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Civilizar Ciencias Sociales y Humanas

versão impressa ISSN 1657-8953

Civilizar vol.14 no.27 Bogotá jul./dez. 2014

 


La enseñanza de la historia urbana y barrial.
El caso del barrio San José de Bogotá
*

The teaching of urban and neighborhood history.
The case of San José district of Bogotá

L'enseignement de l'histoire urbaine et de quartier.
Le cas du quartier San José de Bogotá

Os ensinamentos da história urbana e de bairro.
O caso do bairro São José de Bogotá

Gilberto Enrique Parada García**

* Este artículo de investigación se culminó en el marco del proyecto: "Construcción participativa de una política intercultural para la Universidad del Tolima" del Colectivo de Investigación en Arte y Cultura (CIAC) de la Facultad de Ciencias Humanas y Artes de la Universidad del Tolima, Ibagué, Colombia.

** Historiador y magíster en Historia por la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Actualmente es profesor de planta de la Universidad del Tolima en Ibagué, Colombia y se desempeña como director del Departamento de Ciencias Sociales y Jurídicas de dicha institución.
Correo electrónico: geparadag@ut.edu.co

Recibido: 23 de enero de 2014 / Revisado: 29 de julio de 2014 / Aceptado: 06 de noviembre de 2014



Resumen

Este artículo destaca la importancia que tiene para la historiografía, la enseñanza e investigación en historia barrial. Se enfatiza en las relaciones del individuo con su entorno, desde la perspectiva de la historia urbana en el barrio San José, sur de Bogotá. Metodológicamente se apoya en la historia oral y en la pesquisa de archivos barriales, a partir de ahí, abre una reflexión que transita del texto microsocial al contexto histórico amplio de la ciudad y el país. Luego, examina algunos elementos relevantes de la enseñanza de la historia y de la historiografía urbana y barrial; enseguida, explica las dinámicas sociales que se entrecruzan en un barrio; por último, pone en discusión las vivencias históricas de los habitantes del barrio.

Palabras clave

Enseñanza, historia urbana, historia barrial, Bogotá, barrio San José.



Abstract

This article highlights the importance for the development of current historiography, teaching and research in neighborhood history. The article emphasizes the individual's relationship with his space environment, from the point of view of urban history in Barrio San Jose, south of Bogotá. The methodology is supported by evidence of oral history and research of neighborhood files; from there, this text intends to open a reflection that moves from the micro-social text to the larger historical context of the city and the country. Thus the article examines, first, some important elements of the teaching of urban and neighborhood history and historiography; then, it explains the different social dynamics that intersect in the limited space of a neighborhood; finally, it raises questions about individual and collective historical experiences of the local people.

Key words

Teaching, urban history, neighborhood history, Bogotá, Barrio San José.



Résumé

Cet article souligne l'importance qui a pour l'historiographie, l'enseignement et la recherche dans l'histoire du quartier. L'accent est mis sur les relations de l'individu avec son environnement, dans la perspective de l'histoire urbaine dans le quartier San José au sud de Bogotá. On s'appuie méthodologiquement sur l'histoire orale et sur la recherche d'archives des quartiers, à partir de là, on ouvre une réflexion qui passe du texte microsocial au contexte historique au sens large de la ville et le pays. Ensuite, il examine quelques éléments pertinents de l'enseignement de l'histoire et de l'historiographie urbaine et du quartier. Après, il explique les dynamiques sociales qui sont entrecroisées dans un quartier; finalement, il met en discussion les expériences historiques des habitants du quartier.

Mots clés

Enseignement, histoire urbaine, histoire du quartier, Bogotá, quartier San José.



Resumo

Este artigo destaca a importância que tem para a historiografia, o conhecimento e a investigação da história dos bairros. Realçam-se as relações do individuo com o que se passa à sua volta, na perspectiva da história urbana no bairro de São José, sul de Bogotá. Metodologicamente apoia-se na história oral e na pesquisa de arquivos do bairro, e a partir daí, abre uma reflexão que passa do contexto micro-social para o contexto amplo da cidade e do país. Em seguida analisam-se alguns elementos importantes do ensinamento da história e historiografia urbana e de bairro; depois, explica as dinâmicas sociais que se entrecruzaram no bairro; por último, coloca-se em discussão as vivências históricas dos habitantes do bairro.

Palavras chave

Ensinamentos, história urbana, história de bairro, Bogotá, bairro São José.



De modo que Jehová estableció una señal para Caín
a fin de que nadie que lo hallara lo hiriese. Con eso,
Caín se fue de ante el rostro de Jehová y se puso a morar
en la Tierra de la condición de fugitivo, al Este del Edén.
Después, Caín tuvo coito con su esposa,
y ella quedó en cinta y dio a luz a Enoc.
Entonces Caín se ocupó en edificar una ciudad,
y llamó la ciudad por el nombre de su hijo Enoc.
Génesis, 4:15-17

El error de las multitudes es que se engañan sobre la
duración de su poder...
Un delirio semejante al mar que creyese eterno el poder
de sus tempestades.
José María Vargas Vila, 1992, p. 241

Introducción

Este artículo es producto de una preocupación que adquiere cada vez mayor importancia en la enseñanza de las ciencias sociales, especialmente de la historia. En algunos estudiantes de la materia -ya sea que participen de un curso de historia antigua, medieval o colombiana del siglo XX en la educación secundaria o universitaria-, aparece la dificultad de precisar la ubicación y la medida de las distancias de espacio y de tiempo. Más aún, la autoidentificación con procesos históricos tales como el cristianismo o el capitalismo carece de algún sentido, pues la historia es entendida como una experiencia inútil. Igual problema surge cuando se intenta relacionar los contenidos de la historia nacional con la historia continental (Medina, 2007, p. 22). Lo cual ocurre, en parte, como consecuencia de dos fenómenos que atañen a la educación actual.

La primera consideración al respecto pone el acento en el carácter repetitivo, memorístico e irreflexivo de la enseñanza de la historia. Tal dificultad radica en la pervivencia de un complejo pedagógico escolástico que en Colombia tiene un profundo arraigo -siendo este difícil de eludir-, aunado a un intento de largo aliento por consolidar la nación a través de vías simbólicas. Una perspectiva de esta situación puede notarse en la incapacidad del cientificismo histórico para incidir a través del conocimiento en un amplio grupo de la sociedad; de hecho, es notorio que en muchos de los licenciados que enseñan historia, tanto en colegios como en universidades, se extienda cierto menosprecio por los debates recientes de los contenidos y de las teorías que adelanta la historiografía, y se conformen tan solo con reproducir los viejos esquemas de la historia de bronce1.

La segunda consideración argumenta una idea de inmediatez en torno a la noción del tiempo, exactamente, del tiempo histórico. La última fase del capitalismo ha implicado que las relaciones humanas sean cada vez más despersonalizadas y que el significado de las barreras físicas entre naciones se vaya diluyendo; sin que esto signifique, desde luego, que las barreras simbólicas mediante las cuales se jerarquiza la sociedad, tales como las distinciones de clase o de religión pierdan su vigencia (Wacquant, 2007). Entonces, a la aceleración de los procesos económicos se le asigna la misma importancia de la velocidad de las actividades biológicas de los seres humanos mediante las cuales organizan sus vidas2. De suerte que el tiempo presente y la prontitud que ronda los desarrollos económicos hacen que se extinga cualquier reflexión hacia el pasado.

