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Nómadas

Print version ISSN 0121-7550

Nómadas  no.31 Bogotá July/Dez. 2009

 

Escenario para leer a Nereo López (fotógrafo)

A scenario to read Nereo López (photographer)

Santiago Mutis Durán*

* Escritor, crítico de arte, autor de diversos libros y director de las revistas: Desde el Jardín de Freud, Palimpsesto (Universidad Nacional de Colombia) y Conversaciones desde La Soledad (arte-ensayo-poesía-ciudad y política). Tutor de la Maestría de Artes Plásticas y Visuales de la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá (Colombia). E-mail: santiagomutis@etb.net.co

{original recibido: 11/08/09 · aceptado: 10/09/09}


Este artículo presenta una crítica de la obra de Nereo López, que toma distancia de las apreciaciones usuales de su obra como "artista menor" o como "fotógrafo de lo anónimo", para evidenciar, en cambio, la singularidad de su mirada que ve el rostro del otro igualitariamente. Basándose en fotografías, muestra, de un lado, lo absurdo de los modelos civilizados que son impuestos en planes de desarrollo, trayendo para regiones marginadas "regímenes del terror" y, de otro, la dignidad de los habitantes anónimos que expresa el lente del fotógrafo. Valiéndose de la obra de Nereo, de manera "sencilla" y "amigable", el artículo invita a respetar un mundo con el que nos hemos ensañado.

Palabras clave: Nereo López, fotografía colombiana, arte colombiano, crítica.

O documento em pauta apresenta uma crítica da obra de Nereo López, que se distancia da apreciação usual de sua obra, que o qualifica como "artista menor" ou como "fotógrafo do anônimo". O artigo, ao contrário, coloca em evidência a singularidade de sua mirada, que visualiza o rosto do outro igualitariamente. Com base em fotografias, mostra, por um lado, o absurdo dos modelos civilizados, obrigatórios em planos de desenvolvimento, que impõem nas regiões marginalizadas "regimes do terror" e, por outro, a dignidade dos habitantes anônimos que focaliza a lente do fotógrafo. Utilizando a obra de Nereo, de forma "simples" e "amigável", o artigo convida a respeitar um mundo com o que nos temos assanhado.

Palavras chave: Nereo López, fotografia colombiana, arte colombiana, crítica.

This article presents a critique of the Nereo López work which leaves off from the usual assessments of his work as a "minor artist" or as "the photographer of things anonymous", to show, as a change, the uniqueness of his eye in that it sees the face of the other equally. Based on photographs, it shows, on one hand, the absurdity of civilized models that are imposed on development plans, bringing "regimes of terror" to marginalized regions, and, on the other hand, the dignity of the anonymous people expressed in the photographer’s lens. Using the Nereo’s work, in a "simple" and "friendly" way the article invites us to respect a world which we have treated brutally.

Key words: Nereo López, Colombian photography, Colombian art, criticism.


Si no puedes venir pronto, te pido que me envíes un retrato, un retrato tuyo en el cual se vea un pedacito del país en que vives.
Hernando Téllez

Mucho oro y poco pan

Mientras Nereo fotografiaba a un niño de las secas sabanas del Caribe, cruzando una calle de arena montado en un burro en su aldea de palma y bahareque, el próspero y vanidoso mundo civilizado daba signos de demencia. No voy a hablar del agujero negro que ese mundo ha hecho en el cielo, de los millones de toneladas de químicos y basura que arroja diariamente al mar, de las especies animales que ha desterrado de la creación y para siempre, de la irresponsable monstruosidad de los transgénicos, ni tampoco, por supuesto, del "pasado" criminal de Europa como apóstol de esa civilización ni del desolado imperio norteamericano. No, solo mencionaré su inmensa y orgullosa capacidad de hacer dinero.

En una importante reunión internacional en Ginebra, antes de que desataran la Segunda Guerra Mundial, "un conocido prohombre" de la política se preguntaba: "Y, al fin y al cabo, ¿quién es capaz de probar que la especie humana entera no se va a volver loca un buen día?". Era una profecía. ¿Por qué nos avergonzamos entonces de un hermoso niño montado en un burro, que es una excepción de esa "especie humana entera"? ¿No sería él, más bien, la fuente de cordura que debiera avergonzar a la especie humana, incapaz de ver en esta silvestre grandeza una cultura contra el absurdo y la demencia?

Ya Europa había declarado que no le interesaba la cultura (Curtius) y también Estados Unidos (lo hace todos los días).

Una fotografía como esta, y como varias otras de Nereo, puede ser leída de muchas maneras, según los intereses y el grado de incultura de quien la vea. Enrique Pérez Arbeláez, quien hizo fotos similares, escribiría gustoso un tratado sobre ella; también el geógrafo de la cultura que fue Ernesto Guhl, así como el etnógrafo Gerardo Reichel– Dolmatoff, quien tomó magníficos documentos fotográficos, aunque no se consideraba fotógrafo, pero lo era, solo que no le interesaba "su" estilo, que lo tenía (una manera, un rigor, una dignidad), sino la rica verdad de la realidad.

Ante una fotografía suya de una choza primitiva y de una pareja de indios kogui en la Sierra Nevada de Santa Marta, por ejemplo, la primera lectura podría ser la del "funcionario en misión oficial encargado de escribir sobre la problemática social de los indios: ‘¡Qué miseria! ¡Qué pueblo tan infeliz! ¡Lo que necesita esta gente es educación!’".

La segunda lectura de este "rancho de paja y esa gente" es la que el etnógrafo quisiera que hiciéramos, su pie de foto: "El templo mayor de Takina, lugar también designado como eisuama ("único") es uno de los monumentos más sagrados de los indios. No contiene riqueza en el burdo sentido de nuestra civilización; su riqueza está en el hecho de que encierra la memoria cultural de los koguis".

Una tercera lectura es la que encontramos consignada de manera personal en la libreta de "trabajo de campo" del antropólogo:

Hoy vino Máma Táme del páramo y me trajo unas papas de regalo. Había caminado todo el día, cargando un bulto pesado, y se veía muy cansado pero contento de haber vuelto. Le ofrecí un plato de sopa. Comió de buen apetito pero antes de terminar se levantó y dijo: "Esa es comida para el Sol". Salió por la puerta oriental y derramó el resto de la sopa en el suelo, como unas dos o tres cucharadas. Luego volvió y se sentó otra vez. Minutos después vino una avecita gris, se posó en el quicio, chilló "ihaha ihaha" y se fue volando. Táme me miró e hizo una seña afirmativa con la cabeza. "Se llama djicuaha", dijo, "es un hijo del Sol. El Sol manda a decir que recibió mi pagamento".

La cuarta lectura sería la del Presidente de la República y sus ministros, la de los paramilitares, los colonos que han invadido la zona, la lectura de quienes quieren instalar en esos territorios ajenos un complejo turístico... quienes ya ven a estos indígenas vestidos de meseros o recogiendo las bolas de golf.

¿Cuál será de todas estas lecturas la que se convertirá en el destino de estas gentes, sacerdotes desde antes de la República, de la Colonia, de la Conquista?

Ojalá que sea la de los propios koguis: "Nuestras costumbres, nuestras creencias son una antorcha, como una luz que alumbra el mundo. Si esta luz se apaga, el mundo se oscurece y se muere. Los civilizados no lo saben, pero si no fuera por nosotros, el mundo ya se hubiera acabado... La luz son nuestras costumbres[...]".

Nereo. Nueva York, 2008.

Pero esta riqueza, ya sabemos, no la ven todos. "Todos" están viendo el absurdo de la otra, la burda.

Cuenta Salvador de Madariaga, en una vieja nota publicada en Bogotá en 1947:

Se extraía -y se sigue extrayendo- el oro de las minas del África del Sur y de otros países a gran costo de capital y de trabajo, se transportaba el metal con gasto no menor a Londres, y se enviaba después a los Estados Unidos, donde con gran derroche de detectives, guardia armada y mecanismos eléctricos de seguridad [...] se volvía a enterrar en los abismos de Kentucky, donde el metal, después de haber relucido unos instantes sobre la superficie del planeta, volvía a dormirse en la inutilidad, como dormido había estado milenios enteros en sus yacimientos de origen.

Todo absolutamente loco, dice Madariaga, pero "con ese decoro grave y solemne que algunos locos consiguen cuando llegan a gozar una posesión absoluta de su locura". Por eso, el mundo desde el que le sonrió aquel niño a Nereo, ese mundo polvoriento, es mucho más humano que todo el brillante oro de Kentucky. Ese mal día de la profecía en Ginebra, hace mucho se instaló entre nosotros. Pero como sé que esto no les parecerá prueba suficiente de la enajenación mental, tomo otro ejemplo de Madariaga, más contundente:

El estado en que todos nos hallamos [1947] no es ni de paz ni de guerra. Por eso es tan inestable. La guerra, como la paz, pronto halla su régimen de equilibrio dinámico, poniéndose desde entonces a funcionar con la regularidad perfecta de un motor bien engrasado. En Europa hay países en los que todavía se agitan los últimos coletazos políticos y sociales de la tormenta bélica. En los Estados Unidos, sacude toda la fábrica del Estado la conmoción que implica el reajuste de la economía de guerra a la economía de paz. Estiman algunos observadores que la nación norteamericana se halla abocada a un paro forzoso de entre ocho y once millones de trabajadores. Cosa notable si se tiene en cuenta que Europa necesita con urgencia productos que bastarían para ocupar durante meses, si no años, a todos esos trabajadores cuyos hogares amenaza el paro. Y surge la pregunta: ¿cómo es posible que estas dos series de hechos ocurran simultáneamente en el planeta? [...]
Uno de los remedios que se han propuesto en los Estados Unidos para paliar el paro forzoso que amenaza es una campaña para elevar el nivel general de lo que el Middle West norteamericano considera como necesario para la vida corriente, a fin de iniciar a la masa media norteamericana a comprar grandes cantidades de mercancías de lujo por considerarlas ya como necesarias y no como superfluas, y de este modo poner en marcha las ruedas de la gran maquinaria industrial del país. O, en otra forma, lo que se propone es que, mientras una parte del mundo lucha desesperadamente por rehacerse de la devastación más espantosa que jamás se vio, careciendo hasta de las mercancías más indispensables en este empeño, otra parte del mundo va a ser objeto de estímulos artificiales para elevar su consumo de mercancías superfluas; y, para decirlo con las palabras de un humorista norteamericano, va a comprar mercancías que no desea con dinero que no tiene (1947).

"¿Dónde se oculta la raíz del mal?", se pregunta Madariaga, y responde, no como un socialista o marxista, sino como un liberal, nada estúpido:

Sencillamente en la torsión que al pensamiento moderno imprime la importancia desproporcionada que da a la economía, y en el olvido de la verdad fundamental que el mismo Adam Smith, padre de [esa] economía, proclamó con estas palabras inmortales: "No hay más riqueza que la vida". En nuestro mundo moderno, hemos invertido esta máxima tan sabia, adoptando como principio que no hay más vida que la riqueza. Y así van las cosas: el oro enterrado en Kentucky, y el hambre y la muerte devastando la Tierra. [...]. Si en vez de dedicar su masa obrera a fabricar productos de lujo para el Middle West, los Estados Unidos la pusieran a fabricar productos indispensables para que Europa no se muera de hambre y de frío, la gran nación americana haría mucho más que estabilizar su propia economía: pondría en movimiento una corriente de sabiduría y de buena voluntad que quizá cambiara para siempre los destinos del mundo (Ibíd.).

Nereo. La Paz, Cesar. 1953.

Madariaga, como hombre público, como diplomático, y como el escritor que es, le pide al "pueblo más poderoso que nunca se ha visto" que no deje en manos de los "ecomaníacos" el porvenir del mundo: antes exportaron mercancías "de muerte", ahora pueden hacerlo de "mercancías de vida". Si los Estados Unidos desconocen la solidaridad económica, y, peor todavía, la biológica, es posible que "Europa muera de hambre y Norteamérica de envenenamiento. [...]. La hora no es como para amasar riqueza [...]" (Ibíd.).

Hoy conocemos el camino que escogió el "pueblo más poderoso del mundo". He ahí la raíz del mal, y el umbral que no han cruzado los personajes de Nereo. Es así como yo leo sus fotografías. Más claro, para mí, no puede estar. Nereo no dice esto en palabras, no teoriza, pero asoma la cabeza a la plaza pública publicando durante años en los periódicos y revistas de mayor circulación cientos de fotografías que protegen una visión de la vida que va en contra de esta enajenación.

La raíz del mal

Perdí toda mi fortuna [en Inglaterra] y estoy obsesionado con recuperarla [en África]. Te advierto que no me importan los medios. Y cuando lo haya logrado, Harry, me sentaré día y noche con un rifle en la mano a verla crecer. En Tarzán y su compañera

En la breve, justa y elogiosa nota crítica que Marta Traba escribió en 1964 sobre la exposición de Nereo en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, "El hombre cada día", defiende el estilo por encima del documento, como si hablara de pintura, y celebra que Nereo no insista torpemente en el padecimiento de la gente que padece, es decir, que no sea lo que a "primera vista" parece, un "fotógrafo comprometido", lo que nunca constituyó el propósito de su compromiso; Nereo no es un fotógrafo de partido, como tampoco lo son Sebastião Salgado (Brasil) o Jesús Abad Colorado, quien ha hecho el retrato vivo de nuestro padecimiento nacional.

Dice Marta Traba:

El hombre cada día [...] ha descubierto al público un gran fotógrafo mal conocido a través de su colaboración –como "cronista" fotográfico– en publicaciones periodísticas.
El descubrimiento consiste en recibir, netamente, una intención de estilo, clara, depurada, a través de imágenes que sobrepasan así, sin dificultad, su exclusivo valor documental.
La preocupación de Nereo, es el hombre en su escenario. Su escenario se llama así: cada día. A primera vista, Nereo parecía un "fotógrafo comprometido", con la limitación que implica el término. Pero no: el escenario de cada día es lo suficientemente múltiple como para que entren en él hombres, niños y mujeres con distintos estados de ánimo y diversas posibilidades de vivir. Es claro que él ha escogido el hombre común, el que ha de "soportar" cada día. Pero, por una parte, no hay ninguna torpe insistencia en ese padecimiento; y, lo que me parece más importante para el estilo de la exposición, Nereo le regala a sus criaturas fotografiadas un espacio raro, lleno de misterio y de sugerencia, que les permite respirar bien y las libra así de la asfixia de su propia condición. En cada uno de esos días, las imágenes de Nereo afirman que, a pesar de todo vale la pena vivir y que la belleza puede depositarse sobre toda cosa viva (1976: 293).

Llama la atención que Marta Traba diga que Nereo, quien ha publicado sus fotografías a lo largo de varios años en los más grandes periódicos y revistas, es un fotógrafo desconocido, mal que, según lo cree Marta, corregirá el Museo, que tiene un público distinto, para el arte, escaso, y que privilegia el estilo y subvalora el documento, como lo hace ella, que piensa que un documento es arte malogrado, y no que el arte puede ser, a veces, un documento malogrado, falseado por un esfuerzo de estilo. Este es un problema que se le criticó al trabajo de Nereo.

Es muy interesante, tanto el título que Nereo le da a la exposición, "El hombre cada día", como lo que dice Marta: "[...] es el hombre en su escenario".

El hombre, dice Nereo, anónimo y universal, como debiera serlo todo hombre, viviendo en el escenario de su propia vida. Esa es la particularidad de sus "retratos", el hombre universal de cada día, pensativo en la ventanilla abierta de un vagón de tren de segunda clase o conversando espontáneamente en la plaza de mercado, se trate de un par de mujeres o de unas niñas bajo la presencia de un sacerdote joven y de barba oscura. Un gran escenario para un gran retrato, en la realidad de sus días y del tiempo.

Marta Traba no da las pruebas del estilo que dice ver, y destaca como raro y misterioso el espacio que Nereo "le regala a sus criaturas", que es lo más propio de ellas. ¿Qué sería de René García sin su vocación y sin su estremecedor "trabajo social"? ¿Qué de aquel viajero sin su tren? ¿Qué de las mujeres del mercado sin mercado? Nereo no aísla a "sus criaturas", no las aparta de lo que son, de lo que hacen, de su lugar, porque quiere el documento, el retrato, el escenario donde suceden sus vidas, porque fotografía personas que son su oficio, su circunstancia, y porque ese escenario lo han creado ellos.

Ahora, eso de "soportar" cada día, del "padecimiento", de "a pesar de todo", de "la asfixia de su propia condición", lo ha dicho y resuelto mejor Nereo de lo que lo ha escrito Marta Traba.

Ya lo dijimos, la vida pública la hace el pueblo, pero, como lo pensara alguna vez Alfred Stieglitz, no hemos descubierto "el secreto de la simplicidad", y él sí que sabía ver, y sentir: "Me sentía ahogado en la atmósfera de primera clase".

Esta manera de Nereo de hacer sus retratos, nada tiene que ver con el acercamiento excesivo que se nos ha impuesto, con la invasión, indiscreción, violación actuales de quien traspasa el escenario de la propia persona, necesario para respirar, para moverse, para ser... Nereo ha establecido la distancia justa para ver lo esencial sin irrespetar el umbral, que no es tanto un estilo como una manera de relacionarse, aunque algunas veces él mismo lo haya echado a perder, como, por ejemplo, en sus malogrados desnudos. Nereo fotografía una persona y su "núcleo vital"; él sabe muy bien en qué momento acercarse más es alejarse, perder el escenario, desarraigar a la persona.

En un breve texto, la entrañable escritora Natalia Ginzburg menciona una de las grandes virtudes de la convivencia humana, y digo "entrañable" porque ella nos habla en un tono tan cercano y cálido, tan íntimo, que creemos que nos habla de nuestra propia madre, que en mi caso poseía esa virtud que Natalia Ginzburg nombra, y que ella encuentra en un amigo:

[...] lo más bonito que tenía [...] cuando estaba con las personas era que no las falseaba y no les confería dones que ellas no poseían, sino que al contrario buscaba en la persona que tenía delante su núcleo más vital y profundo, escogía y liberaba lo mejor que el otro tuviera dentro de sí [...] sin una sombra de sorpresa, de desprecio o de burla delante de las limitaciones y los defectos que el otro pudiera tener. [...]. Cuando estaba con una persona, no se ponía jamás en una posición de superioridad ni de inferioridad; era siempre un igual con el otro (2006:100-101).

Cuando uno se encuentra ante una realidad que sobrepasa su capacidad de comprensión, empobrece interiormente hasta abandonarse en la melancolía y la confusión, dejándo como propio un lamentable estado de miseria y vacío. Algo de lo que instintivamente huye Nereo, y algo que instintivamente lo lleva hasta sus "modelos". Cada quien tiene su musa, su duende, su luz, aunque también hay gente vacía, oscura. Por eso hay cosas que Nereo jamás fotografió, y otras que fotografió de manera reiterada. Nereo desconfía de cierta abundancia, de cierto progreso, del lujo, de la apología de un futuro para pocos, de ciertas personas... pues para él, instintivamente, el Primer Mundo, ese arrasador espejismo, también infunde miedo, por su injusticia, ausencia de solidaridad, dominio militar, falta de seguridad ante el riesgo químico, el desempleo, los desastres ambientales, los "perros guardianes", "las aventuras tecnocientíficas que hacen padecer a todos riesgos inasumibles, la arbitrariedad del poder..." (Riechmann).

Mi punto es que, aunque Nereo no supiera expresarlo más que con sus fotos, su hacer pertenece a una certeza: "la mirada al rostro del otro es igualitaria. [...]. Un espejo. Vemos en él al otro, pero también nuestro destino, un destino compartido" (Riechmann). No hay más que "una vía que a mediano plazo desactive el horrible desastre en que estamos sumidos, y que se agrava de día en día –escribe Riechmann–, y es que Estados Unidos y Europa [...] vean la viga en el ojo propio". Para mí, cierta elementalidad de algunas fotografías de Nereo, su mesurada elaboración, su imposibilidad o desconfianza de ir más allá de la realidad que tiene en frente, es la resignación, tal vez sabia, de la que hablaba doña Natalia Ginzburg: no inventar dones ni negarlos; no inventar carencias ni tampoco negarlas: procurar ver la verdad, y aceptarla. Supongo que esto no se aprende en ningún lado, es algo que el tiempo enseña. Se llama experiencia, madurez –nada frecuente en Colombia– y es insobornable, y lo primero que un desarrollo forzado como el nuestro considera su enemigo, su principal enemigo. Y esto es precisamente lo único que Nereo sabe fotografiar.

Si esta elementalidad fuera tan fácil de conseguir, otro sería el país, sin la dolorosa realidad indígena y campesina, sin el desprecio que tienen que afrontar. Nuestra gente de la Independencia, la más avanzada del momento, pensaba sobre lo que son hoy nuestras negritudes. Cito al "sabio" Caldas, por ser el mejor:

El africano de la vecindad del ecuador, sano, bien proporcionado, vive desnudo bajo chozas miserables. Simple, sin talentos, solo se ocupa con los objetos de la naturaleza conseguidos sin moderación y sin freno. Lascivo hasta la brutalidad, se entrega sin reserva al comercio de las mujeres. Estas, tal vez más licenciosas, hacen de rameras sin rubor y sin remordimientos. Ocioso. [...]. Aquí, idólatras; allá, con una mezcla confusa de prácticas supersticiosas, paganas [...] pasa sus días en el seno de la pereza y de la ignorancia. Vengativo, cruel, celoso con sus compatriotas, permite al europeo el uso de su mujer y de sus hijas [...] (2005)".

Evidentemente, Nereo no sería un admirador de Caldas:

El instinto, la docilidad, y, en una palabra, el carácter de todos los animales dependen de las dimensiones y de la capacidad de su cráneo. El hombre mismo está sujeto a esta ley general de la naturaleza. La inteligencia, la profundidad, las miras vastas y las ciencias, como la estupidez y la barbarie; el amor, la humanidad, la paz, las virtudes todas, como el odio, la venganza y todos los vicios, tienen relaciones constantes con el cráneo y con el rostro. Una bóveda espaciosa, un cerebro dilatado bajo ella [...] y un ángulo facial que se acerque a los 90°, anuncian grandes talentos, el calor de Homero y la profundidad de Newton. Por el contrario, una frente angosta [...] y un ángulo facial agudo, son los indicios más seguros de la pequeñez de las ideas y de la limitación. El ángulo facial de Camper [....] reúne casi todas las cualidades morales e intelectuales del individuo. [...]. El europeo tiene 85° y el africano 70°. ¡Qué diferencia entre estas dos razas del género humano! Las artes, las ciencias, la humanidad, el imperio de la Tierra son el patrimonio de la primera; la estolidez, la barbarie, la ignorancia, son las dotes de la segunda. El clima que ha formado este ángulo importante, el clima que ha dilatado o comprimido el cráneo, ha también dilatado y comprimido las facultades, el alma y la moral [...] y no se dudará del imperio del clima sobre la armazón huesosa de nuestro cuerpo, y de los asombrosos efectos de sus dimensiones sobre la construcción física del hombre, sobre sus virtudes y sus vicios (Ibíd.).

Cien años después de este derroche de inteligencia, el "maestro Valencia" espera al indio Quintín Lame en Popayán, a donde lo llevan preso "amarrado a la cola de una mula", para gritarle "asno montés". Más tarde, cuando el maestro era representante a la Cámara, solicitó que lo desterraran de Colombia. Un descendiente de europeos echando de su propia tierra a un hijo de esta. Como sucede hoy, otro puñado de años después, con sus descendientes en el Cauca. Es decir, Nereo está políticamente "equivocado" de tema, de punto de vista, de afectividad, de intereses y de vida.

Las víctimas de la Colombia actual, o de la que pretenden construir, son su gente: negros, campesinos, provincianos, indígenas, aldeanos, niños, ancianos... Los planes de desarrollo, por ejemplo en el Pacífico, han traído para las comunidades negras e indígenas que habitan la región "regímenes de terror impuestos por grupos paramilitares, guerrilla y Ejército colombiano". El racismo, el desdén por la cultura, la abierta hostilidad a todo lo popular... hace que sean despojados de la riqueza sobre la que viven. "De esta manera las comunidades son cooptadas, o, más frecuentemente, amenazadas y desplazadas (desterradas o muertas). Grupos paramilitares vacían los terrenos y los preparan así para la intervención del capital". El "empuje capitalista hacia la región y las lógicas económicas de un capital que busca siempre nuevas regiones de apropiación y explotación... esto lleva a la destrucción de culturas tradicionales y organizaciones sociales en la marcha incansable del capital hacia la creación de nuevas redes de un solo sistema cultural y económico de producción y circulación". Es la "lógica de un capital desterritorializador [...] intereses económicos específicos están detrás de las avanzadas paramilitares en la zona" (Oslender, 2004). ¡Qué diferencia con la actitud de Nereo hacia estos colombianos! El pintor alemán Guillermo Wiedemann, nacionalizado colombiano, pintó en la región del Chocó desde 1940. Cuando le preguntaron por qué prefería esa zona tan lejana del país en vez de pintar en la capital, Wiedemann contestó: "El negro representa para mí algo del hombre clásico antiguo"; y nunca pintó otra cosa. Enrique Grau, un pintor muy menor comparado con la gran pintura de Wiedemann, que se vulgarizó demasiado pronto, lo llamó "pintor de negritas", y Grau era un hombre formado, inteligente y culto, de la Cartagena señorial. O, tal vez precisamente por eso... La ciencia, que por increíble que suene se considera libre de valores... "desprecia como carente de valor todo lo que no puede ser medido", y como resultado de ese camino, fascinante y espectacular, "hemos logrado construir un mundo [...] de confusión [...] de desencanto, donde el progreso se hace paradójico y absurdo, y la realidad se hace tan incomprensible que buscamos un escape desesperado en tecnologías que nos ofrecen acceso a realidades virtuales" (Max-Neef, 2005). "Solo podemos pretender comprender aquello de lo cual hacemos parte". Esta actitud, esta honestidad es lo que se encuentra y respalda el trabajo de Nereo López, que termina siendo una invitación franca, amigable, sencilla y a veces lúcida o conmovedora, a un mundo respetable, con el cual nos hemos ensañado desde siempre, y hoy más que nunca, lo cual es alarmante.

El "tema" negro es inseparable del trabajo de Nereo, es su "tema", pues Nereo es un hombre políticamente equivocado, una rareza: un cartagenero no racista, gozoso, noble, abierto, alegre, inocente, solidario, sencillo... que cree que no hay más riqueza que la vida.

Voy a citar sobre este asunto el comienzo de un extraordinario texto aún inédito sobre el grupo musical Billy Trío Taller, que tiene por centro la gran figura del "negro Billy", escrito por uno de los más serios y agudos críticos de arte, si no es acaso el mejor de nuestros ensayistas vivos, Samuel Vásquez, creador del Taller de Artes de Medellín y director del Billy Trío: "El talento musical [de Billy], su privilegiada voz de bajo profundo, su cultura musical, han sido menospreciadas, ayer y hoy [2008]. Es que un negro culto e inteligente es una afrenta para una sociedad blanca [...]". Ya oímos al sabio Caldas, ahora oigamos a un escritor:

La historia oficial es, aún hoy, exclusivamente blanca. Con gran ostentación de presunta magnanimidad se deslegalizó la esclavitud, pero somos prisioneros de un racismo vergonzante que es prolongación eufemística de la esclavitud misma. El blanco solo acabó con la esclavitud cuando sus cuentas no le resultaron ventajosas, cuando la manutención del hombre encadenado costaba más de lo que producía. Entonces se abandonó al esclavo en una pobreza atestada de necesidades primarias, para que este nuevo hombre aceptara, en ejercicio de su precaria novata libertad, un trabajo esclavizante y barato que le urgía para su sobrevivencia [...].
Había que deshumanizar al negro para poder atacarlo despiadadamente sin atentar contra la humanidad...
Les han quitado las cadenas de hierro y se las han cambiado por otras peores: las cadenas del miedo... [Una gran mayoría de los cuatro millones de desplazados colombianos es negra].
"Nos llaman hombres del algodón, hombres del café, hombres aceitosos, hombres de la muerte. Pero nosotros somos los hombres de la danza cuyos pies solo adquieren fuerza cuando golpean el duro suelo" (Leopold Sedar Senghor). Si no hubiesen llegado a América con su ritmo y sus tambores, la música nuestra sería una lamentosa y mísera queja. Sin su influencia no existirían músicas tan ricas e importantes como la gozosa y variada música del Caribe, ni el inmenso jazz, ni la música brasilera...
Si los negros no hubiesen hecho la gran música que han hecho y no hubiesen bailado todo lo que han bailado, ya habrían cobrado con un mar de sangre todas las vejaciones que les han infligido. Un verdadero mar rojo tendrían que atravesar los blancos en el camino a su tierra prometida, que, según manifiestan, es toda tierra productiva. A nadie se ha obligado a odiar desde niños como a ellos [...].
Las iglesias con su poder de enajenación de una justicia oportuna han podido convertir toda esa rabia legítima en resignación, resignación que los negros han sublimado en hermosos "gospels". Los mismos opresores que les impusieron la violencia para someterlos son los que después han querido imponerles su noviolencia, precisamente cuando a los oprimidos les tocaba mover su ficha [...].
Los árboles del sur producen una extraña fruta Sangre en las hojas y sangre en la raíz Cuerpos negros se balancean en la brisa del sur
Extraña fruta pende de los álamos [...].
... olor de carne quemada [...] ... para que los árboles goteen ... una extraña y amarga cosecha".

Nereo en Nueva York, 2008 | Fotografia de O. Frasser

Negros, indios, campesinos, niños, ancianos, pobres... y, para colmo, vivos. No vamos a dar las estadísticas que demuestren que Nereo ha gastado sus años en algo que no le interesa al Gobierno, a los dirigentes de la economía, a los dueños de las tierras, a los banqueros, a los gerentes de la industria, a la gente blanca de las ciudades, a la trabajadora Antioquia... Durante cincuenta años estos fueron los temas de las fotografías de Nereo, es decir, la gente, por la que él siente el mayor respeto. Tal vez por eso, su trabajo se hizo cada vez más difícil, tal vez por eso, las grandes revistas de antes, ahora solo publican indios o negros si son mujeres, y si se quieren desnudar ante su clientela. Tal vez por eso, ha descendido hasta el fondo la calidad de la fotografía. Tal vez por eso, se fue a Nueva York, tal vez por eso, busca ahora las paredes de las galerías, tal vez por eso, hoy conocemos tan mal su trabajo, tal vez por eso, no se ha seleccionado lo mejor de su obra para hacerle un gran libro...

El importante fotógrafo en que se ha convertido Jorge Mario Múnera, cuyo profesionalismo e inteligencia se han impuesto, y cuya seriedad, agudeza y sensibilidad ante la condición humana lo han hecho inexpugnable, dijo en una reciente entrevista (2008) que "la gran innovación editorial del siglo XX [era] el libro fotográfico". No se refería, por supuesto, al libro de lujo, al libro del vistoso mercado de la imagen perfecta e inútil, sino al libro de fotografías verdaderas, al libro de los grandes fotógrafos, al libro necesario y cierto. Hace unos pocos años, el Ministerio de Cultura le dio a Nereo una medalla y le hizo un libro. Una medalla para morirse de hambre y un libro para lamentar: mal comercializado, mal organizado, mal pensado, mal escogidas las fotos, peor prologado...

El libro comienza con los créditos al ministro, al viceministro, al secretario... Sigue con un texto de Manuel Zapata Olivella, desabrochado y sin criterio (aunque con una frase irónica y amarga que estremece casi al final, y que pasa totalmente inadvertida: "Documentos gráficos que quedan para la historia de una traición"). Continúa con una foto en donde Nereo aparece disfrazado de "gringo" para la "famosa" e inexistente película "experimental" de doce minutos La langosta azul, y con otra donde nos lo presentan como ¡cazador de patos! Después viene uno de sus nuevos trabajos a color (1990), reproducido en blanco y negro, que Nereo llama "trasfografías", y que su errático prologuista presenta como lo mejor de su trabajo, pero del cual no publican nada, o una sola foto, que no lo es, y que mucho menos puede ser "la más importante fase de su obra", su "culminación estética" (de la que no hay nada en el libro): "Nereo se deslinda del arte conceptual para volar hacia los ilimitados predios del expresionismo y surrealismo, fecundando con su poesía todo aquello que nos hermana [...]". Y todo este disparate, un verdadero discurso oficial, para continuar con la mala selección de las fotografías de Nereo y presentar un libro sin criterio, que debió ser un gran libro, un libro definitivo, un gran libro fotográfico sobre Colombia, y el gran libro de Nereo (y tal vez el único). Pero es lo común, lo que se está haciendo ahora: "editar" sin conocimientos y sin criterio, rebajar la calidad humana de lo que se presenta, y, en este caso, hacer lo posible por acabar con "la gran innovación editorial del siglo XX", y, de paso, con un fotógrafo colombiano políticamente equivocado: un testigo indeseable.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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