SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número2PENSAMIENTO CRÍTICO Y DISOLUCIÓN DE LA DOXA: ENTREVISTA CON LOÏC WACQUANTCASTIGAR A LOS PARIAS URBANOS índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

Links relacionados

  • Em processo de indexaçãoCitado por Google
  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO
  • Em processo de indexaçãoSimilares em Google

Compartilhar


Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

versão impressa ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.2 Bogotá jan./jun. 2006

 

Presentación

DE ASEPSIAS, AMNESIAS Y ANESTESIAS

Alejandro Castillejo Cuéllar

University of London, junio de 2006


A mi hermano Enrique, desde el exilio.

HACE TREINTA AÑOS, en su prefacio al libro After Babel: Aspects of Language and Translation, el crítico y estudioso de la literatura George Steiner nos ofrecía una mirada cruda del trabajo académico. Lo extraigo brevemente de su contexto por su beligerancia, y con la intención de resaltar algunos puntos que creo aún tienen vigencia:

    [l]os estudios académicos autorizados se han fragmentado de tal suerte que su especialización minúscula casi desafía el sentido común [...]. El punto de vista experto es microscópico. Cada vez se publica más, en revistas eruditas de editoriales académicas, acerca de cada vez menos. El tono general es el de minucias bizantinas, comentarios sobre comentarios sobre comentarios que se yerguen como pirámides invertidas en un solo punto con frecuencia efímero. El especialista enjuicia al "generalizador" o "erudito" con un desdén resentido. Y su autoridad y pericia técnica acerca de un centímetro de terreno puede, en efecto, revelar una confianza, una humildad inmaculada que se le niega a quien compara, a quien se salta (torpemente o con una restricción perentoria) las vallas de los cotos.

El texto nos habla, entre otras cosas, de lo que entonces se vislumbraba como una versión minimalista del trabajo académico, una concepción que con el tiempo, a través de un sistema de beneficios y recompensas, se ha convertido en norma: una conversación casi privada entre especialistas que hablan, local y trasnacionalmente, en una cierta lógica apologética y con frecuencia autoreferente, cuando no destructiva con el otro, en un lenguaje apenas inteligible entre ellos. En este punto, Steiner contrasta la idea de un académico centrado en el ascenso social y su autolegitimación, con frecuencia al margen o bajo la efigie de una oeuvre inexistente o imaginaria, con la de aquel que se concentra en el escribir, en solitario y tomando prestado de otros acervos de saber, en las márgenes de las modas y las hegemonías académicas. Una visión nostálgica, si se quiere, pero no por eso menos actual. En su comentario sobre lo que hoy podríamos llamar, a manera de ejercicio imaginario, el académico-mercancía, concluye Steiner lapidariamente: "En las humanidades [...] los comités, los coloquios, el circuito de conferencias son la perdición. Nada más risible que la lista de colegas académicos y de los patrocinadores exhibida en notas de agradecimiento al pie de trivialidades". Su crítica está encaminada más hacia aquellos que parece se preocupan más por la forma como se presenta el "saber" y por las dimensiones sociales que determinan su legitimación en tanto tal y su carácter fugaz, alrededor de una serie de cultos a la acumulación, que por los contenidos mismos, por su posible -aunque imaginaria- trascendencia.

