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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

Print version ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.4 Bogotá Jan./June 2007

 

Para no olvidar: hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad

Diana Gómez1, Daniel Chaparro2, José Antequera3, Óscar Pedraza4

Antropóloga, Universidad Nacional de Colombia. Estudiante de la maestría en Historia, Universidad Nacional de Colombia. Miembro de Hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad. hijosehijas@yahoo.es

Estudiante de Ciencia Política e Historia, Universidad de los Andes. Miembro de Hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad. hijosehijas@yahoo.es

Estudiante de Derecho, Universidad Externado de Colombia. Miembro de Hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad. hijosehijas@yahoo.es

Antropólogo e historiador, Universidad de los Andes. Estudiante de la maestría en Antropología, Universidad de los Andes. Miembro de Hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad. hijosehijas@yahoo.es


RESUMEN

El movimiento Hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad surge a partir de la búsqueda por reivindicar un pasado particular de la historia del país, así como por la exigencia de que las prácticas de aniquilación y exterminio de las organizaciones de oposición no se repitan y no queden en la impunidad. En este artículo se expone, desde la experiencia vivida de sus miembros, la manera en que se ha construido un proyecto hegemónico que termina por anular las posibilidades de construcción de una democracia real, silenciando la trayectoria histórica de generaciones anteriores así como anulando las capacidades políticas de nuevas generaciones.

PALABRAS CLAVE:

Memoria, hegemonía, historia, experiencia, movimientos sociales.


ABSTRACT

Sons and Daughters for Memory, Against Impunity arises from the search for claiming a particular past of the history of the country, as well as for the exigency that practices of annihilation and extermination against social and political organizations do not repeat themselves and don't be left in impunity. In this article is exposed, from the life experience of its members, the way that an hegemony project resulting in the annulment of the possibilities for the construction of new alternatives to the existing democracy has been constructed, silencing the historic trajectory of past generations as well as the politic potentialities of new generations.

KEY WORDS:

Memory, Hegemony, History, Experience, Social Movements.


Introducción

En medio de la premura que para el gobierno y gran parte de la sociedad colombiana suscita el actual proceso de paz con los grupos paramilitares, en términos de algún necesario y sorpresivo encuentro con la "verdad", de un rapaz acercamiento a algún tipo de justicia o de una reparación -bueno, de eso mejor ni hablar-, desde hace poco más de un año algunos jóvenes, entre ellos hijos e hijas de personas que han sufrido crímenes de Estado, preocupados por la marginalización y estigmatización de las luchas políticas de nuestros padres y madres, hemos tomado el camino de la lucha contra una injustificable "razón" de olvido instaurada en nuestra sociedad, como principal opción para la construcción de una democracia radical en Colombia.

Lejos de ubicarse en un escenario enteramente coyuntural, Hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad es una organización que parte no sólo de un necesario compromiso político -que implica la reconstrucción de memorias fragmentadas en el país-, sino también de la búsqueda de las luchas políticas de nuestros padres y madres, del rescate de nuestra herencia como hijos, como país. Todos ellos objetivos que pretenden plantear una mirada crítica sobre el pasado y la forma en que nuestras experiencias de vida han sido conducidas a esferas privadas, a círculos dominados por el silencio.

En buena hora, Hijos e hijas encuentra en este espacio la posibilidad de compartir con el apreciado lector algunas de sus ideas, inquietudes y certezas sobre los olvidos y recuerdos que deja la lucha política en una sociedad, así como la forma en que han sido administrados, según nuestro entender, en Colombia. También pretende manifestarse frente a ciertas dinámicas políticas en nuestro país, donde la configuración de amenazas para la nación ha servido de guía para la acción gubernamental y para el establecimiento de un tipo de memoria, que ubicó o ubica a nuestros padres y sus ideales en orillas enemigas.

Este artículo está dividido en dos partes. La primera es una explicación, fundamentalmente construida desde nuestra experiencia de vida, acerca de lo que hemos venido entendiendo como la política de la memoria que se ha instaurado en el país y que ha ejercido violentos silencios, no sólo en la academia y en las posibilidades de construcción de una democracia real, sino también en nuestras vidas.

La manera en que hemos afrontado esa política de la memoria nos ha conducido por un camino de organización con el fin de buscar la no repetición, la verdad social y la posibilidad de posicionar en el debate público el significado que puede tener para la democracia el reconocimiento de los procesos políticos alternativos que han sido silenciados, acallados o simplemente exterminados.

La segunda parte es un ejercicio colectivo para pensar el presente desde nuestro pasado, uno que se ha construido a partir de incesantes discusiones con diferentes sectores de la sociedad civil y que recogemos a manera de planteamientos surgidos de nuestra propia trayectoria de vida.

Vale la pena decir que quienes escribimos, finalmente lo que hacemos es reunir en este artículo las discusiones y planteamientos que hemos llevado a otras instancias, tanto académicas como políticas, siempre tratando de dejar claro que no es un trabajo que hayamos hecho de manera individual, o que se limita a quienes redactan, sino que se ha construido en el conjunto de la organización.

Memoria y hegemonía: de nuestras vidas y del silencio

Nuestra memoria no puede quedar en silencio. La verdad no puede ser ocultada; el futuro no puede ser hecho a la medida de las pretensiones de quienes le han causado tanto daño a Colombia.

Documento inaugural de Hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad

El asunto en boga es, claramente, la memoria. Mejor aún, su batalla, que aunque poco reconocida y más bien puesta como parte de las pugnas implícitas del mundo político, adquiere connotaciones particulares en este tiempo en que vienen reactivándose las discusiones históricas en nuestro país.

Hablar de la memoria a veces requiere de una posición desde la cual sea posible descubrir que el pasado es más, o distinto, a lo que todos los vehículos de su identificación certifican. Nosotros, por ejemplo, ya nos dimos varios golpes ante los libros de historia, los documentales, los noticieros, las películas y las elaboraciones académicas.

Para explicar mejor de dónde viene nuestra voz, podríamos decir que somos un grupo de personas que decidimos reunirnos porque compartíamos experiencias de vida similares. Algunos de nuestros padres y madres habían sido asesinados o desaparecidos, otros son militantes de izquierda e intelectuales que han sufrido vulneraciones a sus derechos fundamentales, o están situados en un proyecto de transformación de las condiciones de vida de la sociedad. Sabíamos y sabemos que portamos una historia, no la compartida, no la supuestamente consensuada.

Somos hijos e hijas de proyectos políticos de diversas gamas pero que siempre han estado al "otro" lado, en la oposición5. La izquierda surge en el seno mismo de la Revolución Francesa sustentada en los valores de igualdad, fraternidad y solidaridad que propugna (Bobbio, 1995). Sin embargo, con el tiempo -y con mucha claridad en Colombia- se ha convertido en su cara política oculta. Hemos visto la manera como siendo un espacio de generación de propuestas alternativas al orden social, económico y político, ha sido estigmatizada, relegada, situada en un lugar maldito, más cercano a una serie de valoraciones negativas que a la de la legítima participación en las dinámicas políticas de una sociedad.

Cual antítesis de la derecha, como su otro constituyente, la izquierda se ha mantenido como un campo político que se forma a partir de la distinción de la derecha, de alguna manera en términos indisolubles, relacionados, indivisibles. La trayectoria de la izquierda en Colombia está marcada sin embargo por la radicalización de esa diferencia, en la medida en que su condición de otredad política se profundiza hasta caer en el punto de la más peligrosa estigmatización, segregación y exclusión, negando las posibilidades de formación de una democracia medianamente legítima.

Sabemos cuánto cuesta el reconocimiento del "otro" en un Occidente que ha construido un proyecto universalista desde nociones hegemónicas como las del hombre blanco, rico y adulto. Nuestros padres y madres emprendieron una lucha por el cambio social dentro de las ilusiones que el proyecto moderno le brindó al mundo occidental. En ese anhelo sus propuestas fueron radicales y tocaron puntos neurálgicos de nuestras sociedades: la tradición, la propiedad y la familia6.

Estando en el bando opuesto, en el de quienes no ostentan el poder en términos formales, nuestros padres y madres iniciaron una lucha que siempre los ha puesto en desventaja en el juego democrático. Se trata pues de la desventaja con que los más deben afrontar la reivindicación de su dignidad en medio de un sistema político de características reprochables. Las clientelas electorales, el control de los medios de comunicación, el bipartidismo7 y el ejercicio de las fuerzas del Estado para la represión, han sido la base de un proyecto hegemónico que no ha visto sino desfilar nombres distintos, siendo el mismo sector el que se encuentra sentado en la silla del poder.

Parte esencial de ese proyecto ha sido, por supuesto, la elaboración de recuerdos y olvidos colectivos, en la medida en que sobre ellos se confieren legitimidades con miras al futuro, dentro de una lucha por el poder, por la hegemonía misma, que en el sentido gramsciano implica la resignificación constante de las relaciones sociales.

No es que consideremos que esa máxima presente de "nosotros defendemos la memoria y ellos el olvido" sea cierta. Creemos, eso sí, que asistimos a una batalla por la resignificación de los sentidos del pasado donde las versiones históricas en disputa están conformadas por ambas cosas. Se elige entonces qué se recuerda y qué se olvida. En ese orden de ideas, existe una política de la memoria en la que se definen las construcciones del pasado, y una lógica del poder por la memoria, por establecer en diferentes esferas de lo social qué es lo que ha de ser recordado y qué ha de ser condenado al olvido.

Y claro, no es ésta, como ninguna otra, una batalla entre iguales. La producción de la memoria se da en la constante definición hegemónica de la historia, es decir, en la lucha de múltiples proyectos hegemónicos que chocan continuamente definiendo y redefiniendo lo social (Laclau y Mouffe, 1985). Por supuesto, siendo el asunto de las memorias un asunto de pluralidades interpretativas ancladas a los intereses presentes8, no pueden menos que generar antagonismos9 que rebasan la condición de datos anecdóticos para convertirse en la manera en que, como seres humanos, vamos dando sentido a las propuestas y realidades sociales concretas, ayudando a construir nuestros mundos, las relaciones con los otros, los parecidos y las diferencias. La selección del olvido y/o el recuerdo permite la posibilidad de procesos identitarios con ciertos proyectos políticos, o su negación, o la búsqueda de caminos alternativos.

La hegemonía como una cuestión de poder produce lo social a partir de la orientación de los proyectos existentes y el resultado de los antagonismos. De esa manera, las trayectorias de la izquierda a la que pertenecen las historias10 disidentes se enfrentan a hegemonías que pretenden defender y mantener una serie de estructuras sociales determinadas, situándose estratégicamente en una posición que cede espacios con el objetivo de construir consensos, incorporar visiones y articular posiciones. Así, se forman nociones del pasado que se permiten incorporar, negar o incluso redefinir, trayendo importantes consecuencias en la vida social.

En nuestro caso, las nociones del pasado reciente niegan el carácter político de la lucha de nuestros padres y madres -también suyos, lector o lectora, si así lo siente-, sus fundamentos, su trayectoria en los años ochenta y noventa11, su vida. Es una historia que se ha naturalizado en una parte importante de la sociedad, que nos sitúa a quienes la reivindicamos en el lado de los innombrables, "guerrilleros", "terroristas", "bandoleros" en otros tiempos. No parece haber lugar en la memoria de este país para reconocer en los hombres y mujeres mancillados sus propuestas, sus motivaciones e incluso su cultura. Por supuesto, en esa historia se han encubierto las estrategias de terrorismo de Estado impartidas en contra de los proyectos políticos de izquierda, de la legal y la ilegal, que sitúa nuestras experiencias en el ejercicio de la violencia y la impunidad.

Si se entiende, por lo tanto, que en lo social existen múltiples memorias vivas -tantas como la pluralidad de sujetos que las producen-, debe reivindicarse y discutirse el reconocimiento de la diversidad de experiencias que constituyen historias y memorias específicas para construir nociones diferentes de la democracia.

La historia hegemónica ha sido seriamente cuestionada desde múltiples sectores de la academia, ya que obedece a la construcción de un proyecto de nación que tiende a negar otras historias, a homogenizar la experiencia sobre el territorio, a buscar en los consensos del recuerdo su propio silenciamiento. Los esfuerzos llevados a cabo desde diferentes sectores para romper con esa historia cristalizada y homogénea se suman a tales aperturas. Aun así, en nuestros días se mantiene su innegable poder de definición del pasado, del sentido del presente y de las posibilidades del futuro, ajeno a la participación, si se quiere, a la comprensión pública.

A pesar de los esfuerzos por cuestionar su sentido político, no ha sido fácil llevar a otro nivel la discusión sobre la importancia de legitimar diferentes experiencias históricas. Por eso, la trayectoria de las organizaciones de izquierda, de sus sentidos y reivindicaciones, se limita a espacios que impiden la discusión social acerca de su propio devenir y de las razones de su recorrido. Hechos hijos e hijas de esos proyectos, para nosotros mismos ha sido difícil conocer esa historia por múltiples razones, ya sea por los miedos, por el rechazo causado, por el dolor de las ausencias obligadas u optadas, por la seguridad, por el imaginario de la sociedad en general que veía en nuestros padres y madres rebeldes sin causa más que sujetos con unos objetivos legítimos, como aquellos que perdieron el tiempo descuidando lo verdaderamente importante: la familia, el dinero, el trabajo.

Ahora bien, siguiendo a Butler (2000) se puede considerar que existe una pretensión universalista por parte del proyecto hegemónico de la historia tradicional. Esa pretensión tiene como objetivo central incluir dentro de una gran racionalidad todas las experiencias, haciendo que en el proceso éstas sean reducidas a la unidad, a esa racionalidad básica que las incorpora negando sus especificidades12.

En ese orden de ideas, ciertas memorias, ciertas construcciones históricas y diversos sujetos sociales, quedan subsumidos y con dificultades para poder hacer su trayectoria lo suficientemente válida como para ser reconocida. La historia de nuestros padres y madres, su vida, a lo que le apostaron, termina relegada a esferas privadas y no socializadas, sin los espacios requeridos para que se discuta realmente la complejidad de esa trayectoria, con el resultado de un cercenamiento de las posibilidades de construcción de la democracia. En el plano subjetivo, con la negación del lugar del sujeto en su pasado, se anula no sólo nuestra experiencia como hijos e hijas, sino la experiencia de la sociedad en general, de aquellos cuyos padres y madres han ostentado el proyecto de derecha, o quienes desde las instituciones de nuestro país han buscado el mantenimiento del estado de cosas.

La noción contemporánea de democracia se sitúa en el plano de la universalidad, consiguiendo que la díada historia-memoria sea consecuente con ese proyecto político. Así, otras experiencias entran al juego de la democracia en calidad de epifenómenos de la memoria hegemónica y del proyecto político que la sustenta.

Reconocer el significado de la neutralización de historias políticas en la construcción de un proyecto hegemónico universal significa un avance para la configuración de nuevos espacios cimentados sobre la base de la pluralidad y el reconocimiento de las diferencias. Sin embargo, el recorrido de esa posibilidad debe estar mediado por el entendimiento explícito de la historia y de la legitimidad de propuestas alternativas. La negación de esos horizontes se transforma inevitablemente en la construcción de lógicas antidemocráticas y de posibilidades de participación política restringida.

Las interpretaciones del pasado no sólo tienen efectos a niveles macro, es decir, en la constitución de historias hegemónicas que definen buena parte de lo que se recuerda y lo que se olvida en el ámbito público. La hegemonía, como un ejercicio del poder que articula las posiciones del sujeto, ejerce mecanismos para silenciar experiencias y procesos sociales, integrándolos de una manera específica en el orden hegemónico instaurado.

La experiencia de Hijos e hijas ha sufrido una especie de desvanecimiento en el proceso de constitución de silencios y recuerdos. Nuestra vida se sitúa en los intersticios de los silencios de la historia hegemónica, en los cuales se encubre la trayectoria de nuestra existencia. Muchos, desde pequeños, nos hemos visto obligados a recluir los aspectos políticos de nuestros padres y nuestras madres a los ámbitos más privados de la vida. Pero esa situación en la que la participación y la acción política por diferentes medios constituía o constituye buena parte de la identidad de nuestros padres y madres, y que debía ser negada para evitar problemas de cualquier índole, se traslada velozmente al ámbito específico de las relaciones familiares, donde su tramitación no deja de ser difícil.

Así, ya no es sólo cuestión de callar la actividad política de nuestros padres y madres, porque los mataron, desaparecieron, torturaron o sufrieron el exilio. Algunas veces es también cuestión de callar los juegos, las conversaciones, las peleas y, en general, esos aspectos de la vida cotidiana considerados externos a la esfera política.

Para muchos de nosotros se logró una díada que excluía la vida misma de la historia, pues no poder hablar sobre lo que pasaba, lo que se vivía o lo que se vivió, nos obligaba a encerrar los recuerdos en espacios privados, herméticos y limitados. Forzaba a un silencio cada vez más poderoso, un silencio que exigía el grito como salida, como única alternativa ante la negación pública de la experiencia.

En muchos círculos nuestros padres y madres han sido valorados desde un punto de vista negativo. Desde la simple connotación del ser "malos", pasando por "subversivos" y ahora, con mayor contundencia, "terroristas". Hombres y mujeres que desde una irracionalidad incomprensible se dedicaron a provocar la inestabilidad de un orden social legitimado por la democracia representativa, por el voto de los ciudadanos, quienes nunca están conformes con ningún gobierno y a todo se oponen. Personas que en una actitud anormal, se enfrentaban a una sociedad que no los comprendía ni los aceptaba, para llevar a cabo acciones sin sentido, sin ningún tipo de objetivo coherente13.

Esa idea se repite en el tiempo y construye una serie de representaciones acerca de las características culturales y políticas de las personas que decidieron tomar un camino que para nosotros es el de la legítima búsqueda de una democracia diferente. Pero esas vidas, esas apuestas, esos proyectos de transformación fueron cercenados a través del ejercicio de diferentes formas de violencia: desde la física -la forma más evidente- hasta la negación de la historia que ellos construyeron.

Nosotros crecimos en esa historia y nuestra experiencia, tal y como sucedió con la historia, ha sido negada, pero además de eso fragmentada, convertida en recuerdos desarticulados en las vidas de las familias, de los partidos, de los sindicatos, de las organizaciones sociales. El silencio no sólo se situó en la vida de la gran cantidad de la población del país sino que también logró hacerlo en los lugares desde donde se producía esa historia misma.

Si uno de los problemas de la izquierda -ya sea política o social- ha sido una fragmentación creciente del campo político como producto de una serie de fuertes discusiones tanto nacionales como internacionales (Archila, 2003; Múnera, 1998), la historia de la lucha por la transformación como sustento común para las organizaciones terminó siendo una constelación de recuerdos que han perdido la conexión entre sí y que han sido rearticulados de una manera particular para aparecer en un lugar específico de la historia hegemónica.

La experiencia y el desvanecimiento de la vida

Hay diferentes sucesos que para nosotros han sido importantes, que han dejado huellas imborrables en nuestra existencia y los cuales son constitutivos de nuestra experiencia. El exterminio de la Unión Patriótica14 puede servir tan sólo como un ejemplo de esos momentos. Aun en la universidad, en los departamentos de historia, en las facultades de humanidades o ciencias sociales, esa historia se recluye a los lugares más privados posibles. El desconocimiento generalizado de lo que sucedió con aquella propuesta política desde los años ochenta nos llegó a causar sorpresa y confusión. Ahora son muchos los lugares donde esa historia no aparece, donde al nombrar el exterminio de un partido, la respuesta alude al desconocimiento.

Esos lugares de expresión y aparición de la izquierda eran privados porque el silencio se convierte en una condición para continuar, porque esos recuerdos suelen emerger en ciertos lugares sobre los que se puede tener control. Porque esos recuerdos, para muchos, se mantienen como cuestiones que no se pueden nombrar, que no pueden salir de los lugares en donde se expresan. Se obliga a callar, a dejar lo que se siente y lo que se vivió en los anaqueles perdidos de la memoria. Son recuerdos que aparecen eventualmente pero que nos esforzábamos por esconder, por no hacerlos públicos.

Lo propio sucede con las desapariciones y las torturas de las cuales fueron objeto militantes del m1915, de otras organizaciones e intelectuales y activistas políticos. El silencio se instala ya que se supone que ellos fueron responsables de lo que les pasó; se reconoce como vía legítima de lucha el terrorismo de Estado sin que se haga alguna reflexión sobre la justicia y el deber del Estado en su aplicación. Esos silencios nos han obligado en momentos a callar y en otros nos han producido rabia.

Cuando en las conversaciones de la vida cotidiana surgen ese tipo de temas y las respuestas hacen de esa historia algo inexistente, de alguna manera deja de existir también el lugar desde donde nosotros, como hijos e hijas de esa historia, nos ubicamos. Inevitablemente lo que podría ser una salida, un mecanismo para volver a situar los recuerdos en lo público, queda de nuevo limitado, haciendo que los recuerdos sigan en ese estado, desarticulados y, sobre todo, recluidos en lo privado. Haber crecido en ese contexto nos hace parte del mismo, obliga a que nuestra formación como sujetos esté inevitablemente determinada por la historia que vivimos, por ese mundo que nos rodeaba y rodea.

La negación de esa historia que tiene profundas implicaciones para el país es, por tanto, la negación de nuestra propia vida, de nuestros sueños y nuestras apuestas, de las decisiones que tomamos y los caminos que elegimos. Por muchos años nuestra experiencia terminó siendo relegada y el significado político de esa historia deslegitimado, convirtiéndose incluso en justificador del terrorismo de Estado16.

Los silencios en el tiempo no sólo terminaron por encubrir el hecho innegable de la represión como forma de construcción de un orden político determinado, donde se ejerce una democracia particularmente restringida, sino que negaron las mismas vidas que nacieron en esa historia, así como las que las forjaron.

En el proceso, sus muertes, su aniquilación, sus sueños confinados al olvido, el silencio y la estigmatización de la vida de nuestros muertos -y nuestros vivos-, han generado una política de la memoria sólida que niega no sólo una historia particular del país, sino la experiencia y las subjetividades que se han producido en ese contexto. La historia así negada no es sólo la anulación de una serie de eventos articulados por el tiempo sino, sobre todo, la anulación de la potencia política de un sector particular de la sociedad y de la experiencia intersubjetiva que es creación y creadora de esa apuesta.

Como hijos e hijas nos negamos a esa anulación política de ellos -nuestros padres- y, por consiguiente, la nuestra. Por ello, buscamos desde las reflexiones sobre la memoria y la lucha contra la impunidad validar nuestras apuestas y reivindicar un pasado que no sólo es nuestro, de ámbitos privados, sino que compete a la historia de Colombia, a sus múltiples trayectos, a las diversas verdades que deben ser puestas a circular.

Nuestra posición se basa en el reconocimiento de la necesaria recuperación de esa historia, en las fisuras de las historias hegemónicas que niegan la potencia política de otras formas de entender los procesos del país. Para nosotros, recordar es una necesidad que se convierte en lucha. Es, de una parte, reconocer la importancia que tiene, en términos políticos, validar y hacer legítima la historia de nuestros padres y madres, y de otra, descubrir nuestra propia vida, que tanto como la historia de ellos ha sido velada en el ejercicio de la construcción de una hegemonía determinada.

Tejiendo la vida, reivindicando la historia

Unidos, Hijos e hijas hemos convertido el dolor en esperanza, hemos decidido asumir la lucha en contra de la impunidad.

Documento inaugural de Hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad

Hijos e hijas empieza a formarse en el encuentro con los recuerdos, en la reconstrucción de los lazos de la historia que se habían perdido, que habían sido rotos. En ese proceso, por primera vez para muchos de nosotros, la historia, nuestra historia, dejó de ser privada y empezó a ser pública. Para otros y otras comenzó a tener sentido. Algunos encontramos fuerza en esas historias compartidas -historias de muchas voces y contraídas de muchas formas- para seguir adelante con un proyecto político alternativo. El reencuentro con gente que creció en esos contextos significó también el reencuentro con nuestra vida y de paso nos trazó un objetivo. Nos obligó a dejarnos llevar por el grito, por una lucha contra el silencio de nuestra historia que nunca más podía volver a ese estado de privacidad, de invisibilidad, de cuestionamiento per se y de reclusión.

Cada uno de nosotros se ha situado en los silencios de la historia y desde ahí ha crecido. Algunos le dimos la espalda a nuestro pasado, tratamos de hacer de cuenta que no existía pues era demasiado doloroso; otros no lo conocían, algunos más no llevaban la discusión acerca de la necesidad de recordar a las esferas políticas en las que se movían.

La reflexión se vuelve necesaria frente a la constatación del ejercicio de la fuerza y la violencia. El contexto de guerra, de aplicación de una política de exterminio, de represión de Estado en Colombia y de impunidad constante, es lo que nos mueve a la organización y a la reflexión17. El propio reconocimiento de un otro que ha vivido ese proceso de silenciamiento histórico, que ha sentido la autocontención del grito de su propia historia -ante la imposibilidad de encontrar alguien que escuche-, ha llevado a que emerja la experiencia de vida como una cuestión fundamental en el ejercicio político.

Encontrar personas que han vivido historias similares a las nuestras nos permitió, primero, reconocer en el otro unas trayectorias similares, es decir, construir relaciones basadas en la misma historia silenciada, en un esfuerzo por redescubrir nuestras vidas. Segundo, entender que era necesario llevar a otro nivel ese problema, que no éramos nosotros los que manteníamos el silencio, sino que era una sociedad que en su conjunto había sido copartidaria de esa laguna.

De ahí que consideremos la necesidad de luchar por la memoria, de entrar en ese combate y exigir no sólo la legitimidad de nuestra historia, sino en ese mismo orden de ideas su reivindicación como condición de posibilidad para el ejercicio de una democracia real, plural, capaz de reconocer las diferencias políticas y permitir la búsqueda de caminos alternativos para la construcción de un país diferente.

Para eso hemos de decir que hablamos desde nuestra experiencia, desde lo que vivimos, desde nuestro dolor y nuestra rabia, desde nuestra capacidad creadora ahora potenciada por el encuentro con nuestro pasado, desde la necesaria proyección de nuestras vidas al futuro. Es en ese ejercicio en el que situamos nuestra lucha política. Nuestra experiencia articulada en un colectivo nos ha permitido reconocer que esa historia en la que nos formamos está compuesta tanto del más puro realismo político como de los aspectos más emocionales de la vida cotidiana.

La diferenciación entre la política -como concepto explicativo de la lucha por el poder-, donde se encuentra el reino de la razón ilustrada, y las emociones que están vedadas en dicho mundo, es para los Hijos e hijas una distinción no sólo innecesaria sino con una capacidad sorprendente para segregar y excluir la experiencia de vida de los espacios de la lucha por el poder.

Así, reconocer(nos) exige reivindicar la memoria en términos del poder. Pero esa memoria no se construye por fuera de las emociones y, definitivamente, lo que nosotros y nosotras sentimos por nuestros padres y madres, por las luchas de las organizaciones sociales y políticas, es la potencia que permite organizarnos para exigir el grito irreducible del silencio, su reivindicación y su desencubrimiento en la historia. Como escribe Holloway (2002), primero fue el grito, un grito de descontento y de búsqueda de la transformación. Es imperante no olvidarlo jamás.

Pensando el presente -ejercicio colectivo para no callar-

Hoy nos concentramos en generar opinión crítica ante el espectáculo bochornoso de las listas al Congreso de la República, en las que los victimarios responsables del exterminio de miles de colombianos y colombianas aparecen como candidatos legítimos representantes del pueblo, mientras todos sus crímenes, como autores, beneficiarios o cómplices, siguen en total impunidad, al tiempo que el control económico y político que consiguieron a sangre y fuego se consolida día a día en las regiones del país.

Comunicado internacional solicitando vetar a candidatos al Congreso con nexos con el paramilitarismo. Hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad

I

Ocurre que en estos días, mientras apenas se van destapando pequeñas verdades, entre novelas inculpadoras de todo el mundo e incapacidad judicial para verificarlas, aparece desde distintos sectores el reclamo, tal vez la advertencia, de que debemos investigar los crímenes de la guerrilla, sus responsabilidades y sus nexos con políticos.

Para quienes vemos en ello sospechosas trampas, la situación no es fácil. Entrar en esa discusión es casi ponerse en una silla que el gobierno quiere que alguien ocupe. La del acusado sin defensa, por defender lo indefendible: al "terrorismo de izquierda", como es llamado.

La teoría de los dos demonios ha sido vista por muchas personas como el nombre dado a la reconstrucción histórica realizada por Ernesto Sábato en el informe de la Conadep (1984), para la transición desde la dictadura a la democracia en Argentina. Para otros, como para quien escribe, la teoría de los dos demonios remite a una estrategia conocida de exculpación del Estado, para un exitoso proceso de transición de la guerra a la paz, siendo la primera el proceso de eliminación de los que se oponen a la segunda, como consolidación del capitalismo neoliberal.

De acuerdo con esta teoría, como estrategia de lenguaje, los asesinos contra la humanidad debieron oponerse a unos asesinos primigenios, compuestos por marxistas que tuvieron la violencia por principio, y así actuaron para conquistar el poder desde siempre -de hecho, así actuarán siempre-. Así pues, los criminales contra la humanidad, paramilitares o dictadores y sus ejércitos, rayaron en las prácticas terroristas y deben ser juzgados, para que ya sin su sacrificada naturaleza se permitan los tiempos pacíficos de la inversión extranjera y el enriquecimiento sin distribución.

Según esa estrategia develada por quienes sospechamos de ella, el Estado no se hace responsable por la comisión de delitos atroces y se permite, sin más, sacar de la discusión histórica las verdaderas causas de los conflictos, legitimando un futuro donde el modelo económico, político y cultural que se impondría es la perpetuación de esas mismas causas: la miseria, el hambre, la ignorancia y la humillación.

A la colombiana, la teoría de los dos demonios tiene sus formas propias. Aquí, para innovar, la teoría ha visto la flexibilización de la estrategia, para convertirse en un principio de igualación de guerrilla y paramilitares, positivo o negativo, según las necesidades del poder. Negativo, si ambos se toman como terroristas, teniendo en cuenta que así se designó primero a la izquierda. O positivo, como cuando en la original Ley 975 de 2005, los paramilitares debían ser calificados como delincuentes políticos, ya que así se había hecho en el pasado con los grupos guerrilleros que habían realizado pactos de paz.

Y bueno, a riesgo de ocupar la silla que desde el poder se construye para culpar y seguir culpando a sus enemigos por pensar distinto, es necesario develar el gran daño que esa teoría -o estrategia- está por hacerle a este país, si se consolida en la opinión pública.

Partamos desde una alocución concreta. Pongamos en frente, por ejemplo a Iván Orozco Abad, uno de los mejores exponentes del artificio. Según sus palabras en el diario El Tiempo del domingo 29 de abril de 2006, "... al negociar con las AUC se visibiliza a los paras y al Estado y se invisibiliza a la guerrilla y sus apoyos".

Allí está la silla y Uribe y sus amigos frotándose las manos a ver si una defensa de las FARC o del ELN nos hace enemigos públicos, para que ellos se carcajeen de su mejor invento: la demonización del adversario. Pero no, aquí estamos nosotros, con un argumento lejano a tal defensa. Esa le corresponde a quienes están siendo cuestionados. A nosotros, como actores de la llamada sociedad civil, nos corresponde mejor alguna profundización de nuestras exigencias, ya que don Orozco nos ha brindado la posibilidad de mencionarlas.

Para ello habría que recordar que este proceso de "negociación" con las AUC sólo se admite a la luz de la búsqueda de la paz. O sea, si no es bajo ese objetivo, es claro que allí la negociación es imposible. ¿Lo recuerdan? ¡Justicia y paz! ¡Es su invento! Eso de que hay que sacrificar cosas de la una para lograr la otra, pero si no es con ese fin, no hay sacrificio admisible.

En ese orden de ideas, decimos, la sociedad civil en Colombia exige, como primera medida, que la investigación, o sea, la justicia respecto de las FARC, se realice en el marco de un proceso de negociación y de búsqueda de paz. No habría que confundir a la opinión pública. Fuera de esos procesos, la investigación de los crímenes de la guerrilla es pura retórica encaminada a que nosotros, votantes legitimadores de las propuestas desde el poder, sigamos ahondando en imputaciones a la guerrilla y a la izquierda política que ha de ser investigada, para que crezca la guerra y el proyecto de "seguridad democrática".

Y en segundo lugar, la exigencia tiene que ver con una clarificación del asunto de nuestros dos demonios. Qué buena oportunidad ésta en que se están investigando los crímenes de los paramilitares -los que nunca se habían investigado y visibilizado- para que se indague sobre la manera en que, y sólo gracias al Estado, usaron la imputación jurídica para culpar personas como "colaboradoras de la guerrilla" -argumento en virtud del cual hicieron cosas peores, como el asesinato mismo-. ¿Es que en Colombia se nos olvidó que había presos políticos? ¿Es que el caso de Correa de Adreis o de Freddy Muñoz18no ejemplifica el uso de la justicia por parte de paramilitares?

Muchas veces tendremos que repetir esta verdad mientras no sea transformada: la sociedad colombiana no es ingenua ni cree ciegamente en la limpieza moral de los personajes del gobierno actual. Pero la sociedad colombiana apuesta a Uribe y su proceso con los paramilitares con la esperanza de que llegue la paz. Señorita Sociedad Civil, usted sabe que escribimos como parte suya; no permita que como antes la traicionen.

II

Siguiendo esta misma línea, podemos ver otro caso. Cuando el senador del Polo Democrático Alternativo, Gustavo Petro, citó el 18 de abril de 2006 a un debate sobre la formación del paramilitarismo en Antioquia, donde relacionaba la formación de las Convivir19 con la gestación de los grupos paramilitares en la región, hubo una reacción muy particular. Varios de los argumentos acerca de las razones por las cuales se formaron esos grupos -pero sobre todo, porque su legalización fue legítima- tenían una suerte de retórica enraizada en la historia.

Para los defensores del presidente Uribe20, Antioquia era una más de esas regiones inestables en el país. Constituida como una región de frontera, estaba caracterizada por la débil presencia del Estado, donde se seguía la ley del más fuerte. Esa situación, en la que entre otras cosas el pie de fuerza era bastante reducido, llevó a la guerrilla a la posibilidad de hacer de las suyas y de llegar a controlar la región. Las Convivir se crearon como respuesta a la incapacidad militar de hacer presencia efectiva en la región. Eran una apuesta que tenía como primer objetivo restaurar la estabilidad en el departamento, devolver la soberanía sobre el territorio al Estado atacando uno de los factores más peligrosos para ese proyecto: la guerrilla.

Como segundo objetivo pretendían sacar de la neutralidad a la población civil. A partir de esa estrategia, se buscaba rodear al Estado como agente legítimo de la región por parte de la población. Algún senador expresó estar seguro de que "mucha gente debe estar orgullosa ahora de haber pertenecido a alguna Convivir y así repeler la inestabilidad que generaba la guerrilla en Antioquia".

Las desviaciones posteriores, por supuesto, se salían de la jurisdicción del gobierno. Es decir, que el hecho de que algunas Convivir luego fueran el sustento del paramilitarismo, era una situación sobre la cual no tenía responsabilidad el gobierno puesto que también había sido una decisión autónoma de los ciudadanos.

El paramilitarismo se convierte finalmente en una especie de dispositivo de respuesta que es explicado por las dimensiones históricas del conflicto. La inestabilidad del país, las instituciones y la debilidad del Estado son fenómenos leídos en términos de un proceso diacrónico que expone la necesidad de las formas privadas de defensa.

A las falencias históricas del Estado se le suma entonces la incapacidad de defender el orden social y de orientarlo hacia un futuro de progreso y desarrollo. Aquellas faltas, dentro de esa argumentación, generan los descontentos suficientes para la formación de las organizaciones guerrilleras que profundizan el caos de las regiones del país. Las guerrillas -y así se expuso en aquel debate en el Congreso- se estaban tomando el país y la incapacidad del Estado obligaba a una acción drástica, que sacara de la neutralidad a la población civil y recondujera al país por la senda del orden y el progreso.

Por lo tanto, el problema es el Estado que, en un sentido histórico, no fue capaz de hacer presencia legítima en la totalidad del territorio y obligó a la gente a armarse -cuestiones de legítima defensa, de una nueva democracia de las armas-.

De tal manera, si la guerrilla surge como estrategia teóricamente planificada del ejercicio de la combinación de todas las formas de lucha para la toma del poder por parte de grupos influenciados por el marxismo, las autodefensas surgen también frente a la incapacidad de defender las personas del caos guerrillero -cuestiones de simetría histórica-.

El llamado constante a hablar de la guerrilla cuando se nombran los grupos paramilitares se convierte en un eco que no deja de repetirse y que resuena por todo el paisaje de lo político. Ya no sólo se habla de una explicación histórica del conflicto sino de la justificación en el tiempo del porqué el paramilitarismo existe para suplir lo que el Estado no puede suplir.

Por más indeseable que se considere la idea de un Estado débil, incapaz de ser efectivamente soberano, lleva a que la extensión de su proyecto a las manos privadas termine legitimándose. El equilibrio de las fuerzas militares construye un balance bipolar que muestra cómo la creación de un grupo requirió como respuesta la formación de otro: dos demonios.

Mientras tanto, el Estado está al margen. En nuestra versión de los dos demonios, el Estado, como figura histórica y reguladora de la sociedad, se sitúa como un tercer actor al margen de las profundas contradicciones que permitieron el surgimiento de esos demonios. Su posición es la distancia, la asepsia, la mirada conciliadora entre dos demonios que produjeron el caos.

En la nueva edición del informe Nunca más en Argentina, el presidente Kirchner trata de sentar una posición diferente al respecto.
    Es preciso dejar claramente establecido, porque lo requiere la construcción del futuro sobre bases firmes, que es inaceptable pretender justificar el terrorismo de Estado como una suerte de juego de violencias contrapuestas como si fuera posible buscar una simetría justificatoria en la acción de particulares frente al apartamiento de los fines propios de la nación y del Estado, que son irrenunciables21.

Al parecer, en Argentina el asunto tiene otro matiz. La guerra sucia como estrategia para aniquilar las propuestas alternativas es inaceptable. Pero lo es ante todo porque el terrorismo de Estado emergió como estrategia para silenciar, aniquilar y destruir. Eso no tiene justificación. Kirchner trata de que sea claro que no es posible equilibrar las fuerzas del conflicto en términos políticos porque es irresponsable y particularmente ilegítimo.

Nuestra versión de los dos demonios sitúa varios actores por fuera de la esfera del choque. Uno de ellos es el Estado. Aparecen entonces los paramilitares, el Estado y la guerrilla como tres actores que se enfrentan de manera violenta. Nosotros, de plano, cuestionamos la idea de los dos demonios y, en ese orden de ideas, entendemos que la acción del Estado y de los paramilitares no es radicalmente diferenciable. Pero yendo más allá, tenemos la certeza de que hablar desde esa interpretación del pasado significa salvar las responsabilidades del paramilitarismo mismo, es decir, de aquellos que actualmente están siendo juzgados. Siendo esa una intención que ha buscado silenciar nuestros gritos, nuestra vida, nuestra historia, ahora nos paramos para exigir que eso nunca más vuelva a pasar.


Comentarios

1 Antropóloga, Universidad Nacional de Colombia. Estudiante de la maestría en Historia, Universidad Nacional de Colombia. Miembro de Hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad.

2 Estudiante de Ciencia Política e Historia, Universidad de los Andes. Miembro de Hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad.

3 Estudiante de Derecho, Universidad Externado de Colombia. Miembro de Hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad.

4 Antropólogo e historiador, Universidad de los Andes. Estudiante de la maestría en Antropología, Universidad de los Andes. Miembro de Hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad.

5 Bauman (1996) habla de la izquierda como una contracultura de la modernidad, como un campo político cuyo locus de enunciación era fundamentalmente el de la crítica de las prácticas sociales y de las relaciones de poder, construyendo una propuesta dentro del orden social moderno, pero cuyas características pretendían la búsqueda de nuevas relaciones.

6 Los temas políticos, la lucha por la transformación de las condiciones materiales, de las condiciones de existencia, no estaba exenta de la búsqueda de la construcción de nuevas relaciones sociales. Desde las críticas al sentido capitalista de la propiedad, hasta las relaciones sociales, pretendían ser transformadas en la cultura de la izquierda. Lo sabemos, claro, no necesariamente porque se diga en los textos. Lo sabemos ante todo porque lo vivimos.

7 Basta recordar las múltiples críticas durante los años sesenta y setenta del siglo pasado con respecto al Frente Nacional y la exclusión del ámbito político tradicional que dejaba a sectores o grupos minoritarios por fuera del ejercicio de la política.

8 El popular Memory Group (1998) concibe el tema de la memoria como una relación manifiesta pasadopresente que se diferencia de la historia como disciplina, en particular porque la memoria no necesariamente tiene esa pretensión racional y científica, no es producida desde un campo de conocimiento ilustrado. Los recuerdos no necesariamente apelan a una idea diacrónica y procesual, validada por ser construida desde el método científico.

9 La idea de antagonismos hace referencia a la manera en que los discursos de los proyectos hegemónicos entran en conflicto para producir lo social (Laclau, 1985).

10 Gramsci, explica Torfing (1999), entiende dos formas básicas de la hegemonía. Una de ellas es defensiva y hace referencia a la manera en que desde ciertos sectores se busca generar un consenso y se redefinen los proyectos hegemónicos sólo en función de mantener un orden hegemónico, cediendo algunos espacios únicamente con el fin de construir el consenso necesario para mantener la base de la hegemonía. La otra, ofensiva, se refiere a la conformación de una hegemonía capaz de articular diferentes posiciones de sujetos en una apuesta democrática radical.

11 Nuestros padres y madres tuvieron su desarrollo político y social durante esos años. De manera tal que hacemos referencia a ese momento particular de la historia caracterizado por una serie de procesos de emergencia de diferentes alternativas políticas que fueron exterminadas, silenciadas o segregadas a través de diferentes prácticas.

12 Quijano (2000) da un ejemplo interesante que se puede relacionar también con lo aquí planteado. Según él, la idea de los derechos humanos universales tiende a obligar a los sujetos a que con el fin de gozar de los beneficios de esa carta, se sometan a una racionalidad universal moderna que en algunos casos niega la experiencia cultural-histórica que los constituye, es decir, a entregar los elementos que producen la diferencia con el fin de permitir la universalidad de los derechos.

13 Situados en el contexto de la Doctrina de la Seguridad Nacional durante la Guerra Fría, la búsqueda por ordenar y mantener la estabilidad de la sociedad pasaba por el control del Estado y por esa misma vía, buscaba el orden de la nación. Los grupos disidentes, siguiendo la retórica militar, terminaban siendo considerados como una constelación de gérmenes capaces de desestabilizar la democracia y el orden social imperante. Por tanto, la Doctrina de la Seguridad Nacional logró construir un discurso donde las organizaciones de izquierda eran peligrosas para una sociedad estable en el camino correcto de la democracia y la economía de mercado (Leal, 2003).

14 En el marco de la tregua entre el Estado y diferentes fuerzas insurgentes en el país a comienzos de los años 1980, se conforma la Unión Patriótica, up, con la intención de convertirse en una fuerza de izquierda que permitiera la solución del conflicto y la posibilidad efectiva de la participación en el orden democrático. Desde su fundación, se orquestó una estrategia de exterminio a la organización que dejó como resultado por lo menos tres mil muertos, desaparecidos y torturados.

15 Se tiene como referente histórico de la formación del Movimiento 19 de Abril, M-19, el fraude a las últimas elecciones del Frente Nacional. Ante esta situación, algunos miembros de la ANAPO, partido comandado por Gustavo Rojas Pinilla, asumieron la oposición armada como opción política frente al Estado. A Anales de los años 1980, junto con otras organizaciones insurgentes, el M-19 entró en un proceso de diálogo con el gobierno, que resultó en su disolución como guerrilla y su aparición pública como partido, AD-M-19. Junto con esto y como resultado de las negociaciones, se convoca en febrero de 1991 a la Asamblea Nacional Constituyente.

16 En Argentina, por ejemplo, buena parte de la discusión en torno a la interpretación de "los dos demonios" pasa por la legitimidad del terrorismo de Estado como táctica necesaria en un contexto de guerra sucia. La Seguridad Nacional, dirían algunos, requería de ese tipo de acciones con el fin de mantener el orden y la estabilidad de la sociedad. Sin temor a equivocarnos, algunos de los debates que se han dado actualmente en Colombia tienden a justificar el paramilitarismo como un proceso válido dado que la falta de presencia del Estado, tanto institucionalmente como en términos de su pie de fuerza, obligó a un tipo de organización militar a que fuera capaz de defender la región de esa tendiente inestabilidad producida por las organizaciones político-militares de izquierda.

17 Pese al recrudecimiento de la guerra con la acción paramilitar en el contexto de negociación iniciado en el primer periodo presidencial de Álvaro Uribe con las Autodefensas Unidas de Colombia, es notorio el alto activismo y organización de procesos sociales y políticos que exigen procesos de verdad y justicia. Entre ellos es de resaltar el número creciente de organizaciones de víctimas.

18 Alfredo Correa de Adreis, dirigente de la Asociación Sindical de Profesores Universitarios, ASPU, quien había sido detenido el 17 de junio por agentes del DAS acusado de rebelión y a Anales de julio absuelto por falta de pruebas. Posterior a su liberación fue asesinado en la ciudad de Barranquilla. El periodista Freddy Muñoz, corresponsal colombiano para Telesur, fue también acusado de rebelión, investigado y posteriormente liberado.

19 Con la Ley 356 de 1994, el presidente César Gaviria Trujillo estableció criterios para la formación de empresas especiales de seguridad privada, cuyo fin sería el de proteger a los pobladores de zonas con dificultades importantes en el orden público. Su labor, relacionada con la lucha contra la insurgencia bajo el argumento de la incapacidad estructural del Estado para hacerle frente en su totalidad, legaliza el porte de armas y la conformación de fuerzas de carácter militar capaces de sustituir al Estado en la defensa de los ciudadanos. Su devenir, con el tiempo, permitiría la consolidación del paramilitarismo en su sentido pleno.

20 Acusado por Petro de haber permitido a través de la legalización de empresas Convivir el paramilitarismo en la región.

21 Diario La Nación, viernes 19 de mayo de 2006.


Referencias

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