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Perífrasis. Revista de Literatura, Teoría y Crítica

Print version ISSN 2145-8987

perifrasis. rev.lit.teor.crit. vol.13 no.25 Bogotá Jan./June 2022  Epub Feb 27, 2022

https://doi.org/10.25025/perifrasis202213.25.12 

Artículos

BEATRIZ SARLO, CARLOS ALTAMIRANO Y RICARDO PIGLIA EN EL HURACÁN DE LA HISTORIA: DE LA REVISTA LOS LIBROS A EL CAMINO DE IDA

BEATRIZ SARLO, CARLOS ALTAMIRANO AND RICARDO PIGLIA IN THE HURRICANE OF HISTORY: FROM THE JOURNAL LOS LIBROS TO EL CAMINO DE IDA

Mario Cámara* 

* Universidad de Buenos Aires, Argentina. mario_camara@hotmail.com. Doctor en Letras, Universidad de Buenos Aires.


Resumen

El presente artículo propone una relectura de la revista Los libros que problematice la división con la que frecuentemente se la ha leído entre un primer periodo modernizador y un posterior periodo de radicalización política. Para ello toma en cuenta algunos de los contenidos de los diferentes números, y la polémica entre Carlos Altamirano, Ricardo Piglia y Beatriz Sarlo en torno al gobierno de Isabel Perón. Por último, se propone reflexionar sobre el modo en que los propios protagonistas recuerdan aquel periodo.

Palabras clave: Beatriz Sarlo; Carlos Altamirano; Ricardo Piglia; pasado reciente; Argentina

Abstract

This article proposes a rereading of Los libros magazine that problematizes the division through which it has frequently been read between a first modernizing period and a later period of political radicalization. In order to do this it takes into account some of the contents of Los libros, and the controversy between Carlos Altamirano, Ricardo Piglia and Beatriz Sarlo around the government of Isabel Perón. Finally, the article addresses the way in which the protagonists themselves remember that period.

Keywords: Beatriz Sarlo; Carlos Altamirano; Ricardo Piglia; recent past; Argentine

El juicio del revolucionario, para la filosofía política,es un error; para el psicoanálisis, una alucinación.

Silvia Schwarzböck

1. PROLEGÓMENOS

¿Qué tipo de acontecimiento fue la publicación de la revista Los libros en la trama de eventos culturales y políticos que venían encadenándose con velocidad inusitada en la Argentina de los años sesenta? ¿Se la puede vincular al golpe de Onganía de 1966, a los eventos del Di Tella, al Cordobazo? Por otra parte, ¿qué es hoy ese proyecto obra de una generación de intelectuales que encarnó los debates y dilemas que debían afrontar en los años sesenta y setenta? A diferencia de Pasado y presente, o de Cuestiones de filosofía, por tomar dos de las publicaciones que analiza Oscar Terán en Nuestros años sesenta, la trayectoria de Los libros ha sido pensada como la exhibición condensada de una tragedia anunciada, que iba de la autonomía a la dependencia, del debate a la radicalización, y de allí apenas a la vuelta de la esquina, a la tácita aceptación de la violencia. ¿Cómo fue posible que parte del Consejo Editor apoyara un gobierno como el de Isabel Perón? Reflexionar en torno a estos interrogantes, como, por otra parte, lo han hecho sus propios protagonistas, o ensayos y estudios de largo aliento, como los de Jorge Panesi ("La crítica argentina y el discurso de la dependencia"), Jorge Wolff (Telquelismos latinoamericanos) o Diego Peller (Pasiones teóricas) es también volver a pensar los años setenta, cuestionando la idea de tragedia anunciada o de radicalización violenta e irreversible de las posiciones.

En 1969, poco después de haber regresado de París, donde había realizado un doctorado en Semiología bajo la dirección de Roland Barthes, el joven Héctor Schmucler, quien había sido uno de los editores de la revista Pasado y presente (1963-1965), se enrolaba en un nuevo proyecto, la revista Los libros. Auspiciada y financiada por la editorial Galerna, Los libros tendría una longeva vida. Schmucler se había inspirado en La quinzaine littéraire, la publicación francesa enteramente dedicada a la reseña de libros fundada en 1966 por François Erval y Maurice Nadeau. Los libros también quiso ser una publicación que reseñaba las novedades editadas en Argentina. Como apunta José Luis de Diego, el proyecto de la revista "plantea una serie de novedades en el campo que tendrán una vasta influencia en los años posteriores: (a) el origen y desarrollo de una nueva crítica, algunos de cuyos nombres ocuparán un lugar central en los ochentas y los noventas; (b) la presencia privilegiada -en tanto objeto de esta nueva crítica- de textos literarios de reciente aparición" (87).

Destaco dos eventos que contribuyen a situar la revista: el Mayo Francés, que Héctor Schmucler vivió de manera directa y, en Argentina, lo que se conoció como "el Cordobazo", de mayo de 1969, una revuelta popular nacida en la ciudad de Córdoba, protagonizada inicialmente por sindicatos metalúrgicos, a la que luego se sumaron otros sindicatos, organizaciones políticas y estudiantiles. El Cordobazo supuso en el plano de la historia política argentina el debilitamiento de la dictadura del general Onganía, y finalmente el retorno de Perón cinco años después. Entre 1968 y 1970, por otra parte, adquirieron consistencia una serie de organizaciones armadas: el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Montoneros. Asimismo, doy un ejemplo de la importancia que tuvieron estas organizaciones para la vida política del país: Montoneros se presentó en sociedad el 1 de junio de 1970 con un comunicado que anunciaba el secuestro y la muerte del general Aramburu, expresidente de la autodenominada Revolución Libertadora, que había derrocado a Perón en 1955.

La revista se editó desde julio de 1969 hasta febrero de 1976, un mes antes del golpe militar de aquel año, con un total de 44 números y un tiraje promedio de entre 1500 y 2500 ejemplares. En sus páginas escribieron jóvenes críticos que luego serían centrales para la crítica argentina, como Josefina Ludmer, Beatriz Sarlo, Germán García y Nicolás Rosa, y otros que ya tenían cierta trayectoria, como el propio Schmucler, Oscar del Barco o José Arico. Los libros fue un vehículo para la difusión del psicoanálisis lacaniano, la semiótica y el estructuralismo, tanto en su expresión antropológica como marxista. Algunos de los títulos de reseñas y artículos de los primeros números dan cuenta de ello: "El inconsciente freudiano y el psicoanálisis francés contemporáneo" (núm. 1); "Sobre Antropología estructural y Lo crudo y lo cocido" (núm. 2); "Estudios de gramática estructural" (núm. 3); "Materialismo histórico y materialismo dialéctico", cuatro reseñas focalizadas sobre la obra de Louis Althusser (núm. 4).

La vida de Los libros incluyó una serie de transformaciones en la dirección y en la orientación de la revista. El número 23 incorporó un Consejo de Dirección integrado por Carlos Altamirano, Ricardo Piglia y el propio Schmucler, al que en el número 25 se le sumaron Miriam Chorne, Germán García y Beatriz Sarlo. Entre el número 28 y el 29 renunció su director, Héctor Schmucler, y con él se fueron Miriam Chorne y Germán García, que sería uno de los editores de la revista Literal (1973-1977). El Consejo de Dirección quedó reducido a Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia y Carlos Altamirano (grupo editor original de la posterior Punto de Vista). Se afianza a partir de ese momento y hasta el final de la revista una impronta maoísta, aunque sin ninguna marca telqueliana, sino más bien como resultado de la militancia de Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano en el Partido Comunista Revolucionario, y de la vinculación de afinidad ideológica de Ricardo Piglia con la agrupación Vanguardia Comunista1. La última transformación que sufre la revista, que en realidad es una baja debido a diferencias en torno al gobierno de Isabel Perón, fue la salida del grupo de Ricardo Piglia en el número 41.

Frente a esta trayectoria, hay dos modos dominantes de pensar Los libros y me gustaría problematizar ambos. En primer lugar, la revista ha sido postulada como una suerte de embrión de Punto de Vista, que desde 1978, y en plena dictadura militar, comenzó a editar el grupo disuelto en 1975, tal como afirma, por ejemplo, Diego Peller: "La revista Los libros (1969-1976) ocupó un lugar central en los debates sobre nuevas teorías críticas, y su influencia posterior ha sido notable, en primer lugar, aunque no solo en su heredera directa Punto de Vista (1978-2008)" (121).

Sin embargo, pese a la continuidad o la reunión del triunvirato, resulta difícil encontrar similitudes entre una y otra publicación. Un simple cotejo de los contenidos de los últimos números de Los libros y los primeros de Punto de Vista alcanza para percibir las diferencias. Es decir, no se trata de que Punto de Vista haya hablado a media lengua o de modo críptico debido a la dictadura militar, algo que efectivamente sucedió por cuestiones de supervivencia de sus editores, sino de una transformación radical de su orientación teórica y política respecto de su predecesora. El editorial del número 12 de Punto de Vista, el primero que publica el grupo editor, enuncia y resume el proyecto que perseguía la revista:

En marzo de 1978 apareció el primer número de Punto de Vista. Su publicación venía, de algún modo a ejercer un derecho: abrir un ámbito de debate de ideas y elaboración cultural. El derecho a disentir nos parecía, entonces y ahora, una condición básica de la cultura, amenazada material y políticamente... Comprobamos que no existen condiciones aceptables de producción intelectual donde no puedan circular las ideas, la represión de la diversidad, la intimidación del antagonista, son instrumentos del conformismo correlativo a un estado autoritario.

