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Literatura: Teoría, Historia, Crítica

versão impressa ISSN 0123-5931

Lit. teor. hist. crit. vol.20 no.2 Bogotá jul./dez. 2018

https://doi.org/10.15446/lthc.v20n2.70547 

Traducciones

Francia e Hidra, 1974: inmersión en el estado de emergencia*

William Spanos1 

1 Binghamton University, Binghamton, Nueva York


RESUMEN

Este ensayo es un capítulo de una obra autobiográfica inconclusa, Arrojado: buscando una vocación intelectual en el vacío (Thrown: Searching in the Void for an Intellectual Vocation), que, como sugiere el título, describe una coyuntura de mi pasado que contribuyó de manera crucial a la orientación de la obra crítico-literaria de mi madurez intelectual. Se trata de un período de 1974 en el que, luego de haber pasado un año en Lyon, Francia, escribiendo un libro sobre la hermenéutica destructiva de Martin Heidegger (Destruktion), yo, mi esposa y mis tres hijos decidimos visitar a un amigo y a su compañera en la isla de Hidra, en el mar Egeo, por invitación suya. A pesar de que la junta militar que había tomado el poder en Grecia en 1969 aún estaba en el gobierno, aceptamos la invitación. Durante esta breve visita, luego de un golpe orquestado por la junta militar griega en contra del presidente de Chipre, con el que se buscaba anexar la isla a Grecia, el ejército turco invadió Chipre. Como resultado, se declaró un estado de emergencia en Grecia, que terminó implicando nuestra familia, pues yo estaba sujeto a una posible conscripción por parte del ejército griego, ya que soy ciudadano norteamericano de ascendencia griega. Fue a consecuencia de este contexto volátil que comencé a percibir el lado negativo del sistema del estado nación occidental y a orientar mis estudios críticos hacia una forma diferente de polis, organizada según una lógica no identitaria de la pertenencia.

Palabras clave: coyuntura; estado de excepción; estado nación; lógica binaria de la pertenencia

Pero cuando el peligro prevalece en el modo de la estructura de emplazamiento [Gestell], entonces el peligro es supremo. Se nos muestra en dos perspectivas. Desde el momento en que lo no oculto aborda al hombre, no ya siquiera como objeto sino exclusivamente como reserva disponible [Bestand], y desde el momento en que el hombre, dentro de los límites de lo no objetual, es ya solo el solicitador de reservas disponibles, entonces el hombre anda al borde de despeñarse, de precipitarse allí donde él mismo va a ser tomado solo como reserva disponible.

Martin Heidegger, "La pregunta por la técnica"1

EN LA PRIMAVERA DE 1974, Peggy Spanos, en ese entonces estudiante de doctorado en el Departamento de Literatura Comparada de SUNY-Binghamton, obtuvo una beca de un año por parte del Gobierno francés para investigar sobre la obra del gran poeta lionés Maurice Scève. Ese año, William estaba tomando su sabático, y había decidido emprender el estudio, por largo tiempo postergado, sobre el pensamiento de Martin Heiddeger, que se habría de concentrar en la hermenéutica destructiva de Ser y tiempo, en el contexto liminar de la indiscriminada "guerra de desgaste" que los Estados Unidos, que habían reemplazado a Francia en su tarea colonial, habían desencadenado en contra de Vietnam.

Antes de que la familia se embarcara en el U. S. S. United States para atravesar el Atlántico, William y Peggy habían reservado una camioneta Peugeot que recogerían al desembarcar. Al arribar al puerto de El Havre en Normandía (un lugar marcado para William por el recuerdo doloroso de su cruce del Canal de la Mancha, cuando era un joven soldado que se dirigía hacia la temida zona de combate en el bosque de las Ardenas en diciembre de 1944) recogieron inmediatamente el automóvil y, luego de una noche en la ciudad portuaria, comenzaron el largo pero lento y encantador viaje a través de Francia hacia Lyon, en la desembocadura de los ríos Ródano y Saona. Lyon les pareció, a Peggy y William, culturalmente muy distinta al este de Francia, particularmente Normandía. Después de un tiempo, encontraron un apartamento en las alturas de la meseta que bordea la orilla este del Ródano y que descuella sobre la ciudad. Luego de matricular a sus tres hijos preadolescentes, Maria, Stephania y Aristides, en la escuela local, comenzaron su año académico. Decidida a terminar su doctorado, Peggy comenzó un régimen de estudio riguroso acerca de la poesía de Maurice Scève. William, muy preocupado por la Guerra de Vietnam y al darse cuenta de la gravedad del hecho de que Estados Unidos hubiera desencadenado una guerra de desgaste indiscriminada y no declarada (cuya medida del éxito era el número de muertos) y que esta guerra era una consecuencia inevitable de su ontología de frontera, perenne y fuertemente arraigada, comenzó un estudio intenso de la destrucción de las tradiciones ontoteológicas occidentales que llevó a cabo Martin Heidegger.

Ese año académico en Lyon no fue solo una experiencia placentera para la familia Spanos. Viajaron mucho y disfrutaron las visitas que hicieron a Provenza y Languedoc en el sur, en las que las huellas de la conquista romana eran especialmente visibles y resonantes. Para William, sin embargo, preocupado por el esfuerzo estadounidense para crear una nación subordinada en el sudeste asiático, resultaba fascinante el sur de Francia, particularmente del Languedoc. En esta región, en la que los vestigios de un mundo plural que precedió al del estado nación eran visibles por todas partes, William percibió destellos de la volátil historia que testimoniaba su inclusión en Francia después del Tratado de Westfalia, en la era de Luis XVI, o, para poner esta aseveración en términos contrapuntísticos, percibió destellos de la violencia endémica a un proyecto de construcción del estado nación. Fue, sin duda alguna, durante aquellos viajes al Languedoc que William cayó en cuenta, por primera vez, de que el estado nación, a pesar de la etimología de la palabra, no era natural, sino un constructo deliberado que se logra a través de la violencia. De esta forma, comenzó a concebir el sistema del estado nación como un problema intrínseco a la lógica binaria occidental del pensamiento meta ta physica.

Los meses que la familia Spanos pasó en Francia aquel año fueron agradables y fructíferos. Pero, a pesar de que ese tiempo fue muy productivo, no fue el más determinante a la hora de definir la vocación intelectual de William. Dicho momento llegó luego del año académico, cuando fueron invitados por Nikos Germanakos, un amigo chipriota de William, a la isla de Hidra, una de las islas Sarónicas, en donde estaba pasando sus vacaciones con su esposa, la brillante y joven novelista Margarita Karapanou, hija de la renombrada escritora griega Margarita Limberaki. A pesar de los recuerdos del año que habían pasado gracias a una beca Fulbright en la Universidad de Atenas, un año lleno de ansiedad, y a pesar de que la junta militar aún estaba en el poder, William y Peggy, que tenían muchas ganas de reunirse con Nikos, decidieron aceptar la invitación.

Condujeron la camioneta Peugeot hacia el sur, hasta la costa de la Riviera; bajaron por la bota italiana hasta Nápoles y cruzaron la península hasta el puerto de Brindisi, donde abordaron un barco turístico griego que los llevó a través del Adriático hasta la costa de Grecia. Desde ahí, cruzaron el Peloponeso, en una ruta paralela al golfo de Corinto hasta Atenas. Allí se quedaron unos días en el apartamento de Nikos, siguiendo una sugerencia suya, para recuperarse del largo y enervante viaje antes de abordar el ferry que los llevaría a la isla de Hidra. Durante aquellos días, la familia Spanos, deseosa de volver a algunos sitios de Atenas, interesantes y culturalmente contradictorios tanto en términos históricos como locales -que habían conocido en 1970 durante el año en que William obtuvo la beca Fulbright-, visitó la Acrópolis, el Museo Arqueológico Nacional de Atenas, el anfiteatro griego de Eleusis, el Museo Benaki y el monasterio de Dafni, construido deliberadamente sobre el sitio donde estuvo el antiguo santuario de Apolo durante el siglo sexto d. C. y que contiene algunos de los mosaicos más imponentes de la era bizantina. También visitaron el barrio suburbano de Marrousi, en el que habían vivido durante su estancia anterior. Una vez más, como le había sucedido durante su primera estancia en Grecia, a William le impresionó la sugestiva ambigüedad cultural y geopolítica del pequeño país, situado entre Europa y el Oriente. La compleja historia de Grecia y las preguntas de por qué la Grecia moderna se había convertido en la sierva perpetua de Occidente y era, en ese entonces, una dictadura apoyada por los Estados Unidos, y de por qué no se identificaba a sí misma como un espacio geográfico, cultural y político entre dos espacios, y a su gente como los precursores de una política que convirtiera en inoperante la mortal división binaria, le obsesionaban.