Para el editor de Antípoda, al menos dos preguntas resurgen: más allá de lo que podrían considerarse "trivialidades" o no -y sin duda habría todo un debate sobre esto (pues, al fin de cuentas, hoy en día todo es o una "construcción social" o un "saber localizado")-, lo cierto es que en el contexto de una asociación cada vez más común entre la idea de "trabajo académico" (y los diferentes circuitos de reconocimiento que lo constituyen) y su articulación a través del discurso de la productividad y la auditoría (y la autoridad académica que emana de esta asociación), ¿cuál es la relevancia del académico y de lo que escribe? ¿Qué tipo de relación establece con los problemas del mundo contemporáneo, con las profundas contradicciones sociales, con los dilemas éticos, estéticos y políticos que emergen del cohabitar, en registros de experiencia personales distintos, con esas contradicciones? Permítaseme una breve digresión para ampliar esta idea. Durante las últimas dos décadas, el término "crisis de sentido" ha hecho referencia, a veces con cierta vaguedad, no solamente a una serie de fenómenos emergentes determinados por las condiciones históricas específicas de la contemporaneidad, sino también, y quizás especialmente, a los discursos que buscan describir o explicar dichas transformaciones. En este sentido, "crisis" no se ha relacionado sólo con el mal llamado "fin de la historia", sino particularmente con el "descrédito" de los "grandes relatos" sobre el destino de la humanidad y las utopías de "emancipación", "libertad" y "revolución" que algunos encarnaban. En algunos casos, tanto detractores como apologistas, leen en esta crisis las huellas de una ruptura "posmoderna". Más allá de la escisión de lo temporal que implica el término y su indexación en tanto fractura histórica, lo cierto es que el simple prospecto en el que las nociones de "utopía" y "emancipación" han sido vaciadas de contenido social debe, al menos, incitar a pensar las conexiones entre el trabajo académico y la propia naturaleza de su labor.

En este contexto, el rol de los "intelectuales" (o, en su ausencia, el de los "académicos") -quienes en parte encarnaban el deseo de lo utópico al hablar contra el "poder" y la "dominación" en función de la "justicia social"- se ha vuelto más ambiguo y más difícil de asir. ¿Qué papel tienen ellos en un mundo donde su relación con los "proyectos emancipatorios" y los lenguajes que los articulaban han perdido legitimidad, bien sea por el desgaste del discurso (una forma de nombrar la realidad y actuar sobre ella) y la creciente hegemonía de otros, o sencillamente por las "nuevas" formas, aparentemente difusas, que toma el poder en el mundo contemporáneo? Es palpable la paulatina desaparición o redefinición (me siento tentado a llamarle "de-politización", "profilaxis" o, mejor, "asepsia") de nociones como "explotación", "dominación", "pobreza", "miseria" y toda la economía política que las reproduce, del acervo crítico que caracterizó la disciplina en Colombia durante mucho tiempo. Para las nuevas y diversas generaciones de estudiantes -a quienes, en todo caso, una especie de sopor conformista parece haberlos adormilado mientras realizan un paneo a "otros estilos de vida"- estos términos son, con frecuencia, casi completamente ininteligibles. Esta pregunta contiene una serie de implicaciones cuando es planteada desde América Latina y, en particular, desde un país en guerra como Colombia, donde la experiencia extrema de la violencia se multiplica diariamente y en donde la miseria literal no tiene nada que ver con las modas académicas sino con los aspectos más básicos de lo que significa ser un ser humano. Tres millones de desplazados darían testimonio mudo de eso, de la consubstancialidad de lo literal y lo metafórico, en donde el hambre convive, paradójicamente, con la deconstrucción del mundo. Al parecer, estos temas son cada vez menos "relevantes", ya que cada vez menos hacen parte de conversaciones académicas y, si lo son, se reducen fácilmente a rótulos simplistas.

Ante la fractura de esta "utopía" -y quizás con esto lo único que hago es dar testimonio de un pequeño grupo de escépticos viscerales que buscan articular un proyecto intelectual mientras habitan dicha fractura-, ¿cuál es el horizonte de acción sobre el que se desarrolla el trabajo, la política y la práctica antropológica? ¿Cuál es esa ética del hacer? En este sentido, ¿se ha convertido el antropólogo o bien en un especialista en un centímetro de realidad desconectada del resto del mundo y en donde las revistas académicas y los coloquios no son más que teatros de operaciones -tanto en el sentido militar como médico- alrededor de pequeños nichos territoriales, o bien en quien ostenta una serie de "aptitudes", "habilidades" y "saberes" fácilmente instrumentalizables para un mercado profesional, quizás más amplio que hace unos años, y además ávido de menos "criticadera" y más "pragmatismo" -llámese este mercado el de las transnacionales de lo humanitario y sus enclaves locales, tanto "públicos" como "privados", o el del capital propiamente hablando-? Para repetir, ¿cuál es el papel del académico, del antropólogo, en el mundo contemporáneo? ¿Cuáles son los lugares del disenso, el topos de una actitud crítica de cara al mundo? ¿Acaso ha desaparecido del todo o la hemos desplazado hacia lugares teóricos donde ha perdido su capacidad para descentrar y conectarse con los predicamentos cotidianos del ser humano? O, por el contrario, ¿se ha transformado esa interpelación al poder en minúsculos y con frecuencia improvisados chapuzones mediáticos, en una ficción emitida desde la cómoda anestesia institucional, desde la familiaridad teórica?

Antípoda se puso en la tarea de atender algunos de estos interrogantes, no obstante las divergentes opiniones. En este volumen, "Antropología, crítica cultural y crisis de sentido en el mundo contemporáneo", Antípoda pretende lograr un cierto equilibrio entre la prospección y la retrospección. No sin sorpresa, hemos visto cómo, no obstante la enorme circulación de la convocatoria y el tenaz trabajo de "lobby" que acompañó las diversas invitaciones a participar que nunca se cristalizaron, llegamos a la conclusión de que el tema en tanto tal, o bien no cautivó la imaginación antropológica -para usar ese eufemismo anglosajón-, o sencillamente no había mucho que decir sobre algo que resultaría, en todo caso, complicado, disperso y políticamente incorrecto. Lo peor que podía pasar es que la pregunta por una ética del hacer y las diferentes derivaciones que hemos planteado un tanto fragmentariamente, hubiesen sido desprovistas de relevancia, indexadas como panfletarias y exiliadas definitivamente. No creo que sea ese el caso, sin embargo.

Éstas son sin duda preguntas viejas, pero no por ello destinadas al olvido y a la amnesia selectiva. Ni tampoco son preguntas que aquejan a una minoría que por razones específicas de trabajo tienen que enfrentarlas. Lo triste es que, en mi opinión, ante la mirada expectante del otro, ante el interminable memorial de agravios contra la academia venido de esos otros -producto de una percepción en la que las ideas de "producir saber" y de "desarrollar políticas públicas" como justificaciones del trabajo académico en general han llegado a su límite posible-, y como reacción al pequeño mundo de privilegios que habitamos y reproducimos con celo proteccionista, siempre emerge ese escepticismo profundo. En ese instante, mientras la mente merodea con lo imposible al "descubrir" ese rostro, como diría Levinas, en medio de la coyuntura intelectual y con el poder de una metáfora que se habita, me asaltan, como una aparición fantasmal, algunos fragmentos de Los hombres huecos, el poema soberbio de T. S. Eliot:

Somos los hombres huecos

somos los hombres rellenos

apoyados uno en otro

la mollera llena de paja. ¡Ay!

Nuestras voces resecas, cuando

susurramos juntos

son tranquilas y sin significado

como viento en hierba seca

o patas de cristal roto

en la bodega seca de nuestras provisiones.

Figura sin sombra, sombra sin color,

fuerza paralizada, gesto sin movimiento.

Los que han cruzado

con los ojos derechos, al otro Reino de la muerte

nos recuerdan -si es que nos recuerdan- no como perdidas almas violentas, sino sólo

como los hombres huecos

los hombres rellenados.

Y mientras los académicos nos transamos en discusiones, a veces bizantinas, y reproducimos esa fenomenología de la enemistad y el desencuentro, donde el otro es fuente de error ontológico; mientras unos colonizan estratégicamente el lenguaje de la "vanguardia" y otros se repliegan luego de haber habitado ese territorio; mientras unos se dedican a acumular capital simbólico y otros a habitar el silencio, y en algunos casos hasta el cinismo, el mundo transcurre ante los ojos, indefectiblemente, como una película de cine mudo. A veces es necesario, como en este caso, la mirada sobrecogedora del fotógrafo, el artista o el poeta para que nos recuerde que, ante estas miradas de desierto y de cristal, aún hay preguntas vitales que hacerse.