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Estudios Socio-Jurídicos

Print version ISSN 0124-0579

Estud. Socio-Juríd vol.14 no.1 Bogotá Jan/June 2012

 

LONDOÑO BOTERO, ROCÍO. JUAN DE LA CRUZ VARELA: SOCIEDAD Y POLÍTICA EN LA REGIÓN DE SUMAPAZ (1902-1984). BOGOTÁ: UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA - FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS/DEPARTAMENTO DE HISTORIA; 2011, 708 P.

Paula Zuluaga Borrero*
Universidad Nacional de Colombia

* Miembro del Grupo de Investigación Conflicto e Instituciones en una Perspectiva Comparada, IEPRI, Universidad Nacional de Colombia. Esta reseña hace parte de la investigación del proyecto "Fallas estatales en el área andina", financiado por Colciencias. Correo electrónico: paula.zuluaga@gmail.com


La historiadora Rocío Londoño presenta en su obra Juan de la Cruz Varela: sociedad y política en la región de Sumapaz (1902-1984) la dinámica de los conflictos por la tierra en el país a través de la exploración de la vida y obra de Varela como líder agrario del Sumapaz. Este recorrido sumerge al lector en la riqueza del detalle de los archivos históricos que incluyen desde partidas de nacimiento hasta anales de concejos municipales, pasando por una diversa revisión de prensa y numerosos testimonios que llenan de color las reconstrucciones. Sin embargo, y a pesar de su juiciosa atención a los detalles, Londoño nunca pierde de vista la macronarrativa y las perspectivas política y social de las luchas del Sumapaz, logrando un precioso documento sobre una parte de la historia colombiana, alrededor de la propiedad de la tierra y los reclamos agrarios.

El libro es tanto una reconstrucción biográfica de la vida de Juan de la Cruz Varela -que, dicho sea de paso, ha sido una empresa profunda y sostenida de la autora que ha dado como fruto innumerables artículos y textos previos, pero que encuentra en el documento su mayor y más completa expresión- como un relato de la colonización, de la formación de las grandes haciendas y los pueblos de colonos, de las luchas campesinas por las tierras, de la violencia y la pacificación durante Rojas Pinilla, de la instauración del Frente Nacional, de los vínculos del movimiento agrario campesino con el liberalismo y el comunismo, entre otros.

El recorrido incluirá las historias de las diversas parejas sentimentales de Juan de la Cruz, de compañeros de lucha y políticos que conversaron con el ya jefe guerrillero del Sumapaz, así como la incursión formalizadora del Estado en zonas de colonización a partir de sus dos funciones básicas, el cobro de impuestos para su funcionamiento y la provisión de seguridad para sus pobladores. Así, Londoño documenta exhaustivamente cómo el consejo de Pandi autoriza la formación del municipio de colonos de Cabrera y da facultades al alcalde para reglamentar

El impuesto de caminos y destinar los dineros recaudados para mejorar la vía de Santa Lucía hasta el límite con el páramo de Sumapaz; dispuso [el Concejo] que se organizaran la administración y la recaudación de rentas en Cabrera, y encomendó al alcalde y al personero inspeccionar la zona comprendida entre Mundo Nuevo y el páramo de Púnchica, con el fin de ejercer "la sanción que corresponde a las autoridades del municipio, en beneficio de esa región y como protección a los moradores de ella". (Londoño, 2011, p. 83).

Es la misma autora, en la introducción al libro, quien mejor relata el alcance de este. La primera parte profundiza en la vida diaria de los colonos, la fundación del pueblo de Cabrera y las estrategias tanto de colonos como de hacendados alrededor de los reclamos de tierras, como en el caso de la hacienda de Juan Francisco Pardo Roche. Lo anterior es complementado con la revisión de las experiencias de la juventud de Juan de la Cruz Varela: sus padres, la vida de la infancia, la escuela.

La segunda parte se enfoca en los aspectos sociales y políticos de las primeras luchas de los colonos del Sumapaz en los años treinta. Reconstruye sus estrategias de lucha y reclamación de tierras, así como el contenido ideológico de las luchas y el papel de los líderes liberales de la época, como Jorge Eliécer Gaitán y los expresidentes Alfonso López Pumarejo y Eduardo Santos, entre otros. Londoño resalta la tendencia a estigmatizar las luchas agrarias a través de la negación de los conflictos agrarios por parte de los hacendados y autoridades municipales y la atribución de la lucha a "agentes de la subversión"; tendencia, que, por demás, no es ajena a la interpretación de luchas y movimientos sociales actuales en Colombia.

La tercera parte habla de la relación del movimiento con la disidencia liberal de Jorge Eliécer Gaitán y la radicalización de este. Así mismo, se revisa la vida política de Juan de la Cruz Varela y su papel como concejal en algunos municipios de Sumapaz, destacando el papel de liderazgo que asumió debido a que su educación e iniciativa le permitieron hacer parte activa de debates y proyectos.

Finalmente, se examinan las "guerras del Sumapaz", a partir del asesinato de Gaitán y la lucha para resistir la represión oficial de los gobiernos de Mariano Ospina Pérez y Roberto Urdaneta, así como el descenso de la violencia durante el gobierno de Rojas Pinilla, la reconquista militar del Sumapaz y el fortalecimiento de los grupos de autodefensa campesina de la región. En el aspecto político, se estudia el fortalecimiento del partido comunista con el impulso de Juan de la Cruz Varela, el impacto del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) y el bipartidismo en la región durante el Frente Nacional.

Es importante reiterar que el texto final recoge innumerables fuentes como documentos de archivos oficiales, prensa escrita y testimonios y relatos autobiográficos. Todas estas diferentes perspectivas enriquecen y llenan de colorido el documento, y lo hacen, en sí mismo, una fuente de información para otros investigadores sociales. Pero el valor de esta obra radica también en su narrativa, que lo convierte en un libro de agradable lectura para todo tipo de público interesado en profundizar en la dinámica social y política alrededor de la tierra en Colombia.

No se puede insistir lo suficiente en que solo la lectura del texto completo puede hacerle justicia a su riqueza, por lo que a continuación voy a ahondar tan solo en algunos aspectos del texto que lo convierten en una lectura placentera y fructífera para científicos sociales y lectores en general:

  1. La riqueza de las micronarrativas, que colorean, concretizan y complementan el relato general de las luchas agrarias. La más importante, por supuesto, los recuerdos del propio Juan de la Cruz Varela, complementada con muchas otras que permiten un relato contrastado con diferentes perspectivas. Este el caso, por ejemplo, de las versiones sobre la vida cotidiana en las dos grandes haciendas en la que se dividía el Sumapaz. Sobre la vida en la hacienda El Hato, relata Helena Rubiano, hija de uno de sus dueños:
  2. [...] En El Hato había un herrero, unos peones para recoger la papa y una cantidad de arrendatarios para sembrar y cuidar el ganado y ordeñar las vacas. Cada cual tenía su casa y un buen lote donde podían tener animales y sembrar poquito. La vida era muy distinta a la de los pobres campesinos de ahora [...]; mamá llevaba un sacerdote o dos para decirles misas, bautizarlos, casarlos, y también se hacían fiestas hasta con toreo de vaquillas. Esa gente no estaba agriada y vivía y comía mucho mejor. (Londoño, 2011, p. 61).

    Perspectiva que contrasta inmediatamente Londoño con la de Blanca Baquero, hija de un arrendatario de la hacienda:

    [...] Los campesinos vestíamos pobremente, de remiendos, y teníamos que pagar la obligación en dinero y trabajo. Los Pardo cargaban el dinero en baúles de cuero y producían queso, papa y habas. La vida era sumamente pobre; las parcelas de los arrendatarios tenían entre 5 y 20 fanegadas y estaban ubicadas en la parte más estéril. En la hacienda no había escuelas, la más cercana era la de Pasca. [...] Todos éramos muy creyentes, cada año iba el cura de Une al caserío de Nazareth a bautizar y casar. (Londoño, 2011, p. 62).

    Los conflictos alrededor de la tierra en esta hacienda en la que transcurrió la infancia de Juan de la Cruz Varela ilustran con claridad algunas de las características de los problemas agrarios nacionales, como los de definición de derechos de propiedad a partir de los registros notariales que permitían la expansión de linderos:

    Los documentos notariales no precisan el tamaño de los globos que conformaban esta propiedad y solo mencionan linderos generales demarcados por mojones naturales. Esta anomalía, proveniente de los imprecisos títulos coloniales y de la indefinición de límites entre propiedades particulares y baldíos públicos, hizo posible la descomunal expansión de la hacienda, especialmente mientras estuvo en poder de Luis Umaña y Juan Francisco Pardo Roche y su hijo Hernando Pardo Acevedo. (Londoño, 2011, p. 64).

