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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

versão impressa ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.51 Bogotá abr./jun. 2023  Epub 07-Maio-2023

https://doi.org/10.7440/antipoda51.2023.03 

Tema libre

Descolonizar el pasado. Perspectivas críticas con los legados coloniales en la historia y la historiografía*

Decolonizing the Past. Critical Perspectives on Colonial Legacies in History and Historiography

Descolonizar o passado. Perspectivas críticas com os legados coloniais na história e na historiografia

Javier García Fernández** 

**Investigador postdoctoral de la University of California, Berkeley, Estados Unidos. Doctor en estudios poscoloniales de la Universidade de Coimbra, Portugal. Mágister en historia contemporánea de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), España, y licenciado en historia de la Universidad de Granada, España. Actualmente es investigador del Departamento de Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra y del Grup de Recerca en Imperis, Metròpolis i Societats Extraeuropees (Grimse), Barcelona. Ha sido investigador visitante en la School of Oriental & African Studies de la University of London, Reino Unido. Entre sus últimas publicaciones están: “Immanuel Wallerstein’s Legacy in Southern Europe: Notes for Thinking Andalusia from World-Systems Theory”, Journal of World-Systems Research 28, n.° 2 (2022) 427-437, https://doi.org/10.5195/jwsr.2022.1134; “Más allá del medievalismo y el arabismo: Al-Ándalus en perspectiva poscolonial”, Estudios de Asia y África 57, n.° 1 (2022). 61-94. https://doi.org/10.24201/eaa.v57i1.2653. https://orcid.org/0000-0001-7994-5477. javier.garciaf@upf.edu. jgarciafer@ugr.es


Resumen:

Tras más de tres décadas de teorías críticas con el colonialismo cultural, muchas son las voces que han reclamado otra forma de interpretar, pensar y expresar el mundo. Las ciencias sociales y las humanidades han estado, en las últimas décadas, en el centro de un debate sobre las implicaciones epistemológicas e intelectuales de la dominación colonial occidental sobre territorios de América Latina, África y Asia. En torno a la crítica del eurocentrismo en las ciencias sociales se puede encontrar corrientes como la crítica poscolonial, los estudios subalternos, la teoría decolonial, el marxismo afroamericano, el feminismo chicano y fronterizo, el pensamiento indígena o las epistemologías del sur. La emergencia de estas teorías críticas con el eurocentrismo ha llevado a un proceso de profunda renovación teórica en el ámbito de las ciencias sociales que ha puesto en cuestión los legados eurocéntricos, los proyectos coloniales y la hegemonía de las universidades occidentalizadas. La producción historiográfica ha quedado, en cierta medida, al margen de esta renovación teórica que han vivido las humanidades y las ciencias sociales. El presente artículo recapitula las contribuciones fundamentales que aportan las teorías críticas con el eurocentrismo para la formación de una nueva historiografía que sea superadora de los legados del saber eurocéntrico y colonial. Se revisan las aportaciones fundamentales a la forma de interpretar el pasado de los estudios poscoloniales, la historia subalterna y la teoría decolonial para pensar en la formulación de una nueva teoría de la historia y una nueva historiografía no eurocéntrica. Se propone que esta busque examinar críticamente las implicaciones del legado colonial en la forma de concebir el pasado tanto de la propia historiografía como del resto de ciencias sociales y humanidades.

Palabras clave: antropología histórica; estudios subalternos; estudios poscoloniales; historiografía; legados coloniales; teoría decolonial.

Abstract:

More than three decades of theories critical of cultural colonialism have given rise to many voices calling for a different way of interpreting, thinking, and expressing the world. In recent decades, the social sciences and humanities have played a central role in the debate on the epistemological and intellectual implications of Western colonial domination over territories in Latin America, Africa, and Asia. The critique of Eurocentrism in the social sciences encompasses currents such as postcolonial critique, subaltern studies, decolonial theory, Afro-American Marxism, Chicano and border feminism, indigenous thought, and epistemologies of the South. The emergence of these theories that are critical of Eurocentrism has brought about a process of profound theoretical renewal in the social sciences that has called into question Eurocentric legacies, colonial projects, and the hegemony of Westernized universities. Historiographic production has remained, to a certain extent, on the margins of this theoretical renewal undergone by the humanities and social sciences. This article recapitulates the fundamental contributions of theories critical of Eurocentrism to the formation of a new historiography that overcomes the legacies of Eurocentric and colonial knowledge. We review the fundamental contributions of postcolonial studies, subaltern history, and decolonial theory to the interpretation of the past in order to think about the formulation of a new theory of history and a new non-Eurocentric historiography. We propose that this should critically examine the implications of the colonial legacy in how historiography itself and the rest of the social sciences and humanities conceive the past.

Keywords: Colonial legacies; decolonial theory; historical anthropology; historiography; postcolonial studies; subaltern studies.

Resumo:

Após mais de três décadas de teorias críticas com o colonialismo cultural, muitas são as vozes que reivindicam outra forma de interpretar, pensar e expressar o mundo. As ciências sociais e as humanas vêm estado, nas últimas décadas, no centro de um debate sobre as repercussões epistemológicas e intelectuais da dominação colonial ocidental sobre territórios da América Latina, da África e da Ásia. Em torno da crítica do eurocentrismo nas ciências sociais, pode-se encontrar correntes como a crítica do pós-colonial, os estudos subalternos, a teoria decolonial, o marxismo afro-americano, o feminismo chicano e fronteiriço, o pensamento indígena ou as epistemologias do Sul. A emergência dessas teorias críticas com o eurocentrismo vem levado a um processo de profunda renovação teórica no âmbito das ciências sociais que tem colocado em questão os legados eurocêntricos, os projetos coloniais e a hegemonia das universidades ocidentalizadas. A produção historiográfica fica, em certa medida, à margem dessa renovação teórica que as humanas e as ciências sociais vivem. Este artigo recapitula as contribuições fundamentais das teorias críticas do eurocentrismo para formar uma nova historiografia que supere os legados do saber eurocêntrico e colonial. São revisadas as contribuições fundamentais para a forma de interpretar o passado dos estudos pós-coloniais, a história subalterna e a teoria decolonial para pensar na formulação da nova teoria da história e da nova historiografia não eurocêntrica. É proposto que esta busque examinar criticamente as repercussões do legado colonial na forma de conceber o passado tanto da própria historiografia quanto das ciências sociais e humanas.

Palavras-chave: antropologia histórica; estudos subalternos; estudos pós-coloniais; historiografia; legados coloniais; teoria decolonial.

El año 2021 será recordado por los historiadores como el año de las rebeliones contra las estatuas (Rincón 2020). En Bristol, Bogotá, Santiago de Chile, Edimburgo, Johannesburgo, Barcelona, Boston y otras ciudades hemos visto cómo activistas jóvenes han confrontado toda una serie de patrimonios históricos que homenajeaban el pasado colonial. Lo han hecho en medio de movilizaciones sociales contra la violencia racial, protestas contra los gobiernos o acciones simbólicas contra el colonialismo. Las acciones que han emprendido incluyen: estatuas derribadas, cambios de nombres en plazas, calles y avenidas o episodios de violencia contra espacios públicos (Strausfeld 2021). En este contexto, se debe considerar que el año 2018 fue el año en que Francia admitió su responsabilidad en las torturas y desapariciones durante la guerra colonial en Argelia (Bassets 2018). En el año 2021 el rey Felipe de Bélgica pidió oficialmente perdón por los crímenes y abusos coloniales a sesenta años de la independencia del Congo. En 2021, Alemania ha accedido a devolver a Nigeria los bronces de Benín (Müller 2021), saqueados durante el siglo XIX por los soldados británicos. Además de estas reparaciones hay cuestiones que siguen abiertas en relación al pasado colonial. La carta del presidente de México Andrés Manuel López Obrador reclamando palabras de perdón a la Monarquía española o las palabras del expresidente de Perú Pedro Castillo en su toma de posesión frente al rey de España Felipe VI son algunas de las confrontaciones institucionales a la que hemos asistido en estos últimos años (Lafuente 2019). El quinto centenario de la conquista castellana de Tenochtitlan, las transformaciones de un mundo multipolar, el auge de potencias como China, Irán, Brasil, Rusia, Japón y el repliegue de los Estados Unidos y Europa en el contexto geopolítico generado por la pandemia han provocado que afloren toda una nueva serie de movilizaciones sociales, debates mediáticos y reinterpretaciones sobre el pasado, especialmente sobre el pasado colonial, los proyectos imperiales y las violencias producidas en el seno de las conquistas militares y las anexiones.

Todo esto debe analizarse en el contexto de lo que denomino la tercera era de la descolonización. La primera era de la descolonización, producida entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, fragmentó los antiguos Imperios en unidades menores que heredaron el proyecto de imperios universales. Esto sucedió tras la independencia de los Estados Unidos de América (1781), el Primer Imperio Mexicano (1821-1823) o el proyecto de la Gran Colombia (1819-1831). La segunda era de descolonización se produjo entre el final de la Primera Guerra Mundial y el final de la Guerra Fría (1917-1989). Esos procesos de descolonización crearon nuevos países y sociedades que ya tenían una crítica a la idea de Imperio y un compromiso político con el derecho a la descolonización y a la autodeterminación. Pero aún no se cuestionaban las formas de conocer, interpretar la realidad y pensar el mundo. La tercera era de la descolonización, como propongo llamarla, surge desde finales de los años ochenta hasta nuestros días e implica no solo una crítica del colonialismo administrativo o del neocolonialismo económico, sino también de las formas de conocimiento y pensamiento desarrolladas e impuestas por el colonialismo y el imperialismo en todo el mundo. Las resistencias de esta tercera era muestran el rechazo y la impugnación del legado cultural, epistemológico y ontológico del colonialismo. Por lo tanto, impugnan sus representaciones, monumentos, universidades y museos.

Además de todo esto, tenemos que considerar el auge de los estudios poscoloniales, decoloniales, las corrientes de epistemologías del sur que viene anticipando este malestar producido en todo el sur global. Pero, así como en la antropología, la crítica literaria, la filosofía, los estudios de género o la filosofía ha habido un importante desarrollo teórico de producciones poscoloniales, no podemos decir lo mismo de la historiografía, que continúa siendo la asignatura pendiente. El presente artículo condensa algunas de las contribuciones más relevantes de los estudios poscoloniales al campo de la historiografía con el interés de que renueve la disciplina e incorpore voces y enunciaciones teóricas propias de las corrientes poscoloniales. Se analizará, en primer lugar, la emergencia de los llamados estudios poscoloniales desde finales de los años ochenta, sus causas, las líneas centrales de su propuesta teórica y las primeras discusiones con la historiografía. En segundo lugar, se desarrollará las aportaciones en el terreno de la crítica historiográfica de los autores de la llamada escuela de los subaltern studies. En tercer lugar, se destacarán contribuciones al estudio del pasado realizadas por los teóricos del grupo de modernidad colonialidad, específicamente por Walter Mignolo y Aníbal Quijano.

Producción historiográfica y razón poscolonial: articular un (des)encuentro epistémico sobre las formas de pensar el pasado

¿Por qué no se ha producido aún una discusión poscolonial al interior del campo historiográfico? ¿Es posible una producción historiográfica superadora de la filosofía de la historia occidental, evolucionista y teleológica? ¿Cómo construir prácticas historiográficas más allá de los legados coloniales y los proyectos imperiales? ¿Qué tienen que enseñar las corrientes poscoloniales y decoloniales al campo de la historiografía a la hora de generar conocimiento histórico no eurocéntrico? Al calor de la investigación, la revisión bibliográfica, la puesta en discusión y el análisis específico de las diferentes corrientes teóricas poscoloniales, subalternas y decoloniales, se va a exponer una serie de contribuciones a las corrientes historiográficas actuales. El objetivo, es construir un nuevo campo de estudios históricos que pueda dialogar con los estudios poscoloniales, los estudios subalternos, la crítica literaria, el orientalismo, los feminismos decoloniales, la teoría decolonial y las epistemologías del sur. Como ya se ha señalado en otros lugares, el poscolonialismo nace también de la coyuntura de crisis del occidentalismo y de las nuevas emergencias teóricas e intelectuales nacidas en el sur global (Bhabha 2007; Mignolo 2015; Sousa Santos 2006). En un primer momento, el concepto poscolonialismo refería a un contexto temporal, cronológico, que se inaugura tras las independencias de los territorios coloniales de Gran Bretaña y Francia en África y en Asia en la segunda mitad del siglo XX. El desorden mundial nacido del final de la guerra fría y la emergencia de nuevos espacios geopolíticos y culturales llaman la atención sobre este repliegue de Occidente.

Lo cierto es que ha habido importantes trabajos para decolonizar los pasados producidos desde otras disciplinas como la filosofía (Sánchez-Antonio 2021) o la antropología (Goiklea-Amiano 2020). Los trabajos fundamentales para pensar históricamente mundos más allá de la imaginación occidental han sido producidos siempre desde el campo de la antropología histórica. Toda la serie de imaginarios por los cuales las sociedades occidentales han interpretado y teorizado el pasado de las sociedades colonizadas, por lo tanto el pasado del mundo, han sido siempre narrativas producidas por la antropología.

Podemos decir que la publicación en 1922 de la obra clásica Argonauts of the Western Pacific de Bronisław Malinowski inaugura una nueva forma de teorizar el pasado de las sociedades no occidentales mediante la etnografía. Así, el acercamiento a las sociedades no occidentales representaba, en términos lineales para la antropología europea y occidental un viaje al pasado. La obra también clásica de Claude Lévi-Strauss Tristes Tropiques del año 1955 trata de relativizar el supremacismo occidental, optando por considerar los procesos de cambios de forma compleja y diversa. Sin embargo, su propia mirada no escapa al carácter universalista y eurocéntrico propio de la antropología estructuralista francesa. Sería décadas más tarde cuando la obra del antropólogo norteamericano Eric Wolf Europe and the People without History (1982) pondría sobre la mesa la ruptura de las temporalidades entre las sociedades europeas y el resto del mundo a través de una cierta antropología del tiempo. Según sus planteamientos las sociedades y pueblos que no hubieran sido parte de las transformaciones que vivieron las sociedades europeas estarían fuera de la historia. También iba a ser central la publicación en el año 1983 de The Innocent Anthropologist. Notes from a Mud Hut de Nigel Barley en la que el autor reacciona a muchas de las cuestiones que la etnografía produce en términos de relaciones de poder, colonialismo cultural o jerarquías de dominación epistemológicas.

Durante de la década de los ochenta se vería un conjunto de obras impactar el mundo de las ciencias sociales. Estas justamente llamaban la atención sobre la colonialidad cultural y las formas de dominación intelectual en las ciencias sociales y las humanidades -específicamente la antropología y la historia- de la universidad occidentalizada (Grosfoguel 2013). En el año 1979 se publica Orientalism del palestino Edward Said y en 1981 Women, Race and Class de la pensadora afroamericana Angela Davis. En 1983 aparecen de The Prose of Counter Insurgecy del pensador indio Ranajit Guha y México profundo: una civilización negada del antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla. Y 1987 es el año de publicación de Borderlands / La frontera: The New Mestiza de la pensadora chicana Gloria Andalzua y de Decolonising The Mind: The Politics of Language in African Literature del keniata Ngugi Wa Thiong’o.

En palabras de Walter Mignolo, “el surgimiento de un orden mundial multipolar desentraña las múltiples historias, desde el período de occidentalización, imperialismo, colonización y hegemonía de Occidente hasta la era de desoccidentalización y la decolonialidad” (Mignolo 2015, 138). Pero no debemos en ningún caso confundir el momento histórico poscolonial, como período que se inaugura tras el final del colonialismo, con el ejercicio de producir un saber poscolonial. El poscolonialismo no sería solamente un momento a partir del cual se acaba el colonialismo, sino que constituye una posición crítica frente a sus legados. El pos de poscolonial, (al igual que el pos de posmoderno) no implica separación, sino un deseo de superación, de transcender e ir más allá en una situación, aún colonial.

Como ha señalado el autor indio Saurabh Dube, las primeras grandes tareas a la se enfrentó la literatura anticolonial y la nueva historiografía que nacieron del periodo poscolonial fueron, primero, la de reflexionar sobre la elaboraciones de teorías que analizaran los discursos coloniales y, segundo, la de examinar las proyectos imperiales que han tenido un papel clave en la elaboración de disciplinas y corrientes teóricas como las antropologías históricas o las historias etnográficas (Dube 1999). En este sentido, según María Paula Meneses, la decolonización de la antropología en las universidades de países recién independizados iba a ser una cuestión crucial y de primer orden. En primer lugar para devolver las sociedades africanas a la contemporaneidad (García-Fernández 2019a). Las antropologías occidentalizadas del período colonial habían construido una diferenciación temporal entre el mundo occidental contemporáneo y las sociedades así llamadas atrasadas a las cuales se les negaba la contemporaneidad y se las nombraba como reductos del pasado (García-Fernández 2019a)1. Luego, otra tarea fundamental a la que se vieron convocados los autores de las diferentes producciones poscoloniales fue la de revisar críticamente las categorías con las que la tradición colonial y eurocéntrica había producido los grandes discursos históricos y las representaciones culturales que determinaban la historia de los territorios coloniales en relación con la historia de la metrópoli (Bhabha 2007).

Boaventura de Sousa Santos (2006) , en una línea similar, define el poscolonialismo como un conjunto de corrientes teóricas y analíticas cuyo origen compartido son los estudios culturales, pero que se cruzan con la tradición antimperialista, la escuela del desarrollo desigual, la teoría de la dependencia y los movimientos altermundistas del sur global nacidos al calor del Foro Social Mundial. La conexión entre todas las corrientes intelectuales poscoloniales pone de presente que las relaciones desiguales entre el norte y el sur fueron construidas por el colonialismo. El fin del colonialismo, señala Santos, “no trajo consigo el fin del colonialismo en cuanto relación social, en cuanto mentalidad ni como forma de sociabilidad autoritaria y discriminatoria” (Sousa Santos 2006, 39). Además de las anteriores, una de las complejidades que tuvieron que asumir los intelectuales poscoloniales fue la de reconocer que las sociedades colonizadas no partían de una sola dicotomía entre dos culturas que se confrontan en el contacto colonial. Por el contrario, existe una superposición de herencias coloniales que se ha de tener en cuenta en las nuevas teorizaciones poscoloniales, especialmente las teorizaciones que pretender tener una cierta profundidad en relación a las interpretaciones del pasado (Mignolo 2015).

A partir de aquí, corresponde comprender cuál es la relación compleja que se establece entre las concepciones de posmodernismo y poscolonialismo en relación a la producción historiográfica que puede nacer de este cruce de posiciones teóricas. Según Boaventura de Sousa Santos (2006) la crítica al universalismo y al historicismo fueron itinerarios compartidos por el posmodernismo y el poscolonialismo que, además, se acompañaron durante un tiempo hasta la crítica del occidentalismo. La crítica a Occidente que nació de las literaturas posestructuralistas y posmodernas conectó rápidamente con los intelectuales no occidentales que emprendieron una nueva etapa de desarrollo de dicha crítica a Occidente, desde lo que se ha llamado la diferencia colonial y la lucha por el reconocimiento (Sousa Santos 2006).

Las producciones poscoloniales también deben ser señaladas como narrativas que al menos intermedian de dos formas entre el mundo occidental. La primera, sería lo que Sousa Santos (2006) ha llamado el pensamiento poscolonial de oposición. Con este concepto el autor portugués trata de señalar la función opositiva de los discursos poscoloniales que confrontan con las narrativas occidentales, los discursos coloniales y los paradigmas eurocéntricos. Mucho antes de que se puedan constituir saberes territoriales o ciencias sociales con escenarios teóricos autocentrados, los discursos poscoloniales tuvieron la función de tomar distancia crítica con los legados teóricos del imperialismo y del colonialismo. Esto sucedió tanto en las universidades occidentales, como no occidentales.

Esta primera función de intermediación de la producción poscolonial nos lleva a la segunda, señalada muy certeramente por el autor de origen ghanés Kwame Anthony Appiah (2006). En muchas ocasiones los teóricos de países del sur global han proyectado formulaciones sobre cuestiones coloniales o poscoloniales que se han constituido como un producto interno a los circuitos académicos occidentales reproduciendo así aquello a lo que trataron de enfrentarse. En muchos casos, intelectuales como Edward Said, Homi K. Bhabha, Joseph-Achille Mbembe han sido autores muy centrados en las discusiones académicas en el contexto de las universidades europeas o norteamericanas. En ocasiones con muy poco contacto con aquellos contextos culturales o circuitos geoculturales que trataban de representar. Esto nos alerta sobre la posibilidad de que ciertos discursos poscoloniales, afros, orientalistas o latinoamericanos sean meramente representaciones occidentales para consumo de las élites académicas occidentales (Makaran y Gaussens 2020).

A pesar de que, como se ha sostenido, no se ha dado aún un debate amplio entre los estudios poscoloniales y las producciones historiográficas, diferentes autores y corrientes han ido construyendo una específica crítica historiográfica desde los posicionamientos poscoloniales y decoloniales. Una primera crítica textual a las fuentes y a las narrativas históricas fue señalada en los años noventa por el pensador de origen haitiano Michel-Rolph Trouillot cuando señalaba que “en términos vernáculos, la historia significa tanto los hechos ocurridos como la narrativa de esos hechos” ([1995] 2015, 2).

En otro sentido, los académicos e intelectuales del tercer mundo formularon una crítica a los discursos y sistemas de representaciones europeas sobre sus continentes, países e historias nacionales, afirmando que dichos discursos universalizaban la experiencia europea y situaban la subjetividad del colonizado siempre en relación con esa historia, representada como historia universal. De esta forma, denunciaban cómo las representaciones eurocéntricas negaban la específica experiencia histórica de todos los territorios que no pertenecieran al llamado mundo occidental. Los teóricos poscoloniales trataron de rescatar otras narrativas históricas, otras voces, otras literaturas que permitieran aflorar nuevas identidades y nuevos horizontes poscoloniales para las sociedades recién independizadas, para aquellas que continuaban bajo dominio colonial o para aquellas otras que se encontraran en contextos de luchas de liberación nacional. Como señala Walter Mignolo, son “prácticas teóricas que se manifiestan a raíz de las herencias coloniales, en la intersección de la historia moderna europea y las historias contramodernas coloniales” (Mignolo 1995b, 92). El período poscolonial permitió un nuevo campo para la producción intelectual que fuese más allá de la teoría académica del período colonial. Un nuevo campo de producción teórica desde un nuevo locus de enunciación diferencial, de nuevas representaciones y reapropiaciones culturales, artísticas, literarias y académicas que permitieran comprender las complejas relaciones culturales, políticas y económicas que se daban a partir del contacto colonial y durante la experiencia de dominación imperialista (Mignolo 1995b; Vega 2001).

Los teóricos poscoloniales rápidamente comenzaron a comprender que no solo debían poner en discusión los efectos contemporáneos del colonialismo. También iba a ser necesaria una reconstrucción de las narrativas históricas acerca de los periodos de dominación colonial. Ello implicaba analizar en qué medida los efectos de la dominación colonial no se agotaban con el fin de las administraciones coloniales (Vega 2001). Esta segunda parte fue asumida desde el principio por toda una serie de autores e intelectuales anticoloniales y poscoloniales. Me refiero a la explicación sobre las prolongaciones del colonialismo más allá del fin de las administraciones metropolitanas, llamadas neocolonialismo por Kwame Nkruma (1996), capitalismo dependiente por los teóricos de la dependencia (Santos 1991; Hinkelammert 1999; Marini 1977) o colonialidad del poder por Aníbal Quijano (2000b, 2000a) .

Sin embargo, reformular los marcos de interpretación del pasado en términos de conquistas, imperios, expansión, herencias coloniales, economías dependientes, periferias, etnicidades, mestizajes, aculturación y resistencias ha sido una tarea mucho más fragmentaria. A pesar de la necesidad asumida colectivamente de descolonizar la historia, no se ha puesto aún en común una metodología crítica ni una filosofía de la historia no eurocéntrica. La producción puramente historiográfica ha quedado fundamentalmente al margen de esta reflexión poscolonial, mientras que los estudios poscoloniales han producido teoría al margen de los debates historiográficos, una teoría social, que podríamos llamar ahistoriográfica2. Por otro lado, la falta de un cuestionamiento poscolonial de las formas de producción historiográfica ha llevado a mantener esa Historia, con mayúscula, en un pedestal. Lo anterior implica un alejamiento de la propia crítica y de los propios giros culturales contemporáneos, construyendo historiografías como relato ontológico, alejado del resto de debates actuales en las ciencias sociales y las humanidades (Mignolo 2015). Lo que se hará a continuación es recorrer algunas de las contribuciones fundamentales de las producciones poscoloniales a la revisión crítica de la historiografía. Se trata de recoger posibles aportaciones de las diferentes escuelas y corrientes poscoloniales que contribuyan a una revisión crítica y poscolonial de las producciones historiográficas actuales. Se va a transitar dos de las corrientes que desde mi punto de vista son fundamentales para la renovación historiográfica. Estas son la escuela de los estudios subalternos de la India y la teoría decolonial latinoamericana. En el recorrido que se hará por cada una de estas escuelas se reunirá una serie de posibles contribuciones para un debate historiográfico poscolonial que aún está por construir.

Los estudios subalternos de la India: una historiografía poscolonial desde la periferia

La primera corriente propiamente poscolonial que contribuye de forma contundente a la renovación historiográfica desde un espacio discursivo no occidental será la constituida por los intelectuales del Grupo de Estudios Subalternos (Subaltern Studies Group) nacida en la India y en Gran Bretaña. Está conformada por intelectuales indios o de origen indio radicados en universidades del mundo anglosajón. La llamada Escuela de Estudios Subalternos nace en torno la publicación de la serie Writings on South Asian History and Society, de la Oxford Univesity Press, en su sede de Delhi, India. La colección fue dirigida por Ranajit Guha desde 1982 a 1989. A partir de esa fecha comenzó a ser editada colectivamente por otra serie de autores del grupo, más jóvenes, como Dipesh Chakrabarty o Gyan Prakash. El grupo inaugura una serie de cuestionamientos teóricos en torno a qué significa pensar la nación india en el periodo poscolonial. También se cuestionan cómo pasar de una Historia producida en el periodo colonial a una historia que vaya más allá de los legados del colonialismo británico en la India (Banerjee 2010). Como señala la historiadora india radicada en el Colegio de México, Ishita Banerjee:

Los Estudios Subalternos nacen de una desilusión con la forma en la que el Estado-nación independiente de India se había conducido hasta ese momento. Por ejemplo, la guerra con China en 1962 y la declaración del “estado de emergencia” durante el primer periodo del gobierno de Indira Gandhi entre 1975 y 1977, que marcaron momentos de crisis para la nación […]. La fuente de la desilusión era la falla de las promesas hechas por el movimiento nacionalista contra el régimen británico, mientras que para la generación más joven (nacida después de la independencia), la desilusión surgía del desencanto ante el Estado-nación. (2010, 101)

El Grupo de Estudios Subalternos de la India nace desde un primer momento liderado por Ranajit Guha y Partha Chatterjee entre otros. Sus influencias intelectuales fundamentales iban a ser la tradición de historiografía social y marxista británica, el concepto de hegemonía formulado por Antonio Gramsci y la filosofía francesa posestructuralista de Michael Foucault y Jacques Derrida. Entre los objetivos del grupo estaba recuperar una historia de las clases subalternas en la India, destacar al campesinado como actor político y como sujeto de su propia historia, así como reconocer el legado de inspiración maoísta del marxismo en la India como forma de confrontación con la crisis reformista de la Unión Soviética, sobre todo a partir del surgimiento del movimiento naxalita3.

Además de esto, el trabajo historiográfico del grupo pretende desbancar y desacreditar la historia elitista, la historia de una reducida élite india que había sido formada en la cultura británica y que además competía con la metrópoli por ocupar la posición de dominación y control de la economía nacional. Razón por la cual, esta élite forzó la independencia, según las críticas de los autores del grupo. El grupo trataba de poner sobre la mesa que, tanto las promesas de independencia, como el movimiento nacionalista y el Estado-nación, fueron narrativas y estrategias configuradas por el colonialismo. Estas no acabaron con la dominación británica, sino que fueron reproducidas por las élites indias tras la independencia. Capitalismo, colonialismo, nacionalismo y Estado-nación eran, así, fenómenos internos a la propia dominación colonial. Fenómenos interrelacionados e interdependientes. Los autores del grupo de estudios subalternos también han tratado de renovar un dialogo con eruditos de diversas tradiciones indias (Banerjee 2010).

A su vez los estudios subalternos también señalaron el marxismo soviético, economicista y determinista como occidentalista. Acusaban a este marxismo de estar enfocado excesivamente en pensar la historia desde el movimiento obrero occidental. En este esfuerzo por reinventar un marxismo no economicista y no occidentalista, los autores del grupo de estudios subalternos trataron de recuperar el pensamiento del italiano Antonio Gramsci, así como una posición política maoísta que reivindicara el papel del mundo asiático en la formación de un nuevo marxismo internacional.

Una segunda generación de estudios subalternos, ya en los años noventa, conectaron la discusión que se produce en la India, y su relación con el legado colonial británico, con un horizonte poscolonial más amplio. Autores como Chakrabarty y Spivak abordaron una serie de diálogos con otros intelectuales de la India, que no pertenecían al Subalterns Studies Group como Homi Bhabha o Edward Said (Banerjee 2010). El diálogo más amplio entre los subalterns studies de la India y el resto de los autores poscoloniales ha configurado una sólida crítica historiográfica que será retomada más tarde por los autores decoloniales latinoamericanos.

Esta crítica al historicismo y a la historiografía no ha dado, sin embargo, lugar a nuevas propuestas de producción historiográfica. A pesar de ello, Dipesh Chakrabarty afirma que los estudios subalternos podrían ser considerados como un proyecto poscolonial de escritura de la historia. El mismo autor señala, además, que la relación entre el nuevo campo de la escritura poscolonial y la historiografía aún no ha recibido la atención que merece (Chakrabarty 2000). Para Chakrabarty, la historiografía subalterna implicó un distanciamiento con las historias universalistas, una crítica de la idea de nación y un fuerte cuestionamiento de la relación entre poder, conocimiento, archivo e historia. Todo ello supuso, según Chakrabarty (2000), una nueva forma de teorizar la agenda intelectual de las historias poscoloniales.

Una contribución vinculada a esta segunda generación de autores de la corriente de los estudios subalternos ha sido construir marcos para descentrar a Europa de los discursos historiográficos (Chakrabarty 1999). En palabras de Dipesh Chakrabarty, “El dominio de ‘Europa’ como sujeto de todas las historias es una parte de una condición teórica mucho más profunda a cuya sombra se produce el conocimiento histórico en el Tercer Mundo” (Chakrabarty 1999, 444). En otro lugar el mismo autor señala que construir una perspectiva crítica de las formas europeas de conocimiento implica cuestionar la herencia colonial (Chakrabarty 2000).

Además de un diálogo más amplio con los autores del poscolonialismo, los estudios subalternos llegaron a establecerse de forma temprana en otros contextos, como América Latina, donde la conexión fue especialmente significativa para el posterior desarrollo de un poscolonialismo latinoamericano. Las recepciones latinoamericanas de los estudios subalternos van más allá del campo poscolonial, se puede encontrar en la obra de autores como Ileana Rodríguez (2021) o Silvia Rivera Cusicanqui. Esta última es particularmente importante pues desde finales de los años ochenta, la autora retomó la obra de René Zabaleta y Fausto Reinaga. Concretamente, Rivera Cusicanqui retoma la relación de las interpretaciones gramscianas de los estudios subalternos con las realizadas desde América Latina. Ello le permitió enunciar una nueva historia de los sujetos campesinos, indígenas y subalternos. La recepción de los estudios subalternos, junto al diálogo con los poscolonialismos, serían fundamentales para la emergencia en América Latina de una corriente poscolonial propia. El debate poscolonial de finales de los años ochenta permitió a ciertos intelectuales latinoamericanos construir teoría social y humanidades específicamente latinoamericanas, más allá de los legados del intervencionismo cultural estadounidense y del proyecto imperial hispánico.

El giro decolonial y la teoría latinoamericana y caribeña: occidentalismo, colonialidad del poder y modernidad/colonialidad

A continuación, se va a analizar las posibles contribuciones que, desde la corriente decolonial latinoamericana y afrocaribeña, se podrían incorporar al ámbito de la historiografía, con el objetivo de llevar a cabo un giro decolonizador en las producciones historiográficas. La corriente del llamado pensamiento decolonial o decoloniales se da en el contexto latinoamericano y afrocaribeño desde principios de los años noventa por convergencia de dos procesos disruptivos: el final de la Unión Soviética, por un lado, y, por otro, los quinientos años del mal llamado descubrimiento. El quinto centenario ocasionó en la mayoría de los países latinoamericanos un debate en torno a la relación entre modernidad y colonialismo4. Fruto de estos dos procesos de debate, convergen durante los años noventa una red de intelectuales latinoamericanos radicados en universidades de todo el continente (también en gran medida en universidades norteamericanas) conocida como la red modernidad/colonialidad. En relación con el debate poscolonial, especialmente en la serie de formulaciones enunciadas desde América Latina, se va a recoger una serie de conceptualizaciones que tratan de generar nuevos marcos y narrativas historiográficas para comprender la relación entre el continente latinoamericano y, primero, los proyectos imperiales (España y Portugal) y, más tarde, las potencias imperialistas (Francia, Inglaterra y los Estados Unidos). Me refiero a los conceptos derivados del debate poscolonial que buscan una lectura específicamente latinoamericana en el contexto de las producciones poscoloniales. Es decir, los conceptos de colonialidad del poder de Aníbal Quijano y de occidentalismo y posoccidentalismo de Walter Mignolo.

Una de las conexiones teóricas que cruza a todos los miembros de esta corriente es la formulación producida en torno al concepto colonialidad (Escobar 2003; Grosfoguel 2006; Lander 2000; Quijano 1992). Los antecedentes teóricos se pueden encontrar en el concepto de neocolonialismo de Kwame Nkruma ([1966] 1996), capitalismo racial de Cedric J. Robinson ([1983] 2020), el sistema-mundo de Immanuel Wallerstein ([1979] 2016) o el concepto de poder colonial nacido de la Conferencia de Bandung (Chakrabarty 2010). Pero además de esto existe una serie de usos del termino colonialidad a lo largo de la segunda mitad del siglo XX5.

El conjunto de autores y autoras de la red modernidad/colonialidad advierten, al retomar y re-formular concepto de colonialidad, que la conquista de América y la formación de la modernidad latinoamericana tras 1492, imbricaron toda una serie de implicaciones coloniales, relaciones sociales, subjetividades, entramados culturales y condicionantes económicos que tienen que ver con la dominación colonial, la extracción económica y la subordinación cultural en un contexto ya mundializado tras 1492 (Quijano 2020, 2000). Todo ello inaugura un sistema mundial y patrón de poder colonial, pero también racista, capitalista y patriarcal (Grosfoguel 2013, 2006). Esto, según dichos autores, trasciende un régimen administrativo concreto, ya fuese el virreinal, imperial o colonial. Las implicaciones del colonialismo, por lo tanto, se prolongan más allá de las independencias, tras los procesos de descolonización. El concepto colonialidad del poder (en el contexto de los debates latinoamericanos) tuvo su primera aparición en el año 1992 en un artículo firmado por Aníbal Quijano e Immanuel Wallerstein6.

Sin embargo, fue en el año 2000 cuando Mignolo (2000) señala en uno de sus trabajos a Quijano como autor del concepto colonialidad del poder, apartando a Immanuel Wallerstein de la autoría. Más tarde, ya durante la primera década del siglo XXI se vería una auténtica implosión editorial en torno a este concepto y toda una serie de ramificaciones durante la próxima década (2000-2010), que se podría llamar el boom de la literatura decolonial. En todo este conjunto de publicaciones aflora una nueva diversidad de aproximaciones críticas con el legado colonial que van más allá de la propia colonialidad del poder, entendida así inicialmente por Aníbal Quijano. Se puede ver entonces importantes teorizaciones en relación con la colonialidad del saber (Lander 2000), la colonialidad del ser (Maldonado-Torres 2007), la colonialidad global (Grosfoguel 2006), la colonialidad del género (Lugones 2008) o la colonialidad de la naturaleza (Alimonda 2011).

Las críticas y las limitaciones al concepto de colonialidad han sido enunciadas en diversos ámbitos. Nos interesa rescatar la crítica a este concepto formulada por Boaventura de Sousa Santos y Bruno Sena (2018). En primer lugar, se le critica por ser un concepto excesivamente latinoamericano-céntrico que no permite pensar la experiencia virreinal colonial o imperial latinoamericana en el contexto de otras intervenciones coloniales. Otra crítica que considero se debe sumar a las ya formuladas por otros autores, en términos historiográficos, es la ahistoricidad del término colonialidad. O lo que he llamado su carácter ahistoriográfico. Tal y como ha sido planteado por Aníbal Quijano en sus primeros trabajos, y tal y como la retoman el resto de autores, 1492 representa la fecha en que se inauguran la colonialidad, el capitalismo y el racismo, como elementos constituyentes de la modernidad occidental desde finales del siglo XV hasta la actualidad. En términos historiográficos, es absolutamente crucial construir una periodización más compleja en relación a las fases internas de la colonialidad en el contexto latinoamericano para distinguir la conquista castellana de América Latina, el periodo virreinal, las reformas borbónicas y su impacto en los territorios americanos, las independencias de las repúblicas, la hegemonía francesa y británica en América Latina durante el siglo XIX y las injerencias estadounidenses a lo largo del siglo XX.

Aunque todos estos períodos comparten una serie de rasgos comunes en relación a la subordinación política y la dependencia económica, es parte de las tareas de una historiografía poscolonial o descolonial trabajar por periodizaciones más específicas, que analicen la naturaleza y las características fundamentales de la dominación colonial en cada período. Igualmente podríamos señalar la necesidad de construir periodizaciones específicas para las etapas de capitalismo histórico, mercantilismo, capitalismo agrario, industrialización, modernización agraria o neoliberalismo. Así como distinguir etapas de clasificación étnica o racial en relación a la persecución de judíos y moriscos, estatutos de limpieza de sangre, violencia de conquista sobre población indígena, secuestro y esclavización de población africana, leyes raciales o fenómenos de apartheid ya en el siglo XX. Por lo tanto, se debe afirmar que el concepto de colonialidad está aún por historizar, por construir sobre periodizaciones históricas concretas que ayuden a comprender fenómenos coloniales más específicos dentro de la larga historia colonial, pero que al mismo tiempo permitan el análisis interpretativo conciso y concreto sobre las específicas condiciones de cada periodo y de cada modo de dominación colonial.

Otra contribución relevante propuesta por la teoría decolonial latinoamericana ha sido los conceptos de occidentalización y posoccidentalismo. El antropólogo venezolano Fernando Coronil, tratando de retomar también el ejercicio de crítica literaria y de representaciones formulado por Edward Said para hablar de orientalismo, define, en su obra Más allá del occidentalismo: hacia categorías geohistóricas no imperialistas, el occidentalismo de la siguiente forma:

[…] Se trata de un conjunto de prácticas representacionales que participan en la producción de concepciones del mundo que 1) dividen los componentes del mundo en unidades asiladas; 2) desagregan sus historias de relaciones; 3) convierten la diferencia en jerarquía; 4) naturalizan esas representaciones; y 5) intervienen, aunque sea de forma inconsciente, en la reproducción de las actuales relaciones asimétricas de poder. (Coronil 1998, 132)

En palabras de Fernando Coronil: “el occidentalismo, a diferencia del orientalismo, es el discurso de la anexión de la diferencia más que de la creación de un opuesto irreductible” (Coronil 1998, 12).

Además de Fernando Coronil, Walter Mignolo retomará también el debate sobre la occidentalización de América Latina para tratar de crear coordenadas comunes de discusión con el resto de producciones poscoloniales. Para Walter Mignolo el objeto de reflexión era el hecho de que durante las décadas de los ochenta y noventa América Latina había quedado al margen del debate poscolonial, así como la ausencia de marcos teóricos compartidos para discutir sobre los legados del imperio, la dominación colonial y los imperialismos sobre América Latina. Para Walter Mignolo, el occidentalismo había sido la particular forma de incorporación de América Latina en el mundo colonial, esto es, en el mundo occidental (Mignolo 1995b). Pero si el poscolonialismo había sido una cuestión fundamentalmente ligada a las independencias y procesos de descolonización en África y Asia, es decir, en el mundo colonial británico y francés, ¿cuál sería la específica respuesta latinoamericana al proceso, aún pendiente, de decolonización cultural (Mignolo 1995b)? En la línea de Serge Gruzinski (2016) , cuando este propone el siglo XIX latinoamericano como una segunda aculturación, Mignolo (1995) habla de un primer momento de colonización/occidentalización, que sería el que se produce a partir del siglo XVI en relación al mundo ibérico y América Latina y un segundo momento de colonización/occidentalización que es el que corresponde al siglo XIX y a la colonización europea de África y Asia.

Para Walter Mignolo la consideración de que solo la primera occidentalización/colonización ocurrida a partir del siglo XIX es válida para analizar los procesos de colonialismo lleva a considerar el poscolonialismo como un fenómeno que solo puede ser analizado en el contexto de las independencias a este segundo momento de occidentalización/colonización. Esta perspectiva dejaría fuera a las experiencias de conquista de América Latina, pero también y más importante, a sus experiencias de emancipación e independencia y a su larga tradición antimperialista (Mignolo 1995b). Para Mignolo, de esta forma, el reto del pensamiento decolonial como crítica a la occidentalización desde la experiencia periférica de la colonización es conectar los diferentes procesos de colonialismo, de conquista, de dominación que se han producido desde el siglo XVI hasta la actualidad (Mignolo 1995b).

Al igual que lo poscolonial enunciado desde el las excolonias francesas y británicas confronta e interpela a ese segundo momento de colonización/occidentalización francesa y británica, lo decolonial en América Latina se opone, en cambio, a esa primera modernidad ibérica (portuguesa y española). Ello teniendo en cuenta a los imperialismos contemporáneos francés y británico, al tiempo que se contempla también la tercera occidentalización/colonización norteamericana, conocida como globalización (Mignolo 1995b).

Desde una perspectiva puramente historiográfica, se debe tener en cuenta que las formas de dominación ibérica que se dan entre los siglos XV y XVII no responden tan claramente a la categoría colonia, colonialismo y, por lo tanto, a la categoría poscolonialismo. Por el contrario, las formas de dominaciones francesas, holandesas y británicas de los siglos XVIII, XIX y XX sí responden claramente a las categorías de metrópoli, colonial y colonialismo. Prueba de ello es que los debates sobre la naturaleza colonial de los virreinatos y de las formas de dominación de la monarquía hispánica sobre América siguen abiertos. He aquí la importancia de hablar de colonialidad como una relación política, económica, social y cultural que transciende una determinada relación jurídico-administrativa. Las respuestas emergentes desde Latinoamérica se situaron por inercia en un plano poscolonial. Sin embargo las formas de dominación de España, tanto en América (Cuba, Puerto Rico), como en el norte de África (Sahara o Guinea Ecuatorial) o en Asia (Filipinas), que coinciden con el periodo colonial del siglo XIX no han recibido tampoco la categorización poscolonial, ni de imperialismos.

En relación a dicho proceso de occidentalización, en el campo de la historiografía nos interesa encontrar categorías para el cambio de hegemonías que se produce en los contextos de transformaciones geopolíticas. Por ejemplo, el cambio dado a comienzos del siglo XIX con las independencias republicanas y el paso de una geopolítica latinoamericana en el espacio de la Europa occidental hacia una nueva geopolítica puramente americana. En este sentido, las desconexiones de América Latina con el mundo occidental serían: las independencias latinoamericanas en el primer tercio del XIX, la independencia de Puerto Rico y Cuba de 1898, el auge de los antimperialismos, las luchas contra la injerencia norteamericana en los años setenta, las luchas contra la globalización neoliberal y la década perdida (Mingolo 1995a).

Desde mi punto de vista, el debate teórico al que la historiografía está convocada en diálogo con los estudios poscoloniales o decoloniales, en este ámbito concreto del debate sobre la occidentalización, tiene que ver con incorporar los procesos nacidos tras 1492 al debate sobre el colonialismo y el imperialismo contemporáneo. Esto debe hacerse con el fin de situar tanto continuidades como discontinuidades en los procesos de conquista y dominación colonial tanto del mundo ibérico como del mundo anglosajón y francófono. ¿Es 1492 un proceso de occidentalización? ¿Se trata más bien un proceso de ampliación del Imperio-mundo como señala Immanuel Wallerstein (1979) ? ¿Debemos hablar de mundialización como propone Serge Gruzinski (2016)? ¿O de globalización temprana como recientemente propone Bernd Hausberguer (2018), historiador del Colegio de México?

A modo de conclusión: retos de la decolonización epistémica en la producción historiográfica

Tras esta exposición de diferentes corrientes teóricas poscoloniales, considero que los planteamientos recogidos pueden ser contribuciones relevantes al campo de las producciones historiográficas. Como se ha señalado anteriormente, el campo de producción historiográfico ha sido casi el único en mantenerse al margen de las transformaciones producidas por las emergentes teorías y críticas poscoloniales. Salvo los trabajos del grupo de estudios subalternos, los estudios poscoloniales y decoloniales no han logrado generar un diálogo más o menos estable con ningún otro espacio de producción historiográfico. Ello nos debe hacer considerar las complejidades y las dificultades de una disciplina como la historia para incorporar nuevas críticas y nuevas fundamentaciones que se dirigen al núcleo fundamental de su legitimidad: la interpretación del desarrollo histórico de las sociedades actuales. Para exponer la serie de problemáticas a las que nos enfrentamos y abordar la discusión de los planteamientos anteriormente expuestos, compartiré, a modo de conclusión, una serie de retos que considero que pueden ser una hoja de ruta hacia la decolonización de las prácticas historiográficas, así como de la historización de los estudios poscoloniales y decoloniales.

El primer reto que considero que debe afrontar la historiografía es pasar de una producción historiográfica en torno a objetos de estudio histórico, a una producción historiográfica junto a sujetos históricos. Esto quiere decir varias cosas. En primer lugar, aquellas comunidades, países, territorios o culturas cuyo pasado se estudia, no son únicamente objetos inertes del pasado sino que, de alguna manera, se está estudiando o investigando a sociedades del presente, que tienen un pasado cuya investigación histórica se encarga de interpretar. Esto implica, ser consciente de que toda sociedad del pasado es en realidad una sociedad del presente, con un pasado que estudiamos. Esto también quiere señalar que los historiadores debemos tener en cuenta las tradiciones intelectuales locales (García 2019). Como señala el antropólogo José Antonio González Alcantud (2014), el conocimiento local es también propietario del problema. A esta cuestión también presta atención Homi K. Bhabha (2007). Cuando habla de un presente enunciativo, nos manifiesta la necesidad de una enunciación teórica que permita asimismo desplegar un presente. En palabras del autor, “Mi objetivo al especificar el presente enunciativo en la articulación de la cultura es proporcionar un proceso por medio del cual los otros objetivizados puedan ser transformados en sujetos de su historia y experiencia” (2007, 218).

El segundo reto, considero que debe ser comprender la necesidad de los nuevos relatos poscoloniales emergentes de insertarse en nuevas metanarrativas con pretensión de universalidad no eurocéntrica, como diría el filósofo boliviano Juan José Bautista Segales (2017). Con esto me refiero a la necesidad de insertar las historias locales en una nueva filosofía de la historia que comprenda a Europa como una provincia más del mundo, como un territorio más y no como el centro de la historia universal. Como señala Homi K. Bhabha, “los discursos poscoloniales contemporáneos están arraigados en historias específicas de desplazamiento cultural. […] Se requiere una revisión radical de la temporalidad social en la que puedan escribirse las historias emergentes” (2007, 34).

El tercer reto que me gustaría proponer es comprender las relaciones coloniales de forma dialéctica aún tras el final de las administraciones coloniales. Esto es algo que de forma fragmentaria e intuida ya han señalado autores como Aimé Césaire ([1955] 1989), Pablo González Casanova (1963), Albert Memmi ([1966] 1971), Michael Foucault ([1990] 1996) o Achille Mbembe (2006). En otros lugares lo he llamado dialéctica de la colonialidad (García 2021), tratando de advertir que, primero, toda acción colonial transforma tanto a los colonizados como a los colonizadores. Segundo, que la propia acción colonial constituye élites locales de administración y representación de los colonizados sin las cuales la dominación colonial no sería en absoluto posible. Tercero, que el colonialismo europeo y occidental en ciertos momentos y en ciertos contextos geográficos traspasó los modos de dominación contra las minorías internas en Europa hacia la dominación de las culturas colonizadas -por ejemplo, se trasladó la dominación de las poblaciones moriscas y judías a las comunidades indígenas. Asimismo, hay periodos en los que se produce un retorno de los métodos de dominación colonial sobre las poblaciones europeas, como es el caso de la violencia fascista en la guerra civil que incluyó exterminios civiles, trabajos forzados, humillaciones a población local. Este fenómeno también se ha visto con la violencia producida por el nacionalismo étnico, el fascismo o los genocidios y holocaustos como el judío, el gitano, el armenio o el kurdo. Como señala Boaventura de Sousa Santos, “El carácter constitutivo del colonialismo en la modernidad occidental destaca su importancia para entender no solo a las sociedades no occidentales que fueron víctimas del colonialismo, sino también las propias sociedades occidentales, sobre todo a los patrones de discriminación social que prevalecen dentro de ellas” (2006, 49). Y, finalmente, que toda acción descolonizadora implica revisar las formas por las cuales una comunidad sufre las consecuencias de una determinada forma de dominación colonial e imperialista. Sin embargo, esto implica revisar también las formas por las cuales también y al mismo tiempo se ejerce una dominación racial o colonial contra comunidades al interior de su propia sociedad -minorías étnicas, lingüistas, mujeres, comunidades migrantes, naciones sin Estado, comunidades nómadas, etc. En ese sentido, también Homi K. Bhabha señala en un cierto momento que “los discursos críticos poscoloniales requieren formas de pensamiento dialéctico” (2007, 212).

Esto me lleva al cuarto reto o desafío que presenta un diálogo entre los estudios poscoloniales y las producciones historiográficas, que es el de tratar de evitar un nuevo determinismo colonial. Una nueva rigidez argumentativa y explicativa por la cual todo se explica desde la cuestión colonial y desde la separación nítida entre aquello que es parte de la dimensión colonizadora y aquello que es parte de la dimensión colonizada. Este nuevo determinismo colonial también empuja a considerar siempre el factor colonial por encima de otras dimensiones como la clase o el género.

El quinto reto que plantea una historización de los estudios poscoloniales tiene que ver con encontrar un nuevo lugar tanto epistemológico como de enunciación para Europa en el mundo. Ubicar un nuevo lugar para Europa en la historia mundial, tiene que ver con desplazar la capacidad de la Europa occidental para enunciarse como centro de la historia universal en los últimos dos milenios -desde la Antigua Grecia, Imperio Romano, la Edad media, el Renacimiento, la Ilustración, la Revolución industrial y las Democracias parlamentarias. Sin embargo, encontrar un nuevo lugar para Europa implica reconocer que no se puede construir una nueva filosofía de la historia al margen de Europa, sino desde una nueva relación con ella. Ya se han realizado varias propuestas como la del historiador Dipesh Chakrabarty (2009) cuando habla de provincializar Europa o la propuesta del antropólogo colombiano Eduardo Restrepo (2016) cuando plantea descentrar Europa. También Boaventura de Sousa Santos hace referencia a esta cuestión a lo largo de su obra cuando señala descolonizar Occidente. Asimismo, el historiador andaluz Javier García Fernández (2019) cuando señala la necesidad de decolonizar Europa.

El sexto reto que, desde mi punto de vista, presenta el diálogo necesario entre el poscolonialismo y la historiografía, es el reconocimiento mutuo de que el colonialismo, al igual que el capitalismo o el patriarcado, no tiene afuera. Así como Europa, tiene un afuera geográfico, el eurocentrismo es un fenómeno global que trasciende las fronteras del propio continente y del propio mundo occidental. El colonialismo, desde el momento de contacto colonial, reconfigura, como se ha dicho antes, tanto al colonizado, como al colonizador, apareciendo figuras intermedias, mestizajes, también llamadas el tercer paisaje, como son las élites indígenas colaboradas, los colonos pobres de asentamiento, las nuevas poblaciones mestizas. Estas figuras intermedias han tenido históricamente un papel de mediación entre las metrópolis y las sociedades colonizadas. Pero además también fueron las clases dirigentes que accedieron al poder en los contextos poscoloniales. En muchos casos estas élites locales tuvieron una fuerte formación colonial metropolitana. Como señala Walter Mignolo, “Las prácticas teóricas postcoloniales son asociadas con individuos que provienen de sociedades con fuertes herencias coloniales, que han estudiado y/o están en algún lugar del corazón del imperio” (1995b, 99).

Se ha tratado de recoger algunas contribuciones fundamentales para inaugurar una nueva discusión teórica en el seno de las producciones historiográficas. Algunas de las nuevas etapas que se pueden desarrollar en este recorrido será llevar esta serie de contribuciones a los debates concretos abiertos en las prácticas historiográficas, como son los debates sobre la naturaleza colonial o no de los virreinatos del mundo hispano colonial, sobre los fenómenos de mundialización, expansión colonial o globalización temprana o los debates sobre las nuevas prácticas de representación de los pasados coloniales en el contexto de demandas de verdad, justicia y reparación de procesos de violencia colonial ocurridos tanto en los siglos XIX o XX como en los procesos de expansión de los siglos XIV y XVII. Con este ensayo se trata de poner de relieve la importante cantidad de debates que pueden aflorar en un diálogo entre los estudios poscoloniales y las prácticas historiográficas. Debates que enriquecerían tanto a los estudios poscoloniales y decoloniales como a la propia historiografía. Parafraseando a Dipesh Chakrabarty, podríamos decir que el proyecto de la descolonización de las prácticas historiográficas nos remite a una historia que aún no existe, aunque retumbe, como estatuas contra el suelo.

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*El presente artículo constituye la publicación de una parte de la investigación desarrollada al calor del proyecto “Memoria y lugares de memoria de la esclavitud y el comercio de esclavos en la España contemporánea” financiado por la Agencia Estatal de Investigación del Ministerio de Ciencia del Gobierno de España. La convocatoria concedida corresponde al año 2019, siendo el código del proyecto PID2019-105204GB-I00. El proyecto ha sido liderado y dirigido por Martín Rodrigo i Alharilla, Profesor Titular de Historia contemporánea del Departamento de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.

1En esta entrevista que realicé la pensadora africana María Paula Meneses realiza un profundo repaso por la serie de rupturas que vivió la antropología occidentalizada practicada en los países africanos que obtuvieron su independencia en el último tercio del siglo XX como Mozambique (1974), Angola (1975), Zimbabue (1980) o Namibia (1990) (García-Fernández 2019a).

2Según el Diccionario de la Lengua Española, ahistórico quiere decir: “que está al margen de la historia” (RAE 2022), https://dle.rae.es/ahistórico. Me refiero con el concepto de ahistoriográfico a todas aquellas producciones teóricas que son ajenas a la historiografía o que no se relaciona con ella y que se sitúan al margen de los debates historiográficos contemporáneos.

3El conocido como movimiento naxalita es un movimiento insurgente radicado en el sur de la India, liderado por diferentes facciones comunistas. Comenzó en el año 1967 y mantiene bajo cierta autonomía de las organizaciones comunistas amplios territorios del sur del país. Para más información ver Ashok Kumbamu (2019).

4La caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1989 provoca en todo el contexto internacional una nueva reformulación del pensamiento emancipatorio y de izquierdas, lo cual empuja a una parte de la intelectualidad latinoamericana a una búsqueda de referentes propios a la hora de elaborar marcos teóricos autorreferenciales y horizontes estratégicos. El levantamiento zapatista (1994), el primer Foro Social Mundial de Portoalegre (2001) y los gobiernos latinoamericanos de la llamada década ganada darán mimbres institucionales a este amplio debate intelectual latinoamericano del que la teoría decolonial es deudora. El segundo gran hito que se debe tener en cuenta para comprender la teoría decolonial latinoamericana está relacionado con la conmemoración del quinto centenario del llamado descubrimiento, que produce toda una serie de debates, conferencias y publicaciones que pusieron en cuestión la forma que la conquista castellana tuvo de inaugurar la modernidad americana y su carácter específicamente colonial (Maldonado-Torres 2008; García 2019b, 2019a).

5En el año 1953, el historiador José María Torres Cordero, funcionario de la dictadura franquista en España utiliza el término colonialidad, en su obra Política colonial. Roselene Dousset-Leenhardt en su obra Colonialisme et contradictions. Étude sur les causes socio-historiques del’Insurrection de 1878 en Nouvelle-Calédonie utilizó en francés el término colonialité, tal y como ha descubierto el investigador chileno Patricio Lepe Carrión (2020). El pensador mexicano Horcia Labastidas (1988) utilizó el termino colonialidad en 1988 para referirse a los debates sobre el quinto centenario del mal llamado descubrimiento en América Latina. Fue en su manuscrito Colonialidad y liberación en América Latina. Ya en el año 1990 Gayatri Chakravorty Spivak (1990) en su texto Reading The Satanic Verses utilizó también el término coloniality.

6Para una historización del concepto colonialidad, en el contexto de las publicaciones de la red modernidad/colonialidad, la primera aparición será en el año 1992, cuando Immanuel Wallerstein y Aníbal Quijano (1992) publicaron el trabajo Americanity as a Concept, or the Americas in the Modern World. Dicho artículo saldrá traducido, ese mismo año como La americanidad como concepto, o América en el moderno sistema mundial y se publicará ese mismo año de 1992. Tras este trabajo, vendrá también en el 1992, otro artículo firmado por Aníbal Quijano, Colonialidad y modernidad/racionalidad. Tres años más tarde Walter Mignolo publicó Occidentalización, imperialismo, globalización: herencias coloniales y teorías postcoloniales (1995a), donde abordaría las mismas cuestiones que habían sido enunciadas por Wallerstein y Quijano en el artículo publicado años antes. El contenido y el desarrollo teórico del concepto parte de su origen en el pensamiento de los marxistas afrocaribeños. Wallerstein y Quijano habían compartido espacios de investigación y reflexión en Binhamton con Cedric Robinson (2020), pensador marxista afroamericano autor de la obra de referencia Black Marxism: The Making of the Black Radical Tradition. En dicha obra Robinson reivindicaba la dimensión racial del capitalismo tal y como había hecho anteriormente el afroamericano Harry Haywood (1898-1985), así como la dimensión sistémica del capitalismo como había defendido anteriormente el pensador de Trinidad y Tobago Oliver Cox (1901-1974). Immanuel Wallerstein reconoció que el carácter sistémico del capitalismo que dio lugar a su teoría del sistema-mundo la había inspirado Oliver Cox. Sin embargo, Aníbal Quijano nunca reconoció las contribuciones de los marxistas afroamericanos y afrocaribeños en su trabajo. Estos temas han sido trabajados por Ramón Grosfoguel (2022) en su última obra De la sociología de la descolonización al nuevo anti-imperialismo descolonial, publicada en el año 2022. Obra que yo mismo he editado, prologado y que incluye una entrevista biográfica que yo realicé al autor. La entrevista se puede leer también en García-Fernández (2019c).

Cómo citar este artículo: García Fernández, Javier. 2023. “Descolonizar el pasado. Perspectivas críticas con los legados coloniales en la historia y la historiografía”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 51: 51-75. https://doi.org/10.7440/antipoda51.2023.03

Recibido: 15 de Junio de 2022; Aprobado: 14 de Diciembre de 2022

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