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Bitácora Urbano Territorial

Print version ISSN 0124-7913On-line version ISSN 2027-145X

Bitácora Urbano Territorial vol.31 no.1 Bogotá Jan./Apr. 2021  Epub June 15, 2021

https://doi.org/10.15446/bitacora.v31n1.91144 

Editorial

Comunidades, sociabilidad y entorno construido [1]

Community, scociability and built eviroment

Comunidades, sociabilidade e ambiente construído

Communautes, sociabilité et environnemet bâti.

Felipe Link1 

Margarita Greene Z.2 

1Pontificia Universidad Católica de Chile felipe.link@uc.cl https://orcid.org/0000-0001-5355-5489

2Pontificia Universidad Católica de Chile mgreenez@uc.cl https://orcid.org/0000-0001-9105-0502


Este número especial Comunidades, Sociabilidad y Entorno Construido de la Revista Bitácora Urbano Territorial aborda desde diferentes aproximaciones teóricas y metodológicas, la compleja relación entre la construcción de comunidades con las prácticas de sociabilidad en el entorno construido, en diferentes escalas urbanas.

Desde la calle al barrio y a la ciudad entendemos que las formas en que se configura el espacio urbano afectan las formas de sociabilidad e interacción entre sus habitantes. Tanto los procesos de segregación y fragmentación de la estructura urbana, como la densidad residencial, los procesos de verticalización y renovación urbana de nuestras ciudades, configuran un entorno construido que impacta las relaciones sociales entre sus residentes, principalmente a escala barrial. La comunidad, asociada al barrio y al espacio de organización local, es afectada por las posibilidades que ofrece el espacio urbano para el encuentro entre la comunidad y personas de otros barrios, para conectarse con el resto de la ciudad y, en definitiva, para participar y ser parte de la ciudad en su escala más global.

En este contexto, hay desafíos de planificación urbana y diseño, pero también, de comprensión de los procesos estructurales en la producción del espacio urbano contemporáneo, que requieren articularse con la discusión sociológica y antropológica sobre las relaciones sociales e interacciones en el espacio de la vida cotidiana. En aras de avanzar en la planificación de ciudades y territorios más integrados social, espacial y económicamente, los artículos que componen este número buscan entregar una mirada latinoamericana al contexto urbano contemporáneo específico de nuestras ciudades e intentar comprender la comunidad y la integración territorial, en el marco de una convivencia cada vez más diversa, y de la emergencia de intereses y visiones de ciudad y territorio muchas veces en conflicto. El enfoque de investigación empírica de los artículos permite compartir las diferentes prácticas y formas de organización de las comunidades y elaborar en las escalas en las que se juega la integración socio territorial, así como posibles formas de intervención en las ciudades y los territorios.

La pregunta por la comunidad ha sido recurrente en los estudios urbanos de las últimas décadas. Específicamente, en su relación con el entorno construido y la forma en que las prácticas sociales están imbricadas con el espacio. La vida cotidiana ocurre en y por un espacio determinado, donde la escala se transforma en una dimensión muy importante para comprender las geografías de la sociabilidad.

Las consecuencias de los procesos de transformación urbana en los patrones de sociabilidad de los habitantes de la ciudad han sido una temática relevante y recurrente desde los primeros estudios de Tonnies (1947 [1887]), Simmel (2002 [1903]) y la escuela de Chicago (Park, 1974 [1926]), hasta investigaciones clásicas de la sociología y los estudios urbanos (Wellman y Leighton, 1979; Bridge, 2002). Estas investigaciones han transitado desde un primer diagnóstico de pérdida de vínculos sociales, individualización y especialización funcional de los intercambios, hacia una revalorización de la importancia que adquieren los vínculos locales para los habitantes de la ciudad (Gans, 1982; Suttles, 1972; Guest y Wierzbicki, 1999). Luego y en contraposición a la revalorización de los vínculos barriales, algunos autores identificaron una desterritorializatión de las redes de sociabilidad en el espacio urbano y un "desanclaje" entre las relaciones sociales y el territorio (Giddens, 1984), lo que llevó a la idea de cosmopolitas urbanos, cuyos vínculos sociales no estarían circunscritos a su entorno urbano cercano (Webber, 1964), o lo que Ascher (2004) más recientemente identificó como solidaridad conmutativa.

En el clásico estudio de la década de los 70, Wellman y Leighton (1979) analizaron las distintas formas que asume la comunidad en su relación con el entorno barrial. Estos autores, observaron la sociabilidad urbana más allá de los límites geográficos del barrio, enfocándose en las relaciones sociales efectivas de los habitantes en el espacio urbano (Bridges, 2002; Piselli, 2007). A partir de este enfoque, Wellman y Leighton (1979) conceptualizaron tres modelos de sociabilidad urbana, proponiendo las ideas de Comunidad Perdida, Comunidad Salvada y Comunidad Liberada. La Comunidad Perdida corresponde a la pérdida progresiva de vínculos comunitarios. En este modelo, las redes sociales de los habitantes de la ciudad se caracterizarían por su tamaño reducido y un bajo número de vínculos débiles. Entonces, se trata de un entorno barrial que no ofrece la posibilidad de establecer relaciones personales fuertes y tampoco vínculos de reciprocidad asociados al capital social; el barrio en este modelo pierde su sentido y no constituye comunidad.

El segundo modelo, la Comunidad Salvada, corresponde a la existencia de vínculos comunitarios barriales fuertes. Este modelo ha sido descrito también por Guest y Wierzbicki (1999), Suttles (1972) y Gans (1982), entre otros, y se caracteriza por redes sociales densas, de relaciones fuertes, que presentan homogeneidad entre sus participantes y se concentran en el entorno barrial. Se trata del repliegue a lo local en donde ser generan vínculos personales fuertes y mediados por el barrio. Por último, el modelo de Comunidad Liberada corresponde a la desterritorialización de los vinculos sociales. En este caso, las redes sociales de los habitantes se caracterizarían por ser poco densas y más bien fragmentadas, de relaciones débiles y con una alta heterogeneidad entre sus participantes, además de encontrarse dispersas en el territorio de la ciudad, fuera de su barrio de residencia (Wellman y Leighton, 1979; Wellman, 1979). Para estos autores, este último sería el modelo predominante de sociabilidad urbana contemporánea, en el que se disminuye la importancia del barrio como espacio de sociabilidad, explicado en parte, por los avances en los modos de transporte y en las tecnologías de la información (Wellman, 1979; Mok y Wellman, 2007; Rainie y Wellman, 2012).

A partir de la discusión anterior, han surgido algunos trabajos que, sin perder el enfoque en el análisis de redes sociales establecido por Wellman y Leighton (1979) ponen en cuestión que el entorno local barrial haya perdido su rol como espacio de sociabilidad urbana. Guest y Wierzbicki (1999), De Certau (1999)

o Bridges (2002) plantean que en el barrio se genera una comunidad que cumple una función mediadora entre la individualidad del habitante y el resto de la ciudad, existiendo vínculos sociales débiles que se caracterizarían por el intercambo de distintos tipos de apoyo y ayuda de carácter instrumental. Esta visión es compartida por autores contemporáneos como Völker, Flap y Lindenberg (2007) o Pinkster (2007), quienes plantean que los vínculos débiles a escala local, involucran intercambios importantes entre los habitantes de un barrio, aunque con alcances limitados en términos de su fortaleza o capital social. Así, la discusión clásica sobre las formas de la comunidad permite plantear las bases para una interpretación más contemporánea de esta relación, a partir de ideas como familiaridad pública o vitalidad urbana, donde el rol del espacio en la formación de vínculos sociales, principalmente débiles o efímeros, es determinante (Small y Adler, 2019).

En este sentido, existe toda una línea de investigación centrada en la relación entre uso del barrio, sociabilidad y comunidad que indaga en la influencia que tendría la morfología urbana a escala barrial en los patrones de sociabilidad de sus habitantes. Tanto los trabajos de Jacobs (1961), como las ideas del Nuevo Urbanismo (Talen, 1999), buscan identificar las características del entorno construido que restringirían o incitarían el uso cotidiano del barrio y la emergencia de vínculos comunitarios entre vecinos, incentivando el sentido de cohesión social y de pertenencia territorial de los habitantes con su barrio. En general, hay consenso en que mediante un diseño urbano que promueve una densidad media, la existencia de espacio público, los suelos de usos mixtos y el caminar como modo de transporte predominante, incentivaría la generación de vínculos comunitarios entre vecinos (Jacobs, 1961; Montgomery, 1998; Talen, 1999). Así, por ejemplo, Gehl (1987) concibe que las calles y aceras con mejores condiciones espaciales, aceras amplias, fachadas permeables y transparentes, presencia de mobiliario urbano, etc., además de una alta mixtura de uso de suelo y presencia de comercio, incentivarían un mayor uso del espacio público por parte de los habitantes, los cuales, al pasar más tiempo en la calle estarían más propensos a interactuar con el resto de los transeúntes y generar vínculos comunitario y sentido de pertenencia al barrio.

