Introducción
El liberalismo en Ecuador tuvo un largo proceso de transformación a lo largo del siglo XIX. El programa radical llego al poder, en 1895, después de duras pugnas con los sectores terratenientes y clericales. Sin embargo, no fue el primer grupo de liberales que gobernó Ecuador (Borja 2015).1 A estos gobiernos liberales les siguió uno conservador, de Gabriel García Moreno (1821-1875), el mismo que puso en marcha un proyecto de modernidad católica, en el cual el catolicismo funciono como un aglutinante de la sociedad civil debido a que el país se encontraba fuerte-mente fragmentado en regiones (Maiguashca 2005).
El garcianismo fortaleció el control del Estado, entrego la educación a las órdenes religiosas, y busco reformar el clero. Dentro de esto, firmo un Concordato (1863) y consagro el país al Sagrado Corazón de Jesús (1873). A pesar del gran protagonismo que recibió la Iglesia en este proceso, el clero local se opuso a las reformas gracianas. Sin embargo, García Moreno logro intervenir los conventos y el desenvolvimiento del clero trayendo sacerdotes y monjas extranjeros (Ayala Mora 2011), en la busque-da de una regeneración moral del país (Herrera 2006). Estos cambios en el ambiente eclesiástico ecuatoriano marcarían dos aspectos fundamentales a fines del siglo XIX. Primero, los prelados y sacerdotes que hicieron frente a la Revolución Liberal fueron educados bajo el marco garciano. Segundo, el predominio del clero extranjero sería uno de los aspectos cruciales que marcaría el discurso anticlerical de los radicales.
A raíz del garcianismo, la Iglesia en Ecuador había ganado un gran poder y había logrado obtener un monopolio social fuerte. La hegemonía con la que contaba, muchas veces la llevo a negociar con los débiles gobiernos que le sucedieron a García Moreno. Fue capaz de revertir reformas y ser la garante de la estabilidad administrativa en el Ejecutivo. En los diez Últimos anos, antes de la Revolución liberal, un ala de los conserva-dores postgarcianos, identificada con el liberalismo católico, se estableció en el poder. Conocidos como los progresistas, enfrentaron la presión de los sectores conservadores y liberales. Además, la banca de la Costa había adquirido un gran poder económico (Ayala Mora 2002), y la Iglesia era uno de los puntales del Estado. A partir del garcianismo, Ecuador había experimentado un boom cacaotero, del cual, tanto la Iglesia como el Estado recibían réditos tributarios. Durante el progresismo, el diezmo había sido sustituido (1889), después de la venia pontificia (Cárdenas 2007), por el impuesto del tres por mil,2 redito que le correspondía exclusivamente a la Iglesia (Espíndola 2013).
El ocaso del progresismo llego durante el gobierno de Luis Cordero Crespo (1833-1912). La venta de la bandera fue el episodio que marco la caída y los Últimos días de su gobierno. Esto sucedió en 1894, en el contexto de la guerra entre China y Japón. Una nave llamada Esmeralda debía ser entregada por Chile a los japoneses. Sin embargo, la declarada neutralidad chilena no permitía el uso de su bandera para que los intermediarios norteamericanos realizaran la transacción. Así que, recurrieron al gobernador José María Placido Caamaño (1837-1900) para realizar dicho cambio, usando la bandera ecuatoriana. A fines de 1894, el escandalo salpico al gobierno (Ayala Mora 2002), a lo que le siguió la Revolución liberal (1895), la cual estallo en la ciudad portuaria de Guayaquil, y tuvo otros focos de combate en pequeños poblados de la Sierra.
Para el análisis del conflicto entre Estado e Iglesia en Ecuador, como parte del pro-ceso de secularización, es necesario tomar en cuenta el ámbito religioso al igual que el político (Cárdenas Ayala 2007). Lynch (2012) sostiene que el enfrentamiento entre las dos partes tiende a ocultar la cuota pastoral de los obispo dentro dicho proceso. Así, cuando se investiga sobre la pugna entre los liberales y el clero, se busca la participación política del último sector, alejada de su rol religioso. Es importante tener en cuenta el cambio generacional que se dio en el clero entre 1905 y 1906 (Ayala Mora 2002; Medina 2010). La generación de obispos y sacerdotes que enfrentaron los primeros momentos de la Revolución y sus primeras reformas, habían iniciado su camino sacerdotal durante el garcianismo, y tenían una visión diferente sobre el rol político de la Iglesia y la idea de una esfera religiosa. Cuestión que empezaría un cambio notorio diez años después.
Existen dos aspectos importantes cuando se estudia al conflicto entre la Iglesia y el liberalismo en 1895. Primero, dentro del discurso eclesiástico, es posible encontrar alusiones sobre un ataque a la religión y un sinnúmero de reformas que traía el liberalismo para destruirla. Esto, por un lado, muestra el rechazo del clero a puntos que suelen identificarse como parte del proceso de secularización, como diferenciación de esferas (Casanova 1994)3, a pesar de que dicho proceso ya se venía dando desde inicios del siglo XIX. Por otro lado, a través de circulares, pastorales y expresiones masivas de religiosidad, deja evidenciar que "una sociedad católica puede temer algo más que la muerte: los supuestos ataques a su religión" (Staples 2009, 277).
La secularización no fue el único punto que preocupo al clero, y sobre todo a la jerarquía eclesiástica. El programa de cambios que anunciaba el liberalismo radical ponía en riesgo su hegemonía religiosa (Caicedo 2008). El liberalismo acertaría un duro golpe a dicha hegemonía controlada por la Iglesia. Por lo cual, esta se opuso a dicho proceso durante casi diez años (1895-1905). En este periodo no solo consideraba ser la única rectora de la voluntad de los ecuatorianos (Giacaglia 2002), también se oponía a que el catolicismo dejase de ser la religión oficial del Estado.
El presente artículo analiza las estrategias e iniciativas del clero de la Arquidiócesis para detener el avance de la Revolución liberal en su camino desde Guayaquil hacia Quito. Si bien se recurre a un análisis del discurso y a la contratación de fuentes alrededor del proceso de ascensión del liberalismo al poder, no se puede dejar de reconocer que las fuentes van a tratar con mayor énfasis la participación del arzobispo Pedro Rafael González y Calisto (1839-1904), y de la jerarquía eclesiástica de Quito, debido a que los archivos que se pudieron localizar sobre estos individuos son más numerosos que para el resto del clero.
