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Perífrasis. Revista de Literatura, Teoría y Crítica

Print version ISSN 2145-8987

perifrasis. rev.lit.teor.crit. vol.15 no.31 Bogotá Jan./Apr. 2024  Epub Feb 01, 2024

https://doi.org/10.25025/perifrasis202415.31.01 

Artículos

Agua corriente: hacia una praxis ambiental alternativa en torno al agua en algunos relatos de no ficción de excombatientes de las FARC-EP

Agua corriente: Towards an Alternative Environmental Praxis around Water in Some Non-Fiction Stories Written by Ex- Combatants from FARC-EP

Agua corrente: por uma práxis ambiental alternativa em torno da água em alguns relatos não ficcionais de ex-combatentes das FARC-EP

JUAN PABLO ESTRADA MUÑERA* 

ALEJANDRA SALAZAR CASTAÑO** 

JUAN ESTEBAN VILLEGAS RESTREPO*** 

* Profesional en Estudios Literarios, Universidad Pontificia Bolivariana. pablo192125@gmail.com

** Profesional en Estudios Literarios, Universidad Pontificia Bolivariana. asalazarca@gmail.com.

*** Doctor en Literatura, Universidad de Antioquia. Universidad Pontificia Bolivariana. juan.villegasr@upb.edu.co.


RESUMEN

Desde la firma de los Acuerdos de Paz en Colombia en el año 2016, han surgido distintas producciones culturales que se han acercado al conflicto armado en clave ecologista. Una de ellas es Agua corriente (2022), antología de relatos de no ficción escrita por firmantes de los Acuerdos por parte de las FARC-EP y coordinada por el Instituto Caro y Cuervo en Bogotá. A partir de una lectura con perspectiva crítica ambiental de tres historias, "Todo es agua" de Manuel Bolívar, "Aguas en guerra, aguas en paz" de Gabriel Ángel y "Río moribundo" de Elkin Carabalí, este artículo indaga las distintas relaciones que tuvieron los firmantes de los Acuerdos con el agua, para concluir que, en todos ellos, los procesos de memoria vinculados al agua señalan el surgimiento de una praxis ambiental alternativa de cara al posconflicto, fundamentada en la conservación del territorio, la ética ambiental y la democracia del agua.

PALABRAS CLAVE: Agua corriente; FARC-EP; Colombia; posconflicto; agua; conservación; medioambiente; ecocrítica

ABSTRACT

Since the signing of the Peace Accords in Colombia in 2016, different cultural productions that reflect on the armed conflict from an ecological perspective have emerged. One of these productions is Agua corriente (2022), an anthology of non-fiction stories written by signatories of said Accords and coordinated by the Master's Program in Creative Writing at the Caro y Cuervo Institute in Bogotá. From a critical environmental perspective, this article analyzes three of these stories -"Todo es agua" by Manuel Bolívar, "Aguas en guerra, aguas en paz" by Gabriel Ángel and "Río moribundo" by Elkin Carabalí-, in order to shed light on the different relationships that the signatories of the Agreements had with water, to conclude that, in all of them, the memory processes, linked to water, point to the emergence of an alternative environmental praxis for the post-conflict based on in land conservation, environmental ethics and water democracy.

KEYWORDS: Agua corriente; FARC-EP; Colombia; post-conflict; water; conservation; environment; ecocriticism

RESUMO

Desde a assinatura dos Acordos de Paz na Colômbia em 2016, surgiram diferentes produções culturais que refletem sobre o conflito armado a partir de uma perspectiva ecológica. Uma dessas produções é Agua corriente (2022), uma antologia de histórias não ficcionais escritas pelos signatários dos referidos Acordos e coordenada pelo Programa de Mestrado em Escrita Criativa do Instituto Caro y Cuervo de Bogotá. A partir da análise de três desses contos -"Todo es agua" de Manuel Bolívar, "Aguas en guerra, aguas en paz" de Gabriel Ángel e "Río moribundo" de Elkin Carabalí-, este artigo pretende lançar luz sobre as diferentes relações que os signatários dos Acordos tiveram com a água, para concluir que, em todos eles, os processos de memória, ligados à água, apontam para o surgimento de uma práxis ambiental alternativa para o pós-conflito baseada na conservação da terra, na ética ambiental e a democracia da água.

PALAVRAS-CHAVE: Agua corriente; FARC-EP; Colômbia; pós-conflito; água; conservação; meio ambiente; ecocrítica

1. Introducción

En marzo del 2014, cuando el proceso de Paz entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) y el Estado colombiano atravesaba uno de sus momentos más álgidos, Humberto de la Calle, jefe negociador de la delegación del Gobierno, recalcó la importancia que habrían de tener las producciones culturales tras la firma de un eventual acuerdo. Vale la pena reproducir sus palabras in extenso:

En la etapa del conflicto activo, el arte, la literatura, la palabra, tienen varios roles. A través de ellos se construye un reservorio de memorias que será muy útil. Esa utilidad es doble. Terminado el conflicto, la lucha se moverá hacia otras esferas como se dijo, y una de ellas, sin duda, será la lucha por la narrativa. Es más, puede decirse que esa será la batalla final. La narrativa, sin embargo, aunque se emparenta con la verdad, no se construye sólo a base de ella. Tan importante como la verdad, en términos de confrontación, es la leyenda, la exageración, el mito. El heroísmo. Esta no es una valoración ética sino un simple diagnóstico. El arte toma fragmentos de realidad y los va llevando hacia la versión mítica del conflicto. Pero dicho esto, también el arte contribuye a ese reservorio de verdad verdadera que, como es tópico, constituye uno de los pilares de la aplicación de justicia en el momento de la transición. (De la Calle párr. 3-4)

Al año siguiente, en el marco del lanzamiento de la Alianza Nacional por la Educación Ambiental, Julio Carrizosa Umaña invitó a reflexionar sobre los modos en los que el conflicto armado colombiano, en sus casi sesenta años de gradual recrudecimiento, había trastocado negativamente la relación de los sujetos humanos con la naturaleza y el medioambiente (Carrizosa Umaña párr. 14-15). De ahí su llamado a que, una vez firmado el acuerdo, la escisión naturaleza/cultura -exacerbada por el conflicto - comenzara a ser superada por medio del cultivo de una conciencia ecológica integral que, con la participación del Estado, la academia, la empresa privada y la sociedad civil, propendiera a una relación más intersubjetiva y, por ende, horizontal con la naturaleza (párr. 19-21).

Los frutos de esta conciencia ecológica integral se materializaron, por ejemplo, con la Sentencia T-622 de 2016, en la que se concibe al río Atrato como sujeto de derechos y, en esa misma vía, con la decisión, tomada en el 2019 por la Justicia Especial para la Paz (JEP) (el componente de justicia del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición, creado entre el Gobierno Nacional y las FARC-EP) de reconocer a la naturaleza como víctima del conflicto armado, siendo el río Cauca, hasta la fecha de escritura de este artículo, el último sujeto no humano en recibir dicha acreditación. Académicamente hablando, por su parte, el asentamiento en las ciencias sociales y humanas del "giro ontológico" y su correlato, el "ambiental", con su respectivas invitaciones a replantear los modos en que se estudian las interacciones entre humanos y no humanos, ha llevado, por ejemplo, a que historiadores, antropólogos, filósofos, críticos de literatura, música, cine o arte, se pregunten, con una perspectiva crítica ambiental, por cómo los artefactos culturales que tematizan el conflicto armado colombiano han incorporado las categorías de "naturaleza" y "medioambiente" en sus construcciones.

A casi siete años de haberse firmado el Acuerdo final de paz, las palabras de De la Calle y Carrizosa Umaña resuenan con fuerza: la "lucha por la narrativa" a la que aludía el primero se ha tornado por un lado necesaria y por otro compleja. Necesaria en el sentido de que los pueblos ancestrales, las comunidades afrodescendientes y las colectividades campesinas del país han venido reclamando, cada vez con más insistencia, que sus territorios sean reconocidos como víctimas (Ruiz-Serna 86), lo que lleva, entonces, a un replanteamiento de los "previous understandings of economic violence and natural resource disputes, which currently undergird the field of transitional justice, postconflict discourses, and peacebuilding studies" (Lyons 65) y, con ello, a un examen de las gramáticas materiales y semióticas a partir de las cuales los sujetos humanos, en contextos socioculturales heterogéneos, enuncian su relación con el mundo de lo no humano (Blaser y de la Cadena 3). Y es compleja puesto que, si bien el narcotráfico, la minería ilegal, las voladuras de oleoductos, las explosiones de minas antipersona, por solo citar algunos ejemplos, fueron métodos de guerra que, sin ser exclusivos de la guerrilla, fueron de igual modo atribuibles a esta, también es cierto que la preservación y/o conservación de especies animales y vegetales, así como de fuentes hídricas, es el resultado de políticas territoriales y ambientales impulsadas por sus altos mandos (Gómez Zúñiga 3). Este choque de opuestos, altamente controversial a ojos de la opinión pública, es justamente lo que ha hecho posible hablar de una "ambivalencia ambiental" (Revista Semana párr. 6) al momento de abordar los modos de relacionamiento entre el hoy extinto grupo insurgente y las diferentes naturalezas del país.

Más allá de estos debates, que sin duda alguna son necesarios, la lucha por la narrativa es importante también por cuanto ha permitido ver cómo las otrora FARC-EP, vistas no ya desde sus altos mandos, sino desde sus más rasos excombatientes, han querido contar su verdad por medio del arte y/o la palabra escrita. En lo que respecta a esta última, desde el 2018 la narrativización en clave ecologista que del conflicto armado han hecho varios de los firmantes de los acuerdos, puede hoy constatarse, por ejemplo, en los talleres de escritura y edición comunitaria que la Maestría en Escritura Creativa del Instituto Caro y Cuervo de Bogotá, en cabeza del escritor e investigador Juan Álvarez, viene desarrollando en los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR) con la ayuda del Centro de Memoria Paz y Reconciliación, y cuyos resultados se encuentran hoy bellamente condensados en dos antologías de relatos de no ficción: Naturaleza común (2021) y Agua Corriente (2022).

Si bien en ambas antologías se observa una clara superación de la escisión naturaleza/cultura (algo clave para un país que, como se dijo anteriormente, ha comenzado a ver a la naturaleza como víctima del conflicto armado), resulta interesante notar cómo Agua corriente, a diferencia de Naturaleza común, no apunta única y exclusivamente al cuidado de las memorias (Prada 50), sino también a la revalorización de la experiencia guerrillera a la luz de las relaciones materiales y simbólicas que hombres y mujeres establecieron con la naturaleza. Es por ello que este artículo examina, desde una perspectiva crítica ambiental, tres de los diez relatos allí incluidos ("Todo es agua" de Manuel Bolívar, "Aguas en guerra, aguas en paz" de Gabriel Ángel y "Río moribundo" de Elkin Carabalí), porque es justamente en ellos en donde los procesos de memoria, vinculados al agua, apuntan al surgimiento de una praxis ambiental alternativa de cara al posconflicto, fundamentada en la conservación del territorio, la ética ambiental y la democracia del agua. Así, el primero se construye sobre la base de una poética que apunta tanto a la "conservación" del recuerdo de la amada fallecida en el marco del conflicto armado, como a la "conservación" de los ecosistemas hídricos del país. Por su parte, el segundo señala los modos en que el conflicto armado creó una coyuntura en la cual los entonces combatientes de las FARC-EP tejieron una relación con el agua que escapó a las dinámicas de domesticación y mercantilización de esta, y que se tradujo en una ética del cuidado ambiental. Finalmente, el tercero conjuga la experiencia de los combatientes de las FARC-EP con la de los ríos subterráneos y contaminados, para de esta forma remarcar la importancia de sus respectivas reincorporaciones en la consolidación de un proyecto alternativo de país.

Sobra decir que el análisis en perspectiva crítica ambiental de algunos de estos relatos de no ficción se legitima una vez se atiende a las relaciones de la palabra escrita con el proceso histórico-social, en virtud del cual estas adquieren un sentido y se realiza su función social. En ese orden, cabe recordar cómo, para Carlos Rincón, las prácticas escriturarias que comienzan a escribirse en América Latina en la década de los setenta no pueden ser entendidas desde una perspectiva crítica bajo la noción tradicional de la literatura, pues una serie de fenómenos, entre los cuales incluye al testimonio -género en auge en una época de gran convulsión social y política- hicieron difuminar los marcos que delimitaban "lo literario"; desde entonces, la crítica entiende que las obras de carácter testimonial son parte fundamental de su objeto de estudio (13-45).

2. "Todo es agua": hacia una poética de las conservaciones

En "Todo es agua", Manuel Bolívar narra su experiencia amorosa con Leidy, también integrante de las FARC-EP, en uno de los lugares más biodiversos del país: la Serranía de la Macarena, ubicada en el piedemonte andino-amazónico del departamento del Meta. Pero el relato no solo expone las circunstancias que hicieron posible su enamoramiento en enero de 2012: narra también aquellas que cinco meses después condujeron, en medio del conflicto armado, a la muerte de la joven, truncando con ello la posibilidad de una relación que, en el texto, se mostró promisoria.

