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Eidos

Print version ISSN 1692-8857

Eidos  no.19 Barranquilla July/Dec. 2013

 

La lírica de Quevedo*

Rafael Gutiérrez Girardot
Traducción del alemán por Juan Guillermo Gómez García


Introducción

¿Quién fue Quevedo? El lenguaje popular conoce como característico un marco especial de gafas, quevedos, que cuelgan del tabique de la nariz, y que Francisco de Quevedo y Villegas hizo presumiblemente popular. Poesías obscenas, cuyas imágenes efectivas llegaron a ser bienes culturales del pueblo, le otorgaron la paternidad de todos los chistes que sobrepasaban la barrera de lo contable. La historiografía literaria española parece no saber servirse de él. Ella lo considera como uno de los grandes autores del Siglo de Oro, lo que de hecho fue, pero hasta ahora no hay una monografía exhaustiva que aclare todos los aspectos como lo han realizado las abundantes investigaciones sobre Cervantes, Calderón o Lope de Vega. La investigación sobre Quevedo se ha consagrado casi preferentemente a su novela picaresca, La vida del buscón llamado don Pablos y Los sueños. Muchos trabajos se dedican a la búsqueda de las fuentes literarias de su lírica. Un escrito, que hasta ahora había despertado escasa atención, recientemente encontró el interés de gran descubrimiento de un hispanista de cuño vulgar-marxista, Bernhard Schmidt, que con la penetración que le es característica de esta corriente crítica, creyó distinguir en La España defendida y los tiempos de ahora (1609) un precursor del moderno fascismo.

El desgraciado Quevedo, que fue perseguido en su vida por enemigos perversos, se confronta no solo contra el especialista ignorante de la historia y la literatura española, es decir, un hispanista alemán ejemplar, que lo hace corresponsable luego de tres siglos de historia de Franco. El desgraciado Quevedo se confronta no menos con los especialistas, quienes -en virtud de su plaza están en obligación de comprender a autores de la talla de Quevedo-, no lo han comprendido. Ello quizá descansa en la circunstancia que la plaza, en todo caso la plaza de profesor de filología románica -francés, italiano, español, portugués, catalán, rumano- sobre-exige al funcionario, es decir, que se le obliga a dominar lenguas y literatura y sus contextos históricos, que una persona no está en condiciones de dominar en toda una vida. Es solo entendible que, para cumplir su obligación a plenitud, el funcionario, sobre-exigido romanista -en virtud de su plaza es por sí mismo hispanista-, se ocupa solo con lo que otros antes de él se han ocupado.

Quevedo era un extraño para esta disciplina. En su libro Literatura europea y Edad Media latina, en el que Ernst Robert Curtius trata de aportar la prueba, que esclarece la tradición de los topoi latinos como continuidad de la historia cultural europea, no aparece el nombre de Quevedo, pese a que precisamente él fue un importante eslabón entre el humanismo europeo y España, un eslabón es más concluyente en la tesis de Curtius que Calderón, al que Curtius, siguiendo la rutina de la romanística, pone en primer plano -lo que no prueba por qué. En los historiadores de la literatura, en los romanistas, en hispanistas de tradicional porte que se enmascaran en ademanes progresistas, en los filólogos apoltronados, Quevedo no ha gozado de especial aprecio, de modo que él puede celebrar la circunstancia que sean escritores y poetas quienes le hayan pagado el tributo que los burócratas de la literatura le han rehusado. La más petrificada investigación calderoniana no ha podido hacer vivo a Calderón a la posteridad, salvarlo del admirado abogado Goethe de la alianza del trono y el altar para el presente. La romanística alemana lo tiene más bien como pretexto de la más sorprendente autoafirmación de los investigadores de Calderón como investigadores, quienes pretextando saber más sobre Calderón, sobre la lengua y la literatura española, que los españoles mismos, incluso que los investigadores españoles de Calderón.

