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Revista de Estudios Sociales

Print version ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.53 Bogotá July/Sep. 2015

https://doi.org/10.7440/res53.2015.12 

Narrativas femeninas del conflicto armado y la violencia política en Colombia: contar para rehacerse*

Martha Cecilia Herrera**, Carol Pertuz Bedoya***

** Doctora en Filosofía e Historia de la Educación por la Universidad de Estadual de Campinas (Brasil). Docente investigadora de la Universidad Pedagógica Nacional (Colombia) y Fundadora del grupo de investigación "Educación y Cultura Política". Ha publicado recientemente: En las canteras de Clío y Mnemosine: apuntes historiográficos sobre el Grupo Memoria Histórica (en coautoría con José Gabriel Cristancho). Historia Crítica 50 (2013): 183-210, y Formación política en el tiempo presente: ecologías violentas y pedagogía de la memoria (en coautoría con Gerardo Vélez Villafañe). Revista Nómadas 41 (2014): 149-165. Correo electrónico: malaquita10@gmail.com

*** Licenciada en Psicología y Pedagogía de la Universidad Pedagógica Nacional (Colombia). Miembro del grupo de investigación "Educación y Cultura Política". Ha publicado recientemente: Hallazgos, encuentros y desencuentros: el artículo científico en los ejercicios de investigación de futuros docentes (en coautoría con Lilia Cañón y Carolina Rodríguez). Madrid: Editorial Académica Española, 2012, y Formación universitaria de docentes: entre esquemas y estrategias, los textos de síntesis y de síntesis-análisis en la construcción de proyectos de grado (en coautoría con Lilia Cañón). En Educación y Cultura: retos del nuevo siglo en Latinoamérica. Cartagena: Rude colombia, 2012. Correo electrónico: carolpertuz@gmail.com

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res53.2015.12


RESUMEN

Este artículo plantea las posibilidades reflexivas en torno al conflicto armado y la violencia política en Colombia a partir de la recuperación de las voces de un sector excluido de la historia oficial: las mujeres. Constituye, así, una mirada hacia las voces femeninas, cuyo punto de partida se centra en un recorrido por algunas de las características que varios acontecimientos históricos han impreso en el rol femenino en escenarios tanto políticos como cotidianos. Asimismo, se remite a algunas de las narrativas de las mujeres protagonistas del conflicto político en la historia reciente del país, de manera particular, las de excombatientes de organizaciones insurgentes, para auscultar aspectos de la configuración de sus subjetividades y la constitución de memorias.

PALABRAS CLAVE

Narrativas femeninas, violencia política, subjetividades, memorias.


Female Narratives of Armed Conflict and Political Violence in Colombia: Telling in Order to Begin Anew

ABSTRACT

This article poses interesting possibilities for reflecting on the armed conflict and political violence in Colombia through recovering the voices of a sector that has been excluded from the official history: women. It thus constitutes a look into the voices of women, the starting point of which is centered on a review of some of the features that certain historic events have imprinted on the role of women in political as well as everyday scenarios. Furthermore, it refers to the narratives of some women who have been protagonists in the country's recent history of political conflict (particularly ex-combatants from insurgent organizations) in order to explore aspects of the configuration of their subjectivities and the formation of memories.

KEY WORDS

Female narratives, political violence, subjectivities, memories.


Narrativas femininas do conflito armado e a violência política na Colocirc;mbia: contar para se refazer

RESUMO

Este artigo apresenta as possibilidades reflexivas sobre o conflito armado e a violência política na Colocirc;mbia a partir da recuperação das vozes de um setor excluído da história oficial: as mulheres. Constitui, assim, um olhar para as vozes femininas, cujo ponto de partida se centraliza num percorrido por algumas das características que vários acontecimentos históricos expressaram no papel feminino em cenários tanto políticos quanto cotidianos. Além disso, remete-se a algumas das narrativas das mulheres protagonistas do conflito político na história recente do país, de maneira particular, as de ex-combatentes de organizações insurgentes, para sondar aspectos da configuração de suas subjetividades e da constituição de memórias.

PALAVRAS-CHAVE

Narrativas femininas, violência política, subjetividades, memórias.


Introducción

Nuestra comprensión del mundo y de la vida se configura, en gran medida, desde las palabras, y la pluralidad de interpretaciones acerca de lo que acontece se expresa a partir de formas narrativas. Así, "para hacer inteligible la realidad, los seres humanos necesitamos recurrir a una narración de la misma, pero son a su vez las narraciones y narrativas que se entrecruzan y dialogan entre ellas las que otorgan realidad al mundo en el que vivimos" (Cabruja, Íñiguez y Vásquez 2000, 64). En ese sentido, además de ser una condición de la existencia humana, el narrar se configura en una posibilidad para comprendernos en la complejidad del devenir de lo social en el tiempo.

El conflicto colombiano puede ser definido como un duelo de relatos (Franco, Nieto y Rincón 2010; Uribe y López 2006). Así, se comprende la circulación de narrativas en diferentes esferas sociales y culturales, provenientes de múltiples escenarios, cada una con características distintas y construidas desde diversos puntos de vista: el victimario, la víctima, el gobernante, el político en acción, el testigo pasivo o el observador experto. Así mismo, se ha mostrado la importancia de las memorias asociadas a conflictos bélicos para la comprensión de las relaciones entre guerra y nación, pues el vínculo entre acción política y acción bélica marca la existencia de una guerra paralela en el campo de la palabra, en una lucha por imponer versiones como verdaderas respecto a los hechos en disputa. Así, además de ser una condición sine qua non de la existencia humana, el contar se configura en una apuesta política, al tiempo que cobran importancia las narrativas como vehículos de la memoria.

Las miles de páginas de textos de historia han sido escritas y protagonizadas por hombres. Magnánimos conquistadores, maestros de la guerra, dueños de los designios de las tierras, ilustres gobernantes... La humanidad ha escuchado, creído, crecido y dado continuidad a su existencia con los relatos históricos construidos por voces y perspectivas masculinas que se encargaron de contarnos fantasías de héroes y villanos; una mirada dicotómica que impedía contemplar los matices que subyacen más allá de personajes buenos y malos -buenos: los hombres, occidentales, blancos y heterosexuales; malos, todos los otros/as-. En ese sentido, por diferentes motivos la historia oficial se ha escrito a fuerza de voces acalladas y memorias borradas. Pero la fortaleza de la primacía de esta forma de interpretar el mundo es cada vez más cuestionada. El panorama social y político de las últimas décadas ha reclamado una mirada de la sociedad en su conjunto y un reposicionamiento respecto de las formas de interpretar la historia para posibilitar la comprensión del pasado y sus articulaciones con el presente y los horizontes de futuro.

Acontecimientos de la historia reciente caracterizados por la sistematicidad de delitos de lesa humanidad han cuestionado formas de narrar en las que diferentes sectores -tradicionalmente excluidos- no contaban en la memoria oficial, ni su voz era escuchada en el plano de la esfera pública. Tales sucesos han conllevado pugnas sociales por el reconocimiento de las memorias no oficiales y de los sujetos y actores invisibilizados, al tiempo que se formulan políticas nacionales e internacionales con las cuales se pretende dar posicionamiento social, político e histórico a las víctimas del conflicto armado y la violencia política, y un reconocimiento a las memorias que ellas vehiculizan en torno a estas experiencias, así como a los aprendizajes que de allí es necesario derivar para la sociedad en su conjunto.

Los intentos por dar fin a décadas interminables de violencia señalan la necesidad de narrar las experiencias para comprender el conflicto y destacan el potencial de las voces usualmente excluidas, así como las posibilidades que se desprenden de una escritura diferenciada para elaborar los traumas individuales y sociales, para reconfigurar-nos como sujetos activos en la reconstrucción del proyecto de nación en paz y hacer frente a un ambiente cargado de desconfianzas y hostilidades que derivan de la continuidad del conflicto armado.

Intelectuales de nuestro tiempo han llamado la atención acerca de una perspectiva ignorada, marginada, excluida y enmudecida: la femenina. Relegadas a una posición secundaria, las voces de mujeres han sufrido la invisibilidad en la construcción del discurso histórico oficial (Capote 2012a, 258). Hace algunas décadas eran fácilmente contables las páginas dedicadas al papel de las mujeres en el devenir de lo social en el tiempo, y escasas las narrativas construidas desde las voces femeninas. La crisis humanitaria de los noventa, caracterizada por un incremento del desplazamiento forzado y por las masacres, marcó la emergencia de formas diversas de recuperación de la memoria histórica de aquellos que no se veían reflejados en la historia oficial (Vélez 2003). La intervención de las mujeres en acontecimientos emblemáticos se ha hecho cada vez más innegable y, por supuesto, más reivindicada. "Ya desde la Guerra de los Mil Días, la presencia activa de las mujeres en la Guerra Colombiana se hizo reseñable" (Capote 2012a, 259).

Las formas de participación de la mujer en los diferentes escenarios de guerra cuentan con un número indeterminado de aristas. Sus maneras de intervenir se han ido transformando con el correr de los años, y al ritmo de los cambios históricos en ésta y en otras latitudes. Así, de fundar ciudades, curar heridos, apoyar en logística y servir de informantes, tareas de finales del siglo XIX y principios del XX, que quedaban de lado una vez terminadas las confrontaciones, las mujeres han pasado a asumir la militancia activa como parte de su proyecto de vida y de sus actuaciones como sujetos políticos.

Sobre la base de las anteriores consideraciones, el presente artículo se aproxima al tema de las narrativas testimoniales elaboradas por mujeres, así como al lugar que la escritura femenina ha tenido en la construcción de narrativas en torno al conflicto político colombiano. En ese sentido, planteamos, inicialmente, un recorrido por algunas de las particularidades que varios acontecimientos históricos han impreso en el rol femenino, en escenarios tanto políticos como cotidianos, para luego referirnos a algunas de las narrativas de las mujeres acerca del conflicto político en la historia reciente del país, y a las maneras como, a través de éstas, pueden leerse las formas de configuración de las subjetividades de las mujeres protagonistas, de distintas maneras, de la historia política del siglo XX colombiano.

Siglo XX. Lo femenino como campo de disputa

El siglo XX representó en Colombia un tiempo de grandes cambios en las relaciones entre hombres y mujeres. Estas últimas consolidaron su desplazamiento a esferas que se consideraban exclusivamente masculinas, ostentaron el reconocimiento de sus derechos políticos y económicos, incursionaron en el arte, tuvieron algo que decir acerca del mundo, quisieron decidir sobre su cuerpo y se integraron a una revolución que daba la vuelta al planeta. Pero toda revolución genera resistencias, reacciones que intentan sostener los valores tradicionales. El siglo XX fue un siglo de grandes contrastes del cual somos hijas las mujeres de este confuso y convulsionado siglo XXI que apenas se asienta.

La prensa y diferentes manuales se encargaron de reforzar representaciones que aún hoy tienen vigencia histórica sobre la "mujer perfecta", afianzadas en una cultura patriarcal escudada en la religión católica, acogida como la "de la mayoría de los colombianos" a partir de la Constitución política de 1886. Hogar, esposo, hijos y caridad conformaban los ámbitos de desempeño de la mujer a principios del siglo XX. No obstante, distintos eventos alrededor del mundo erosionaron estas representaciones e impulsaron la circulación de las mujeres en otras esferas sociales. Las guerras llevaron a los hombres fuera de casa, y las mujeres debieron hacerse cargo del sostenimiento económico de sus familias, convirtiéndose en una creciente fuerza de trabajo que mantuvo a flote la economía de los países; incluso, en algunas latitudes trabajaban al tiempo que reconstruían ciudades. Para Catalina Reyes, el impacto de la Primera Guerra Mundial influyó en el cambio de concepción de lo femenino, que se encontraba más asociado al pudor, el recato, la introversión y la invisibilidad, hacia formas más expresivas y extrovertidas de ser mujer, cambios que generaron reacciones en un sector de la sociedad colombiana:

    Durante los años 20, y como consecuencia del impacto de la primera Guerra Mundial en los roles femeninos, sectores de mujeres de la sociedad local que tenían oportunidad de viajar al exterior o de leer y estar en contacto con publicaciones europeas adoptaron actitudes y comportamientos que se distanciaban del ideal femenino convencional. (Reyes 1995, s.p.)

En una era que imponía cambios importantes, la definición de lo femenino fue objeto de contiendas desde diferentes frentes, en los cuales el eje de la modernización trazó fronteras y redefiniciones importantes, incluido lo referente a la mujer como componente poblacional con capacidad y/o posibilidades de gestar nuevos ethos en la familia, acordes con sociedades capitalistas:

    [...] las necesidades de una sociedad burguesa en camino hacia la modernización, requerían que la mujer asumiera tareas prácticas y eficaces pero al tiempo funcionales en el nuevo modelo capitalista. La Iglesia le asignó la misión de disciplinar al esposo y educar a los hijos en valores católicos. Virtudes como el trabajo, la honradez, la responsabilidad, el ahorro y la limpieza debían ser transmitidas por las mujeres en su hogar. Así mismo, los discursos médicos e higiénicos, que se difundían en numerosos manuales de higiene, pedagogía doméstica, puericultura y urbanidad que circulaban en las primeras décadas del siglo XX, le asignan a la mujer el rol de enfermera del hogar, responsable de la salud y productividad de todos sus miembros. (Reyes 1995, s.p.)

Uno de los grandes cambios para las mujeres del país gestado durante el siglo XX estuvo representado en su ingreso en la lógica obrera, con todas las implicaciones que ello conllevó: jornadas más extensas que las de los hombres y salarios más bajos, pocas oportunidades de capacitación, persecución sexual, falta de condiciones mínimas en el sitio de trabajo, etcétera. Fue en este escenario donde las mujeres iniciaron movilizaciones por la igualdad de condiciones, contexto en el cual se destaca María Cano "la Flor del Trabajo", quien defendía con ímpetu en las calles a la clase obrera y los derechos de las mujeres. A Cano se la recuerda como la primera líder política del país, y tal vez una de las primeras en incursionar en la literatura en el siglo XX. Controvertida en todos los aspectos, encabezó la causa de la clase trabajadora y fue protagonista en la difusión de ideas socialistas, pero sobre todo de la autonomía del pensamiento de la mujer y de la independencia de sus decisiones:

    Usted acusa de conspiradores a mis compañeros del Partido Socialista Revolucionario y me quiere excluir a mí de tal responsabilidad, porque supuestamente estoy llevada y convencida por ellos, o sea, no me otorga la posibilidad de criterio personal. En este país, donde la mujer habla a través del cura, del marido o del padre, hay esa costumbre.1 (En Rivas y Rosado 2007, 27)

Asimismo, desde otras orillas, una mujer empezaba a trazar a pinceladas su propia versión de la sociedad colombiana: Débora Arango, "la rebelde más vieja de la tierra" (Beltrán 2003), agarraba con firmeza el pincel de un oficio reservado para hombres, decía no al matrimonio y a los hijos, pintaba desnudos femeninos y se atrevía a criticar con su arte la visión masculina del mundo.

Las pugnas históricas de las mujeres que se atrevieron a sembrar el germen de la subversión del pensamiento (Bruner 2003) alcanzan valores incalculables: el derecho a decir, el reconocimiento de la capacidad de raciocinio, de la ciudadanía, entre otras cuestiones que hoy damos por sentadas pero que hace un siglo eran inimaginables. Aunque el camino no ha sido fácil, las mujeres hemos logrado posicionarnos en diferentes esferas de la vida pública -vale decir, sin equiparar las cargas de los roles históricos-. Los márgenes de participación política -desde la ocupación de cargos públicos hasta el ejercicio del derecho al voto y la temeraria apuesta por la preservación de la memoria y la defensa de los derechos humanos- son cada vez mayores (Velásquez 1999 y 2002).

No obstante, vale la pena ponderar que hablar de igualdad de género en términos jurídicos, laborales y económicos, por mencionar sólo algunos aspectos, resulta problemático. El tema de la igualdad rehúye relatividades, y los estudios de género se han encargado de mostrar la existencia de barreras invisibles que impiden a mujeres con altos niveles de formación ocupar altos cargos. Pese a las transformaciones históricas, nos hallamos ante conquistas parciales que nos sitúan frente a un panorama donde perviven unos derechos subaltenizados: un ahora cargado de características del ayer.

Narrativas femeninas del conflicto armado y la violencia política

Buena parte de las narrativas del conflicto construidas desde las voces femeninas se acercan a la narrativa testimonial, desde la cual se torna importante reconocer algunas particularidades que subyacen como género literario. De acuerdo con Elizabeth Jelin, el testimonio se constituye en un "género que por medio de la sistematización de una memoria autobiográfica contribuye a la conformación de una memoria social"; su transmisión implica un "proceso mediante el cual se construye un conocimiento cultural compartido, ligado a una visión del pasado" (en Vélez 2003, 53). En síntesis, la literatura testimonial "construye comunidad en el acto narrativo compartido" (en Vélez 2003, 53).

Las narrativas testimoniales son, al mismo tiempo, "un tipo de discurso difuso, no siempre definido, que comparte características con el periodismo, la crónica y la ficción" (Capote 2012a, 261), y la forma como las presentan quienes escriben afecta el sentido de las mismas:

    [...] así, encontramos autobiografías, en las que la [el] autora [autor] coincide con la [el] protagonista; historias de vida o reportajes periodísticos, en los que una [un] intelectual determinada [o], periodista por lo general, escribe la historia y la experiencia de una de estas víctimas; y novelas en las que el testimonio en cuestión se diluye entre las fauces de la ficción. (Capote 2012a, 261)

Las mujeres, desde sus vivencias del conflicto, en sus diferentes roles, han aportado a la construcción de memorias colectivas. Al respecto, Ochando advierte que "la vida reflejada en la literatura testimonial hace parte del ámbito social, no del privado o íntimo" (Ochando 1998, 45). Las madres, las esposas, las hijas, las revolucionarias, las activistas, todas ellas han contado los reveses de la guerra a partir del dolor y el goce que atraviesan el cuerpo, la pérdida, el duelo, el encierro, la tortura, el exilio, el amor, la maternidad (Ochando 1998, 40-41)... Como una forma de paliar el dolor, de comprender las experiencias personales en el conflicto, de lidiar con el desconsuelo, de recuperar archivos silenciosos para que los muertos no vuelvan a perecer en la memoria, y de liberarse del peso de la angustia de la pérdida de los otros, de las tierras, de sí mismas, las mujeres han construido sus propios relatos, y, en otros casos, algunos hombres han decidido acercarse al conflicto desde la perspectiva femenina. "Estos sectores sociales han encontrado en la escritura testimonial, por la flexibilidad y el carácter no­canónico de dichas manifestaciones textuales, el instrumento más eficaz para expresar sus vivencias e incorporar sus voces a los discursos históricos oficiales de la nación" (Capote 2012a, 259).

El principio de la subjetividad y la paleta insondable de los acontecimientos del país nos dejan ante formas múltiples de ser mujer, y vuelven a la denominación "la mujer" insostenible e incapaz de contener la pluralidad de voces, nos exigen abrirnos a la de "las mujeres":

    En pleno siglo XXI, es claro que los diccionarios que lo definen todo, no nos definen. En estos tiempos sabemos que hay derechos iguales para todos, que nos la jugamos por igual por vivir la vida con independencia y que no es suficiente la condición natural de ser hembra. Sigue siendo un desafío encontrar palabras exactas para lo que somos hoy. Además de cargar con lo que nacimos y utilizarlo a nuestro antojo para la conservación de la especie, nos enfrentamos a los múltiples dilemas que nos imponen los roles [...] Además de los que nos impone la guerra: viudas-madres; huérfanas de hijos, abuelas de huérfanos. (Villamizar 2005, s.p.)

Un panorama complejo que se acerca a lo incomprensible. No obstante, en ese intento por comprender-se en el mundo, diversas mujeres -desde la multiplicidad de roles que han asumido, bien sobre la base de conquistas personales, o bien a fuerza de las circunstancias políticas del país- se han empoderado de la palabra y han hecho de ésta un escribir para configurar-se y reconfigurar-se, un rehacer-se a partir del relato. En todo caso, una escritura en la que pueden hallarse claves importantes para la urgente reconstrucción del tejido social apoyada en la configuración de unas memorias colectivas. En este propósito, de acuerdo con Rutter-Jensen, las narrativas femeninas:

    Ofrecen el diálogo en forma de voces polifónicas [...] por el solo hecho de ser mujeres, su tratamiento de los temas históricos es diferente. La voz femenina introduce en la narración la esfera privada con técnicas narrativas distintas de las tradicionales de la esfera pública, tales como la anécdota, el chisme, el uso de voces subjetivas y múltiples. (Rutter-Jensen 2002, 73-77)

Vale la pena destacar voces como las de Laura Restrepo,2 Olga Behar,3 Ana María Jaramillo,4 Patricia Lara,5 Elvira Sánchez-Blake6 y Patricia Nieto,7 entre otras, quienes además de ser testigos del conflicto colombiano han tendido sus plumas como puentes para que la palabra silenciada de las mujeres invisibles de estas tierras atraviese la barrera del olvido en la ficción o en el testimonio. Estas intelectuales han construido una paleta polícroma a partir de la pluralidad de miradas y orillas, clases sociales, creencias y razas, a quienes las une una perspectiva particular: la femenina, y han aportado ellas mismas su punto de vista a través de arquitecturas escriturales de carácter polifónico.

Asimismo, entre las narrativas femeninas del conflicto armado en Colombia, una de las referencias más emblemáticas tiene que ver con los relatos de las mujeres excombatientes de las organizaciones insurgentes, y los múltiples análisis que se han desprendido desde éstos. Las siguientes líneas estarán dedicadas a algunas de estas narrativas, su análisis y el tejido de relaciones con la configuración de subjetividades y constitución de memorias dados a partir del ejercicio narrativo.