Las fuentes de prensa tienen un papel crucial. Muchos de los diarios de fines del siglo XIX tuvieron una vida corta, fueron generados debido a la coyuntura política y llevaban consigo una gran cantidad de pseudonimos (Rolando 1920). Aun así, es posible encontrar referencias de los préstamos al gobierno, las pastorales, las circulares y adhesiones, y a las manifestaciones masivas de fe. Los liberales, en sus diferentes tendencias, el gobierno, el clero y los conservadores generaron sus aparatos de prensa para difundir sus ideas y su posición ante las delicadas circunstancias que afrontaba el país. En el ámbito eclesial, tal vez las publicaciones periódicas más completas fueron: el Boletín Eclesiástico,4El Pueblo,5 y El Industrial.6
Sin embargo, se presenta una serie de fuentes manuscritas e impresas poco trabajadas, vinculadas a iniciativas y estrategia como: el apoyo del clero destinados a levantar a la población y exaltar los ánimos de los fieles, los auxilios económicos y de recursos a la campana armada para detener a las montoneras liberales, los actos religiosos masivos y las conmemoraciones dirigidas por la curia metropolitana.7 A través de estas fuentes se intentara entender la participación del resto del clero y de otros miembros de la Iglesia en su oposición al liberalismo, su rechazo a la secularización y el temor frente a la perdida de una hegemonía religiosa.
Sermones y documentos diocesanos sobre los liberales
Desde que comenzó el año 1895, el gobierno del progresista Luis Cordero Crespo se salpico con una serie de escándalos. El Presidente no pudo conciliar la oposición y presión del resto de sectores políticos, por lo cual, renuncio el 16 de abril de ese año. Así, el vicepresidente Vicente Lucio Salazar (1832-1896) se hizo cargo del poder. Sin embargo, esto no garantizaba una transición pacífica por medio de elecciones, como se había acordado. De hecho, debido a que Salazar era conservador, los ánimos liberales rechazaron al nuevo gobierno. Así, el 5 de junio de 1895, los liberales proclamaron a Eloy Alfaro (1842-1912) como Jefe Supremo en Guayaquil.
Los liberales continuaron su lucha por subir a la Capital, lo cual preocupo al gobierno y a la misma Iglesia. Ambos movieron una serie de recursos para impedir el avance de los ejércitos revolucionarios. Sin embargo, las circunstancias requirieron que el gobierno solicitase los auxilios de la Iglesia, y sobre todo, el compromiso del metropolitano Pedro Rafael González y Calisto para sofocar a las montoneras. El gobierno dependió de los préstamos de diversos sectores de la Iglesia, todos lo-grados no únicamente bajo las licencias conferidas al gobierno por el Concordato, sino también por la intervención del Arzobispo. Así, entre junio y agosto de 1895, el clero arquidiocesano presto dinero, movió recursos, sacerdotes, realizo actos públicos y procesiones masivas, y exhorto a los fieles a apoyar al gobierno. Pero, los triunfos del ejercito liberal en la Sierra lo aproximaron a Quito a mediados de agosto de 1895. La crisis en el gobierno se hizo sentir con la salida de Lucio Salazar. La posterior acefalia que ocasionaron las contiguas posesiones y renuncias de Carlos Matheus Pacheco (1840-1924) y Arístides Rivadeneira Ponce permitieron que el 26 de agosto se proclamase a Belisario Albán (1853-1925) como Jefe Civil y Militar de Quito hasta la llegada de Alfaro, el 4 de septiembre (Ayala Mora 2002).
La Iglesia debe ser pensada desde una perspectiva global. Así, la oposición del clero al liberalismo se vio influenciada por las noticias e información que tu-vieron sobre las diferentes revoluciones acaecidas en Europa y Latinoamérica, en las cuales el clero, según ellos, había sido perseguido y la Iglesia había perdido su hegemonía religiosa. En Ecuador, la Iglesia y el clero conservaban un monopolio de los diferentes aspectos de la vida social. Su capacidad de interpelar al Estado y al gobierno podía modificar las disposiciones y poner freno a las reformas que no le eran convenientes. Así, sacerdotes y prelados habían tenido noticias de las medidas radicales y anticlericales del liberalismo, por lo cual no les parecía concebible que con ello se desestabilizara el orden de la Republica del Sagrado Corazón de Jesús.
Si bien, la idea de una Republica de ese tipo se puede hallar en las fuentes producidas en la época, Fernando Hidalgo ofrece una explicación más concreta:
"Al SCJ8 hay que entenderlo como un esfuerzo dirigido a preservar un monopolio espiritual e ideológico" (Hidalgo Nistri 2013, 251). De ese modo, el clero propendió a convocar, en pos de su causa, al resto de miembros de la Iglesia (laicos) con el fin de mantener intacto dicho ideal.
Con las noticias llegadas desde Guayaquil, el 14 de junio de 1895, el arzobispo Pedro Rafael González y Calisto9 dirigió a los fieles su "Carta Pastoral contra el Radicalismo".10 En este escrito, el Prelado advertía de los peligros del liberalismo. Para el, la religión era la fuente de la verdad, la perfección, la victoria, la moral y la fortaleza, mientras que el liberalismo era la negación de dicha verdad, la mentira, el error, la destrucción de la moral y el orden social. Por esa razón, el liberalismo se convertía en el enemigo de la religión y la Iglesia: "El enemigo llama a las puertas de la Republica consagrada al Divino Corazón de Jesucristo, a las puertas del pueblo católico por excelencia, del pueblo que ayer no más, era la gloria de la Iglesia y la envidia de todos los creyentes".11 De ese modo, el Arzobispo establecía una serie de comparaciones bíblicas para describir las intenciones de los liberales. Así, tanto el liberalismo como el radicalismo eran inferiores a la serpiente que tentó a Eva, comparables a monstruos del inferno12. Por lo tanto, serían enemigos de Dios, la Iglesia, la sociedad y la familia.
González y Calisto describía un panorama lúgubre de los países en los que el liberalismo había triunfado. Con una Iglesia vencida, la familia, el Estado y la sociedad habrían entrado en perdición después de que la población confiase en las promesas del liberalismo. El Metropolitano asumía que las reformas impulsadas en otros países tenían el fin de descristianizar a la sociedad y corromper el estado de la civilización defendido por la
Iglesia. Sin embargo, consideraba que el proceso por el cual el liberalismo había logrado calar en la sociedad se debía a los pecados de la población. En ese estado, el papel de la prensa habría sido fundamental: "La prensa impía, blasfema y sediciosa de la costa ha extraviado y pervertido muchas inteligencias; la prensa apasionada y virulenta del interior ha concitado las pasiones de partido".13 De esa forma, el liberalismo había logrado calar, estaría intentando tomar el control del país, y buscaría destruir a la sociedad.
El Arzobispo se detenía en el caso colombiano para explicar de mejor forma lo que había sucedido en otros países. El mejor ejemplo seria el número de monjas, curas y laicos, que llegaron a Ecuador a refugiarse, mientras los liberales estuvieron al frente del gobierno en Colombia. Así, la masonería estaba, según él, estrechamente vinculada al liberalismo y sería capaz de establecer redes entre los liberales de los diferentes países. Por esa razón, exhortaba al pueblo a apoyar al gobierno por el bien social del país. La cruz y el estandarte nacional se convertirían en símbolos de la lucha de una Republica católica; llamaba a las monjas, mujeres y sacerdotes a levantar sus brazos y luchar por medio de la oración. Los ricos, por su parte, debían apoyar económicamente al gobierno para establecer una defensa, y el resto de ciudadanos: "vuelven los hijos del pueblo a engrosar las filas de nuestro ejército a fin de que la sola actitud resuelta, enérgica, imponente de nuestros intrépidos guerreros, de tal modo intimide al enemigo, que alcancemos las victoria sin combate, sin sangre".14
Este llamado a las armas no únicamente se daba a razón de un deber como cristianos ante el pedido de su Prelado, y de ciudadanos ante las necesidades de la Nación. La cuestión devocional jugo un rol muy importante en los discursos del clero. El Arzobispo recurría a las imágenes marianas, al Corazón de Jesús y a Mariana de Jesús para enarbolar los ánimos y buscar el apoyo de los fieles: "más nos vale morir en el combate, que ver el exterminio de nuestra Nación y del Santuario".15
Se buscó divulgar la Carta del Arzobispo a la mayor cantidad de fieles. Se dispuso que debía ser leída obligatoriamente en todas las parroquias, se la envió a otras diócesis y se la difundió entre los laicos. Por su parte, el gobierno se interesó en que las palabras de González y Calisto contra el radicalismo y el liberalismo llegasen a la población, por lo que dispuso que se reimprimiese la Carta con un tiraje de 500 ejemplares adicionales (Lizarzaburu 1895c).16 El alcance de la Pastoral no quedo únicamente dentro del país. Desde Colombia, el Prelado recibió elogios por su descripción del liberalismo y por su postura pastoral (Vergara 1895). 17
La respuesta de los liberales contra la Pastoral del Metropolitano no se hizo esperar. El periódico El Correo Nacional denuncio que la Carta exacerbaba las pasiones políticas, calumniaba a los liberales y defendía al partido enemigo del honor nacional. Criticaban a su vez el llamado que González y Calisto hizo a las armas y aseguraban que los liberales respetaban la religión (Calle 1895).18 No se hizo esperar una respuesta ante las declaraciones del periódico. El Cabildo eclesiástico protesto por la publicación, ya que la consideraba como ofensiva al Prelado, asegurando que pretendía disminuir el ánimo de los fieles: "Que esas ofensas ha recibido el Ilmo. y Rmo. Señor Arzobispo porque valerosamente y apostólicamente ha salido a desenmascarar a los enemigos de la Iglesia, que se han puesto capa de Religión, para asegurar mejor las acometidas a la Fe, a la Moral y a los fundamentos del orden social" (Romero et al. 1895, 292).19 Por esa razón, solicitaban al gobierno sanciones al periódico. A este acuerdo se unió un grupo de sacerdotes (U. Pérez et al. 1895).20
El discurso del Arzobispo despojaba de toda característica religiosa a los liberales. Empero, muchos de estos eran hombres profundamente religiosos, pero opuestos a la Iglesia y a su poder. De ese modo, la arremetida del Prelado defendía el privilegio eclesiástico y el orden social imperante. Los sermones y platicas de otros sacerdotes sobre el liberalismo eran una apologética característica del siglo XIX (Morales 2013). Las metáforas o alusiones bíblicas intentaban ejemplificar el escenario y el contexto de ese momento.
El 30 de junio de 1895, el franciscano José María Aguirre (1851-1919) ofreció una plática con motivo de una procesión salida de la iglesia de San Francisco. El Fraile establecía dos comparaciones. La primera era que la Republica era semejante a la viña de Dios,21 mientras que la segunda era que el Corazón de Jesús era la hiedra22 que había dado sombra a Jonás en su travesía. Aguirre aseguraba que la viña y la hiedra se encontraban afectadas por el liberalismo. Así, la Republica del Sagrado Corazón de Jesús necesitaba volver a su antiguo estado.
Aguirre sostenía que el pueblo pecador era como gusanos23 que se comían las raíces de la hiedra, la misma que se encargaba de protegerlos y había sido un don entregado por Dios al Ecuador. Si bien los pecados a los que se refiere el francisca-no podían ser faltas leves pero numerosas, también creía que se habían fomentado por la presencia del liberalismo: "Mordida la raíz por el gusano roedor que anda bajo la tierra, por las sectas masónicas que han corrompido al pueblo, empieza a secarse la hiedra" (Aguirre 1895, 305).24 La alternativa para destruir al gusano sería dejar el pecado de lado a través de la penitencia.
En cambio, las raposas25 que asolaban la viña eran los liberales. En su momento, habrían sido pequeñas, de tal modo que no se las persiguió antes. Sin embargo, Aguirre aseguraba que se habían convertido en un problema difundiendo sus ideas por medio de la prensa y las asociaciones liberales. Para ese momento, el franciscano ya identificaba hombres públicos que habrían fomentado la división en los partidos y la discordia entre los políticos. Así, las pretensiones del liberalismo habrían sido asolarlo todo. Aguirre decía, que una vez muerto el gusano, debían enfocarse en destruir a las raposas:
Muerto este enemigo, este gusano roedor de la yedra, débese perseguir al otro, que son las raposas que destruyen la viña, atacándolas en sus madrigueras. Los que tienen autoridad para ello, con brazo firme han de disolver las sociedades masónicas y liberales; y con la espada de su autoridad, pues no la llevan en vano, han de herir de muerte las publicaciones por la imprenta en que se ataca ya directa, ya embozadamente la fe, la moral, el respeto debido a los Prelados y superiores. Y los que no tiene esta autoridad, han de servirse del prestigio e influjo de que gozan en los diversos círculos sociales, para dar muerte al Liberalismo. Prohíban entrar en sus casas las publicaciones liberales, y despedacen cuantas puedan haber a las manos; opónganse a las doctrinas y dichos de los liberales, ya refutándolos, y si esto no es posible, siquiera con la indignación y el desprecio (Aguirre 1895, 307).26
Aguirre recomendaba apoyar al gobierno con dinero, recursos y hombres. A la par creía importante las manifestaciones públicas de fe, procesiones, actos litúrgicos, entre otras. Esto se enmarca en lo que Francisco Ramón reconoce como una estrategia de los católicos para mostrar la vigencia de su fe cuando sentían que la amenazaban (Ramón 2014). El franciscano terminaba su plática apelando a la religiosidad del pueblo e incentivando la devoción a los santos: "José, patrono de la Iglesia, ven a defender a este pueblo niño, a quien Herodes busca para matarle! Virgen dolorosísima que al pie de la cruz aplastaste la cabeza de la antigua serpiente, ven y destruye la cabeza de la revolución que quiere engullirnos!"(Aguirre 1895, 311).27
Las exhortaciones, adhesiones, protestas y demás no cesaban de parte del clero de la arquidiócesis. En julio de 1895, arribo a Quito el obispo de Portoviejo, Pedro Schumacher (1839-1902),28 quien había salido de su diócesis junto a sus sacerdotes bajo el resguardo de un batallón de veteranos, después de que los liberales tomaron esa plaza. Así, el 26 de julio, el capuchino Gaspar de Cebrones (1864-1933) dirigió un sermón en la Catedral de Quito en el cual narraba lo que les había sucedido en su salida de la localidad de Calceta.29 Al igual que González y Calisto, y Aguirre identificaba al liberalismo como enemigo de la religión y encarnación del mal: "y cuando por las circunstancias que lo rodean se ve obligado a reconocer el gran poder del Creador dominando a la débil criatura, entonces arrogante y soberbio vomita por su boca aquella infernal blasfemia ¡Non serviam!30" (De Cebrones 1895, 338).31 El sacerdote aseguraba que los liberales habrían querido agredirlos en Calceta. En ese momento, los veteranos del ejercito llegaron a su rescate derrotando a los liberales y mostrando superioridad ante ellos. Aseguraba que ellos no habían agredido a los liberales como la prensa de esa tendencia afirmaba.32 Por el contrario, los liberales habrían vilipendiado a los sacerdotes y a las madres benedictinas, y disparado al capuchino Ángel Avinonet. Sin embargo, aseguraban que estos solo podían ser enemigos de la religión:
¡Viva Alfaro! ¡Viva la masonería! ¡Muera Jesucristo! ¡Ah! estas palabras eran para nosotros como también para ti deben serlo, pueblo cristiano, palabras muy significativas, y bien pronto hemos llegado a experimentar sus efectos cuando los mismos revolucionarios redujeron a la práctica sus infames teorías (de Cebrones 1895, 340).33
El capuchino aseguraba que su testimonio bastaba para resumir lo que buscaba y hacia el liberalismo, por lo que invitaba a los fieles a no seguirlo. Pero a su vez, les pedía no ser indiferentes ante el conflicto que vivía el país, ya que el objetivo del liberalismo era acabar con todo el edificio social. Así, al igual que los dos casos anteriores, invitaba al pueblo a levantarse en armas contra los liberales: "Defiende con ardor la santa causa de Dios y aprende de esos valientes de quienes, viéndolos reunidos en la plaza de Calceta después del triunfo glorioso pudimos decir: he aquí bien representada la Republica del Sagrado Corazón" (De Cebrones 1895, 343).34 Adicional a eso, la prensa católica había publicado un reportaje del "Comercial Advertiser" de New York, en el que se informaba sobre la llegada de un grupo de madres benedictinas desde Ecuador, las cuales "fueron cruelmente tratadas y obligadas a huir del Ecuador por partidas de montoneros para salvar en vida. Las Religiosas tenían a su cargo un grueso número de niños a quienes instruían, pero fueron obligadas a dejar el país en condiciones deplorables" (Comercial Advertiser 1895, 4).35 Así se tachaba a los liberales de barbaros y anticatólicos.
Este tipo de escritos no solo deben ser pensados desde un análisis político, el ámbito religioso está estrechamente inmerso en los discursos del clero. En ambos casos, la unión de Estado con Iglesia y el monopolio social que esta última tenía eran dos aspectos ligados al funcionamiento social que se desestabilizaría, según González y Calisto, Aguirre y de Crebrones, si el liberalismo llegase a triunfar. Entre las advertencias que el Prelado y presbíteros dirigían a los fieles se encontraba latente la desconfianza hacia la secularización y la preocupación por la posible afección de la hegemonía religiosa que legitimaba el poderío eclesiástico. Dentro de esto, la posibilidad de que la incursión del liberalismo abriese las puertas a doctrinas, consideradas contrarias, se volvía en la contrapartida de la idea que la Iglesia tenia del catolicismo como "la única religión, no solo del Estado, sino también de la sociedad" (Serrano 2006, 238).
Los discursos revisados fueron ejemplos de alocuciones publicadas. En el resto de diócesis, los vicarios, administradores apostólicos y obispos exhortaban contra el liberalismo. Del mismo modo, en las vicarias foráneas y parroquias adjuntas a Quito, los sacerdotes debieron opinar sobre el tema. Estos documentos tenían la finalidad de mostrar el posicionamiento del clero y abrirlo hacia la Iglesia en general. También, pretendían conseguir el apoyo económico y humano del mismo clero y los fieles, además de llegar a estos a partir de la interpretación que los sacerdotes hicieron del liberalismo hasta antes del triunfo de la Revolución.
Recursos y ayuda económica del clero para detener a la Revolución
Durante el conflicto armado, el clero arquidiocesano apoyo al gobierno con una considerable suma de dinero para detener el avance liberal. El 12 de junio de 1895, el gobierno recibió del Cabildo Eclesiástico 2 000 sucres como aporte voluntario (Lizarzaburu 1895b)36:
S. E. me ordena decir que agradece de todas veras el Gobierno el donativo que con tanta espontaneidad se le hace y que no duda de que, vista la necesidad que hay de salvar el país de las actuales graves emergencias Su Sria. Ilma. seguirá prestando su apoyo, como hoy, al encargado de velar por el orden constitucional y la conservación incólume de nuestras creencias religiosas tan descaradamente amenazadas, al presente, por los impíos (Barba Jijón 1895, 1).37
El 1 de agosto, el Gobierno solicito al Arzobispo que disponga el préstamo de los sobrantes de los impuestos del tres y uno por mil.38 Como el Delegado Apostólico había dispuesto que dicho fondo debiera destinarse a cubrir el déficit del resto de diócesis, el Arzobispo no podía disponer tan fácilmente de ese dinero (González y Calisto 1895+f).39 Sin embargo, el Ministro de Hacienda comprometía al gobierno a responsabilizarse ante el Delegado Apostólico por el préstamo, seguro de que este no lo negaría: "Todos los Gobiernos católicos; aún más, todo Gobierno ha encontrado auxilio en la Iglesia para salvar su honra y su dignidad, sobre todo en la lucha con los enemigos de esa misma Iglesia, madre cariñosa de sus fieles hijos" (González y Calisto 1895g).40 Bajo esos términos, el Arzobispo dispuso que el tesorero, Juan de Dios Campuzano entregase los sobrantes del tres y uno por mil como préstamo al Gobierno. Así, el empréstito llegaba a los 7849,16 sucres (González y Calisto 1895e).41
La intervención del Arzobispo de Quito no se limitó a proporcionar dinero de la curia. El 20 de agosto de 1895, el Prelado solicito a las órdenes religiosas nuevos préstamos para el Gobierno (Coba 1995, 17). González y Calisto había convocado a junta a los priores y principales de los conventos de Quito para analizar la pertinencia de los préstamos. Sin embargo, las órdenes religiosas solo podrían prestar dinero al Gobierno si hipotecaban algunas de sus propiedades. Para lo cual necesitaban autorización pontificia. La alternativa que encontró el Arzobispo fue que ante las necesidades del momento, él se responsabilizaba de comunicar al Papa de su autorización para que las ordenes hipotecasen sus propiedades:
En este conflicto, ha creído que las leyes canónicas deben ceder ante la necesidad suprema de salvar con la Religión amenazada por el radicalismo también, la Patria y los intereses temporales de las mismas Órdenes religiosas que no serían perdonadas como no lo han sido en ninguna parte en donde se haya entronizado el radicalismo (González y Calisto 1895h, 333).42
Los documentos de la temporalidad que se aborda no ofrecen todos los datos sobre los miembros del clero que prestaron auxilios monetarios al gobierno. Sin embargo, se sabe que los mercedarios, dominicos, conceptos, carmelitas descalzas, catalinas, hijas de María de San Carlos y redentoristas ofrecieron considerables su-más de dinero. Además, la gestión del Arzobispo no quedo ahí, también solicito la ayuda de sus sufragáneos, de los canónigos de la Arquidiócesis, cofradías y, junto al Gobierno, solicito una contribución de entre 100 y 200 sucres a todos los párrocos. Ciertos datos al respecto se pueden apreciar en la tabla 1.