Quevedo pone a todos ellos en cuestión, no da nada por ellos. ¿En dónde podría radicar esto? Presumiblemente en que él es un "escritor para escritores", como afirmó de Quevedo Jorge Luis Borges. Presumiblemente también en que, Quevedo "fue el abuelo de los terroristas", como lo llamó César Vallejo. ¿Fue él eso? Lo fue de hecho, pero fue más que eso. ¿Lo que fue, es lo que fue realmente? En un ensayo que siempre cita la más reciente investigación de Quevedo, escribió Borges: "Trescientos años ha cumplido la muerte corporal de Quevedo, pero este sigue siendo el primer artífice de las letras hispánicas. Como Joyce, como Goethe, como Shakespeare, como Dante, como ningún otro escritor, Francisco de Quevedo es menos un hombre que una dilatada y compleja literatura".

El juicio de Borges sobre Quevedo sorprende. No Cervantes, como se acepta siempre, es para Borges el más grande autor de la lengua española. Quevedo es para él más que un nombre de la historia literaria, uno entre otros. Él es más que eso: una literatura completa. Borges, cuyo ensayo literario sobre Quevedo es lo mejor que hasta ahora se ha escrito sobre él, y que es lo contrario a la exageración española, nos plantea un problema que es difícil solucionar: por una calculada omisión -en la serie de los grandes no menciona ni a Cervantes ni a Calderón- se pregunta si Quevedo es el único autor de la literatura española que, desde la perspectiva del presente, tiene un rango en la literatura universal. La pregunta no es ociosa. Pero ella no apunta a una valoración que revierte la imagen que hasta ahora se tiene del Siglo de Oro. El sentido de esta pregunta puede ser resuelto si se examina más de cerca la frase de Borges: "Escritor para escritores y una completa y compleja literatura".

¿Qué quiso decir Borges con que Quevedo era un escritor para escritores? ¿Quiere decir esto que solo los escritores están en condiciones de entender y disfrutar a Quevedo? "La grandeza de Quevedo -dice Borges en otro aparte- es una grandeza verbal", y ello significa que la grandeza de Quevedo descansa en la maestría con la que él trata el lenguaje. Él domina la lengua española en el sentido que la hace un medio para describir las cosas, que parecen una imagen ante los ojos y al mismo tiempo apelan al entendimiento como una conclusión lógica. Este tratamiento del lenguaje -volveremos a ello con ejemplos- es lo que precisamente hace a Quevedo interesante para un escritor.

¿Qué significa una completa y compleja literatura? Quevedo trató con gran éxito en todos los géneros literarios, excepto en la dramaturgia. Escribió una novela picaresca, La vida del buscón llamado don Pablos, que sobresale por encima de las otras novelas picarescas. Produjo escritos satíricos como Los sueños, que parecen social-críticos y morales, pero otros como La genealogía de los modorros u Origen y definiciones de la necedad, que podrían ser considerados como crítica del lenguaje, lo toman como pretexto para una crítica social. Escritos políticos como España defendida y los tiempos de ahora y Política de Dios y Gobierno de Cristo dedicados a temas históricos que trata como un marginado, pero por lo cual enriquecen los géneros de los tratados políticos. Quevedo no fue un teólogo, pero ello no le impedía escribir sobre el Nuevo Testamento o sobre la vida de Jesús ni abordar problemas teológicos como la trinidad. No fue un filósofo, pero produjo una contribución filosófica sobre la Stoa. Tradujo la Introducción a la vida devota de San Francis de Sales, pero también de autores latinos como Séneca y Martial. Su obra lírica no es menos versátil que su prosa. Finalmente, Quevedo editó la obra lírica de fray Luis de León.

De hecho, Quevedo fue, como dice Borges, menos que un hombre una completa y compleja literatura. En cualquier, el juicio de Borges debe ser corregido en un sentido: Quevedo no fue solo esa literatura que deja su vida en un segundo plano. Su vida fue no menos compleja, si cabe decir, que su literatura. La pregunta que propone el juicio de Borges sobre Quevedo puede ser contestada de este modo: a diferencia de Cervantes o Calderón, que representaron un mundo cerrado, Quevedo representa un mundo que permanece siempre abierto. Este mundo está siempre abierto, presumiblemente quedará abierto, porque Quevedo fue un marginal, un franc-tireur, un partisano que se sustrajo de los guardianes del orden y administradores de la literatura, puesto que su obra ponía en tela de juicio toda clasificación.

Pero ello no significa que Quevedo sea incomprensible. Su obra no es clasificable, pero tiene una unidad. Es una obra compleja, pero tiene una clave. Si nosotros intentamos buscar esa clave, basta leer tres poesías de Quevedo que interrogan y se relacionan con otras poesías, con su obra y su época. Las poesías son: "¡Ah de la vida!", "Érase un hombre a una nariz pegado" y "Flor con voz".

No vamos a comentar hoy estas poesías. Solo queremos constatar que el primer poema es un soneto dedicado al tema de la brevedad de la vida. Este poema se ha caracterizado como un ejemplo de la lírica metafísica de Quevedo. La característica "metafísica" no es adecuada, pero ella indica que la temática de esta lírica tiene por objeto las cosas últimas. La segunda poesía es la sátira más conocida de Quevedo. Es la sátira un hombre con una nariz larga. La tercera poesía, finalmente, una décima, puede ser caracterizada como un ejercicio lírico porque es una de las escasas poesías gongóricas de Quevedo, es decir, una poesía que sigue el modelo de Góngora, pese a que Quevedo rechazó enérgicamente el gongorismo, vale decir, el culteranismo, y atacó aun más violentamente a Góngora.

Si tomamos otros ejemplos de estos grupos poéticos, del grupo de la lírica metafísica, de las poesías satíricas y de los simples ejercicios poéticos, y agregamos las poesías amorosas, cabe preguntarnos ¿qué une pues la meditación lírica sobre la brevedad de la vida con la sátira cáustica, esta con los juegos líricos y con las amorosas? ¿Hay algo poderoso que vincule estas poesías aparte de la persona del autor, que dé unidad a la complejidad y multiplicidad de la lírica de Quevedo? ¿O fue la lírica para Quevedo solo una creación ocasional que obedecía al humor del momento y que producía tan diversos materiales como lo pedía el ánimo del instante? Si para responder estas preguntas se parte del sentido que confería a su poesía, se debe llegar al resultado que Quevedo comprendía su lírica como una creación ocasional y no construyó una unidad.

Quevedo nunca publicó su lírica en forma de libro, como lo hizo, por ejemplo, Góngora. Sus poesías aparecían en antologías, almanaques, para decirlo más precisamente, al lado de otras poesías. Su primer libro de poesías apareció en 1604. Pero ya era famoso como poeta, pues un año más tarde tomó muchas poesías de Quevedo en su antología Flores de poetas ilustres de España, y muchas colecciones de poesías, como Romancero general de Miguel de Madrigal, contenían romances de Quevedo. En el año 1648 el humanista José González de Salas publicó su Parnaso español, monte de dos cumbres dividido, con las nueve musas castellanas, que hizo conocer las dos terceras partes de la poesía de Quevedo. En el prólogo González de Salas hace saber que Quevedo tenía la intención de reunir y publicar su poesía, cuando tuviera tiempo. Es claro que Quevedo nunca tuvo el tiempo para ello. El sobrino de Quevedo, Pedro Aldrete, que heredó el legado de Quevedo y González de Salas, publicó una antología que contenía como complemento los poemas desconocidos hasta ahora de la edición de González de Salas.