El rehacerse desde las narrativas: mujeres excombatientes

Los primeros testimonios de mujeres excombatientes de agrupaciones guerrilleras, aparecidos a finales de la década de los noventa y principios de la década de los dos mil8 -el de Vera Grabe,9Razones de vida, y el de María Eugenia Vásquez, Escrito para no morir. Bitácora de una militancia,10 ambas excombatientes del Movimiento 19 de Abril (M-19)-, se han configurado como emblemáticos, y a partir de ellos se ha emprendido la tarea de la recuperación de la memoria de este grupo de mujeres, y de la constitución de unas memorias colectivas (Sánchez-Blake 2011). Para este propósito, bajo la iniciativa de María Eugenia Vásquez, se conformó el "Colectivo de Excombatientes", el cual, año tras año, logró reunir a más mujeres:

    La mayoría de ellas se encontraban dispersas -sin norte- defraudadas por el fracaso de su compromiso político o por el aislamiento y vacío que significó la ruptura con un grupo y una causa a la que habían entregado su vida, sus anhelos y por el que en la mayoría de los casos, habían renunciado a hogares, familias e hijos. (Sánchez-Blake 2012, 8)

La voz de María Eugenia fue una de las primeras en escucharse, y su escritura constituyó un intento por comprenderse y rehacer cada uno de los fragmentos de su subjetividad, luego de una vida de militancia en la organización insurgente M-19 y la ruptura con esta forma de vida, con todas las condiciones que implicó el proceso de reinserción. El título de su relato es sugerente en ese sentido: Escrito para no morir.

El relato de María Eugenia ha sido recuperado por varios analistas del conflicto armado colombiano, antes y después de su publicación completa. Por ejemplo, en Mujeres de fuego (1993) Alonso Salazar adelanta parte de su relato en un fragmento titulado "La Casa de los Fantasmas"; en Patria se escribe con sangre (2000a) y en trabajos posteriores, Elvira Sánchez-Blake recoge parte del testimonio de María Eugenia en una entrevista; la exmilitante del M-19 también participó en el documental Mujeres no contadas (2005); en 2012, Virginia Capote Díaz recoge, entre otras obras testimoniales, la de María Eugenia, en su tesis doctoral, titulada "Mujer y memoria. El discurso literario de la violencia en Colombia".

Por su parte, el testimonio de Vera Grabe también tuvo importante sonoridad, al igual que su participación en el M-19, en el Congreso de la República como parlamentaria por la Alianza Democrática M-19, luego del proceso de paz, y en el Observatorio para la Paz. Grabe ha sido una figura emblemática de las mujeres excombatientes. Su rostro es de los más recordados, y su voz, de las más consultadas cuando de temas de paz se trata.

De manera más reciente, una exguerrillera ha dado a conocer su historia de vida. Leonor Es guerra -acompañada de Inés Claux, una amiga de Leonor, quien sistematizó las grabaciones de diferentes encuentros- publicó su testimonio, titulado La búsqueda. Del convento a la revolución armada. A través de este texto hace un recorrido por las diferentes mujeres que fue, desde su infancia, pasando por sus días en el convento y la revolución armada hasta llegar a Leonor, "una mujer común y silvestre", quien hoy desde la distancia, y reincorporada a la vida civil, reflexiona en torno al papel de la mujer en la guerra y en la paz.

En las escrituras femeninas de las excombatientes se develan diferentes propósitos y motivaciones: en primer lugar, la necesidad de explicar y justificar su participación en la lucha armada en una sociedad en la cual esto es visto como políticamente incorrecto; en segundo término, el deseo de compartir la experiencia, en aras de la deconstrucción de la historia oficial -este deseo se encuentra mediado por la intención de rememorar sujetos no contados y la angustia del olvido en el cual se materializaría la derrota que muchas presintieron en su reincorporación a la vida civil-; y, en tercera instancia, la reconstrucción de su ser femenino (Capote 2012b).

En 2005 se presentó en Colombia el documental Mujeres no contadas, dirigido por Ana Cristina Monroy, producto de una investigación adelantada por Luz María Londoño, Yoana Fernanda Nieto y Luisa Dietrich (2006). Este documento audiovisual recoge el relato de quince mujeres excombatientes, entre una gran variedad de figuras que en algún momento formaron parte de los grupos insurgentes M-19, Ejército Popular de Liberación (EPL), Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), Movimiento Armado Quintín Lame (MAQL), Comando Ernesto Rojas (CER), Corriente de Renovación Socialista (CRS) y Frente Francisco Garnica (FFC) (Monroy 2005): intelectuales, campesinas, indígenas... Todas ellas recogen en sus palabras los motivos y el significado en sus vidas de la militancia en una organización guerrillera, lo que representó la reinserción en la vida civil... En fin, los múltiples acontecimientos a partir de los cuales se han hecho y vuelto a hacer como sujetos femeninos. Cada una cuenta fragmentos de su experiencia desde la emotividad del sentir. Nos detendremos en algunos fragmentos de los testimonios de Vera y María Eugenia -quienes también participan en este documental-, y de otras mujeres no contadas, quienes, si bien no tienen deudas con la justicia, no pueden mostrar sus rostros.

Las particularidades del ser mujer desde la militancia en las organizaciones armadas, al parecer no constituyeron una reflexión que se diera en el marco de la acción, sino que sobreviene en la mirada hacia el pasado desde el presente excombatiente. Las reflexiones están acompañadas de una perspectiva de género construida desde los intentos de reconfiguración subjetiva en una sociedad que, dadas las características del momento histórico actual, se permite cada vez con más ahínco este tipo de preguntas: acerca de los límites del machismo tanto de hombres como de mujeres en las organizaciones armadas; de las situaciones cotidianas en las que se expresa la falta de igualdad; y de la carga histórica del rol femenino en estructuras militares con códigos que se consideran por defecto masculinos, entre otros. Hablamos de la condición femenina en la guerra, vista ya no desde la necesidad de las mujeres de mostrarse iguales ante el compañero o la organización, sino desde la serenidad que permite la distancia para reconocer las diferencias de género que determinaron el tránsito por la lucha armada; dicho sea de paso, mientras que en algunos casos tiende a ser idealizado, en otros prima una perspectiva crítica:

    No fue fácil en aquel tiempo identificar la inequidad y la discriminación, ni mucho menos el poder ejercido por los varones sobre nosotras [...] Sucedía que, tanto para nosotras como para ellos, muchas de las situaciones de inequidad estaban naturalizadas por la cultura, no resultaban visibles, y por lo tanto ni las sentíamos ni las reivindicábamos. En la medida en que ganábamos claridad, empezamos a exigir espacios organizativos para resolver los asuntos de mujeres, lo cual suscitaba toda clase de burlas entre los compañeros. (Vásquez 2000, 507)

Así, las militantes reflexionan en torno a "[...] las limitantes de ser mujer y las posibilidades también de ser mujer" en la guerra (testimonio de excombatiente, en Monroy 2005). Cuestiones como asumir la dirección de un comando, ser soldado, incursionar en la guerra -entendida como un territorio masculino-; la toma de decisiones sobre el cuerpo y el plan de vida; y el peso de los roles femeninos que la cultura ha apropiado a lo largo de la historia y que hacen mella aún en las organizaciones que se declararon, en su momento, más abiertas e igualitarias.

Respecto a la primera cuestión, una de las excombatientes que testimonia en Mujeres no contadas comenta cómo las mujeres debieron hacer lo que hacía un hombre, e incluso más, para ganar un lugar de respeto en las organizaciones, y al mismo tiempo hace una mención del rechazo que, supone, pudo generar entre sus compañeros hombres la posición que llegó a ocupar: "hacer lo mismo o más que un hombre no es cosa fácil. La mayoría de los hombres le duele que una mujer lo mande, que sea una orden y que no la pueda discutir... siempre le duele, o sea, le golpea el orgullo de ser hombre" (testimonio de excombatiente en Monroy 205). Según Grabe, asumir una posición de mando en el M-19 le exigió apropiarse de actitudes masculinas para su aceptación como autoridad:

    Una primera etapa sentir... sentirse uno invisible, que lo que uno dice no tiene el mismo valor que el que tienen los compañeros, la dificultad de... y además en una organización militar donde los códigos de todas maneras son mucho más masculinos ¿no? Entonces hablar con voz de mujer, le dicen a uno pues "hable con voz de hombre" porque la voz de mando supuestamente es mucho más fuerte. (Vera Grabe, en Monroy 2005)

Y si las mujeres guerreras enfrentaron dificultades dentro de las mismas organizaciones donde militaron, sobra preguntarse la manera como fueron concebidas por el enemigo: se hallaron subvaloradas, al tiempo que fuertemente castigadas por sus libertades políticas, familiares y sexuales:

    Explotémi condición femenina con propósitos conspirativos: ser mujer me servía para despistar, eludir requisas y conseguir información. Sobre todo, los más machos, los que nos subvaloraban, no nos concedían el estatus de enemigos suyos, ventaja que nosotras aprovechábamos. Pero si descubrían que habíamos penetrado en su terreno, el de la guerra, eran implacables. Nos castigaban doblemente, como subversivas y como mujeres. Por eso, en casi todos los casos de torturas a mujeres guerrilleras, se presenta la violación o un ultraje sexual de cualquier tipo. (Vásquez 2000, 505)

Muchas de las mujeres insurgentes de las décadas de los años setenta y ochenta intentaron, desde sus actuaciones, cuestionar los ideales construidos acerca de lo que significaba ser mujer, y lo hicieron rechazando lo que se relacionara con los cánones de perfección femenina, asumiendo roles que se consideraban masculinos. María Eugenia Vásquez nos lo muestra en un apartado de su libro dedicado a definir el "Ser mujer":

    Desde muy pequeña, apoyada por mi madre, rechacélos valores tradicionalmente atribuidos a la condición femenina: la delicadeza o, mejor, el melindre, la dedicación al hogar, la destreza culinaria, el sueño de un matrimonio temprano, una maternidad prolífica y la virginidad [...] El mundo de los varones no me resultaba desconocido, y esto facilitó mi entrada en el ámbito político-militar de un grupo guerrillero cuyas prácticas, tanto la política como la militar, estaban claramente inscritas en el universo varonil, eran cosas de hombres. (Vásquez 2000, 504)

En cuanto a la segunda cuestión, las decisiones sobre el cuerpo y el plan de vida, para muchas el asunto de las determinaciones sobre la maternidad ha constituido todo un drama, que al parecer fue indistinto para las mujeres de los diferentes niveles en las estructuras jerárquicas de las organizaciones:

    Quería ese hijo. Pero su reacción fue tajante: no se puede, es imposible. Alegué: tranquilo, no se preocupe, que yo lo asumo sola y no le voy a complicar la vida [...] Tú eres una dirigente, y ¿quién te va a reemplazar en lo que haces? [...] Fue tal su oposición y tal la entrega amorosa, que a pesar de lo que significaba una intervención a estas alturas y radicalmente contra mi voluntad, acabépor aceptar su decisión. No era la mía. (Carta póstuma de Vera a Jaime Bateman en Razones de vida 2000, 179)

En relación con la tercera cuestión, el peso histórico de los roles en las organizaciones armadas, una de las excombatientes que testimonia en Mujeres no contadas relata: "Se volteaba el que dirigía el colectivo a las 5 de la mañana, me golpeaba la puerta y me decía: ‘Compañera, a cumplir su misión histórica'. ¡Y era hacerle el desayuno!¿Sí?... Hoy digo: yo ¿por quéno peleé?" (Monroy 2005).

Cuando despierta la conciencia, en este caso de sí como sujeto y como género, cuando se reinventa una categoría, el sujeto recurre al pasado para intentar resignificarlo y resignificar-se a la luz de las nuevas comprensiones y dotar de sentido la experiencia. En esa perspectiva podríamos comprender las reclamaciones de las mujeres excombatientes hacia ellas mismas y hacia el otro (compañero-a, organización, Estado, sociedad), por cómo fue, por cómo debió ser, o en otros casos, la comprensión de lo ocurrido como parte de un pretérito con características distintas.

    Cuando dejé la militancia, una de las primeras sorpresas fue descubrir mi ser femenino. Lo hice lentamente, a través de otras mujeres, compartiendo con mis amigas y entrando en confidencias mientras reconstruía la cotidianidad [...]Descubrirme hembra, distinta de ellos, en lugar de enemistarme con el sexo opuesto me adentraba en la comprensión de otras dimensiones de mí ser, todavía desconocidas. Y, a la vez, podía entender la camisa de fuerza que significaban los roles sociales y cómo, pese a mi rebeldía, los había desempeñado sin apartarme mucho del guión. Ser mujer en la guerra representaba la renuncia al poder y al reconocimiento en beneficio de otros; ceder mi proyecto personal por el interés colectivo de la misma forma como lo hacen las madres; amar y amar, hasta quedar vacía y ofrecer mi cuerpo al deseo de aquellos a quienes amaba [...]Uno de los fundamentos para la reconstrucción de mi identidad era el reconocimiento de mis diferencias de género, las cuales daban cuenta en buena parte de mis comportamientos, tanto en las estructuras militares como en las relaciones afectivas. (Vásquez 2000, 504-507)

Como mencionamos, el proceso de reinserción marcó un punto importante en la configuración subjetiva de las mujeres excombatientes, pues es a partir de esta condición que se mira hacia atrás y se evalúa para continuar hacia adelante con nuevos proyectos. Un poema escrito por María Eugenia Vásquez ("La Negra") para la realización del documental se va declamando en fragmentos sintetizando algunos de los elementos de la experiencia de las mujeres excombatientes en su proceso de reinserción:

    En soledad, cada quien inventó la mujer que deseaba ser/ Se vistió de fiesta o de luto/ puso flores y prendió velas/ o se escondió en la sombra/ Guardó silencio o habló desde su sueño/ Se aventuró a cambiar el pasado por un presente incierto/ o ató a los dos con un nudo ciego para no olvidarse de sí misma... (Monroy 2005)

El fin de la militancia armada supuso un nuevo comienzo, cargado de la ausencia de certezas para las mujeres excombatientes. La referencia a vestirse "de luto o de fiesta" alude a la manera como cada una asumió el paso a la desmovilización. Sin lugar a dudas, para cada mujer guerrillera la firma del proceso de paz consolidado en los noventa tuvo significados distintos. Para algunas fue la culminación exitosa de aquello por lo que habían trabajado, significó abandonar las múltiples mujeres que habían sido en la clandestinidad para "ser ellas mismas"; para otras fue una derrota: asistieron al declive y el fracaso de la lucha política que habían emprendido desde sus organizaciones, de aquello por lo cual habían dejado de lado proyectos como la culminación de estudios, la familia o la maternidad.

No para todas aplicó el salir a la luz en medio de la tranquilidad de una sociedad reconciliada; muchas mujeres debieron afrontar solas la persecución política que sobrevino al abandono de las armas, "se escondieron en las sombras" y "guardaron silencio", se negaron a mantener un vínculo con lo que habían sido; de ahí que un número de ellas haya quedado excluido "de los listados oficiales de desmovilización o se negaran a quedar en ellos por seguridad" (Monroy 2005). Otras se reconocen a sí mismas en su pasado, para mantener su unidad y no perder lo que fueron, se atan a él. En parte, la denominación que se adjudicaron como "excombatientes" tiene que ver con la necesidad de articularse con el pretérito que había constituido parte de su experiencia vital, y que se había consolidado como proyecto de vida de sociedad.

En cualquiera de los casos, la reinserción se configuró en una ruptura a partir de la cual fue necesario repensarse como sujetos, y en una lucha en contra del olvido en una sociedad en la cual se hacen tránsitos que a veces parecen vertiginosos: quienes fueron considerados interlocutores políticos válidos en un momento histórico del país, en otro rozan con la criminalidad.

En un fragmento posterior del poema arriba señalado aparece la desazón del olvido, de ellas -las mujeres militantes-, de ellos y ellas -los muertos y desaparecidos-, miembros de la organización: "Sin embargo, cuando alguien pregunte por nosotras una capa de silencio oculta la memoria/ De lo que fuimos aparecen fragmentos, vidas incompletas [...] Sólo unas pocas parecen tener derecho al pasado en medio de esta guerra" (Monroy 2005). Mujeres no contadas alude a la exclusión social, la dificultad de la vida laboral y la persecución que han obligado a las mujeres a silenciar su pasado, a aislarlo como mecanismo de supervivencia. El narrarse se configura, entonces, como una forma de lucha contra la desmemoria, que es también una forma de violencia.

Esta mirada sobre sí mismas, que implica el recordar para narrar-se y construir un discurso del "yo" en el mundo, que es al mismo tiempo un mundo construido desde la mirada de un "yo", implica la realización de procesos de subjetivación, en donde "lo subjetivo se disloca, se trastoca hacia nuevos lugares que se sustraen de la lógica bipolar o especular de ser como hombre-mujer para ubicarse en los márgenes, en los bordes, en los límites de un devenir minoritario" (Serrato 2009, 23). En ese sentido, redunda en los testimonios la necesidad de "hacerse y rehacerse", en vista de la insuficiencia de las lógicas impuestas de ser.

"Ser mujer y hacerse mujer es bien distinto/ Nosotras nos hicimos y rehicimos muchas veces, en la guerra y en la paz/ nuestros cuerpos guardan la huella/ No somos ni mejores ni peores/ nos salimos del molde/ somos de una mixtura diferente/ Ahora somos más nosotras mismas" (Monroy 2005). Esta marcación de la diferencia entre el "ser mujer" y "hacerse mujer" no puede pasar desapercibida. El ser mujer haría alusión al canon de una época al cual se espera que las mujeres respondan: alguien más define quées ser mujer, y ellas deben encajar en el molde. Por el contrario, hacerse mujer constituiría un intento por rescatar el significado de la incursión de las mujeres en campos tradicionalmente masculinos, en la disputa por la decisión sobre el propio cuerpo, la sexualidad, la política... el posicionarse como agentes de cambio y empoderarse -ser por sí mismas-.

    Para Serrato, "los procesos de subjetivación se dan [...] como procesos de des-identificación, como momentos en los cuales un sujeto toma distancia entre modelos sociales y su propio sentido del yo. En estas fisuras es donde se construye como sujeto pensante [...]" (2009, 24). El re-hacerse implica, entonces, tomar distancia y deconstruir los lazos con el pasado para resignificarlos.

En este marco, la militancia se convierte al mismo tiempo en el lugar donde se arraiga la identidad y el espacio en el que ésta se difumina:

    En ese juego de roles, la verdadera María Eugenia pierde control de su identidad y no sabe quién es ella en realidad: ‘Quería, parecía, fingía... y finalmente adentro estaba yo, sin saber quién era' (manuscrito). Por eso, en el proceso de reconstruir su memoria a través de un manuscrito, uno de sus principales objetivos ha sido recuperar su nombre y el de sus compañeros. (Sánchez-Blake 1998, 24)

Otras aristas que derivan de los últimos versos citados del poema de "La Negra" Vásquez tienen que ver con varios aspectos. En primera instancia, con el significado de hacerse y rehacerse guiadas por decisiones propias o ajenas, aciertos o desaciertos; en ese sentido, cabe destacar la alusión al desprendimiento de un grupo que les proporcionaba identidad, y la asistencia a su desaparición paulatina tanto simbólica como física: ver morir a otros mientras se carga con la culpa de la supervivencia, sentir que en el proceso se terminaban los ideales e idearios de la organización y que la "familia" de la que hicieron parte se disgregaba.

A este respecto, Valero recuerda que en cuanto el testimonio reordena la realidad produciendo sentido, la escritura vehiculiza la memoria con la reconsideración de aspectos y experiencias personales en el transcurso por un colectivo, razón por la cual se evidencia en estos relatos el asunto de la identidad como un "tópico que la memoria se empeña en reconstruir al dar cuenta del proceso que llevó del ‘yo' al ‘nosotros' y de éste nuevamente al ‘yo', tras la dejación de las armas en el caso de Grabe o el abandono voluntario de las mismas, antes de la desmovilización del M-19, por parte de Vásquez" (Valero 2005, 8). Identidad que, puesta en el nosotros de la colectividad, se entiende como positiva, pero que en el paso a la individualidad se transmuta en negativa desde quienes se han visto afectados por las acciones de las organizaciones subversivas y quienes criminalizan la participación en éstas (Valero 2005, 9).

El reconstruir la identidad desde la individualidad, dotándola de la "positividad" que socialmente es negada, se convierte en un drama para las excombatientes, quienes deben volver a tender los puentes que habían interrumpido con su ingreso a la militancia, y dotar de nuevos sentidos la vida que había sido construida en función de la causa del colectivo.

    Empecécon pequeños plazos de vida. El desafío era encontrar un oficio y una pasión que llenara los vacíos de la política y recuperar a mi hijo pequeño. Así fui encontrando la risa, el ánimo. Es una gran pelea por no apagarse, morirse es distinto, pero apagarse en vida es muy triste. No concibo una existencia quieta, uno vive para algo y tiene que hacerlo.11 (En Salazar 1993, 145)

En segunda instancia, se cuentan las diferentes configuraciones por las cuales cada una tuvo que pasar, desde la opción de la militancia armada hasta la reinserción en la vida civil, encontrando lugares desde los cuales dar continuidad a la lucha, a partir de escenarios distintos y bajo condiciones particulares:

    Decidimos dejar las armas y continuar con nuestra lucha... desde donde estemos... y yo creo que uno en el fondo uno sigue siendo un revolucionario hasta que se muera... La desmovilización no termina nada sino que estamos continuando con un proyecto político y ahora lo vamos a hacer desde la legalidad y para mí eso no es la terminación de nada ¿cierto? Pero para quien hace parte de una tropa específica allí, que físicamente se está quitando un uniforme, que físicamente se desprende de un arma a la que ha estado articulado mucho tiempo, sí tiene una significación muy especial. (Monroy 2005)

Los idearios de organizaciones armadas sedujeron a muchas mujeres que encontraron en éstos un proyecto de vida y la conformación de comunidad en un contexto histórico, el de los años setenta. En éste, los idearios de una nueva sociedad diferente a la capitalista parecían estar atravesados por el uso de las armas como medio para la toma del poder. Muchas de estas mujeres resaltan los aprendizajes de alegría y libertad, recuerdan el período de la militancia como un tiempo "transparente y limpio", de ahí que la pérdida de las organizaciones significara, además, la pérdida de una forma de vida adoptada. Una excombatiente asegura: "Del solle total [refiriéndose a la militancia] paséa la amargura absoluta. No recuerdo que en la militancia y la guerra yo me haya endurecido, pero en la época de la negociación sí, porque fue un período muy hostil" (excombatiente, en Monroy 2005).

La reinserción ha sido un proceso de reconciliación consigo mismas, de afrontar el desamparo, la incertidumbre, la frustración y el miedo que acompañaron el cambio, y que aún hoy persisten después de años de la dejación de las armas. Sentimientos que sólo han podido ser afrontados a través de la escritura de la experiencia, como lo muestra el caso de María Eugenia Vásquez y el de las mujeres que conforman el "Colectivo de Excombatientes".

En tercera instancia, relieva los grandes retos en el plano laboral que supuso la reinserción: "para mí, el único espacio [en el] que yo me he sentido discriminada ha sido como en cuestión laboral" (Monroy 2005). Varias de ellas expresan la dificultad de buscar trabajo, ostentando baches entre quince y veinte años en la experiencia laboral, la zozobra de tener que responder a la mirada acusadora de los otros y de perder el trabajo ante el descubrimiento de su condición de exguerrilleras.

    Yo, por ejemplo, no puedo llegar y pasar mi hoja de vida a otras entidades que no sean indígenas porque no puedo mencionar, decir, yo pertenecí al Quintín Lame, fui reinsertada, porque ahí mismo como que se cierran las puertas...

    Además, el cuestionamiento de la vida que era de afuera ¿no? Eh, bueno, va a presentar su hoja de vida, entonces "¿qué ha hecho usted en estos veinte años?", "¿quién es usted?", "¿qué sabe hacer?" Todo eso era un cuestionamiento muy tremendo y en muchos espacios, decir que se había sido combatiente era bueno y en otros era muy contraproducente y la gente siempre tomaba distancia...

    [...] porque si se buscaba un trabajo y en algún momento se daban cuenta de que era del M-19 y que había sido desmovilizado, te sacaban del trabajo. (Monroy 2005)

Desde otra orilla, Vera Grabe, quien se desempeñó como parlamentaria, narra la manera como ha tenido que cargar con el peso de "lo que ella representa", como una presión constante a través de la cual la sociedad le hace exigencias respecto de su rol político.

Muchas mujeres debieron pasar del monte a la ciudad como parte del proceso de reinserción. Si bien es cierto que en los setenta en las guerrillas se integraron personas provenientes de la ciudad, quienes llegaron motivadas por las organizaciones políticas con presencia en las universidades, también lo es que campesinos e indígenas continuaban integrándose a las líneas insurgentes. En su reincorporación, mujeres que habían nacido y crecido en los campos debieron desplazarse a ciudades desconocidas a realizar oficios que no dominaban. Algunas de ellas recuerdan este evento como uno de los más difíciles en el proceso de reinserción: "Es una vida en donde toca salir de la nada, a construirse de la nada y salir a una ciudad donde no hay trabajo, donde hay señalamientos, donde empieza a haber desapariciones" (Monroy 2005).

Podría aducirse que la continuidad en el trabajo político de las mujeres excombatientes se ha presentado de dos maneras: como una parte vital del proyecto de vida de estas mujeres, o como la condición única de posibilidad laboral.

El plano emocional representa otra de las múltiples contingencias de la reinserción. Para la mujer exguerrillera se torna complejo establecer relaciones sentimentales, que se suma a las dificultades que para algunas conlleva ostentar el rótulo de excombatientes:

    Pesa creo que también en la vida personal. O sea, yo creo que una mujer exguerrillera es una cosa complicada pa' mucha gente [risas]. Sí, sí, sí, sí. Sobre todo para el sexo opuesto ¿no? (Vera Grabe, en Monroy 2005)

    Entonces los compañeros le decían a uno "¡Noooo!, ¿quién se va a meter con vos? Nadie de nosotros, ninguno de nosotros se va a meter con vos, porque vos cuestionás todo. No, no, no ¡Qué horrible! Nosotros necesitamos una muda". (Testimonio de excombatiente, en Monroy 2005)

    Piensan de que uno no es una mujer de carne y hueso, que es, de pronto, una mujer que no tiene, no tiene... no es como ¿el molde? De la mujer para ser una mujer hogareña, dedicada a sus hijos, a su casa. Que es, de pronto, una mujer mala. (Testimonio de excombatiente, en Monroy 2005)

Las condiciones de militancia y retorno no fueron iguales para todas las mujeres. Según una excombatiente, quien formaba parte de la dirección de una de las organizaciones insurgentes, hubo un punto en el cual la mayoría de la cúpula era femenina, y esta condición hizo que quienes llegaron a ocupar lugares privilegiados de poder no lograran dimensionar la situación de las otras mujeres en la organización (Monroy 2005).

Aunque admiten la existencia de una minoría de mujeres con reconocimiento político, y son conscientes de la dificultad cultural de reunir mujeres y política en un mismo sitio, las excombatientes continúan preguntándose "Cómo hacer hoy de la paz un lenguaje revolucionario. Como esa gran posibilidad de transformación desde otras lógicas que no sean las lógicas guerreras" (Vera Grabe, en Monroy 2005).

El poema de María Eugenia Vásquez que hilvana las historias de Mujeres no contadas concluye con estas líneas:

    Así somos, como una entretela de colores/ Así son nuestras vidas/ Nos construimos a pedazos/ lineales, con ramales, con alas y moños/ Así nos juntamos, nos encadenamos, nos entrelazamos, nos ayudamos/ Unas con otras y con los otros. (Vásquez, en Monroy 2005)

Conclusiones: la mirada de la esperanza, el género para sí

Las mujeres que en algún momento de la historia pasaron de guerrilleras a excombatientes, se enfrentaron con lecturas distintas pero con coincidencias en la práctica, en el rumbo de la reinserción. Decidido o no por ellas, este evento marcó rupturas, finales y nuevos comienzos que las llevaron a una mirada retrospectiva que confluyó en variados intentos: mantener vivo un pasado que consideran debe ser recordado por la historia; evaluarse como militantes y como organización; y rehacerse en el desprendimiento y la disolución de un colectivo que fue su referente de identidad durante años y frente al cual deben encontrar un lugar de articulación respecto a su presente y a su porvenir.

Las narrativas de las excombatientes han sido reveladoras en varios aspectos: han presentado estructuras de sus organizaciones, y a partir de allí han lanzado críticas respecto de la significación de ser mujer en la lucha armada; han puesto su contribución para rescatar del olvido los idearios de sus organizaciones; han intentado justificarse ante la sociedad; en suma, han relatado su experiencia desde su sensibilidad como mujeres. En la mirada hacia atrás reconocen un proyecto que supera su propia vida: el de cambiar el mundo y hacerlo mejor y más justo para las generaciones presentes y futuras. La participación en la militancia política y armada y el paso por las negociaciones de paz y la reincorporación a la vida civil han llevado a las mujeres excombatientes a construir una mirada desde la cual se observan tanto las limitaciones como las posibilidades de ser mujer en el contexto colombiano.

En nuestros días circula cada vez con más fuerza el discurso que vincula a las mujeres como constructoras de paz y preservadoras de las memorias, bien como resultado de la resignificación de nuestros roles históricos, o bien por la relación de la mujer como dadora de vida -aunque podríamos señalar algunos ejemplos de la antítesis de esta relación-, o bien como producto de las huellas que imprimió el conflicto armado... apuestas de mujeres que comparten significados que otorgan la singularidad de nuestro género y, al mismo tiempo, la pluralidad de nuestros matices, y que hoy día cobra visibilidad a través de la escritura testimonial.

Leonor Es guerra, la mujer que transitó del convento y la dirección de uno de los colegios femeninos más prestigiosos de Colombia en la segunda mitad del siglo XX, el Mary mount, al verde húmedo de las montañas de Colombia para emprender la revolución armada, luego de mimetizarse en varias identidades, vuelve a la vida civil a continuar trabajando desde otras orillas... Construye a lo largo de su vida y de sus experiencias una extraordinaria comprensión del lugar de la mujer en todo este embrollo del paso de la humanidad por el mundo:

    [...] creo que el grupo humano que va a jalonar, que va a posesionarse una vez tenga conciencia de esto, del avance de la humanidad, va a ser la mujer. Marx hablaba de la clase en sí y para sí. Yo digo ahora que género en sí y para sí. El patriarcado está tocando ya su fin y la dirección y la salvación está en manos de la mujer como dadora de la vida y como conservadora de la vida [...] la mujer, para poder cambiar, para poder realmente posesionarse de esta nueva era de la humanidad, debe tomar conciencia de su ser mujer, de lo que eso implica en estos momentos del desarrollo de la humanidad. La mujer, para asumir ese destino que ya le tocó históricamente, debe tomar [...] conciencia de su género, de su potencial humano y asumir su responsabilidad política e histórica. (En Claux 2011, 307-310)

Comentarios

* El artículo presenta avances de la investigación "Narrativa testimonial, políticas de la memoria y subjetividad en América Latina", la cual fue llevada a cabo con la financiación del Centro de Investigaciones de la Universidad Pedagógica Nacional (Colombia) e inscrita en el Doctorado Interinstitucional en Educación. La investigación hace parte del programa de formación e investigación "Configuración de subjetividades y constitución de memorias sobre la violencia política en América Latina" del grupo de investigación "Educación y Cultura Política" (Categoría A - Colciencias).

1 Carta de María Cano a Guillermo Hernández Rodríguez, 1930.

2 Laura Restrepo, además de participar de forma activa en las conversaciones de paz de los años ochenta, se ha consagrado como una de las más importantes escritoras de nuestro tiempo; entre sus novelas se encuentran: La isla de la pasión (1989),El leopardo al sol (1993),Historia de una traición (1986), transformada en Historia de un entusiasmo (1999a);La novia oscura (1999b),Dulce compañía (1995) y La multitud errante (2001). En cada una de ellas, Restrepo ha impreso su mirada en torno a la violencia política.

3 Olga Behar ha escrito de manera prolífica acerca del conflicto armado colombiano. Luego de la publicación de Las guerras de la paz (1985), se va al exilio, en México. De manera reciente publicó el escrito autobiográfico A bordo de mí misma: crónicas autobiográficas (2013). En años anteriores había publicado una novela testimonio en la cual presentó la voz de Clara Helena Enciso, la única guerrillera sobreviviente de la toma del Palacio de Justicia, Noches de humo. Cómo se planeó y ejecutó la toma del Palacio de Justicia (1988). Entre otras obras, se cuenta El clan de los Doce Apóstoles: conversaciones con el mayor Juan Carlos Meneses (2011).

4 Ana María Jaramillo, Las horas secretas (1990), una novela que relata, a partir del monólogo, la experiencia de la pérdida de la compañera de Alfonso Jacquin, uno de los comandantes desaparecidos en la toma del Palacio de Justicia. El relato pasional -cargado de erotismo y pasión carnavalesca, amor, desgarramiento y duelo no hecho por un muerto sin enterrar- reconstruye la relación de esta pareja. Con el entusiasmo de los días del acuerdo de paz, la autora presenta los idearios políticos del M-19 y refiere a sus acciones de carácter comunitario. Explora una dimensión más íntima del conflicto, el de la mujer que tiene algo por decir sin la coerción que imponen los límites de la "historia oficial": el idilio y el amor, también, el dolor y la melancolía; en suma, se aproxima a la subjetividad de los actores.

5 Patricia Lara ha dedicado sus columnas en revistas y periódicos del país al análisis político, no sólo de Colombia, sino de otros países latinoamericanos, acercándose a acontecimientos como la Revolución Cubana y la Dictadura de Pinochet en Chile. Ha presentado los libros Las mujeres en la guerra (2000) -donde recoge testimonios de mujeres que han protagonizado la guerra desde diferentes frentes-,Siembra vientos y recogerás tempestades: la historia del M-19, sus protagonistas y sus destinos (1982),Hilo de sangre azul (2009).

6 A lo largo del artículo se hará referencia a varios de los trabajos de Elvira Sánchez-Blake, quien se ha convertido en un referente obligado para quienes analizan las escrituras femeninas del conflicto armado. Esta autora, además de compilar diferentes voces, ha aportado nutridos análisis desde su formación intelectual. Ver Sánchez-Blake (1998, 2000a, 2000b,2007 y 2009).

7 Patricia Nieto, como profesora y periodista, se ha encargado de dar vida y abrir espacios a las escrituras de las víctimas del conflicto armado en Colombia. Ha publicado textos como Jamás olvidaré tu nombre (2006),El cielo no me abandona (2007a),Me gustaba mucho tu sonrisa (2007b),Llanto en el paraíso: crónicas de la guerra en Colombia (2008),Donde pisé aún crece la hierba (2010),Los escogidos (2012). Algunos de estos trabajos corresponden a compilaciones de testimonios, otros son producto de investigaciones periodísticas.

8 Aunque años atrás ya habían aparecido fragmentos de estos testimonios en textos como Mujeres de fuego de Alonso Salazar (1993).

9 Vera Grabe, Del silencio de mi cello o Razones de vida (2000).

10 María Eugenia Vásquez, Escrito para no morir. Bitácora de una militancia. Texto publicado en el año 2000 por la Alcaldía Mayor de Bogotá, en el marco del Premio Nacional de Testimonio del Ministerio de Cultura, otorgado en 1998; en ese mismo año fue publicado por la editorial Anthropos.

11 Testimonio de María Eugenia Vásquez retomado por Alonso Salazar.


Referencias

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Fecha de recepción: 31 de octubre de 2014: Fecha de aceptación: 09 de marzo de 2015: Fecha de modificación: 20 de mayo de 2015