A partir del diagnóstico anterior, surge como una vía de solución, la reducción de la escala del análisis del objeto histórico. El historiador Josep Fontana insiste en repensar el ejercicio histórico desde el análisis de las periferias y las experiencias humanas más cercanas de los individuos sin proseguir por la senda determinista del progreso. Él lo plantea así:

De entre cuantos enseñan ciencias sociales, esa función recae ante todo en los historiadores. Y está claro que no nos encontramos preparados para asumirla. Necesitamos renovar por completo nuestros "métodos" y enriquecer nuestro bagaje "teórico", lo cual no lograremos sin mucho trabajo colectivo, en colaboración con cultivadores de la filosofía y de otros dominios de las ciencias sociales que comparten nuestras preocupaciones. [...] A la vez que aprendemos a asomarnos a la calle: a aproximar nuestro trabajo al estudio de lo que sucede a nuestro alrededor (Fontana, 1992, pp. 144-145).

El reajuste analítico ayudará a los estudiantes a comprender mejor su relación con la realidad sociohistórica más inmediata. En adelante, se accede inductivamente a realidades más complejas. En este caso, el intento por despertar una suerte de conciencia histórica en los estudiantes de ciencias sociales recurre a la historia urbana, en específico a la historia barrial, no solo como práctica pedagógica sino como un ámbito investigativo. Sin embargo, se debe aclarar que, como tema, la historia urbana no logra los mismos avances que la historia social o económica, por ende, resulta esquivo algún intento por precisar sus límites metodológicos o teóricos. De tal modo que, a guisa de ejemplo, la historia oral y el análisis iconográfico vienen a nutrir cierto aspecto metodológico de esta investigación. En tanto, las teorías referentes a cómo los individuos construyen las nociones del espacio social tendrán que ver, en alguna medida, con la sociología y con los estudios urbanos.

La pregunta que guía este trabajo es cómo los individuos construyen las ideas concernientes a la relación espacio-tiempo; en concreto, la tarea consiste en reconstruir históricamente cómo han sido las relaciones de los habitantes del barrio San José de Bogotá. A la vez, la pregunta genera otros interrogantes: ¿cómo se estructura la población de un barrio? ¿Qué fuerzas sociales se generan en un espacio limitado, y qué transformaciones arquitectónicas obedecen a tales fuerzas?

El presente estudio se apoya en una serie de fuentes excepcional para la investigación histórica de corte positivista3. Por ejemplo, la historia oral abre la posibilidad de acceder a los testimonios de los protagonistas de episodios y procesos históricos que no se registraron oficialmente (Archila & Zambrano, 1997, pp. 71-73). Como guía epistemológica, la historia oral conduce al investigador a un encuentro con la memoria de sujetos que no han participado en el discurso hegemónico de la historia. Otro de los recursos metodológicos es la pesquisa de documentos de carácter no oficial, que reposan en el seno de las familias o empresas. De esta manera, la amplitud de fuentes no se reduce al testimonio oral; en este caso, el análisis iconográfico también viene a suplir la información de que carece la documentación histórica tradicional (Létourneau, 2007, pp. 95-110).

En suma, la operación metodológica cumple tres momentos. En principio los estudiantes -futuros profesores de ciencias sociales-, indagan los archivos de las instituciones oficiales locales. Critican los documentos escritos, posteriormente extraen información de los testimonios orales y los confrontan con los datos obtenidos de la documentación escrita. Luego, revisan la colección de imágenes familiares o privadas, o registran imágenes que pueden ser emblemáticas en el barrio para luego cruzar información y elaborar una argumentación histórica.

De la pesquisa documental se pudo confirmar que, aunque la preservación de archivos barriales es casi inexistente en Colombia, es viable revisar un acopio documental disperso en varias entidades municipales tales como la alcaldía local, el Instituto de Desarrollo Urbano y las empresas prestadoras de servicios públicos. Infortunadamente la institución del gobierno civil del barrio San José, la junta de acción comunal, carece de series completas y ordenadas de registros históricos.

Finalmente, los planteamientos teóricos y metodológicos de este texto apuntan al rescate de los relatos que han sido amordazados por el discurso de los poderes hegemónicos. En cuanto a la teoría, la historia urbana con apoyo en la sociología urbana, traduce la ciudad como el espacio de manifestaciones de dichos poderes y de exclusiones físicas. La ciudad es un escenario complejo de relaciones de poder. En proporción, el barrio reproduce esas dinámicas que tienen una profunda connotación social y espacial. Así pues, el presente artículo está compuesto, en primer lugar, por una breve descripción de la enseñanza de la historia en Colombia, también introduce conceptos básicos para entender el fenómeno urbano; en un segundo momento, focaliza su atención en la historia del barrio San José, ubicado en el suroriente de Bogotá.


Viejas y nuevas pautas en la enseñanza de la historia

Los apuntes necesarios para comprender la enseñanza de la historia en Colombia y presentar tal comprensión como un hecho problemático, pueden exponerse así: puntualmente, a falta de un consenso social alrededor de qué modelo de Estado debía surgir luego de la independencia colombiana, fueron las élites quienes proyectaron el modelo de la República. De ahí que buscaran legitimación en ese proceso de formación republicana y encontraron en la educación una base para conseguir sus objetivos. De modo que en la formulación de los conceptos de nación o de ciudadano se optó por el uso frecuente de símbolos republicanos que aleccionarían al grueso de la población. Este fenómeno cundió por los países hispanoamericanos e implicó la búsqueda de referentes universales mediante los cuales pudiese concebirse la realidad social y espacial desde el punto de vista del nacionalismo. Esta idea la presenta el historiador Benedict Anderson (2007) cuando argumenta que las naciones que surgen en el siglo XIX incorporan elementos simbólicos tales como la religión, la lengua y los referentes del patriotismo. Posteriormente, habla de los mapas, censos y el museo como los componentes de las comunidades imaginadas en las que se desarrolla la idea de nación (Anderson, pp. 229-259). En el caso europeo, la historia y su profesionalización difundieron valores nacionales; la enseñanza universitaria de la historia legitimó el proceso de consolidación de la nación alemana (Iggers, 1998). El historiador Germán Colmenares (1997) indicó la importancia de la historia que, en el siglo XIX, fue el resorte de la construcción de la nación colombiana. Según Colmenares, la historia entronizó la figura del héroe civilizador y con ese modelo se homogeneizó el relato histórico republicano.

En Colombia se registra la lucha de los distintos poderes que han pretendido orientar la práctica histórica, su escritura y su enseñanza. Es así que en el siglo XIX colombiano colisionaron la iglesia católica y el Estado por el control de la educación pública, además los partidos -Liberal y Conservador- entraron en esa pugna. El vórtice de la discusión sobre la educación tomó varias sendas: el establecimiento de planteles educativos de carácter público en varios niveles. También la revisión de los textos de enseñanza, así como las políticas públicas sobre educación y la visita de misiones extranjeras de expertos del modelo pedagógico lancasteriano. No obstante, los esfuerzos de los distintos gobiernos liberales no tuvieron los efectos deseados en la masa de la población, pues emergió una imagen atea de la educación estatal, en el peor de los casos fue percibida como protestante (Gutiérrez, 2000, p. 126). Esa imagen la delinearon los sectores reaccionarios de la iglesia católica que consideraron la reforma educativa liberal de 1870 como un doble atentado. De acuerdo con los reaccionarios, la educación pública cuanto menos, dado su carácter obligatorio, restringía la libertad individual, pues condicionaba al sujeto a una educación homogénea y le quitaba la posibilidad de ser analfabeta; cuanto más era un complot masón que se proponía eliminar el fundamento religioso de la sociedad que se impartía a través de la educación (González, 2006, p. 90). La guerra civil de 1876 fue el clímax del altercado por el modelo educativo.

