como su utilidad teórica e investigativa (Gerring 1999, 373-384). Considerando la acción diplomática como la suma de todos los medios, excluyendo la acción directa de la violencia, para establecer relaciones entre actores en el entorno político global, la diplomacia desde abajo es perfectamente coherente con esta definición y con la existencia de actores políticos no estatales.
La diplomacia desde abajo evidentemente se diferencia de la diplomacia oficial, no solo porque es el producto de actores políticos no estatales, sino por su estructura y sus formas de acción y comunicación. Entre los repertorios de la diplomacia desde abajo se encuentran la desobediencia civil y la cooperación horizontal, mientras que la cooperación oficial responde a una serie de protocolos que definen y restringen su campo de acción. La diplomacia oficial responde a estructuras burocráticas rígidamente organizadas, mientras que la diplomacia desde abajo tiene estructuras fluidas. Sobre la dimensión comunicativa, la diplomacia oficial se mueve en un doble binario entre una dimensión pública y una secreta, mientras que la diplomacia desde abajo utiliza un nivel de comunicación público y transparente como herramienta política. La diplomacia desde abajo ofrece también una integración a los conceptos de paradiplomacia y de homo diplomacia, en tanto tipificación específica de un particular tipo de paradiplomacia homodiplomática relacionada con actores políticos no estatales.
La utilidad teórica del concepto de diplomacia desde abajo deriva de su inserción en aquella línea de pensamiento y teorización que reflexiona alrededor de nuevas formas de soberanía y aporta una herramienta, desde la práctica teórica de la Italian Theory, al fortalecimiento de los estudios sobre la postsoberanía (Cabezas 2013; Přibáň 2016), además de proponer -como ya se ha subrayado- una herramienta desde los estudios diplomáticos para el análisis de actores políticos de la sociedad civil.
La diplomacia desde abajo se ofrece como una nueva herramienta para el trabajo investigativo aplicada al estudio de relaciones horizontales entre sujetos políticos no estatales en la arena global. En este sentido, puede ser utilizada en presencia de sujetos de este tipo que se relacionan recíprocamente, rechazando el mecanismo de delegación de las decisiones internacionales a los Estados, sus emanaciones y sus burocracias. Existe en presencia de formas de cooperación horizontal para fortalecer condiciones de resistencia y autonomía territorial. Sus repertorios de acción excluyen el ejercicio de la violencia directa e incluyen un manejo transparente de la comunicación y eventualmente prácticas de desobediencia civil como extrema ratio. Sus estructuras son fluidas y remiten las decisiones a asambleas con amplia participación.