Prestamista | Cantidad (sucres) |
---|---|
Párroco de Santa Bárbara | 50 |
Mercedarios (primer préstamo) | 4 000 |
Cabildo Eclesiástico | 2 000 |
Mercedarios (segundo préstamo) | 5 000 |
Conceptos (primer préstamo) | 1 500 |
Sobrantes del tres y uno por mil | 7 849,16 |
Párroco de San Sebastián | 160 |
Obispado de Riobamba | 1 000 |
Vicaría General | 2 000 |
Cofradía de la Santísima Trinidad | 500 |
Hijas de María de San Carlos | 10 |
Alejandro Mateus (sacerdote) | 30 |
Alejandro López (sacerdote) | 30 |
Redentoristas | 400 |
Vicente Zaldumbide (sacerdote) | 305 |
Conceptas (segundo préstamo) | 168 |
Carmen Bajo (carmelitas descalzas) | 864 |
Dominicos | 992 |
Pedro Rafael González y Calisto | 4 704 |
Total | 31 562,16 |
Fuentes: Pedro Ignacio Lizarzaburu (1895a). En: ANE, Fondo Especial, República del Ecuador, caja 517, "Préstamo de los mercedarios al gobierno", Quito, 5 de junio de 1895; CarlosPérez (1895b). En: ANE, Fondo Especial, República del Ecuador, caja 518, "Oficio del Ministro de Hacienda sobre el préstamo de los mercedarios", Quito, 21 de agosto de 1895; El Pueblo. 1895c. "Prestamistas del 8/100.1895; El Pueblo, Quito, agosto 4; Carlos Pérez (1895a). En: ANE, Fondo Especial, República del Ecuador, caja 518, "Préstamo de las conceptas al gobierno", Quito, 20 de agosto de 1895; Genaro García (1897). En: ANE, Ministerio del Interior, Pichincha, caja 71, "Cuadro de Cuentas de Crédito Público desde Junio de 1895 a Diciembre de 1897", Quito; Pedro Rafael González y Calisto. 1895d. En: ANE, Ministerio de Hacienda, Varias Autoridades, caja 1155, "Contribución del cura de Santa Bárbara", Quito, 9 de agosto de 1895; Pedro Rafael González y Calisto. 1895c. En: ANE, Ministerio de Hacienda, Varias Autoridades, caja 1155, "Contribución del cura de San Sebastián al Gobierno", Quito, 9 de agosto de 1895.
A pesar de ello, las órdenes no pudieron cumplir con las expectativas del Gobierno. A principios de agosto, el Prior de los dominicos se resistía a prestar más de lo que las posibilidades del convento le permitían (Duranti 1895).43 Otro caso especial fue el de las órdenes religiosas de clausura femeninas,44 quienes se excusaban de aportar con bajas cantidades debido a que no disponían de lo suficiente para cumplir con lo que el Gobierno requería: "se haga por nuestra parte un empréstito de s/ 9 600. Contesto ser demasiado sensible no poder satisfacer el ardoroso deseo que abriga en nuestros pechos, el poder cooperar con esto" (Zoila de la Encarnación 1895, 1).45
Por otro lado, muchos párrocos no alcanzaron a cubrir la cuota de 100 o 200 sucres que se les había solicitado. Estos se excusaban, a través del Arzobispo, por entregar cantidades menores e incluso por no entregar nada: "me hace saber [el cura de Puembo] que está enfermo de gravedad, y aun sacramentado, por lo cual le es imposible dar la referida cantidad ni otra menor, siendo muy exiguos los rendimientos de su beneficio y excesivos los gastos que la enfermedad le ha ocasionado" (González y Calisto 1895b, 1).46
Los ingresos del tres y uno por mil podían parecer suficientes para los pre-supuestos que manejaban las diócesis. Sin embargo, estos impuestos presentaron problemas en su cobranza. Por un lado, los catastros no permitían una cobranza óptima, y los encargados del cobro no llevaban las cuentas de la mejor manera. Además, dos factores, dentro de la organización eclesiástica, establecían problemas para obtener recursos. Primero, las parroquias se encontraban clasificadas por categorías, lo que establecía una notoria diferencia en sus réditos. El segundo factor, se debía a la poca eficacia de las vicarias foráneas47 al momento de aglutinar a los párrocos. Pero, por otro lado, para el caso del clero de la Sierra Centro (región por la que ascendieron los liberales desde la Costa), hubo una identificación de los párrocos, de algunas parroquias más lejanas a la capital, con la causa liberal.
En cambio, obispos como Arsenio Andrade (1825-1905),48 no solo entregaban empréstitos al Gobierno (Andrade 1895),49 sino que financiaban los requerimientos del general José María Sarasti (1837-1926) en el frente (Calle 1897). Las necesidades del ejército no se limitaban a los aportes económicos que podían recibir del clero y los ciudadanos. Las ambulancias y los capellanes jugaron un papel importante, dentro de lo material y lo espiritual, en el frente de batalla. Así, el clero fue capaz de dar aquella amplia gama de recursos con el fin de fortalecer a las tropas y evitar el avance de los liberales.
A finales de julio, el general Sarasti escribió al Encargado del Poder agradeciendo el apoyo que recibía la causa del ejercito de gobierno de parte de los pobladores de Quito y principalmente del clero: "Este justo entusiasmo dará un Ejercito numeroso y competente para salvar la Republica de los males con que amenaza el devastador radicalismo, proclamado por la revolución" (Sarasti 1895, 1).50 Además de alentar a los fieles para que engrosasen las filas militares, el clero proveyó de capellanes a los distintos batallones y escuadrones. Así, el nombramiento que realizaba el Arzobispo incluía facultades extraordinarias y las respectivas solicitudes a los obispos sufragáneos para que se permita el ejercicio del sacerdocio a los designados (González y Calisto 1895i).51 En otras ocasiones, cuando los batallones partían de la Capital, su salida contaba con una ceremonia litúrgica previa, a la que asistía el Arzobispo y el capellán designado (El Pueblo 1895b).52
A la par, las necesidades médicas en el frente para los heridos hacían que los generales solicitasen la colaboración del clero. En agosto, el Ministro de Justicia informaba que los medicamentos donados por las órdenes religiosas estaban listos y que un grupo de Hermanas de la Caridad estaban dispuestas a salir al frente para servir como enferme-ras (Pérez 1895a).53 Los sacerdotes de las parroquias urbanas y rurales jugaron un papel muy importante en la relación entre la curia y los fieles durante el conflicto. Las pastorales y sermones habían generado tal efecto, al armar una imagen del liberalismo como enemigos de la religión, que las confesiones aumentaron entre junio y agosto de 1895:
No he podido escribirle antes de hoy, porque las confesiones al campo me han traído a mal andar y casi me lleva a la eternidad "la porfía de Alfaro". Ahora, que me han dejado respirar algún tanto y estoy algo mejorado, me es muy placentero saludar a S.S. Rma. y desearle toda clase de felicidad (Salvador 1895).54
Para mantener el equilibrio y orden, después del galicanismo, la Iglesia había negociado dentro del marco de su hegemonía (Grossberg 2004). El contexto de la guerra civil de 1895, ameritaba que lo hiciera una vez más con el gobierno para no verse perjudicada por el liberalismo. La premura del contexto que se vivió entre junio y agosto de 1895 llevo al clero y a la Iglesia a abrir sus arcas para apoyar al gobierno. Como se vio en el primer acápite, los Prelados también dirigieron sermones, cartas y discursos para levantar los ánimos de la población. A la par, las ceremonias masivas como peregrinaciones, misas y desfiles complementaron los intentos del clero quiteño por impedir el avance las tropas liberales.
Actos religiosos masivos y conmemorativos
Los actos de religiosidad también fueron importantes dentro de las iniciativas del clero contra el liberalismo. El 6 de agosto de 1895, el Arzobispo ordeno a las religiosas de clausura ofrecer todos sus actos piadosos a Dios con el fin de que la causa del gobierno triunfase: "Y conviene sobre manera que, mientras los defensores de nuestras instituciones políticas y religiosas empeñan el combate, nosotros ayudemos constantemente con nuestras oraciones" (González y Calisto 1895j, 332).55
También, el Arzobispo, el clero y los laicos fomentaron una serie de manifestaciones religiosas masivas y actos conmemorativos. Sin embargo, dos casos llaman la atención a este respecto: la Visita de la Virgen del Quinche a Quito, y los actos realizados a partir de la llegada del obispo Pedro Schumacher a Quito.
Visita de la Virgen del Quinche 56
Desde marzo de 1895, con motivo de los conflictos por la venta de la bandera, las plegarias de algunos grupos de católicos quiteños no se hicieron esperar. Una de las alternativas para este particular fue acudir a la Virgen del Quinche como remedio a los males provenientes de un posible conflicto armado. Así, el 21 de marzo de ese año, la Sociedad de Adoración Perpetua57 ofreció una misa en honor a la Virgen en el Carmen Bajo.58 Esta iglesia, junto a la Concepción, la Compañía y la Catedral se volverían lugares importantes para el traslado de la Imagen dentro de la ciudad.
Poco menos de un mes después, durante la Semana Santa, en abril de 1895,59 un grupo de personas se levantó contra el gobierno, en este enfrentamiento hubo algunos muertos, pero finalmente Cordero Crespo logro sofocar la sublevación. Unos meses después, en La Unión Social alguien público con el pseudonimo de Isabel, la "Leyenda sobre la Virgen del Quinche". En esta pieza literaria se hace un relato sobre lo sucedido durante la sublevación. En este es posible apreciar algunos detalles que acompañaron al uso de la Imagen durante la pugna con los liberales. Por un lado, se presenta a la Virgen como el halo de esperanza para pacificar el conflicto. Esta pacificación no implicaba la caída del gobierno, sino la derrota de los sublevados. Por otro lado, se presenta a la Virgen como aquella que bendecía al ejército en su campana y quien era capaz de asegurar su victoria ante sus enemigos: "¡Madre mía del Quinche, sollozo el soldado al enjugar la furtiva lagrima escapada de sus ojos en el momento solemne del sacrificio, lagrima que encerraba el instinto de la vida, el amor a la familia, esperanzas, ilusiones, todo...!.60
Fuente: Biblioteca del Ministerio de Cultura, Carlos Sono. 1895. Novena a la Santísima Virgen del Quinche. Quito: Imprenta del Clero, JJ008519, 2. N de A: Fotógrafa de María Anabelle Vizuete Marcillo
Los miembros de la Tercera Orden de San Francisco exponían su agradecimiento a la Virgen del Quinche, en un oficio dirigido al Arzobispo, por haber librado a la ciudad del conflicto que se armó durante la semana santa. Por tal motivo, ese grupo solicito al Metropolitano que se traslade la imagen a la Catedral de Quito durante el mes de María para rendirle tributo como muestra de su agradecimiento: "Hoy, que la esperanza alivia nuestros pesares, sentimos la dulce necesidad de agradecer a nuestra Salvadora la Virgen Sma. del Quinche por habernos protegido, por habernos libertado".61 Sin embargo, su pedido no fue acogido ya que la Virgen no fue trasladada a Quito en mayo. A pesar de eso, a fines de ese mes se celebró una misa para la Virgen del Quinche.62 Si bien la jerarquía eclesiástica no concedió de inmediato el pedido de los terciarios franciscano, no tardo en trasladar a la Imagen a Quito en junio de 1895.
En efecto, por orden del arzobispo Pedro Rafael González y Calisto, en junio de 1895, la imagen fue trasladada a Quito desde su santuario. Las fuentes indican que el motivo de su presencia en la Capital era muy claro: detener el avance liberal. La jerarquía arquidiocesana había puesto todo su esfuerzo para apoyar al gobierno en el conflicto que este mantenía con los liberales. Si bien el Arzobispo, el Cabildo eclesiástico, regulares y seculares habían apoyado con dinero, oraciones, discursos e incitaciones al pueblo para poder frenar el avance de sus enemigos, el aporte más curioso para esa causa fue el manejo de la imagen dentro de la ciudad entre junio y septiembre de 1895.
El conflicto con los liberales hizo que las fuentes en los registros de la curia sean escasas, pero aún es posible trabajar con algunas que se han conservado. En el Boletín de la Coronación de la Santísima Virgen del Quinche, publicado desde 1940, el arzobispo Carlos María de la Torre acotaba que el cabildo de la ciudad había decidido acompañar a la imagen, en junio de 1895, en su tránsito hacia la ciudad.63 El propósito por el cual la Imagen fue trasladada también se puede ver en una de las piezas literarias más importantes de la época: A la Costa. El liberal Luis A. Martínez narra en su novela el momento en el que la beata Rosaura hace referencia a la revolución de Guayaquil: "Razón, razón. Hay que pedir a la Virgen del Quinche para que podamos triunfar de los herejes liberales" (Martínez 1992, 148). Durante su presencia en Quito, parece que la Virgen del Quinche contaba con más de una connotación sobre su rol de divinidad. Por un lado, existía la creencia de una intermediación directa para detener a los liberales, y la posibilidad de que su presencia avivase el fervor de los fieles, haciendo que estos apoyasen a la Iglesia en su afán de frenar el avance de las montoneras. También, se convertía en la protectora directa de la ciudad y por añadidura del país al impedir la desaparición de la República del Sagrado Corazón de Jesús.64 Es decir, del orden social imperante en el que la Iglesia conservaba un monopolio y un control social fuerte.