También, es importante invocar a Bill Hillier (1984) quien propone que las sociedades humanas ordenan su entorno para construir una cultura espacial; esto es, una forma distintiva de ordenar el espacio de forma de producir y reproducir, no las relaciones sociales mismas, sino los principios que las ordenan. Este autor especifica que el espacio a veces se usa para generar y a veces para restringir el campo de encuentro de las personas y sus símbolos. De hecho, argumenta que el espacio urbano crea un campo probable de encuentro y copresencia en el que vivimos y nos movemos, y a esto lo denomina Comunidad virtual. La denomina virtual, porque es latente y no se ha realizado, pero considera que ella es un recurso, que cada sociedad utiliza para su producción y reproducción; como lo hace depende de las formas de reproducción social involucradas. Sostiene que la comunidad virtual tiene una estructura definida y descriptible y es producto directo del diseño espacial. Más aún, sostiene que el espacio no es simplemente una función de los principios de la reproducción social: es un aspecto intrínseco de ella, una parte necesaria de la morfología social (Hillier, 1989).

Así Hillier (1989) entiende la ciudad como un artefacto socioespacial, donde los individuos pertenecen a muchos tipos de comunidad. Describe dos tipos a los cuales todos los habitantes pertenecen: el primero es grupo definido espacialmente -como la casa o el trabajo- donde los miembros se encuentran en virtud del espacio y a un grupo transespacial -como un clan o una profesión- que congrega una categoría sin importar su cercanía espacial en la que se integran individuos que suelen estar separados espacialmente. Agrega que, cuando ambos grupos coinciden, se genera una correspondencia entre estos dos tipos de membresía y producirían una situación similar a la descrita por Wellman y Leighton (1979) respecto a la comunidad salvada. De hecho, también acusa que la falta de comprensión de estos procesos ha conducido a teorías territoriales del espacio humano, la que llevó en los años 80 a prácticas erróneas como las de espacio defendible, promovido por Newman (1972) y Coleman (1985).

Para analizar la relación entre morfología del espacio público, usos cotidianos y sociabilidad, se ha utilizado el concepto de vitalidad urbana (Montgomery, 1998; Balsas, 2004; Shamsuddin, Hassan y Bilyamin, 2012). Montgomery (1998) establece que la vitalidad urbana sería el elemento constitutivo de la vida urbana, el cual permitiría el encuentro y el reconocimiento entre los distintos habitantes de la ciudad, el establecimiento de vínculos sociales entre ellos e incrementaría el sentido de pertenencia territorial. Para el autor, al igual que Gehl (1987), elementos tales como la presencia de espacio público, usos de suelo mixtos y la presencia de comercio menor, restaurantes y cafés en la acera, serían elementos que incentivarían el uso del espacio público y el surgimiento de relaciones sociales (Montgomery, 1997). No obstante, el concepto de vitalidad urbana suele ser criticado por su ambigüedad y porque, a partir de su uso, se establecen relaciones poco precisas entre las características del entorno construido y la generación de vínculos, interacción y cohesión social (Lloyd, Fullagar y Reid, 2016). En respuesta a esto, Hillier (1996) propone la economía de movimiento, como un factor determinante en la producción de lo que él llama 'urban buzz', que se basa en la noción de movimiento natural. En esta, postula que la evolución de la organización espacial en los asentamientos genera un patrón de distribución de flujos de movimiento, los que influyen en la distribución de los usos de suelo: los usos de suelo que se benefician de altos niveles de flujo de movimiento generan efectos multiplicadores en los flujos de movimiento, retroalimentando las elecciones de uso de suelo. Una vez que hay más actividades y necesidad de más usos atractivos y generadores de movimiento, la malla local se adapta a un desarrollo más intensivo, por ejemplo, multiplicando la malla a través de pasajes al interior de la manzana y eventualmenente mayores densidades. Así, se llega a establecer lo que él llama 'urban buzz' en algunos sectores con mayores densidades, diversidad de usos de suelo y altos niveles de movimniento y encuentro entre personas.

Por su parte, Blokland y Nast (2014) proponen entender el tipo de interacción y vínculo que se establece entre los habitantes en el espacio del barrio, a partir del concepto de Fischer (1982) sobre familiaridad pública, relacionado al uso cotidiano del barrio y la existencia de interacciones mínimas pero cruciales, entre los habitantes en el espacio público. Las autoras ponen el énfasis en los vínculos débiles y el sentimiento de familiaridad y de pertenencia al territorio que se originaría a partir de dichos encuentros. Al igual que otros autores (Guest y Wierzbicki, 1999; Völker, Flap y Lindenberg, 2007), Blokland y Nast (2014) develan la importancia que tendrían los vínculos débiles entre vecinos en el sentido de pertenencia territorial y de cohesión comunitaria de los habitantes de un barrio. Este sentido de pertenencia al barrio, se entiende como un resultado o expresión micro social de las experiencias socio espaciales de los habitantes (Méndez y Otero, 2018), dada por las interacciones cotidianas en el espacio local. Esta idea, va más allá de los modelos de comunidad perdida, salvada o liberada y reincorpora la importancia del barrio en la constitución de relaciones sociales que pueden ser significativas para la cohesión social y el sentido de pertenencia local. En este sentido, para el análisis de la sociabilidad, interesa la escala local - residencial y una orientación al espacio público a escala barrial. Es decir, la sociabilidad urbana más allá de la sociabilidad privada o entre vínculos fuertes, lo que puede convertir un sitio cualquiera en espacio urbano, entendido desde Delgado (2007) como el espacio que genera y donde se genera la vida urbana.

Así, las comunidades contemporáneas no permiten el uso en singular de un concepto en constante transformación. Tanto la escala del espacio que da forma a las interacciones, como la diversidad misma de los encuentros, componen una situación socioespacial que ha llevado a autores como Blokland (2017) a definir la comunidad como una práctica urbana, más allá de la tradicional equivalencia entre barrio - comunidad. Es decir, como una combinación de vínculos sociales más o menos racionales que cruzan los ejes de interdependencia, funcionalidad transaccional, arraigo y relación. En el escenario actual, con medidas de distanciamiento físico en contexto de pandemia, así como de diversas manifestaciones de reivindicación social, conocer las formas de las comunidades a escala barrial es muy importante, para promover políticas públicas y formas de habitar que reivindiquen el hecho fundamental de una interdependencia social dada por el espacio y el entorno construido.

Antes de presentar los artículos que componen este número de Bitácora, solo nos queda por recalcar la importancia de la construcción y consolidación de comunidades urbanas mixtas y diversas, que aboguen por una convivencia enriquecedora en su interior y con las otras comunidades urbanas. Si ya, desde el Informe Bruntlandt en 1987 se identificó el ámbito social como uno de los soportes de la sustentabilidad, en Latinoamérica hemos continuado un camino de desarrollo que ha privilegiado lo individual por sobre lo colectivo. En este número ofrecemos una serie de pistas que pueden ayudarnos a enfrentar el mayor desafío de nuestro siglo, la sustentabilidad urbana y medio ambiental, recuperando el sentido de lo colectivo y usando la planificación y el entorno construido como una herramienta para mejorar la calidad urbana de nuestras ciudades.

Los artículos que componen este número especial se presentan desde tres aproximaciones. En primer lugar, encontramos siete trabajos que describen y analizan la construcción de comunidades en función de la integración social y el conflicto, donde aparecen conceptos e interpretaciones sobre la convivencia, el habitar y la participación. En este primer grupo se muestran casos de Chile, Argentina y Ecuador, con realidades similares y representativas de la región en América Latina. El primero de estos trabajos, estudia dos casos en Santiago de Chile, desde la perspectiva del conflicto En estos casos, la sociedad civil se aglutina frente a un "enemigo común", construyendo una suerte de solidaridad de barrio. Pero más importante, logra que se reconozca al barrio como categoría de protección ya que se reconocen atributos relacionados con los modos de vida y otros aspectos de carácter intangible superando los atributos del patrimonio material y monumental establecidos tradicionalmente. Los próximos tres artículos tratan sobre el tema de la mixtura o diversidad social. Dos de ellos situados en Chile y el tercero en Ecuador exploran las dificultades de convivencia cotidiana entre grupos diversos, e identifican problemas comunes que generan alianzas y eventualmente inciden positivamente en la disminución de fronteras. El quinto artículo situado en Buenos Aires trae un caso de gran relevancia actual, el de los asentamientos informales, y presenta las formas en que se construyen los espacios de socialización y su relación con la conformación de comunidad. Por último, en este grupo hay dos artículos situados en Chile, que tratan sobre el sentido de pertenencia, capital social y sociabilidad de los barrios y su relación con la participación de sus habitantes

