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Colombia Internacional

Print version ISSN 0121-5612

colomb.int.  no.103 Bogotá July/Sep. 2020

https://doi.org/10.7440/colombiaint103.2020.0 

Dossier

Ni crisis ni panaceas. Dinámicas y transformaciones de los sistemas de partidos en América Latina*

Stéphanie Alenda** 

Carlos Varetto*** 

**Es magíster en sociología de la EHESS de París y doctora en sociología de la Universidad de Lille 1, fundadora y directora de la Escuela de Sociología de la Universidad Andrés Bello (desde 2009 hasta 2018). Actualmente, se desempeña como profesora asociada y directora de Investigación de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello, (Chile). Desde 2018, es presidenta del Comité de Investigación en Sociología Política (CPS), afiliada a la Asociación Internacional de Ciencia Política (IPSA) y a la Asociación Internacional de Sociología (ISA). Ha dirigido proyectos Fondecyt, Ecos-Conicyt y CNRS-Conicyt sobre partidos políticos, derecha, militancia y élites políticas y publicado en POLITIX, Revista de Sociologia e Política, Revista de Ciencia Política, Problèmes d’Amérique Latine y Revista d’Afers Internacionals, entre otras. Es editora del libro Anatomía de la derecha chilena: Estado, mercado y valores en tiempos de cambio (FCE, 2020). salenda@unab.cl

***Es licenciado en Sociología de la Universidad Nacional de Villa María (Córdoba, Argentina) y doctor en Ciencia Política de la Universidad Nacional de San Martín (Buenos Aires, Argentina). Actualmente es profesor adjunto de la Universidad Nacional de San Martín e Investigador Asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET, Argentina). Es co-coordinador del Grupo de Investigación en Partidos y Sistemas de Partidos en América Latina de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política. Entre sus líneas de investigación se encuentran la política subnacional, los sistemas partidarios e instituciones políticas. Ha publicado en The Bulletin of Latin American Research, la Revista Estudios Políticos (España), la Revista Ciencia Política (Santiago de Chile), entre otras revistas especializadas. Es autor del libro Las múltiples vidas del sistema de partidos en Argentina (Eduvim, 2017). cvaretto@unsam.edu.ar Universidad Nacional de San Martín / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)


A nivel global, tanto en la literatura especializada como en el debate público, la desafección ciudadana hacia la cosa pública, el debilitamiento de los partidos políticos y el aumento de la abstención contribuyeron a asentar la idea de una crisis de los sistemas de partidos y de la democracia. Diferentes indicadores darían cuenta de esta crisis: el desarraigo social de los partidos que consagró el modelo del partido cartel (Katz y Mair 1995); el declive de la militancia (Van Biezen, Mair y Poguntke 2012; Whiteley 2011); la erosión de las estructuras partidarias tradicionales capturadas por el lobby corporativo (Crouch 2004 [2014], 112) o la tecnocracia; la pérdida de capacidad de los líderes para construir partidos programáticos que expresaran identidades políticas duraderas (Cheresky 2006; Dalton 2004; Luna 2014b); o su incapacidad para responder con una mayor deliberación interna a los desafíos de la representación política (Accetti y Wolkenstein 2017).

América Latina no ha sido ajena a estas tendencias globales. La investigación sobre los partidos políticos se reanudó a mediados de la década de 1980, momento en que estos se convirtieron en actores claves de la redemocratización, dando lugar a una serie de estudios comparativos sobre los sistemas de partidos (Coppedge 1997; Jones 1994; Mainwaring 1993; Remmer 1991). El libro de Mainwaring y Scully, Building Democratic Institutions (1995), se inscribe en esta ola de investigaciones ofreciendo un marco analítico ampliamente adoptado para el análisis de los procesos de institucionalización, no solo en América Latina, sino en Asia, África y la Europa poscomunista (Casal Bértoa 2018).

La noción de institucionalización de los sistemas de partidos (ISP) desempeñó un rol clave para diagnosticar esta crisis en la región, develando en particular las fallas de dos de las funciones tradicionales de los partidos políticos: su capacidad de representar y canalizar los intereses sociales expresados a través de grandes clivajes (en particular la clase) y su organización a partir de plataformas ideológicas o programáticas susceptibles de movilizar a los electorados con ofertas claras y coherentes. A los anclajes sociales e ideológicos a través de los cuales se buscó medir el enraizamiento de los partidos (Torcal 2015), Mainwaring y Scully (1995) agregaron dos ejes analíticos: uno interpartidario, que supone que las características de los partidos afectan la naturaleza de las interacciones entre ellos, y otro intrapartidario, centrado en la problemática de su construcción institucional. Aunque criticada por sus imprecisiones metodológicas, la noción de ISP contribuyó a instalar una visión teleológica y prescriptiva, que ponía en defecto a los partidos que no cumplieran las cuatro dimensiones propuestas.

Más que defender una lectura en clave de crisis, el enfoque adoptado en el presente número se centra en las transformaciones de los sistemas de partidos en América Latina. Haciendo hincapié en los cambios y continuidades de los sistemas partidarios, se parte de la siguiente premisa: si bien es cierto que el lugar de los partidos en los sistemas políticos se ha erosionado a nivel global a raíz de tendencias complejas que los condujeron a funcionar cada vez más en vase clos, su rol en el juego político no ha sufrido ningún declive. Las candidaturas electorales siguen originándose en ellos y, aunque en algunos casos se pueda observar un debilitamiento de los partidos tradicionales, este suele acompañarse de la emergencia de nuevos partidos challengers de la “vieja política”.1 Incluso en el caso de los populismos, los partidos-movimientos que surgen no dejan de constituirse en estructuras de movilización que producen candidatos y una oferta ideológica, pese a sus acentos antipolíticos. Aunque imperfectamente, los sistemas de partidos siguen siendo mecanismos efectivos de representación y canalización de demandas. Los viejos partidos tienden a desarrollar estrategias de relegitimación (Gauja 2017) cuando no son desafiados por nuevas formaciones políticas, tanto de izquierdas como de derechas. Estas dinámicas, que la literatura sobre la ISP no ha tomado siempre en cuenta en su afán de generar un modelo general, invitan así a considerar los factores de cambio estructurales y funcionales de los sistemas de partidos como parte de las mutaciones de las formas de representación (Manin 1996)2 y adaptación de los sistemas de partidos (Katz y Mair 1995), más que como síntomas de una crisis.

Los artículos contenidos en este número buscan dar cuenta de aquellas transformaciones, ya sea para caracterizarlas y analizarlas en determinado periodo, ya sea para ver cómo los derroteros de los sistemas de partidos son afectados por otros componentes del sistema político.

