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Memoria y Sociedad

versão impressa ISSN 0122-5197

Mem. Soc. vol.17 no.35 Bogotá jun./dez. 2013

 

La nuit de la Saint-Barthélemy. Un reve perdu de la Renaissance. Postface inédite.
Crouzet, Denis.
Paris: Pluriel, 2010. 691 pp.

Abel López1

1Profesor, Pontificia Universidad Javeriana. Historiador, Pontificia Universidad Javeriana. Master of Arts, SUNY Stony Brook. abel.lopez@javeriana.edu.co


"Se asiste en todas partes a un 'retorno' del acontecimiento. Nociones como estructura, invariante de larga duración, historia inmóvil vienen siendo reemplazadas por caos organizador, teoría de las catástrofes, surgimiento, mutación, ruptura". Así comienza el libro de Francois Dosse titulado precisamente Renaissance de l'événement y en el cual se examinan los retos para el historiador de este renacer (Paris, Presses Universitaires de France, 2010, p. 1). La nuit de la Saint-Barthélemy es un ejemplo notable del renovado interés por el acontecimiento. En este caso se trata de la matanza de cerca de dos mil protestantes, la cual tuvo lugar la noche del domingo 24 de agosto de 1572, día de San Bartolomé.

Según Crouzet, la noche de San Bartolomé fue la frustración de un sueño de paz y de reconciliación que eran los ideales tanto del rey Luis ix como de su madre Catalina de Médicis. Uno y otra querían una Francia que reconociera derechos a los protestantes. Fue un acto de amor, impuesto por la necesidad de evitar un mal mayor, una nueva guerra civil, de suerte que el recurso a la violencia puede interpretarse como una forma de prevenir más violencia. Es decir, "un recurso a la violencia contra la violencia"; a la vez "un crimen de amor" (486).

En el estudio de esta masacre no es posible establecer con precisión verdades. Todo se desarrolla en un clima de rumor y sospecha permanentes. Por eso nada es seguro. Es "una historia sin verdad" (429) en la que nada escapa a la incertidumbre. De ahí que el interés mayor de Crouzet no es establecer la verdad, sino observar cómo los contemporáneos vivieron el acontecimiento. Concluye que, en esas perspectivas, fue un acontecimiento sin historia; de la masacre se habló en términos de sospecha y rumor, las narraciones que proporcionaron los que sobrevivieron carecen de orden, son deshilvanadas. Fue también "una historia sin acontecimiento". Los protestantes prefirieron interpretarlo como misterio divino; "un poder divino irreductible a toda comprensión". Para ellos "sólo cuenta, en la brutalidad extrema del presente, el abandono hacia Dios, una postura de certidumbre frente a las incertidumbres. La paciencia frente a la violencia" (63). La masacre es una prueba enviada por Dios para purificar a su pueblo. Pertenece a Dios. "La violencia es un teatro de lucha eterna entre las tinieblas y la luz". Para quienes son fieles a la iglesia católica, la muerte es el triunfo del bien sobre el mal, y por lo tanto también obra de Dios.

Clérigos y predicadores prepararon y estimularon la violencia. Pestes, hambres, terremotos fueron interpretados como signos inequívocos de la cercanía del fin del mundo y del castigo de Dios por los pecados de los hombres. Los herejes protestantes fueron representados como agentes del mal: "Cada fiel podía entonces soñar con una reconciliación con Dios a través de un gesto masacrante en que participaría con su propias manos". La violencia era un acto ritual de venganza contra el mal, y de purificación: "Matar para salvarse, masacrar para ser elegido" (493). Era por lo tanto una violencia sagrada (517). También protestantes y católicos construyeron complots imaginarios de invasión de tropas españolas a Francia, de maquinaciones protestantes para derrocar al rey francés con el supuesto apoyo inglés.

Este libro fue escrito en 1994. La versión que comento es una publicación de 2010 e incluye un nuevo epílogo en el que su autor se refiere a algunas críticas de que ha sido objeto. Reconoce que sus opositores lo acusan de haber cometido un triple "delito": el epistemológico al tratar de construir una demostración fundamentada en meras posibilidades pues no encontró fuentes fiables; el haber atribuido a Carlos IX y a Catalina de Médicis una intención platónica de armonía que no ha dudado en llamar amor; y no haber prestado suficiente atención a lo que uno de sus críticos denomino "cultura de la razón política". En su respuesta, Crouzet reitera sus puntos de vista sobre los primeros "delitos", y reconoce que puede haber algo de razón en el tercero. En efecto, "esta cultura jugó un papel de impulso decisional complementario o paralelo" (550). Para ilustrarlo se detiene en el papel de Catalina y su rol femenino: "lo humano de Catalina es ante todo femenino".(558). Así mismo, destaca la noción de necesidad política inmediata para explicar la decisión final de la monarquía de inclinarse por la violencia y con ello ir en contravía de sus propios deseos. San Bartolomé fue "el encuentro de dos tensiones contradictorias que la malicia del tiempo hizo complementarias" (578), el compromiso con un sueño de retorno a una edad de oro y el recurso excepcional y trágico a la violencia. Es decir, la combinación del idealismo y el pragmatismo.

