SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número36SEGÚN PLATÓN, LOS «MORTALES» DE PARMÉNIDES ¿SON LOS ANTEPASADOS DE LOS SOFISTAS?FENOMENOLOGÍA Y PERFORMANCE índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • En proceso de indezaciónCitado por Google
  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO
  • En proceso de indezaciónSimilares en Google

Compartir


Eidos

versión impresa ISSN 1692-8857versión On-line ISSN 2011-7477

Eidos  no.36 Barranquilla jul./dic. 2021  Epub 14-Mayo-2022

https://doi.org/10.14482/eidos.36.115 

Reseña bibliográfica

SU RITMO PAUSADO RESULTABA HIPNÓTICO

Henar Lanza González1 
http://orcid.org/0000-0002-2298-3445

1ORCID ID: orcid.org/0000-0002-2298-3445 Fundación Universidad del Norte (Barranquilla, Colombia), lanzam@uninorte.edu.co

Reseña del libro El sonido de un caracol salvaje al comer. ., Tova Bailey, Elisabeth. 2019. (, The Sound of a Wild Snail Eating, ,, Capitán Swing, Violeta Arranz.


Escribir sobre la enfermedad es escribir sobre el tiempo, sobre cómo perder salud es perder velocidad y cómo esto afecta nuestra percepción del tiempo. La incapacidad nos hace tomar conciencia del desfase entre nuestra lentitud y el vertiginoso ritmo del mundo, y ese desfase abre un abismo que separa a la persona enferma del resto. Si esto que nos ralentiza y nos incomunica se prolonga, nos aísla, todo nos sobrepasa sin que queramos ni podamos seguirlo. Enfermar es disponer de un tiempo del que no podemos disfrutar.

Sin embargo, la ralentización que provoca la enfermedad es una buena ocasión para observar y reflexionar.

Elisabeth Tova Bailey sufrió durante años una afección neurológica de difícil diagnóstico que la confinó en su cama, exhausta y sumida en la incertidumbre. En ese tiempo no podía hacer nada más que dormir y pensar. Y fue entonces cuando constató que, pese a compartir la misma dimensión espacial que sus amistades, su dimensión temporal ya era otra.

En algún momento del progresivo aislamiento al que le condujo su enfermedad ("Desde donde yo estaba tumbada, la vida entera quedaba fuera de alcance" (p. 18); los lugares "no están diseñados para personas horizontales", todo "era un imponente recordatorio de lo absolutamente aislada que estaba de las actividades más básicas de la vida" (p. 35)), una amiga le llevó un caracol que recogió del camino del bosque junto con unas violetas silvestres en una maceta, "el tipo de amiga que se para a recoger un caracol" (p. 76) -llamémosla Mrs. Care-. El encuentro inesperado entre una mujer enferma y un caracol fue el acontecimiento que cambió aquellos años desesperantes y casi insoportables y dio pie a este breve y maravilloso libro.

El caracol fue el único ser vivo con el que Elisabeth sintonizó y en el que encontró al único ser que vivía a un ritmo apto para ella.

Postrada en la cama entre cuatro paredes blancas, Elisabeth recuerda el ritmo de su vida anterior, su actividad, sus desplazamientos. "Yo creía que era indestructible. (...) es sorprendente la facilidad con la que la enfermedad nos roba esas certidumbres" (p. 14).

La salud es un estado a-filosófico construido a base de amontonar certezas. La enfermedad es el golpe que las hace saltar por los aires. Pregúntenles en el Hades a Nietzsche y a Epicuro.

Al principio Elisabeth no sintió ninguna alegría ante aquel regalo. ¿Un caracol? Tener responsabilidad sobre otra vida le agobiaba: ni siquiera podía con la suya. Sin embargo, a medida que lo observaba y con asombro descubría sus hábitos (su dieta, sus incursiones nocturnas, su sexualidad) Elisabeth comenzó a sentir una curiosidad adictiva.

¿Cómo puede la presencia de un caracol ayudar a una persona enferma? El libro no es sino muchas respuestas a esa pregunta.

"Podía oírlo comer... El minúsculo e íntimo sonido que hacía el caracol mientras comía me proporcionó una nítida sensación de compañía y espacio compartido" (p. 19). "Era reconfortante echar una mirada a las violetas y ver su pequeña forma bajo la hoja" (p. 21). "Podía oír el reconfortante sonido de la minúscula masticación del caracol" (p. 23). "Su forma familiar me recordaba que no estaba sola. (...) Su compañía me reconfortaba y amortiguaba mi sensación de inutilidad" (p. 25). "Observarlo deslizarse de un sitio a otro me distraía y constituía una especie de meditación. Mis a menudo frenéticos pensamientos se iban calmando gradualmente hasta ajustarse a su ritmo tranquilo y suave" (p. 29). "Observar al caracol me resultaba completamente relajante. Lo observaba sin pensar, mirando al terrario simplemente para sentirme conectada con otra criatura" (p. 34). "El caracol me inspiraba" (p. 39). "Me encantaba contemplar la hermosa espiral de su concha" (p. 53). "El caracol impedía que mi espíritu se desvaneciera" (p. 102). "Cuando apenas podía hacer nada, pasar mi tiempo con el caracol había sido pura diversión" (p. 114). "El primer caracol había sido el mejor compañero que se podía tener; nunca me hizo preguntas para las que no tuviera respuesta, no esperó nada de mí que no pudiera cumplir" (p. 120).

