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Papel Politico

Print version ISSN 0122-4409

Pap.polit. vol.18 no.2 Bogotá July/Dec. 2013

 

Pueblo: discusiones sobre un término político clave

People: Discussion about a Key Political Word

José Fernández Vega*

*Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet, Argentina) - Universidad de Buenos Aires.


Badiou, Alain; Bourdieu, Pierre; Butler, Judith; Didi-Huberman, Georges; Khiari, Sadri y Rancière, Jacques, Qu'est-ce qu'un people?, París, La Fabrique, 2012.

Imposible exagerar la importancia del término "pueblo" en la historia política moderna. Fundamento de la legitimidad de los distintos sistemas de gobierno, el pueblo constituye la sustancia de la soberanía y habla en primera persona en los preámbulos de los textos constitucionales. Se apela a él para justificar los mandatos parlamentarios que lo expresan (puesto que en las democracias liberales no gobierna ni legisla sino a través de sus representantes que elige directamente) tanto como en las decisiones legales. Muchos tribunales encabezan sus sentencias con la fórmula "En nombre del pueblo".

La naturaleza y la calidad de la representación popular se hallan en nuestra época sometidas a un intenso cuestionamiento, puesto que los sistemas políticos occidentales sufren una severa crisis de legitimidad. Se les reprocha una creciente distancia respecto de su base de sustentación. Esa crisis se expresa en desconfianza ciudadana, protesta urbana y en la desafiliación sistémica, como se evidencia en la caída de la participación electoral y en la indiferencia hacia la vida política en general. La conmoción económica desatada en Europa aceleró estos procesos (que ya estaban en curso) e impactó en los partidos tradicionales. Se manifestó en las calles y alcanzó también a la Unión Europea, cuyo "déficit democrático" se encuentra en el centro de muchos debates animados por Jürgen Habermas y otros destacados pensadores.

Qu'est-ce qu'un people? reúne las reflexiones de una serie de intelectuales franceses o residentes en Francia (la excepción es la estadounidense Judith Butler, quien además es la única voz femenina en la compilación). Las distintas miradas se preocupan menos en explorar la cuestión desde el tradicional punto de vista jurídico o de la filosofía política convencional, que en ampliar el horizonte de comprensión del concepto "pueblo" desde perspectivas a la vez variadas y enriquecedoras.

En su contribución, organizada como una serie de tesis, el filósofo Alain Badiou sostiene que la noción depende del contexto; en sí misma resulta neutra. Una cosa es "pueblo francés" y otra distinta "pueblo vietnamita". La primera expresión refiere a una metrópoli colonial y plantea una identidad cerrada y hostil al extranjero; mientras que la segunda habla de un pueblo no oficial, aún no cristalizado en un Estado (al menos en la época de la guerra de Vietnam a la que se refiere el autor) y en lucha por su existencia. Badiou no se detiene en esta argumentación y hace algunos señalamientos sobre el presente (la plaza Tahrir, epicentro de la rebelión egipcia durante la primavera árabe; el presidente Hollande, elegido en 2012 y ya considerado el menos popular de la V República).

Para Badiou hay también otros sentidos, positivos o negativos, de "pueblo". Entre los primeros se halla uno "oficial": la clase media reconocida como único pueblo en los discursos de la oligarquía financiera dominante y el Estado. Este uso anula al pueblo como categoría política y lo sume en la inercia de lo que denomina "simulacros electorales". Entre los otros sentidos, se encuentran los emigrados, los sin papeles y otros sectores socialmente invisibles, excluidos y perseguidos por el Estado. La radical conclusión de Badiou es que "pueblo" resulta incompatible con la existencia del Estado.

El segundo capítulo apareció originalmente en Actes de la recherche en sciences sociales, dirigida por el propio autor, Pierre Bourdieu. En el que es, junto al de Didi-Huberman, el artículo más extenso de esta compilación, Bourdieu analiza la noción "popular" con base en su utilización socialmente diferenciada en el lenguaje corriente. La palabra da lugar a malentendidos y manipulaciones, sostiene Bourdieu. Nombra a veces a los excluidos por la escuela, pero en general excluye a los inmigrantes.

El término, según explica, es producto de una espontánea aplicación de taxonomías dualistas que estructuran convencionalmente al mundo social y contra las cuales se dirige su texto. Pero el lenguaje popular suele hacer suyas estas mismas taxonomías, y Bourdieu se aplica a una crítica sin concesiones al machismo y la exaltación de la violencia que encuentra en el argot. Porque si este, por un lado, reivindica la dureza, el antisentimentalismo y la fuerza física como características de un léxico que desafía la dominación, por el otro impone un aristocratismo específico que, por ejemplo, margina el mundo femenino (el cual, sin embargo, no es víctima pasiva, sino que desarrolla sus propias estrategias tanto frente al argot masculinizado como ante la corrección lingüística mediante la cual pretenden diferenciarse los sectores dominantes). En todo caso, el argot es una respuesta ambivalente y compleja a la imposición de sumiso silencio dirigida a quienes carecen de capital cultural.

El ensayo de Judith Butler hace referencia, como el de Badiou, a lugares emblemáticos de las luchas populares recientes como la plaza Tahrir, la Puerta del Sol madrileña y el movimiento Occupy Wall Street. Su problema se formula a partir del acto de enunciación "nosotros, el pueblo", citado al famoso comienzo de la declaración de independencia de EE. UU. Se trata de una afirmación de la soberanía popular que es preciso vincular, sostiene Butler, con el derecho de reunión. La soberanía popular se autoproduce, es un ejercicio performativo o acto ilocucionario, siguiendo el vocabulario de John Austin. No implica, sin embargo, unanimidad de opiniones, sino más bien la apertura de un espacio plural. La enunciación se produce en una reunión de cuerpos, por tanto se puede afirmar que está encarnada en ellos y se orienta a configurar un "nuevo cuerpo político", asegura Butler.

El historiador y crítico de arte Georges Didi-Huberman parte de una discriminación conceptual de Hannah Arendt (una de las referencias más citadas a lo largo de todo el libro) para luego concentrarse en la representación sensible (i.e., estética) del pueblo: su imagen o, mejor dicho, sus distintas imágenes. Sin embargo, no analiza imágenes plásticas, sino que discute temas de historiografía. Una fotografía es la única imagen referida, aunque al servicio de ejemplificar la expresión "hacer sensible", acuñada por el autor. Hacia el final del ensayo, luego de una defensa del procedimiento montaje y de la literatura y el cine documental de las décadas de 1920 y 1930, el autor aborda el pensamiento de Jacques Rancière, otro de los autores incluidos en este libro.

El problema de la representación siempre fue central para el pensamiento político (representación-mandato) pero no resulta menos importante para la estética (representación-figuración). De hecho, ambas formas —mandato y figuración, política y estética— se hallan en una crisis a menudo paralela, un aspecto que Didi-Huberman investiga. Para ello aprovecha reflexiones penetrantes del controvertido jurista alemán Carl Schmitt y del teórico contemporáneo francés Pierre Rosanvallon, quien distingue entre pueblo-opinión, pueblo-nación y pueblo-emoción. Esta última conceptualización le resulta de particular interés puesto que se vincula directamente con el mundo de las imágenes, incluso las oníricas. A partir de aquí, Didi-Huberman trabaja su tema recurriendo a distintos textos de Walter Benjamin. Lo reprimido del psicoanálisis, y los oprimidos cuya tradición Benjamin defiende, son nociones que en alemán pertenecen a la misma familia de palabras (Unterdrükung, Unterdrückten). Ensayo erudito, el texto de Didi-Huberman no define con claridad su principal eje de análisis, si bien sus observaciones parciales son siempre de gran agudeza interpretativa.

El militante y ensayista tunecino radicado en Francia, Sadri Khiari, fecha su texto el 30 de setiembre de 2012. Su propósito central es demostrar las razones que justificarían volver a interrogarse sobre la noción de pueblo desde un punto de vista no colonialista. Es preciso introducir una noción plural, afirma el autor. Los franceses blancos y cristianos se reconocen como miembros del "pueblo francés", no así los franceses descendientes de magrebíes, ex colonias o territorios de ultramar. Los franceses árabes o negros se sienten miembros del pueblo islámico o negro. Khiari, entonces, sugiere hablar de los pueblos de Francia, y no de un pueblo único. Con ello se opone a la tendencia a dividir a los franceses por razas o religiones, o a la de rechazar, con argumentos republicanos, a todos aquellos que no aceptan el presunto laicismo esencial del republicanismo francés.

Lo que el autor intenta es una crítica a la izquierda francesa, puesto que ella apela en sus discursos a la unidad de Francia y, en definitiva, adopta una perspectiva "nacional-imperialista" (el excandidato presidencial en 2012, Jean-Claude Mélechon, se menciona en primer lugar). Esta corriente no consigue, por lo tanto, interpelar a los descendientes de inmigrantes y a los vecinos de los suburbios (Mélechon llego incluso a condenar sus rebeliones suburbanas, comenta el autor). Los pronunciamientos por una política de inmigración menos represiva no resultan suficientes, porque Francia es un pueblo tensionado. En el país hay "colonizados del interior" que la izquierda ignora, concluye Khiari.

Las opiniones del filósofo Rancière acerca del asunto sobre el que gira este libro despiertan especial curiosidad porque, justamente, se le ha reprochado cierto populismo en sus obras recientes, algunas resonantes como El maestro ignorante. Rancière señala una diferencia entre los populismos históricos latinoamericanos y aquellos que florecen hoy en Europa (y que muchos analistas consideran un efecto de la crisis llamado a incrementarse). Estos últimos se caracterizan por su abierto rechazo a la política. Tal repudio tiene tres rasgos básicos: una interpelación directa al pueblo; una denuncia a la política oficial dado que ésta sólo se preocupa por sus propios intereses y los de sus actores; y, finalmente, una retórica identitaria que revela su oposición a los extranjeros. De modo que el "populismo", en su versión europea, resulta en la síntesis de un pueblo hostil a los gobernantes tanto como a los extranjeros, más que una visión de masas ciegas sometidas al liderazgo carismático (y esta es la poco matizada visión que ofrece el autor de la variante latinoamericana). El populismo europeo y su racismo, según Rancière, no obedecen a una presión de masas sino a la estrategia del núcleo del Estado. Ese populismo es una noción vaga, que no señala una corriente política europea muy definida; en definitiva, su objetivo básico es precarizar el trabajo.

Soberano, poder constituyente, fuente originaria de energía política, el pueblo es un problema político y un término que vuelve a discutirse en medio de la crisis; la comprensión de "pueblo" se volvió en nuestros días un núcleo de la política, tanto nacional como global. En Europa, la cuestión adquiere contornos complejos cuando se le suman problemas derivados de la globalización, como los de la distinta modalidad de inserción ciudadana (o la falta de ella) de las distintas generaciones de emigrantes. La integración de la Unión Europea añade otros desafíos, puesto que habría una discriminación hacia los ciudadanos de los países más pobres (Bulgaria, Rumania) y una creciente insatisfacción continental contra la clase política y la burocracia que manejan el poder desde Bruselas, en nombre del pueblo pero sin pasar por las urnas.