Un segundo grupo de siete trabajos presentan dimensiones políticas y culturales en torno a las relaciones sociales a escala barrial asociados a la violencia, el racismo y las culturas juveniles, que tensionan las posibilidades de convivencia y construcción de un nosotros en el espacio local. En este grupo, se presentan trabajos de Chile, Colombia, México y Argentina, con lo cual se logra una mirada regional importante para conocer problemáticas comunes. Los tres primeros, situados en Chile, México y Colombia, continúan con los temas de cohesión social, pero ahora con una propuesta en torno a lo vecinal, más allá de definiciones preconcebidas en torno al barrio y sus implicaciones. Incluso, el tercero aborda un tema contemporáneo relevante, el de las culturas juveniles. El cuarto artículo situado en Chile continúa con esta escala vecinal, pero aborda el tema de la violencia y la seguridad residencial. Los próximos dos artículos, situados en Chile y Argentina, se enfocan en migrantes en condiciones muy diferentes: uno en migrantes urbanos y los otros en temporeros, manifestándose en ambos casos prácticas de sociabilidad que les permiten 'negociar' su espacio en un nuevo entorno. Finalmente, en este grupo incluimos un artículo sobre patrimonio cultural, en México, que explora formas de contribuir a impulsar un turismo sustentable.

Por último, un tercer grupo de cuatro trabajos presenta la importancia de una escala mayor en la constitución de relaciones sociales problemáticas, asociadas a los procesos clásicos de segregación y fragmentación urbana en América Latina. En este grupo, se presentan trabajos de Chile, Argentina y Colombia. Los dos primeros trabajos, de Chile, se refieren a los efectos nocivos de la segregación urbana. El tercer artículo, situado en Argentina, se refiere a una forma de expansión en corredores con lo que se problematizan las intervenciones implementadas por políticas públicas. Por último, el cuarto capítulo y último de este número vuelve a los asentamientos informales, ahora en Colombia, destacándolos como lugares donde se fabrican innovaciones político-jurídicas, económicas, tecnológicas y culturales.

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[1] El dossier de este número de la revista surge a partir de la convocatoria realizada en 2019 para la conferencia internacional "Integración Urbana y Territorial" organizada en conjunto por los centros de investigación en áreas prioritarias FONDAP Cedeus 15110020 y Coes 15130009 para llevarse a cabo en octubre de 2019 en Santiago de Chile. La conferencia fue suspendida dada la contingencia del estallido social en Chile. Sin embargo, los trabajos propuestos en las mesas temáticas de la conferencia fueron invitados a participar de esta convocatoria, ya que entendemos que los temas abordados debían ser difundidos especialmente en este contexto social, que derivó en la reciente aprobación por una amplia mayoría para la redacción de una nueva constitución en Chile. En este contexto, cobra aun mayor importancia la investigación social y urbana en América Latina, para comprender nuestra realidad y aportar conocimiento para su transformación. Los autores agradecen el financiamiento de los proyectos Anid/Fondap N° 1511002 y N° 15130009 y del proyecto Anid/ Fondecyt N° 1190724.

Cómo citar este artículo: LINK, F. y GREENE, M. (2021). "Comunidades Sociabilidad y Entorno Construido". Bitácora Urbano Territorial, 31 (I): 7-14. https://doi.org/10.15446/bitacora.v31n1.91144

Autores

Felipe Link Profesor Asociado, Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales, Pontificia Universidad Católica de Chile. Investigador asociado en Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social COES y en Centro de Desarrollo Urbano Sustentable CEDEUS.

Margarita Greene Z. Arquitecta (1973) y Magíster en Sociología (1988) de la Universidad Católica de Chile (UC), y Doctora (2002) de University College London (UCL). Profesora Titular de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Chile e investigadora del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable, CEDEUS.

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