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El Ágora U.S.B.

Print version ISSN 1657-8031

Ágora U.S.B. vol.21 no.2 Medellin July/Dec. 2021  Epub June 10, 2022

https://doi.org/10.21500/16578031.5038 

Artículos derivados de investigación

Tramitación del sufrimiento social en Colombia: una mirada a las experiencias comunitarias desde las víctimas del conflicto armado

Processing Social Suffering in Colombia: A Look at Community Experiences from Victims of the Armed Conflict

Sandra Milena Serrano-Mora1 

1. Docente Investigadora Grupo de Investigación Estudios SocioHumanísticos - Universidad de Santander UDES, Colombia. Correo: sserrano@udes.edu.co. Google Scholar: https://orcid.org/0000-0002-5670-2699


Resumen

La reflexión se plantea desde las formas de tramitación del sufrimiento social producto de la violencia política en Colombia, recogiendo las experiencias locales y comunitarias. Se desprende desde el análisis de contenido realizado a partir de tres tesis de pregrado en el área de la Psicología Social. Se plantean categorias: elaboraciones simbólicas, memoria o liderazgo social, como formas de tramitación y resistencias comunitarias. Las comunidades del dolor se erigen como comunidades de esperanza y apoyo mutuo. Se reafirma el compromiso etico-político de las Ciencias Sociales, frente a la construcción de conocimiento desde las voces y comunidades dolientes, reconociendo saberes otros.

Palabras Claves: Sufrimiento social; victimas; comunidades dolientes; saberes otros;memoria, liderazgo social.

Abstract:

The reflection is based on the ways of processing the social suffering resulting from political violence in Colombia, by gathering local and community experiences. It is derived from the content analysis, which is carried out from three undergraduate theses in the area of Social Psychology. The following categories are proposed: symbolic elaborations, memory, or social leadership, as forms of processing and community resistance. The communities of pain are erected as communities of hope and mutual support. The ethical-political commitment of the Social Sciences is reaffirmed, by facing the construction of knowledge from the voices and suffering communities, by recognizing other areas of knowledge.

Keyword: Social Suffering; Victims; Grieving Communities; Other Areas of Knowledge; Memory; and Social Leadership.

Introducción

Este artículo de reflexión, se desprende del trabajo de investigación realizado en la línea Capital Social y Desarrollo Humano, dentro de la cual se indaga por las violencias en Colombia como un eje transdisciplinar, en el que es necesaria la confluencia de diferentes miradas, disciplinas y concepciones desde las Ciencias Sociales; dada la magnitud, complejidad y multifactorialidad de sucesos que han agudizado las dinámicas de conflicto interno colombiano por más de cincuenta años (Melo, 2017), con diferentes fases y actores involucrados, emergencia de grupos al margen de la ley y la configuración de expresiones de violencia teñidas con extremos de horror y crueldad humana (Uribe, 2009).

Son muchos los análisis que la violencia en Colombia ha suscitado, por tanto no es objetivo de este artículo señalarlos todos, pero si es necesario plantear como punto de partida, que este es un conflicto que ha tocado de manera directa o indirecta las vidas de millones de personas en todo el territorio nacional, sus causas han sido documentadas, desde diferentes fuentes y miradas, causas que van desde el histórico problema de distribución de la tierra hasta las condiciones de inequidad, pobreza y desigualdad que vive esta sociedad (Comisión Histórica del conflicto, 2015).

En tal sentido, la Psicología como ciencia social requiere trascender sus propias miradas individualistas para contribuir a la comprensión de las afectaciones que se instalan en esa interacción dialógica entre el individuo y el entorno, esa dimensión colectiva del dolor y el duelo, que aquí denominamos sufrimiento social y que autores como Martín Baró (1988), reconocieron como trauma psicosocial, para expresar esas condiciones pre-existentes y contextuales que están por fuera del sujeto y contribuyen a desarrollar afectaciones comunitarias a partir de la vivencia de violencias sostenidas a lo largo del tiempo.

Con esta inspiración, la línea de investigación Capital Social y Desarrollo Humano, ha venido desarrollando en los últimos cuatro años, diferentes investigaciones desde el área de la Psicología social, con el ánimo de adentrarnos en los terrenos del análisis social de las violencias, en especial, con la intención de volver nuestra mirada hacia los procesos locales, territoriales y comunitarios que se han ido gestando en la medida en que los hechos victimizantes, han dejado a su paso, víctimas que ya no son solo personas en su condición individual, sino que representan grupos, organizaciones que han logrado encontrar formas de transitar en medio del dolor y las perdidas hacia procesos de resistencia, apoyo mutuo e incidencia social.

En el marco de este proceso, se utilizaron como insumos los proyectos de investigación trabajados para optar al título de Psicólogos, desde el año 2016 al 2019. En especial, el trabajo de grado titulado: experiencias de tramitación del sufrimiento social y reconciliación vivido en las víctimas del conflicto armado colombiano (2017), en el cual se realizó un análisis documental con cincuenta artículos periodísticos, registros vivenciales de organizaciones comunitarias de víctimas del conflicto armado y documentos de investigación y análisis publicados por el Centro Nacional de Memoria Histórica - CNMH.

A partir de los hallazgos planteados en cada uno de estos trabajos, se establece un marco de reflexión que se centra en la necesidad de construir conocimiento desde las experiencias y vivencias que se han gestado en lo local, en los territorios o comunidades de dolor, que han sido cohesionadas desde el sufrimiento y el dolor colectivo (Cruz, Calderón, Flórez, & Córdoba, 2018), producido por el accionar violento de distintos victimarios (Zuluaga, Pérez y Gutiérrez, 2015), que han ejercico un poder coercitivo, instalando en grupos, territorios y comunidades enteras condiciones de sufrimiento compartidas que se instalan comunitariamente (Hernández y Blanco, 2005), pero que al mismo tiempo se organizan para enfrentar con recursos propios y saberes cotidianos diferentes modos de sobrevivencia y resistencia para no sucumbir al dolor y la perdida.

Ahora bien, para plantear la idea de un sufrimiento de carácter social y colectivo, producido por el conflicto armado colombiano, es necesario dar una revisada la magnitud de ese mismo conflico, para poder tener una aproximación, al menos númerica, de los procesos personales, familiares y comunitaros que se han tenido que vivir en cada rincón de este territorio y de los que no se tiene una clara dimensión, a pesar de contar con las cifras como dato objetivo que no alcanza a delinear todo lo vivido, lo soportado y lo resistido (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2018).

Entonces, es necesario reconocer que el conflicto armado en Colombia se ha caracterizado por ser uno de los más largos del mundo, que ha dejado millones de víctimas a su paso. El informe ¡Basta ya!, del Centro Nacional de Memoria Histórica (2013), afirma que la violencia ha dejado más de 220.000 personas muertas y determinó la historia del país debido a las disputas entre fuerzas estatales (policía, ejército) y los grupos subversivos, paramilitares y otros. Por su parte, el Registro Único de Víctimas -RUV- de la Unidad para las Víctimas, informa que a la fecha, el número asciende a la inverosímil cifra de nueve millones cuarenta y ocho mil, quinientas quince seiscientos sesenta y cuatro víctimas (9.048.515). Distribuidas en quince hechos victimizantes, entre los que se encuentran desplazamiento forzado (8.962.515 víctimas), desaparición forzada (182.269 víctimas), mina antipersonas (11.702 personas), tortura (10.705 personas), entre otros.

De manera, que no se puede hablar de un lugar en el territorio colombiano en el que el conflicto no haya tocado la vida de personas, familias y comunidades. En este sentido, el informe de situación de víctimas del conflicto armado (2018), mapea todo el territorio nacional, informando que en 9 municipios más del 75% de los habitantes son víctimas del conflicto armado -VCA- en 23 municipios entre el 50% y el 74% de los habitantes son VCA, en 101 municipios entre el 25% y el 49% de los habitantes son VCA y en 985 municipios el porcentaje de víctimas es menor al 25%. Por su parte, el Observatorio de Memoria y Conflicto (OMC), ha registrado entre 1958 y 2017, 24.447 víctimas de masacres y 4210 hechos en el país. El 67% de las masacres se concentraron en 166 municipios, cerca del 60% perpetradas por grupos paramilitares.

Este panorama de datos, nos permite plantear que no se trata de víctimas en solitario, se trata de un tejido social fuertemente golpeado por expresiones de violencia, imágenes de comunidades enteras desplazándose de sus territorios, mujeres llorando la desaparición o asesinato de sus esposos e hijos, niños y niñas con rostros teñidos de horror, tristeza y abandono. Pueblos masacrados, arrasados por la violencia, reducidos a cenizas, a escombros, a abandono. Estas imágenes han sido retratadas por el fotógrafo Jeús Abad Colorado (2019), en su exposición el Testigo que recoge más de 500 fotografías a blanco y negro comunicando el dolor de las personas, familias y comunidades víctimas en Colombia.

Es por esto, que podríamos afirmar que de una u otra forma, la violencia entretejió la cotidianidad colombiana y a su vez ésta ha sido agudizada por situaciones coyunturales de fondo que se han vivido históricamente en el país, así lo han relatado diferentes analistas, entre ellos el historiador González-González (2016), cuando analiza las estructuras de poderes políticos arraigados en las regiones que han contribuido a la instalación de modos de violencia como medios de mantener el control y el dominio territorial. También lo establece Pécaut (2013), al plantear el quebrantamiento de las regulaciones institucionales y la pérdida de credibilidad del orden legal, las cuales abren la vía a la violencia generalizada o Uribe (1990), haciendo un análisis de la necesidad de matar, rematar y contrarematar al enemigo, instalada en la época de la violencia bipartidista.

El balance documentado acerca de las afectaciones, daños (aquellas que pueden ser calculadas con medidas objetivas) es desolador y al mismo tiempo es esperanzador, pues no se entiende de qué manera poblaciones enteras han logrado sobreponerse a las pérdidas, se han mantenido en pie y han desarrollado formas de tramitación de ese sufrimiento social.

Al respecto, el CNMH (2018), en su informe regiones y conflicto armado, llama la atención sobre la imposibilidad de realizar generalizaciones o unicausalidades a las dinámicas y cambios territoriales de la violencia en Colombia, y también señala le importancia de esas transformaciones y el análisis de los mismos:

Al igual que el conflicto acompaña siempre la constitución y devenir de cualquier sociedad, la reconfiguración de regiones es un proceso consustancial a la vida social, pues los espacios son abiertos en tanto lugares de interacciones sociales intra e interescalares y donde están en permanente juego las relaciones de poder de las sociedades que los configuran. Los espacios son por tanto dinámicos y están sujetos a transformaciones en el tiempo (p.41)

En suma, podríamos afirmar que paradójicamente las víctimas, las comunidades vulneradas y receptoras de los daños causados por los enfrentamientos entre grupos diferentes grupos armados, tuvieron que sobrevivir, aprender a enfrentar el dolor, la muerte y las pérdidas desde sus propios recursos y posibilidades. Es por ello, que no se trata solo de revisar las afectaciones individuales sino que es necesario pensar en los planteamientos que han hecho autores como Castillejo (2013) frente a los archivos del dolor, o Vena Das (2008) con respecto a la antropología del dolor o la reconstrucción del tejido social (Beristain y Dona, 1999).