Con la derrota liberal en la Guerra de los Mil Días, se instauró un modelo de Estado pseudoconfesional conocido como "La Regeneración". Este régimen entronizó la educación pública orientada por los valores católicos que determinaba la iglesia. El acuerdo religioso y estatal fue reconocido a través del concordato; la iglesia retomó aspectos del monopolio educativo hasta la década de 1930 cuando incursionó la filosofía liberal en los planes educativos, en especial en la universidad (Jaramillo-Vélez, 1994).

La continuidad de las prácticas pedagógicas tradicionales de tipo escolástico como el ejercicio memorístico se prolongó por mucho en el quehacer docente. Un análisis de los textos de historia que se utilizaban en las escuelas públicas brinda un panorama de la situación. Un buen ejemplo es el libro de Jesús María Henao y Gerardo Arrubla (1952). Esta obra fue galardonada con la medalla de oro impuesta al mejor libro de historia durante el primer centenario de la independencia nacional:

Al examinar esta obra, lo primero que llama la atención es el cuidado y el esmero que sus autores han empleado para exponer con claridad y método, relatando los hechos con la expresión necesaria de tiempo y de lugar, de los personajes y entidades que en ellos deben figurar, y con todas las circunstancias que lo determinan o individualizan, todo lo cual impide que en la mente de quien estudie Historia se produzcan concusiones o equívocos (p. 7).

El siguiente es un balance crítico de los libros de texto en historia durante la primera mitad del siglo XX: los libros de texto se consideran expresiones de la cultura escolar; es decir, son fuente en la investigación de los valores sociales y nacionales, ya que reproducen el contexto y los objetivos de las políticas educativas de una época, tales como la consolidación de un espíritu nacional y los valores cívicos.

Según el decreto 491 de 1904 los textos debían ser aprobados por el Arzobispo de Bogotá (Herrera, Pinilla, & Suaza, 2003, p. 69). Con esta idea en mente, el Estado y la institución eclesiástica trazaron los parámetros desde los cuáles debían redactarse los textos de historia. Con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, se suprimió la semblanza política de los contenidos de historia en los libros de enseñanza; contrariamente no pretendían generar autonomía intelectual en los estudiantes: "se recurrió a la historia como una fuente para reconstruir un sentimiento nacionalista unificado" (p. 66). Los libros que se publicaron hasta la primera mitad de siglo confluían en algunos puntos: no se trataba de investigaciones originales, se estructuraban como los catequismos del siglo XIX y presentaban el conocimiento histórico de manera global, totalmente ajeno a críticas de validez.

Es oportuno señalar algunas innovaciones que se dirigen a la renovación de la tradición pedagógica colombiana. Un asunto importante es que la historiografía de la nación emprendió, en el último tercio del siglo XX, un reajuste teórico de los paradigmas totalizantes. Fueron revaluados tanto el materialismo histórico como el historicismo. Tal reajuste trajo como consecuencia que la historiografía del país implementara la Nueva Historia; con esta denominación los historiadores de formación universitaria pretendían distinguirse con sus trabajos del discurso histórico academicista y positivista. El impacto de esa nueva trayectoria intelectual, que tomó muchos elementos de los últimos mentores de la escuela historiográfica francesa de los Annales, aún se siente con la incorporación de nuevos sujetos, metodologías y temáticas en el quehacer histórico. Este esfuerzo se compagina con la intención de innovación en la pedagogía y en la didáctica de la historia. No obstante proyectos como la escuela activa, o la aplicación de los modelos pedagógicos del aprendizaje significativo o el enfoque de la enseñanza problema, se debe mencionar que en la educación pública son pocos los avances reales en la construcción de nuevas dimensiones epistémicas del saber histórico.

Conscientemente, la historiografía renovada y la actualización pedagógica han materializado sus vínculos. Aquí se reseña el trabajo del historiador Darío Campos y de la licenciada Nelly Rodríguez (2004). Los autores presentan un avance en la enseñanza de la historia al preguntarse por la necesidad de enseñar historia antigua en el contexto colombiano. Su obra combina temas y ejemplos que suscitan interés en los estudiantes. Por otra parte, existen muchas investigaciones que toman la historia barrial como preocupación4, también aquellas que pretenden innovar prácticas pedagógicas más allá del aula. Pese a ello, su carácter heterogéneo haría embarazosa cualquier síntesis.


La ciudad objeto de la historia

La reflexión epistemológica sobre la ciudad, desde el punto de vista del conocimiento histórico, es relativamente reciente. Al margen del descuido analítico que la ciudad ha padecido por parte de los historiadores, es posible establecer unas pautas históricas que puedan orientar la tarea investigativa que aquí se emprende. Una de ellas es pensar la ciudad como una realización necesariamente humana, de ahí que sea una categoría sociohistórica que es producto de diversas fuerzas: económicas, simbólicas o políticas. Como significado histórico, la ciudad ha variado sus contenidos: la ciudad prístina, la ciudad medieval, la ciudad industrial, la ciudad moderna o la ciudad posmoderna; en contraste, la ciudad, como una categoría de análisis, exhibe algunas constantes: la centralidad de los poderes que se sitúan en ella (políticos, económicos y culturales), el vínculo del asentamiento urbano con los bienes ecológicos que lo limitan y la oferta de bienes y servicios que brinda la ciudad: habitación, empleo, seguridad y cultura que en conjunto superan las condiciones de la vida rural. Como un producto social, la ciudad es la expresión material de distintas fuerzas políticas. La ciudad es una unidad arquitectónica multiclasista; la ciudad moderna expresa, por ejemplo, un significado político de la igualdad concebida por las burguesías. A la vez, en la ciudad pueden convivir tanto la sociedad tradicional o de estatus -la comunidad- como la sociedad capitalista orientada hacia la competencia.

Un trabajo pionero en la historia urbana, editado por primera vez en Londres en 1936, es Los orígenes de la civilización de Vere Gordon Childe (1997). En este libro, Childe acuña dos conceptos fundamentales para las ciencias sociales: el primero de ellos es el de la revolución neolítica; se trata, desde la perspectiva materialista del autor, de la primera gran innovación que experimentó el ser humano desde el descubrimiento del fuego, consistente en la apropiación de la agricultura como actividad económica. El segundo es el de la revolución urbana. Según Childe, y en consenso con muchos historiadores, el surgimiento de las ciudades que tuvo lugar en el Valle del Nilo y en Mesopotamia entre el quinto y cuarto milenio, representó decididamente el principio de una organización política de tipo estatal5. La síntesis de esta obra puede plantear que el surgimiento de la ciudad acompaña, en forma concluyente otros procesos de la esfera política, económica, cultural y social sin los cuales no podría pensarse la existencia de la civilización industrial, lugar desde el cual escribe Childe. Por el momento, esta perspectiva exhibe una constante: la subordinación y manifestación de la organización colectiva mediante la construcción social del espacio urbano, tal como ocurre con la especialización social del trabajo en relación con la conformación de las ciudades en barrios.

