SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.24 issue1Being diverse and critical interculturality from the Agroecological Market of Quindío: reflections for the praxis of decolonial Social Work author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Revista eleuthera

Print version ISSN 2011-4532

Rev. eleuthera vol.24 no.1 Manizales Jan./Jun. 2022  Epub Aug 31, 2022

https://doi.org/10.17151/eleu.2022.24.1.17 

Reseñas

Reseña del libro “Persona”

Jefferson Jaramillo-Marín1 

1 Profesor Titular del Departamento de Sociología, Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá, Colombia. Doctor en Investigación en Ciencias Sociales, Flacso, México. E-mail: jefferson.jaramillo@javeriana.edu.co. orcid.org/0000-0002-0016-7631.


En 2018, el historiador, escritor y activista por los derechos humanos peruano, José Carlos Agüero Solórzano, obtuvo el Premio Nacional de Literatura de su país, en la categoría de No Ficción, con el libro Persona, publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2017 y reimpreso en 2018.

Conocí a José Carlos en la conferencia internacional “Presencia del pasado. Urgencias del presente: los pasados autoritarios y totalitarios y los desafíos de las democracias contemporáneas”, llevada a cabo en la Universidad de Buenos Aires, entre el 24 y 26 de junio 2019 y me impactó la lucidez de su presentación, pero, sobre todo, las conversaciones pausadas de pasillo con café, especialmente su habilidad para generar incomodidad creativa con la palabra. Luego de eso le hicimos una invitación para una charla en Bogotá el 29 de octubre de 2019, en la Pontificia Universidad Javeriana, que él mismo tituló “De la verdad moral a las verdades a secas. Las narrativas luego de la Comisión de Verdad y Reconciliación peruana”, charla que hizo parte de un ciclo de conferencias sobre “Pedagogías de la verdad”, organizado por el Doctorado en Ciencias Sociales y Humanas junto con el Instituto Colombo-Alemán para la Paz - CAPAZ.

No conocía su obra, y agradezco de antemano el obsequio de este libro, por el mismo José Carlos, el día de la charla en la Javeriana, pues motivó esta reseña no solicitada. Hablo aquí más como un lector agradecido por lo que encontré allí y porque en varias de sus páginas logré avizorar la delicadeza -sin correcciones políticas y sin academicismos rimbombantes- en el abordaje de temas tan sensibles para nosotros los latinoamericanos como los derechos humanos, las violencias, la militancia y la paz. Su libro me ha sugerido rutas alternas y esperemos que algunos escapes reflexivos a mis propios enredos y convencionalismos en un camino investigativo que emprendí hace ya varios años en torno a los tejidos memoriales de las comunidades y los procesos de resistencia en Colombia.

En la introducción a su libro, José Carlos reconoce que este es resultado de una presunción-afectación no resuelta en un texto anterior -Los rendidos. Sobre el don de perdonar-, publicado por el Instituto de Estudios Peruanos en 2015 y dedicado a “indagar sobre el modo en que compartimos dilemas sociales y éticos en un presente nacido de tanta violencia” (p. 11). Esta presunción es algo que José Carlos considera compartido por un nosotros, no solo parte de un delirio personal y es: una evasión, una mentira, una convención sobre el yo que nos permite sobrevivir al horror. Para hacerlo negamos colectivamente una evidencia cruel: una enorme cantidad de nosotros no logramos conservarnos como sujetos un tiempo mínimo para fundar una historia o una experiencia que pueda ser transmitida o heredada. (p. 11)

Más allá del crudo escepticismo o del realismo devastador que puede derivarse de lo anterior -sobre todo para aquellos que hemos estado aferrados a la capacidad de agencia creadora de los sujetos, a las posibilidades transformadoras de la investigación social o a la imaginación subvertora de futuros propios- desde unos saberes emancipadores en medio de las “enormes capas de devastación de nuestras violencias”, como ha insistido el antropólogo colombiano Alejandro Castillejo en algunos de sus textos, considero que el libro ofrece rutas de posibilidad para transitar la evasión, la mentira, la crueldad de la evidencia, e incluso como luego lo afirma, de forma contundente, el “saqueo de la experiencia” (p. 12). Esta ruta la encuentro tanto en la diversidad de recursos discursivos y creativos que incorpora en su texto -fotografías, mapas, dibujos, poesía, documentos de archivo personal y personajes de diversa estirpe literaria o calado filosófico1- por ejemplo, las alusiones a Cesar Vallejo, Edmund Husserl, Alexander Cordell, Peter Sloterdijk, Lucian Blaga, Pearl S. Buck, David Rieff -entre otros- como en la forma en que va urdiendo el camino de su exploración literaria en diez partes, que además de finamente imbricadas entre sí, resultan altamente incitadoras a la conversación: tierra, mapas, fichas muelle, origen, posnatal, épica, traición, silencio y residuos.

A través de cada de una de estas partes, José Carlos condensa varias reflexiones o escenas que desde mi óptica tienen la intención de restituir las huellas, los reflejos, los vestigios, los despojos de lo que ha sido destruido sistemáticamente no solo por obra de una “violencia que no es excepcional” (p. 12) -incluyendo a sus padres ex senderistas asesinados por el estado peruano- sino también funcionalizados o domesticados por las políticas y las estéticas transicionales, además de los lenguajes y tropos tradicionales de las experticias pero también de los gestores burocráticos de la memoria, la paz y los derechos humanos en nuestros contextos. No obstante, es importante reconocer que José Carlos es cuidadoso con esto de la “restitución”, por aquello del “saqueo de la experiencia” y sobre todo por lo que podríamos nombrar delirio restitutivo o también delirio mesiánico de muchos investigadores -incluyéndome- cuando intentamos descifrar, explicar, registrar, resignificar o transformar la experiencia del dolor ajeno.

Una manera de sortear, preliminarmente esto último, lo encuentro en su estrategia de relato desde lo “concreto y cotidiano”2, desde “otras formas” distintas a las de la escritura convencional de las ciencias sociales que apelan habitualmente -para hablar y actuar en torno a estos menesteres- desde los artículos indexados o los informes de sistematización, y que en su caso remite a un lenguaje metafórico y de constantes aforismos, pero problematizando también ello, por el riesgo “funcional” que existe en la poetización y metaforización de la crueldad que al estetizar “oculta y oscurece”3.

Quisiera rápidamente referirme a cuatro de las diez partes de este libro, a partir de las escenas que emergen tras ellas y algunas pocas reflexiones personales que ha suscitado este texto, invitando de antemano al lector o lectora de nuestro país a aventurarse en esta sugestiva obra. La primera parte a la que aludo y con la que comienza el texto de José Carlos se titula tierra. Dos escenas contenidas allí llaman poderosamente mi atención. La primera describe a unos familiares que esperan a que los forenses del equipo de investigación del Ministerio Público les hagan entrega de los “restos”, de los “pedacitos de hueso, grumos y astillas” (p. 17), no sin antes observando y estremeciéndose ante los “últimos gramos de tierra de los que fueron personas”, posiblemente familiares dados por desaparecidos. La segunda nos revela a una mujer ex senderista que le cuenta a José Carlos cómo ha intentado “olvidar a su hijo” que recién nacido se vio obligada, por los mandos senderistas, a abandonarlo entre arbustos y rocas. Su recuerdo ha quedado indeleble en ella, al punto de “verlo con la lluvia, hecho parte del ciclo del agua” (p. 27).

Pero ¿por qué son poderosas estas escenas? A mi juicio, en ellas José Carlos provoca la pregunta por “lo esencial”, por “lo vital”, por “lo profundo” que persiste en los familiares o en la exmilitante que se resisten a que el recuerdo del otro quede encapsulado por un ritus procedimental forense de clasificación, embalaje y entrega de unos restos, o relegado a una narrativa que taxonomiza, que es reconstruida por la reflexión académica, o que tiende a ser museificada por el Estado o las ONG. Retumba en mi mente, por cuenta de la segunda escena, una expresión tristemente dulce que posiblemente contrarresta el gélido efecto de la también manía clasificadora y extractiva de las ciencias sociales y de las terapias reparadoras que buscan siempre respuesta objetiva a lo que sucede al otro: “cuando llueve, mi hijo regresa” (p. 27).

La segunda parte a la que quiero referirme la titula José Carlos mapas. Una escena atrae mi atención por la pregunta formulada ¿Cuál es el mapa de una vida? pero también por los tres mapas de Lima que consigna -intervenidos por el autor con sus propios códigos- (uno a partir de los mojones sangrientos que recuerdan entre otros, los lugares de desplazamiento, las zonas rojas, los sitios de tortura y los atentados terroristas; otros dos que condensan los trayectos o las rutas cotidianas y militantes de sus padres por la Lima que ellos conocieron).

Condensada dicha pregunta en un cuaderno en el que José Carlos “apunta los datos básicos para encontrar a alguien que hoy está muerto” (p. 42) incluyendo a sus padres, los mapas que la acompañan resultan sugerentes por las inquietudes derivadas que va desencadenando y que nos llaman a tomar en consideración los diversos imaginarios e interrogantes aún por desentrañar desde lo que ha sido la denominada “inflexión espacial” en las ciencias sociales y en particular su relativa importancia reciente en los estudios del pasado o en los habituales talleres cartográficos tan socorridos por las burocracias humanitarias y las investigaciones autonombradas como colaborativas y participativas: ¿son los mapas recursos para inventarnos un pasado cómodo, para caminar sin sentir que estamos pisando un muerto o un simpático lugar de memoria? (p. 43) ¿Son estos mapas de dolor “pura retórica”? ¿Están hablándonos los mapas de hitos domesticados, naturalizados o banalizados? ¿Importan reamente estas marcas a alguien cuando la mujer o el hombre de los que hablan ya son cadáveres? (p. 49).

De esta parte del libro, me quedo finalmente con esta reflexión, consignada también de manera más profusa que la que podamos lograr aquí por otros trabajos en los que se revela mediante investigación histórica y etnográfica la tensión irresoluta entre la práctica emancipadora y el poder retórico del mapas -pienso en el célebre trabajo de John Brian Harley “La nueva naturaleza de los mapas” y para el caso colombiano en la investigación de la ecóloga Johanna Herrera “Sujetos a mapas” -: los mapas informan, permiten moverse, otorgan espacialidad a la memoria, pero también guardan silencios e invisibilizan la vida.

La tercera parte se titula Épica y la imagen que traigo a colación para la reflexión la representa una historia documentada por informes periodísticos, testimonios, la Comisión de la Verdad y la Comisión Interamericana y es la masacre de presos de la isla penal de El Frontón en junio de 1986. Como se recordará, este episodio tuvo como detonante un amotinamiento de presos senderistas el cual fue controlado violentamente por la fuerza combinada de la marina de guerra y la guardia republicana peruana, teniendo como desenlace la tortura, el fusilamiento y la desaparición de un saldo de presos que algunos estiman en más de 120, otros como José Carlos en 80, aunque quizá no se sepa nunca exactamente el guarismo de la tragedia de lo acontecido allí. ¿Por qué referir este episodio? La respuesta de José Carlos es que, pese a la notoriedad de lo sucedido allí, “la isla sigue siendo un tabú” un “gran eufemismo nacional” (p. 125). Y esto es así, porque en esa isla también murieron los presos de los presos -los guardias republicanos tomados prisioneros- algo de lo que no se habla, “por la fuerza justiciera, la fuerza del orden, que destruyó a todos”.

Más allá del relato épico de lo acontecido allí para los senderistas o para el fujimorismo, dependiendo del lado que se quiera inclinar la balanza, esta historia del Frontón es una “historia sin héroes, es una historia de personas… llena de errores, luchas, resistencias, culpas y tensiones, de imperfectos” (p. 135). Es una historia no emblemática. Para los colombianos que recordamos hace poco los 35 años de la toma y retoma del Palacio de Justicia, nombrado por no pocos como el ”holocausto del Palacio” y aunque no puedan homologarse ambas escenas (la del Frontón y la del Palacio), estas últimas palabras de José Carlos no dejan de hacer eco e invitan a la pausa analítica en torno a las “narrativas emblemáticas” de ciertos acontecimientos: “ojalá alguien encuentre un modo de decir el dolor sin hilvanar santos y pecadores, mártires y cobardes, héroes y villanos, valientes y traidores, inocentes y culpables… [Ojalá alguien pueda hablar de esta] historia sin la lengua del orgullo” (p. 136).

Finalmente, la cuarta parte a la que quisiera aludir lleva por nombre residuos. Con ella José Carlos cierra su texto, haciendo uso de algunas ilustraciones y recuadros “que vuelven sobre aspectos de su propio discurso para ironizar sobre ellos”4. A propósito, dos ironías residuales, causticas y realistas, me sirven para cerrar esta reseña y con ellas invitar a la incomodidad epistémica y política de varios de nuestros tropos académicos y andamiajes burocráticos en torno a la memoria histórica, la subalternidad del testimonio o la museificación de la experiencia humana:

1ª ironía residual (p. 179):

“-Una vez di mi testimonio.

¿No sabías que no puede hablar el subalterno?”

-Una profesora recién me lo explicó

-¿Dónde?

-En un libro sobre mi testimonio…”

2ª ironía residual (p. 181):

“-Los mensajes dicen que la muestra es sublime

-Ajá

-Y que somos una gran contribución para la memoria

-Ajá, ¿y dicen algo sobre cuerpos desechos, o así?

-No…

-Siempre me sorprende como hablan de nosotros sin hablar de nosotros

-No sabes disfrutar del éxito”

3ª ironía residual (p. 185):

“-Somos memoria histórica, pertenecemos al tiempo que no pasa

-Preferiría ser parte del cuerpo de la nación…o tener un cuerpo!

-Eres un maximalista”.

Referencias

Agüero Solórzano, J. C. (2017). Persona. Lima: Fondo de Cultura Económica. 194 p. [ Links ]

1 Elementos subrayados en la reseña del libro realizada por el escritor Mateo Díaz Choza para la Revista Cuadernos del Hontanar, donde además se consideran recursos propios de la “neovanguardia”, según el autor poco comunes en los noveles escritores peruanos, para develar discursos hegemónicos. https://cuadernosdelhontanar.com/2018/06/19/persona-de-jose-carlos-aguero/.

2 Aspectos de la obra de Agüero, destacados por escritores como Mateo Díaz y José Frisancho. Para este último se recomenda https://escritoalmargen.lamula.pe/2018/01/17/para-reconocer-la-necropolis-que-compartimos/jorgefrisancho/.

3 Ver al respecto lo que comenta José Frisancho.

Cómo citar este artículo: Jaramillo, J. (2022). Reseña del libro “Persona”. Revista Eleuthera, 24(1), 328-332. http://doi.org/10.17151/eleu.2022.24.1.17.

Recibido: 23 de Septiembre de 2021; Aprobado: 23 de Octubre de 2021

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons