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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

versão impressa ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.15 no.2 Bogotá jul./dez. 2013

 

BAJTÍN Y EL GIRO ESPACIAL: INTERTEXTUALIDAD, VANGUARDISMO, PARASITISMO

BAKHTIN E A VOLTA ESPACIAL: INTERTEXTUALIDADE, VANGUARDISMO, PARASITISMO

BAKHTIN AND THE SPATIAL TURN: INTERTEXTUALITY, MODERNISM, PARASITISM

James Ramey
Universidad Autónoma Metropolitana - México, D. F., México
jamestramey@yahoo.com

Artículo de reflexión.
Recibido: 05/12/12; aceptado: 23/09/13


Este artículo interviene en diversos debates actuales de los estudios literarios, con el fin de analizar el aspecto espacial o geográfico de la intertextualidad, y específicamente de las fuerzas centrípetas y centrífugas de los lenguajes nacionales teorizadas por Bajtín. Propone que los vanguardismos provienen de lo que Bajtín denomina la fuerza centrífuga o heteroglota de los lenguajes nacionales, y llega a la conclusión de que los vanguardismos en sí son entidades parasitarias que trascienden las conciencias nacionales para replicarse en el tiempo y el espacio. Incluye discusiones de obras de Stephen Greenblatt, John Brenkman, J. Hillis Miller y Benedict Anderson.

Palabras clave: Bajtín; nación; movilidad; parasitismo; vanguardismo; intertextualidad.


Este artigo intervém em diversos debates atuais dos estudos literários, com o objetivo de analisar o aspecto espacial ou geográfico da intertextualidade, e especificamente das forças centrípetas e centrífugas das linguagens nacionais teorizadas por Bakhtin. Propõe que os vanguardismos provêm do que Bakhtin denomina a força centrífuga ou heteroglota das linguagens nacionais, e chega à conclusão de que os vanguardismos em si são entidades parasitárias que transcendem as consciências nacionais para reproduzir-se no tempo e no espaço. Inclui discussões de obras de Stephen Greenblatt, John Brenkman, J. Hillis Miller e Benedict Anderson.

Palavras-chave: Bakhtin; nação; mobilidade; parasitismo; vanguardismo; intertextualidade.


This article intersects with diverse debates in literary studies in order to analyze the spatial or geographic aspect of intertextuality, specifically the centripetal and centrifugal forces of national languages theorized by Bakhtin. It proposes that the various modernist movements emerge from what Bakhtin calls the centrifugal or heteroglot force within national languages, and it concludes that such modernist movements are themselves parasitic entities that transcend national consciousness in order to replicate themselves across time and space. The article includes discussion of works by Stephen Greenblatt, John Brenkman, J. Hillis Miller and Benedict Anderson.

Keywords: Bakhtin; nation; mobility; parasitism; modernism; intertextuality.


EN EL ENSAYO "MEMORIA RACIAL y la historia literaria" (2001), Stephen Greenblatt afirma:

El discurso cultural global es antiguo; solo que la naturaleza cada vez más asentada y burocratizada de las instituciones académicas del siglo XIX y de principios del siglo XX, en conjunto con una detestable intensificación del etnocentrismo, racismo y nacionalismo, produjeron la ilusión aleatoria de que las culturas literarias regionales y sedentarias hacían incursiones esporádicas y pusilánimes hacia los márgenes1. (Greenblatt 2001, 59)

Al adentrarse en las vertientes del discurso sobre identidad y lenguaje, en relación al tema de los viajeros, de las fronteras nacionales y de la itinerancia, Greenblatt se propone promover lo que él considera un renaciente campo de estudios sobre la movilidad (mobility studies). Su propuesta tiene resonancia en una amplia gama de teóricos, entre ellos James Clifford, Caren Kaplan, Iain Chambers, Wai Chee Dimock, Arjun Appadurai y Fredric Jameson2, quienes coinciden en su observación con respecto a que la movilidad es un campo fructífero como objeto de estudio en la circulación transnacional de ideas, población y capital cultural. Greenblatt concluye:

Necesitamos comprender la colonización, el exilio, la migración, el nomadismo, la contaminación y las consecuencias inesperadas a la par de compulsiones violentas como la avaricia, la añoranza y la inquietud, pues son estas fuerzas destructoras, y no la percepción enraizada de legitimidad cultural, las que primordialmente dan forma a la historia y a la difusión de las lenguas. El lenguaje es la más escurridiza de las creaciones humanas, así como sus hablantes; no representa fronteras y, al igual que la imaginación, no puede ser totalmente predicho o controlado. (Greenblatt 2001, 62)

Dado que el campo actual de los estudios literarios aborda tanto las dimensiones culturales como los aspectos estéticos y estructurales de los textos, el tema de las fuerzas multiformes y contrapuestas en los lenguajes subraya la centralidad de la teoría de la intertextualidad para el denominado "giro espacial", en los estudios literarios de los últimos tiempos. Estas fuerzas son las causantes de que los lenguajes y sus hablantes se "escurran" a través de todo tipo de fronteras -tanto estéticas como geográficas-.

La manera en que Greenblatt articula este conjunto de problemas teóricos es solo una de las posibles aproximaciones. Desde una óptica contraria, John Brenkman sugiere, en su ensayo "Crítica extrema" (2000), que la práctica de los estudios literarios se divide, por un lado, entre la fuerte tendencia hacia los estudios culturales propuesta por Greenblatt y sus aliados, y, por el otro, por la inquietud intelectual que busca comprender la dinámica estética de las obras literarias. Brenkman señala que existe una tendencia a privilegiar la perspectiva social sobre la de carácter estético, y añade:

La forma en que se ha utilizado tradicionalmente el conjunto género/ raza/clase ha dado paso a una nueva crítica alegórica que desplaza el problema de la forma interior hacia una hermenéutica que examina la red de significantes del texto en busca de su supuesta representación o construcción de género, raza y clase. Pero las redes de significantes abundan en los textos literarios; cualquier lectura, despojada de la restricción obligatoria de leer esos significantes a través de la dinámica interna de la forma, es libre de hacer coincidir todos los significantes que vaya reuniendo con la estructura de significado (constelación de campos semánticos) que elija, y es precisamente el filtro género/raza/clase el que provee esa estructura. (Brenkman 2000, 120)

Debo mencionar que, en lo personal, admiro muchos ejemplos de la especie de crítica cultural que Brenkman ataca aquí, porque considero que el propósito de la teoría literaria es hacer posible que haya nuevas interpretaciones de los textos y renovar así su vitalidad. No obstante, su ataque al discurso de los estudios culturales aborda un punto fundamental: el hecho de que textos como Bleak House y Pedro Páramo se hayan convertido en obras canónicas de la literatura se debe precisamente a su despliegue formal de redes complejas de significantes intertextuales; esto parece abrirlos inevitablemente a una vasta gama de interpretaciones, a una especie de inteligibilidad infinita que a veces se convierte en cierto tipo de teatro del absurdo, como forma de crítica teórica. Además, Brenkman critica el lenguaje esotérico e inaccesible que suelen utilizar los líderes de los estudios culturales, lo que me recuerda la observación mordaz de Robert Alter sobre un discurso académico que "con frecuencia, refleja un aislamiento emocional de la vida imaginativa del texto que discute y, [a su lenguaje] muchas veces parece faltarle, en su conceptualidad fulminante, el fundamento vivencial de la buena lectura" (Alter 1989, 15). Brenkman continúa señalando el hecho de que existen aproximaciones formalistas y no formalistas a la forma, y que la tensión productiva entre estas dos tradiciones moldeó la crítica literaria del siglo XX: "Propp, Jakobson y Genette son formalistas; Lukács, Bajtín, Adorno y Jameson no lo son, pero todos ellos se ocupan de la forma" (Brenkman 2000, 118). Esta elegante formulación sobre el problema de la forma es paradójicamente abierta, lo cual nos lleva de regreso a la problemática espacial de los márgenes abiertos, y nos conduce al siguiente interrogante: ¿es posible conceptualizar un único marco de referencia a partir del cual podamos discutir, por un lado, un sistema de ideas como nación, exilio y colonización, y, por el otro, un sistema de ideas como argumento, poética y placer estético?

Entre los teóricos no formalistas preocupados por la forma que integran la lista de Brenkman, Mijaíl Bajtín parecería el más indicado para hacer parte del debate actual. Varias de sus preocupaciones e ideas sobre la intertextualidad y el dialogismo se han infiltrado silenciosamente en el discurso de los estudios sobre la movilidad. Volvamos a examinar, por ejemplo, la aseveración de Greenblatt respecto a que

Necesitamos comprender la colonización, el exilio, la migración, el nomadismo, la contaminación y las consecuencias inesperadas a la par de compulsiones violentas como la avaricia, la añoranza y la inquietud, pues son estas fuerzas destructoras, y no la percepción enraizada de legitimidad cultural, las que primordialmente dan forma a la historia y a la difusión de las lenguas. (Greenblatt 2001, 62)

Esta afirmación respecto a la formación de la historia y a la difusión de las lenguas se asemeja a las teorías de Bajtín sobre las fuerzas centrípetas y centrífugas que, dialógicamente, dan forma a la historia y a la difusión de los diversos estratos sociales de las lenguas. Al alentar a otros críticos a comprometerse en los estudios sobre la movilidad, Greenblatt les pide que fijen su atención en la fuerza centrífuga del lenguaje, la fuerza que corresponde a la heteroglosia, a la rebeldía, al cambio. Bajo esta perspectiva, resulta interesante y a la vez extraño que Greenblatt dirija la mirada crítica lejos de "la percepción enraizada de legitimidad cultural"; sentimiento del que, sin duda, él mismo ha disfrutado plenamente en las últimas décadas por ser uno de los teóricos más destacados de la investigación literaria y cultural en los Estados Unidos de América.

En términos de Bajtín, el lenguaje de Greenblatt es "unitario" o "centrípeto" en cada punto. Tal y como lo define Bajtín:

Un lenguaje unitario común es un sistema de normas lingüísticas. Pero estas normas no constituyen un imperativo abstracto; se trata más bien de las fuerzas generadoras de la vida lingüística, fuerzas que luchan por sobreponerse a la heteroglosia del lenguaje, fuerzas que unifican y centralizan el pensamiento ideológico-verbal

y crean así, dentro de un lenguaje nacional heteroglota, el núcleo lingüístico firme y estable de un lenguaje literario oficialmente reconocido o bien, defienden un lenguaje ya formado de la presión siempre creciente de la heteroglosia. (Bajtín 1981, 270-271)

Aquí, el término "lenguaje nacional heteroglota" podría parecer descriptivo de la lista de fuerzas disruptivas que ofrece Greenblatt. Bajtín afirma: "Al lado de las fuerzas centrípetas, las fuerzas centrífugas del lenguaje continúan llevando a cabo su trabajo ininterrumpido; al lado de la centralización y unificación verbal-ideológica, el proceso ininterrumpido de descentralización y desunificación continúan adelante" (1981, 272). Si el lenguaje nacional heteroglota de Bajtín, la fuerza centrífuga de los lenguajes nacionales, corresponde a la fuerza disruptiva del lenguaje que describe Greenblatt, entonces resulta fascinante considerar que el proyecto al que invita Greenblatt, en su ensayo de 2001, es perfectamente congruente con el que elaboró Bajtín en 1934: "La lingüística, la estilística y la filosofía del lenguaje, que nacieron y cobraron su forma dentro de la corriente de las tendencias centralizadoras en la vida del lenguaje, han ignorado esta heteroglosia dialogizada que incluye a las fuerzas centrífugas en la vida del lenguaje" (Bajtín 1981, 273). Al igual que Greenblatt, Bajtín escribe en un lenguaje literario altamente centrípeto, pero Bajtín reconoce expresamente las contradicciones que se establecen entre su modo discursivo unitario y su recomendación para el estudio de la heteroglosia.

En este punto cabe preguntar: ¿Los estudios literarios han llegado a cerrar un círculo? ¿Estamos siendo testigos de un cambio hacia un nuevo estudio de la heteroglosia bajtiniana a partir de lo que Greenblatt llama "estudios sobre la movilidad"? Y si es así, ¿sería posible que la obra de Bajtín nos ayude a navegar en la vastedad de este complejo océano intertextual, permitiéndonos, por un lado, ser conscientes de nuestro lenguaje literario centrípeto y, por el otro, ser capaces de identificar y comprender la poética dialógica de los diversos estratos de los sistemas sociolingüísticos? ¿Podría esta comprensión ocurrir tanto en el micro-nivel de la forma interna como en el macro-nivel de las dinámicas formales de la cultura? Y, a propósito de esto, ¿será posible derivar de la filosofía del lenguaje de Bajtín un marco teórico útil para entender las fuerzas disruptivas de "la colonización, el exilio, la migración, el nomadismo, la contaminación y las consecuencias inesperadas a la par de compulsiones violentas como la avaricia, la añoranza y la inquietud" (Greenblatt 2001, 62)? En resumen, ¿es posible formular de manera útil los estudios sobre la movilidad, teniendo como punto de partida el pensamiento dialógico de Bajtín?

Es posible considerar un amplio conjunto de textos creativos cuyos autores, de una forma u otra, han enfocado sus energías artísticas y creativas en la movilidad transnacional, el exilio, la colonización y en una inquietud psíquica general. No pretendo sugerir que todos los escritores que se comprometen con este tipo de asuntos sean aventureros o exiliados, aunque algunos lo son. Aunque Jane Austen era una persona sedentaria que escribía primordialmente sobre personas sedentarias, como lo han señalado críticos que van desde Edward Said hasta Vladimir Nabokov, la esclavitud del Nuevo Mundo pagó las cuentas de Mansfield Park, y esta reflexión puede darnos una lectura más enriquecedora de la complejidad de Austen. Como lo señala Said, la delicada pregunta de Fanny Price respecto a "la trata de esclavos" que permite que se sostenga la mansión podría invitar a una comparación con su propio estado colonizado (Said 2000, 347-367). En términos de Bajtín, la pregunta fuera de lugar que hace Fanny sería una manifestación de heteroglosia: no un acto de rebelión -en el contexto en el que ella plantea su pregunta aparentemente casual-, sino una fisura en la homogeneidad de la representación que hace la novela de un lenguaje social centrípeto y altamente represivo. Es un punto por el que otro discurso entra a la novela, un discurso ajeno y no centrípeto; es decir, un discurso heteroglota. En los términos de la fuerza centrífuga de esta heteroglosia, puede entenderse que esta fisura corresponde a los extraordinarios experimentos formales que hace Austen, en esta novela, con el pensamiento representado desde distintos puntos de vista; así como a su audaz innovación al contrastar distintos niveles lingüísticos de clase social entre Mansfield Park y Portsmouth -en donde Portsmouth es, significativamente, un puerto hacia el Nuevo Mundo sobre el que Fanny se atreve a preguntar-.

Sería difícil negar la conocida afirmación de que el exilio y el auto-exilio alcanzan un estatus especial en el periodo vanguardista de principios del siglo XX. Consideremos, por ejemplo, a los vanguardistas que viajaron a México en busca de la periferia de la cultura metropolitana; en busca de lo que Mary Louise Pratt denomina las "zonas de contacto" entre las distintas culturas. El viaje vanguardista a México era, en general, un modo de auto-exilio que, en palabras de Iain Chambers, es "una forma de buscar pleito con el lugar del que uno proviene" (Chambers 1994, 2). Stephen Crane, D. H. Lawrence, Katherine Anne Porter, Langston Hughes, Antonin Artaud, Malcolm Lowry, Sergei Eisenstein, Luis Buñuel y John Huston tenían pleito con sus metrópolis de origen, pleitos que se expresaban con reflexiones artísticas y fuerza experimental al momento del desconcierto del desplazamiento. Estos escritores y cineastas se destacan por sus importantes representaciones -por imperfectas que seande los mexicanos y de la cultura mexicana; representaciones de la otredad que pocos de los que se aventuran afuera de la metrópoli, hacia los márgenes, son capaces de lograr con tanta destreza, sensibilidad y fuerza.

Estas representaciones interculturales, como textos literarios y cinematográficos exitosos dentro de la cultura metropolitana, se han convertido en lo que Bajtín llamaría "la imagen de un lenguaje"; es decir, la imagen del idioma que es "México" en el lenguaje de la metrópoli. Con esto quiero decir que textos como Bajo el volcán, de Lowry, La serpiente emplumada, de Lawrence, los cuentos mexicanos de Porter y Los olvidados, de Buñuel, han pasado a ser, en la cultura metropolitana, "significantes complejos" del sistema sociolingüístico que es México. De ese modo, y por medio de ellos, algo de México -ya sea distorsionado o apegado a la realidadentra a la intertextualidad y al lenguaje cultural de la metrópoli a modo de heteroglosia: a modo de una fuerza de cambio.

En este sentido espacial, la heteroglosia bajtiniana comparte algo con el concepto de transculturación, que Pratt toma prestado del discurso antropológico y que sirve para explicar con una fuerza contundente la dinámica formal y cultural de estos textos vanguardistas. Estos mismos textos destacan no solo por sus transculturaciones, es decir, su heteroglosia de texto vanguardista, sino también por sus transformaciones lingüísticas, o bien, su heteroglosia literaria. Para los proyectos vanguardistas era indispensable romper con el endurecido formato de la producción literaria desarrollada antes de la Primera Guerra Mundial; y los cineastas como Buñuel y Huston generalmente se desentendían de las desgastadas fórmulas de la narrativa de las tradiciones fílmicas estadounidenses y mexicanas. Semejantes rupturas son un tipo de heteroglosia; son resistencia, en el nivel socio-lingüístico de la práctica literaria, contra la fuerza centrípeta del lenguaje que insiste en los géneros bien definidos y en la adherencia a las normas establecidas.

Joyce, Faulkner, Porter, Kafka, Woolf, Lowry, Lawrence, Buñuel, Eisenstein, Welles, Lang y Huston manifiestan esa fuerza centrífuga de resistencia en sus fusiones lingüísticas, en sus parodias y experimentaciones: en su "modernidad". Los posmodernistas que les siguieron, como Nabokov, Borges, Pynchon, Barthelme, Perec, Fuentes, Sarduy, Carpentier, Cabrera Infante, Lezama Lima, Bolaño, Herzog, Tarantino, Reygadas, Ruiz y Wong también estaban tan claramente sintonizados con esta fuerza centrífuga del lenguaje que, en sus textos y películas, rebasaron por mucho el alcance centrípeto de las representaciones metropolitanas y de las estrategias lingüísticas. En pocas palabras, los dos modos de inconformidad con la fuerza centrípeta del lenguaje, la cultural y la literaria, no son más que dos estratos distintos de la misma dinámica socio-lingüística centrífuga de la heteroglosia.

Si hemos de ampliar el campo de la heteroglosia de esta manera, si hemos de utilizar su marco conceptual para nuevos cometidos, entonces debemos considerar otros niveles de lenguaje social en los que se pueda aplicar. Verbigracia, podemos mencionar que Bajtín no le tenía demasiado aprecio a la poesía, pues la consideraba antitética respecto a la polifonía, ya que privilegiaba una sola voz y ritmo, por encima y en contra de la inclusión ampliamente intertextual de los lenguajes abiertos y vivos que él creía que la novela sí podía capturar. Pero esa idea monológica de la poesía únicamente se aplica en el nivel literario y no explica aquel otro estrato lingüístico de la poesía entendida como práctica cultural. La poeta Delmira Agustini, por ejemplo, podría ser considerada por Bajtín una escritora monológica y no heteroglota, en el nivel literario del lenguaje novelesco; su expresión verbal a través de la poesía lírica representa solo una voz, la de ella, sin representar ninguna polifonía ni dialogismo, por lo menos en la superficie. Pero su voz, en el contexto cultural de la polifonía dialógica de todas las voces poéticas de Uruguay a principio del siglo XX, nos permite tener otra óptica. En este contexto, Agustini puede ser considerada como extremadamente heteroglota, en el nivel de lenguaje poético en sí mismo, vinculado intertextualmente a la estética modernista propuesta por Rubén Darío (máximo poeta vanguardista de su época en las Américas); fue ella la que rompió con todas las formas previas de la poesía. Una otra pregunta, quizás más importante, sería: ¿no podría la obra de Agustini ser considerada como una rebelión violenta, en el nivel socio-lingüístico, en contra de los patrones culturales uruguayos de 1900, que censuraban que las mujeres escribieran poesía erótica? Consideremos el atrevido poder de sus imágenes sexuales:

Inaccesible... Si otra vez mi vida
Cruzas, dando a la tierra removida
Siembra de oro tu verbo fecundo,
Tú curarás la misteriosa herida:
Lirio de muerte, cóndor de vida,
¡Flor de tu beso que perfuma el mundo! (Agustini 2002, 376)

Si mi premisa es correcta, la poesía abiertamente sexual de Agustini puede entenderse como una manifestación profundamente feminista de la fuerza centrífuga del lenguaje, independientemente de que Agustini se considerara a sí misma feminista o no. De esta manera, Agustini logró la centrifugalidad tanto en los estratos culturales del lenguaje como en los literarios. Las ideas de Bajtín, liberadas así de su tendencia exclusiva que privilegia la novela, pueden aportar un modo dialógico de comprender tanto las consideraciones culturales como las formales, ahora opuestas entre sí en el discurso de los estudios literarios.

Vanguardismo como parásito

El hecho de que el vanguardismo europeo llegara a ser el modo literario internacional por excelencia presenta un problema para la visión dialógica bajtiniana sobre la tensión que prevalece entre las tendencias centrípeta y centrífuga del lenguaje. Pues, mientras que una gran cantidad de ejemplos de lo que Bajtín denomina "lenguas unitarias comunes" tienen tendencias centralizadoras extremas, en las que incluso una pequeña desviación fuera del sistema de normas lingüísticas puede constituir una herejía, la norma centrípeta más rígida de los vanguardistas es precisamente su énfasis en la experimentación radical per se. Esto nos lleva a una paradoja en la que, como lo dice sucintamente Caren Kaplan, "los vanguardismos promueven a la vez la innovación y la convención, el cambio y la estabilidad" (Kaplan 1996, 35). Resulta pertinente aquí para la teoría bajtiniana, en lo que concierne a esta conocida paradoja vanguardista, que las fuerzas del cambio en el lenguaje o en las formas literarias no necesariamente son centrífugas. Es decir, la necesidad de un cambio hacia la heteroglosia podría estar codificada dentro de un discurso unitario y tener un tipo de lógica interna. Por otra parte, como el vanguardismo generalmente satisface su necesidad de cambio heteroglota por medio de la transculturación -de la absorción de innovaciones formales y de intertextos narrativos de tradiciones periféricas-, se enriquece y se fortalece incluso al obedecer sus propios imperativos de desviación, experimentación y perversión de sí mismo. Podríamos decir entonces que la ideología centrípeta del vanguardismo reconoce y explota la fuerza de la heteroglosia al apropiarse de la otredad formal y cultural.

Esta aleación inusual de lo centrípeto y lo centrífugo ha sido criticada con frecuencia, en especial por los teóricos poscolonialistas. Susan Sontag describe, por ejemplo, el problemático proyecto de los escritos de Artaud, inspirados por el peyote, sobre los indígenas tarahumara:

Esta nostalgia de un pasado tan ecléctico que se vuelve ilocalizable en términos históricos es una faceta de la sensibilidad vanguardista que, en las últimas décadas, parece cada vez más sospechosa. Es el refinamiento extremo de la visión colonialista, una explotación imaginativa de las culturas no blancas, cuyas vidas simplifica drásticamente además de despojarlas de su sabiduría y parodiarla. (Sontag 1976, XL)

En contraste con esto, cuando uno de los muchos vanguardismos gana terreno en la vida intelectual y artística de las propias culturas periféricas, tiende a otorgar a sus neófitos vanguardistas un fuerte subsidio de capital cultural y vitalidad artística. En México, por ejemplo, se puede pensar en movimientos como el estridentismo y los contemporáneos, o en escritores individuales como Octavio Paz y Juan Rulfo. De este modo, el discurso metropolitano centrípeto, con una lógica interna de experimentación centrífuga, siembra la periferia y comienza de nuevo su ciclo de vida.

Este fenómeno de siembra ha sido descrito por los comparatistas con varias metáforas, que incluyen el canibalismo, el colonialismo y el imperialismo, Aquí me interesa proponer una afirmación alternativa: el vanguardismo es un parásito. Para comprender esta aseveración, voy a valerme de la etimología del término. La palabra parásito proviene del griego parasitos, que literalmente significa 'al lado del grano' y, por lo tanto, metafóricamente se refiere 'al que también come' o 'el compañero de mesa'. El término aparece tardíamente en las lenguas modernas: el Pantagruel de Rabelais estuvo entre los primeros textos en revivir la palabra "parásito" (en una cita de Plauto), después de eso apareció en el Timón de Atenas, de Shakespeare, en el Volpone, de Jonson, en escritos de Marx y Engels (con frecuencia refiriéndolo a usureros y otros capitalistas) y en Mein Kampf, de Hitler (en donde se usa para referirse a los judíos)3. Después apareció como figura fundamental de los escritos sobre deconstrucción de Jacques Derrida y J. Hillis Miller, entre otros4.

Resulta interesante observar el significado histórico del término como el "vividor", en relación a la evolución de su significado biológico como "un animal o planta que vive en o sobre otro organismo (al que técnicamente se le conoce como huésped) y que es de donde obtiene directamente sus nutrientes". En inglés y en español, la palabra "parásito" no se usó para denotar pulgas, sanguijuelas o cosas similares, sino hasta principios del siglo XVIII 5. Los angloparlantes e hispanoparlantes estamos más familiarizados con esta definición biológica del término; por lo general creemos que estamos haciendo uso de un tropo del lenguaje cuando llamamos a alguien "parásito", a pesar de que los usos originales de la palabra fueran exclusivamente para referirse a personas. Esto indica que la denotación del término ha experimentado una especie de odisea semiológica, desde los días de los acólitos griegos; además revela el hecho de que las varias funciones metafóricas son, por sí mismas, parasitarias de la palabra "parásito", y que han sobrevivido y evolucionado exitosamente como resultado de la interpretación repetida y de la representación imitativa6.

En sus escritos de 1982, Michel Serres propone al parásito como una figura post-estructuralista para los seres humanos: "La historia oculta el hecho de que el hombre es el parásito universal, que todos y todo lo que lo rodea es un espacio hospitalario" (1982, 24). Serres entiende el lenguaje y la cultura como un hábitat natural para los seres humanos y argumenta que la relación que mantienen con el hábitat es fundamentalmente parasítica:

El hijo del hombre no vive solo de pan [...] necesita también lenguaje, información y cultura para conformar su medio ambiente, un mundo circundante sin el cual moriría [...] Si el parasitismo en general supone que el huésped sea un mundo circundante [...] [entonces] todos somos parásitos de nuestra[s] lengua[s]". (Serres 1982, 230)

En la concepción de Serres sería posible, por ejemplo, que James Joyce fuera parasítico del idioma y cultura italianos, en Trieste, o Luis Buñuel del idioma y cultura franceses, en París. Sin embargo, el libro de Serres trata primordialmente de filosofía y de la amplia relación que existe entre los seres humanos y su medio ambiente, más que de fenómenos como el vanguardismo o la literatura en sí.

David Cowart aplica la idea del parasitismo directamente al estudio de los textos literarios. En un libro de 1993, argumenta que los términos académicos como influencia e intertextualidad son inadecuados para describir las relaciones de interdependencia entre los textos7 (Cowart 1993). Por lo tanto, toma prestado el léxico de la biología para ayudarse a dar forma y matiz a estas relaciones y, a partir de ellos, identifica tres categorías de interdependencia textual: el parasitismo, en el que el texto posterior se beneficia a "expensas" de la reputación del texto anterior; el mutualismo o simbiosis, en donde ambos textos se benefician; y el comensalismo, en el que el texto nuevo se beneficia, pero no ocasiona ni daño ni beneficio a la reputación del texto anterior. Cowart utiliza estos términos para mostrar que los textos posmodernistas, que son excepcionalmente conscientes de su propia dinámica de intertextualidad, representan un cambio de paradigma que subvierte la forma en que opera la textualidad al momento de hacerse consciente de ella. Como lo dice Robert Kiely:

[Cowart] muestra que, cada vez con más frecuencia, el texto anterior se vuelve un objeto de deconstrucción y de reciclaje irreverente. La alusión, la citación y la imitación, que nunca son actos neutrales, con el tiempo se han vuelto cada vez más subversivos. (Kiely 1994, 916)

No obstante, a pesar de que este modelo biológico de textualidad es una contribución útil, la idea de que lo que en realidad está en juego es la "reputación" del texto parece ser una limitación tremenda. Las nociones absolutas de beneficio o perjuicio, que son esencialmente indisputables para los biólogos, resultan demasiado subjetivas en relación a la reputación de un texto, porque los distintos lectores suelen tener opiniones extremadamente diversas.

Sin duda, Cowart es astuto al enfocarse en los aspectos parasíticos de los textos posmodernistas. El posmodernismo, así como el vanguardismo, es un discurso centrípeto, cuya lógica interna privilegia la experimentación y la apropiación de culturas periféricas, y también ha encontrado tierra fértil en muchas de las culturas periféricas a las que ha llegado. Sin embargo, si el parasitismo ha de servir como un concepto útil para comprender las fuerzas centrífugas disruptivas de las que habla Greenblatt: "la colonización, el exilio, la migración, el nomadismo, la contaminación y las consecuencias inesperadas a la par de compulsiones violentas como la avaricia, la añoranza y la inquietud", entonces debe ser entendido en una forma radicalmente distinta de las concepciones unidireccionales del parasitismo utilizadas por Serres y Cowart. Más que simplemente imaginar a los autores y textos posteriores como parásitos de los textos anteriores, o como parasitarios de sus "medio ambientes" lingüísticos, debemos ahora imaginar que también los primeros autores, textos, lenguajes e ideas parasitan a los textos actuales. Es decir que no solo se trata de que los textos actuales toman su material prestado de los textos anteriores, los parodian, citan, plagian, elogian o desprecian, sino que este tomar prestado sirve simultáneamente a los textos anteriores, en tanto que promueve la renovación de sus vidas.

Los lectores de J. Hillis Miller notarán que esta idea está un tanto "parasitada" por el modelo de parasitismo que él teoriza en su ensayo "The Critic as Host", de 1976:

El poema nuevo necesita y a la vez destruye a sus textos anteriores. Y hace las veces tanto de parásito, al nutrirse displicentemente de su sustancia, como de huésped siniestro que los debilita al invitarlos a su casa, así como el Caballero Verde invita a Gawain. (Miller 1976, 447).

Pero la trabajosa deconstrucción que hace Miller de la relación huésped/parásito se vuelve tan enmarañada, por la jerga y reflexividad teórica con que la aborda, que la enorme fuerza de su propuesta principal se disipa en su propia expresión. No obstante, su concepto de parasitismo, que fue ignorado por Serres y Cowart8, es en definitiva mucho más cercano al que aquí quiero desarrollar. Sin embargo, mientras que Miller está en lo correcto cuando afirma que un texto posterior puede ser parasítico de uno anterior, pierde la ocasión de señalar que un texto anterior también puede ser parasítico de un texto posterior, en cuanto el texto posterior renueva y re-presenta su "sustancia"; seguramente en el modelo de Miller, el texto anterior no puede obtener su sustento de un huésped tan inhospitalario como el Caballero Verde. Cuando más se acerca Miller al reconocimiento del mutualismo o parasitismo bidireccional, en la dinámica de la teoría de intertextualidad, es al decir: "Cualquier poema [...] es parasítico [...] de poemas anteriores o contiene poemas anteriores como parásitos" (1979, 225) [El énfasis es del autor]. Al argumentar que debemos concebir el poema ya sea como parásito de una obra anterior o como parasitado por ella, Miller revela la debilidad fundamental de su caso, una debilidad endémica de la deconstrucción y de otro tipo de propuestas teóricas que se basan en la indeterminación. Él insiste en que las relaciones parasitarias entre los textos deben ser concebidas en un estado de "oscilación indecidible":

[L]a relación que existe en el poema entre una y otra de sus partes, o la relación que tiene el poema con textos anteriores y posteriores a él es una versión de la relación de parásito a huésped. Ejemplifica la oscilación indecidible de esa relación. Es imposible decidir cuál es el elemento parásito; cuál, el huésped; cuál domina o circunda al otro. (Miller 1979, 233)

Dicho de otro modo, ningún tipo de parasitismo simultáneo, mutuo o bidireccional es una posibilidad para Miller, pues la simultaneidad es un concepto tan distinto de la "oscilación indecidible" como la afirmación "A y B" es distinta de "A o B".

Lo anterior confirma otra debilidad de las diferentes metáforas y modelos parasíticos de Miller, así como de la propia teoría deconstruccionista de la "oscilación indecidible": tienden a ser categóricamente negativos. A pesar de que Miller advierte que los parásitos también pueden proveerles algo a sus huéspedes, el énfasis que pone en los aspectos hostiles del parasitismo lo conduce a la conclusión infundada de que un poema nuevo no solo "necesita a los textos anteriores" sino que también "los destruye". Esta aseveración comete un error similar al de Cowart, en cuanto supone que un texto posterior puede tener un efecto medible en un texto anterior, un efecto destructivo que todos los lectores reconocerían. Pero de ninguna manera destruye los textos anteriores, pues incluso las alusiones intertextuales de las invectivas más mordaces enfocan la atención de nuevos lectores en los textos viejos y, por lo tanto, le dan nueva vida a su sustancia ideacional y nuevas oportunidades para replicarse en la biósfera cultural. Desde el punto de vista de la idea, o de un conjunto de ideas como el vanguardismo, el objetivo centrípeto de la auto-perpetuación intertextual depende de parasitar tantos textos y mentes como sea posible en la lucha por la sobrevivencia, por la proliferación en el espacio y en el tiempo.

El parasitismo y el pensamiento biológico de Bajtín

Todas las teorías de parasitismo de las que he hablado aquí se basan en metáforas biológicas, lo que sugiere la posibilidad de complementariedad con las metáforas biológicas de Bajtín. En sus ensayos teóricos sobre la novela, Bajtín usa con cierta frecuencia términos que equiparan el género de la novela a una especie relativamente joven luchando contra otros géneros para sobrevivir:

Entre los géneros que desde hace mucho tiempo están completos y, en parte, ya muertos, la novela es el único género en desarrollo. Es el único género que nació y se nutrió en una nueva era de la historia del mundo y, por lo tanto, está profundamente emparentado con esa era, mientras que los otros géneros mayores entraron a esa nueva era como formas ya fijas, como un legado, y solo hasta ahora se están adaptando, algunos mejor, otros peor, a las nuevas condiciones de su existencia. En comparación con ellos, la novela parece ser una criatura de una especie distinta. No se lleva muy bien con otros géneros. Lucha por su propia hegemonía en la literatura; siempre que triunfa, los otros géneros más viejos decaen. (Holquist citado en Bajtín 1981, 4)

Como lo ha argumentado Michael Holquist, la obra de Bajtín está saturada de esta variedad de "pensamiento biológico". Yo añadiría que sus concepciones de ecología y biología evolucionista, a pesar de no hacerlo explícitamente, parecen moldear muchas de sus formas de expresión y de sus propuestas teóricas. Un ejemplo pertinente es la descripción que hace Bajtín de algo semejante a un parásito conceptual como elemento constitutivo de una "ideología" que representa "una forma particular de ver el mundo". Cuando un personaje novelístico expresa una forma distintiva de ver el mundo, sirve de "ideólogo", y a los elementos constitutivos de esta visión del mundo se les denomina "ideologemas": "la persona que habla en la novela es siempre, en alguna medida, un ideólogo, y sus palabras son siempre ideologemas. Un lenguaje particular en una novela siempre es una forma particular de ver el mundo" (Bajtín 1981, 333). La cercanía de estos conceptos con el de parásito, como un "organismo" intertextual agresivo, puede verse con especial claridad cuando Bajtín habla sobre la transmisión de ideologemas en el habla de todos los días:

En la composición de casi todas las enunciaciones que pronuncia una persona social, desde una respuesta breve en un diálogo casual, hasta grandes obras verbales-ideológicas (literarias, eruditas y otras), se puede identificar un número significativo de palabras de las que, de manera explícita o implícita, se admite que son ajenas y que se transmiten por una variedad de medios. Dentro del ámbito de casi cada enunciación hay una interacción intensa y una lucha que se libra entre las palabras de uno y las de otro, un proceso en el que se oponen o se animan entre ellas dialógicamente. La enunciación así concebida es un organismo considerablemente más complejo y dinámico de lo que parece cuando está construido simplemente como algo que articula la intención de la persona que la pronuncia. (Bajtín 1981, 354-355)

Bajtín repite esta idea en una miríada de formas y contextos, pero la esencia sigue siendo la misma: "en todo momento hay una interacción intensa y una lucha que se libra entre las palabras de uno y las de otro". De ese mismo modo, la lucha por la supervivencia está siempre presente en los movimientos literarios y artísticos de vanguardia (dadaísmo, ultraísmo, surrealismo, futurismo, etc.), conforme compiten por proliferar centrífugamente a través de mares y entre múltiples mentes, parasitándolas.

Heteroglosia espacial y nación

La noción de la transmisión parasítica de los vanguardismos, entre los océanos y las fronteras, promueve preguntas sobre la naturaleza de la conciencia nacional, en un paradigma de intertextualidad espacial. Debido a que Bajtín, así como Erich Auerbach, habla sobre la evolución de las tendencias y de las fuerzas lingüísticas en grandes extensiones geográficas e históricas, es difícil acusarlo de algún tipo de miopía. No obstante, creo que la concepción bajtiniana de lenguaje nacional heteroglota, que traté en la primera parte del presente artículo, habría prosperado si hubiera tenido el beneficio del pequeño libro de Benedict Anderson Comunidades imaginadas. En mi visión, la noción bajtiniana de nación, más bien hueca y deshistorizada, está radicalmente mejorada, de varias formas, por la obra de Anderson. Primero, la idea primordial de Anderson de que la nación moderna es una abstracción creada de forma intersubjetiva que toma la forma de una comunidad imaginada encaja con el concepto bajtiniano de heteroglosia social, como un conjunto intersubjetivo de puntos de vista sobre el mundo:

Todas las lenguas de la heteroglosia, cualquiera que sea el principio que subyace en ellas y que las hace únicas, son puntos de vista específicos sobre el mundo, formas para conceptualizar al mundo en palabras, en visiones del mundo específicas, cada una caracterizada por sus propios objetos, significados y valores. Como tal, todas podrían estar yuxtapuestas entre sí y podrían complementarse la una a la otra, contradecirse entre sí y estar interrelacionadas dialógicamente. Es así como se encuentran entre sí y coexisten en las conciencias de gente real, pero en primer lugar y sobre todo, en la conciencia creadora de la gente que escribe novelas. Por tanto, estas lenguas viven una vida real, luchan y evolucionan en un medio ambiente de heteroglosia. (Bajtín 1981, 293)

Segundo, el concepto bajtiniano de nación parece más o menos sinónimo del concepto de reino dinástico, que Anderson y predecesores como Ernest Renan han entendido como un precursor de la nación moderna, aunque sea distinto a ella. Desde luego, Bajtín pudo haberse sentido impedido para hablar sobre la nación moderna de Occidente, bajo las condiciones en que estaba escribiendo en el régimen soviético, pero eso es una mera conjetura. En cualquier caso, creo que la teoría dialógica de Bajtín, de las fuerzas centrípetas y centrífugas del lenguaje, complementa y es complementada a su vez por la admirable narrativa de Anderson sobre los efectos que causó el "capitalismo impreso" (print-capitalism) en la formación de las conciencias nacionales modernas.

Anderson da tres razones por las que las lenguas de imprenta formaron la base de esta nueva forma de conciencia:

Primero y primordialmente, crean campos unificados de intercambio y comunicación por debajo del latín y por encima de los vernáculos hablados. Los hablantes de la enorme variedad de tipos de francés, inglés o español a quienes les parecería difícil o incluso imposible comprenderse entre ellos en una conversación, se volvieron capaces de entenderse por medio de la letra impresa y el papel. [...] Segundo, el capitalismo impreso le dio una nueva fijeza al lenguaje, que en el largo plazo ayudó a construir esa imagen de antigüedad tan fundamental para la idea subjetiva de nación. [...] Por lo tanto, mientras que el idioma francés del siglo XII difería evidentemente del francés escrito por Villon en el siglo XV, la tasa de cambios disminuyó de forma notable en el siglo XVI [...] las palabras de nuestros antepasados del siglo XVII son accesibles para nosotros de un modo que no lo eran, para Villon, las palabras de sus antepasados del siglo XII. [...] Tercero, el capitalismo impreso creó lenguas de poder de una especie distinta de los vernáculos administrativos anteriores.

Algunos dialectos eran inevitablemente más "cercanos" a las lenguas impresas y dominaron sus formas finales. Sus primos en condiciones menos ventajosas, todavía asimilables a la lengua impresa emergente, perdieron casta, sobre todo, porque fracasaron (o solo fueron parcialmente exitosos) al insistir en su propia forma impresa. (Anderson 1991, 44-45)

Estos tres factores conforman una explicación casi darwiniana de la diferenciación de las conciencias nacionales modernas bajo la presión evolutiva del capitalismo impreso; por lo tanto, con respecto a la formación de lenguas nacionales, Anderson hace una teoría análoga a la de la selección natural de Darwin, que podríamos llamar selección nacional. De ese modo, Anderson hace un recuento historizado y geográficamente específico de por lo menos una instancia del pensamiento biológico de Bajtín sobre las fuerzas lingüísticas en tensión dinámica entre sí, que evolucionan con el tiempo. A pesar de que Bajtín se enfoca en el desarrollo de una forma novelística de conciencia, no establece el vínculo entre ese desarrollo y la emergencia de una nueva forma de comunidad nacional imaginada. Bajtín parece ignorar el triunfo gradual de las lenguas unitarias centrípetas, entre los muchos dialectos centrífugos de heteroglosia que compiten y que fueron afectados por el capitalismo impreso luego del advenimiento de la imprenta de Gutenberg. A pesar de que, como lo ha argumentado Ann Banfield, el lenguaje escrito posee una "calidad abstracta" que no tiene el lenguaje hablado, dado que la ortografía fija de la cultura impresa generalmente no refleja las diferencias dialectales de pronunciación (véase Banfield 1981), Anderson muestra de manera convincente que las modificaciones intertextuales lentamente unificadoras que el capitalismo impreso hizo surgir incluso en los dialectos hablados, desempeñaron un papel muy importante en la formación de una nueva forma de conciencia de nación en Europa.

También dije que el paradigma bajtiniano de "lenguaje nacional heteroglota" complementa el de Anderson. Si el advenimiento del capitalismo impreso y el surgimiento de la conciencia de nación como una nueva forma de comunidad imaginada representan por lo menos un triunfo aleatorio de las formas centrípetas sobre las formas centrífugas del lenguaje, es muy útil recordar que, a pesar de esa victoria, la heteroglosia en todos sus niveles continúa siendo el "medio ambiente" interactivo que describe Anderson de la conciencia nacional que va estabilizándose gradualmente. En palabras de Bajtín:

[L]as fuerzas centrípetas en la vida del lenguaje, incluidas en un "lenguaje unitario", funcionan desde la heteroglosia. En cualquier momento dado de esta evolución, el lenguaje está estratificado no solo en dialectos lingüísticos en el sentido estricto de la palabra (conforme a los hacedores de lingüística formal, en especial de la fonética), sino también -y para nosotros este es el punto centralen lenguajes que son socio-ideológicos: los lenguajes de grupos sociales, los lenguajes "profesionales" y "genéricos", los lenguajes de generaciones, y así sucesivamente. [...] Una vez efectuadas la estratificación y la heteroglosia, no solo son una constante estática de la vida lingüística, sino lo que asegura su dinámica: la estratificación y la heteroglosia se amplían y profundizan siempre y cuando el lenguaje esté vivo y en desarrollo. (Bajtín 1981, 272-273)

Concebir la heteroglosia como una "constante de la vida lingüística" en tensión dinámica con el factor de tendencias lingüísticas centralizadoras, y en el contexto histórico y geográficamente específico del ascenso de la conciencia nacional, le añade una dimensión crucial a la narrativa de Anderson. Como lo explica Pratt, "Anderson ha discutido de manera intrigante que, a diferencia del típico análisis difusionista, el modelo de la nación moderna fue mayormente probado en América e importado a Europa durante el siglo XIX" (Pratt 1992, 140). Ahora consideremos lo siguiente: cuando la metáfora de Bajtín sobre la tensión entre las fuerzas centrípetas y centrífugas del lenguaje se analiza en términos históricos y geográficos, es posible entender que se corresponde con metrópoli y margen, centro y periferia, imperialismo y resistencia. Una vez enmarcado de esta forma, el argumento de Anderson respecto a que la forma moderna de conciencia nacional evolucionó no en la metrópoli, sino en los márgenes, en la periferia, en la "zona de contacto" de resistencia, puede entenderse como un ejemplo admirable de la fuerza generadora y centrífuga del lenguaje nacional heteroglota teorizado por Bajtín.

Para resumir, una vez que hemos deducido y comprendido los conceptos bajtinianos de fuerzas centrípetas y centrífugas en el reino del tiempo y el espacio, de la historia y la geografía, por medio del concepto de la formación de conciencia nacional, podemos hacer que este modelo teórico refiera preguntas respecto a la centrifugalidad vanguardista. Lo primero que se vuelve claro es que no estamos hablando de culturas, lenguajes nacionales o individuos, como entidades u organismos "enraizados". Son más bien como parásitos móviles que tienen el potencial para viajar constantemente en busca de nuevos huéspedes. Por lo tanto, el viaje se convierte en un importante concepto guía. En palabras de James Clifford:

Si repensamos la cultura [...] en términos de viaje, entonces la inclinación orgánica y naturalizante del término cultura -entendida como un cuerpo enraizado que crece, vive, muere, etc. se pone en duda. Las historicidades construidas y disputadas, los sitios de desplazamiento, la interferencia y la interacción aparecen más claramente a la vista. (Clifford 1992, 101)

Tales sitios se corresponden con una heteroglosia espacial, zonas de contacto que cambian a las propias culturas o naciones que las cuestionan o alteran dialógicamente. Y sin embargo, quizás recuperemos el "pensamiento biológico" de Bajtín al entender fenómenos culturales como la conciencia nacional y el vanguardismo, no como organismos enraizados, sino como una especie de enjambre o nube contagiosa de parásitos que gira alrededor del mundo, replicándose.

Agradecimientos

Agradezco la gran labor de traducción realizada por Ileana Villareal, sin cuya ayuda la publicación de este ensayo no hubiera sido posible. También agradezco los comentarios de los árbitros de esta revista, los cuales me ayudaron mucho.


1 La traducción de esta y todas las citas del artículo son del autor.

2 Cf. "Traveling Cultures", de Clifford (1992), Questions of Travel, de Kaplan(1996), Migrancy, Culture, Identity, de Chambers (1994), Through other Continents, de Dimock (2006), Modernity at Large, de Appadurai (1996) y The Political Unconscious, de Jameson (1981).

3 Para mayor información, véase Chang 2003, 1-2.

4 Véase "Logic of the parasite", de Jacques Derrida, en Of Grammatology (1976, 54); y "The Critic as Host", de J. Hillis Miller, en Deconstruction and Criticism,(1979, 217-253).

5 Oxford English Dictionary, s.v. "parasite".

6 Los lectores familiarizados con las ideas de Richard Dawkins pueden reconocer aquí algo semejante a la teoría de los memes que él propone en The Selfish Gene, (1976, 206); sin embargo, su teoría de memes y versiones posteriores de ella resultan instrumentos relativamente obtusos, pues no dan cuenta de fenómenos tan primordiales como la interpretación, la traducción y la representación creativa en la transmisión ideacional.

7 Por sorprendente que sea, Cowart no hace referencia al libro de Serres.

8 Han-Liang Chang especula que Serres no había leído el ensayo de Miller (véase Chang 2003, 31-32).


Obras citadas

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