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Fronteras de la Historia

Print version ISSN 2027-4688

Front. hist. vol.18 no.2 Bogotá July/Dec. 2013

 

Spain, Europe and the Wider World, 1500-1800

J. H. ELLIOTT
Londres; New Haven: Yale University
2009 - 322 pp.

MARGARITA GASCÓN
Conicet, Argentina


Profesor emérito de Oxford, sir John Elliott revive en este libro su omnipresente pasión por entender al Imperio español dentro del complejo y cambiante marco del resto de las potencias europeas. Y el verbo "revivir", acá, es el que mejor describe su decisión de publicar nuevamente catorce ensayos que fueron impresos entre 1990 y 2007 en diferentes lugares. En el caso de un historiador agudo y creativo como Elliott, su acción está lejos de ser una mera repetición sobre la vigencia de sus ideas. Al contrario, la selección de los textos ilustra una trayectoria de interpretaciones innovadoras.

La obra comienza con una exposición sobre cómo eran las monarquías europeas a comienzos de la Edad Moderna. Eran monarquías compuestas. Elliott refiere la convivencia en ellas de diferentes lealtades, tradiciones y leyes, de modo tal que la subordinación de los locales al soberano estaba tenuemente determinada por la promesa de respetar aquellas lealtades, tradiciones y leyes como garantía de gobernabilidad. Así, este ejercicio del poder debía designar consejos y consejeros atentamente dispuestos a salvaguardar el poder real mediante la defensa de los derechos de las diversas regiones que componían el reino. Lo que en el siglo XVI eran las "patrias" (o sea, las regiones) se volvería una idea intolerable un siglo más tarde. El conde duque de Olivares concebía a España como "varios reinos pero una sola ley". Su frustrado anhelo unificador comenzó a cristalizar, aunque tímidamente, en el siglo XVIII. Sin embargo, Elliott nos advierte que el Estado unificado representaría un momento más en las tendencias oscilantes entre la diversidad y la unidad, que han sido la constante de la historia de Europa (24). En la segunda parte, en el capítulo 9, retoma esta noción de monarquía compuesta para analizar la distinción entre rey y patria en Hispanoamérica.

Volviendo a la primera parte, el capítulo 2 considera doscientos años durante los cuales Gran Bretaña aprendió de España y esta, a su vez, actuó respondiendo a los movimientos (reales o imaginarios) de aquella. Ese proceso de parecerse a veces y de diferenciarse a veces les imprimió una gran energía a las sociedades de ambos lados del canal de la Mancha, ya fuera por los esfuerzos de imitar comportamientos o por los de evitarlos.

A continuación, en el capítulo sobre la denominada gran crisis del siglo XVII, el libro nos reintroduce en uno de los más afamados debates de Past and Present de la década de 1960, que convocó a encumbrados historiadores marxistas y no-marxistas. El texto no describe las posturas de los diferentes autores sino que revisa con solidez la posibilidad de la combinación de los factores propuestos para explicar la crisis mencionada: desde la demografía y las guerras hasta la producción, el ambiente y el clima.

Luego, en el capítulo 4, la propuesta se concentra en la vida de la corte castellana en una década crucialmente mala para el imperio: la de 1640. En 1648, la Paz de Westfalia terminó con la guerra de los Treinta Años, un conflicto de horrores y desmoralización cuya obstinación y cuyas secuelas son seguidas por Elliott a través de obras de arte y escritos filosóficos y políticos.

La segunda parte del libro está dedicada a ese "mundo más amplio" necesario para entender los procesos en Europa. Y lo que primero se aborda es el rol de las colonias. Siguiendo la vieja distinción de Adam Smith, Elliott sostiene que algunas colonias habían surgido de un "proyecto comercial" mientras que otras respondían a un "proyecto de conquista". El capítulo inicial de esta segunda parte describe cómo Europa, en general, pero sobre todo España y Gran Bretaña ocuparon América, África y Asia. El resultado fue que, para comienzos del siglo XIX, el 35 % de la tierra del planeta estaba bajo el control de europeos (122). Esa ocupación, a pesar del esplendor de la conquista y de los beneficios de una dominación que permitía extraer valiosos recursos, nunca estuvo exenta de contradicciones.

Por eso mismo, en el capítulo 7, Elliott reconstruye las imágenes contrapuestas del Barroco español sobre los males que tanta riqueza americana le había traído a España. La riqueza había alejado a la sociedad de las antiguas virtudes (idealizadas) de un pasado medieval en el que la vida había sido simple y austera. Y, en consecuencia, cristiana y virtuosa. La riqueza que había fluido desde América había instalado la codicia en los corazones y el cáncer de la corrupción en la corte. Propio de la contradicción barroca era el hecho de que, a pesar de los males, ningún rey pudiera abandonar a América, ya que si América estaba en poder de España, lo estaba porque esa había sido la elección del Altísimo. Entonces, España era el pueblo elegido y América le había sido encomendada. Y nadie podía renunciar a las obligaciones derivadas de la elección divina.

Más adelante, en otro capítulo, Elliott trabaja sobre las percepciones del espacio, el ambiente y el otro social en el momento en que llegaron los europeos a América. Un panorama que tampoco estuvo exento de ansiedad. Los que arribaron a América, en efecto, enfrentaron una realidad diferente en múltiples aspectos. Por ejemplo, dadas las doctrinas de la época, se podía pensar que el nuevo sitio con su nuevo clima -tropical, sobre todo- corrompería irremediablemente el temperamento de los pobladores.

Las diferencias entre Gran Bretaña y España en cuanto a la ocupación y organización del espacio americano se estudian en otro capítulo.

Finalmente, el capítulo 9 desemboca en las revoluciones que llevaron a la Independencia. Lo que intriga en este caso es que mientras las trece colonias inglesas lograron formar una república que se expandiría sin pausa y, a pesar de los inconvenientes, sentaría las bases en el siglo XIX de su hegemonía continental, los cinco virreinatos hispanoamericanos dieron lugar a diecisiete repúblicas. Puede que los historiadores de "este lado del océano" veamos una cuota de simplificación en el análisis que realiza Elliott sobre las causas y los procesos relacionados con esto, pero no hay nada de candor ni en sus hipótesis ni en sus conclusiones.

La tercera parte del libro se elabora sobre la base de las representaciones artísticas. El argumento histórico está dado aquí tanto por el contenido de las imágenes como por la vida de sus creadores (el Greco y Velásquez) en el contexto de los imperios de España y de Europa. Los tres capítulos de esta parte son lecciones de maestría. Por un lado, está la maestría de aquellos pintores de los siglos XVI y XVII. Perspicaces observadores a la vez que diestros en el oficio, retrataron lo que se podría denominar "la verdad del momento". Y esto es igual de válido por lo que respecta a La rendición de Breda, al retrato del papa Inocencio X con su terca personalidad o al del conde duque de Olivares en el instante de su apoteosis. Y, por el otro lado, está la maestría de la reconstrucción histórica que hace John Elliott, capaz de descubrir en la materialidad estética una forma más de documentar el pasado. Su aspiración a "encontrar conexiones y comparar", según confiesa en el prefacio, está, una vez más, satisfactoriamente cumplida.

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