El relato se lee, entonces, como un ejercicio memorístico en el que el amante en duelo, valiéndose del tópico literario del amor post mortem, retrotrae el bello aunque fugaz noviazgo con la amada fallecida, al tiempo que declara el carácter eterno y acuáticamente trascendente de dicho amorío. Se habla de una trascendencia porque, en términos retóricos, el desarrollo de este tópico se canaliza por medio de una imaginería ecológica en la que el agua, en sus múltiples y diversas manifestaciones y dinámicas, asegura la permanencia del recuerdo. Así, la irrigación semántico-referencial del universo acuático desemboca en la configuración de una poética que apunta tanto a la "conservación" del recuerdo de la amada fallecida, como a la "conservación" de los ecosistemas hídricos del país. Es decir, en el relato de Bolívar se entrelazan la conservación del recuerdo y la conservación del agua. Cual clave al inicio de una partitura, esa imaginería acuática se torna explícita desde el primer párrafo del relato:

Soy Manuel Bolívar y viví quince años en las selvas de Colombia como guerrillero de las FARC-EP. Hoy quiero contarles fragmentos de esa vida. Muchas cosas hermosas se esconden bajo el manto extenso del tiempo que merecen ser contadas y hoy me brotan como manantial de cordillera. Es el agua, con sus múltiples formas, presencias y ausencias, la que motiva mi relato, y las palabras me salen como un nacimiento cristalino en medio de la montaña. (9)

Como puede verse, el autor se vale del símil para establecer una comparación entre el agua y las memorias construidas en torno a lo acaecido. Dicha analogía cumple su cometido al interior del relato por cuanto permite entender, muy en sintonía con un evidente saber hidrogeológico, el papel que cumplen las cadenas montañosas en los procesos de almacenamiento y distribución del líquido vital en las tierras bajas. Como aguas gravitacionales que nacen en lo más profundo de la montaña, y que luego afloran por entre los poros del suelo, así también estas "cosas hermosas" manan del recuerdo y se filtran hasta hacerse visibles en la superficie misma de la escritura. Con todo, cabe señalar que, en el interior de esta imaginería, el agua no se agota en la esfera de la metaforicidad discursiva, sino que logra permear la realidad experimentada. Porque, en efecto, es el agua quien hace las veces de testigo no humano de este amor nacido en medio del fragor de la guerra:

Bajamos juntos, caminando y conversando, hacia el paso de un pequeño caño que mojaba el camino con sus aguas cristalinas. Al llegar, a una orilla, sentada en las piedras del camino, una joven guerrillera, con fusil terciado, el pelo largo, negro y ondulante sobre los hombros, tomaba tragos refrescantes de agua. No pude dejar de mirarla. Ella levantó su vista y me sorprendió observándola. Sus ojos hermosos se clavaron en los míos. Fue inmediato. Una sonrisa mutua nos delató: nos gustamos. (Bolívar 10)

De allí que la carga erótica que el amante le adscribe a su amada se halle intrínsecamente vinculada a la interacción entre esta última y el agua, pues el río es el entorno en el que tiene lugar el encuentro primero entre los amantes. Bolívar se esfuerza en remarcar la presencia del agua, casi siempre implícita en relatos testimoniales, para mostrar la participación activa de esta en su relación con Leidy:

Ya estaba en el río bañándome cuando ella regresó. Se quitó el uniforme y, en ropa interior, hundiendo sus pies en el agua, se me acercó y me miró como cada vez que, sin palabras, me decía que me quería y yo sentía el rumor del viento en mis brazos a su alrededor (...). Sentí el agua fría caer en mi espalda y de un salto estremecido me volteé a verla. Ella, a carcajadas, me miraba y no paraba de reírse. Me lancé y, tomándola del brazo, la empujé en una poceta del río y echándomele encima nos pusimos a jugar. (10)

Asimismo, resulta interesante señalar cómo, a pesar de que el encuentro y posterior enamoramiento de los dos jóvenes se da en un espacio natural históricamente marcado por el enfrentamiento entre la guerrilla y las fuerzas del Estado, la huella que esta poética conservacionista imprime en la narración lleva a que el amante conciba dicho espacio como un locus amœnus en el que el deseo carnal, al igual que el cauce del río, es irrefrenable: "Reíamos contentos, lanzándonos puchos de agua con la vajilla, yo sin poder dejar de sentir el palpitar bullente de mi amor por ella" (10).

La preponderancia que el deseo carnal le otorga, como es obvio, al cuerpo, lleva a pensar que se está ante una poética de la preservación que recurre, en palabras de Paul Ricœur, a una "memoria corporal" que, precisamente por estar "poblada de recuerdos afectados de diferentes grados de distanciación temporal ... puede ser percibida, sentida, como añoranza, como nostalgia" (62). Vista, entonces, a la luz de la irrigación semántico-referencial de la imaginería acuática en el tópico del amor post mortem, esta memoria corporal ayuda a comprender por qué el significante "Ella" (pronombre con el que se personifica al agua), termina deslizándose de manera nostálgica por entre las capas tectónicas del lenguaje hasta evocar la figura de Leidy: "Ella está en todo lugar y en todo momento. Ella es río, quebrada, gotas de rocío, lluvia tormentosa o hilos delgados; ella es niebla, copos de nieve o templado hielo; es brisa húmeda en el rostro; es suave, fría o cálida caricia bajando por la espalda; es barro que se amasa con los pies; es alimento o trago refrescante bajo el sol tropical; es abundancia hostigante y también escasez punzante. Ella es todo" (9).

La díada mujer-agua precisa de una reflexión juiciosa, sobre todo si se tiene en cuenta que consuetudinariamente ambos entes son objetos de deseo para la mirada masculina, que ha visto en esta dualidad una unión conveniente para la dominación; sin embargo, para Bolívar, la asociación mujer-naturaleza no se rige por una lógica de explotación, pero sí por un impulso conversacionista. Con todo, es justamente un proceso de "transcorporeidad" (Alaimo 2), que convierte al cuerpo femenino en un cuerpo acuoso, el responsable de que el autor se vea obligado, casi que compulsivamente, a enumerar los posibles modos o estados en los que esta mujer-agua habrá de instalarse en su memoria, problematizando, con ello, la alteridad radical de la mujer. Lo anterior ocurre porque el uso simbólico del agua permite establecer relaciones entre lo que parece pertenecer a esferas distintas; siguiendo a Astrida Neimanis, "Water not only flows between, and connects bodies; it also facilitates new kinds of bodies" (95).

Sea cual sea la óptica desde donde se le mire, lo cierto es que dicha díada permite entrever la forma en que esta poética se orienta, en primera instancia, a la "conservación" del recuerdo de la amada fallecida. Una conservación para la que las formas del agua, con todo y su constante mutabilidad (río →rocío →lluvia →niebla →nieve →hielo), constituyen el medio más eficaz de asegurarle a la amada un lugar después de la muerte. Y, en un segundo momento, da cabida a una reflexión sobre los modos en que dicha poética, consciente de que el futuro política y ecológicamente hablando se perfila como incierto, apunta a la "conservación" de las fuentes hídricas de esa parte del país, enfatizando con ello la necesidad de una praxis ambiental alternativa que se desmarque de las lógicas ecocidas imperantes. Solo así puede entenderse que Bolívar, sin renunciar a la evocación de la amada fallecida, decida ponerle fin a su relato con la imagen de una tierra fértil que, siempre y cuando permanezca bañada por hilos acuosos de palabras, estará en capacidad de producir alimentos y vida: "Decir que la lloré un río es como decir nada. Tal vez un mar podría contener mis lágrimas, o quizás mil lagunas de páramo alto. Lo cierto es que hoy escribo estas letras y se me escurren entre los dedos y pienso en ellas como los hilos acuosos que riegan la tierra fértil que ha de cosechar nuevos frutos, nuevos sueños de amor y de dolor. El agua, estas lágrimas mías, hoy también son todo" (Bolívar 11).

3. "Aguas en guerra, aguas en paz": la ética del cuidado ambiental en el modo de vida guerrillero

En "Aguas en guerra, aguas en paz", Gabriel Ángel narra las vivencias que tuvo en torno al agua en su recorrido por el territorio colombiano durante las tres décadas en las que militó en dicha organización. Ángel recuerda, entre otras cosas, su primer contacto con el "agua silvestre" que bajaba de la montaña, agua que en su condición cristalina permitía observar los pececillos que vivían en ella; los aprendizajes que alguien como él, procedente de la ciudad, debió hacer en aras de conocer mejor el territorio que habría de recorrer incansablemente; el rigor que exigía el modo de vida guerrillero, pues, fuera verano o invierno, los exponía a una escasez o sobreabundancia de agua, en ambos casos riesgosa para la supervivencia de los entonces combatientes. Su relato permite afirmar que, paradójicamente, el conflicto armado en Colombia produjo una situación en la cual los firmantes de los Acuerdos sostuvieron una relación con el agua ajena a las dinámicas de domesticación y mercantilización de esta, y orientada a la praxis de una ética del cuidado ambiental.

Aunque la presencia de los actores del conflicto armado en Colombia en zonas de gran biodiversidad -escenario principal de la guerra en el país- es objetable, operó como una suerte de coraza que blindó a dichos territorios del ingreso de "proyectos de desarrollo" que a corto y largo plazo menoscaban los territorios. Esta perspectiva no desconoce que "las disputas por los recursos naturales y los conflictos socioambientales han estado entrelazados con la violencia de formas muy diversas" (Rodríguez Garavito et. al 12), ya que estos, los recursos, juegan un rol importante en el surgimiento, el mantenimiento, la perpetuación y el desarrollo del conflicto. Además, puede señalarse a la naturaleza como víctima debido a que el daño ejercido sobre ella sirvió en ocasiones para los actores del conflicto armado como estrategia de guerra.

Resulta llamativo que, como señala Ángel, para entablar esa nueva relación con el agua se hizo necesario su ingreso a una suerte de mundo paralelo, al que califica de "prohibido" claramente por el contexto de la guerra, pero que también puede entenderse a la luz de su relato como un mundo vedado al neoliberalismo, que en el contexto latinoamericano propende por la domesticación y mercantilización de la naturaleza, a partir del respaldo que le ofrece un paradigma unidimensional que subordina la sostenibilidad y el cuidado ambiental al crecimiento económico (Tetreault 107). Dice Ángel: "Cuando llegué de la ciudad con destino a la guerrilla, la muchacha que me guiaba indicó que debíamos dormir en la casa de Francisco, una de esas puertas clandestinas por las que se puede ingresar al mundo prohibido" (35). En ese mundo prohibido, el agua con la que entraron en relación los firmantes está, en la mayoría de los casos, exenta de las intervenciones humanas que buscan transformarla en una sustancia predecible y controlable, es decir, en agua domesticada. Por el contrario, el agua silvestre con la que convivieron los excombatientes, al carecer de un proceso de antropización, actúa de manera irregular e indómita. Lo anterior lo lleva afirmar: "La vida guerrillera impone un encuentro brutal con la naturaleza, extraña y esquiva para quien proviene de la ciudad" (Ángel 35). Así, el encuentro con el agua como elemento impredecible propicia la irrupción de una dimensión nueva de esta, que hace énfasis en su plasticidad para mostrar cómo puede representar la vida o la muerte en el modo de vida guerrillero; así, el agua es para los excombatientes una dualidad que de manera imprevista y cambiante se presenta como transparencia o misterio, como auxilio o peligro.

En cuanto a la primera faceta del agua, es frecuente en "Aguas en guerra, aguas en paz" el énfasis en la importancia que esta supone para la vida humana, y en especial para quienes participan del modo de vida guerrillero, que implica sustancialmente el movimiento por los vericuetos de la selva mientras se lleva la casa al hombro: "No hay ser vivo que pueda sobrevivir sin agua por demasiado tiempo. Menos si está marchando con una carga pesada y bajo un calor sofocante" (Ángel 38). Por esa razón, Ángel relata que la búsqueda del agua dirigió en gran medida los pasos de los combatientes por el territorio en el que tuvo lugar el conflicto: "Como éramos un centenar, había que buscar otras aguas más abundantes para bañarnos todos. Así que emprendíamos la marcha montaña abajo, hasta hallar el paraje propicio" (36). En ocasiones dicha búsqueda motivó también el desgaste de sus fuerzas cuando escaseaba:

Así como en unas ocasiones había mucha agua, también en otras se hacía casi nula. En los días finales del verano, las corrientes menores desaparecían, sólo los ríos grandes eran capaces de sobrevivir. Las operaciones enemigas y los sobrevuelos de la aviación de guerra obligaban a acampar lejos de las orillas de los mismos, en donde resultaba imposible encontrar agua corriente. La solución inmediata era cavar pozos profundos, a veces de varios metros, hasta que brotara el líquido del fondo. Luego de que emergiera había que dejarlo sentar, para que quedara sin barro. (38)

Desde otro punto de vista, el relato de Gabriel Ángel explora la faceta del agua como fuerza destructora. El autor hace referencia a los trabajos que enfrentaban cuando sorpresivamente se crecía el caudal de una quebrada a cuya orilla habían acampado y al peligro que se exponían cada vez que cruzaban un río que avanzaba con fuerza indescriptible. También, aunque de manera indirecta, en ocasiones la necesidad del agua fue causa del enfrentamiento con su enemigo, pues para obtenerla debían abandonar la coraza protectora que ofrecían los árboles y hacerse visibles en el claro de un río, por ejemplo. Ángel relata el motivo por el que tuvo lugar uno de los enfrentamientos inesperados entre el frente de las FARC-EP al que pertenecía y el Ejército Nacional de Colombia: "Después habríamos de enterarnos de que cuando los dos muchachos fueron a tomar agua del río habían sido observados por la tropa que justamente se hallaba ubicada en la otra orilla" (38). En la huida, el agua opera como una barrera protectora que impide la retirada de los combatientes y su cruce al umbral de la vida: "El agua nos llegaba casi a las rodillas y nos impedía adoptar la prisa que requeríamos. Imaginábamos que la tropa asomaría en cualquier momento al potrero y nos fumigaría con sus armas" (38). Mas, en ocasiones, el agua por sí sola se transforma en muerte cuando opera como una fuerza capaz de tomar la vida de los seres humanos. En relación con ello, Ángel recuerda en su relato a "dos guerreras que terminaron convertidas en ninfas, tras perder la vida en medio de las aguas" (40).

Ahora bien, esa consciencia exacerbada de la importancia del agua y de la interdependencia entre el ser humano y la naturaleza, que emergió en el modo de vida guerrillero, condujo a una práctica del cuidado ambiental que se materializó de dos maneras: primero, los entonces combatientes tomaban del entorno lo justo y necesario para el sustento vital y, en segundo lugar, preservaron el territorio que a fin de cuentas ellos mismos habitaban. Dicha relación con la naturaleza queda opacada, por el contrario, para quienes, por ejemplo, obtienen beneficios monetarios de la explotación de la naturaleza y, por tanto, producen su degradación, pero no habitan los territorios afectados. En términos conceptuales, el relato de Ángel da cuenta de una praxis alternativa a la hegemónica en relación con la naturaleza por parte de los excombatientes, una de gran valor para los desafíos del posconflicto. De acuerdo con Habermas, si en el paradigma de la racionalidad instrumental la naturaleza es concebida como un objeto de apropiación, control y dominación por parte de un sujeto que se sitúa en un lugar jerárquico, "el proyecto de una naturaleza como interlocutor en lugar de como objeto hace referencia a una estructura alternativa de la acción" (63), que implica una persistente crítica del antropocentrismo a favor de una ética que asuma al ser humano como integrante de un ecosistema y no como su propietario.

4. "Río moribundo": hacia una democracia del agua desde la reincorporación de las historias subterráneas

Finalmente, en "Río moribundo" de Elkin Carabalí, la vida del autor se identifica con la historia de los ríos en una relación casi simbiótica: "Para contar mi historia, yo tengo que hablar de los ríos y de las interacciones que vivimos con ellos" (28). Carabalí mira su biografía en retrospectiva a partir de las formas del agua que lo acompañaron en cada momento: desde el río Pamplonita, donde su mamá lavaba la ropa cuando era niño, hasta los ríos con los que vive el proceso de reincorporación desde Bogotá en el contexto del posconflicto. Su relato es, entonces, un fragmento de la vida de los ríos que comparten con él una historia de violencias y resistencias, y que, como él, permanecieron en un espacio subterráneo y alejados de la vida y la agenda pública. De esta forma, muestra que la reincorporación -es decir, la irrupción de lo subterráneo- de los firmantes de los Acuerdos a la sociedad civil aparece concatenada con la urgencia en la valoración de las aguas, reconociendo la interdependencia de los cuerpos de agua y los humanos tanto en el plano material como en el discursivo.

En su relato, Carabalí reflexiona, pues, sobre la situación política de Colombia tras los Acuerdos de Paz de 2016, usando a los ríos como eje de análisis y cantera metafórica. Parte de una imagen: el río San Francisco, que fue una de las principales fuentes hídricas de la capital colombiana en tiempos coloniales, es ahora un río contaminado que desde la tercera década del siglo XX corre subterráneo bajo la Avenida Jiménez de Quesada en Bogotá. El San Francisco es muy distinto a los ríos que Carabalí conoció monte adentro, cuando pertenecía a las FARC-EP: "Observo este río y su recorrido y pienso, en contraste, en la cuenca del río Catatumbo, con sus aguas cristalinas y llenas de vida" (26). Son dos imágenes que se superponen, de modelos productivos enfrentados y visiones distintas sobre el territorio. Carabalí complejiza la mirada maniquea del conflicto armado, revelando que el sistema productivo abanderado desde los centros metropolitanos es el principal causante de que los ríos, que en otros tiempos fueron el eje de la vida y el desarrollo de las ciudades, estén ahora "heridos por años y años de dinamita detonada para alimentar los intereses económicos de unos pocos" (30). La acelerada industrialización a lo largo del siglo XX en Colombia -sumada a la economía neoextractivista y a las políticas neoliberales- llevó a la sistemática destrucción de las aguas. Ese detrimento en las condiciones de habitabilidad podría considerarse, como señala Vandana Shiva, una forma de terrorismo: "La destrucción de los recursos hídricos superficiales y de los bosques de las cuencas de captación y los acuíferos, es también una forma de terrorismo. Negar a la población más pobre el acceso al agua, privatizando el abastecimiento y contaminando los pozos y los ríos es también terrorismo" (14).

