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Revista Colombiana de Antropología

versión impresa ISSN 0486-6525

Rev. colomb. antropol. vol.38  Bogotá ene./dic. 2002

 

UNA COLCHA: ELEMENTOS DE UNA ETNOGRAFÍA QUE LA ARROPAN

 

L UIS A LBERTO S UÁREZ -G UAVA
ANTROPÓLOGO DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA
lasguv@hotmail.com


Resumen

ESTE ENSAYO ABORDA, DE FORMA EXPLÍCITA, TRES TEMAS QUE SE CRUZARON EN UNA investigación etnográfica: la identidad cultural, las maneras –concepto que permite hablar de ese tipo de identidad– y la elaboración cultural del tiempo. En él están implícitas, mas no ocultas, algunas reflexiones que giran sobre la escritura en antropología –porque en nuestro ámbito lo real se presenta con palabras–, sobre la condición del investigador en tanto sujeto social y sobre el límite de la autoridad etnográfica, que, supongo, no es sólo autoridad para describir, sino que es, también, autoridad para conceptualizar.

P alabras clave: etnografía, textualidad, identidad, cultura, indígenas urbanos.


Abstract

THIS ESSAY EXAMINES THREE TOPICS THAT INTERSECTED ONE ANOTHER DURING ETHNOGRAPHIC research: cultural identity, customs –a concept allowing discussions about this type of identity– and the cultural elaboration of time. Implicit in the text, but not hidden, are reflections regarding the task of writing within anthropology –because in our milieu the real is presented through words–, the researcher's condition as a social subject and the limits of "ethnographic authority", that, I suppose, is not only the authority to describe, but also the authority to conceptualize.

K ey words: ethnography, textuality, identity, culture, urban indigenous communities.


LA ESTANCIA ENTRE UNA FAMILIA INGA FUE PARTE DEL DESARROLLO DE mi trabajo de tesis (Suárez, 2001) presentado en la Universidad Nacional de Colombia para obtener el título de antropólogo. Lo que será mostrado* no es la explicación de lo que ente ellos encontré, ni lo que entre ellos encontré, sino las derivaciones teóricas que una persona ocupada en eso podría distinguir. Tres son los temas: la identidad cultural, las maneras y el tiempo.

Una de las casas de mi infancia, la única con nombre propio, fue La Pajarera. No es este el lugar de unos párrafos nostálgicos que de ella digan, tampoco será el de la discusión de lo que lo escrito dice o le es imposible decir. Sólo tendremos presente, usted y yo, que en una casa de inquilinos pobres y venideros a esta ciudad de campos varios de los que rodean a las ciudades y pueblos, en una casa de esas, viví. Y por ser ese el sitio de una de mis primeras conciencias es, también, un punto de referencia que por estas palabras queda sembrado y durante el escrito que lo, y la, ocupa irá mostrando raíces imposibles de disociar de las cosas que pretendo escribir en las líneas que son. Esas relaciones imposibles de ocultar también nos deben llevar a considerar que las líneas que leemos nacieron desde esos años y desde la lección que fue haber vivido entre gente inga en Bogotá y desde todas las experiencias que no caben. Son esas dos las vivencias relevantes para la inteligencia del texto, yo soy uno de los tantos nosotros que he sido y aprendí algo entre los inga de esta ciudad que me trajo a pensar lo que ahora está escribiéndose, lo que se escribe mientras usted discurre sobre la superficie del papel.

Yo, que soy pelos rebeldes, boca entreabierta, espero palabras que me iluminen la noche en la casa en que estoy, lejos de donde estaba. Esto no es Santa Rosa de Lima, ya no vivo con la familia inga, ahora es Fontibón; nuevas condiciones intentan las viejas palabras que han sido mi credo y las sutiles historias que las confirmarán. Varias son las cuestiones de nosotros los que nos cuestionamos y buscamos las razones. Yo tengo un rompecabezas para compartir. No tan difícil; no bien armado. Apenas como para arroparme la observación, que no fue porque en sentido estricto no vi nada y por tanto no fue en un momento iluminado, o lo olfateado, que tampoco y por lo mismo no fue un momento de inspiración, o lo palpado, que no siendo así como fue no podría llamarlo un momento de éxtasis tactil, o lo gustado, que nada tenía en la lengua más que babas y por eso no podría escribir que fuera un momento de deleitación gastronómica, o ¿cuál me falta? La cosa es que tampoco fue el juego de los sentidos el que me llevó al hallazgo o a la relación de la que escribí en otro sitio1. Líneas como estas buscáronle el abrigo, como para que no se sintiese con mucho frío en el momento de exponerla.

En otra virtual hoja escribí que el de la diferencia no era el tema del que yo quería hablar, o, si lo era, no era la diferencia por ella misma; tendré que sumergirme en esa cuestión que por ser la primera en abordar será la cuestión primera. Escrito ya fue, pero no sobra volver a escribirlo, que como Saramago, autor inspirador, en un libro de cuyo título, como ya me ha ocurrido, no puedo acordarme, como él escribió, tecleaba, Nada hay que escribirlo una vez sola, y, en consecuencia, volveré al asunto de que la diferencia es diferencia para el que así lo quiera y que demostrarla o encubrirla puede llegar a ser embustero y falaz. Y todo el asunto ese del dios Funes, memorioso y perdido en su arrebatadora lucidez, arrebatadora por que lo arrebataba. Escribiré, nuevamente, que la diferencia está por todas partes. La diferencia es estadísticamente demostrable, cosa que la hace sospechosa. A la diferencia, no a la estadística que todo demuestra –y todo demuestra no por sus virtudes inherentes, sino por nuestra fe en las cifras–. La diferencia es la circunstancia que nos vuelve triviales cuando queremos o demostrar lo igual o demostrar lo diferente. Porque todo es posible demostrar con los detalles elaborados del elaborado detalle o con las cegueras máximas de la oscuridad o con la sordera máxima del sinsonido, O todo es cada uno o todo es cualquier cosa, diría quien lo dijera. La diferencia cuestiona la posibilidad del conocimiento. El énfasis en la diferencia nos aproxima a la estupidez del dios Funes, con la mente enferma, finalmente ocupada en ella misma, en un instante de su mismidad. ¿Qué podemos llegar a conocer?2 El que no abstrae se arriesga a quedarse tumbado en el cuarto oscuro y callado recordándose el instante del rayo de luz. Por eso las palabras son el máximo ejemplo de la abstracción y la máxima ilusión del conocimiento. Porque el que conoce palabras conoce y por palabras conocer, conociendo está lo que del mundo las palabras dicen. Consideraciones estas que como todas las consideraciones apuntan a apuntar algo. Alumbrar el tema de la identidad cultural con la luz del concepto de diferencia es caer en una trampa. Tantas culturas como dedos acostumbrados a sus costumbres propias; tantas culturas que no habría una sola compartida; o no habría cultura. Y pocos (pocas), en proporción, son los (las) autistas. De manera que quien en la diferencia basa su discurso para distinguirse –étnica o culturalmente–, lo hace por estrategia3. Escrito.

¿Entonces a qué me referiré cuando de la identidad cultural, la que no es performativa4, quiera escribir? No será un tratado sobre la diferencia cultural, esa que por diferencia ser, algunos podrían pensar que es una cuestión de identidad; pues la de la identidad no es cuestión de diferencias, que como su nombre lo indica, la identidad se refiere a lo que es lo mismo. Postulado que nos devuelve, porque si no se devuelve no tiene sentido, al problema del conocimiento, mal tratado en las líneas que van –y no maltratado a pesar de eso–, y de las cosas que podríamos llegar a conocer. La identidad lógica no es posible; lo que es igual sólo es igual a eso mismo en ese instante porque la duración anula la identidad (Páramo-Rocha, 2000). Y de duraciones también discurre este escrito5. Metámonos en ese río, el que va raudo por los senderos de las manecillas y por el gotear de los espejos de arena y por el de los espejos delatores de la vejez prematura y de la otra. En esa duración que es discurrir, fuga hacia lo futuro nuevo –en donde lo único perdurable es la locura del tiempo–, la identidad lógica es imposible. Entonces tampoco de identidad trataría este tratado que de identidad cultural quiere hablar.

Truco entonces, no voy a hacerme zancadillas. No escribiré que la duración en fuga permanente hacia el futuro no me ocupa y que por eso de identidades si podré hablar, no lo voy a escribir. No trazaré con los dedos tecleadores las palabras que digan que no parto de la suprema diferencia sino de la suprema semejanza; en todo caso es de esa manera como aparece la diferencia, cuando, por costumbre, tratamos a todos como a todos tratamos y aparece la incoherencia; no voy a escribir eso. Si bien es cierto que el problema de la diferencia me parece un falso problema, si es tratado de la manera en que postulé que podría ser tratado, el de la identidad cultural deberá ser abordado porque supone ignorancias costosas o porque puede tener consecuencias molestas (Vasco, 1999)6, que a la verdad –la verdad aquí es el relato de la vivencia, porque de vidas se trata– faltan. Supongamos que la experiencia existe por fuera de sus formas de registrarse, entonces el problema de la identidad cultural es un problema de foco; entonces el problema de la identidad cultural es un problema de sintonía; entonces la diferencia cultural es una cuestión de simpatía; la cultura es una cuestión de las experiencias sensibles de las manos acostumbradas a sus costumbres; la identidad se refiere a los compartidos gustos por el gusto de los mutes u otras sopas igualmente apetecidas o aborrecidas; el límite del mundo es el límite de los sentidos pero los sentidos están domesticados. Eso partiendo de la premisa que fue la primera suposición pero que no es la convicción del escritor, que esta noche tinto había olvidado pero que ya extraña, que la convicción del escritor nocturno de desvaríos varios es la de que la experiencia no existe por fuera de las maneras formas talantes estilos géneros tácticas medios fórmulas guisas suertes sones de registrarla; la experiencia no existe por fuera de las categorías que la registran. Eso hace menos justas las consideraciones acerca del asunto de la cultura, la cultura pasa de ser una cuestión de apreciación de la realidad a ser una forma de vida, y quien dice una forma de vida dice un mundo compartido por quienes de esa manera viven. Y un mundo es un mundo; en el mundo en el que todo es como es en el mundo, puede aparecer algo que no es de la forma en que debe ser, cuando eso pasa, cuando las maneras se extrañan, aparece la diferencia. Estas son cuestiones serias, no olvidemos la violencia simbólica (Bourdieu, 1999).

Ellos, don José y doña Rosita o doña Rosita y Florentino o doña Rosita con ella misma, llegaban, eso dependía de quien con ella llegara, como a las siete menos cuarto o a las siete o a las siete y cuarto. Ese día, esa noche más bien, metí la llave verde en la ranura de la chapa extrañado porque siendo, como eran, las ocho y pico, no había luces encendidas en el corredor, más fue la sorpresa cuando me di cuenta que la segunda chapa también estaba echada. Ellos no estaban. Esa noche trasnoché en el computador y dejando de aplazar lo que había decidido empezar el siguiente lunes, empecé escribiendo unas líneas sinceras de tintos y de casa ruda, que así le llamó Omar, y de capítulo primero de una tesis. Esa noche empezó la historia con nombres inventados7 y no hablaba de ellos y su ausencia era la excusa y su presencia era la excusa. Esa noche estuvieron de visita en donde la prima de la señora Rosita, la tía Pastora, que se había trasteado a Las Mercedes –el segundo de mis barrios en Bogotá– después de haber vivido en La Primavera y en Usme; trasladó con su cama y su estufa el centro de atención en cuestiones de salud y hechicería que la hizo famosa en Popayán y del que vive bien en Bogotá. Estuvieron visitándola y como una visita no debe rechazar lo que le  ofrecen, tomaron aguardiente durante toda la noche y comieron mute con gallina y a las ocho de la mañana, minutos más minutos menos, me despertaron de mi trasnochado sueño mañanero. Esa fue la única noche que dormí solo en esa casa; solo, con el perro, las terrazas y el Taitico, que en el altar de su cuarto era iluminado por una veladora gigante, de esas que también en los puestos de los inga se pueden comprar, pero que ellos no hacen. Empezó el viaje místico por el que ellos se iban a transitar las calles de mi juventud mientras que yo, por las calles y corredores de mi niñez, buscaba sus huellas y encontraba retazos de colchas y pitos aullantes y nostalgias verdes, del color de los árboles de navidad que vestíamos mi mamá y yo con esqueletos de matas de espinas; verdes, como los días rojos de la navidad.

Habrán de venir mañana. Yo iré por ellos; vendrán a conocer la casa nueva que en arriendo tomó mi mamá; vendrán a por la cerveza y el aguardiente; por la comida; pero por sobre todo, vendrán a visitarnos porque somos amigos. Si así no fuera, yo no pudiese haber vivido en su casa pagando una exigua suma por el arriendo de la pieza de paredes verdes y techo blanco y azul semblante. Vendrán porque somos amigos y nos hacemos invitaciones recíprocas de vez en cuando. Y pondré la música ecuatoriana que Florentino compró en Pasto cuando viajó, hace más de dos meses, a Santiago. Hoy es sábado. Muchos días desde que ya no duermo en esa casa, muchos días han pasado con sus noches minutos y horas, muchas cenas muchos desayunos muchos medios días. Si ellos no volvieran a visitarnos así no sea en la misma casa, si yo no volviera a visitarlos al puesto o a la casa, no tendría sentido ese transcurrir que lo que ha logrado, muchos días son menos que meses, es acercarnos en las memorias que guardamos. Cosa distinta es que yo pueda llegar a contar mi estancia de la manera en que lo harán ellos. Todo esto algo intenta de lo aprehendido, esto es un intento de acercamiento narrativo a una forma.

Las formas o serán las maneras o la costumbre será. ¿Cómo se llamará eso? Llamáronlo algunos el sentido común (Vico, 1995) y otros las propensiones a ser y hacer (Bourdieu, 1999) y otros las razones que la razón desconoce (Pascal, 1984); también, de alguna manera, las estructuras (Lévi-Strauss, 1970)8. Alguna de esas cosas será. A ver si de acuerdo nos podemos poner: existen actuaciones compartidas –actuaciones con sentido–, unas conscientes otras inconscientes, existen símbolos9 que condensan relaciones, relaciones de actuaciones10, que son finalmente, evidencias de las relaciones y relaciones ellas mismas; toda actuación es simbólica. Existen comportamientos, y pueden ser explicados como costumbres –ritos o herencia milenaria porque desde siempre ha sido así; como transportarse en buseta de un barrio a otro de la ciudad, y los barrios han existido siempre– o pueden ser explicados a partir de los símbolos compartidos por quienes así actúan, pueden ponerse en relación las actuaciones del cuerpo con las representaciones de la cultura en la que el cuerpo se haya inscrito. También pueden ser explicados como producto de las contingencias estructurales que sufren los grupos humanos; y ese es un análisis sociológico. Ese análisis también deberá explicar el interés mío por mostrar que los indios, aún en ciudades como esta, sí existen y comparten unas maneras que son evidencia de mundos ricos y poco explorados y poco conocidos y que no todas esas actuaciones están sujetas a las contingencias. Las maneras, será el término que usaré para referirme a las disposiciones del cuerpo, son las costumbres de las manos y las costumbres de las bocas y las costumbres de las piernas y las costumbres de los cabellos y las costumbres de los brazos y las costumbres de los esófagos y las costumbres de las narices y costumbres de los oídos y las costumbres de los ojos. Las maneras son relaciones de actuaciones y evidencias de relaciones. Las maneras no se acaban en las manos ni allí empiezan. Las maneras son las costumbres del cuerpo que desconoce la razón. Las maneras son aprehendidas. Las maneras son sus propias razones11.

Las maneras son las disposiciones previas a los actos. O son los acuerdos implícitos. No son normas de etiqueta, esas han sido llamadas buenas maneras, yo hablo de todas. La manera del hombre pensativo es con la mano en la barbilla y la mirada perdida, la manera de ver un cuadro es la manera que el pintor previó, por eso el arte muchas de las veces satisface necesidades no abiertas a la razón. Como la oscura fuerza que nos lleva a escuchar algunas flojas canciones en algunas oscuras situaciones. La manera del llanto es previa a cualquier lágrima y a cualquier tristeza o alegría que la ocasiona, la manera del llanto es una invención socialmente acordada y nunca discutida. La manera del insulto es así y su efectividad depende de la buena puesta en escena de la manera. Las maneras son previas a su realización, previas a la risa y el chiste están todas las variaciones de la risa y el chiste. Todas las variaciones con sentido del acto son la manera anterior –y posterior– al acto. Las maneras son indiferentes a su realización, son eternas; paradójicamente, sin su realización las maneras no existen. Prefiero, por eso, el término "maneras" a los otros que enuncié, porque se refiere a la puesta en escena de las posibilidades de la manera. A eso es a lo que el etnógrafo puede acceder, a la realización de las maneras, que no llamo comportamiento porque pierde su carácter de relación. Por la reiteración de tipos de actuaciones accedemos a la abstracción que pretende la utilización del concepto manera.