Poco a poco va emergiendo lo que dos seres vivos tan distintos (incluso para Darwin) tenían en común: "Tanto el caracol como yo estábamos viviendo en paisajes alterados que no habíamos elegido; supuse que compartíamos la sensación de pérdida y de desplazamiento forzoso" (p. 25). (¿No es precisamente eso la «solastalgia"? (Albrecht, 2005). "Mi vida se estaba volviendo tan solitaria como la de mi caracol" (p. 70). "Entre los dos constituíamos una sociedad exclusivamente nuestra y eso mantenía el aislamiento a raya" (p. 102).

La convalecencia sume a Elisabeth en un ritmo pausado, una vida silenciosa y atenta a lo antes nunca sospechado. Pasa horas observando al caracol, intentando averiguarlo todo sobre él: si está bien, qué come, qué hace mientras ella no lo ve. Como el amante con el amado. Cuando la cuidadora de Elisabeth trajo tierra arenosa del huerto y "al caracol no le gustó nada", ella reconoce que "avergonzada, pedí ayuda para cambiarla por humus del bosque" (pp. 23-24). "Quería que el caracol tuviera un hogar más seguro y natural" (p. 30).

Elisabeth se vuelve muy sensible a las reacciones de su compañero ante el nuevo terrario: "Sus tentáculos se estremecían de interés" (p. 30). "El caracol siempre recibía el regalo con un temblor de tentáculos" (pp. 34-35). Y comienza a descubrir lo que le gusta de él: "Me gustaba mucho la elegante manera en la que el caracol ondeaba sus tentáculos mientras se desplazaba serenamente y me encantaba contemplarlo mientras bebía agua de la concha de mejillón (...) tuve la suerte de verlo acicalándose" (p. 34). Llega incluso a cocinar para él, pero el caracol se indigesta:

"Me preocupé muchísimo (...) ¿Cómo lograría yo sobrevivir a mi enfermedad sin su compañía? Fue una noche horrible para los dos" (p. 67). "El caracol había desaparecido y, al caer el día, yo me sentía desamparada" (p. 102). "Yo solo podía pensar en el caracol que había desaparecido" (p. 103).

En esta asimétrica pareja, Elisabeth reconoce que "envidiaba las muchas habilidades de mi caracol" (p. 86), en referencia a su fuerza, su habilidad para subir por las paredes y su capacidad de crear un hogar en el que hibernar hasta que las condiciones sean favorables.

Como muchas personas que han estado enfermas durante periodos muy largos, Elisabeth sabe que en ocasiones la supervivencia puede depender de algo que está "al borde de la posibilidad" (p. 20), en este caso, de su relación con un ser vivo cuya velocidad no la hace sentirse excluida y cuya misteriosa vida despierta en ella un interés vital y hace renacer sus ganas de preocuparse por alguien más que por sí misma. El caracol se convierte en lo que el pensamiento ecológico de Timothy Morton (2012) denomina "prójimo", "extraño forastero".

A pesar de que no es una obra filosófica, está atravesada por algunas de las cuestiones que ocupan desde hace miles de años a la filosofía, como el tiempo y el movimiento. Tiempo y velocidad recorren todo el libro, que tiene incluso un capítulo titulado "Tiempo y territorio". Asimismo, la relación entre el movimiento y la salud es una preocupación filosófica tan antigua como el Timeo de Platón y su invitación a "que el alma no se mueva sin el cuerpo ni el cuerpo sin el alma" (88b-c) para que ambos lleguen a ser equilibrados y saludables. También desde el Timeo es una preocupación filosófica el tiempo, "imagen móvil de la eternidad" (37d), pero desde que Peter Sloterdijk (2018) acuñó la expresión "expresionismo cinético" en ¿Qué sucedió en el siglo XX?, la filosofía contemporánea piensa el tiempo en su forma de espacio / velocidad.

Esta pandemia no solo ha ralentizado a quienes han enfermado, sino también a las editoriales, que han bajado su acelerado ritmo de publicación y que son cada vez más sensibles a esa mixtura de humanidades y ciencias naturales: a pesar de la reducción de títulos que se publican, crece la proporción de libros sobre animales, botánica, edafología y ecología, orientadas no a especialistas, sino a cualquiera que tenga curiosidad por los seres vivos y sus mutuas relaciones y que aprecie la literatura y la filosofía. En este sentido, agradecemos el buen hacer de editoriales como Capitán Swing, Errata Naturae o Pepitas de Calabaza, cuyos catálogos son cada vez más una de las mejores formas del cuidado.

La cuestión de la hibridación no se limita a la relación inte-respecies de mujer y caracol y al saludable entrelazamiento de ciencias y humanidades, sino que Elisabeth Tova Bailey entreteje su diario de convalecencia con las Cartas a un joven poeta, de Rilke, los versos de Emily Dickinson y citas extraídas de tratados sobre gasterópodos ("A medida que seguía observando al caracol, quise saber más sobre cómo cuidar bien de mi pequeño compañero" (p. 31)), por lo que no es extraño que el libro haya tenido tan buena acogida en el campo de las humanidades médicas y haya ganado el National Outdoor Book Award. Merece una línea el leve relieve de la cubierta, que invita a leer como un caracol a través del tacto.

Mucho y fascinante es lo que se aprende sobre la especie del caracol en tan pocas páginas. Tantos y tan sorprendentes descubrimientos nos sacan, a punta de admiración, del cada vez más aburrido antropocentrismo. A través de ese caracol individual Elisabeth se interesa por toda la especie, por los ancestros que hicieron posible que ese caracol la acompañe, lo que para ella es un viaje en el tiempo hasta un pasado remoto. Para alguien que no puede moverse y que muestra tanto interés por el tiempo, esto es una oportunidad inigualable. Aunque hay que decir que no cualquiera convierte la observación de otro ser en una experiencia semejante. El caracol que embelesa a Elisabeth deja de ser una criatura individual y le despierta interés por toda su especie: los caracoles se alimentan de materia muerta, la descomponen y "devuelven los nutrientes al suelo vegetal" (pp. 67-68), crean suelo vegetal (p. 72). Como las lombrices de Darwin (1881). Los caracoles son esenciales en el ciclo de la vida. A esto es a lo que se refería Aldo Leopold (1949) cuando escribía que la tierra no es solo suelo, sino la parte fundamental de un circuito cuya continuidad establece el alimento.

Si aún hay alguien que piensa que descender la altura de un caracol es síntoma de bajeza y degradación y se pregunta qué interés puede tener esto para las humanidades, que reconsidere la cuestión tras leer estas líneas de Biophilia, la obra del entomólogo Edward O. Wilson (1984) que abre el primero y el último capítulo del libro: "El mundo natural es el refugio del espíritu (...) La humanidad no se ensalza porque estemos muy por encima de otras criaturas vivas, sino porque conocerlas bien eleva el propio concepto de vida".

Pensar ecológicamente hace visible nuestra dependencia de todas las formas de vida. No hay ser vivo, por pequeño que sea, del que no dependamos y del que no aprendamos. "Me había entretenido y me había enseñado (...) el caracol había sido un auténtico mentor, su diminuta existencia había sido mi sustento" (p. 120).

Cuidar de otro es lo que nos salva, también cuando el otro es pequeño, lento y baboso. "Me importaba el caracol; eso significaba que algo de lo que había en mi vida importaba y esa idea me ayudó a seguir adelante" (p. 116).

La relación de Elisabeth y el caracol es otra prueba a favor de la hipótesis de Lynn Margulis (1986). La supervivencia no es cuestión de fuerza, sino de simbiosis.

REFERENCIAS

Albrecht, G. (2005). Solastalgia: A New Concept in Human Health and Identity. Philosophy, Activism, Nature, 3, 41-55. Recuperado de: https://www.academia.edu/21377260/Solastalgia_A_New_Con-cept_in_Health_and_I dentityLinks ]

Darwin, C. (2010). La formación del manto vegetal por la acción de las lombrices. J. Coll Mármol (trad.). Oviedo: KRK. [1881. The Formation of Vegetable Mould Through the Action of Worms ].Links ]

Leopold, A. (1949). A Sand County Almanac. And Sketches Here and There. New York: Oxford University Press. [ Links ]

Elisabeth Tova Bailey (2019). (The Sound of a Wild Snail Eating, 2016). [ Links ]

Margulis, L. y Sagan, D. (1986). Microcosmos. Cuatro mil millones de años de evolución desde nuestros ancestros microbianos. M. Piqueras (trad.). Barcelona: Tusquets. [ Links ]

Morton, T. (2012). The Ecological Thought. Cambridge: Harvard University Press. [ Links ]

Platón. (2010). Timeo. J. M. Zamora (trad.). Madrid: Abada. [ Links ]

Sloterdijk, P. (2018). ¿Qué sucedió en el siglo XX? I. Reguera (trad.). Madrid: Siruela. [ Links ]

Tova Bailey, E. (2019). El sonido de un caracol salvaje al comer. V. Arranz (trad.). Madrid: Capitán Swing. [ Links ]

Wilson, E. (1984). Biophilia. Cambridge: Harvard. [ Links ]

Recibido: 15 de Abril de 2021; Aprobado: 27 de Abril de 2021

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons