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Memoria y Sociedad

Print version ISSN 0122-5197

Mem. Soc. vol.14 no.29 Bogotá July/Dec. 2010

 

RESEÑAS

Rodríguez-Idárraga, Nicolás.

Los vehículos de la memoria. Discursos morales durante la primera fase de la violencia (1946-1953).
Bogotá: Universidad de los Andes, 2008, 124 pp.
Por: Jefferson Jaramillo Marín
Pontificia Universidad Javeriana
jefferson.jaramillo@javeriana.edu.co


Al hablar sobre la Violencia1 en Colombia, surgen dos preguntas obligadas frente al tema: ¿desde qué lugar se habla?, ¿qué estrategias discursivas y metodológicas se emplean para ello? Alrededor de un asunto donde por años han corrido "ríos de tinta", y donde se ha levantado una "enorme montaña de publicaciones"2, el historiador Nicolás Rodríguez enfrenta esos interrogantes a partir de una perspectiva analítica que reivindica la importancia de los vehículos de la memoria. Su premisa esencial es que alrededor de estos se construyen narrativas y se tejen disputas por el "poder de representación" de lo narrado, así como su legitimación y subversión.

El texto ofrece pistas importantes para explicar en el caso colombiano, la urdimbre entre violencia y memoria, guerra y recuerdo. Su lectura sugiere que el autor se sitúa en una corriente de pensadores latinoamericanos (v.g. Elizabeth Jelin), europeos (v.g. Henry Rousso) y nacionales (v.g. Gonzalo Sánchez) que reivindican en la ciencia social, la "búsqueda del sentido" y, en consecuencia, para la disciplina histórica, la superación de la discusión estéril de la oposición radical entre memoria (parcial y subjetiva) e historia (objetiva y coherente), mostrando que la memoria también tiene historia, especialmente cuando ésta se vuelve "objeto de investigación" para el historiador3. En esa óptica, comencemos por decir que el objetivo del texto es examinar, alrededor de la denominada "primera fase" de la Violencia bipartidista (1946-1953), la forma en que opera un auge importante de vehículos de la memoria, sobre todo de la literatura testimonial. Para el autor, los protagonistas de este auge, ya sea en calidad de víctimas, victimarios, testigos, simples observadores o críticos, producen textos invaluables, que resultan piezas claves para el analista que pretenda entender cómo se representó y recordó el pasado de nuestra Violencia.

Algunos de estos vehículos los podemos encontrar representados en la novela de la Violencia producida por los liberales y enjuiciada por los conservadores; en la literatura histórica producida por estos últimos y rechazada por los primeros por sectaria; en la emergente crítica literaria sobre la novela de la Violencia de finales de los sesenta y comienzos de los setenta; en los primeros balances historiográficos, en su mayoría concentrados en realizar monografías regionales más o menos completas sobre este período, los mismos que van a coincidir con la eclosión de las ciencias sociales en el país, o en los estudios centrados en las memorias de las víctimas del período. En todos ellos, como bien subyace una intención básica y es la de explicar e interpretar la Violencia, tratando siempre de "encontrar la fuente que más se acomode a la noción de lo que realmente ocurrió"4. El asunto es que estos distintos vehículos, combinan, depuran y desechan viejas y nuevas fuentes a lo largo del camino. Así, hemos transitado de una literatura más testimonial, que intentaba legitimar "lo que realmente ocurrió" a partir del "testimonio directo", hasta una literatura más historiográfica que hace uso de archivos judiciales, reconstrucciones de prensa y archivos locales. En ese tránsito, la lucha de la prosa historiográfica ha sido por "descontaminar" las fuentes históricas en las que aparentemente cayó el primer tipo de literatura, refinando el análisis, pero como bien dice el autor, "dejando por fuera el tema de su memoria"5.

Precisamente, eso que queda por fuera es un tema central del libro, que intenta ahondar en la memoria de la Violencia en Colombia, convertida en objeto de la historia. A lo largo de la argumentación, es claro que esta memoria es un compendio, una suma de "historias particulares" sobre lo que les ha sucedido a los colombianos en la segunda mitad del siglo XX. Si se quiere son "fragmentos de relatos" que se entrecruzan y que cubren el período del sectarismo tradicional de los partidos (1945-1949); pero también, las luchas guerrilleras y contraguerrilleras de finales de los cuarenta e inicios del gobierno del General Rojas Pinilla; aparece igualmente en ella la violencia de los pájaros en la zona cafetera, la cual se extiende hasta finales de los cincuenta, y finalmente, la violencia residual que cubre desde la caída de Rojas Pinilla hasta el pacto de élites del Frente Nacional6. Más allá de este compendio de fragmentos, testimonios y monografías sobre el período, el texto señala que el historiador interesado en la temática, parece enfrentado a la "imposibilidad de tejer un relato global de nuestra violencia". Siguiendo a Pécaut, el autor parece sugerirnos que no nos encontramos frente a un objeto de investigación digerible, sino frente a una cantidad de relatos, donde emerge la Violencia como una "fuerza omnipresente" o "una "potencia anónima" acompañando a los colombianos "desde siempre". Estos relatos escapan a cualquier intento de condensación analítica, puesto que no se sabe a ciencia cierta si remiten a un "lugar", a una "temporalidad dada", a "un sector de la población", o a unos "personajes asesinados o muertos" de manera dramática7. Todos ellos remiten a un pasado que no acaba de ser pasado-pasado (aspecto central para un historiador, al menos convencional), que no tiene un comienzo ni un final definido, todos ellos remiten a una "memoria mítica", "prosaica".

La permanencia de esas "zonas marrones" para la historia, obliga entonces al analista a reflexionar sobre cómo hacer la historia de la memoria de la Violencia, sin caer en una historia más de relatos sueltos, sin ser derrotado por el "fatum" empírico de no lograr producir un relato global. Una "salida" propuesta por el autor es examinar ciertos textos que lo que hacen es movilizar la experiencia misma de aquellos que vivieron y contaron la violencia. Estos permiten entender la circulación de determinadas voces, la imposición de determinadas representaciones, la legitimación de ciertos discursos morales y de visiones de mundo en un determinado momento histórico. Cuatro libros sirven entonces a su propósito; dos novelas y dos diarios: Las balas de la Ley del policía conservador Alfonso Hilarión Sánchez; Memorias de un pobre diablo del guerrillero liberal Saúl Fajardo; Lo que el cielo no perdona del cura párroco de filiación liberal Blandón Berrío (el libro es escrito bajo el seudónimo de Ernesto León Herrera), y Mi diario del obispo conservador Miguel Ángel Builes.

Las dos primeras y las dos últimas deben verse juntas, en tanto existe una especie de "guerra de espejos" en la que la afirmación de la identidad de unos pasa por la confrontación de la identidad de los otros. En el primer caso, la novela de Blandón, un policía que con el tiempo deviene en alcalde militar de Muzo (Boyacá) y las memorias del guerrillero, que funge también como jefe liberal en Yacopí (Cundinamarca) entran en tensión por la representación del mundo y la valoración que hacen de su contrario político. Así, la versión del conservador considera que en Muzo, "el orden es él", lo que implica imponer códigos morales, pautar comportamientos y establecer una persecución sistemática a todo lo que "huela" a liberalismo. Por su parte, la visión del guerrillero se expresa en una protesta permanente a ser considerado un bandolero y un cuatrero por parte de senadores y políticos, pero sobre todo a que el gobierno insista en perseguirlo como jefe de las guerrillas liberales de Cundinamarca8.

En el segundo caso, la novela del cura liberal se contrapone al diario del Obispo. Ambos ejercen su pastoral en una de las regiones más afectadas por la Violencia: Antioquia; ambos construyen escenarios de disputa por el sentido del presente y del futuro nacionales. Mientras el cura Blandón defiende, a través de su libro, a sus feligreses liberales de la persecución de los conservadores, exigiendo "justicia divina" para los conservadores que asesinaron liberales, el obispo de Santa Rosa de Osos estigmatiza a los liberales, considerando que "no hay paz con los impíos", tildando al liberalismo de ser la "pocilga de todos los errores" y reivindicando la política de Mariano Ospina Pérez.

Una gran conclusión del libro expresa que los vehículos de la memoria, al menos los analizados, tienen el poder para movilizar "una determinada verdad", "imponer identidades", explicar la crisis del "orden simbólico" del momento y comprender la construcción de un "discurso moral" sobre lo acontecido. Más allá del contexto abordado, la lectura del mismo puede resultar sugerente frente a un "mercado de memorias", pero también la emergencia de literaturas testimoniales en el país contemporáneo (las de cierto tipo de "víctimas" y "perpetradores")9, donde también parecen existir, como ayer, una gran disputa por la representación del pasado, el posicionamiento de versiones sobre el presente de nuestra guerra y apuestas por lo que debería ser o incluir un futuro nacional.


Pie de Página

1Esta Violencia, escrita con "v" mayúscula y en itálica hace relación al proceso de enfrentamiento político que se presentó entre 1946-1964, y con particular crueldad entre 1948-1953. Se diferencia de las violencias con "v" minúscula que cubren al país desde mediados de los años ochenta. Cfr. Renán Silva, "Guerras, memoria e historia", en A la sombra de Clío (Medellín: La Carreta, 2007).
2Gonzalo Sánchez, "Los estudios sobre la violencia. Balance y perspectivas", en Pasado y presente de la violencia en Colombia, comp. Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda (Medellín: La Carreta, 2009 [primera reimpresión]).
3A la larga, muchos de los intelectuales de las ciencias sociales que se insertan en la "búsqueda del significado" o del "análisis de las políticas del sentido" (Cfr. Renán Silva, "Pasado primordial y memoria constituyente", en A la sombra de Clío, están ubicados en el "giro interpretativista" de las tres últimas décadas del siglo XX, que considera que al significado se accede a través del discurso y a través del análisis textual. Para una revisión de la importancia, alcances y límites de este giro en la ciencia social se recomienda: Lynn Hunt y Victoria E. Bonnell, ed., Beyond the Cultural Turn (Berkeley: University of California Press, 1999).
4Nicolás Rodríguez Idárraga, Los vehículos de la memoria. Discursos morales durante la primera fase de la violencia (1946-1953) (Bogotá: Universidad de los Andes, 2008), 34.
5Rodríguez, Los vehículos, 35.
6El autor sigue en esta periodización las fases sugeridas por Marco Palacios, Entre la legitimidad y la Violencia. Colombia, 1875-1994 (Bogotá: Norma, 2003).
7Daniel Pécaut, "Memoria imposible, historia imposible, olvido imposible", en Violencia y Política en Colombia. Elementos de reflexión (Medellín: Hombre Nuevo Editores, 2003).
8Rodríguez, Los vehículos, 101.
9Me refiero a una literatura autobiográfica que emerge de militares, policías o políticos secuestrados por las farc y posteriormente liberados o fugados; también la literatura testimonial de paramilitares como Carlos Castaño, Jorge 40 o Salvatore Mancuso. Todos ellos legitiman en el contexto de nuestra guerra actual su condición de "víctimas".

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