Intentamos entonces reconstruir algunos eslabones del campo intelectual, y los doce números de la revista se propusieron defender, en la práctica, el espíritu crítico y nuestro derecho a la divergencia. Esto es, reivindicar la libertad de pensar, escribir, difundir ideas diferentes: el derecho al punto de vista.

Esta revista es parte de un espacio cultural que se construye a pesar de la censura y el castigo a las ideas, pero que se construye también positivamente. Porque lo mejor de la cultura nacional se ha originado en la polémica, incluso en el exilio, a veces en la marginalidad o el descentramiento respecto de los aparatos homogeneizadores. Existe una tradición argentina que los que hacemos Punto de Vista reconocemos: una línea crítica, de reflexión social, cultural y política que pasa por la generación del 37, por José Hernández, por Martínez Estrada, por forja, por el grupo Contorno. Descubrimos allí no una problemática identidad de contenidos, sino más bien una cualidad intelectual y moral. Se trata de nuestra responsabilidad en la defensa de la libertad de expresión y de pensamiento: que no haya en la Argentina culturas reprimidas o negadas. Y su consecuencia práctica, la creación de un ámbito donde algo de esto sea posible. (2)

Se traza aquí otra genealogía cultural y política, y se enuncia un discurso que hace de la pluralidad y el disenso sus fundamentos. Como apunta Roxana Patiño:

Más que una intervención "temática", la apuesta de Punto de Vista se dedica a poner en circulación otros discursos -desde la crítica cultural y la teoría literaria hasta la reflexión sociológica y la historia cultural- que en sí mismos implican una opción intelectual refractaria a los discursos autoritarios, no sólo políticos sino propiamente culturales. Se torna posible tener una intervención política progresista y de resistencia en la esfera pública desde este tipo de discursos, no fuera de ellos. (10)

Lo que sobrevuela, aunque sin ser expresado de modo explícito, es un diagnóstico sobre el pasado reciente. Un debate que comenzaba a darse entre los intelectuales que habían participado en diversas agrupaciones políticas durante los años setenta, algunas de ellas armadas, como por ejemplo en Controversia (1979-1981)2, la revista dirigida por Jorge Tula y publicada en México, que agrupaba una buena parte de los intelectuales que habían debido exilarse. En este sentido, el autoritarismo aludido debe leerse no solo como concerniente a la dictadura, sino a las discursividades que la izquierda y el peronismo revolucionario habían sostenido durante los años setenta. Punto de Vista surge, se puede afirmar, como crítica de Los libros, y como autocrítica del periodo político previo al golpe de Estado.

En relación con este primer abordaje, Los libros ha sido sometida a una partición que fija el número 29 como límite entre un proyecto que pretendía modernizar los instrumentos críticos -literarios, antropológicos, semiológicos- en Argentina y un proyecto que se sometió enteramente a lo que Oscar Terán, en su ya clásico Nuestros años sesentas llamó "esfera dadora de sentido"; es decir, la política:

las condiciones de la producción intelectual destinada a dar cuenta de la realidad nacional fueron altamente sensibles a los acontecimientos políticos, de modo que sin el marco de la fractura del orden constitucional de septiembre de 1955 resultaría mutilada la comprensión de la escritura que desde entonces se genera, y a la que las condiciones impuestas por el nuevo golpe de estado de 1966 parecen ofrecerle un límite algo más funcional, dado que si esta periodización cultural enfatiza el peso de los fenómenos políticos por sobre otras series de la realidad, no hace con ello más que traducir lo que fue una convicción creciente pero problemática del período: que la política se tornaba en la región dadora de sentido de las diversas prácticas, incluida por cierto la teórica. (17)

Si se adoptara la perspectiva de Terán, el énfasis maoísta que la revista adquirió a partir de 1973 sería la confirmación de que lo político invadía de modo irremediable un espacio que hasta ese momento poseía una cierta autonomía intelectual. Sin embargo, adherirse a la perspectiva de Terán supone adoptar su periodización, que ubica 1966 como el año bisagra en el que el golpe de Onganía generó lo que el autor denominó "bloqueo tradicionalista", cuyo resultado fue una radicalización de las posiciones políticas, que terminó por promover la violencia armada. La crítica que aplica tal matriz sobre el derrotero de una publicación como Los libros; es decir, que propone una lectura que observa el desarrollo que plantea Terán en el propio recorrido de la revista, tal como por ejemplo lo hace Jorge Panesi en su ensayo "La crítica argentina y el discurso de la dependencia", pasa por alto que la periodización se encuentra desfasada. La "modernización", o lo que se denomina el primer periodo de Los libros, que va de 1969 a 1973, se produjo en un momento en el que las posiciones ya se habían radicalizado. La periodización propuesta por Terán también ha sido cuestionada por Silvia Sigal en Intelectuales y poder en Argentina. La década del sesenta (2002). En el número 42 de Punto de Vista se puede leer una discusión entre Terán y Sigal, titulada "Los intelectuales frente a la política", a propósito de lo anterior. Allí afirma Sigal: "Después de 1966 están las cátedras nacionales y las cátedras marxistas en la Facultad de Filosofía y Letras ... casi todos los grandes estrenos del Instituto Di Tella son posteriores a 1966" (46). La existencia de un proyecto como Los libros plantea, por lo tanto, un problema para un texto como Nuestros años sesenta, y por lo tanto un problema para un modo de entender la década siguiente.

Por otra parte, es necesario volver a pensar la partición de la revista en el número 29, que produce el alejamiento de Héctor Schmucler. Sin minimizar esa escisión, tal división no escenifica, tanto hacia el interior de la revista, como en términos más metafóricos, el inicio de un proceso de radicalización irreversible. Cabe recordar que Schmucler sale de la revista por sus desacuerdos políticos con Sarlo y Altamirano. Esos desacuerdos parten de una evaluación del gobierno de Perón, negativa en el caso de Sarlo y Altamirano, y del acercamiento de Schmucler a la agrupación Montoneros. Quienes se quedan en Los libros, al menos los integrantes del Partido Comunista Revolucionario, Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, pertenecían a un partido político que había descartado la vía armada como modo de llegar al poder, a diferencia de la agrupación Montoneros. La opción maoísta del PCR no solo no era violenta, sino que el maoísmo, en aquellos años, constituía un rasgo de modernización política frente a los partidos comunistas tradicionales, en especial a partir de la invasión de la Unión Soviética a Checoslovaquia.

Hay que cruzar las particiones para observar que modernización y radicalización convivieron, en tensas o armoniosas relaciones, a lo largo de los cuarenta y cuatro números de la revista. Dado que, como ha estudiado Claudia Gilman en su ensayo Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina, "la política constituye el parámetro de la legitimidad de la producción textual" (13), tomo como ejemplo el número 8 de Los libros, que introduce un cambio en el subtítulo de la revista, de "Un mes de publicaciones en Argentina y en el mundo" pasa a llamarse "Un mes de publicaciones en América Latina". Los colaboradores no han cambiado, el editor sigue siendo el mismo. Quiero detenerme en tres aspectos de este número. En primer lugar, esa declinación en el título, del "mundo" a "América Latina". La declinación, sin embargo, no solo es un movimiento restrictivo, América Latina por el mundo, sino la colocación de un nombre propio, concreto, y a la vez un reposicionamiento respecto de un escenario geopolítico que presentaba a América Latina como una realidad posible y palpable.

En segundo lugar, se observan transformaciones en las tapas de la revista. A diferencia del primer número, poblado de simpáticos y abstraídos lectores, la tapa del octavo número, por ejemplo, propone una manifestación popular con una serie de rostros y gestos en primer plano, exhibiendo con ello un cierto giro que será posible observar también en sus contenidos (https://ahira.com.ar/revistas/los-libros/). En este sentido, podemos leer el editorial llamado "Etapa", que aparece en este número y postula lo siguiente: "Contra una crítica terrorista de intereses o de grupos, se ha intentado oponer la búsqueda de las estructuras reales que se descubren bajo las formulaciones imaginarias. A ideas cristalizadas por la ideología, se han propuesto instrumentos que puedan develar los mecanismos profundos de esas ideologías. A la verosimilitud que se acomoda a un mundo conformado, se ha opuesto la verdad, aunque resulte desquiciadora" (3). Una vez más, como se había hecho al comienzo de Los libros, se enuncia el objetivo del develamiento y la función escrutadora del crítico. Pero a continuación se asume un mea culpa leve pero sintomática:

Sin embargo, es preciso reconocer errores. Más de una vez el lenguaje de los artículos aparecidos en Los libros exageró su tecnicismo prescindiendo del hecho de que su público no es necesariamente especialista. Más de una vez los autores daban por supuestos, datos que no eran forzosamente conocidos por los lectores. Una terminología restrictiva, no suficientemente explicitada, cabalgaba sobre el a priori de que los libros comentados eran previamente conocidos por el comprador de la revista. A veces la incomunicación echaba por tierra las intenciones del crítico. En adelante, y sin que esto signifique degradar el nivel de los materiales, se superará el inconveniente. (3)

Se reivindica el papel de la crítica, pero aparece la pregunta sobre el destinatario. De modo que esa pregunta es también una pregunta por la eficacia de la especificidad. Otro fragmento significativo de ese editorial sostiene lo siguiente: "Es posible que las obras más importantes se estén escribiendo en las noticias periodísticas o en los flashes televisivos. O en los muros de cualquier parte del mundo. Estos textos, al igual que los libros tradicionales, requieren una lectura que descubra su verdad. Los libros se ocuparán, pues, cuando sea necesario, de los diarios, la televisión, el teatro, la radio, el cine" (3). Este fragmento define un movimiento importante, aparece enunciado por primera vez un deseo de concretud. Observemos que no se trata de un proceso de adición, es decir, de sumar nuevos lenguajes: el periodismo, el televisivo, el radiofónico, el cinematográfico. Se trata más bien de una sospecha que podría traducirse de este modo: es probable que ya no sea en los libros donde se encuentre el discurso que diga "su verdad" y que a través de "su verdad" permita develar la ilusio ideológica del capitalismo.

Creo que una buena pregunta para hacerle a este listado es ¿dónde ubican los que hacen Los libros una revista como Los libros? Mi hipótesis es que al enunciar su decisión de dar cuenta de "un afuera del texto", Los libros se aproxima a un proyecto periodístico. Jorge Panesi, en el ya citado "La crítica argentina y el discurso de la dependencia", sostiene que "la sensación de que el tejido social juzga prescindible la acción de los intelectuales desaparece y se instala otra sensación positiva: se marcha junto al pueblo para lograr en el futuro la liberación" (20,21). El ejercicio del periodismo parece permitir esa sincronización. El periodismo conjuga otra temporalidad, la que aquellos tiempos urgentes requieren, y permite enfocarse en cosas concretas, es decir, salir del texto que habita los libros y dirigir la mirada hacia un afuera poblado de acontecimientos sociales. Leído de esta manera, este editorial pareciera una inversión perfecta del editorial del primer número.

Y sin embargo no hay tal inversión. Hay más bien una serie de movimientos, ajustes, marchas y contramarchas, que hacen que, por ejemplo, el último número, el 44 de enero-febrero de 1976, tenga como primer artículo un texto de Beatriz Sarlo titulado "Saer-Tizón-Conti. Tres novelas argentinas". Seguir sosteniendo una separación tajante, una suerte de desarrollo que desvía el proyecto de sus metas iniciales no hace más que contribuir a la percepción de aquel momento histórico como indefectiblemente encaminado hacía una "tragedia", que es de lo que se le acusa al libro de Terán. En este sentido, en la última de las ediciones de Nuestros años sesentas, Terán afirmaba y se defendía:

Respecto de las primeras versiones de este texto, se me señaló que estaba escrito bajo la figura de la tragedia, esto es, que su línea argumentativa se dibujaba sobre la idea de un conjunto de gérmenes político-culturales que en su despliegue inexorablemente debían conducir a sucesos catastróficos. En parte he conocido la pertinencia de esta crítica modificando los pasajes donde esa sospecha pudiera sustentarse con exceso. Del éxito de esta empresa no me corresponde juzgar, pero creo haber tornado verosímil que sin lo que aquí se ha llamado "el bloqueo tradicionalista" otros hubieran sido el curso, la deriva y los procesos de agregación y desagregación del campo intelectual. (243)

Matizar las disidencias, sin embargo, no significa negarlas, supone, por el contrario, complejizar las posiciones y multiplicarlas, y hacer notar que en verdad no hay en los setenta un momento en el que como resultado de algún "bloqueo tradicionalista" las posiciones se radicalizaran de tal modo que lo que era consignado como "tragedia" -el baño de sangre, la dictadura- fuera inevitable. No hay teleología.

2. DISCREPANCIAS

El número 41 de Los libros, publicado en marzo-abril de 1975, es escenario de una separación recordada, aunque no tan analizada. Se trata de la renuncia de Ricardo Piglia al Consejo de Dirección debido a diferencias con sus compañeros en torno a la posición política que debía adoptarse frente al menguante gobierno de Isabel Perón. La edición contenía, a modo de editorial, una carta de Ricardo Piglia en la que explicaba los motivos de su renuncia, y una carta de Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo en la que daban cuenta de su posición y respondían a los argumentos de Piglia. Luego, había un extenso ensayo de Piglia sobre Brecht, "Notas sobre Brecht", un texto de Juan Carlos Tedesco sobre educación, "Educación y política en América Latina", una nota de Carlos Mallo acerca de la pedagogía del brasileño Paulo Freire, "Paulo Freire y la pedagogía de la concientización", una serie de pequeñas notas sin firma sobre Marisa Bonazzi y Umberto Eco, de Franco Basaglia y su experiencia de desmanicomialización en Trieste, una nota sobre la compra de armamentos de Latinoamérica a Estados Unidos, una sobre la escolaridad en China, y otra más sobre la Confederación de Psicólogos de la República Argentina. El número culminaba con un artículo de André Pommier sobre el giro capitalista de la URSS y otra de Santiago Mas sobre el marxismo en Asia.

Las misivas estallaron sin que la revista hubiera dado cuenta, en números anteriores, de las disidencias que sin duda venían incubándose. Surgieron, sin embargo, a partir de una inocultable y explícita derechización del gobierno de Isabel Perón, que adoptó un cariz represivo evidente con el accionar de la Triple A, cuya organización y origen se atribuye a José López Rega, hombre de extrema confianza de Juan Domingo Perón y ministro de Bienestar Social durante su gobierno. El primer atentado adjudicado a la Triple A tuvo lugar el 21 de noviembre de 1973, cuando se puso una bomba en el auto del senador radical Hipólito Solari Irigoyen, quien durante la dictadura previa había actuado como defensor de presos políticos.

¿Cómo posicionarse frente a ese gobierno que había sido electo por una amplia mayoría en las elecciones de 1973? ¿Cómo pensarlo teniendo en cuenta que era resultado, nada menos, del regreso de Perón al país luego de casi veinte años en el exilio? Estas, quizá, deben haber sido algunas de las preguntas que se hicieron los integrantes de Los libros. Por otra parte, los rumores de un golpe militar estaban a la orden del día y contaban con cierto beneplácito de una buena parte de los partidos políticos. De hecho, el 18 de diciembre de ese año el brigadier Capellini intentó un golpe que finalmente se concretó en marzo del siguiente año. En efecto, Capellini era un militar nacionalista que detuvo al jefe de la fuerza, Luis Fautario, en pleno Aeroparque Jorge Newbery. El Gobierno designó a Agosti como jefe de la fuerza mientras los golpistas dejaban en claro sus pretensiones: (1) considerar totalmente agotado el entonces actual proceso político que agobiaba al país; (2) desconocer las autoridades que detentaba el Gobierno nacional, y (3) requerir que el comandante del Ejército asumiera en nombre de las FF. AA. la conducción del Gobierno nacional. Los sublevados sobrevolaron la Casa de Gobierno y arrojaron panfletos mientras el gabinete de Isabel intentaba superar la crisis. La sublevación militar terminó el lunes 22, después de que los amotinados se refugiaran en la base aérea de Morón, que fue bombardeada.

El conflicto central que escenifican las cartas es cómo posicionarse frente al gobierno de Isabel Perón teniendo en cuenta su carácter represivo y la inminencia del golpe de Estado3. Hay en las cartas, en principio, un acuerdo que puede ser leído como de base o como superficial: ninguno quiere un golpe de Estado, o sea, no lo ven como una salida a la crisis del gobierno de Isabel. Sin embargo, el posicionamiento frente a Isabel hace que, en verdad, ese acuerdo no sea tal. Piglia, en su carta "A mis compañeros Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano", afirma que sostener al gobierno de Isabel es, de algún modo, alentar el golpe:

Este gobierno no representa de una manera directa los intereses del imperialismo y en este sentido identificar su política con la política de la dictadura militar proyanqui es confundir al enemigo principal. Pero apoyar a Isabel Perón y pensar que la presidenta resiste la ofensiva golpista es no tener en cuenta que la política represiva, reaccionaria y antipopular de Isabel Perón, en verdad, favorece el golpe de Estado y alienta a los personeros del imperialismo yanqui que trabajan por la restauración. (3)

Altamirano y Sarlo sostienen que ser oposición al gobierno de Isabel es alentar el golpe. El dramatismo de la discusión, aunque no se lo enuncie de modo explícito, es que desde la perspectiva del otro, tanto Piglia como Altamirano-Sarlo promueven el golpe de Estado: "En la presente situación, definir una colocación -junto al pueblo peronista- y disponerse a defender al gobierno de Isabel contra la alternativa de un golpe es defender en los hechos la independencia argentina y los intereses populares frente al expansionismo económico y político de ambas superpotencias, como lo hacen otros pueblos del Tercer Mundo" (Altamirano y Sarlo 3). Las posturas enfrentadas invocan, sin embargo, una preocupación por la democracia. Más que de una discusión enloquecida, se trató de una toma de posición frente al futuro de un Gobierno que al ser derrocado daría lugar a la peor dictadura de la historia argentina.