Al parecer, durante su estancia en la ciudad, la Virgen se trasladó a varios de los templos. Tal vez, el traslado más llamativo fue el que se hizo desde la Compañía hacia la Concepción, entre el 13 y 14 de julio, ya que fue el último antes de la salida de la Imagen de Quito.65 Si bien no se ha encontrado descripciones de los actos referentes a la visita de 1895, es posible trabajar con los de una visita posterior. Una procesión masiva y efusiva se realizaba a la llegada de la imagen a Quito y durante su tránsito entre los diferentes templos que debía recorrer.66 En las iglesias se realizaban rosarios y triduos, donde por lo general, se dejaba a los fieles ingresar a ver a la Virgen y rendirle culto durante el día.67 Las manifestaciones piadosas en las cuales se movilizaba gente dentro de la ciudad servían para avivar el fervor religioso dentro de un contexto en el que la Iglesia se sentía amenazada y la religión tenía que ser defendida, según el discurso de algunos sectores eclesiales.
La prensa conservadora se convirtió en difusora de todos los acontecimientos del conflicto en claro apoyo al gobierno. A diferencia de la prensa de otra tendencia, esta registraba muchos de los eventos relacionados a los múltiples intentos de detener a las montoneras. A pesar de no encontrarse en su santuario, la Virgen del Quinche continúo siendo empleada como un símbolo contra los liberales. El 24 de julio, El Pueblo registro en sus crónicas el simbólico triunfo de la imagen sobre un grupo de liberales de la Sierra norte: "Los 60 o 70 pupos68 que depusieron sus armas en el Quinche, dijeron que solo lo hacían porque dejaban sus armas a la Virgen Santísima ¡Gloria a la victoriosa!".69
Entre otros eventos que se registraban, estaba la despedida de los batallones que salían rumbo al frente. El 10 de agosto de 1895, el mismo diario resumía la bendición que dio el Arzobispo al Batallón núm. 4 antes de su salida de Quito. La ceremonia se dio en la iglesia del Monasterio de la Concepción y frente a la imagen de la Virgen del Quinche.70 Las alocuciones de González y Calisto sobre el conflicto liberal solían tener los mismos tintes que su Pastoral contra el radicalismo. Así, la jerarquía eclesiástica y el Arzobispo promovían una imagen de la Virgen del Quinche como antiliberal.
Como sostiene Mireya Salgado (1997), la ausencia de una imagen solía reducir el número de devotos que asistían a un santuario y generaba estragos en la economía de la localidad en la que se asienta el templo. En agosto de 1895, los pobladores del Quinche dirigieron un oficio al arzobispo Pedro Rafael González y Calisto solicitando el retorno de la Imagen al Quinche, debido a que en su larga ausencia, el pueblo había dejado de recibir los beneficios económicos habituales que lo sostenían:
La sumisión y el respeto que debemos a nuestros Vble. Prelados nos puede hacer soportable la separación de la Sagrada Imagen con cuya advocación se honra este pueblo, y por lo mismo aunque desgraciados nuestros corazones por el dolor de verla abandonar su Santuario y alejarse de nuestros confines, sin embargo nos consolamos con la esperanza de su pronto regreso, tan luego como haya remedia-do las calamidades para cuyo alivio se ordena su traslación. Con todo nada de esto quita Imo. Y Rmo. Señor, que este pueblo sufra indeciblemente con su ausencia, privado no solo de la que es consuelo y alivio de nuestras almas, sino que como Madre de Misericordia es hasta la reparación material de nuestra indigencia.71
Los pobladores estaban al tanto de que la estancia de la imagen se prolongaría y argumentaban que la Virgen ya se había ausentado por dos meses y que el flujo de romeriantes había decrecido en su ausencia. No cabe duda de que el Arzobispo desoyó la petición de los pobladores de El Quinche.
El retorno de la Virgen a su pueblo no se daría hasta el 9 de septiembre de 1895. Los esfuerzos del arzobispado, la presencia de la Virgen, ni la ayuda y prestamos concedidos al gobierno pudieron evitar que los liberales entrasen a Quito el 4 de septiembre. Las monjas conceptas, en cuya iglesia se encontraba la Virgen, describieron los sucesos de los últimos días en los que estuvo en Quito. Eloy Alfaro habría solicitado que se colocase a la imagen en un altar portátil para que se oficie una misa para su tropa con motivo de la victoria. La curia metropolitana no vio conveniente que se emplease a la Virgen del Quinche como un símbolo liberal, cuando esta había sido llevada a la Capital con fines opuestos a ese:
Con orden del Ilustrísimo Señor Arzobispo Dr. D Pedro Rafael González y Calisto, fue colocada en el altar portátil Nuestra Señora de la Paz [...]. Por la noche, se colocó la sagrada efigie de María Santísima del Quinche en una caja y se la llevaron en secreto a su Santuario por haber dispuesto así el Ilmo. Prelado; ¿Quien podría expresar el dolor que nos causó ver a nuestra amantísima Madre, retirarse como fugitiva, siendo la primera ocasión que regresaba a su templo dejando a su favorecida Quito en un mar de amargura? (Conceptas 2014, 195).
Al parecer, Teófilo Rubianes (párroco del Quinche) y un grupo de los Esclavos de la Virgen72 salieron en fuga de la ciudad por la noche llevándose la imagen rumbo a su santuario para evitar que los liberales le pasasen misa. Este acontecimiento no solo muestra el manejo exclusivo que la Arquidiócesis y su cúpula intento hacer de la imagen de la Virgen, también muestran el gran valor simbólico que esta poseía, y por otro lado, se presenta como una contradicción ante las tesis conservadoras de que los liberales eran anticatólicos e irreligiosos. Este acontecimiento, también, dio pie a que se escribiesen dos relatos literarios sobre la relación de la Virgen del Quinche con los liberales.
El primero, de Laura Pérez Oleas, "La Virgen del Quinche es alarista", relata la entrada de Alfaro a Quito y la presencia de la imagen en la ciudad para derrocar al nuevo gobierno. En una misa en la catedral, según el cuento, la hija del sacristán se habría escondido bajo las andas de la Virgen y habría gritado tres veces "Viva Alfaro", haciendo creer a los asistentes que la Virgen del Quinche era alarista, así se explicaría la salida de la imagen en silencio (Pérez Oleas 1951).
El segundo relato se recoge en la publicación El Quinche (1981), cuenta como un soldado liberal presuntamente habría detenido el cortejo de la Virgen días antes de que esta saliera de la ciudad, con la finalidad de colocarle su característico cintillo rojo con la intensión de ganarse su adhesión a la causa alarista. Este tipo de relatos muestran no solo la reinterpretación del acontecimiento o la importancia de la devoción de la imagen en esos años. También, permiten percibir las claras intenciones de la jerarquía eclesiástica de emplear el culto a la Virgen del Quinche, para su fortalecimiento, beneficio y uso, lo cual en años posteriores traería pocos conflictos con los feligreses. Fue una pugna por una de las imágenes más importantes del país. La amplia convocatoria que la imagen podía hacer en la capital, no solo aumentaba el fervor de la feligresía, frente al conflicto, como una estrategia, también era una muestra del poder, hegemonía y su capacidad de convocatoria (Herrera 1999). Además, permite entender el despliegue de la Iglesia y el clero por medio de su respuesta a la Revolución. El marianismo, en ese sentido, refleja a través de la imagen de la Virgen, el ideal de un orden social guiado por la Iglesia (Warner 1991).
Celebraciones por la llegada de Pedro Schumacher
Como ya se vio, a mediados de julio de 1895, llegó a Quito el obispo de Portoviejo, Pedro Schumacher, escoltado por lo veteranos del Batallón 4. El Prelado y sus sacerdotes buscaron refugio en Quito después de haber huido de sus diócesis. Al respecto el Boletín Eclesiástico se refería en uno de sus números: “Al Ilustrísimo y
Reverendísimo Señor Doctor Don Pedro Schumacher. Dignísimo Obispo de Porto viejo. Ínclito defensor de la fe, acérrimo enemigo del liberalismo. Expulsado de su diócesis por la revolución de la secta".73
El 20 de julio, la curia arquidiocesana junto al gobierno organizaron un programa de recibimiento al Obispo, sus sacerdotes y al Batallón 4. Se organizó un desfile con carruajes, banda, caballos, entrega de coronas a lo largo de las calles del centro de la Capital.74 Schumacher dirigió unas palabras de agradecimiento al pueblo de Quito, al Arzobispo y al gobierno por el apoyo recibido en su travesía: "Las angustias, peripecias y penalidades que tuvimos que atravesar, impulsados y visiblemente protegidos por la Mano de Dios; así como nos han hecho palpar la impotencia del hombre, no han con-vencido de que solo el Señor ha podido sostenernos, dirigirnos y salvarnos".75
Entre los actos de Schumacher y sus presbíteros en Quito, estuvo una carta que dirigieron a los soldados de la Primera División del Centro, a quienes invitaban a emular las hazañas de los veteranos del Batallón 4. También les aseguraban que mientras ellos tenían las armas materiales, en Quito estarían apoyándoles las armas de la oración, que seguramente llamarían el favor de Dios y de la Virgen para el éxito de su campana: "El Obispo perseguido por la Revolución os bendice, soldados católicos; los sacerdotes fugitivos ruegan por vosotros; los fieles de la República os acompañan y elevan sus preces al Señor por vuestro triunfo".76
Este tipo de manifestaciones, tanto la Visita de la Virgen del Quinche como la llegada de Schumacher, intentaban mostrar la capacidad de convocatoria de la Iglesia, y principalmente del clero. Se configuraban como formas de fortalecer la fe de los fieles y alejarlos del liberalismo, además de levantar su fervor para conseguir su apoyo a la postura clerical y al gobierno. A pesar de todo, Alfaro llego en septiembre a Quito, los roces entre los liberales y el clero no terminarían. La relación Iglesia y nuevo gobierno iniciaría de manera tensa y con una postura intransigente desde los sectores eclesiales. El 26 de septiembre de 1895, un grupo de liberales se tomó el Palacio Arzobispal, destruyo la imprenta del clero y quemo parte del archivo. Además, maltrataron y aprisionaron al Arzobispo, lo cual tenso aún más las relaciones a pesar de las disculpas del gobierno liberal. Así, a finales de octubre, llegaron noticias de que la corte vaticana estaba inquieta sobre lo que había sucedido en Ecuador.77
Conclusiones
Como se ha expuesto, las iniciativas y estrategias de la Iglesia contra el liberalismo oscilaron entre lo político, lo religioso y lo económico. El objetivo principal era mano-tener el control social y las funciones que la Iglesia, principalmente el clero, cumplía en Ecuador y que según los sacerdotes y obispos, el liberalismo llegaría a destruir. La preocupación por el proceso secularizador y la perdida de la hegemonía religiosa llevaron a la Iglesia a disponer el despliegue de varios recursos en apoyo al gobierno.
Por un lado, las pastorales, sermones, platicas y circulares intentaron levantar a un pueblo devoto para defender a la religión, que decían amenazada por el radicalismo como la encarnación del mal. Esta intensión, aseguraba la permanencia del gobierno conservador en el poder y evitaba la ascensión del liberalismo y la consecución de las reformas de este. Así, aquello se convirtió en la prioridad de cuerpo eclesiástico, y principalmente de la curia arquidiocesana dirigida por el arzobispo Pedro Rafael González y Calisto.
Al ser la Iglesia uno de los sectores más fuertes económicamente, el Gobierno vio en esta la posibilidad de obtener los recursos y el financiamiento para la campaña bélica contra las montoneras. Sin embargo, la Iglesia no logro cumplir con lo espectador ya que las circunstancias que afrontaban sus diferentes actores no eran las más idóneas. Si bien contaban con una serie de propiedades que sostenían los conventos, el culto y la economía de la Arquidiócesis, esto no implicaba que eran capaces de disponer de fondos suficientes para agosto de dicho ano. A pesar de ello, el Arzobispo, colaboro de su propio bolsillo y en nombre del Cabildo Eclesiástico, incentivo al resto del clero a apoyar, y se comprometió a brindar auxilios que solo podían ser concedidos por sus superiores, saltándose las instancias de estos por la premura de tiempo.
La llegada de Schumacher como un símbolo de la resistencia del clero frente al liberalismo, junto a la idea sobre el accionar de este, generaron las circunstancias propicias para que la Iglesia realizara una serie de conmemoraciones, homenajes y desfiles para incentivar a los fieles hacia su causa y la del gobierno. Sin embargo, tal vez el acto masivo más significativo fue la Visita de la Virgen del Quinche a Quito. La imagen fue manejada como un estandarte y bajo la figura de María como remedio de males, presta a bendecir a los católicos y vencer al liberalismo. La exclusividad y protección que el clero intento hacer de dicho culto se debió al gran número de fieles que convocaba. La capacidad taumatúrgica de la Virgen era aquella que demostraría una vez más su poder contra los enemigos de la Iglesia.
A pesar de eso, la República del Sagrado Corazón de Jesús se puso en alerta. El triunfo de los liberales y su eventual llegada a Quito aligeraron los intentos de la Iglesia por evitar su avance. La Virgen del Quinche tuvo que ser llevada en secreto a su santuario, y los prelados tuvieron que establecer relaciones, aunque tensas, con el nuevo gobierno. Este artículo aborda solo el inicio de los conflictos entre el clero y el liberalismo, y muestra los distintos aportes que el clero de la Arquidiócesis de Quito hizo para evitar su llegada a Quito, y la eventual toma de poder que esto significaba. La Iglesia entraría en franca oposición al gobierno durante los siguientes diez años. La postura acerca de las reformas liberales, basada en la intransigencia religiosa, no cambiaría hasta la administración del vicario Ulpiano Pérez (18631918) y la idea del arzobispo Federico González Suarez (1844-1917) de reconstruir las diócesis, aunque no con una posición univoca.