Pues son los colectivos, las comunidades, las víctimas organizadas desde sus localidades, desde sus vivencias cotidianas, sus saberes y prácticas culturales, los que han empezado a transitar del sufrimiento a la esperanza, de la muerte a la vida, aún en medio de situaciones de tensión y persistencia de violencias, comos las que se viven actualmente en el país (Indepaz, 2019). Es allí, en los territorios alejados de las capitales, en donde se ha empezado a construir otras nociones de solidaridad, de apoyo mutuo y de convivencia. Es desde lo local, desde donde se ha tramitado el sufrimiento social.

Tal como lo reconoce el CNMH (2018).

Si se pasa a otros temas, como los que en la construcción de la paz territorial propugnan por el reconocimiento y promoción de los actores locales políticos, sociales y comunitarios en capacidad de apuntalar alternativas inventadas y aprendidas sobre la marcha de los procesos locales, la historia también muestra la necesidad de los acompañamientos nacionales o internacionales que fortalezcan los empoderamientos y del apoyo del Estado nacional para convertirlos en iniciativas de amplia cobertura territorial y de permanencia en el tiempo (p.149).

A lo largo y ancho del país abundan experiencias comunitarias que se han erigido desde el dolor pero que representan también posibilidades frente al agenciamiento social que la sociedad colombiana requiere. Caso como el de las madres de Soacha (Cundinamarca), reivindincando la presencia de sus hijos ante su desaparición a manos fuerzas del ejército, en el fenómeno de ejecuciones extrajudiciales, más comunmente conocido como “falsos positivos”.

Otro ejemplo de tramitación del sufrimiento social fue realizado por una comunidad indígena a través del proyecto la minga muralista del pueblo Toribio, con su proceso de memoria, paz y resistencia que surge en el año 2010 por la Asociación Cabildos Indígenas Norte del Cauca -ACINcuando decidieron demostrar que la comunidad de Toribio no era escenario de muerte y de violencia, sino también de vida, de esperanza y resistencia. Afirma el Centro Nacional de memoria histórica (2010), que varios artistas llegaron a Toribio a reescribir la historia de este pueblo, marcado por las balas y los escombros, para representar a los verdaderos vencedores de la guerra: las comunidades que, a pesar de las dificultades, nunca dejaron de resistir.

En este sentido, este artículo, muestra la necesidad de enfocar la mirada a las experiencias vividas por las víctimas, a las formas de tramitación del sufrimiento social que han encontrado desde el sentir y la intuición, para desde ahí construir conocimiento y encontrar pistas que permitan a la academia realizar aportes más concretos en las tareas de construcción de paz del país. En otras palabras, se trata de construir conocimiento a partir de la práctica cotidiana. Esto es importante ya que las Ciencias sociales, debemos contribuir a los procesos de reconstrucción del tejido social, pero esta no es una labor exclusiva o en solitario, es imperativo aprender de lo vivido, recurrir a esas experiencias comunitarias que de una u otra forma se han organizado para enseñarnos desde la vivencia social esos caminos que este país aún no recorre, en la estructuración de otras formas de interacción que no estén atravesadas por la violencia. En otras palabras, es necesario recoger esos saberes otros y ponerlos en tensión con estos saberes de la sociología, la antropología o la psicología.

Conceptualmente podemos contar con un amplio bagaje de referentes que nos ayudan a ir estructurando un banco de ideas, que van más allá de los terrenos disciplinares y nos invitan a pensar en abordajes holísticos. Tales como la noción de sufrimiento social o la de comunidades del dolor.

Se asume por sufrimiento social, la conjunción de estas dos palabras que en sí mismas constituyen un mundo de significados, que han sido abordados por sociológos, antropológos. Como lo señala Veena Das (2002) citada por Schillagi (2011):

El carácter ambivalente muestra, como ha señalado Veena Das, la doble naturaleza del sufrimiento: “su capacidad para moldear a los seres humanos como miembros morales de una sociedad y (...) su malignidad, revelada en el dolor que se inflige a los individuos en nombre de los grandes proyectos de la sociedad” (Das, 2002: 3) (p.1).

Se trata de un dolor compartido que se inscribe en la vivencia colectiva de quienes comparten y conectan con una realidad marcada por lenguajes, actos y símbolos violentos. Así lo expresa Shcillagi (2011), citando a Das (2002): “los movimientos sociales que crean sus textos sociales de dolor colectivo a partir de las experiencias individuales de sus miembros” ( p.13).

Otro aspecto importante de la noción compartida del sufrimiento social, es la posibilidad de expresar de forma colectiva y pública lo vivido y desde allí realizar los agenciamientos institucionales, sociales y estatales necesarios: “en la figura de la “víctima” contemporánea se expresa claramente la tensión entre la experiencia del sufrimiento como una dolorosa instancia que puede tender tanto al aislamiento individual comunitario, como a la activación del vínculo social y a la búsqueda de nuevas acciones públicas (Schillagi, 2011, p.7).

Esta misma noción compartida es la que da lugar a ese concepto compuesto de comunidades del dolor, para hacer refrencia no sólo a las personas que se entrecruzan en un mismo espacio físico y simbólico (Montero, 2004), sino también las nociones de cohesión e interacción que han sido teñidas por dolores particulares pero igualmente compartidos que resuenan en una dimensión pública:

El sufrimiento generado en acontecimientos de la guerra se reconoce mediante el dolor expuesto públicamente, para situar la escucha y la contención en espacios de apoyo y memoria, que desarrollan procesos de resistencia y de cuidado con otro que escucha (Villa, 2014), de tal manera que la víctima genera una fuerza con la que confronta la indiferencia y la indolencia de la sociedad para posicionar su testimonio en una historia que anule otras versiones alteradas y reconozca la creación de “... un escenario de cohesión social, de solidaridad y de apoyo mutuo que la llevó a salir del anonimato, que la empoderó para retomar el escenario social” (p. 54). Es así como es posible dar cuenta de un cuidado que reconstruye sentidos de vida y que no solo se ubica en el plano subjetivo sino también en el político, en lo que muchos han llamado ciudadanías cuidadoras (Castillo, Martínez, Castellanos, & Bello, 2020, p. 140).

Así mismo referimos a la noción de memoria, no solo como el obligado registro cronológico o temporal de los hechos ocurridos, los datos y los archivos, sino a la posibilidad de construir conjuntamente relatos (verbales, no verbales) que puedan servir como eje articulador de esa reconfiguración social. Dese la propuesta de Da Silva (2015), la memoria como posibilidad de de irrumpir en los silencios instalados por el miedo, el horror y la amenaza:

Romper los silencios, conocer el silencio y comprender cómo, cuándo y por qué este se rompe, puede permitirnos entender y analizar los variados contextos culturales, sociales y políticos que permean la presencia de la memoria y la palabra en el espacio público. En este sentido importa menos cómo y dónde se pregunta y más qué se dice, cómo se dice y cuando los individuos, grupos y comunidades deciden “tomar la palabra” (p.529).

Estos son algunos referentes conceptuales que no obedecen a criterios teóricos universales sino que se han empezado a re-escribir al mismo tiempo que las violencias, sus expresiones y dinámicas. En la práctica, ello significa que tenemos una labor fundante de nuevos marcos conceptuales que ayuden a darle sentido a estos procesos de re-lectura y re-elaboración de lo que nos ha pasado como sociedad.

Desarrollo

El proceso desarrollado se adecuó de la metodología de análisis de contenido (Universidad del Cauca, 2011), el cual establece tres momentos de trabajo: 1) Declaración del alcance de la base conceptual, 2) Conformación del Banco de Unidades de Análisis y 3) Identificación de los núcleos temáticos

El alcance conceptual se realizó por medio de un rastreo general teniendo en cuenta los siguientes dos aspectos: a) información recabada en los trabajos de grado sobre sistematización de experiencias de reconciliación en personas vícitmas del conflicto armado, experiencias de tramitación del sufrimiento social y reconciliación en víctimas del conflicto armado, percepción sobre perdón y reconciliación en niños y jóvenes y memoria oral de las víctimas

En cuanto a la identificación de los Núcleos Temáticos, se identificaron tres:

  1. las expresiones de tramitación del sufrimiento social desde las elaboraciones y los procesos simbólicos instalados en lo comunitario

  2. El rescate de los procesos de memoria colectiva como posibilidades de no repetición y gestación de procesos socio-históricos de transformación social

  3. La emergencia de liderazgos sociales, especialmente en la imagen de las mujeres como gestoras de cambio y reivindicación de derechos de las víctimas

Con los núcleos temáticos definidos, se procedió a realizar proceso de codificación abierta y construcción de matriz de análisis artesanal. A partir de la cual se planean las siguientes reflexiones.

Resultados

Al revisar la producción de conocimiento en torno a los procesos de tramitación del sufrimiento social abordada desde los diferentes ejes temáticos investigados, se encontraron tres aspectos que merecen el análisis y reflexión desde las Ciencias Sociales. Estas son: las elaboraciones y procesos simbólicos que han construido las comunidades víctimas, la reivindicación y los espacios de la memoria como posibilidad de no repetición y la emergencia de liderazgos sociales, en especial desde la imagen de la mujer.

Procesos simbólicos instalados en lo comunitario

Las comunidades o colectivos víctimas del conflicto armado, han logrado tramitar el sufrimiento y el dolor, desde las nociones simbólicas, no solo en cuanto dimensionar lo perdido sino también encontrando las maneras de expresar con lenguajes, simbolos, espacios, representaciones las imágenes de lo vivido pero no como una apología al dolor, sino como una forma de re-significarlo a nivel colectivo, convirtiéndolo así en una fuerza emancipadora. Lo que también implica, una forma de comunicar a otros, de compartir lo vivido. Darle nombre, lugar y reivindicación a las imágenes, a los rostros, a los nombres de sus seres queridos.

Tal es el caso de la Asociación de familires de detenidos desaparecidos -Asfaddesquienes como organización de familiares simbolizan con tomas de lugar en espacios abiertos, plazas, parques, coliseos, mediante los cuales ponen los rostros de sus desaparecidos, mencionan en voz alta sus nombres y de esta manera, expresan abiertamente que les siguen esperando y que los procesos de búsqueda no deben detenerse. No solo se trata de reivindicar su memoria, también es una forma de establecer el llamado para mantener la búsqueda de sus familiares.

Al respecto se afirmaba en el trabajo de grado, desarrollado por Moreno y Higuera (2017), que tramitar el sufrimiento vivido, implica también representar mediante imágenes, recuerdos, objetos los rostros y las vidas de quienes se han perdido. Recordar no solo quienes eran sino quienes siguen siendo en medio de la vida familiar y comunitaria.

En el texto de víctimas pero no por siempre, los autores lo expresan así: “el dormitorio de Leonardo es ahora un santuario en memoria del hijo asesinado, un pequeño museo con fotografías, recortes de prensa y velas” (Rebollo e Izaguirre, 2016, p.14).

De manera que, recurrir a los símbolos, bien sea mantener su habitación como una especie de ermita a donde recurrir en momentos de debilidad, o un monumento, así como plasmar lo vivido en un tejido, en el caso de las mujeres tejedoras de Mampuján (Sucre), ha permitido a las víctimas no sólo sobreponerse a la ausencia, a la incertidumbre o el dolor de no saber cómo seguir adelante, sino también encontrarse para

Toro pasa la tarde tejiendo una muñeca en una sala del parque de la vida de Medellín, en compañía de otras veintiséis mujeres. Tejen muñecas que representan a sus familiares desaparecidos o asesinados y los visten con la ropa que llevaban cuando los asesinaron o los hicieron desaparecer (Rebollo e Izaguirre,2016, p.32).

De la misma manera, las madres de Soacha, encontraron con ayuda del fotográfo, Carlos Saavedra, un medio simbólico para conectar a sus hijos ejecutados de manera extrajudicial, como representantes de la vida y la esperanza, a través de sus propios cuerpos enterrados en la tierra y retratados por el fotógrafo en la serie Madres Terra. Esta experiencia es simbólica, pues como afirma el mismo Saavedra en Sánchez (2017), la imagen de la madre representando a su hijo, está en una condición entre estar saliendo de la tierra, es decir, sin permitir que la imagen de ese hijo sea olvidada o desaparecida para siempre. También supone una expresión simbólica ante el espectador que observa la fotografía y que puede asignarle otro grado de significación y comprensión a lo vivido.

Las comunidades han recurrido a estrategias como la pintura, la transformación de los espacios por los que habitualmente transitan las personas. El dibujo no sólo cuenta una historia desde la perspectiva de quien lo elabora sino también adquiere diferentes significados desde la perspectiva de quien lo lee, lo ve y lo observa (Moreno y Higuera, 2017, p.35)

Las tejedoras de Mampuján, en los Montes de María, (Departamento Sucre y Bolívar), también han representado desde el tejido las imágenes de la violencia, su tejido no es solo el símbolo de lo vivido, también es una forma de hablar de lo ocurrido, de tratar de asimilarlo porque entenderlo es quizá un proceso más lento (Castrillón, 2015). Al mismo tiempo que los tejidos realizados son una forma de registrar lo ocurrido y se convierten en una excusa para contar a otros, aquello que se ha vivido, aquello que se ha perdido, aquello que se ha aprendido.

En suma, es necesario vincular referentes simbólicos desde las estrategias de animación sociocultural (Estrada y Buitrago, 2016), o desde los recursos del arte, el teatro, la música, los cuales han permitido a las comunidades incorporar recurso valiosos a la hora de tramitar lo vivido, hablar de ello y al mismo tiempo resignificarlo en función de las condiciones socio-históricas y el devenir social que atraviesa la vida cotidiana de las comunidades.

De manera que, se han encontrado comunidades enteras con artistas que logran construir de forma conjunta desde la música, la pintura o la poesía, nuevas compresiones sobre aquello que nos ha ocurrido, aprendizajes y tareas de convivencia a partir de ellos. Esta experiencia de tramitación se puede reconocer desde la primera Minga Muralista de los Pueblos, convocada por los habitantes del municipio de Toribio (Cauca). Hasta allí llegaron cientos de artistas para contribuir a re-escribir la historia de este pueblo, marcado físicamente en sus pareces y calles por la violencia. Este proceso propone desde el muralismo y el grafiti una forma de hacer frente a la guerra a partir de la revitalización cultural y la apropiación social del territorio (Centro Nacional de Memoria Histórica, (2017).

Pero estos procesos de construcción simbólica nacidos desde las comunidades y colectivos, tienen una doble función, no solo permiten procesos de tránsito del sufrimiento y el dolor hacia nuevas expresiones de esperanza, apoyo y solidaridad colectivos, sino también representan los medios por los cuales estas comunidades se expresan, denuncian, reivindican y exigen a la sociedad que les vea, que les reconozcan. Es una forma de llamar agenciar ante una sociedad indolente, que se ha acostumbrado a ver la violencia desde sus salas de estar (Sontag, 2013).

Este es quizá un elemento fundamental a la hora de plantear los procesos de tramitación del sufrimiento social, no solo es tarea de las comunidades dolientes en relación a sobrevivir y encontrar modos de resistencia, también es una tarea de la sociedad, en relación a procesar lo que ha vivido, comprender lo que ha vivido y construir nuevas formas de interacción.

Los procesos de memoria colectiva como escenario de transformación

Los procesos de memoria, han sido un recurso utilizado en otras sociedades, que han experimentado dolor y sufrimiento social, tal es el caso de el Salvador o Sudáfrica. La memoria colectiva no solo permite recordar aquello que ocurrió, también facilita procesos de socialización, de conversación, de intercambio y comprensión conjunta en el corto, el mediano y largo plazo.

Reconstruir la memoria, en forma oral o escrita, volver a lo que sucedió, mirarlo con la calma que permite la distancia, el paso del tiempo y la tranquilidad del dolor procesado, parece ser un aspecto fundamental en el proceso de tramitación del sufrimiento social: “las acciones que conmemoran y dignifican la memoria de las víctimas y sensibilizan a la sociedad civil sobre lo que pasó han sido parte constitutiva del vivir y sobrevivir una guerra prolongada” (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2013, p.84) (citado en Moreno e Higuera, 2017, p. 32).

La noción de la memoria, implica dos ejercicios fundamentales, uno hacia el interior de las comunidades, cuando es posible volver sobre lo ocurrido, narrarlo, recordarlo y resignificarlo. El otro ejerecicio es hacia el exterior, es decir aquello que se comunica, que comparte con los otros y allí también pueden entretejerse otros significados y aprendizajes de lo vivido.

Como se expresó en el análisis de la memoria oral de las víctimas: “lo vivido adquiere sentido, cuando se comparte, cuando se busca el apoyo mutuo y se asume aquella conciencia de no estar “solo”, de no ser una única víctima, sino muchas que se reconocen, se apoyan y se da soporte, se reconoce la fuerza de la oralidad como una posibilidad sanadora y de ayuda” (Ramírez y Ortiz, 2018, p. 43).

Junto con la memoria se conecta un elemento valioso, la posibilidad del relato, que puede utilizar diferentes medios, el dibujo, el tejido, la expresión oral, el cuento, todos útiles para dar voz a los que no han tenido voz, para facilitar el contar aquello que ha pasado y por medio de esta acción generar de manera lenta y casi imperceptible procesos de transformación social.

Los relatos son la voz de las víctimas, no es la interpretación de un otro experto distinto de ellos, el relato hace parte del encuentro, de la cercanía y de esa complicidad que solo puede existir entre quienes han podido compartir los mismos horrores (Moreno e Higuera, 2017, p. 37).

De manera que la memoria, no sólo se conecta con espacios de expresión, de recuerdo y de reivindicación de la imagen y el lugar, también se trata de tener la posibilidad de hablar, expresar, utilizar el lenguaje, concretamente el relato como vehículo sanador y transformador:

Los relatos reivindican el sentido político y la función reparadora de estas acciones y dan cuenta también de los juicios y posiciones morales y políticas de estas personas. Hablan de valores como imaginación, bondad, solidaridad y sagacidad, que les permitieron sobrevivir y sobreponerse al horror (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2013, p.79).

Es así como las comunidades víctimas de la violencia, han ido encontrando sus propias expresiones de memoria, aquellas que se abren a partir de fechas que conmemoran hechos vividos, espacios que se mantienen como sitios de referencia, escenarios de reflexión y momentos de encuentro. Tal es el caso de Bojayá (CNMH, 2010), donde las comunidades negras, índigenas han realizado diferentes expresiones de memoria, entre ellas las expresiones musicales como formas de memoria:

Muchas de las composiciones musicales que hacen parte del patrimonio cultural intangible de Bojayá no cuentan con registros escritos, se guardan en la memoria de sus autores y de los habitantes; se entonan en la vida cotidiana y en los eventos y celebraciones de la comunidad. Sus letras tratan temas variados como el fortalecimiento de la identidad afro-colombiana o la denuncia sobre las irregularidades de la gestión pública y política de la región. Tras la masacre de Bojayá, los compositores locales de esta memoria cantada y representada narraron los hechos ocurridos, el desplazamiento de la población hacia Quibdó y su retorno cuatro meses después, e incluso lo que significa vivir en un nuevo pueblo (p.282).

El rostro femenino del liderazgo social

Parece un hecho paradójico y hasta trágico, pero las víctimas, las comunidades de víctimas, construyen diferentes expresiones de liderazgos sociales, que se erigen de manera paulatina ante el dolor y el sufrimiento vividos. Si algo hemos aprendido de la tramitación del sufrimiento social, es justamente la búsqueda de alternativas que permiten a las víctimas agenciar, incidir políticamente en pro no solo de su propio bienestar sino en el de los demás.

En especial, la figura de las mujeres emerge con el despliegue de capacidades internas, personales y sociales, de las cuales, era posible que no se tuviera conciencia plena, hasta antes de enfrentar los hechos violentos y por tanto el sufrimiento social. Las violencias, la interacción en estas comunidades de dolor, se convierten en comunidades de esperanza, cuando generan procesos de autoreconocimiento y valoración que describe otros escenarios y acciones posibles:

Somos mujeres aguerridas, dicen, nos ayudamos mucho. Encuentran consuelo en la compañía del grupo, en la comprensión, en la solidaridad. Algunas se han reunido con los verdugos en la cárcel, han perdonado y han recuperado un poco de paz. Otras se empeñan en que el motivo de sus vidas no sea el odio, sino el amor: cuidan a los hijos supervivientes, a los nietos que quedaron huérfanos y quebrados, a otras madres que necesitan su ayuda. Otras encuentran fuerza en la fe religiosa. (Rebollo e Izaguirre,2016, p.33).

Estas figuras femeninas, tienen distintas procedencias raciales, culturales o sociales, pertenecen a diferentes zonas del país, pero tienen en común su vitalidad, su entereza, su capacidad de sobreponerse a dolor de perderlo todo, empezando por lo más sagrado, sus hijos, sus esposos, en muchas ocasiones sus pertenencias o lugares de residencia y aún así logran levantarse cada día, para enfrentar la adversidad, para retar a los victimarios, con su presencia, su esfuerzo, su trabajo. Así lo expresa el CNMH (2011):

Son mujeres, madres, esposas o hijas que, luego de vivir hechos traumáticos, vencen las huellas del sinsentido que deja el ejercicio de una violencia arbitraria practicada por miembros de organizaciones armadas. Estas mujeres, desde distintas orillas, no sobreviven pasivamente a sus circunstancias sino que, con una fuerza interior e imaginación sorprendentes, se levantan a diario para luchar por un lugar más digno en el mundo para ellas, sus familiares y sus entornos (p.15).

El liderazgo que se refleja en estas mujeres víctimas, nace de las mismas condiciones del sufrimiento y del enfrentamiento de lo que supone el horror vivido, tienen la fuerza, la valentía incluso para enfrentar a los mismos grupos que les han hecho daño. Las víctimas vistas como indefensas, incapaces o ignorantes, son justamente las que demuestran toda la capacidad de enfrentar la adversidad, de sacar el valor y asumir posturas que no se esperarían (Moreno e Higuera, 2017, p. 35).

Este ejercicio de liderazgo, nace de la adversidad que no solo llega con los hechos violentos, sino que se han gestado de las mismas condiciones de pobreza, inequidad y limitación en la que la mayoría han tenido que vivir toda su vida.

Sus luchas, compromisos y convicciones ético-políticas empezaron antes de que la guerra tocara a sus puertas. Cuando tuvieron que afrontar la arbitrariedad de las otras violencias, esos aprendi zajes previos las llevaron a confiar en que su acción les permitiría avanzar hacia las metas que se habían propuesto alcanzar no obstante el sufrimiento, el temor y la rabia que dejaban los crímenes infligidos por los grupos armados. Esa capacidad de seguir soñando y confiando en un futuro mejor fue en sí misma un gesto de vida que expresaba la voluntad de no dejarse doblegar por las organizaciones armadas (CNMH, 2011, p. 16).

Sus luchas, su trasegar está marcado por el dolor pero también por la esperanza, no son solo un número más en las estadísticas de la violencia del país, son colectivos, organizaciones, comunidades que hacen del dolor, de su tramitación y su superación, una apuesta por la construcción de paz:

Son solamente las víctimas las que con la fuerza de su sufrimiento pueden sacar al país de este sin sentido de la guerra y proponer la paz. Así, en el Oriente Antioqueño, una organización de mujeres sobrevivientes y dolientes de la lucha armada, ha descubierto un lema que puede redimir al país: “Que el dolor sea propuesta”. Esta idea posee una gran profundidad y un arrollador dinamismo porque brota de los corazones de mujeres que han recuperado el sentido de la vida, sacándolo de la intensidad del dolor por la pérdida de sus seres más amados. Y esa recuperación la han logrado compartiendo su dolor, brindándose mutuo apoyo y entregándose al servicio de sus comunidades. En esta forma todas ellas sienten que su dolor compartido les ha dado la fuerza para proponer una nueva forma de amor como servicio desinteresado, en el cual han redescubierto su propia dignidad y la dignidad de todos los demás seres humanos, incluida la de los matones de la guerra que no saben sino conculcar la dignidad de la vida. Solo así el dolor amoroso es también una propuesta de reconciliación, porque sólo puriflcado por el dolor puede el amor inspirar el perdón (Novoa, 2017, p.2)

Pero también este liderazgo no es individual, es colectivo, se construye de manera conjunta al mismo tiempo que se sufre de manera conjunta. Esto no sólo ocurrió con colectivos de mujeres en todo el país, también con los pueblos indígenas, comuidades afro y campesinas:

A pesar de todo esto, la fortaleza de los Nasa nunca se vio disminuida. Ellos, por medio de su cultura, convirtieron las peores circunstancias en oportunidades para organizarse y resistir. En 1970 crearon el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), una organización con una gran influencia a nivel regional y nacional, y que ha liderado procesos de reconocimiento de los pueblos indígenas de todo el país (Centro nacional de Memoria Histórica, 2017).

Los liderazgos sociales, que surgen de manera paradójica, a partir de la pérdida, la muerte y el dolor, son nuevos inicios, que les ayudaron a encontrar otros motivos de subsistencia, por ejemplo, a través de la conformación de colectivos defensores de derechos humanos, asesorando, acompañando a otros que como ellos requerían esa guía en un momento dado. Es decir que la tramitación del sufrimiento social se consolida aún más a través de la consolidación de liderazgos sociales, en medio de los cuales, todo adquiere un sentido diferente (Moreno e Higuera, 2017, p.42).

Frente al presente y al futuro: ¿qué hacemos?

El trabajo de las Ciencias Sociales en relación a la construcción de conocimiento desde la experiencia de las comunidades y organizaciones de víctimas, está por desarrollarse ampliamente. Se han hecho algunos intentos, especialmente desde los equipos investigadores del CNMH y otros Institutos de investigación en el país.

Indiscutiblemente, quienes tienen la experiencia, la voz y la vivencia de las situaciones vividas durante tantos años de violencia, que desafortunadamente aún persisten en nuestro país, son esos millones de personas que no son sólo un número en la estadística de víctimas de los informes sino que sus vidas, sus historias, sus relatos, su dolor y sufrimiento representan la posibilidad histórica que tenemos para volver a ellos, reconocer en esos saberes un cúmulo de conocimiento, con el que es posible construir incluso nuevos referentes teóricos para plantear conceptos como violencia, sufrimiento social, construcción de paz o reconciliación.

También, se reconoce que así como estas comunidades han vivido el dolor, la pérdida y la muerte de manera directa y cruel, también han experimentado la esperanza, la resistencia, la solidaridad y el apoyo mutuo, de maneras que no tenemos registradas aún en análisis integrados, acerca de los procesos de transformación social que se viven de forma coyuntural actualmente. Aún en medio del ruido de la violencia, los asesinatos y la muerte.

Sin desearlo o buscarlo, miles de personas debieron cambiar por completo su vida, sus costumbres, su ambiente, amigos e incluso reiniciar sus vidas sin la presencia de personas vitales que hacían parte de su círculo familiar cercano (esposo, padres, hijos, abuelos). Pero al mismo tiempo, quizá de manera de realismo mágico (parafraseando a García Márquez), estas pérdidas, estos nuevos inicios, les ayudaron a encontrar otros motivos de subsistencia, por ejemplo, a través de la conformación de colectivos defensores de derechos humanos, asesorando, acompañando a otros que como ellos requerían esa guía en un momento dado. Es decir que la tramitación del sufrimiento social se consolida aún más a través de la consolidación de liderazgos sociales, en medio de los cuales, todo adquiere un sentido diferente (Moreno e Higuera, 2017).

Existen alternativas de tramitación del sufrimiento social y de reconciliación de las víctimas para ellas mismas, desde las diferentes iniciativas artísticas, populares, colectivos y organizaciones de víctimas. Aunque las iniciativas institucionales y culturales pueden contener pistas importantes para pensar la construcción de paz y reconciliación, podría decirse que esta no ha sido una prioridad y los dos mundos (academia y víctimas), han ido separados en este camino. Se trata entonces, de acercar estos dos procesos de construcción de conocimiento y de esta manera contribuir a un proceso tan complejo y al mismo tiempo tan etéreo para el país (Moreno e Higuera, 2017).

Es innegable que el trabajo de incidencia social y política que han desarrollado las Organizaciones de Víctimas, los colectivos y las comunidades de dolor y esperanza en el país, ha marcado un camino de aprendizaje, que requiere ser documentado, interpretado y traducido a estos lenguajes académicos. Es también un compromiso ético-político de las Ciencias Sociales en Colombia, ya no para hablar o escribir en nombre de las víctimas del conflicto armado colombiano sino para servir como amplificadores de su propia voz, para traducir, en el sentido que lo proponía Geertz, a esos lenguajes más científicos, esos saberes nacidos del dolor, la tristeza y el desarraigo.

Finalmente, a partir de la reflexión realizada, en torno a las experiencias comunitarias que se han construido desde la práctica, a partir de la vivencia de hechos victimizantes, en tantas regiones y comunidades del país, planteamos algunas tareas concretas en relación a la producción de conocimiento que necesitamos seguir desarrollando en torno a la comprensión de la violencia, es decir aquello que nos ha pasado y la construcción de paz en Colombia, es decir cómo vamos a re-interpretar lo que nos ha pasado para generar procesos de cambio social, de cara a la reconstrucción del tejido social.

Estas tareas, podrían resumirse en tres líneas de trabajo:

Línea 1, construcción conjunta de saberes, cada vez más necesitamos vincular el saber académico con el saber experiencial, de tal forma que podamos contar con insumos sociales que nos permitan contar con nuestros propios referentes conceptuales, nuestros propios marcos comprensivos, dentro de los cuales sea posible descifrar aquellas claves de la convivencia, la reconciliación y el apoyo mutuo.

Línea 2, diseño de experiencias que integren los recursos comunitarios, los saberes populares, las iniciativas culturales locales, espacios y escenarios de memoria colectiva que reivindiquen lo vivido y sirvan de referentes para la construcción de marcos de acción social para cambio y el fortalecimiento del tejido social.

Línea 3, sistematización de experiencias, registro de casos emblemáticos y análisis integrados de aspectos sociológicos, psicológicos, antropológicos, históricos y sociales que nos permitan realizar miradas retrospectivas en torno a lo que nos ha pasado para contar con elementos clave de cara a los mensajes e intercambios que deben gestarse de cara al presente y al futuro.

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1 Línea de investigación adscrita al Grupo de investigación Estudios Socio-humanísticos de la UDES, cuyo objetivo es Aportar conocimiento situado y pertinenete en torno a las necesidades y problemas sociales que confluyen en los ejes de capital social y desarrollo humano

2Sistematización de experiencias de reconciliación en personas víctimas del conflicto armado colombiano en el municipio de Girón, Santander (2016), Memoria oral en víctimas del conflicto armado (2018), Percepciones acerca del perdón y la reconciliación en niños y jóvenes que viven en comunidades receptoras de reinsertados del conflicto armado en el municipio de Floridablanca (2018).

3Zarik Stefany Moreno Orozco y Danner Alexander Higuera Basto (2017). Asesora Ps. Sandra Milena Serrano. Ubicada en el repositorio institucional de la Universidad de Santander.

4En Colombia, esta práctica se estableció como una forma de dar bajas efectivas en la lucha contra las guerrilas. Consistía en captar jóvenes de comunidades vulnerables, llevarlos a otras zonas del país, vestirlos de guerrilleros y asesinarlos, para hacerlos pasar como integrantes de las guerrillas, dados de baja en combate. Según el OMC, con esta modalidad fueron asesinados cerca de 10.000 jóvenes en Colombia.

5Temas abordados en los tres trabajados de grado del Programa de Psicología UDES, analizados para este artículo de reflexión.

6Breve currículo Sandra Milena Serrano Mora PhD en Ciencias sociales, niñez y juventud (Universidad de Manizales-Cinde). Magister en Desarrollo educativo y social (Universidad pedagógica de Colombia-Cinde). Especialista en Docencia Universitaria (Universidad Industrial de Santander). Psicóloga (Universidad Pontificia Bolivariana). Docente investigadora Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales Atulaa -UDES. Línea de investigación: Capital Social y Desarrollo Humano, Grupo Estudios Socio-humanísticos. Orcid: https://orcid.org/00000002-5670-2699. Correo electrónico: sserrano@udes.edu.co, serranomorasandramilena@gmail.com.

Recibido: Octubre de 2020; Revisado: Noviembre de 2020; Aprobado: Enero de 2021

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