Ahora, domingo o dómingo, antes de irme por ellos, tomo asiento y a leer lo de las maneras. ¿Quién ha dicho eso antes? Ayúdeme lector leído. Otra cosa será escribir que las maneras, siendo costumbres, son de larga duración. ¡Braudel! O sea que duran mucho tiempo en el río del tiempo, como los escritos del Vallejo ese, manitronchado y delicado, se llaman. Ese es mi parecer acerca de las dos cosas: de Vallejo y de la duración de las maneras. Las maneras de los ríos son sus propias maneras o la extensa duración es una manifestación de la manera. Los ríos son ocasión de pensarnos las duraciones o las relaciones entre acontecimientos. Yo sé de un río que, siéndolo, no es río del eterno devenir discurrente ni de la fuga irremediable; ese río del que noticias tengo, sin periodista ser y sin aspirar a serlo, sirve para comunicar las múltiples orillas que lo abrazan. Estando embarcados en el río de los espejos lunáticos y de las aguas esquivas, son las maneras costumbres de los cuerpos que duran largamente. También sé de una muerte, que siendo infinito mar no tiene orillas que comunicar. Esa muerte debe ser como un río de aguas quietas; mejor, como un río sin orillas, como un río con aguas de curso continuo.

Dejémonos de insinuaciones, esta es la historia escrita con lentitud para de igual manera ser leída. Las maneras son las costumbres de los ojos porque las ojeras son los ojos trasnochados. Las maneras son las costumbres de los ojos porque los ojos no ven todo lo que los ojos ven; alcanzan a ver sólo lo que sus maneras permiten; en otro sentido, lo que sus maneras permiten es todo lo que existe.

Lunes. Ayer sobraron los visitantes. Este párrafo debería estar en una tesis por lo que dirá, pero está aconteciendo en este escrito y no tengo intenciones de moverlo. Muy parecido ocurrió allá12. Ayer hubo mucho sapo. Tengo la molesta sospecha de que los amigos de mi mamá buscaban rascarle la barriga al buda. Hijueputas. Nosotros, los que pescamos en los ríos revueltos de la ocasión, los que acechamos a la suerte. Que no vengan a mirar a los indios porque estos indios son mis amigos. No más.

¿Qué es un acontecimiento? Un acontecimiento es porque unos historiadores así lo decidieron (Carr, 1984). O sea que la historia13 organiza una serie de acontecimientos y los relaciona con el fin de mostrar una forma en que esas relaciones son útiles para explicar el presente o el pasado como un todo coherente. Y el orden es el orden, es decir que unos acontecimientos van antes que otros y otros van antes que unos, se establecen relaciones de antecedencia y consecuencia. Y esa ilusión nos hace creer que el orden es orden causal o sea que los acontecimientos son continuos14 o sucesivos; y por así ser, su continuidad es en el tiempo o su continuidad es la del tiempo; es, además, unidireccional. Y la continuidad del tiempo es sólo una idea, una manera de ver el sol y los ríos y los espejos y la muerte y la vida. En rigor, los hechos que muestra la historia, cuando decide la historia que son hechos, son discontinuos (cfr. Páramo-Rocha, 1979). Lo que hace que organicemos de cierta manera los acontecimientos en un relato que pretenda mostrar las cosas como pasaron, es que tenemos una manera de recordar o en nuestro mundo un hecho no es sin relaciones de antecedencia y consecuencia; no podemos relatar sin relaciones de continuidad cronológica. Los hechos históricos son discontinuos porque, siendo como ya fue escrito que la experiencia es todas las maneras de registrarla, y dependiendo las maneras de las maneras o sea que la narración histórica está supeditada a la forma de narración de la historia, es decir que la historia es una forma narrativa que tiene sus presupuestos, los hechos que establece no guardan entre sí más relación que la que el narrador puede establecer. Los hechos no determinan la forma de presentarlos sino que son presentados de acuerdo a una manera. Por otra parte, y aunque de la idea de la continuidad del tiempo dependa la forma narrativa de la historia, el relato histórico va dando saltos de hecho en hecho de acontecimiento en acontecimiento, resaltando y enfatizando y pormenorizando unos momentos y otros no (cfr. Páramo-Rocha, 1979). El tiempo de la historia padece de ritmos; aceleración y desaceleración de la historia. Cosa que tampoco es la prueba de la discontinuidad del tiempo histórico y no lo es porque la idea de aceleración, positiva o negativa, presupone un sentido lineal más lento o más rápido o porque la sucesión sigue siéndolo y finalmente los discontinuos puntos que son los acontecimientos significativos para el historiador se pueden abstraer en la línea que es relato histórico acontecimental; más prueba será escribir que, dado que el historiador es un personaje ubicado, el relato histórico es un devolverse hasta un cierto punto desde la línea que sería el tiempo y que como consecuencia de la reorganización de los hechos con el fin de mostrar cosas que en ocasiones no fueron interesantes pero sí en el ahora que es el de la escritura de la historia, la continuidad del tiempo es quebrada. Toda narración es discontinua.

Siendo que ya el párrafo que antecedió a este, consideración que considera que usted lee en el orden en que yo le propongo, postula que la historia tiene una forma narrativa que es evidencia de nuestra manera de ver los ríos y el movimiento del sol y bla, y el sentido de la vida finalmente, del tiempo, padre tiempo devorador de sus hijos, los que nos consumimos frente a los espejos y que invertimos porque el tiempo es oro, ya que eso pasó en el párrafo precedente, es esta la ocasión de proponer que en otras formas narrativas debe ser posible encontrar otras maneras de los ojos frente a los ríos y los mares; los mares que son el morir y las mares que la muerte son15 (Quevedo, 1994). La historia muestra nuestra manera de enfrentar la duración; nosotros, los del reloj acosador. Esta debe ser la historia del problema de la historia o la historia de las que no son historia, pero no fue posible porque este no es un relato del poder.

Bien, este no será un párrafo de ideas desarrolladas y últimas noticias. Aquí acontecerán frases sueltas amarradas de mí. El presente no se nos escapa sino que es nuestra condena, el presente es lo irremediable. El presente es el conjunto de los pasados; el pasado no está pasado y en consecuencia no desaparece sino que aparece retomando formas. ¿Será por eso que todo ocurre en el presente? Lo que pasó es lo que podemos llegar a recordar y nosotros somos nuestros recuerdos o el presente es la total relación de los pasados. Lo único continuo es el presente pero el presente es tan delgado como una imaginaria línea y tan ancho como el redondo mundo. En un sentido la continuidad es una ilusión –no una mentira– y en otro la continuidad es todo. Lo único continuo es el presente pero, por ser instantáneo, el presente no tiene duración, es tan delgado como una línea imaginaria en uno de sus imaginarios puntos. Y por la presencia –consciente o inconsciente– del pasado el presente es tan ancho como el mundo, es todo. Siendo el presente lo único continuo es también la única ocasión del pasado, los pasados sólo ocurren en el presente. Si los pasados sólo ocurren en el presente, esa circunstancia lo hace discontinuo. La continuidad es, entonces, una manera del recuerdo y es la ocasión de los proyectos. Si la continuidad es una manera del recuerdo, la continuidad es una idea y el presente es eterno. Cuando el tiempo se puede perder y vivir es estar muriendo, son los proyectos una forma de perder el tiempo y una obligación. Los proyectos son las relaciones que instauramos con el futuro. El futuro son todos los presentes que le caben. Y los realizados proyectos son una millonésima parte de los presentes que serán. La idea del futuro es una lágrima gorda que llora la fuga del tiempo. El presente es también la ocasión de las maneras que aún no son nuestras –por eso las maneras son aprehendidas–; pero una vez aprehendidas, las maneras son eternas.

El anhelo de esta mañana me hace ser un escritor diurno; yo tan acostumbrado a la nocturna ocasión de las palabras. De ocasiones discurro. La ocasión es alada, es la oportunidad, es el instante (Panofsky, 1972). Es alguno de los continuos presentes; no todos. ¿Y por qué aquí las ocasiones? Será que es esta la ocasión que llega ella sola y me llama a salir de la cama para ser anunciada con las palabras que me ha dictado. O debe ser un demonio mañanero que de la cama me sacó con las palabras que se perdieron mientras el aparato se despertaba y yo miraba la frialdad del día. ¿Será que ya se fue la ocasión de la ocasión? Quisiera escaparme de este tiempo juez que me señala por no hacer lo que debí; que por el tiempo devorador de sus hijos (nosotros, los hijos de Saturno), es ahora lo que debo. Otra será la ocasión de las deudas confesadas. Y será en esta hoja blanca virtual que de virtualidades se llena.

Es la ocasión otra lágrima gorda que llora el afán del tiempo, ¿si ve?, ya otra cosa ya otra cosa. Tanto es así que la ocasión no es; fue. Póngale, porque así decimos, digresión sobre el tema de la moda.

Que como de maneras hube hablado, por haber hablado de ellas las escribí. Que como de maneras hube escrito sobre ellas al lado de ellas o dentro de ellas habré de escribir más. Si las maneras son relaciones y evidencian relaciones ellas mismas, algo en ellas habrá de las formas de apreciación de lo que han llamado, Durkheim entre ellos, las categorías fundamentales del entendimiento. Tiempo espacio género causalidad sustancia (Durkheim, 1993). Ahí están y a las cosas hay que buscarles su ritmo como a las fórmulas lo que dicen y así poder destruirlas. Y cuando lo hagamos destruimos lo anterior o nos resignamos a las fórmulas o encontramos una que nos permita vivir encantados. En las maneras es posible vislumbrar, pues, la apreciación temporal o espacial o causal o bla. Es decir que hay que pasarse un rato viviendo entre la gente para medianamente hablar de lo que sus maneras significan o relacionan16. Porque esas cosas que significan o que relacionan o que no podemos llegar a entender hacen parte de las razones del cuerpo, que por la razón no son todas explicables. Nosotros, los que buscamos las razones.

Estas serán las tímidas líneas sobre la naturaleza del tiempo. Estas son mis ocurrencias al respecto. El tiempo es la manera de organizar los acontecimientos por la memoria; el tiempo es la manera de la memoria; las narraciones presuponen el tiempo del que las narra o sea que el tiempo es una oculta manera. Creo que el tiempo no depende de la manera de organizar la continuidad de los acontecimientos o de la manera de organizar los sucesos. Los sucesos son los que se suceden. Y creo que la del tiempo tampoco es una cuestión de duraciones porque la duración sólo existe dentro del tiempo que la registra. Me convenzo, cada que sobre ellos vuelvo, de que el tiempo es la manera de relacionar los acontecimientos. Elias escribió que el tiempo no existe sin la comparación entre dos o más procesos de los cuales se toma uno como punto de referencia (Elias, 1989) pero yo creo que la idea de proceso, como secuencia, ya presupone una idea de tiempo. Yo creo que lo que se comparan no son procesos sino modelos de relaciones entre acontecimientos. Un reloj es un modelo de acontecimientos sucesivos y continuos; un tejido es un modelo de relación entre acontecimientos que pueden no ser sucesivos porque están en la misma línea de tejido, son simultáneos; y pueden no ser continuos porque se refieren al diseño de que son imagen, ya ocurrieron. O porque si así no se recuerdan, no fueron así.

Dentro de ellas mejor. ¿Cómo he de salirme de mis maneras?, Aprenda otras, Eso intento, Entonces el intento ya no son las suyas, Mientras lo intento estoy vivo, Y eso qué, Que vivir es vivir con el cuerpo y las maneras son las razones del cuerpo, Allá usted. Digresión sobre mis consecutivas voces.

La consideración de la forma en que un grupo humano asume el devenir de los acontecimientos o enfrenta la sucesión de acontecimientos que forma la vida diaria, no supone maneras de apreciación temporal que no entiendan que los acontecimientos se sucedan como las aguas que nunca serán otra vez probadas. El tiempo no depende de la forma en que se asuma el flujo continuo de acontecimientos porque el flujo continuo de acontecimientos es ya una manera de apreciación temporal. Como el tiempo no se refiere a la manera de organizar el flujo continuo de acontecimientos, el tiempo se refiere a una forma de relacionar los acontecimientos que se dan o que se dieron en la vida, porque las cosas no pasan por fuera de la vida. Las maneras, ellas solas, no consideran otras maneras. Sólo las maneras de los estudiosos de las razones pretenden agotar las maneras todas, consignarlas y agotarlas y ser universales en todo el sentido del universalismo17. La naturaleza de una manera de apreciación temporal no se muestra, se vive. Otra cosa es tener vidas tronchadas e insertas en condiciones que nos rodean de maneras contradictorias.

La naturaleza de los tiempos no se refiere a duraciones sino a relaciones entre los acontecimientos de una forma cualquiera de registro de la experiencia. Porque la experiencia se reduce a lo que de ella podemos llegar a recordar. Por eso la narrativa, no la poética, o sí si la poética es toda, es la relación de los hechos que la narrativa considera; la narración, que ella misma es la experiencia, es la manera de manifestación del tiempo. Eso si quisiéramos abstraerlo por fuera de las vidas que lo viven. ¿Cómo asumen los indios tales los relojes en Bogotá? Pues no los asumen cuando no y sí cuando sí. Cuando el tiempo se devuelve no se está devolviendo, está experimentando la naturaleza del tiempo.

Entre las figuras de los chumbes, fajas tejidas tradicionalmente usadas por las mujeres inga, pero que en Bogotá ya no usan, existe una que está relacionada con la manera de contar historias que tienen los chumbes. Porque es un lugar común entre los antropólogos que muchas de las culturas andinas que usan chumbes o fajas tejidas, cuentan historias en los tejidos. Y eso debe ser porque así lo dijeron sus informantes, cosas que en duda no se ponen. Entonces, cómo no, los chumbes que tradicionalmente tejen los inga y que tradicionalmente usan, cuentan historias. Eso también lo dicen algunos de ellos. La figura es llamada Kutey. Según un libro editado por el Ministerio de Gobierno, un libro que es, también, la tesis de grado de Benjamín Jacanamijoy, diseñador gráfico, un libro que trata de los significados de algunas de las figuras que en el chumbe aparecen, según el libro "este diseño además de complementarse con otros, es el símbolo separador de diseños-símbolos mayores (como una especie de signo de puntuación)" (Jacanamijoy, 1993). Yo creo que estructura la narración que está allí tejida.

La gracia social ocurre en los momentos en que las normas se flexibilizan (Rosaldo, 1991). Los inga de Bogotá viven todo en un estado permanente de gracia social, por eso es posible vivir el tiempo de los relojes al lado del tiempo de los chumbes; así lo voy a llamar porque por ahí llegué.

Ese símbolo, el Kutey, se relaciona con la manera inga de repartir las bebidas y de establecer relaciones sociales; por eso la colonia inga de Bogotá y de otras ciudades siempre, así las formas de organización política sean débiles, está enterada de lo que pasa con sus paisanos, no sólo de la ciudad en que estén sino también de otras ciudades y, por supuesto, del Putumayo. Ese símbolo está muy relacionado con la manera inga de relatar una serie de acontecimientos, de contar historias cuando están en la cocina o cuando están bebiendo aguardiente o cerveza entre paisanos. Diferente es la manera de contarle a los blancos. Diferente es la relación que con un blanco se establece.

Un ejemplo que ya no es tema del escrito. Quien compra el aguardiente no es quien lo reparte. Quien compra el aguardiente lo ofrece18. Da la caja o la botella de Coco Chévere o de Néctar, eso depende de sus condiciones económicas, porque la botella de Coco Chévere vale tres mil pesos y la de Néctar once mil la caja y como nueve mil la botella, da el aguardiente a quien escoja. A mí me dieron varias cajas y varias botellas. En esos momentos se extrañaron mis maneras, porque quien no sabe repartir puede terminar tomándose todo el aguardiente. Hay que servir en la copa, porque es una sola, y brindar esforzándose porque todos los presentes escuchen el brindis; brindar por la salud de los presentes, la de cada uno; después mostrar la copa vacía, si quiere, puede voltearla; Tomé, decir. Luego empezar a repartir a su derecha. Y el vecino se mostrará incrédulo de que usted haya tomado, ¿Usté ya tomó?, yo no lo vi. Será el momento para que acuda a los posibles aliados que confirmarán que usted ya tomó. Si no brindó o no lo escucharon tendrá que tomar y brindar de nuevo. Quien la copa recibe tendrá también que brindar y que mostrar la copa vacía y que recibir la duda de quien reparte, ¿Sí brindó?, yo no escuché. La tercera copa, siempre a su derecha, y de nuevo la duda pero será más fácil que declare que el anterior ya tomó, que le toca al que le toca. La copa va de la mano de quien está repartiendo a cada uno de los otros tomadores y de cada uno de ellos vuelve a la mano de quien reparte. Todos toman en la misma copa que va, según sus maneras, tejiendo un imaginario hilo que relaciona al grupo que tomando está. La copa va y vuelve porque si no se devuelve no se establece la relación que las maneras mandan. Un movimiento zigzagueante; mejor, la reiteración de que una relación recíproca se establece. La copa da la vuelta, aunque no es vuelta dado que no están dispuestos en círculo, la copa vuelve aunque no es devolverse porque siendo eterno el eterno presente la copa tendrá que ir como ir debe. No hay circularidad. Será la ocasión de las buenas maneras que siempre es. Ofrecer y recibir y mostrar que recibiose el presente. Dones y agradecidas maneras.

Variaciones hay. Puede empezar repartiendo quien recibió la botella por quien la botella brindó. Y después a la derecha de él o de ella. Reparte en nombre del comprador y hace más entrañable el tejido que el etnógrafo imaginó. Es como un círculo que a punto de cerrarse se hunde en sí mismo, un círculo reflexivo, un hombre mirándose el ombligo o un grupo mirándose las condiciones de su reunión.

Esa es la descripción de la cosa. No confíe en poder tomar adecuadamente cuando tenga ocasión; usted, que, como yo, vive de ocasión en ocasión. Pero es una ilustración que no ilustra; será una degustación aunque el sabor del anís no le llegue; será un adelanto del ritmo que no se mostró, porque habrá de tomar rápido si no quiere que lo acosen; será, pues, un intento. A más intentos me veré obligado, uno de ellos son los párrafos que nos intentan confidencializar; ya lo escribí, reciproquemos, yo escribo para usted, es posible que esté poblando de palabras su lengua.

Estando relacionada la dicha figura que en el chumbe aparece con las maneras de relacionarse, o con las buenas maneras que las maneras mandan, están relacionadas, también –¿y cómo no?–, con otras figuras que el chumbe aparecen y de las que una mirada no rigurosa podrá dilucidar puntos de vista sobre el sentido general de la existencia. Importante, para que  lo escrito sobre el tiempo tenga sentido, será reiterar que en las maneras inga de narrar el pasado, la figura del Kutey es indispensable. Algo así como recordar la relación recíproca del pasado con el presente. Usted me dirá que siempre el pasado es en relación con el presente que lo recuerda. Pero eso, la relación recíproca que es posible vislumbrar de los inga con el pasado y entre los pasados, pone de presente que los acontecimientos sólo son en la relación que establecen con quien los recuerda, que los recuerda en las relaciones que entre ellos establece, relaciones no exentas de la manera de relación que debe ser, y que por eso los acontecimientos dejan de sucederse en la fuga de los sucesos para ser acontecimientos que hacen parte del tejido que es la memoria de quien recuerda, o que es el tiempo de quien recuerda. Si la manera de recordarlos es así, así es el tiempo que los registra. Un tiempo que no es fuga sino que es tejido de relaciones recíprocas por las que los sucesos19 no existen para darle existencia a los hechos que al ser significativos están siempre presentes. Los nombraría pasados o los nombraría acontecimientos si no tuviéramos la carga de irremediables y fugaces que nuestro tiempo irrecuperable les da. ¿Cómo nombrar a las puntadas del tejido que en su relación forman el tiempo entre los inga? Devuélvase, no siendo devolverse ni retorno, es una voz que se dirige a un interlocutor, no es un concepto, es parte de una relación.

Kutey significa devuélvase.

Dejemos eso. El estruendo de la caída de los árboles que en el jardín de esta casa hacían sombra y no daño, el estruendo de su caída, no me despertó. A nosotros, a mi familia, no nos gustan los árboles sino las canchas de tejo. Debe ser eso lo que pasa o que las prácticas razones del dinero venidero no me satisfacen por no ser quien de la casa paga el arriendo. O que los cuerpos de mi mamá y Rolando, su marido, están hartos de los árboles que en su infancia estaban por doquier y que quizá por eso ningún encanto les merecen. En las casas de los inga tampoco hay árboles, ni matas en materas. En cambio, los inga de las matas viven, los inga viejos, casi todos. Me dirá que eso no es preciso; y yo escribiré que así es; y yo diré que bueno.

En algún lado habrá de quedar mi inconformismo por cosas como esa, la de los árboles talados. Ahí quedó. Ellos llevan veinte años huyéndole al campo y yo llevo otros tantos queriendo ir allá de vacaciones. Tampoco quiere mi mamá tener noticias de La Pajarera, casa de la infancia mía, primera casa que en Bogotá me abrigó. En ese sitio las mamás hacían colchas con pedazos de pantalones camisas camisetas chaquetas vestidos faldas y demás ropas que no fueran de lana o de un material igualmente muy flexible. Nunca usaban restos de calzones o calzoncillos ni brasieres. Cortaban rectángulos tirando a cuadrados y los cosían hasta obtener una cosa que se parecía mucho a una colcha. Luego se inventaban una arandela con alguna de las telas que sobraban; la arandela no circundaba completamente la cosa, quedaba sin arandela el lado que a la cabecera debería ir; para que si usted dormía con la boca abierta no se fuera a meter el trapo ese a interrumpirle los ronquidos. Después de la arandela y una vez tendida sobre las demás cobijas la cosa se convertía en una colcha. En rigor, una colcha de esas funcionaba siempre como cubrelecho. Alguna consideración estética hubo de por medio. También alguna económica.

La consideración de la colcha que leyó usted es la del sentido propio que debe tener lo que hago. O que no entiendo a veces lo que en los libros encuentro. He pensado a veces que el colegio y la universidad me han castrado el pensamiento. Esta es, pues, mi colcha que con la intención que fue la del tercero de los párrafos de la colcha, fue cosida. Puede pasar que se lea soberbio, pero lo que creo es que son soberbias las palabras que quieren quedarse escritas, no el pensador boquiabierto que las pare. Para eso debieron inventarse las citas; para eso está la bibliografía y la conciencia de que nada nuevo ha sido dicho.


Notas

* Trabajo ganador del concurso de ensayo ICHAN 60 años. El escrito es parte de la tesis del autor, postulada a recibir reconocimiento como laureada.

1. Refiérome a la relación, que aquí se encuentra esbozada, entre una de las figuras del chumbe y las formas narrativas de un grupo de indígenas que vive en Bogotá.

2. ¿Conocer es distinguir? Pero distinguir no es "la distinción". Conocer debe ser distinguir tipos. Lo contrario no es conocer sino ser Dios, que distingue entre tipos. Una inteligencia monstruosa.

3. No escribo de la estrategia en el sentido de la jugada razonablemente planeada, no es un negocio ni es un juego -o son un juego y un negocio en los que participamos sin remedio, sin poder salirnos-, sino en el sentido de la acomodación dentro de un espacio y un tiempo que nos constriñen dejándonos un marco de posibilidades para la acción y de las que escogemos -o serán ellas las que escogen por nosotros- las más rentables (cfr. Bourdieu, 1999: 111). Una nota a la nota sería una imagen a lo Escher. Digamos, digresión sobre la fatalidad.

4. Del inglés performative: "Enunciado que constituye simultáneamente el acto al que se refiere".

5. Porque a pesar de mí -y a pesar de él-, este escrito discurre.

6. Preguntas que de las notas de la clase de Luis Guillermo Vasco Uribe extraje: ¿cuál sería la consecuencia de asumir que la identidad cultural es tan maleable que es posible cambiarla al vaivén de las condiciones sociales o económicas? ¿Olvidar los conflictos del inmigrante y los principios de segregación cultural que están a la base de las relaciones desiguales que se ve obligado a establecer? ¿No es cierto que existen diferencias culturales relevantes que pueden incluso romper lazos de comunicación? ¿Existen las diferencias culturales?

7. Así se llama el primer capítulo de la tesis.

8. Y ahora, que es después de lo que sigue, me han dicho que también lo dijo Bateson en su ecología humana y lo que creo que pasa es que cada uno busca entenderse con sus vivencias en campo o con sus iluminaciones de biblioteca.

9. Todos los símbolos relacionan metafóricamente conjuntos de cosas sociales. Todas las cosas sociales serán símbolos. Aquí me referiré a las representaciones que por su alto grado de abstracción relacionan aspectos varios de la vida social, serán símbolos especialmente reveladores. Pienso en los varios sentidos que para nosotros puede tener un reloj de arena, una palabra, una hoz, una espada, un arpa, unas alas, un ruiseñor. Un símbolo de esos será la ocasión de varias relaciones juntas, será un modelo. Y será la revelación de un sentido profundo o de una disposición de las representaciones del cuerpo culto. Esto nos deja ad portas de abordar el mundo de las representaciones, cosa que no será en este artículo.

10. Actuaciones del cuerpo. Como hablar, como rascarse, como saludar, como invitar, como rechazar, como trabajar.

11. Cosa que no quiere decir que sean mecánicas las maneras. Como en otra nota escribí, existe la acomodación dentro de un marco que constriñe, allí las maneras se fragmentan a veces pero a veces, también, persisten.

12. Si consideramos "La Biblioteca de Babel" y pensamos en la sentencia esa de que "Hablar es incurrir en tautologías" (Borges, 1956) y en la no fantástica situación por la que todas las bibliotecas han de poseer libros en los que las variaciones posibles de los veintitantos símbolos ortográficos han sido agotadas, no deja de ser fantástico pretender textos completamente inéditos.

13. Quisiera, para evitar ofuscamientos y malentendidos, referirme aquí a la historia episódica o acontecimental. Por otra parte el interés en referirme a la historia es el de recordar que su forma narrativa tiene elementos que por complacernos a la hora de explicar un suceso son etnográficamente significativos.

14. Cuando escribo continuidad me refiero a la persistencia de la forma del tiempo que es en fuga o que es río irremediable. O a la continuidad matemática que es posible vislumbrar en la idea de la línea.

15. "...Antes que sepa andar el pie, se mueve camino de la muerte, donde envío mi vida oscura: pobre y turbio río que negro mar con altas ondas bebe..." (Quevedo y Villegas, 1994, 27- Salmo XVIII).

16. Una más poética sentencia, sentenciaría que para conocer hay que caminar con la gente. Don José, cuando vino a Fontibón, y yo lo quería llevar a la plaza y al parque, dijo, 'A pata pa conocer'. Y nos fuimos a pata.

17. Violencia simbólica (cfr. Bourdieu, 1999).

18. En inga no existe la palabra ofrecer, las cosas se dan. El otro sólo puede recibir o rechazar cualquier vínculo posterior.

19. Los sucesos son los que se suceden.


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