    De tal forma, esta parte le permite a la autora realizar una cuidadosa descripción del nacimiento de los enfrentamientos entre colonos y hacendados en el Sumapaz. Dentro de los primeros, se encontraban figuras como Andrés Fernández y Dionisio Varela, padre de Juan de la Cruz, y, dentro de los segundos, los propietarios de haciendas como El Hato, Doa y Sumapaz.

  3. Otro aporte fundamental del documento radica en su riqueza en la descripción de las formas de acción tanto de colonos y arrendatarios como de los hacendados dueños de la tierra en el desarrollo de los conflictos sociales. La autora presenta numerosas micronarrativas alrededor de las estrategias judiciales de hacendados como Pardo Roche, quienes inicialmente instauraron demandas de ocupación colectiva y después recurrieron a demandas individuales contra los colonos, para obtener mejores resultados en sus reclamos. Por su parte, los abogados de los colonos aprovecharon la indefinición de jurisdicciones y el surgimiento de nuevos municipios en las zonas de colonización para evitar las demandas, aduciendo falta de competencia del tribunal escogido por Pardo Roche. Así mismo, la autora relata la forma como algunos colonos, entre ellos Andrés Fernández y Dionisio Varela, de la primera generación de líderes de Sumapaz, establecían estrategias de posesión de la tierra:
  4. A Fernández le entregaron un terreno en las veredas de Santa Marta, Pueblo Viejo y San Marcos, entre el río Sumapaz y Quebrada Negra. Para desmontar y cultivar su terreno, "adoptó una estrategia de posesión consistente en enganchar colonos de Pandi y Boyacá: iba por ellos y les ofrecía tierra y trabajo a cambio de que le ayudaran a civilizar su tierra". No pagaba salarios por no tener recursos y ubicaba a los colonos en las partes centrales del fundo para ir demarcando su posesión. (Londoño, 2011, p. 101).

    Estos colonos iniciales, pese a sus enfrentamientos con Pardo Roche, se volvieron a su vez grandes poseedores de la tierra. Tras la muerte de Fernández, las tierras fueron heredadas por sus hijos, quienes a su vez tuvieron pleitos con los colonos que antes había traído su padre para civilizar la tierra. Estos conflictos son una nueva manifestación de los problemas mencionados con anterioridad: falta de escrituras y linderos claros, y demarcación por mojones naturales. Sin embargo, hubo en este caso una estrategia mayoritaria de conciliación y pocos pleitos legales. De igual forma, se describen en detalle las acciones de la SAC como agremiación de propietarios para obstaculizar los programas de la Revolución en Marcha instaurada por Alfonso López Pumarejo, que en una declaración casi incendiaria anunció la intención de proteger a los pequeños propietarios y a los trabajadores de la tierra frente a los terratenientes. Frente a las medidas para proteger los derechos de los trabajadores de la tierra -como establecer jornadas de ocho horas y el pago doble por las horas extras-, la narrativa oficial de la SAC sostenía que eran normas ajenas a los trabajadores colombianos, por lo cual no disminuirían, sino que aumentarían, los conflictos sociales.

  5. A partir del recuento y la minuciosa documentación histórica, el libro señala problemas de presencia y músculo del Estado que están en el origen del conflicto agrario y que todavía están pendientes de solucionar. Algunos ejemplos son la precaria definición de derechos de propiedad, la falta de titulación, la delimitación de linderos no por extensión y límites claros sino por mojones naturales -difíciles de definir y casi más fáciles de alterar que correr una cerca-, y la falta de claridad sobre extensiones y zonas de baldíos. Ya en 1917 el ministro de Agricultura, Luis Montoya, señalaba ante el Congreso la necesidad de que el Estado iniciara un plano de baldíos, aun ante la dificultad de ello por la posesión de un título negativo. Esta es, todavía, una tarea pendiente del Estado colombiano. Otros ejemplos se encuentran en la tendencia de la legislación a proteger a los grandes propietarios, así como en la concentración de la tierra en la adjudicación de baldíos. En Cabrera, entre 1918 y 1931, se hicieron 29 adjudicaciones de al menos 20 hectáreas y 6 mayores a 100, que incluyen al ya mencionado Andrés Fernández, quien recibió 2.378 hectáreas. Y para señalar tan solo un último ejemplo es preciso incluir la falta de coerción por parte del Estado y en esa medida la carencia de respaldo de funcionarios públicos como los corregidores: en Nazareth y Cabrera, dichos funcionarios carecían de una fuerte policía que los hiciera respetar y que les colaborara para citaciones, capturas, etc. (Londoño, 2011, p. 239).
  6. Finalmente, y de nuevo, es preciso resaltar que todo esto se entrelaza en una agradable narrativa de la vida de Juan de la Cruz Varela. A partir de los recuerdos del propio Varela, otros relatos y la revisión de archivo y prensa, Londoño nos cuenta de su infancia en Sumapaz y la ya mencionada relación de su padre Dionisio con las primeras luchas contra el hacendado Pardo Roche, junto a colonos como Andrés Fernández. También nos cuenta de su brillante paso por la escuela, en la que fue considerado "el alumno más brillante de Cabrera", y cómo, después de breves incursiones como tejedor y telegrafista, se integra a los movimientos por la tierra y la actividad política como concejal. Sobre sus creencias y vida intelectual, Londoño nos presenta la devoción de Varela a la Virgen del Carmen, y su ávida lectura de formación autodidacta que incluye Las mil y una noches y Los miserables de Víctor Hugo, así como libros religiosos y otros de corte más liberal que incluyen El contrato social de Jean-Jacques Rousseau y El espíritu de las leyes del Barón de Montesquieu. Esta narrativa ofrece un doble interés para el lector: por un lado, el complemento y color necesarios para el paisaje general sobre las luchas agrarias del Sumapaz, y, por otro, la posibilidad de adentrarse y sumergirse en la vida y la psicología de un personaje como Varela. Permite entonces tanto conectar al personaje con un panorama mucho mayor que él mismo, como adentrarse en la personalidad y la vida del individuo. Londoño propone así interpretaciones para la relación entre su obra de cabecera, Los miserables, y su ideología y luchas políticas:

Es de suponer, por ejemplo, que en la infortunada vida de Juan Valjean vio afinidades con su propia existencia, como la pobreza, las humillaciones y el coraje para salir adelante y el valor que las gentes humildes suelen conceder a la educación y la solidaridad. Es muy posible que la metamorfosis del presidiario Valjean en el rico y prestante señor Madeleine (alcalde de Nontreuilsur-Mer) alimentara su propia aspiración de tener un buen pedazo de tierra y ser un hombre sobresaliente. [...] Y, dado que el joven Varela solamente había sido testigo de las luchas de los colonos de Cabrera, debió sorprenderse con la romántica historia de los jóvenes revolucionarios de "la sociedad del A. B. C." y las dramáticas escenas parisinas de la barricada de la Chanvrerie. [...]. Estas conjeturas adquieren mayor sentido si se examinan las marcas que dejó Varela en su ejemplar de Los miserables. (Londoño, 2011, p. 163).

La cuestión agraria es un problema cuya solución está pendiente tanto para el Estado como para la sociedad colombiana. Como una criatura que se transforma en el tiempo pero nunca desaparece, podemos rastrearlo desde el origen de nuestra historia colonial con las encomiendas y el despojo a los indígenas, pasando por la colonización, la adjudicación de baldíos, los diversos intentos de reforma agraria, el desplazamiento y, actualmente, la restitución de tierras. No podremos analizar y superar completamente dicha deuda histórica, cuya solución es condición obligada del desarrollo -por no decir de la pacificación- del país, si no desentrañamos cuidadosamente las dinámicas y los mecanismos asociados a este.

La obra de Rocío Londoño nos ofrece la posibilidad de realizarlo en un contexto específico del problema de la tierra en Colombia: las luchas agrarias del Sumapaz. Como se mencionó, nos brinda la oportunidad de integrar una narrativa macro con la riqueza de los detalles de una micronarrativa y, en esta medida, la posibilidad de desentrañar los mecanismos tanto de los dueños de la tierra como de quienes la reclaman. A partir de numerosos ejemplos, nos señala la necesidad, aún vigente, de tareas básicas del Estado: la definición de los derechos de propiedad; la recolección de información sobre titulación, baldíos y usos de la tierra, entre otros; y el control de la violencia y la capacidad de coerción para hacer cumplir la ley. Se trata de una obra de lectura obligada para todos aquellos que busquen entender las raíces de nuestros conflictos sociales y las tareas pendientes del Estado.

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