Por mucho que la explicación de la naturaleza urbana, desde la óptica materialista de Childe, hubiese tenido eco en las ciencias sociales, irrumpió con fuerza una hipótesis que conectó el origen de las ciudades con el valor religioso de rendir culto a los muertos. "La necesidad del hombre primitivo de enterrar y venerar a quienes habían fallecido se convirtió en el factor primordial que hizo posible un punto de encuentro permanente"6. En una apreciación semejante, la teoría social toma como referencia la caverna, primera habitación humana, para señalar la importancia de la dimensión espiritual como gestora de las ciudades:

El espacio conforma las conductas humanas en la medida que origina una forma específica tanto del ser social, como del individual. El mismo nacimiento de la ciudad está asociado a esta idea de entender todo territorio habitado, como ámbito que propicia el intercambio espiritual (Lezama, 2005, p. 37).

El medievalista francés Henri Pirenne enseña cómo las ciudades de la Edad Media en la Europa mediterránea sobreviven después de la caída de Roma. Pirenne encuentra que los ciclos económicos de la circulación por el Mediterráneo se mantienen y permiten la existencia de ciudades marítimas hasta el avance del islam. Recuerda también que otro tipo de ciudades deben su existencia a los antiguos fuertes romanos que, paulatinamente, generan núcleos urbanos independientes (Pirenne, 1972). El autor destacó el hecho económico de la expansión comercial como el motor del proceso urbano adelantado en la Europa tardomedieval. Fernand Braudel, el famoso historiador de los Annales, interpretó la ciudad con el lente de la universalidad. Según este historiador, las ciudades existen a pesar de sí mismas; son ajenas a otros desarrollos espaciales o temporales. Apunta Braudel (1984) que "La ciudad como tal no existe más que por contraste con una vida inferior a la suya: es una regla que no admite excepciones" (p. 429). De allí que la ciudad domine un espacio, subordine o sea subordinada del sector rural, sea receptáculo de migrantes, algunos de ellos considerados despreciables por los citadinos, además tenga dinámicas internas que le imprimen carácter como el trazado de sus calles o el espesor de sus murallas.

La sociología contemporánea ofrece una imagen de la historia urbana asociada con la representación del cuerpo humano, enmarcado en las creencias religiosas y en la ciencia. El punto de partida de esta interpretación la expone Richard Sennett (1997), quien pone en evidencia que el control del espacio define la jerarquía social. El escritor estadounidense establece una analogía entre la percepción del cuerpo y la ciudad como una extensión de la anatomía humana. De hecho, Sennett atestigua cómo la cabeza humana se identificó con la nobleza en las representaciones icónicas del espacio urbano de Occidente; en tanto que el estómago aludía a los sectores bajos de la población. Para ello, Sennett basa su esquema en el descubrimiento del síncope, realizado por un médico parisino en el siglo XIV. "Para él, los orígenes de la comunidad podían explicarse por la respuesta física de las personas al sufrimiento de los demás durante una operación quirúrgica" (Sennett, 1997, p. 179). Más adelante, afirma que "en una crisis social, las murallas que existían entre las personas se vienen abajo, por lo que se realizan actos de generosidad desacostumbrados" (p. 181). Sennett indica que, durante la Edad Media, el concepto de comunidad hacía mención a un lugar moral, donde el extraño podía ser acogido. Pero si bien el ámbito moral que entrañaba el concepto era mucho más limitado que el espacio físico de los vecinos del lugar, estos últimos formaban también la comunidad en sentido más amplio. Sin embargo, el gradual crecimiento económico que experimentaron las ciudades medievales ocasionó una fuerte tensión: "Por un lado, el deseo de liberarse de los vínculos comunitarios en nombre de la libertad individual; por otro, el deseo de hallar un lugar en el cual los unos cuiden de los otros" (p. 171). Entonces, la ciudad es también el espacio de confrontación de intereses y representaciones mentales que se hace explícita en la dimensión arquitectónica.

Dos perspectivas acompañan los estudios interdisciplinarios sobre la ciudad. Una alude a los factores negativos de la vida urbana. Tal visión tiene fundamentos religiosos a través de los cuales se percibe la ciudad como el lugar del pecado y el vicio, basta recordar el relato bíblico de la destrucción de ciudades por su perdición. La otra es optimista y se origina en la creencia en el éxito y en el progreso material. En este sentido, la experiencia urbana adquiere una dimensión insoslayable para entender el momento actual de la sociedad humana (Capel, 2006).

Retomando la primera perspectiva y aludiendo a la metáfora bíblica en la cual los condenados, malditos por Dios, fundan ciudades, la sociología francesa en cabeza de Löic Wacquant (2007) presenta la tesis que sostiene que en el momento de poscapitalismo y desindustrialización del actual siglo, las ciudades industriales del primer mundo tanto en Estados Unidos como en Francia, padecen surgimiento de los nuevos guetos. La pobreza constante reduce los antiguos barrios obreros y populares a sitios de inseguridad y crimen (p. 206).

En suma, la ciudad es la experiencia urbana más exitosa de la humanidad y por tanto valida una aspiración universalista. A diferencia de la aldea, la ciudad es capaz de congregar un sinnúmero de fuerzas que son orientadas tanto en el espacio físico como en los ámbitos de sociabilidad. Para efectos de este trabajo, se plantea que en la ciudad conviven distintos valores y comportamientos, cuya fragmentación forma parte de una comunidad urbana. Esta se construye a partir de tensiones o imposiciones. En ella se hace necesaria la presencia de un factor cultural que posibilita el que se estrechen los vínculos entre los integrantes de una comunidad.

La relevancia de la historia barrial, en América Latina, ha permitido entender la relación entre los grandes procesos políticos y sociales con las dinámicas microsociales:

Los espacios construidos por el Estado crearon oportunidades para sus habitantes y, en tanto espacios físicos, también construyeron límites. Así como las decisiones de las personas dieron forma a las viviendas, las viviendas definieron prácticas y conductas en quienes las habitaron (Aboy, 2005, p. 165).

Durante la primera mitad del siglo XX, los Estados se vieron abocados a dar solución al problema de ubicar a las masas en viviendas colectivas o individuales, así la medida por la que se optó fue preferiblemente la casa individual, construida en un barrio periférico. En Colombia, la expansión demográfica y espacial de las ciudades conllevó fenómenos como la autoconstrucción. En el caso colombiano, instituciones como la iglesia fueron garantes de la autoconstrucción. De modo que el barrio, no solo es una cuadrilla en la cartografía arquitectónica, sino que se revela como un espacio al que acuden las fuerzas sociales, con distintos grados de fricción y tensión.


El barrio San José: una experiencia histórica

La historiografía colombiana interpreta que la década de los treinta es un punto de ruptura en la historia política, económica y social del país7. En 1930, luego de más de medio siglo de un régimen conservador pseudoconfesional, se instaura en el poder el liberalismo político. En la presidencia del liberal Enrique Olaya Herrera, el gobierno consolida los mecanismos estatales que venían permitiendo el desarrollo capitalista industrial. Nuevos agentes políticos y sociales aparecen en el horizonte nacional demostrando el naufragio de la sociedad precapitalista. En el plano social, durante los años treinta, se afianzaron organizaciones campesinas y obreras que reclamaron reformas laborales a la vez que exigieron una reinterpretación al régimen de la propiedad de la tierra. Efectivamente, el obrero había desterrado al artesano del ámbito de las reivindicaciones sociales, logrando que se reglamentara la jornada de trabajo de ocho horas.

En el plano económico, el aspecto más visible es el espectacular crecimiento, derivado de la actividad industrial que vivió la nación, mucho más que en otros países de América Latina, en particular en el sector textil. Precisamente, tal crecimiento industrial giró sobre la base de cuatro elementos: la formación de un mercado de fuerza de trabajo; la producción y el consumo de la materia prima, es decir, el algodón; el financiamiento de la industria y la importación de maquinaria. En un ámbito económico de mayor espectro, la consolidación de un Estado capitalista estuvo precedida por la acumulación previa de capital por vía de la exportación del café, la formación de un mercado laboral y un mercado nacional.

En otro orden, surgía en el ámbito ideológico una nueva postura frente a la enseñanza que magnificó la República Liberal con la implementación de una educación secularizada, especialmente en la formación de los maestros en la Escuela Normal Superior (Sánchez, 2009, p. 519); socialmente, la mujer tenía un papel menos nebuloso y, en general, Colombia parecía abandonar las improntas de La Regeneración que habían moldeado el carácter de la nación desde las últimas décadas del siglo XIX, tras la irrupción de nuevos discursos políticos que se materializan como partidos políticos. En suma, la modernización avanzaba con paso dispar con respecto a la modernidad.

El éxito inicial del capitalismo industrial alentó un fenómeno urbano sin precedentes8. La semblanza rural colombiana quedó atrás con la imposición del mundo urbano, producto no solo del capitalismo, sino de las dinámicas políticas. En efecto, hacia 1930, Colombia sufre los primeros ciclos de la violencia política que han caracterizado su historia reciente. Así las cosas, la industrialización, el mercado laboral asalariado, la apertura de vías de comunicación y el incipiente Estado de bienestar que se proyectaba para Colombia, hicieron que ciudades como Bogotá, Medellín, Cali o Barranquilla fueran receptáculos de la migración campesina.

Las manifestaciones de este giro del país se mostraron en Bogotá con un crecimiento demográfico que fue, por mucho, más exógeno que endógeno, y también en el correlato político de la expansión espacial cuando, en 1954, la ciudad absorbió en su administración una serie de municipios periféricos9. Así lo aprecia el historiador Marco Palacios, quien afirma que: "aunque tardía, la urbanización colombiana terminó ajustándose a pautas latinoamericanas. Según los censos, en 1938, un 29% de la población colombiana vivía en las ciudades y al finalizar el siglo, un 70%" (Palacios & Safford, 2002, p. 556).

Ahora, se ha pensado como un lugar común, en el imaginario bogotano, creer que el homicidio del político liberal Jorge Eliécer Gaitán transformó el paisaje urbano de la capital del país a mediados del siglo XX. Si bien es cierto que la destrucción material del centro de la ciudad alteró la percepción de la población respecto a la seguridad que ofrecía esta, cabe apuntar que el abandono del centro de la ciudad, por parte de la élite, se venía registrando de tiempo atrás10. Por lo general, la búsqueda de tierras al norte fue la constante por parte de las familias acomodadas, destinando el sur y los cerros al oriente, a la población marginal de Bogotá. A pesar de todo, El Bogotazo explicó el abandono del centro. El desencanto inicial durante estos momentos de crisis también alteró la estructura artesanal en este sector de la ciudad.

"Llano de Mesa" es la primera alusión toponímica al lugar que hoy ocupa el barrio San José, y tal nombre alude a las condiciones físicas del lugar: una planicie de extensos pastos que se anegaban durante la temporada de lluvias y que, por tal razón, eran utilizados en el sector pecuario. Un habitante recuerda lo siguiente:

Cuando yo llegué aquí, esto era puro potrero, y había lugares llenos de pinos. Habían sembrado pinos y eucaliptos... por lo que es la Primera de Mayo. Por ejemplo, eso estaba rodeado de pinos hasta arriba, la décima y la 27, eso sí era lo que llamaban pura trocha. Yo dije no, eso acá está muy difícil, miré, no hay nada. Es que esta vaina era de una finca grandísima, unas haciendas. Por ahí todavía está la casa, una casa viejísima (testimonio de José Joaquín Saidiza).

Otra impresión reafirma el tono agreste del terreno como: "un espeso y turbulento bancal, un pantano con todos sus pasivos encantos" (Inquisidor, 2002, h.1). Llano de Mesa era el nombre original de una de las tres haciendas que, desde el periodo colonial, comprendían el terreno en el que actualmente se ubica la localidad Rafael Uribe Uribe. Esta localidad tiene una extensión media superior a las 1.300 hectáreas, y alberga a unos 422 mil habitantes, de los cuales más del 38% corresponde a migrantes (Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, 2007, pp. 6-7). El barrio San José o San José Sur, ubicado en esta localidad de la ciudad, constituye una unidad urbana más amplia conocida como unidad de planeamiento zonal (UPZ)11, que integra, a su vez, junto con cinco unidades más, la localidad Rafael Uribe Uribe, una de las veinte que conforman el mapa político y administrativo de Bogotá12.

A mediados del siglo XX y coincidiendo con los estragos de El Bogotazo, sumados a una ampliación del mercado inmobiliario en Bogotá, la propietaria de la hacienda Llano de Mesa, Zoraida Jaramillo de Plata, inicia su venta. En 1942 fueron vendidas seis fanegadas a la Pontificia Universidad Javeriana, la que se proponía construir la sede de Anatomía y el anfiteatro del Hospital Universitario San Ignacio. Posteriormente, en marzo de 1949, se protocolizó la venta de los terrenos restantes de Llano de Mesa a Eduardo Gutiérrez y Mario Andrade Valderrama (Saidiza, 2008, pp. 13-14), quienes finalmente dividieron el terreno en lotes urbanizables, sin que contaran para ello con los planos oficialmente aprobados en la oficina respectiva de la alcaldía de Bogotá (Junta de Mejoras y Comité Económico Pro-Barrio San José, 24 de junio de 1953, p. 1). Esta situación generó conflictos con los compradores, pues no existían redes de acueducto o redes eléctricas. Pedro Navarro, presidente de la Junta de Mejoras del Barrio Llano de Mesa, denunció así la carencia de servicios básicos urbanos ante el secretario de Obras Municipales, el 17 de junio de 1950: "este problema agudo está perjudicando horriblemente a mil doscientas familias pobres, viviendo ya en dichos terrenos, aproximadamente trescientas familias al margen de servicios higiénicos, luz, agua alcantarillado". Más aún, los lotes no correspondían a las dimensiones originales de los planos.

Las implicaciones sociales de la urbanización del barrio San José fueron también políticas. Ante la demanda de servicios urbanos, inexistentes en principio, los compradores de lotes se aglutinaron en una junta de acción comunal. Este fue un vehículo canalizado por el Estado para cooptar al movimiento cívico que exigía servicios públicos, a la vez que detenía la posible invasión de tierras por parte de los desarraigados. La investigación de Alfonso Torres Carrillo (1993) ha expuesto la magnitud de este fenómeno. Según este autor, un tipo de asociaciones colectivas apareció con el fin de remediar, principalmente, la dificultad de acceder a los servicios urbanos como la vivienda propia, la educación, la salud, la recreación, entre otros. Como en el caso del barrio San José, "antes de la creación oficial de la junta de acción comunal, existían juntas de mejoras y comités de trabajo comunal que coordinaban las acciones colectivas dentro de una mentalidad comunitarista y paternalista". Más adelante, Torres (1993), señala que:

Estas prácticas fueron favorecidas por el gobierno con la creación de la Acción Comunal en 1958, garantizando su control político; Bogotá se convirtió en el centro piloto de la implementación de esta estrategia reguladora del conflicto social. Desde la década de los sesenta, estas formas de trabajo comunitario se generalizaron, convirtiéndose en vías culturales que marcaban las pautas de normal incorporación de los nuevos barrios de la ciudad (pp. 75-76).

En otro aspecto, la idea central que subyace en el complejo de evocaciones de los pobladores del San José es la necesidad recurrente de legitimar el proceso de asentamiento barrial por la vía del simbolismo sagrado. Esta perspectiva constante de la memoria colectiva parece ocultar otro proceso de asentamiento mucho más profano. En tanto que el nombre Llano de Mesa se mantiene en muchos documentos oficiales en contraposición a San José, cuya nominación inventada por un administrador de lo sagrado se prolonga en la actualidad como la expresión corriente para referirse al barrio.

En medio de un proceso político de erosión de la legitimidad del Estado, la fundación de un barrio traía serias implicaciones políticas. Construir una capilla católica expresaba, no solo el anhelo espiritual de la congregación física en un recinto, sino también la capacidad de los pobladores para refrendar la ocupación de un territorio, que en ausencia del elemento estatal como legitimador recurría al fundamento místico religioso13. El siguiente relato de Teresa Díaz de Rodríguez, sitúa la importancia de tal fenómeno:

Eran pocas familias que no contaban más de cincuenta personas. Se trabajó con tesón, organizados en comités. De nuestro bolsillo se conseguían las obras. No había sacerdote. Ni iglesia. Nos visitaba el párroco Echeverri del Olaya. Luego llegó el padre Garavito y en donde queda el parque actual, se oficiaban las misas al descampado, seguidas de bazares y de convites. Él fue quien bautizó el lugar como San José obrero [...], lo dijo un 19 de marzo, día de San José, patrono de los trabajadores en el santoral eclesiástico, cuando se quedó por un largo tiempo trabajando más allá de las fronteras de su ministerio. El trabajo del padre Garavito fue excelente: de corazón grande, siempre celebraba el día de San Alfonso y le dábamos un vestido de regalo (Fondo de Desarrollo Local, 2006, p. 14).

No obstante la relevancia de la institución eclesiástica y sus agentes en la legitimidad del barrio, Teresa Díaz de Rodríguez (Fondo de Desarrollo Local, 2006, p. 15) apunta, entre líneas, que posiblemente el fenómeno de poblamiento obedeciera a una organización gremial o de clase que antecede al empuje de la orientación teológica: "Quienes compraron por aquí eran de una sociedad de sastres: dueños de las sastrerías de la calle 11 de esa época. Ellos compraron al dueño de la hacienda Llano de Mesa" (Fondo de Desarrollo Local, 2006, p. 16). Este tipo de migración organizada, al margen de la institución eclesiástica, evidencia una serie de fuerzas históricas. En primer lugar, el desplazamiento endógeno, ocurrido luego de los eventos violentos de El Bogotazo en 1949. En segunda instancia, se sugiere una identidad de clase que antecede a la identidad territorial. La población migrante que arribó al San José no fue solamente de artesanos. Se asegura también que llegaron "albañiles y negociantes" en gran número. Sin embargo, fue el campesino el integrante mayor de los recién llegados. A juicio de Torres Carrillo (1993), el origen campesino de la población migrante que llega a Bogotá, desde 1960, va a condicionar la forma de resolver los problemas urbanos más inmediatos.

El apego a la tierra, el papel de la familia como unidad económica, el rol desempeñado por la mujer, su religiosidad y otras costumbres propias de los campesinos de las regiones frías de Cundinamarca y Boyacá van a recrearse o reelaborarse frente a los nuevos retos que le planteaba la ciudad a los migrantes (p. 45).

Finalmente, la impresión que queda de esta primera fase de poblamiento es que se prolongó y fue abiertamente masiva: "llegaban personas al barrio por oleadas".

En este punto se sostiene la primera hipótesis histórica de esta investigación que responde a la pregunta inaugural de saber la forma en que se estructura históricamente el barrio. El primer asunto a tratar, como se ha evidenciado, es el carácter multiclasista de este proceso. Aunque la nominación aceptada por el barrio como San José alude necesariamente a la impronta de un barrio obrero, fue sustancialmente, ajustándose al modelo latinoamericano, popular más que obrero (Romero, 2008, p. 336)14. La guía del catolicismo en cuanto a ordenador de los referentes colectivos en el barrio responde a las condiciones de la política nacional que se trasladaban al plano más local. Durante La Regeneración, la instrucción pública fue impartida en el contexto político de un Estado excluyente, oligárquico y fundado sobre la mística judeocristiana que estima a la cultura popular como ruin y mediocre, en la mayoría de sus juicios y opiniones. En la minoría, como inocentes criaturas, cuyo destino es obedecer los preceptos de sus guías ilustrados (Guillén, 1986, p. 92). A estos se les permite todo, incluso el error.

En este sentido, se instauró un manto de intolerancia hacia todo aquello que alterara el buen orden de la cristiandad. En la República Liberal, la onda reformista tocó la educación y facilitó que las formas de asociación laboral, tales como los sindicatos, tuviesen un tono socialista, comunista, incluso anarquista, pero decididamente liberal. Las políticas liberales cundieron también en la esfera de la cultura y de la educación con la difusión a las masas urbanas y a los sectores campesinos de instrumentos culturales como el libro, el cine o la radio (Silva, 2005, p. 91).

Tras el fin de la experiencia liberal en el poder y el regreso del conservadurismo político, se vivió un nuevo episodio de reacción retardataria. Por ejemplo, la iglesia católica encabezó el direccionamiento del movimiento obrero con la creación, en 1946, de la Unión de Trabajadores de Colombia (UTC), aunque anteriormente se había consolidado una especie de fordismo católico con varias expresiones en el país. Luego, en el clima de inestabilidad política; primero, desde el régimen de Laureano Gómez y, después, con la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla, se hostiga oficialmente cualquier intento de asociación reformista. Con la presidencia de Laureano Gómez se asiste a un proceso de conservadurismo de corte hispánico que tiene como piedra angular la restauración del catolicismo como ordenador social. En este sentido, la tutela de la iglesia como custodia del orden volvía a cobrar sentido para los primeros habitantes del barrio San José. Tanto así que, en los testimonios orales, suena el eco incesante de una justificación teológica imposible de suprimir.

En un segundo momento, se explica que las identidades barriales obedecen, no a una clase social o partido, sino a cuán primero una familia se hubiese instalado en el sector. La identidad se convierte en un conflicto generacional que amenaza con disolver la comunidad15, ya que

[...] hoy en día se siente nostalgia, pues la gente casi no colabora, no se integra, cada quien vive en sus cosas. Como todo ya está hecho, la gente no se conoce, no se acerca, los vecinos no se saludan, se van, vienen otros (testimonio de Díaz de Rodríguez, Fondo de Desarrollo Local, 2006, p. 17).

Para José Luis Romero (2008), el problema social que se genera es explicable en el sentido de la sociedad de masas que logra dislocar la sociedad tradicional:

La masa urbana no fue solo anómica, sino básicamente inestable. La constituían, en principio, sectores inmigrantes y sectores ya arraigados que, en cierto modo, se desarraigaban de la sociedad tradicional cuyas normas habían acatado hasta poco antes. Esto acentuaba la anomia. Pero acaso la acentuaba aún más la aparición sucesiva de nuevas promociones en cada uno de los sectores integrantes de la masa (p. 336).

El sociólogo alemán, Norbert Elías (1998), advirtió la misma situación cuando los miembros de una comunidad suburbana pueden llegar a disputar el poder entre sí, en una escala local16. Las tensiones aumentan cuando no existen rasgos que diferencien un grupo de otro; se trata de semejanzas sociales, económicas y culturales, pero un grupo que se autodefine como "mejor", decide mantener su estatus de aparente superioridad sobre otro grupo al que se le considera "recién llegado". Un ejemplo del fenómeno quedó registrado en un documento de la junta de acción comunal en 1989, cuando el colectivo, invocando el derecho de petición y consulta ante el Departamento Administrativo de Planeación Distrital, solicitaba ser beneficiario de un reajuste en el sistema de identificación socioeconómico, pues:

Como residentes permanentes del barrio San José Sur, no nos estamos beneficiando en lo más mínimo de los servicios ofrecidos por establecimientos educativos o del Gobierno y otros existentes en el barrio [...] ya que en su gran mayoría los usuarios son habitantes de otros sectores y para obtener acceso se requiere influencia de toda índole. [...] el desarrollo urbanístico del barrio se encuentra estancado desde hace aproximadamente un año, ya que el Gobierno Nacional y local se han desentendido del control sobre la proliferación de talleres callejeros, ventas ambulantes y otros negocios propios de barrios con estrato socioeconómico uno y dos (Junta de Acción Comunal, 1989, pp. 1-2).

Otro dato interesante del anterior fragmento es que se apeló por último a la condición de barrio obrero en vez de uno residencial. Por ende, la identidad a un sector marginal de la ciudad podía ser beneficiosa en términos fiscales en un momento circunstancial. No obstante, el mismo documento expresa de manera textual un menosprecio a otros barrios populares que mantienen actividades económicas informales como en los casos de los talleres y ventas callejeras.

Como segunda hipótesis se sugiere que la migración en el barrio San José generó un fenómeno de compactación. La presión demográfica sobre el suelo aceleró la circulación del mercado inmobiliario en el San José. De hecho, los lotes más amplios se subdividieron. Como ejemplo, un plano aprobado por la Oficina de Planeación Distrital de Bogotá en 1961, aceptaba la modificación del área de dos lotes que inicialmente contenían, cada uno, 195 m2 por tres de 125 m2, y 140 m2, respectivamente. La arquitectura, por tanto, también fue susceptible de transformaciones. Paulatinamente, a las edificaciones de una sola planta, se les agregaron pisos superiores y subdivisiones. De modo que el ascenso vertical de las edificaciones ha sido un paliativo al fenómeno de compactación, así lo expresa un habitante: "Muchos habitantes vendieron o demolieron sus casas de una planta para construir edificaciones de varios pisos dedicados para ser arrendados" (testimonio de Alberto Perilla, 2010). Otra secuela de la presión demográfica, en general exógena, es la invasión y el cercamiento de los espacios públicos, tales como el parque o las zonas verdes.

La importancia que una zona de esparcimiento representara para los primeros habitantes del barrio San José quedó plasmada en la intención de constituir un comité de juegos deportivos que impulsó, en 1982, la construcción del parque actual que se erige sobre antiguos terrenos baldíos, que fueron centro de disputa entre los habitantes y los urbanizadores (Alcaldía Menor Rafael Uribe Uribe, 1982).

Otra fuerza transformadora del paisaje arquitectónico la constituye el creciente comercio sobre las dos avenidas principales que demarcan el barrio. El comercio modificó el destino original de las construcciones residenciales, ya que los garajes y las salas se tomaron como locales de comercio. A la par del comercio organizado, existen además actividades comerciales de tipo doméstico que cambiaron el aspecto artesanal de los residentes. Como ejemplo, "doña Fanny", una mujer del San José que se dedicó a la preparación del plato tradicional de cerdo relleno, o lechona, ha logrado que sus productos sean apreciados no solo por los vecinos del San José, sino por muchas personas de la ciudad que se acercan a su local a degustar su especialidad. La demanda y calidad de sus productos le han valido ser merecedora del premio "Lechona Toca de Oro", que le otorgó la multinacional Nestlé (Fondo de Desarrollo Local, 2006, p. 22).

Todo lo anterior llevó a que la comunidad, que había aparecido al comenzar el barrio, se fuese difuminando, pues tanto el individualismo como la condición flotante de muchos habitantes -los recién llegados- modificaban el apego a los valores tradicionales comunitarios. Al originarse el barrio, en palabras de Teresa Díaz de Rodríguez, una líder comunitaria que dirige un hogar de protección para mujeres solteras, "se trabajaba muy bien. Todos colaboraban: no existían envidias o rencores: lo poco o lo mucho se compartía; el trabajo se hacía con devoción, pues finalmente todos nos beneficiábamos". En la actualidad, "poco a poco, va llegando nueva gente, pero también se cansan rápido; vienen a figurar por figurar y luego se desfiguran" (Fondo de Desarrollo Local, 2006, p. 30). En síntesis, las sociabilidades barriales originarias pierden peso ante las disyuntivas actuales.


Conclusión

El ejercicio investigativo de reconstruir la historia de un barrio permite el acercamiento a una realidad inmediata que genera un sentido de historicidad, como paso previo a la construcción de la historia propiamente dicha. La tarea de doble naturaleza, tanto investigativa como práctica pedagógica, demostró cómo las personas crean relaciones con el espacio; también este surte los contenidos fundamentales de procesos identitarios como los que aquí se presentaron.

En el texto se hizo hincapié en que los supuestos históricos que aludían a la conformación social del barrio San José no pueden entenderse perentoriamente como obreros. La intención, que se esconde tras ese intento, deja ver un proyecto religioso de captación de un movimiento cívico que tiende al mejoramiento de su entorno habitacional. La identificación de la población con la expresión obrera del barrio, que de por sí era fluctuante, acentuó más un desprecio a la posibilidad de ser catalogados como habitantes de un "barrio popular", enunciado que se consideraba peyorativo; sin embargo, por obrero se identificaba a un sujeto moral, aceptado por el catolicismo.

Por otra parte, se reafirma que la comunidad surge en el proceso de asentamiento barrial y se consolida en la medida en que el Estado es un interlocutor ineficaz para solucionar necesidades básicas de la población. Progresivamente, fuerzas sociales como las migraciones y las dinámicas económicas comerciales conllevaron la reconfiguración física de la arquitectura barrial, cuyos síntomas son: la aparición espontánea de locales comerciales, reducción de los andenes, disminución del área de los lotes privados y encogimiento de los terrenos baldíos destinados a uso público, compactación del espacio construido y una arquitectura vertical.



Notas

1 Para entender las consecuencias sociales que trae consigo la llamada historia de bronce basta asociarla con el empleo del conocimiento histórico con fines políticos. En este proceso, los sectores marginados de la sociedad quedan excluidos en la construcción del conocimiento, cuyo resultado es la pérdida de convicción en la historia como orientadora de las decisiones individuales y colectivas. Se acude al historiador Josep Fontana (2003) cuando señala que: "la imposición política se suele disfrazar, sin embargo, con los valores sociales que nos han sido transmitidos también por la educación. Las universidades británicas, y en especial las de Oxford y Cambridge, elaboraron en el siglo XIX un sistema de valores para las élites dirigentes de la nación y del imperio. Una elaboración en la que la historia fue la disciplina encargada de reforzar el consenso en torno a Dios, la patria y la moral. La historia era enseñada, estudiada y contrastada de acuerdo con un conjunto de suposiciones que tenían mucho más que ver con un consenso patriótico que con los métodos de la crítica o el peso de la evidencia" (p. 11).

2 Tal como lo resume Marshall Berman (2004), el capitalismo ha reconfigurado la vida material de Occidente, a tal punto, que el significado perenne de la cultura material es recluida en una dimensión estrecha y vacía. Berman apela así a la metáfora fáustica. "Ahora, para muchos, todo un proceso de modernización que había durado siglos parecía ahora como un error desastroso. Y la figura de Fausto aparecía en un nuevo papel simbólico, como el demonio que había privado a la humanidad de su unidad primigenia con la naturaleza y nos había empujado por el camino de la catástrofe" (p. 76).

3 El positivismo fue el primer logro cientificista en la disciplina histórica durante el siglo XIX y buena parte del XX. Como paradigma se sustenta en considerar que únicamente los documentos escritos y de naturaleza oficial -como los que produce o avala un Estado, bien sea una ley, un registro de nacimiento o una sentencia judicial- deben asumirse como fuentes exclusivas del conocimiento histórico, sin que admitan alguna alusión teórica o interpretativa que no sea la que consigne el documento.

4 El interés que despierta la historia oral compromete a los gobiernos municipales recientes. En Bogotá, la alcaldía ha promovido en distintos momentos una suerte de concursos que intentan hacer o reconstruir historias barriales. También las universidades se han sumado a este intento.

5 Afirma Childe (1997) que: "Obviamente, el cambio en el material arqueológico refleja una transformación en la economía que produjo el material. También es obvio que la transformación debió estar acompañada por el crecimiento de la población. Los sacerdotes, funcionarios, mercaderes, artesanos y soldados, representan nuevas clases que, como tales, no podían encontrar su subsistencia en una comunidad auto-suficiente de productores de alimentos, ni aun en una partida de cazadores. La sola evidencia arqueológica es suficiente para confirmar esto. Las nuevas ciudades ocupan más espacio y tienen capacidad para una población más densa que los poblados agrícolas absorbidos por ellas o que siguen subsistiendo a su lado" (p. 176).

6 Tal idea es original de Lewis Mumford, su interpretación es tomada de Lezama (2005, p. 36).

7 Para una visión más profunda del periodo se hace mención a los siguientes autores: Mayor (1984), Bergquist (1988), Pécaut (2001), Bejarano (1979), Archila (1991) y Kalmanovitz (1985).

8 El crecimiento fue casi exponencial haciendo que la dispersión territorial, rasgo del país desde 1850 hasta 1950, fuera cambiando para generar concentración urbana que caracteriza el desarrollo espacial moderno. El incremento es explicado por la "expulsión de amplios sectores del campesinado de vertientes y la iniciación de los grandes éxodos hacia las ciudades" (Aprile, 1992, p. 551).

9 Los municipios anexados fueron: Bosa, Engativá, Fontibón, Suba, Usaquén y Usme. Esta anexión correspondió a la reconfiguración administrativa que dio paso en la ciudad a la proyección del Distrito Especial.

10 Uno de los sitios predilectos de la élite para establecer su residencia fue Chapinero, barrio ubicado al nororiente de Bogotá. Desde la década de 1920, Chapinero fue el escenario de un interesante mercado inmobiliario ya que "Chapinero y sus hitos urbanos, como la iglesia de Lourdes y sus quintas, impulsaron el desarrollo de la ciudad hacia el norte, tanto que, desde 1920 hasta los años setenta, fue el segundo corazón de la ciudad" (Türk, 2000, p. 26).

11 Ver anexo, mapa 1.

12 Ver anexo, mapa 2.

13 Desde el mismo momento de la colonización española en América, el pilar teológico que daba sustento a la ocupación territorial con la fundación de ciudades se convirtió en una invariable en la historia urbana latinoamericana: "La toma de posesión del territorio fue total. Se dio una fundamentación jurídica y teológica, construida sobre montañas de argumentos; pero el conquistador vivió su propia fundamentación, que era indiscutible porque estaba basada en un acto de voluntad y era en el fondo, sagrada" (Romero, 2008, p. 47).

14 El barrio obrero ha implicado históricamente la existencia de una plataforma industrial y un sistema de comunicación entre la unidad productiva y la habitacional. La definición de un barrio popular se ajusta más a la realidad latinoamericana de los siglos XIX e inicios del XX. En palabras de Romero (2008): "Fue la fusión entre los grupos inmigrantes y los sectores de la pequeña clase media de la sociedad tradicional lo que constituyó la masa de las ciudades latinoamericanas a partir de los años de la Primera Guerra Mundial. El nombre con el que se la asignó, más frecuente que el de la multitud, adquirió cierto sentido preciso y restringido. La masa fue ese conjunto heterogéneo, marginalmente situado al lado de una sociedad normalizada, frente a la cual se presentaba como un conjunto anómico. Era un conjunto urbano, aunque urbanizado en distinta medida, puesto que se integraba de gente urbana de antigua data y gente de extracción rural que comenzaba a urbanizarse. Pero muy pronto su fisonomía fue decididamente urbana y lo fue su comportamiento: constituyó una sociedad compacta y congregada que, en cada ciudad, se opuso a la otra sociedad compacta y congregada que ya existía. Así se presentó el conjunto de la sociedad urbana como una sociedad escindida, una nueva y reverdecida sociedad barroca" (p. 336).

15 En este texto, el concepto de comunidad acude a una composición de los siguientes elementos: una unidad territorial que alberga una población. Un sentido de solidaridad entre los habitantes. Un cambio recíproco de intereses; el grupo determina las obligaciones personales y de colectivo lo mismo que las responsabilidades (Young, 1952, pp. 269-288).

16 El problema se abordó en un estudio de una localidad chica en el que Elías (1998) observó pequeñas características de la distinción social entre grupos sociales iguales. "La diferencia principal entre los dos grupos era precisamente esta: que uno era un grupo de antiguos residentes establecidos en la vecindad hacía dos o tres generaciones [por otro lado] se [nota] claramente cómo en él se revelan el valor humano superior -es decir, el carisma de grupo- atribuido por los establecidos a ellos mismos, y las características 'malas' -la deshonra grupal- que los establecidos atribuyen a los marginados" (pp. 81-138).



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