El historiador Jean Louis Bourgeron, especialista en las guerras de religión del siglo XVI, escribió un extenso comentario sobre el libro de Crouzet (Revue Historique, número 589, 1994, 189-204). Señala aciertos, contribuciones, contradicciones, ambigüedades y omisiones. Reconoce que los testimonios que dejaron los sobrevivientes pueden tener inconsistencias y enturbiar las pistas; pero no todo es incierto, como se desprende del uso que el mismo Crouzet hace de memorias del siglo XVI. Recuerda que Crouzet pone en duda la autenticidad de las Memorias de Margarita de Valois pero se apoya en las más dudosas y póstumas Memorias de Tavannes para retomar una colorida escena, entre madre e hijo, que hicieron la delicia de la historiografía romántica.

Con razón, Bourgeron advierte sobre párrafos imprecisos, en especial cuando se habla de la función del monarca. Dice que a Crouzet le cuesta aterrizar para ocuparse de intrigas diplomáticas, como también le resulta difícil, cuando estudia las negociaciones matrimoniales, dar orden a la argumentación; lo que resulta son capítulos deshilvanados, sin una idea central y afirmaciones a la ligera. Ejemplo de esto último es plantear que la monarquía tenía un doble propósito. Por una parte una alianza matrimonial con Enrique de Navarra, y una guerra contra España, por otra. Pero son objetivos excluyentes. Francia no tenía los recursos para una guerra, por lo que elige la búsqueda de alianzas. El mismo Crouzet no puede evitar reconocerlo al afirmar que Luis ix no busca entrar en guerra contra España.

Bourgeron cita varios ejemplos de enunciados difusos. Permítaseme transcribir dos. "Maestro del tiempo y por lo tanto del conocimiento, Carlos ix sitúa sabiamente la autoridad en una esfera de indefinición que es la condición misma del orden del Amor". Bourgeron comenta que no está seguro de haber comprendido y teme que otros lectores se vean en aprietos para seguir al autor. Tuve dificultades similares. El segundo ejemplo se refiere a la pasión del rey por la caza que la prefiere a la guerra. La caza involucra al monarca en un espacio místico. Escribe Crouzet:

la caza es la experiencia ontológica del rey filósofo, del soberano iniciado en los misterios del conocimiento. El ciervo es el doble del rey y, frente a él , el soberano afirma tener ritualmente un poder que sobrepasa todo poder humano, un poder de ir solo hacia lo más misterioso de la creación que es esta bestia salvaje cuya cornamenta, al cambiar y renovarse anualmente, encarna el universo cíclico de la Creación. Entonces la caza se une al triunfo de las estaciones, lo aumenta. El ciervo es la figura de la eternidad, en él lleva la ley de la vida (Crouzet, 304).

Bourgeron duda de que con este tono que sigue durante cinco páginas se ayude a comprender mejor lo que ocurrió la noche de San Bartolomé. Comparto esta última observación. En efecto, no pasan de ser especulaciones vacías. Poco o nada contribuyen a comprender el papel de la monarquía absoluta, tema del capítulo en el que aparecen tales consideraciones.

Bourgeron elogia el análisis sobre las presiones a que fueron sometidos Carlos ix y Catalina de Médicis y el de la ambigüedad de sus políticas. Aprecia que Crouzet no haya caído en el error de creer que la masacre de San Bartolomé fue el último recurso para impedir que el almirante Coligny arrastrara a Francia a la guerra. Piensa que es una lástima que, en la detallada presentación de la ceremonia del matrimonio entre Enrique de Navarra y Margarita de Valois, no se haya tenido en cuenta que ni el cuerpo diplomático, ni el parlamento asistieron a la boda lo que puede interpretarse como boicot contra una unión que los católicos condenaban. Lamenta que no se haya hablado de las tensiones con el papado; ni Pio v ni Gregorio XIII otorgaron la dispensa canónica. Señala debilidades en la argumentación sobre el atentado contra Coligny, porque se basa en un supuesto consejo de gobierno en el que se habría decidido recurrir a la violencia preventiva, y porque propone interpretaciones contrarias entre sí. En efecto, no es cierto que la amenaza contra la monarquía proviniera a la vez de Coligny y de los Guisa; "los dos peligros no se complementan, como piensa Crouzet, se excluyen" ("Se nada en plena contradicción o, para hablar como él, en plena confusión de contrarios") (Bourgeron, 198). No comparte la interpretación sobre lo que ocurrió la noche del 24 de agosto pues Crouzet minimiza las órdenes que profirieron los líderes católicos de dar muerte a los protestantes, y cree que se trató de algo imprevisto que nadie quería. No fue así: hubo un plan previo de católicos y burgueses parisinos.