Las ediciones de Aldrete y González de Salas eran problemáticas. Ellas contenían poemas que por error habían sido atribuidos a Quevedo y otros que el editor González de Salas había corregido. Luis Astrana Marín emprendió una nueva edición de la poesía de Quevedo en el siglo XX. La obra completa de la lírica de Quevedo (que apareció en la tercera edición ampliada y complementada en 1953) era más completa que la de González de Salas, pero también era problemática. Ya en el año 1962 apareció la edición hasta ahora más confiable de la lírica de Quevedo que debemos a José Manuel Blecua. Esta breve historia del texto de la lírica de Quevedo muestra que este le concedió poca importancia a su lírica. Hay otros versos que se editaron, y él mismo no halló tiempo para compilarlos. Presumiblemente estuvimos ante un problema que ocupó a los editores para darle a su lírica un denominador o lograr una selección. Pero esta presunción es, como otras que se pueden plantear, pura especulación que no puede sustentarse en prueba alguna.

Para responder a la pregunta por la unidad de la lírica de Quevedo, nos guiaremos por los textos. Antes de introducirnos en ellos, es pertinente conocer algunos aspectos de la vida y el tiempo de Quevedo. Pues los textos no reposan en un espacio vacío, ellos remiten a otras relaciones continuas con la historia y la sociedad. Francisco de Quevedo y Villegas nació en Madrid en 1580. Su padre, Pedro Gómez de Quevedo, era secretario privado de la princesa María, la hija de Carlos V. Su madre, María de San-tibáñez, era dama de corte de la reina Ana. Sus padres murieron cuando él tenía seis años. Sobre la niñez y juventud de Quevedo se sabe poco. Se educó en el Colegio Imperial de Madrid, que regentaba la Compañía de Jesús. Estudió en la Universidad de Alcalá y asistió a cursos de lógica, física y matemáticas; filología clásica, literatura francesa e italiana. En el año 1600, cuando tenía 20 años, concluyó sus estudios y obtuvo el título de bachiller. En Alcalá continuó con clases de teología, pero después de un año, por razones desconocidas, abandonó los estudios. Su vida de estudiante la retrató más tarde en su novela El buscón, que contiene rasgos autobiográficos.

Característico de la vida de Quevedo, es decir, de su biografía, es que los capítulos oscuros dieron ocasión a la formación legendaria. De esta manera se afirma que Quevedo tuvo que interrumpir sus estudios de teología porque se batió en duelo por el honor de una dama. Quevedo se radicó en Valladolid, donde residía la corte. Allí prosiguió los estudios de teología que nuevamente interrumpió para consagrarse a la lírica y a la literatura. Fue una época de esplendor para Quevedo: trabó amistad con Cervantes, Lope de Vega lo elogió, y entró en contacto con el humanista belga Justus Lipsius, que lo llamó uno de los más grandes espíritus de España. En Valladolid entabló su primera guerra privada, si se puede así llamar, contra Luis de Góngora, quien repelió el ataque de Quevedo con poesías caústicas.

En el año 1606 la corte retornó a Madrid y con ella Quevedo. Empezó a escribir Los sueños y esbozó la novela El buscón. Quevedo buscó y logró la amistad de influyentes personalidades de la corte: el conde de Lemos, a quien dedicó el Primer sueño; el marqués de Villanueva del Fresno, a quien dedicó el Segundo sueño; y el duque de Osuna, a quien dedicó la traducción de Anacreonte. Precisamente esta traducción vuelve a Góngora objeto de sus burlas. Entre 1609 y 1613 Quevedo culminó Los Sueños, escribió poesía satírica y tradujo la Biblia. En 1609 escribió su España defendida y los tiempos de ahora. En Madrid y por esa época generó su segunda guerra privada: contra el maestro de esgrima Luis Pacheco de Narváez. Pero Quevedo no conduce su hostilidad al campo de las armas. Pintó a Pacheco de Narváez como una figura ridícula que topa con Pablos. En 1609 tuvo lugar la tercera guerra privada, que llegó a ser intrincada, oscura y muy larga, a saber, la disputa jurídica en torno al pequeño poblado Torre de Juan Abad. La madre de Quevedo había puesto a disposición una suma considerable que esta no deseaba pagar. Quevedo incoó varios procesos contra Torre de Juan Abad que nunca llegaron a aclararse. Sus sátiras a abogados, jueces, notarios, funcionarios judiciales y dependientes tienen un fundamento evidente en esta disputa judicial.

El año 1613 fue para Quevedo decisivo. Su amigo, Pedro Téllez Girón, conde de Osuna y virrey de Sicilia, tomó como consejero a Quevedo en la isla italiana. Él fue más que un consejero, un confidente y un leal y discreto agente. En 1615 el conde envió a Quevedo a Madrid con una misión política: Quevedo debía convencer al rey y a sus ministros que el conde de Osuna era un virrey indispensable en Sicilia y, por consecuencia, el gabinete debía ratificarlo en ese cargo. Quevedo logró que el conde de Osuna fuera ratificado como virrey, pero no de Sicilia, sino de Nápoles. A finales del verano de 1616 Quevedo retornó a Italia. Por encargo de Osuna y para satisfacción de los italianos, que sabían apreciar su tacto diplomático, Quevedo llevó a cabo con éxito diversas negociaciones.

Se afirma que Quevedo fue recibido por el papa Pablo V y que, por encargo del conde de Osuna, pidió apoyo del Vaticano para destruir el poder de Venecia sobre el Mar Adriático. Quevedo regresó a España en 1617. Pudo llevar a cabo con éxito muchos otros encargos del conde. Pero, no pudo defender al conde de Osuna contra los reproches que le hacían sus enemigos en la corte, contra la inculpación de que Osuna fue uno de los propiciadores de la conspiración contra la República de Venecia. Osuna cayó en desgracia, fue removido de su cargo de virrey en Nápoles y encarcelado. Quevedo compartió la desgracia de su protector, hecho prisionero durante seis meses y desterrado. Dos de las más célebres poesías de Quevedo -la dedicada al conde de Osuna después de su muerte y "Desde la Torre"- proceden de esta época y están ligadas estrechamente a estos acontecimientos.

Escribió -en Torre de Juan Abad- "El mundo caduco" y "Grandes anales de quince días" -sobre los acontecimientos de Italia-, completó y mejoró su Política de Dios y Gobierno de Cristo. En el año de 1621 murió el rey Felipe III. Quevedo intentó rehacer su suerte política, solicitó el favor del hombre fuerte de la corte, el protegido del nuevo rey Felipe IV, Gaspar de Guzmán, conde duque de Olivares. A él dedicó Quevedo su larga poesía "Epístola satírica y censoria", en la que elogiaba el programa de gobierno de Olivares y profetizaba una nueva época en la historia española, una época feliz. Al conde duque de Olivares dedicó también su edición de la lírica de fray Luis de León. En "El chi-tón de la tarabillas" Quevedo defendió la política económica de Olivares. Entre 1626 y 1627 Quevedo experimentó su plenitud como escritor. La Política de Dios contó con nueve ediciones, un número inusual para aquella época. Entre 1627 y 1628 Quevedo entabló una nueva guerra privada contra santa Teresa y a favor de Santiago. Se trataba de la pregunta si santa Teresa debía ser declarada la protectora de España o el honor le correspondía al apóstol Santiago. Los ataques a los partidarios de santa Teresa le obligaron abandonar Madrid y retirarse a Torre de Juan Abad. Allí escribió el Memorial por el patronato de Santiago, en el que exponía sus puntos de vista y se favorecía abiertamente la designación por Santiago.

Paso por alto el episodio del matrimonio de Quevedo con la cincuentona dama Esperanza de Mendoza, que lo acompañó solo tres meses. No es improbable que muchas sátiras de Queve-do sobre mujeres mayores estén enlazadas con este suceso. De 1635 a 1638 Quevedo vivió nuevamente en Torre de Juan de Abad, pobre, solitario, en donde leyó obras filosóficas y religiosas y escribió La hora de todos, una sátira sobre los enemigos de España, pero también una crítica de las costumbres españolas y, muy particularmente, de la política del conde duque de Olivares, que lo había decepcionado. Juan de Jáuregui atacó a Quevedo: en un memorial al rey Felipe IV criticó los consejos de Quevedo en materia de política internacional y el escrito de Quevedo La cuna y la sepultura. En el mismo año 1634 apareció el más duro y polémico escrito contra Quevedo, El tribunal de la justa venganza, que lo llamaba: "Maestro de errores, doctor en desvergüenzas, licenciado en bufonerías, bachiller en suciedades, catedrático de vicios y proto-diablo entre los hombres". El autor del escrito, que se escondía bajo el pseudónimo de Licenciado Arnaldo Fráncfort, era el maestro de esgrima Luis Pacheco de Narváez.

En 1639 Quevedo fue acusado de haber escrito un soneto que ha llegado a ser famoso, en el que criticaba satíricamente la política de Felipe IV. El rey encontró ese soneto bajo su servilleta. Él no fue el autor del soneto pero el rey pareció haber creído que Quevedo lo había compuesto. Quevedo fue aprendido, sin poderse vestir (era en medio de la noche y en tinieblas), y encarcelado. En el año 1642 Quevedo escribió "La constancia y paciencia del santo Job", donde describía sus dos años de encarcelamiento. Relató que no había procurado ningún medio para satisfacer las más elementales necesidades, que había padecido física y psíquicamente y afirmó haber escuchado una voz que le decía que Quevedo estaba decapitado. En octubre de 1641 Quevedo envió un memorial a Olivares y le pidió clemencia. Citó en este escrito a Séneca, Plinio el Joven, pero no le valió de nada. En una carta que le escribió al conde duque para pedirle piedad, le dijo: "Ciego del ojo izquierdo, tullido y cancerado, ya no es vida la mía, sino prolijidad de la muerte". En julio de 1643, poco antes de la caída de Olivares, Quevedo fue liberado de la prisión. Allí escribió obras ascéticas como La vida de San Pablo y La providencia de Dios. En Madrid preparó la edición de Marco Bruto, una traducción y comentario de Plutarco, que había escrito en 1632. Pero no permaneció mucho en Madrid. Los nuevos hombres de poder no lo tomaban en cuenta. Hacia finales de 1644 se trasladó nuevamente a Torre de Juan de Abad. Estaba enfermo y el invierno lo obligaba a buscar clima más caliente. En enero de 1645 se radicó en Villanueva de los Infantes. Murió unos meses más tarde, en septiembre. Unos meses antes había muerto Olivares.

Intrigas, persecuciones, disputas, pequeños instantes de felicidad, favores y desgracias de los poderosos, todo ello conoció la vida de Quevedo, que su primer biógrafo, Pablo Antonio de Tarsia, enriqueció con leyendas. En una corrida de toros -cuenta Tarsia- un caballero de Villanueva de los Infantes, donde Quevedo estaba enterrado, acarició el deseo de lucir las espuelas doradas que se habían dado a la tumba de Quevedo. Era tan amigo del sacristán que lo convenció para robarlas. El primer toro que salió lo embistió, de modo que tuvo que correr hasta la tumba, con lo cual el fallecido recuperó las espuelas. Además Tarsia informa que 10 años después de la muerte de Quevedo algunos caballeros abrieron su tumba para ver el cadáver. Quedaron estupefactos al corroborar que el cadáver de Quevedo estaba intacto. Un siglo y medio más tarde, Luis Astrana Marín agregó al informe de Tarsia: se encontró un documento que decía que el cadáver de Quevedo estaba desintegrado y que los restos estaban perdidos definitivamente.

Las leyendas rodean la biografía de Quevedo, quien fue llamado "hombre del diablo", "hombre de Dios". ¿Qué significa ello? Volvemos a nuestras preguntas. Si recordamos las líneas de la carta citada al conde duque de Olivares, tenemos: "Ciego del ojo izquierdo, tullido, cancerado, ya no es vida la mía, sino prolijidad de la muerte". Y leemos nuevamente el soneto que lleva por título "Represéntase la brevedad..."


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* Ensayo inédito, original en el Archivo de Rafael Gutiérrez Girardot en la Hemeroteca de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá).