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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

versión impresa ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.3 Bogotá jul./dic. 2006

 

Mito y gesto Un relato de don José García Takana, Leticia, 1976

Fernando Urbina Rangel

Nacido en Pamplona, Colombia, en 1939. Docente desde 1963 en el Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia, de donde egresó como licenciado en Filosofía ese mismo año. En "retiro" desde abril de 2004. Dentro de la misma universidad complementó su formación inicial con ocho seminarios, y diversos cursos en prehistoria e historia de América, antropología, etnografía, historia del arte y lingüística, entre otros. Ha sido profesor en varias universidades del país. Sus estudios sobre mitología griega y oriental lo llevaron finalmente a la investigación de las mitologías amerindias.

Treinta y dos trabajos de campo en zonas de la Amazonia, Orinoquia, Chocó y Guajira le han permitido avanzar en el conocimiento de algunas culturas aborígenes actuales, del arte rupestre del oriente del país y de los entornos naturales. Es autor de cuatro decenas de artículos y seis libros, entre los que se encuentran: Mitología amazónica: cuatro mitos de los murui-muinanes, (1982); Amazonia: naturaleza y cultura (1986); y Dííjoma. El hombre-serpiente-águila. Mito uitoto de la Amazonia (2004). Cuenta con diecinueve exposiciones fotográficas -con numerosos textos- individuales -cinco de ellas en itinerancia nacional e internacional-. Ha participado en unión de otros autores en numerosas exposiciones nacionales e internacionales (ExpoLisboa '98).

La dirección, creación y presentación de dos series de programas de televisión y radio, unidas a sus cátedras en torno al mito, han posibilitado la difusión de sus investigaciones. Obtuvo mención de honor en el Concurso Mundial de Fotografía, 1993, auspiciado por la unesco. En 1999 funda y coordina, hasta 2002, en el Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional el Grupo de Estudios sobre Pensamiento Abyayalense -amerindio-. Con base en algunas de sus investigaciones, el director de cine Roberto Triana montó el documental de ficción con puesta en escena Dííjoma: el hombre-águila-serpiente, dentro del programa de Televisión Estatal Diálogos de nación, Ministerio de Cultura-Inravisión-Convenio Andrés Bello, con una duración de 58 minutos. Actualmente el cinematografista Andrés Pineda trabaja en otro largometraje sobre uno de sus textos etnográficos.


Proemio

Conocí al abuelo José García, uno de los más grandes sabedores de la nación muinane -amazonia colombo-peruana- durante una de sus permanencias en Bogotá en el año de 1974. Don José colaboraba regularmente en trabajos de lingüística con investigadores adscritos al Instituto Caro y Cuervo.

Años atrás, en 1971, había tenido la oportunidad de entrar en relación con José Octavio García, hijo de don José, quien por ese entonces era miembro de la comunidad indígena de La Samaritana -Puerto Leguízamo, río Putumayo-, en donde permanecí un mes adelantando averiguaciones sobre la mitología de uitotos y muinanes; desde entonces acechaba una oportunidad para trabar una relación más profunda con don José.

En el verano de 1976 el abuelo me invitó a su casa en el Takana -quebradón que discurre en las vecindades de Leticia-, dispuesto a contarme los relatos que tanto me interesaba reseñar. Se inició, entonces, una sólida relación filial -lo considero mi segundo padre- que se ha prolongado desde entonces y más allá de su deceso en 1991. Es lo que suele suceder en casos como este, en que la huella se ahonda al profundizar en unas palabras confiadas.

De la copiosa tradición oral detentada por el abuelo, y que me transmitió con el compromiso de divulgarla, destaco este relato a cuya grabación magnetofónica tuve la ocurrencia de agregar algo de la gestualidad, ese lenguaje con que el cuerpo construye mundo y narra historias.

Gesto y palabra: dos patrimonios intangibles guardados por los sabedores de Abya-Yala, Tierra en plena madurez como llamaron los tules -kunas- a América, y no ese "Nuevo Mundo", mundo por hacer, para que otros lo hagan suyo mediante la muerte y el saqueo.

El relato

Mi abuelo era un médico, muy fino curandero; en idioma de uitoto se dice ikóri-rama. Él se llamaba, en idioma de muinane, Kïma1 Baiji, o sea Boca-de-Maguaré2. Fue nombrado así por medio de sueño. Cuando alguien sufría daño iba donde él. Él soplaba y curaba. Entonces los que hacían daño se llenaron de rabia contra él y lo brujearon. Mi abuelo se enfermó. Hinchada su barriga, pálido.

La tribu se iba a trabajar lejos, al otro lado del Caquetá, sacando caucho. Mi padre le dijo al abuelo que de ahí en dos semanas les llevara casabe, coca y ambil3. Así, enfermo, se fue. Salió de La Sabana del Cauinarí. Pasó por entre los andoques. Cruzó el Caquetá y llegó a la cordillería. Entonces vió cruzar frente a él a Tizi4, el esqueleto, puro hombre hueso. Iba sosteniéndose el hígado, así: (coloca su mano a la altura de la base derecha de las costillas), goteando sangre.

-¡Abuelo! -le dice- ¡Abuelo!: tú no me vas a hacer soñar malo. Yo soy también diablo5. Juntos crecimos en esta tierra. Nacimos juntos en este mundo. Tú tienes que hacerme soñar sueños buenos. Ahí te dejo coca y ambil.

Se fue mi abuelo, caminando, caminando despacito. Ya cansado se durmió, recostado en su carga. Ahí mismo, al ratico, se le apareció el esqueleto. En el sueño le dice:

-¡Ahaaa...! En verdad tú eres hombre. En verdad crecimos juntos. Tú eres mi sobrino. Tú me llamas Abuelo6 y no me tienes miedo. La demás gente se asusta. Tú me diste coca; yo mambeé7. Me diste ambil; yo lamí.

Le dijo el esqueleto, Tizi, el Hombre-hueso:

-Tú lo que tienes es viento en la barriga. Para curarte, cuando te despiertes, saldrás corriendo, hasta cuando encuentres un chamizal. Te sentarás allí con toda tu carga y botarás tu "suspiración"8 tres veces, bien fuerte, así: ajúuuu... ajúuuuuu... ajüuuuu... Así harás para que salga la enfermedad que tienes en la barriga; el viento.

Se despertó mi abuelo y ya no vio al esqueleto. Cogió la carga y salió a toda carrera. Estaba muy cansado cuando alcanzó a ver un chamizal en el camino. Allí se fue a sentar y botó su suspiración: ajúuuu... ajúuuuu... ajúuuuu...

Pues salió todo. Enfermedad. Quedó livianito su cuerpo. De ahí se fue caminando, caminando rápido. Llegó a la cordillería y ahí durmió. Tenía rancho. Ese Hombre-hueso lo hizo soñar; le dijo:

-Bueno: donde tú me pusiste coca y ambil, ahí te dejo únuba (piedra de poder), eso es para tu mujer, para que siembre maní y frutas y carguen mucho. Ahí te dejo también de toda clase de remedios: de tigre, de danta, de culebra, de caimán, de pava, de todo.

Despertó y se fue donde trabajaba mi papá. Llegó bien cargado, bien sano, completo el hombre. Mi papá le preguntó:

-¿Quién te curó?

Mi abuelo respondió que había sido un viejito de la gente andoque. -¿Cuánto cobró? -¡No! Nada cobraron.

Entonces mi papá se quedó con la duda de que alguna cosa rara había pasado y algo dijo de que a la vuelta había que pagarle9.

A los dos días se vino mi abuelo, bien cargado con carne de monte. Vino a dormir cerca de donde encontró al esqueleto. Tizi lo hizo soñar y le fue diciendo:

-De esos remedios (plantas) coges una hojita, de cada matica10. La debes restregar11 entre los dedos y sales a buscar. Más adelante vas a encontrar al dueño de ese animal12. Si no te gusta ése, coges otra hojita, hasta que encuentres lo que quieres.

Se fue al lugar y encontró que allí estaba todo completico, todo lo que le había dejado a Tizi, la coca y el ambil. Dice mi abuelo:

-¿Cómo dijo que había coqueado? ¿Cómo dijo que había chupado ambil? ¡Aquí está todo!

Todo estaba allí, ni siquiera mojado, aunque había llovido. Más adelante, en un limpiecito, vio una piedrita, brillosa, y todos esos remedios, verdecitas las maticas.

-¿Qué animal voy a querer?

Dijo mi abuelo y cogió una hojita. Salió a caminar. Encontró diablo. Dijo: -De eso no quiero.

Cogió otra: encontró tigre. La tiró lejos y volvió y dijo: -De eso tampoco quiero.

Cogió otra: encontró boa. Y así, así, hasta que al fin encontró gallineta, esa perdiz de cabeza roja. -¡Eso es lo que quiero!

Dijo. Entonces cogió la matica con tierrita. Regresó a la casa con nosotros. Allí el Hombre-hueso lo hizo soñar, dos días después de sembrar la matica:

-Cuando la mata esté grandecita vas a usarla, pero sólo podrás matar hasta cinco perdices cada noche.

Cuando creció, cogió hojita, hizo fogón y puso encima a secar palo de matamatá (para antorcha). Tiró la hojita al fuego. El humo sale del matamatá y coge (impregna) el remedio. Con eso se alumbraba buscando perdiz. Así las garroteaba y mataba cinco cada vez.

Pasó mucho tiempo. Cada vez traía cinco. Hasta que un día mi abuelo dijo:

-¡Carajo! Voy a coger siete.

Así lo hizo. Y después dijo:

-¡Voy a coger diez!

Así lo hizo. Cosechó las diez perdices y no pasó nada.

Hasta que un día salió y buscó y buscó..., y nada, no encontraba nada. Ya estaba cansado cuando encima de él cantó una perdiz, de esas grandes que tienen la cabeza roja. No la pudo ver; se fue de allí y la oyó cantar otra vez. Regresó y nada vio. Ya al final, apagó la luz e hizo que se alejaba13. Entonces alcanzó a distinguirla en una rama. Al irla a tumbar lo que vio fue otra cosa: era una pierna de gente lo que colgaba de la rama. Tenía ojos, tenía boca, frente. Mejor dicho era gente como nosotros.

-¡Ahaaa! Eso es lo que canta.

Así dijo y se fue. Tan pronto se alejó un poco de ese lugar, cayó la pierna de la rama. Sonó ¡pú!, y lo perseguía... tru... tru... tru..., hasta que lo alcanzó y brincó encima de su hombro. Él entonces la quitaba de allí y la amarraba con un bejuco y luego la tiraba lejos. Pero de nada valía porque la pierna esa se estiraba, reventaba el bejuco y lo perseguía, y una y otra vez se le colgaba del hombro.

Al fin, mi abuelo recordó que tenía coca en su mochilita. Entonces cuando la pierna se le volvió a montar encima, la arrancó de allí y le llenó los ojos con coca y también le taqueó la boca. La volvió a tirar lejos. Así ya no lo persiguió más.

Tizi lo hizo soñar y en el ensueño le dijo:

-Bueno hombre: tú no cumpliste. Yo era la perdiz. ¿Por qué me hiciste eso, secar con coca mis ojos, mi boca y mi nariz? Ahora tú tendrás que vivir como viví yo un tiempo. ¡Se secarán tus ojos y ya no podrás coquear más. Si lo haces, tendrás que morir.

Pasó un tiempo. Mi abuelo trabajaba. Estaba socolando14 y sudaba. El sudor le caía en los ojos. Sentía comezón y sobaba y sobaba. Hasta así. Hasta así. Sus ojos se fueron apagando.

Por sueño, el Hombre-esqueleto le dijo que le dejaba un bastoncito. Mi abuelo vivía así. Lo mismo andaba en lo oscuro o entre el día. Montaba trampas. Trampas para mico nocturno, para pescado, para que cayera borugo..., de todo. Así, ciego. Cogía de toda clase de animales. Muy buena cacería. Él sólo comía las cabecitas.

Cuando se encontraba una culebra y la pisaba, despacito bajaba las manos, tocando, tanteando: parte de cabeza, parte de rabo. La agarraba del pescuezo y la tiraba lejos.

Un día, varios de los muchachos lo seguimos. Comentábamos entre nosotros pasito, para que no nos fuera a oír:

-Vamos a ver cómo es que hace nuestro abuelo. ¿Cómo hace para traer tan buena leña si es ciego?

Nos fuimos detrás, mirándolo desde lejos para ver cómo hacía. Él se iba caminando despacito, tanteando con su bastoncito, golpeando, golpeando, buscando palos buenos15. Después los tanteaba con las manos y luego, con su hachita: tras. tras., los cortaba y traía leña. Buena leña. Mi abuelo ya no coqueaba. Ya no podía coquear. Sólo lamía ambil. Así vivía.

Hasta que un día, Encizo, el cauchero para el que trabajaba la tribu, ordenó que todos se debían trasladar al Putumayo. Mi abuelo le dijo a mi mamá que no se iría, que Encizo no era su papá para darle órdenes. Ella le replicaba:

-¿Acaso el blanco va a dejar a nadie?

El abuelo respondía:

-¡No! Yo no voy. Yo ya no voy a trabajar más. Yo me quedaré aquí. -Y dijo:

-Si me muero sentado, me tienen que enterrar sentado. Si parado, parado, derechito. Si acostado, acostado.

Esa noche, el abuelo sintió ruido en la quebrada donde él armaba las trampas. Fue a ver. Al llegar pisó a una muchachita que estaba en la orilla. La niña luchó con él. Quería tumbarlo. Al fin, mi abuelo la agarró, la pisoteó y la tiró al agua.

Esa noche soñó. El Hombre-hueso le dijo:

-¿Acaso eras tú solito el que conseguía buena cacería? Era yo quien te ponía buenos animales en tus trampas. Eso era lo que estaba haciendo cuanto tú llegaste a pisotearme y luego a tirarme al agua. Vamos a ver si tú solo eres capaz de conseguir algo.

Y así fue. Desde entonces mi abuelo ya no volvió a cazar nada de valor; sólo chuchas, ratones o lagartijas. Nada de importancia.

Cuando ya casi la tribu se iba a ir al Putumayo, atendiendo la orden del cauchero, Tizi hizo soñar a mi abuelo otra vez. Se le apareció y le dijo:

-Conforme yo estaba sentado y tú me pisoteaste, así mismo te van a hacer. Tú morirás sentado, pisoteado.

Ya la gente se empezó a ir. Quedamos sólo los muchachos, mi mamá, mi tía -que era la otra mujer de mi papá-, y mi abuelo.

Nos quedamos esperando unos días hasta que regresaran algunos de los que se ya se habían marchado para ayudarnos con el trasteo. Fue cuando el abuelo nos habló así:

-Bueno hijos: ustedes van a sacarme mis últimos piojos y mis últimas niguas, porque yo voy a quedar y ustedes ya no me van a ver más.

Así dijo. Nosotros le contestamos:

-Bueno, abuelito.

Él ordenó:

-Vamos al patio.

Entonces cogió su bastoncito y se fue a sentar en medio del patio y nosotros nos pusimos a buscarle los piojos, pero no tenía nada. Entonces fingíamos encontrarlos y hacíamos que los sacábamos, y que nos los comíamos... shshshshsh..., engañándolo. Le decíamos:

-Bueno, abuelo, ya no hay más.

Entonces él nos pedía que le sacáramos las niguas. Nosotros lo chuzábamos con palitos (así), en los pies, en las heriditas, en las cortaditas, haciendo que buscábamos.

-No hay más, abuelo.

Él dijo que bueno y se acomodó ahí, sentado, y como nosotros éramos muchachos juguetones y alrededor de nuestra maloca había muchas frutas, nos fuimos a jugar, a chuparlas, y nos subíamos a los árboles mientras el abuelo seguía acurrucado ahí, bien acomodadito, agachado.

Tenía mi abuelo pelo largo, como de mujer; bien rucio su cabello.

Por ahí a eso del mediodía nos cansamos de jugar y de chupar frutas y regresamos a la maloca.

Vimos al abuelo sentado ahí; todo su cuerpo brilloso, agachado. Nos arrimamos y le dijimos:

-Abuelo, ¿por qué está sentado bajo este solazo?

Pero él no contestaba. Nosotros lo llamábamos y nada. Tocamos su cuerpo. Estaba caliente, muy caliente. No se movía. Nos asustamos. Dijimos: -¡Nuestro abuelo se murió!

Lo chuzamos con un palito. Le pellizcamos la oreja. Nos dimos cuenta que estaba muerto. Entonces corrimos a la maloca y le avisamos a mi mamá.

Nuestra mamá se vino con nosotros, llorando.

Nos acordamos, entonces, que él antes había dicho:

-Cuando me muera, ustedes me deben enterrar en la misma forma como quede: si parado, parado; si acostado, acostado; si acurrucado, acurrucado.

Ya cuando estuvimos al lado del abuelo, nuestra madre nos dijo:

-Como aquí no hay hombres grandes, los hombres responsables son ustedes; tienen que hacer un hueco al pie del abuelo, empujarlo y sembrarlo ahí, así como él dijo; debe quedar conforme quedó, así, sentado, en curruca.

Entonces nuestra mamá trajo el chinchorro del abuelo, y lo envolvió ahí, y quedó como una pelota; porque antiguamente no se utilizaba ataúd. Se enterraba con la hamaca, se amarraba bien, se hacía un envoltorio.

Llorando lo amarraba, mientras nosotros cavábamos y cavábamos, y nos metíamos en el hueco que ya nos daba hasta el pescuezo. Entonces le dijimos a nuestra mamá que ya estaba hondo, que ya nos llegaba al pescuezo y que no podíamos botar más tierra. Ella dijo que bueno, que lo metiéramos, pero a nosotros nos daba miedo tocarlo. Lo empujábamos con un palo, pero no podíamos moverlo porque pesaba mucho. Entonces, sacamos piolas de su hamaca y se las amarramos al pie; mientras el otro empujaba con el palo, los demás jalábamos. Llegamos al hueco y ¡tra!, cayó sentado, ahí. Entonces, apareció la mitad de su cabeza, afuera. Dijimos:

-¡Mamá! ¡Mamá!: la cabeza de nuestro abuelo quedó afuera, ¿qué hacemos? No lo podemos sacar porque pesa mucho.

Entonces nuestra mamá nos dijo que le echáramos harta tierra y que después pisoteáramos duro, encima. Amontonamos tierra y comenzamos a pisotear, a bailar. Fue cuando oímos que nuestro abuelo gritaba, ahí, sentado:

-Jmm... Jmm... Jmmmm...

Nos asustamos y gritamos:

-¡Mamá! ¡Mamá: nuestro abuelo está vivo, lo enterramos vivo. Mi mamá salió de la maloca y dijo:

-Pisen otra vez para ver si es cierto.

Pisamos otra vez y de nuevo escuchamos al abuelo:

-Jmm... Jmmm.. Jmmmm...

-Bueno, entonces retiren la tierra.

Sacamos tierra hasta que apareció la cabeza del abuelo. Cogimos su cabello y levantamos su cara y lo tocamos, pero ya estaba tieso. Ella comprobó que estaba muerto porque metió la mano y tocó el corazón, pero no se movía. Ya estaba frío. Lo pellizcamos para estar seguros y nuestra mamá dijo:

-Sí, está muerto. Cuando ustedes se le paran encima y lo pisotean, pues lo estrujan y entonces, al salir el aire de los pulmones, suena. ¡Échenle tierra encima! Ya está muerto; no se asusten.

Le echamos la tierra pero no la pisoteamos, porque nos daba miedo que volviera a gritar.

Bueno. Ahí lo sembramos y lo dejamos y a los dos días nos fuimos a la otra casa, al lado de nuestro patrón Encizo.

El relato no termina aquí. Muchos lustros después, siendo ya abuelo, don José García, retorna a su tierra con su hijo Octavio y su nuera Rosa. Quiere mostrarles la tierra ancestral. Octavio y Rosa se distraen recogiendo frutas en los rastrojos abandonados, hasta cuando el rugido de un tigre los aterroriza. Vuelven corriendo donde el abuelo José y le cuentan lo ocurrido. El ríe y les comenta:

-No se afanen: es su abuelo Kima Baiji quien los asustó, porque él es el cuidador de esta tierra; para eso se convierte en tigre. Vamos a hablarle.

Y se fueron al sitio donde lo habían enterrado, en la antigua explanada frente a la maloca, sobre cuyas ruinas la selva invasora había restablecido su dominio. Fue cuando don José dijo:

-¡Abuelo! No vuelvas a asustar a mis hijos. Ellos son sangre de mi sangre. Los traje a nuestra tierra para que la conozcan. El fiama (hombre blanco) nos llevó muy lejos y solamente hasta ahora pudimos volver.

Entonces Octavio y Rosa se distrajeron de nuevo por los alrededores, y ya no volvieron a oír el rugido del guardián.


Comentarios

1 El sonido de la vocal / í / se forma entre / e / e / y /. Es una vocal alta central o posterior no labializada.

2 Idiófono compuesto por dos grandes tambores -los hay de 1.60 metros de altura por 60 centímetros de diámetro- hembra y macho. El primero es el de mayor grosor. Se construyen ahuecando mediante fuego dos troncos de árboles especiales y se ejecutan golpeándolos con mazos de madera recubiertos de caucho. Su principal uso es para convocar a las grandes ceremonias.

3 Pasta de tabaco, se consume por vía oral.

4 Endriago, dueño mítico de ese territorio, fue un personaje tan caníbal que, primero, se comió a todos sus enemigos; luego a toda la gente de su propia tribu, incluida su familia más cercana y, finalmente, empezó a devorar su propia carne. Sólo dejó sus huesos y su hígado.

5 Ser sabio, poseedor de poderes especiales.

6 Forma respetuosa de referirse a un adulto anciano.

7 Colocar el mambe -polvo de coca procesada a la manera indígena- en los carrillos. Allí se va ensalivando e ingiriendo lentamente.

8 Espiración.

9 Toda curación implica un pago; es parte fundamental del rito. De no darse pueden ocurrir desgracias, toda vez que el curar implica una reciprocidad que en el fondo busca el equilibrio energético. La energía gastada en la curación es un don que implica otro don: el pago.

10 Toda planta es "remedio" -manue-. Toda especie vegetal encierra una fuerza, en definitiva, es el continente de una esencia-poder en que quedó transfigurado el dolor del Demiurgo, quien al liberarse de él lo convierte en un ser natural para el beneficio de los hombres. El dolor es lo previo a todo acto creador; lo motiva, pero también termina por constituirlo. Todo objeto -natural o artificial- es el continente de un poder creador. De aquí surge toda una metafísica del objeto.

11 Deshacerla entre los dedos liberando su aroma. Éste convoca al animal correspondiente.

12 Dentro de la cosmología uitoto y muinane hay animales que se identifican con determinadas plantas. El animal que va a encontrar el abuelo, al ejecutar el ritual de invocación mediante las hojas de una particular especie vegetal, es el animal arquetípico, que funge como dueño de la especie zoológica en cuestión.

13 Este mitema -"la falsa ida"- vertebra numerosos relatos.

14 Acción de cortar, generalmente con machete, las malezas y arbustos, antes de emplear el hacha en la derriba de los grandes árboles.

15 No podridos.