3. LOCURA Y FELICIDAD

Resulta difícil imaginar lo sucedido entre el cierre de Los libros, el posterior y casi inmediato golpe militar y la publicación del primer número de Punto de Vista, la revista que volvería a reunir a Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano. Se conocen algunas circunstancias, en parte gracias al testimonio ofrecido en el archivo oral Memoria Abierta. Se sabe, por ejemplo, que Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano confrontaron al Partido Comunista Revolucionario debido a la evaluación del golpe militar, prosoviético para el PCR, no prosoviético para Sarlo y Altamirano, sino simplemente sangriento. Se sabe, también, que durante esos tiempos sombríos, ambos comenzaron a reunirse con María Teresa Gramuglio, Juan Pablo Renzi y Nicolás Rosa para discutir una serie de textos de crítica literaria y cultural. Finalmente se sabe que Ricardo Piglia aceptó una invitación a dar clases en la academia estadounidense, pero que regresó a fines de 1976. En 1977, Sarlo y Altamirano por mediación de Piglia entraron en contacto con Elías Semán y Rubén Kriscautski, dirigentes de Vanguardia Comunista, y de aquella relación surgió el proyecto Punto de Vista, que publicaría su primer número en marzo de 1978. Lo que sorprende más allá de los hechos puntuales, y sorprende teniendo en cuenta que tanto Sarlo como Altamirano pasaron del PCR a Vanguardia Comunista, es decir, y al menos en apariencia, no dejaron de ser maoístas, es la transformación absoluta y veloz de la biblioteca teórica, de las referencias históricas y la casi inmediata adopción de los estudios culturales ingleses en lugar de los análisis materialistas maoístas que se realizaban en Los libros.

En algunas ocasiones, Beatriz Sarlo se ha pronunciado sobre su pasado en Los libros y, en términos un poco más generales, sobre su lugar como intelectual y como militante política en los años previos al golpe de 1976. Hay un texto paradigmático que publicó en el número 21 de Punto de Vista, de agosto de 1984, titulado "Una alucinación dispersa en agonía", en el que aborda el pasado reciente y su lugar en ese pasado. Allí se interroga sobre la posibilidad de establecer algún tipo de vinculación con ese pasado, y si así fuera, qué tipo de vinculación debería ser. El artículo distingue entre aquellos que construyeron algún tipo de estética sobre la muerte en combate guerrillero, se menciona a Juan Gelman, a Rodolfo Walsh, pero también a la agrupación Montoneros (sobre la que escribió Sarlo en La pasión y la excepción.) y aquellos que han logrado definir otro tono o estética para decir la muerte, por ejemplo, los redactores del informe Nunca más, o un texto como el de Pablo Giussani Montoneros, la soberbia armada. Se trata de un texto crítico y autocrítico, que bajo la figura del autoritarismo y el uso de la violencia por parte de las organizaciones armadas condena en bloque el pasado reciente. La primera mitad de los años setenta, desde esta perspectiva, no es problemática, sino lisa y llanamente delirante: "Bajo la presión de la dictadura militar era difícil pensar en qué nos habíamos equivocado, cuáles habían sido las fallas que habían provocado no solo el fracaso sino el delirio colectivo de la primera mitad de los años setenta" (1, cursivas mías). En testimonio ofrecido a Memoria Abierta, Beatriz Sarlo apunta con relación a Los libros, que la revista fue cerrada por los militares, que decomisaron el número 45, pero que si no la cerraban los militares, "la tendríamos que haber cerrado nosotros por idiotas".

En 2010 Ricardo Piglia regresó definitivamente a la Argentina luego de haberse jubilado en la Universidad de Princeton, y volvió a ocupar, si es que en algún momento lo había perdido, un lugar central en el espacio público aun luego de que se le declarara la enfermedad que finalmente lo llevaría a la muerte, con cursos, conferencias y nuevos libros. En ese lapso, Piglia también volvería a los años setenta. Me detengo en su última novela, El camino de Ida, de 2013, que a partir de su experiencia en Princeton entremezcla ficción y retazos autobiográficos.

La trama comienza cuando el protagonista, Emilio Renzi, recibe una invitación de una universidad estadounidense para dictar un seminario sobre William Hudson. Su vida en Buenos Aires está detenida, perdida. La invitación de Ida Brown parece ser la oportunidad de darle un giro. La vida tranquila en la pequeña ciudad se describe por contraste con "la vida peligrosa [que] parecía estar fuera de ahí, del otro lado de los bosques y los lagos, en Trenton, en New Brunswick, en las casas quemadas y los barrios bajos de New Jersey" (15). Esa vida y la reanudación de la relación clandestina con Ida constituyen la primera parte de la novela. La extraña muerte de Ida, de algún modo, da inicio a la segunda parte de la historia. A partir de ese momento, Renzi trata de entender lo sucedido y contrata a un detective de Nueva York para que se haga cargo de la investigación. La muerte de Ida parece lateralmente vinculada con una serie de atentados contra eminencias del mundo académico. Y allí surge la figura de Thomas Monk, personaje complejo, inspirado en el famoso Unabomber que durante años burló la persecución del FBI, y que adquiere cada vez mayor protagonismo hasta resignificar por completo la historia que se venía contando.

En el final de la novela, Renzi descubre un modo de leer los atentados de Thomas Monk a través de The Secret Agent de Joseph Conrad, que Ida le había entregado junto a otros papeles la última vez que se habían visto. El narrador relee ese texto siguiendo las marcas de lectura de Ida, descubre una serie de claves que la ligan a Monk, que explican los fundamentos del accionar de este y que hablan de la revolución en el presente, "Atacar el fundamento de la creencia social general es la política revolucionaria de nuestra época" (231). Desde ese momento, para Renzi la revolución, su presente en Estados Unidos y su pasado en la Argentina durante los setenta se convierten en el gran tema de la novela. A propósito de ese pasado, en una entrevista dada a Martín Kohan, Piglia afirmaba:

... valoro mucho la experiencia que se llama de los 70, pero que la podríamos empezar antes, esas personas amigas mías, tipos que tenían una vida relativamente tranquila como la mía y que de pronto empezaron a hacer cosas frente a las que uno estaba asombrado. El otro día me contaron una historia de alguien que había tenido una acción muy relevante, que no vale la pena revelar cuál fue, muy destinada a Videla, y que terminó no saliendo. Y ahora el tipo está en Salta y se dedica a hacer dulce de membrillo, alguien que ha tenido una experiencia extrema y sobrevivió. Es como los exboxeadores, o los excombatientes, esas personas que han tenido experiencias extremas. Hay una tendencia a contarlo cuando ya están derrotados o cuando ya están arrepentidos, o como pasa ahora que uno anda diciendo que hay que traicionar, ver si todos nos volvemos traidores. Y no por lo menos tratar de ver cómo era en aquel momento en que pasó.

Poco antes de morir, Piglia publicó dos volúmenes que compilan parte de sus cuadernos, obsesivamente escritos durante casi cincuenta años. El segundo volumen, editado en 2016, parece hacer serie con El camino de Ida. Allí se narra un periodo de su vida que va de 1969 a 1975, exactamente el lapso de existencia de la revista Los libros, sobre la cual hay numerosas referencias. Lo sugestivo, casi como un contratítulo de las lecturas que se hicieron desde Punto de Vista, es que ese volumen se llama Los años felices.

En 2011, y como parte de la política de rescate y reedición de una serie de revistas culturales argentinas, la Biblioteca Nacional editó la colección completa de Los libros en cuatro voluminosos tomos. Volver a recorrer sus páginas invita a nuevas lecturas. Habiendo atravesado sus meandros teóricos y políticos, sus exabruptos y sus posicionamientos, sus idas y vueltas, persiste la impresión de que hemos estado tratando de pensar sobre eso que, provocativamente, Silvia Schwarzböck llama "la vida verdadera" (Los espantos), esa vida, la del intelectual, la del militante, la del revolucionario de los años setenta, que bajo el manto de la locura o la idiotez se nos insiste en presentar como impensable.

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1Vanguardia Comunista se fundó el 5 de abril de 1965 como resultado de la denuncia de Mao y del Partido Comunista Chino acerca del rumbo revisionista adoptado por la URSS. Un grupo de militantes proveniente del Partido Socialista Argentino de Vanguardia, entre quienes se destacaban Elias Semán, Rubén Kriscautzky y Saúl Micflic, decidieron constituir una agrupación a partir de tales criticas.

2El Consejo de Redacción de Controversia estaba constituido por José Aricó, Sergio Bufano, Rubén Sergio Caletti, Nicolás Casullo, Ricardo Nudelman, Juan Carlos Portantiero, Héctor Schmucler, Oscar Terán y J. Tulli.

3El 17 de diciembre el Gobierno decidió anticipar las elecciones generales de 1977 para el 17 de octubre de 1976. Fue la salida ideada por el gabinete de la viuda de Perón como un intento de aplacar los movimientos golpistas.

Recibido: 20 de Mayo de 2021; Aprobado: 28 de Julio de 2021

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