En las siguientes páginas presentamos, en la primera sección, las principales teorías y argumentos que contribuyeron a forjar una lectura en clave de crisis de los partidos y sistemas de partidos. En la segunda, contrastamos esta visión con referencias teórico-empíricas que permiten abordar sus dinámicas de cambio. Optamos por concentrarnos en tres grupos de estudios que conocieron durante la última década un renovado interés y permiten ilustrar aquellas dinámicas: el giro a la izquierda, el giro a la derecha y la política multinivel. En la última sección esbozamos los principales argumentos de los artículos que componen este número especial, a la luz de la discusión desarrollada en esta introducción.

1. ¿Crisis o cambios?

Durante los últimos años, el declive sostenido de la identificación partidaria profundizó el pesimismo relativo a los sistemas de partidos en América Latina (Luna 2017), una región cruzada por la paradoja de que la estabilidad política se había alcanzado a pesar de un desencanto creciente con las instituciones de la democracia representativa (Alcántara Sáez 2004; Cavarozzi y Casullo 2002; Mainwaring, Bejarano y Pizarro 2006; Oxhorn 2011). Desde el periodo que siguió a la democratización, la literatura especializada puso en evidencia la crisis de las modalidades de articulación y representación de intereses, expresada a través de un desalineamiento (Hagopian 1998) o deterioro (Van Cott 2005) de los sistemas de partidos. Estos rasgos fueron presentados como parte de un fenómeno general que afectaba la consolidación democrática. El déficit observado apuntó a una dimensión fundamental de la noción de institucionalización (Mainwaring y Scully 1995): la ausencia de raíces de los partidos en la sociedad que contribuyan a la estabilización de sistemas institucionalizados, siendo esta medida a través de la identificación partidaria como indicador de arraigo del voto (Jones 2005; Mainwaring 1999; Mainwaring y Torcal 2006). La volatilidad electoral se convirtió asimismo en el mejor proxy de la ISP. Mainwaring y Scully (1995) agregaron tres dimensiones más a su definición: 1) la estabilidad y regularidad de los patrones de competición entre partidos, rasgo ya presente en la definición clásica de Huntington (1968), según la cual “la institucionalización es el proceso mediante el cual las organizaciones y los procedimientos adquieren valor y estabilidad” (12); 2) un mayor nivel de legitimidad de los partidos en la sociedad; 3) y la presencia de organizaciones de partidos bien desarrolladas, en contraste con partidos que funcionan como vehículos electorales de líderes personalistas (Mainwaring y Scully 1995).

Este marco analítico, recientemente actualizado por el propio Mainwaring (2018), fue ampliamente empleado en los estudios comparados de los sistemas de partidos en las democracias postransicionales en América Latina. Cavarozzi y Casullo (2002) propusieron con base en él una nueva clasificación de los partidos que se reconfiguraron durante las transiciones, optando por hablar de sistemas de partidos solo cuando existían condiciones de institucionalización. Esto se habría cumplido en los casos de Uruguay, Chile, Colombia y, a partir de mediados del siglo XX, en Venezuela y Costa Rica, donde los partidos aparecieron implantados de manera relativamente fuerte en la sociedad y tendieron a reconocerse como interlocutores válidos en la arena política. Los demás países no habrían alcanzado a ser “verdaderas democracias de partidos” (Cavarozzi y Casullo 2002, 12), fuera por estructurarse en torno a hegemonías unipartidarias de corte populista y personalista (partidos sin sistema), fuera por la extrema debilidad y maleabilidad de sus partidos. Sin multiplicar los ejemplos, el caso de Venezuela, y la paulatina descomposición político-institucional que ocurrió después de la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999, demostró los límites de esta separación entre los casos “exitosos” y los demás.

Sin desprenderse del todo de esta mirada normativa, una tercera ola de estudios sobre la ISP (Casal Bértoa 2018) hizo una revisión crítica del concepto, apuntando en particular a sus problemas de operacionalización (Luna 2014a). Luna y Altman (2011) buscaron testear empíricamente la idoneidad de una conceptualización “unidimensional” del término -construida alrededor de la noción de estabilidad (véase Casal Bértoa 2018)-, al suponer una variación correlativa de sus cuatro dimensiones. Mostraron que, en el caso de Chile, la estabilidad, medida a través de una baja volatilidad electoral, coexistía con otras características típicas de los sistemas de partidos no institucionalizados, como los bajos niveles de anclaje y legitimidad social, y la presencia de organizaciones partidarias débiles. En un libro dedicado a los Sistemas de partidos en América Latina, Torcal (2015) reparó también en la existencia de niveles variables de institucionalización con efectos potencialmente adversos sobre la calidad de la democracia. Por ejemplo, los cambios electorales bruscos y reiterados, sintomáticos de un deterioro de los sistemas de partidos, o la personalización radical de la política son susceptibles de afectar directamente la democracia en la región. Además de cuestionar la coherencia entre los distintos indicadores del concepto, Zucco (2015) matizó por su parte el diagnóstico de crisis al plantear que la existencia de partidos “hidropónicos” o rudimentarios (inchoate), sin arraigo en la sociedad, legitimidad ni organización fuerte, no acarreaba consecuencias negativas para la gobernabilidad.

La prolífica discusión a la cual ha dado lugar el concepto de ISP es reveladora de la tendencia prescriptiva de los estudios politológicos sobre partidos, tempranamente explicitada en “Toward a More Responsible Two-Party System”, la obra colectiva del Comité en Partidos Políticos de la American Political Science Review, liderada por E. E. Schattschneider:

Donde la investigación pone al descubierto defectos en el funcionamiento de nuestros partidos, es pertinente indagar en métodos apropiados para superarlos. Ha costado a quienes escriben sobre los partidos asumir esa responsabilidad, pues una cosa es diagnosticar y otra es prescribir. Sin embargo, no se gana nada en mantenerse alejados de una acción remedial.3 (American Political Science Association 1950b, 82)

Este planteamiento se realizó concomitantemente con la creación del tipo ideal del partido de masas por Duverger (1951) que se convirtió en la vara para medir la idoneidad de los partidos políticos. Sus características se reflejan en las dimensiones de la ISP: su fuerte arraigo social y masividad, dados los vínculos que mantiene con distintas agrupaciones de carácter multiclasista o multicategorial, contrariamente a la propaganda marxista del partido-clase (Duverger 1955, 193); su legitimidad en la sociedad, pues su razón de ser es apelar al público; y la fuerza de su organización que descansa en miembros comprometidos, “materia prima del partido, substancia de su acción” (Duverger 1951, 93). Frente a este modelo, los partidos de cuadros se perfilaron como protopartidos: “si se entiende por miembro el que firma un compromiso con el partido y entrega regularmente su cuota, los partidos de cuadros no tienen miembros. Algunos tratan de reclutarlos como los partidos de masas, por contagio” (Duverger 1951, 94). Esta infraestructura organizacional, que se agregó a una “infraestructura social y política” (Duverger 1951, 95), implica, por último, que se trate de partidos centralizados, además de fuertemente articulados, lo que supone una dimensión nacional. En ausencia de esta última, se suele considerar que los partidos estarían “mal equipados para organizar a sus miembros en las ramas legislativa y ejecutiva en un gobierno organizado y guiado por un programa del partido” (American Political Science Association 1950a, V) y, por lo tanto, serían incapaces de formular políticas públicas efectivas y coherentes para el amplio rango de tareas que requieren abordar los gobiernos.

Los estudios acerca de la nacionalización de los sistemas de partidos -entendida con base en la homogeneidad del apoyo electoral a los partidos a lo largo del territorio y entre los diferentes niveles de competencia-4 no escaparon a esta lectura en clave de crisis al revelar los efectos negativos que la desnacionalización y el protagonismo de los actores locales podrían tener centralmente sobre la democracia y la gobernabilidad (Alemán y Kellam 2008; Jones y Mainwaring 2003; Leiras 2010). Esta mirada fue también cuestionada y matizada recientemente por Morgenstern (2017), cuando destacó que la nacionalización del sistema partidario tenía efectos sobre la democracia, pero que estos no eran lineales, por lo que no se justificaba asociar grados de nacionalización con los niveles de calidad de la democracia. Dichos estudios abordaron la nacionalización como un indicador útil para la comprensión del grado de institucionalización de un sistema partidario (Lupu 2008) y, al revés, muchos trabajos asociaron la desnacionalización con una visión parroquial de las políticas públicas (Alemán y Kellam 2008; Castañeda-Angarita 2013; Crisp, Olivella y Potter 2013; Jones 2005); con la opacidad en el proceso de representación, tanto por el incremento de los costos de información a los electores (Freidenberg y Suárez-Cao 2014) como porque desestimula la presencia de partidos programáticos y articulados nacionalmente (Calvo y Leiras 2012); con la dificultad en la conformación de coaliciones de gobierno (Calvo y Escolar 2005; Leiras 2010); e incluso con la presencia de regímenes subnacionales autoritarios (Gibson 2005) o híbridos (Gervasoni 2018). Además de su sesgo normativo, el estudio de los sistemas partidarios vendría cargado en América Latina con un sesgo nacional, tal como señalan Freidenberg y Suárez-Cao (2014) y Došek y Freidenberg (2013).

No es entonces de extrañar que la crisis de los sistemas de partidos aparezca asociada al declive de cierto modelo de partido -el partido de masas- que tuvo su apogeo en América Latina durante la implementación del modelo estatista de industrialización por sustitución de importación (ISI) a mediados del siglo XX. En su libro Latin American Party Systems, Kitschelt et al. (2010) relacionaron el desarrollo de aquellos partidos con la existencia de una clase trabajadora urbana movilizable en función de una plataforma programática. De nuevo, el tipo ideal de partido pasó a ser el de izquierda, sustentado en poderosos movimientos sindicales y patrones corporativos de intermediación de intereses de clase, y con capacidad de estructurar plataformas programáticas de corte redistributivo. Su ocaso, bajo el efecto de los ajustes antiinflacionarios de los años 1980, y luego del Consenso de Washington durante los años 1990, coincidió con el desmantelamiento de la matriz estadocéntrica (Cavarozzi 1994) y la pérdida de la capacidad de los partidos de mediar entre el Estado y la sociedad. Consiguientemente, según Kitschelt et al. (2010), los vínculos entre partidos y votantes se tornaron menos ideológicos y más clientelares o personalistas.

Sin embargo, este enfoque basado en factores de largo plazo no permitió capturar las variaciones existentes en la fuerza y la estabilidad de los sistemas de partidos de la región, donde la liberalización de los mercados no tuvo un solo sentido ni consecuencias uniformes. Roberts (2012), además de tomar en cuenta las explicaciones relacionadas con factores históricos, estructurales e institucionales (Kitschelt et al. 2009; Lupu 2016; Madrid 2005; Samuels y Shugart 2010), mostró que el efecto de los legados institucionales asociados a la transición de la ISI al neoliberalismo no fue procesado de manera unívoca por los sistemas de partidos que oscilaron entre adaptación, desalineamiento y realineamiento. Sobre este punto, Carreras, Morgenstern y Su (2015, 682) comprobaron empíricamente que las trayectorias de los sistemas de partidos en América Latina fueron variando en función de la existencia de alineamientos electorales previos, con una leve tendencia hacia el realineamiento.

En algunos países, los partidos tradicionales fueron capaces de resurgir tras ser desplazados por outsiders o nuevas formaciones partidarias, como fue el caso de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) en Perú, luego de la caída del régimen de Alberto Fujimori (1990-2000), o del kirchnerismo, después del interludio de Cambiemos, bajo la presidencia de Mauricio Macri (2015-2019). Paradójicamente, fueron aquellos partidos con vínculos históricos con organizaciones sindicales los que implementaron políticas de ajuste estructural (el Movimiento Nacionalista Revolucionario [MNR] en Bolivia, el Partido Revolucionario Institucional [PRI] en México o el Partido Justicialista [PJ] en Argentina), contradiciendo su plataforma programática original.

Emergieron también nuevos referentes partidarios que contribuyeron a ampliar la representatividad de los sistemas de partidos mediante la incorporación de nuevas demandas e identidades sociales a la discursividad política, lo que ocurrió con los líderes neopopulistas de los años 1990 (Alberto Fujimori en Perú, Carlos Palenque en Bolivia, Fernando Collor de Mello en Brasil).5 Posteriormente, el giro a la izquierda de los años 2000, que sucedió a un periodo de convergencia neoliberal (Roberts 2012), profundizó esta tendencia inclusiva dando representación a nuevos grupos (sectores rurales, trabajadores informales y comunidades indígenas), aunque varias de estas formaciones políticas terminaron socavando las instituciones y la consolidación democráticas por sus efectos polarizantes, entre otros. Estos ejemplos muestran que las marcas partidarias no siempre están sustentadas en plataformas programáticas (Lupu 2016), sino que pueden estarlo también en identidades, como en el caso de los partidos étnicos (Rice 2011).

En síntesis, algunos sistemas de partidos inicialmente considerados menos exitosos se institucionalizaron, como fue el caso en Brasil (Hagopian, Gervasoni y Moraes 2009), hasta la elección de Jair Bolsonaro, que marcó una ruptura en el sistema partidario brasileño de los últimos veinticinco años (Santos y Tanscheit 2019). Mientras otros, percibidos como ejemplares, se desinstitucionalizaron o colapsaron, como muestran los casos de Colombia (Pizarro 2006) o Venezuela (Coppedge 1994). Lo fundamental de estas dinámicas, según notó acertadamente Coppedge (1998), es que obligan, por un lado, a reconocer que “estos sistemas de partidos desafían la taxonomía” (549), pues “existe casi tanta diferencia en cada país como entre los países de América Latina” (547); y, por el otro, a no dar por sentada la premisa según la cual el personalismo y el clientelismo -y los linkages que activarían- entran necesariamente en contradicción con la ideología. Como bien señala Valenzuela en Political Brokers in Chile (1977): “Muchos partidos son en cierto grado clientelares, en cierto grado personalistas y en cierto grado ideológicos; estas tres cualidades varían independientemente” (166).

Más que una aproximación dicotómica en términos de crisis de los sistemas de partidos, los análisis sobre los cambios de las formas de representación política y la construcción partidaria han permitido evidenciar la diversidad de los partidos y sistemas de partidos de la región, de sus itinerarios (Cavarozzi 2020) y sus dinámicas de transformación. Tanto los estudios sobre la reconfiguración de los sistemas de partidos durante los giros sucesivos a la izquierda y a la derecha, como investigaciones más recientes centradas en el grado de nacionalización partidaria, la política subnacional y multinivel reflejan esta diversidad. Confirman también los cuestionamientos a la noción de ISP.

2. Dinámicas en los sistemas de partidos latinoamericanos

Durante los años 1990, el fracaso de las políticas neoliberales en dar respuesta a las necesidades sociales, agravado por la crisis económica de la media década perdida (1998-2002), terminó favoreciendo el regreso de la agenda programática de la izquierda y una “repolitización” de las desigualdades (Levitsky y Roberts 2011; Roberts 2008). El giro a la izquierda no solo implicó un recambio de los actores políticos de la región. También trajo cambios importantes en la forma en que se gobernaba. A diferencia de los años 1980 y 1990, durante los cuales los candidatos hacían campaña con programas de izquierda, pero terminaban implementando políticas promercado (Stokes 2001), la llegada al poder de diferentes administraciones de izquierda desde fines de los 1990 dio lugar a un periodo de nuevas experimentaciones en materia de políticas públicas, en las que los gobiernos extendieron sus facultades redistributivas (Levitsky y Roberts 2011, 2). El superciclo de los commodities asociados a la expansión de la economía china tuvo como resultado el aumento de las tasas de crecimiento y entregó una mayor latitud al gasto público, lo que permitió a varios de estos dirigentes mantenerse en el poder por más de una década.

Este primer ciclo de gobiernos se caracterizó por albergar diversos tipos de izquierdas, cuyas diferencias fueron atribuidas por Levitsky y Roberts (2011) a sus distintas trayectorias históricas, que explican las variaciones en cuanto a sus características organizacionales, enraizamiento societal, posiciones en el interior del sistema de partidos y mayor o menor propensión a la radicalización programática. Pero, más allá de refrendar la tesis de la diversidad de los partidos y sistemas de partidos, este ciclo permitió comprobar que las dimensiones de la ISP variaban de manera independiente, y que además no eran siempre pertinentes para medir la consolidación democrática en sistemas de partidos débiles. En particular, los partidos étnicos (Rice 2011) cumplieron en varios de los indicadores de institucionalización, invitando a matizar la oposición entre una buena vs. una mala izquierda. El Movimiento al Socialismo (MAS) boliviano y el Pachakutik ecuatoriano se presentaron y fueron reconocidos como representantes genuinos de la población indígena (Madrid 2005), legitimidad aun reforzada en el primer caso por la implementación de políticas públicas de alcance universalista, como Renta Dignidad (Pribble 2013, 182). Los dos movimientos-partidos (Kitschelt 2006) lograron también establecer una base electoral amplia y estable, cuya composición social evolucionó en el tiempo. A través de un análisis a nivel subnacional, Rice (2011) mostró que el MAS alcanzó a consolidar raíces en la sociedad tanto en el ámbito local como en el nacional, mientras el resultado fue más contrastado en el caso de Pachakutik; y que ambas formaciones se han esforzado por dotarse de una estructura organizacional. Por último, si bien el MAS descansó en el liderazgo de Evo Morales, según Rice (2011), “no puede ser descrito como un vehículo personalista” (177). Solo el carácter de partido hegemónico del MAS y las derivas autoritarias, reflejadas tanto en el control ejercido por su líder sobre diferentes esferas del Estado como en sus pretensiones de reelecciones indefinidas, parecen alejar ese partido del modelo de la ISP. Handlin (2012, 1602) mostró también que, con el giro a la izquierda en América Latina, nuevas formas de movilización basadas en la clase vieron la luz, y sustituyeron a los antiguos lazos entre sindicatos y partidos.

El trabajo de Levitsky y Roberts (2011) permite también cuestionar la idea de crisis en dos sentidos: la revigorización de partidos tradicionales en algunos contextos y la capacidad de renovación del sistema mediante la emergencia de nuevos referentes partidarios. En ambos casos, se puede distinguir subtipos que ponen en evidencia matices en los itinerarios y grados de institucionalización partidaria.6

Los nuevos “populismos” forman parte de estas nuevas expresiones partidarias. Una vez en el poder, construyeron vínculos duraderos con diferentes grupos sociales, pero giran centralmente en torno a una figura carismática, aunque hayan logrado dotarse de estructuras partidarias que existen más allá de su líder. Presentan por lo demás un carácter programático -para algunos especialistas, antinomia del populismo (Rovira Kaltwasser et al. 2017)-, como refleja la discusión sobre cuán radical es su proyecto político (Ellner 2013, 2014; Grugel y Riggirozzi 2018; Levitsky y Roberts 2011; Rojas 2017). El MAS aparece como un híbrido dentro de este primer grupo con el que comparte el carácter personalista pero no tanto la estructura organizacional más desconcentrada, dado que puede ser llamado a rendir cuentas ante sus bases populares y sindicales.

En cuanto a los partidos tradicionales que sobrevivieron o revivieron con distintos derroteros, un primer subgrupo, que se había aproximado al tipo ideal del partido de masas en alguna etapa de su desarrollo (Levitsky y Roberts 2011, 13), se convirtió en partidos profesionales-electorales (Panebianco 1988). Siguieron implementando políticas macroeconómicas ortodoxas, limitadas en parte por coacciones estructurales y contextuales (Weyland 2010, 19), expandiendo al mismo tiempo el rol del Estado mediante políticas públicas de corte universal (Pribble 2013), pero focalizadas (a través de los programas Bolsa Familia o Chile Solidario, entre otros). Aunque, según Levitsky y Roberts (2011), ninguno de estos gobiernos “deberían ser caracterizados como neoliberales” (23), sus políticas contribuyeron al desdibujamiento de la identidad programática de estas izquierdas, debilitando sus vínculos con sus bases de apoyo tradicionales. En la actualidad, siguen descansando en organizaciones partidarias institucionalizadas, aunque estas experimentaron una merma considerable, de ahí su bajo nivel de legitimidad en la sociedad. En grados variables, el Partido Socialista (PS) chileno y el Partido de los Trabajadores (PT) brasileño se ubican en este primer grupo.

Dentro de un segundo subtipo, el PJ o peronismo se diferencia de los partidos anteriores por sus rasgos populistas (concentración de la autoridad en un líder dominante, plataforma ideológica históricamente ambigua, estabilidad sustentada en el patronazgo), mostrando que la edad de las formaciones partidarias está lejos de ser una garantía de institucionalización. El Frente Amplio (FA) uruguayo constituye un tercer subtipo que Levitsky y Roberts (2011) presentan como una “organización de masas” institucionalizada, la que más se asemejaría en América Latina al tipo ideal del partido de masas.

En una monografía reciente, Pérez, Piñeiro y Rosenblatt (2020) muestran la capacidad del FA de reproducir un modelo organizacional que se fue consolidando desde su etapa fundacional (1971-1986) a la fecha. Este modelo descansa en una estructura organizacional densa y compleja y en reglas que aseguran la participación efectiva de los militantes. El FA logra así romper con dos tendencias de los sistemas de partidos en el mundo: la del declive del compromiso militante y la conversión de los partidos que se habían aproximado al tipo ideal del partido de masas en alguna etapa de su desarrollo en partidos profesionales-electorales, propensos a la oligarquización. El libro subraya por último la resiliencia de los partidos uruguayos, poniendo en evidencia que los partidos tradicionales en América Latina no tienen una trayectoria uniforme que los conduzca irremediablemente del desarrollo al declive.

Esta resiliencia fue también abordada por Luna y Rovira (2014), comparativamente, en el caso de la derecha latinoamericana. En un contexto de alta desigualdad, poco propicio al éxito electoral de la derecha (Luna y Rovira 2014, 2), los diferentes casos estudiados muestran que esta busca resguardar sus intereses recurriendo no solo a la construcción de partidos sino involucrándose en la política electoral a través de formaciones movimientistas de carácter no-partidario o antiestablishment o por vías no electorales (por ejemplo, mediante el lobby de grupos de intereses conservadores en el Congreso). Sin embargo, el fin del boom de precios de las materias primas, la mayor demanda de “mano dura” contra la delincuencia y el auge de la fe evangélica en la región, entre otros factores, pudieron más que estas constricciones estructurales. La región experimentó un giro a la derecha a partir de la década de 2010, que dio lugar a nuevos estudios.

En algunos casos, esta alternancia se vio facilitada por la moderación programática de la derecha y su mayor adaptación a las preocupaciones de una sociedad cambiante, en el afán de constituirse en una opción electoral mayoritaria. Dicha moderación siguió el patrón general de adaptación de la centro-derecha en el mundo, que consistió en la incorporación de nuevos temas posmateriales, tales como la calidad de los servicios públicos, el medio ambiente o el matrimonio entre personas del mismo sexo (Alenda 2020; Alenda, Le Foulon y Del Hoyo 2020; Alenda, Le Foulon y Suárez-Cao 2019). El giro a la derecha implicó también la aparición de nuevos referentes (Propuesta Republicana [PRO] en Argentina y Evolución Política [Evópoli] en Chile) que incluyeron en su programa la propuesta de cambiar las formas de hacer política, sin diferenciarse significativamente de los partidos establecidos en materia programática, solo disputándoles un espacio desde su calidad de partidos “de lo nuevo” (Sikk 2012; Vommaro y Morresi 2015). En otros escenarios como el peruano, la derecha se estructuró en torno a un nuevo clivaje político expresado a través de dos vertientes originadas en el fujimorismo: una rama populista-conservadora y otra tecnocrática liberal que se manifestó a través del surgimiento de Peruanos por el Kambio (Meléndez 2019).

A diferencia de las derechas que llegaron al poder en Perú y Colombia en contextos de poscolapso (Meléndez 2019) o desinstitucionalización (Gamboa Gutiérrez 2019) de los sistemas de partidos, la derecha chilena tiende a cumplir con una de las dimensiones destacadas por Mainwaring y Scully (1995). La Unión Demócrata Independiente (UDI), en particular, cuenta con una organización interna que hace de ella una institución fuerte (Alenda 2014), gracias a lo cual se transformó gradualmente en el partido más exitoso de Chile. Este rasgo organizacional la diferencia de las derechas que suelen funcionar como vehículos electorales de líderes personalistas.7 Pero los partidos tradicionales de derecha sufrieron también una erosión de su enraizamiento social,8 fruto del debilitamiento de los clivajes tradicionales de clase y religión. A ese respecto, cabe notar que el diagnóstico de crisis programática de los partidos (Luna 2017) y sus efectos sobre la legitimidad social de las élites (Luna 2014b, 336), aunque revelen evidentes fallas en la capacidad de los partidos de articular la representación política,9 tienen como contrapunto el enfoque de los mundos sociales de pertenencia desarrollado por Vommaro (2020) sobre el PRO argentino. Los diversos vínculos sociales de este partido, situados en el mundo empresarial, el voluntariado y las ONG profesionalizadas proveen a los miembros del partido “marcos de sentido, a la vez que condicionamientos y recursos para la acción” (Vommaro 2020, 300), dotándolos de criterios para organizar la vida partidaria. Dan forma a una cultura que tiene incidencia sobre la forma de representar un programa (“valorar el trabajo en equipo, dar soluciones desde el Estado para cada individuo, etc.” [Vommaro 2020, 300]) que expresa, de manera práctica, lo que la literatura entiende por vínculo programático: un conjunto articulado de ideas y principios, una visión del mundo ordenada secuencialmente que orienta la práctica. Además de despojar lo programático de todo criterio normativo, esta perspectiva permite pensar el cambio en los sistemas de partidos cuando ingresan al juego político nuevos actores, así como estudiar las complicidades ideológicas que se van tejiendo entre estos y diferentes electorados en un momento de renovación de la centro-derecha.

Una última y profusa línea de trabajo atendió la cuestión de la renovación de los sistemas de partidos y la diversidad de sus trayectorias, con el foco puesto en las dinámicas subnacionales y multinivel (Freidenberg y Suárez-Cao 2014; Suárez-Cao, Batlle y Wills-Otero 2017). Desde esta mirada, los sistemas partidarios empezaron también a ser comprendidos no como entidades homogéneas sino como pluralidades de sistemas (Gibson y Suárez-Cao 2010; Varetto 2014), y la nacionalización, abordada como un fenómeno variable, dependiente de los contextos nacionales, de los partidos o tipos de partidos considerados o del cargo en juego (Alemán y Kellam 2008, 2017; Jones y Mainwaring 2003; Morgenstern 2017).

Esa variabilidad queda en particular plasmada en el libro Territorio y poder (Freidenberg y Suárez-Cao 2014) en el que se analizan trece países de América Latina con el fin de comprender y clasificar las dinámicas partidarias, tomando en cuenta una nueva serie de actores que surgen desde lo local e interactúan con la política nacional y los partidos tradicionales. La tipología propuesta combina la congruencia entre niveles, referida al grado de homogeneidad en la estructura de la competencia entre los niveles nacional y subnacional,10 y el carácter novedoso o tradicional de los partidos políticos relevantes en competencia, tanto en la arena nacional como subnacional, y pone en evidencia cuatro tipos de sistemas de partidos multinivel: congruentes con predomino de actores tradicionales, incongruentes con predomino de actores tradicionales, congruentes con predominio de actores no tradicionales e incongruentes con predominio de actores no tradicionales. Dos resultados principales merecen ser destacados. Las autoras hallan casos que cubren todos los cuadrantes propuestos, lo que reafirma la variabilidad de la política multinivel latinoamericana. Muestran además que los casos nacionales eventualmente se trasladan de cuadrante, lo que da cuenta de la fluidez de los sistemas partidarios, sin que se trate de una tendencia unívoca. Argentina es señalada así como un sistema que oscila entre la política multinivel congruente e incongruente con predominio de actores tradicionales, camino parecido al que Chile habría seguido más recientemente, en tanto que Bolivia habría pasado de un sistema de predominio de actores tradicionales a uno de predominio de partidos no tradicionales. El estudio presenta, por último, la diversidad de los actores no tradicionales: forjados por disidencias internas de los partidos tradicionales, por representación de intereses regionales o por la reivindicación de banderas antiestablishment.

Varios de los trabajos sobre la nacionalización de los sistemas partidarios latinoamericanos o la política subnacional compartieron el diagnóstico de crisis (Alemán y Kellam 2008, 2017; Calvo y Abal Medina 2001; Jones y Mainwaring 2003; Leiras 2010; Morgenstern, Polga-Hecimovich y Siavelis 2014). Esta fue atribuida a problemas de implantación territorial que habrían generado una dificultad crucial, tanto para la gobernabilidad como para la calidad de los gobiernos; en particular, el debilitamiento de las etiquetas tradicionales (Sabatini 2003) y la aparición de nuevas fuerzas políticas con escasa capacidad de ir más allá del distrito de origen (Leiras 2007). Esto resultaría en un escenario de alta fragmentación y dificultades para construir coaliciones nacionales, no solo electorales, sino también de gobierno (Leiras 2010). Tal premisa vaticina, por un lado, la asociación entre fragmentación, desnacionalización y crisis política; y, por el otro, la inviabilidad o extrema dificultad de construir política nacional con actores localizados.

Sin embargo, otros autores invitaron a matizar esta predicción pesimista. Borges, Albalá y Burtnik (2017) sostienen que los sistemas partidarios y partidos políticos no se hallarían desnacionalizados o nacionalizados, sino que funcionarían con cierto grado de eficiencia en puntos intermedios. El trabajo analiza dos federalismos robustos -Argentina y Brasil-, mostrando que las opciones de los partidos en contextos de presidencialismo federal pueden ser más diversas que las de la nacionalización y la provincialización. Pueden también optar por una estrategia de “nacionalización provincializada”, es decir, la posibilidad de coordinar una estrategia que permita competir por cargos locales -gobernaciones- y conformar un contingente legislativo, pero prescindiendo de la disputa presidencial. Esta es señalada como igualmente efectiva, pues generaría partidos de implantación nacional (con presencia en todos los distritos para cargos locales y legislativos), pero que no siempre compiten en la disputa presidencial.

Argentina es un caso arquetípico para señalar la asociación entre desnacionalización y crisis. Las elecciones legislativas de 2001 dieron como “últimas imágenes del naufragio”, es decir, de la crisis política que llevaría a la renuncia presidencial, un alto grado de fragmentación en el componente no peronista y mayoritariamente urbano del sistema de partidos, lo cual fue interpretado como señal de un comportamiento desnacionalizado (Escolar et al. 2002). Sin embargo, apenas cuatro años después, las elecciones legislativas de 2005 eran presentadas como un acto electoral que parecía “cerrar cinco años de crisis política caracterizada por altos niveles de desafección de la ciudadanía respecto de la clase política” (Calvo 2005, 154), y ya se apreciaba el reacomodamiento alrededor de una fuerza tradicional reconfigurada: el peronismo en su versión kirchnerista.11 Finalmente, a partir de 2007 el sistema de partidos mostró una tendencia a incrementar su grado de nacionalización, aunque de manera oscilante (Varetto y Palumbo 2019). Esta suerte de renacionalización del sistema partidario descansó además en una alianza (Cambiemos) entre un partido tradicional, la Unión Cívica Radical (UCR) -el cual se suponía había naufragado en 2001-, y una nueva formación política afincada mayormente a nivel local, el PRO. Fue precisamente este partido el que lideró la alianza con la que llegó a la Presidencia en 2015, mediante una estrategia que privilegió la consolidación de la construcción política local (Vommaro y Morresi 2015), y desde allí construyó la candidatura nacional (Vommaro 2019), contradiciendo la idea de la imposibilidad de la nacionalización de partidos de nueva creación en Argentina (Mauro 2020).12 Este ejemplo de itinerario recuerda la necesidad de pensar estas irrupciones como componentes dinámicos (Navarro y Rodríguez 2014); también, como las posibles tendencias de una normalidad cíclica.13

3. Presentación de los artículos del número

Este número de Colombia Internacional surgió como iniciativa del Grupo de Investigación en Partidos y Sistemas de Partidos en América Latina, de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (Gipsal-Alacip).14 El objetivo central es contribuir a la reflexión y explicación de las transformaciones recientes en los sistemas partidarios latinoamericanos, convocando a académicos y académicas de Latinoamérica.

El número se compone de seis artículos muy diversos, tanto en sus perspectivas teóricas y objetos de estudio, como en las aproximaciones metodológicas. Cinco de ellos se centran en el nivel nacional, aunque en la mayoría no están ausentes las referencias a la política subnacional, y uno aborda específicamente la política subnacional en un marco institucional unitario.

Cada uno de los trabajos enfoca un aspecto relevante del sistema de partidos, o de los partidos políticos tomados individualmente, y desentraña sus dinámicas o las transformaciones que han sufrido, ya sea para caracterizarlas y analizarlas en determinado periodo, ya sea para ver cómo las trayectorias de los sistemas de partidos son afectadas por otros componentes del sistema político. En este sentido, los artículos presentados realizan aportes que permiten comprender las variaciones o procesos dinámicos de la vida partidaria, antes que realizar diagnósticos relativos a su crisis o potenciales promesas, sin perder de vista sus interrelaciones o efectos sobre el resto de los componentes del sistema político. Así, se abordan la vinculación entre polarización ideológica y fragmentación partidaria en América Latina, los desequilibrios y reequilibrios del sistema partidario argentino, las condiciones de apertura de sistemas de competencia partidaria en contextos de política subnacional de características rentísticas, el funcionamiento de los partidos y coaliciones en el Legislativo chileno y su articulación con el Poder Ejecutivo, y la representación partidaria con base en el nuevo régimen electoral que llevó a Chile de la binominalidad a la proporcionalidad. El último artículo revisa las condiciones de surgimiento de partidos exitosos de derecha en Argentina y Brasil.

El artículo de Diego Luján, “Diferenciación ideológica y coordinación estratégica en elecciones presidenciales en América Latina”, mediante una aproximación sistemática con técnicas estadísticas, se propone mejorar la explicación de la fragmentación partidaria en las elecciones presidenciales en América Latina. Para ello, agrega a los factores estructurales -como el sistema electoral y los clivajes sociales- el grado de polarización ideológica, demostrando que esta incorporación permite complementar los análisis previos. Esto resulta de especial interés ya que agrega a las variables tradicionales que suelen estar signadas por lo estructural una variable de tipo coyuntural. Si bien el artículo retoma los argumentos que vinculan la fragmentación a dificultades de accountability y gobernabilidad, simultáneamente sus resultados cuestionan el supuesto de que una mayor diferenciación ideológica puede ser negativa para el funcionamiento de la democracia. Pero, especialmente, permite comprender los efectos sobre los sistemas partidarios de las variaciones en los posicionamientos programáticos de los candidatos presidenciales, lo que resulta central en una región que transitó en las últimas décadas del giro a las izquierdas al giro a las derechas.

El artículo de Danilo Degiustti y Gerardo Scherlis, “Desandando caminos. Reequilibrio de fuerzas y alternancia en el sistema partidario argentino 2015-2019”, pretende describir detalladamente un periodo reciente de la historia del sistema de partidos argentino, el cual se habría complejizado en las últimas décadas. Para ello, los autores analizan la fragmentación, polarización, volatilidad y nacionalización del sistema partidario, llevando su análisis a diferentes arenas: elecciones, congreso y provincias. Además, incorporan el análisis del vínculo entre electorado y partidos políticos. Más allá de la referencia a un “regreso a la normalidad” -identificado con la primera década de la vuelta a la democracia y con un funcionamiento más institucionalizado-, el artículo muestra bien las dinámicas y transformaciones más recientes del sistema partidario argentino.

El artículo de Margarita Batlle, Carlos Andrés Hoyos y Laura Wills-Otero, “Electoral Competition at the Subnational Level: Emeralds and Politics in Colombia, 1997-2015”, se propone explicar la transición de sistemas de partidos cerrados y no competitivos a sistemas competitivos, tomando como referencia empírica los municipios esmeralderos de Colombia.

El estudio argumenta que la transición hacia sistemas de partidos más competitivos tiene lugar cuando ocurre un cambio en las condiciones estructurales y, al mismo tiempo, los líderes de la oposición entienden que los costos para ingresar a la carrera electoral son más bajos que antes, y por lo tanto el desafío a las élites dominantes podría resultar exitoso. Para ello, los autores analizan sistemáticamente la región esmeraldera y profundizan luego en un caso, el municipio de Pauna. Al enfocarse en la variabilidad subnacional del régimen en un país unitario, ratifican la importancia de los estudios subnacionales, más allá de las estructuras federales (Freidenberg y Suárez-Cao 2014). Resulta de particular interés que, a diferencia de gran parte de la literatura existente sobre la política subnacional, el artículo no se centre en el estudio de las causas o del funcionamiento del sistema no competitivo sino en su reapertura.

El artículo de Hernán Campos-Parra y Patricio Navia, titulado “Ni hoy por ti ni mañana por mí. Cohesión en votaciones de roll call en la Cámara de Diputados de Chile, 2006-2014”, aborda un tema de gran importancia para comprender el funcionamiento de los partidos políticos y, también, las relaciones entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo: la unidad partidaria de los legisladores y la colaboración entre legisladores (más allá de las pertenencias partidarias). Se concentra en el estudio de las coaliciones dominantes en la política chilena -la Concertación y la Alianza- durante el periodo tratado. El estudio se centra en el análisis estadístico de las votaciones en la Cámara de Diputados, a partir de lo cual los autores encuentran que la actuación de los legisladores está orientada por su pertenencia partidaria y a coaliciones, antes que por el origen de los proyectos de ley. Sin embargo, en especial entre los oficialistas, se tiende a observar un efecto de cohesión por lealtad a los proyectos presidenciales. No hallan evidencia concluyente de que los legisladores muestren solidaridad legislativa en relación con proyectos iniciados por otros legisladores, por lo tanto, no habría reciprocidad entre pares en la Cámara de Diputados chilena. De este modo, el artículo permite comprender las dinámicas partidarias en la Cámara durante dos periodos presidenciales de diferente color político, a la vez que da cuenta del peso del Ejecutivo en la política legislativa chilena.

En “Pactos electorales y proporcionalidad de la representación: evidencia del caso de Chile, 2017”, Ricardo Gamboa y Mauricio Morales colocan, por su parte, la lupa sobre las transformaciones en la representación partidaria producto de la reforma electoral en Chile, que dejó atrás el peculiar sistema binominal heredado del régimen autoritario de Pinochet, prestando especial atención a lo que ocurre dentro de los pactos electorales. Para ello trabajan estadísticamente con resultados de las elecciones chilenas de 2017, divididos por pacto y por partido, estimando la proporcionalidad y calculando además las ganancias eventuales de los distintos partidos, según su tamaño electoral y el de sus socios. El trabajo entrega resultados muy interesantes, pues si bien se constata que, según lo esperado, el número de cargos a repartir afecta la proporcionalidad del sistema, se logra también desentrañar lógicas en el interior de los pactos y de acuerdo con los tamaños de los partidos. Así, además de comprobar que los partidos grandes suelen ser los beneficiarios de la desproporcionalidad, los autores identifican escenarios diferentes para partidos pequeños y medianos. Concretamente, las condiciones para los partidos pequeños y medianos tienden a mejorar si participan de pactos grandes o con mejor rendimiento electoral, y si focalizan sus campañas en los distritos con más chances, es decir, al optar por una estrategia menos nacionalizada.

Finalmente, la contribución de Lucía Caruncho, “Partidos de derecha y estilos de liderazgo: notas sobre el PRO argentino y el PSL brasileño”, ayuda a comprender los logros recientes de partidos de derecha en Argentina y Brasil que los condujeron a la Presidencia, al tiempo que explica comparativamente el surgimiento de dos estilos distintos de líderes, uno moderado y el otro radical. Con este fin, realiza un estado del arte particularmente útil para identificar las principales condiciones del éxito o fracaso de los partidos de derecha en América Latina, prestando especial atención a los factores externos de mediano y largo alcance que favorecieron el nacimiento y triunfo del PRO y el desarrollo y éxito del Partido Social Liberal (PSL), además de contribuir a explicar la mayor o menor radicalidad de sus propuestas respectivas. La autora sostiene que en ambos casos tuvo lugar un conflicto extraordinario que sentó una estructura de oportunidad que supo ser aprovechada por los partidos y sus dirigentes. En ese contexto, Mauricio Macri (PRO) y Jair Bolsonaro (PSL) pudieron presentarse como outsiders de la política y desarrollar un discurso moralista anclado en la lucha contra la corrupción y ciertos temas transversales (como la seguridad) que, sin necesidad de construir una línea programática clara, les permitió captar al electorado independiente y el voto bronca, vinculados a la dimensión alto-bajo propuesta por Ostiguy (2017). De este modo, el artículo permite realizar un balance de los hallazgos de la bibliografía sobre las transformaciones recientes a partir del éxito de partidos de derecha, con especial énfasis en Argentina y Brasil.

Esperamos que las y los lectores de este número temático de Colombia Internacional encuentren de interés los artículos que presentamos y que sus resultados contribuyan a enriquecer la agenda y los debates relativos a los estudios sobre los partidos políticos, los sistemas de partidos, sus continuidades y transformaciones en América Latina.

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*Este artículo forma parte del proyecto Fondecyt Regular no.1191083 al que la autora agradece. Los autores agradecen también los valiosos comentarios de Tomás Dosek

1En particular, a raíz del proceso de “cartelización” que los lleva a compensar la debilidad de su anclaje societal por un financiamiento público y a prescindir de su militancia. Sobre Europa, ver Katz y Mair (1995) y sobre América Latina, la aplicación crítica de la tesis de Katz y Mair en Kopecký, Spirova y Scherlis (2011) y Ribeiro (2013).

2En la democracia de audiencias descrita por Manin (1996, 279-302), estas remiten al ascenso de un nuevo tipo de élite, en la que destaca el experto en comunicación; al carácter reactivo del voto y al peso mayor de una oferta electoral capaz de actualizar o activar clivajes diferenciadores. Estos aspectos son también abordados en una amplia literatura: Poguntke y Webb (2005), sobre la presidencialización y personalización de los partidos; Balmas et al. (2014) y Cross y Pilet (2015), sobre el rol creciente de los líderes de partidos, entre otros.

3Todas las traducciones son propias.

4Para una discusión sobre la conceptualización y medición de la nacionalización partidaria, ver Došek (2015).

5Sobre los populismos de los años 1990, véanse Alenda (2003); Weyland (1996, 1999), entre otros.

6Roberts (2014) propone explicar estos matices tomando en cuenta: 1) el carácter de los sistemas de partidos nacionales que se construyeron durante el modelo de desarrollo estatista; 2) la profundidad y duración de las crisis económicas durante la transición al neoliberalismo; y 3) la orientación política de las élites que buscaron corregir el modelo y sus oponentes (5). Cabe precisar que la tipología expuesta a continuación no retoma sistemáticamente la de Levitsky y Roberts (2011).

7En Brasil, la llegada a la Presidencia en 2018 de un candidato de extrema derecha por primera vez desde la redemocratización en 1985, además de alertar sobre la capacidad de Bolsonaro de captar a una parte importante del electorado exlulista desencantado con la política (Goldstein 2019), volvió a dar señales de la desinstitucionalización del sistema de partidos.

8El tipo ideal del partido “de cuadros” reduce a los partidos de derecha a meras expresiones elitistas. En realidad, aquellos partidos tendieron a replicar el modelo “de masas” de las izquierdas (implementación de un sistema de cotizaciones, encuadramiento de los militantes, implantación local), tal como se observa en el caso del partido conservador británico (McKenzie 1955), el cual pasó de conformar un círculo parlamentario reducido a sumar tres millones de adherentes luego de la Segunda Guerra Mundial.

9Estas fallas son más marcadas en algunos contextos, en particular, el chileno (Castiglioni y Rovira Kaltwasser 2016).

10Con este fin utilizan el indicador de congruencia desarrollado por Gibson y Suárez-Cao (2010).

11En referencia a Néstor y Cristina Fernández de Kirchner, que obtuvieron la presidencia entre 2003 y 2007, y 2007 y 2015, respectivamente.

12Aunque esa nacionalización de la candidatura no implicaría una consolidación de la organización partidaria PRO, sino más bien sería el resultado de estrategias orientadas a metrópolis o distritos, complementada por la alianza con un partido tradicional (Olmeda y Suárez-Cao 2017).

13Cyr (2017) aborda esta dimensión cíclica a través de la capacidad de los partidos, no solo de sobrevivir (a nivel subnacional) adaptándose, sino de revivir después de una crisis electoral, movilizando una serie de recursos.

14Su antecedente más importante es el libro Los sistemas de partidos de América Latina (1978-2015), editado por Flavia Freidenberg (2016), en el que se describen la estructura y dinámica de la competencia partidista en dieciocho casos nacionales mediante un esquema común de análisis.

CÓMO CITAR: Alenda, Stéphanie y Carlos Varetto. 2020. “Ni crisis ni panaceas. Dinámicas y transformaciones de los sistemas partidarios en América Latina”. Colombia Internacional (103): 3-28. https://doi.org/10.7440/colombiaint103.2020.0

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