Mientras Bourgeron ubica la matanza de San Bartolomé en el contexto de una monarquía debilitada por "una política azarosa y una bolsa vacía", según Crouzet ese acontecimiento se inserta en la incertidumbre: "La incertidumbre es la señal de la majestad de un poder soberano absoluto" (436); "Es ilusoria la iniciativa real contra una conjuración de los nobles. Dios es el comienzo y fin de todo" (438); "ese poder absoluto se reduce a poca cosa: tiene por función adaptar de forma permanente el presente a las fluctuaciones e incertidumbres de un futuro que pertenece sólo a Dios" (439). Ante estas frases, Bourgeron exclama, no sin ironía: "¿para Denis Crouzet es la providencia divina la responsable de la matanza de San Bartolomé? ¿El rey no es sino un juguete en las manos de Dios?" (200). Confiesa que se encuentra perdido, porque a fin de cuentas, todo parece reducirse a una historia de amor. Observa que Crouzet ha renunciado a la explicación causal por anacrónica y positivista, y que ha preferido anclar el acontecimiento de la noche de San Bartolomé, como él mismo lo dice, "en los estratos culturales de un pasado más o menos cercano" (Crouzet, 461). Me inclino por la interpretación de Bourgeron. Es más convincente: da cuenta de las circunstancias inmediatas; la incertidumbre puede ser propia de cualquiera de las monarquías del siglo XVI.

Bourgeron le achaca a Crouzet otras omisiones. En primer lugar, no preguntarse por la participación activa del clero en la masacre; este olvido se debe a la preferencia que se otorga a las mentalidades colectivas, lo que "oculta por completo las responsabilidades políticas" (Bourgeron, 203), cuyo efecto es caer en el espontaneísmo y el reduccionismo. Crouzet, en fin, desatiende el papel de los instigadores feudales, clericales y parlamentarios, con lo cual "paradójicamente vuelve a vincularse con las ilusiones del marxismo histórico" (Bourgeron, 203). Sobre esto último, Bourgeron no tiene razón. Si algo reconocen los historiadores marxistas son los liderazgos de clase en los distintos conflictos. Sí la tiene, en cambio, cuando insiste en que la liga antiprotestante comenzó con la planeación del asesinato de Coligny: "Es antes y no después del asesinato de Coligny cuando se ubica la ruptura entre una monarquía de concordia y un pueblo de fanáticos" (Bourgeron, 203).

En segundo lugar, pasar por alto la iniciativa bélica de Carlos ix, cuando se indagan las consecuencias de la masacre. El autor no hizo un seguimiento de lo que pasó semanas y meses después del 24 de agosto de 1572; Crouzet se privó de un observatorio de alta calidad. En tercer lugar, a pesar de su extensión, esta obra no cubre todos los aspectos esperables. Nada sobre las finanzas del gobierno, nada sobre las clientelas de los Guisa, nada sobre la ruptura con Roma, poco sobre la tensión diplomática con España. Estimo que son omisiones significativas, que afectan la argumentación. Por ejemplo, si uno de los asuntos en discusión es la razón por la cual el rey francés no se comprometió en una guerra contra España, entonces puede ser fundamental conocer la situación fiscal del gobierno.

La evaluación de Bourgeron, si bien destaca desaciertos, a mi juicio con razón, tal como arriba lo indiqué, también censura sin motivos suficientes. Lo hace cuando anota que Crouzet margina el factor religioso y lo subordina a una iniciativa individual porque considera que el rey inició la matanza, con la ejecución de Coligny. No es así. Lo que muestra Crouzet a lo largo del libro es el alcance determinante del fanatismo religioso en el desenlace de la noche de San Bartolomé. Es el contexto en el que se sitúa la decisión del rey. Atribuir la iniciativa de la matanza tan solo al factor religioso, sin tener en cuenta decisiones de los líderes, equivaldría a caer en el reduccionismo que el mismo Bourgeron reprueba.

Que un especialista en el siglo XVI no debiera circunscribir sus fuentes a materiales impresos, como lo hace Crouzet. Digamos que es lo deseable, lo recomendable. Pero no lo imprescindible si el principal propósito es descubrir la frustración de un sueño de paz, según testimonios de los contemporáneos.

Bourgeron sugiere que se puede prescindir de la lectura de las 180 primeras páginas, porque el repaso que se hace de la literatura polémica aporta poco por ser reconstrucciones a posteriori, porque ya existe un libro sobre el tema, porque enseñan poco sobre el acontecimiento mismo, o porque "todas estas idas y venidas pueden desanimar al neófito a quien la noche de San Bartolomé le puede parecer una tejido de incertidumbres y contradicciones. La tarea del historiador es precisamente poner un poco de orden en este caos" (191). Puede estar en lo cierto en que falta orden en la exposición. Pero no lo está en su sugerencia. Al lector no especialista (es mi caso) estas primeras páginas lo instruyen sobre las percepciones que escritores católicos y protestantes tuvieron de los conflictos religiosos del siglo XVI.

Y he ahí una de los mayores aportes de La nuit de la Saint-Barthélemy: el detalle con el que indaga libros, memorias, discursos, panfletos y sermones.