Pero el motivo de esta segunda visita a Grecia no era una cuestión política; se trataba de que la familia se recuperara de un largo e intenso año de estudio en Francia: Peggy de su estudio sobre Scève, William del suyo sobre Heidegger, y los tres niños de aprender francés. De manera que, con mucha emoción, una semana luego de arribar a Atenas, a mediados de julio de 1974, la familia abordó un ferry en el puerto de Pireo para hacer el corto viaje a Hidra, donde, en compañía de Nikos Germanakos y de Margarita Karapanou, disfrutarían de la cultura de la isla, las aguas que la rodeaban, su comida local y, además, de la lejanía de la junta militar.

Estas agradables expectativas se intensificaron cuando avistaron la isla desde la proa del barco en el momento en el que atracaba en el muelle. Desde aquel punto, los edificios de concreto del pueblo, casi todos pintados de azul y blanco, se parecían asombrosamente al anfiteatro de Epidauro, ya que descendían desde una gran altura hacia el puerto semicircular del que partían y llegaban botes multicolores. Al atracar el barco, desembarcaron sus pasajeros. Los Spanos fueron recibidos por Nikos y Margarita y, luego de recoger su automóvil, subieron por la ladera de la montaña hasta lo alto del anfiteatro, donde vivían sus anfitriones.

Los días siguientes, en los que intercambiaron nuevas con Nikos y conocieron mejor a Margarita, fueron tan agradables y tranquilos como había esperado la familia Spanos. Esto fue especialmente cierto para William, pues la nueva tranquilidad venía acompañada por la creencia de Nikos y Margarita de que la junta militar estaba en sus últimas. Fue una verdadera alegría contemplar el puerto, en el que los dueños de los botes descargaban fruta, verdura y carne y cargaban los productos de la isla, sobre todo pescado y cerámica, para exportarlos a tierra firme.

En la tarde del cuarto o quinto día, sin embargo, esta escena eufórica se convirtió en una pesadilla. El 15 de julio se anunció la invasión del ejército turco a Chipre, como consecuencia de un golpe de estado por parte del ultra nacionalista griego Nikos Sampson, que reemplazó al presidente de Chipre, el arzobispo Makarios III. Era evidente que el golpe de estado había sido orquestado por la junta militar de Atenas, que buscaba aumentar su fuerza al anexarse esta estratégica isla del Mediterráneo. Las luces de Hidra se apagaron y se declaró un estado de emergencia. La movilización para una guerra entre Grecia y Turquía era inminente.

Luego de una larga deliberación y de que Nikos les recordara que los ciudadanos de ascendencia griega, sin distingo de su nacionalidad oficial, eran considerados también ciudadanos griegos y, por lo tanto, podían ser reclutados por el Ejército, William y Peggy decidieron regresar lo más pronto posible a Atenas para que la Embajada de Estados Unidos los ayudara a irse de Grecia. Aquella noche la familia fue en su Peugeot hasta el puerto, lleno de gente y a oscuras, y, luego de despedirse con inquietud de sus amables anfitriones, abordaron un ferry hacia Atenas, lleno de atenienses y de turistas extranjeros.

Al llegar al puerto de Pireo también lo encontraron a oscuras. Se montaron en su carro y condujeron hacia el norte, hacia Atenas, con la idea de alojarse en el apartamento de Nikos y de llamar desde ahí a la embajada de Estados Unidos para pedir consejo. Atenas también estaba totalmente a oscuras y en medio del caos. La gente, más o menos desconcertada por los acontecimientos, recorría las calles al azar, buscando desesperadamente noticias de la respuesta del Gobierno a la invasión turca y temiendo un bombardeo de la ciudad por parte de la fuerza aérea turca. William y Peggy, conscientes del trauma que estaban sufriendo los niños, trataron de calmarlos con la promesa de que pronto dejarían ese mundo aterrador e ignorante.

Al llegar, luego de lo que pareció una eternidad, al apartamento de Nikos, William intentó llamar a la embajada norteamericana, pero todas las líneas estaban ocupadas. Persistió durante las siguientes dos horas y al final, cuando estaba a punto de darse por vencido, su llamada fue atendida por una voz oficial, claramente impaciente. William le explicó, de manera breve y sucinta, su situación, y su interlocutor le informó que no había nada que la Embajada pudiera hacer, excepto verificar su hipótesis de que, como ciudadano estadounidense que también era parte de una familia griega, era considerado un ciudadano griego por parte de las autoridades griegas y, por lo tanto, podía ser conscripto. Al final de esta conversación, terriblemente oficial, el vocero de la Embajada le aconsejó a William sacar a su familia de Grecia lo más pronto posible.

Luego de una deliberación, Peggy y William decidieron que la mejor opción para su familia refugiada era alejarse lo más pronto posible de una Atenas que quizá era peligrosa e intentar escapar del país. Esto implicaba manejar hacia el sur, hasta Corinto, y luego atravesar el Peloponeso hasta Patras, en la costa del Adriático, donde quizá podrían abordar un ferry que los llevara a Italia. Después de la llamada de William a la Embajada, montaron de nuevo en su camioneta y comenzaron el viaje hacia Patras. Después de un viaje silencioso y difícil de unas tres o cuatro horas, en el que solo se escuchaban de vez en cuando los ánimos que Peggy o William les daban a los niños insistiendo en que todo iba a salir bien, llegaron al puerto de Patras, donde, para su consternación, encontraron muchísimos automóviles, en fila frente a un retén, a la espera de la autorización para salir de Grecia. Esperaron en el carro dos largas horas antes de que fuera su turno en el puesto de interrogación.

Finalmente, uno de los oficiales le indicó a William que entrara en la pequeña oficina con los pasaportes de toda la familia. Al entrar, William encontró a un oficial sentado detrás de un escritorio y, colgado en la pared, un retrato del coronel Papadopoulos que era, en ese tiempo, dirigente de la junta militar. El retrato parecía mirar con ojos de acero todo lo que sucedía en la oficina. En ese momento, lo que había sido un cúmulo de incertidumbres ansiosas se fusionó en la mente de William y se convirtió en una realidad de una claridad absoluta, aterradora. Se dio cuenta de que él y su familia, atrapados en medio del caos causado por la invasión turca a Chipre, estaban inmersos en un estado policial en el que, bajo la excusa de una emergencia, el estado de excepción se había convertido en la regla. En estas rígidas condiciones, los derechos humanos que hasta entonces habían protegido su vida y la de su familia de decisiones arbitrarias ya no tenían validez. Se habían convertido en "reserva disponible", como había señalado Heidegger a propósito de la condición general de Occidente en el punto límite de la Modernidad. Para William, caer en cuenta de esto implicaba, sobre todo, la conciencia de que, a pesar de ser un ciudadano estadounidense, la posibilidad de ser conscripto por el Ejército griego no podía ser tachada de melodramática, sino que era algo que muy probablemente podía convertirse en realidad. William había experimentado las horribles consecuencias psicológicas de este estado de emergencia normalizado en 1970, durante su año de beca Fulbright en la Universidad de Atenas. Pero en ese tiempo se había concentrado ante todo en la perturbadora ironía de que su gobierno apoyaba el régimen militar griego. Ahora, sin embargo, bajo la mirada del coronel Papadopoulos en esa estrecha oficina, y con Peggy y los tres niños sentados en el automóvil justo fuera de ella, la idea de la normalización del estado excepcional de emergencia y sus horribles implicaciones sobre el cuerpo humano ocuparon su afligida mente.

Luego de que William se sentara, el oficial a cargo le hizo algunas preguntas de rutina acerca de su pasaporte y los de su familia, y las razones por las cuales habían viajado a Grecia y estaban tratando de salir del país. Pero cuando el oficial vio el nombre "Spanos", un nombre griego, su desgano se convirtió en un agudo interés.

Alzando la mirada, el oficial dijo en un inglés vacilante: "De manera que, señor Spanos, usted es griego. ¿Habla nuestro idioma?".

William, muy consciente del terreno movedizo sobre el que estaba caminando, respondió: "Soy un ciudadano estadounidense de ascendencia griega". Y, mintiendo, añadió: "No hablo griego. Lo hablé cuando niño, pero lo usé rara vez cuando fui a la escuela y poco a poco fui olvidando lo poco que había aprendido".

"¿De manera que sus hijos tampoco hablan griego?", preguntó el oficial.

"No", replicó William, diciendo la verdad. "Ellos no hablan griego".

El oficial sacudió la cabeza con aparente incredulidad y añadió: "Usted debería avergonzarse de no preservar la antigua herencia de nuestro noble país".

Aún sacudiendo la cabeza, tomó un cuaderno que estaba sobre el escritorio y comenzó a buscar el nombre "Spanos" en sus archivos. Eventualmente, hizo una pausa, y pareció examinar uno de los nombres anotados en el cuaderno de forma más intensa. Luego de lo que le pareció a William una eternidad, el oficial, aún en silencio, levantó la mirada y la fijó en la cara, aparentemente inexpresiva, de la persona sentada del otro lado del escritorio. Justo en ese momento traumático, William recordó cómo se había hecho notar por la Policía de Seguridad cuando Rita Pippinopolou había sido encarcelada en 1970 y se imaginó lo peor. Pero lo peor no sucedió. En lugar de ello, el oficial, sin añadir ningún comentario y volviendo a su expresión inicial de desinterés rutinario, selló el pasaporte de William y le informó que el barco, que estaba atracado en el puerto justo detrás de la oficina, comenzaría a recibir carga y pasajeros en un par de horas para hacer el viaje hasta Ancona, Italia, en la costa del Adriático, y que él y su familia, luego de tener sellados sus pasaportes, podrían abordarlo sin ningún impedimento. William se sintió muy aliviado ante este giro de los acontecimientos, pero las condiciones políticas que habían hecho de la estancia en Grecia una pesadilla viviente para él y su familia permanecieron grabadas en su conciencia de forma indeleble. Las consecuencias deshumanizadoras de la normalización del estado excepcional de emergencia se convirtieron en uno de los temas fundamentales de su búsqueda de una vocación intelectual.

Al llegar a Ancona, la familia Spanos, muy aliviada, pasó varios días descansando en una playa de la costa del Adriático. Durante esos días escucharon, con gran alegría, que la junta militar griega había caído y que el pueblo griego había sido liberado de su implacable dominio de varias décadas. También se enteraron de que el golpe en contra del arzobispo Makarios, el presidente de Chipre, había sido orquestado por la junta. Después de recuperarse de las incertidumbres, enervantes y aterradoras, de las últimas semanas y al disfrutar de la subsiguiente euforia, decidieron, irracionalmente sin duda alguna, volver a Atenas para celebrar el fin de la larga y agotadora tiranía del régimen militar. Condujeron hacia el sur, a lo largo de la costa del Adriático, hasta Brindisi y abordaron un barco que los llevó hasta Patras. Una vez más en Grecia, encontraron un pueblo que, a pesar de la ocupación turca en el norte de Chipre, estaba jubiloso debido al giro de los acontecimientos, que había hecho su vida vivible de nuevo.

Para la familia Spanos, un síntoma muy diciente del júbilo que la caída de la junta había traído consigo fue el hecho de que en todas partes se escuchaba la música de Mikis Theodorakis, el gran compositor y escritor de canciones marxista, que había sido detenido por la junta y cuyas obras habían sido prohibidas. En este contexto fue especialmente significativa para William, que había comenzado a amar la música de Theodorakis cuando enseñaba en la Universidad de Atenas en 1970 (a menudo la escuchó en el apartamento de uno de sus estudiantes, que la tocaba desafiante, a veces con la ventana abierta), la "Balada de Mauthausen", la secuencia de conmovedores poemas escritos por Iakovos Kambanellis, un sobreviviente del campo de concentración de Mauthausen y para los que Theodorakis había compuesto música. También era muy significativo el ciclo "Romiosine", una selección de poemas líricos de la gran secuencia de poemas sobre la tierra griega, que el poeta marxista griego Yannis Ritsos había escrito durante la Guerra Civil Griega (1946-1949), que Theodorakis también había musicalizado y que eran cantados por la inimitable Maria Fantatouri:

Y he aquí los que suben y bajan por la escalinata de Nauplia cargando sus pipas con el tabaco picado de la noche, con sus bigotes de tomillo helénico espolvoreado de astros y con sus dientes de raíz de pino clavada en la roca y la sal del Egeo.

Entraron al hierro y al fuego, conversaron con las piedras, ofrecieron vino a la muerte en la calavera de sus abuelos, encontraron a Digenís en las mismas eras y se sentaron a comer cortando el dolor en dos como cortaban sobre las rodillas el pan redondo.2

A su llegada a Atenas y luego de alojarse en un hotel cercano, la familia Spanos fue hasta el apartamento de Nikos, a donde había regresado con Margarita, para contarle de su llegada. Nikos y Margarita estaban muy sorprendidos, pero les dieron una gran bienvenida. Y durante los días siguientes, ambas familias recomenzaron su amistad donde la habían dejado, más o menos un mes antes, en la isla de Hidra. El tema predominante de su conversación, luego de contarse mutuamente los eventos traumáticos que experimentaron después de la huida de la familia Spanos de la isla, era la normalización del estado de emergencia, que los había convertido en exiliados en la ciudad. Durante estas conversaciones, William, que había experimentado tanto los terribles efectos psicológicos de la lógica amigo-enemigo, típica del sentimiento de pertenencia nacional y endémico a la Modernidad, como sus consecuencias deshumanizadoras, recordó un pasaje del ensayo de Heidegger, "La pregunta por la técnica", que le había interesado mucho, pero que, durante el año anterior en Lyon, mientras leía sobre el Tratado de Westfalia que había iniciado la existencia del estado nación, había considerado algo inadecuado. Se trata de una de las citas centrales del ensayo (y el epígrafe de este texto) en la que Heidegger caracteriza la época moderna, patrocinada por un "encuadre" tecnológico, como una época que amenaza reducir la misma especie humana a una reserva disponible.

Lo que William aprendió del trauma que él y su familia sufrieron aquel verano en Grecia implicaba una extensión radical, o una diferencia, de la funesta advertencia de Heidegger: que la causa de esta deshumanización de la humanidad moderna era tanto un asunto que atañe a la lógica de pertenencia al estado nación como una consecuencia de la tecnología. Pues, como había comenzado a pensar durante aquel breve pero azaroso y memorable tiempo, la guerra perpetua es inherente a esta lógica del amigo-enemigo y, a su vez, el estado perpetuo de emergencia que reduce la vida humana a una reserva disponible es intrínseca a la guerra.

Durante esa época, a finales de 1974, el movimiento de protesta en contra de la guerra que Estados Unidos estaba llevando a cabo en Vietnam y que ya duraba una década había alcanzado un punto alto, y el Gobierno norteamericano estaba tratando de evitar una derrota, inminente e ignominiosa, a manos de un oponente militar mucho más débil. Para William, que había experimentado una situación extrema, volátil y muy semejante, la situación en los Estados Unidos también parecía un punto liminar y entre dos aguas, de la lógica de la frontera que había sido la preponderante en el país desde el comienzo de su historia. Luego de su regreso a los Estados Unidos, la exploración de las implicaciones polivalentes de este momento de iluminación intelectual en Grecia, sobre la precaria condición de la vida humana bajo la égida del estado nación se convirtió en el tema más importante de su pensamiento y su trabajo académico.

* France and Hydra, 1974: Immersion in the State of Emergency". Traducción de Patricia Trujillo, revisada por William Díaz Villarreal [N. de los E.].

1Tomado de Conferencias y artículos. Traducción de Eustaquio Barjau. Barcelona, Ediciones del Serbal, 1994. Traducción modificada [N. de la T.].

2Tomado de Ritsos, Yannis. Romiosini y otros poemas. Traducido por Horacio Castillo, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1988 [N. de la T.].

Sobre el autor

William V. Spanos (1924-2017) fue profesor de inglés y literatura comparada en la Universidad de Binghamton en Nueva York. Entre sus libros se destacan Repetitions: the Postmodern Occasion in Literature and Culture (1987), Heidegger and Criticism: Retrieving the Cultural Politics of Destruction (1993), America's Shadow: An Anatomy of Empire (1999), y The Legacy of Edward W. Said (2009). Fue el editor fundador de boundary 2, revista de teoría, crítica y literatura posmodernas. El texto que presentamos aquí hace parte de un proyecto en el que Spanos estaba trabajando durante los últimos años y que continúa en cierto modo las memorias de su último libro, In the Neighborhood of Zero: A World War II Memoir (2010).

Sobre la traductora

Patricia Trujillo es maestra en Lenguas, Literaturas y Pensamiento Europeo por la Queen Mary and Westfield College de la Universidad de Londres y doctora en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Autónoma de Barcelona. Es profesora del Departamento de Literatura de la Universidad Nacional de Colombia.

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