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Revista de Estudios Sociales

versión impresa ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.59 Bogotá ene./mar. 2017

https://doi.org/10.7440/res59.2017.15 

Lecturas

Aranguren Romero, Juan Pablo. 2016. Cuerpos al límite: tortura, subjetividad y memoria en Colombia (1977-1982) . Bogotá: Ediciones Uniandes [322 pp.].

Gabriel - Gatti** 

*Doctor en Sociología por la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea (España) y profesor titular de la misma institución. g.gatti@ehu.eus


El cuerpo sostiene la vida a todos los niveles y en todas las dimensiones. La psicología lo ha sabido ver desde hace tiempo, y no hace tanto que la historiografía y la sociología lo vienen tratando como uno de los soportes ineludibles de sus respectivos objetos, tan ineludibles que a veces parece que el cuerpo, sin adjetivos, el cuerpo, es un universal antropológico. Probablemente no lo sea, pero así lo creemos, y con arreglo a eso pensamos y actuamos. Por eso, cuando al cuerpo se le toca, se le violenta, en cualquiera de sus niveles, todo peligra. Si se tortura o se desaparece el cuerpo de un individuo, si se fragmentan, machacan o suprimen los lazos que anudan a una comunidad, si se rompen las cadenas filiatorias que engranan cuerpos en el tiempo de la sucesión, se desmorona el edificio sobre el que se sostienen la identidad, el sentido, la vida, en fin.

O al menos lo hace nuestro sentido, el occidental y moderno, de la vida. Así ha sido en conformaciones históricas -las llamamos sociedades, esto es, cuerpos sociales, sí, hechos de cuerpos individuales trenzados en formas sui generis- atravesadas por genocidios, exterminios, holocaustos o violencias continuadas. Las de América Latina no son las únicas, pero sí han sido recurrentemente afectadas por todo eso. Colombia no es, tampoco, el único ejemplo pero sí proporciona muchas ilustraciones de estas violencias que afectan a la vida y a sus soportes. De lo que hablo es de un viejo tema en la literatura científico-social al que desde hace ya años lo llamamos biopolítica. Para ella, como para casi todo lo que leemos ahora con gusto, en el meritorio panteón de los descubridores, debe consignarse el nombre de Michel Foucault: la política moderna, nos dijo, se ejerce sobre objetos (la población, el individuo) pensados desde el siglo XVII como cuerpos organizados, vida gestionable, esto es, curable, pensable, administrable, diseñable, reprimible. Y ello tanto en momentos de destrozo, cuando interviene la racionalidad propia de las apisonadoras y las desbrozadoras, como en momentos de orden, cuidado y belleza. A esto último, a ese proyecto bello de jardinería social, lo hemos llamado civilización. No es, en realidad, muy distinto del otro, el del destrozo: los dos trabajan igual, imponiendo.

Desde que hemos sabido de esto, hemos podido leer excelentes textos, que abordaban fragmentos de ese destrozo o de esa belleza: el cuerpo destrozado del individuo torturado en las buenas miradas psi; el cuerpo social descompuesto, por ejemplo, por la desaparición de algunos de sus miembros, en las buenas lecturas socioantropológicas; los análisis de la continuidad del daño de generación en generación entre historiadores que en sus bibliotecas consultan no sólo libros de su disciplina; también miradas lúdicas, que ven en esos cuerpos hinchados de poder lugares de resistencias; o el ojo crítico de los que pensaron las nuestras como sociedades letradas, resultados de la razón, productos del "principio de planning". Sin embargo, en la biblioteca no hay tantos textos (apenas vienen a la cabeza dos o tres, y son de lejos y en otras lenguas) que miran cómo se concentran en solo un lugar y en una sola historia todos esos niveles y dimensiones del cuerpo. Quizás para eso hacía falta formarse en más de una de esas disciplinas, saber algo de historia, de psicología, de antropología y de sociología.

Es el caso de Juan Pablo Aranguren y de su Cuerpos al límite, recién publicado, en una cuidada edición, por la editorial Uniandes: una mirada múltiple, de trazo largo en el tiempo histórico, de ancho espectro en el espacio de las disciplinas y bien aterrizada, concreta, en el territorio, no siempre bien tratado, de lo empírico. A partir de un estudio de caso ―las políticas represivas desplegadas en los años setenta/ochenta del siglo XX contra el M-19 en Colombia, y sus efectos en el presente―, Aranguren aborda las consecuencias sobre el cuerpo, mejor dicho, sobre los cuerpos, de esas políticas: sobre la sociedad, en conjunto, tratada como cuerpo por armonizar (capítulos 2 y 3); sobre los cuerpos de los pensados como subversivos, tratados como residuos por eliminar o materia desviada por enderezar (capítulos 6 y 7); sobre los cuerpos que vehiculan esas políticas de la vida, los militares, conductores de eso tan moderno como homogeneizante, destructivo como armonioso, que llamamos civilización (capítulos 4 y 5). Reconocer todo eso cuesta: cuestiona nuestras bases morales. Aranguren, en Cuerpos al límite, lo hace con la valentía de los que entienden el oficio de científico social como un ejercicio necesariamente crítico.

Son muchos los asuntos que aborda el texto. A partir del trazo de la compleja historia de "violencia ordenada" de Colombia, de su excepción permanente, ese oxímoron en el que se ha instalado hasta hace poco, quizás ya en el pasado, ese país recorre la marcada presencia de las políticas inmunitarias en el proyecto civilizatorio latinoamericano e interpreta desde ahí la "lucha contra la subversión" en los setenta/ochenta. Una época tensa: el proyecto civilizatorio lanzó sus defensas contra sí mismo; eliminó, desapareció y torturó ciudadanos, su más bello producto. Gestionó las piezas que lo integran, los cuerpos individuales, como si fueran cuerpos ajenos, extraños, enemigos. El efecto no podría ser otro que la catástrofe, la devastación de la subjetividad de los que sufrieron en su carne el destrozo, pero también del cuerpo social, que operó contra sí mismo. El caso del M-19, su perfil urbano, producto de las clases medias, pura civilización pues, ejemplifica muy bien esas tensiones.

Inmunidad y contagio, norma y riesgo. El proyecto civilizatorio latinoamericano es, realmente, un lugar fantástico para entender la moderna política de la vida: razón aplicada al cuerpo, social o individual. Y es un sueño bello, sin duda, ese de la razón, aunque esté repleto de monstruos, monstruos que se inscriben en la experiencia corporal y subjetiva de los que sufren su variante destructiva en sus cuerpos. Ahora bien, ¿es tan poderoso el ejercicio de esas apisonadoras de racionalidad que hacen y modulan y desbrozan cuerpos colectivos y subjetividades individuales, que nos hemos de limitar a levantar acta del desastre y, a lo sumo, inventar maneras de tratar el daño, de curar las heridas? El texto de Aranguren no se limita a esa mirada. Entre las que trabaja, destaco dos. Una es la de la fascinación analítica por los lenguajes que se conforman cuando el lenguaje es imposible, esto es, la mirada que va más allá de la constatación del drama ético que comporta representar ese horror y que piensa el problema metodológico y de escritura que supone categorizar lo que supera todo eso, que va mucho más allá de los límites de lo categorizable. La segunda mirada se orienta a las resistencias que ponen en marcha esos sujetos que pensamos, teorías heredadas en mano, como desagenciados: torturados, sujetos rotos, en general, las víctimas. Siempre las creemos pasivas, inermes, inocentes. Pero no, ni de lejos: son agentes de un trabajo de (re)construcción de subjetividad creativo, que está lejos de merecer (sólo) una mirada piadosa. Los vulnerables hacen, piensan, construyen sentido con su vulnerabilidad. A mi juicio, por ese lugar es por donde hoy pasan las rutas por las que hay que caminar para repensar las nuevas formas del cuerpo político y del cuerpo social.

Cuerpos al límite es un texto novedoso, quizás no tanto por las piezas que lo integran sino por cómo Juan Pablo Aranguren las reúne, y por cómo problematiza teóricamente esa reunión. Somete a la mirada crítica cuestiones de máximo interés social, académico y político: la subjetividad llevada al límite, las consecuencias no intencionadas del proceso civilizatorio, particularmente en su modalidad latinoamericana, la lógica que subyace (excepción, soberanía, inmunización) a las prácticas represivas derivadas de la aplicación por todo el continente de la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional en los años setenta del siglo XX... En un campo, el de los estudios sociales de la memoria, cada vez más instalado en los lugares serios y secos y poco creativos del pensamiento dominante, este libro es un soplo de aire fresco, es decir, de aire crítico.

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