De este modo, Carabalí usa el río subterráneo para remarcar la urgencia -casi siempre enmascarada o puesta en segundo plano- del cuidado del medio ambiente en el país. A diferencia de lo que mayormente ocurre con la sociedad civil, entre los combatientes las relaciones con las agencias no humanas están atravesadas por una ética del cuidado ambiental: "En mi experiencia en la guerra, a pesar de todo, intentaba beneficiar a los ríos y trataba de cuidar la naturaleza" (30). Ese impulso conservacionista de las FARC-EP, que además estaba soportado por una serie de reglamentos que limitaban actividades de gran impacto como la deforestación, la caza y la pesca (Rodríguez Garavito et. al 37), se traslada, aquí, a un entorno citadino en el que urge el desarrollo de políticas medioambientales. En su relato, entonces, se revaloriza la experiencia guerrillera como necesaria para la construcción de una democracia ecológica: "Al mirar la contaminación y el mal manejo que hay de los recursos por parte de la sociedad, encuentro necesario aceptar el aporte de todos los colombianos" (30; énfasis nuestro).

Ahora bien, en el texto la imagen de lo subterráneo se expande para señalar también la necesidad de explorar las voces soterradas de los excombatientes en los procesos de memoria, reincorporación y reconciliación: "Como el río que baja del cerro de Monserrate, nosotros también bajamos de la montaña, y así como el río trae noticias, nosotros también traemos buenas noticias del monte. Traemos noticias frescas. No es posible que se ensucie o se enturbie la memoria de la historia no contada de este territorio" (30). En ese sentido, Carabalí sugiere que no es suficiente pensar en la reincorporación como la asimilación de los combatientes a la sociedad civil, sino que debe haber convergencia y diálogo, como en dos ríos que se encuentran. Si no se hace así, como apunta el propio autor, "vamos a continuar siendo agua sucia, agua encarcelada, una vida que camina enferma, que se ensucia en cada paso y de esa manera no hay reincorporación o cambio que fluya" (30).

Tras los Acuerdos de Paz, las voces de los guerrilleros han sido puestas de nuevo en el espacio público; son voces que hablan de alternativas productivas, de otras formas de relacionamiento con las agencias no humanas y de la historia extraoficial que ha permanecido encubierta: "Este río sucio, río citadino, río moribundo, me hace pensar en las aguas limpias que quedaron atrás y en la oportunidad que hay para mejorar entre todos: a partir de la historia subterránea, esa que no se cuenta en los libros oficiales, quizás nos escuchen acerca de lo que significa este contexto de reincorporación" (Carabalí 30).

De este modo, el autor resalta la necesidad de volver sobre la visión del mundo que llevan consigo los firmantes de los Acuerdos en materia ecológica, invitación que podría extenderse a otras experiencias vitales -campesinas, indígenas, afrodescendientes, etc.- que históricamente han estado al margen del Estado colombiano y que, en palabras de Maristella Svampa, muestran "experiencias colectivas que se nutren de valores como la reciprocidad, la complementariedad, la justicia social y ambiental, el cuidado y la armonía en las relaciones de interdependencia entre lo humano y lo no humano" (122), indispensables en las democracias contemporáneas.

Al volver a habitar el espacio público, Carabalí se reencontró con las razones por las cuales se había enlistado en las FARC-EP, que aparecían tematizadas en los desaciertos políticos que llevaron al destino desafortunado del río San Francisco: "Cuando me reincorporé a la vida civil -o me reincorpore, porque no sé cuándo acabe este proceso- regresé sin saber que reviviría los mismos sinsabores y las mismas experiencias que un día me hicieron huir a la montaña" (30). A pesar de eso, reconoce la importancia de que se exploren las historias subterráneas -de los excombatientes, pero también de los ríos y la naturaleza violentada- que se reincorporan como la posibilidad de forjar democracias en las que todos los sujetos -humanos y no humanos- sean igual de excepcionales.

"Río moribundo" también puede ser leído en clave poshumana como un relato en el que es imperativa la urgencia de descubrir las voces del agua. Como señala Donna Haraway, descomponer la idea tradicional de lo humano -trocear el Homo hasta volverlo humus y hacer compost con el excepcionalismo y el individualismo- es indispensable para reconocer nuestra interdependencia con los no humanos y relacionarnos con ellos desde otros marcos epistemológicos (62). De este modo, es posible comunicar las violencias de las comunidades humanas con aquellas que han sufrido los ríos durante las guerras (desplazamiento, explotación, ocultamiento, represamiento, etc.), y entender así la importancia de que en los últimos años se haya avanzado en el reconocimiento de estos como víctimas del conflicto armado colombiano.

En Cuando los pájaros no cantaban, el volumen testimonial del Informe Final de la Comisión de la Verdad, se señala que, en una visión sistémica de la violencia, la naturaleza no solo se interpreta como un lugar, sino como el principal motivo de la confrontación armada (124). Desde esa mirada, la naturaleza es otra víctima que debe ser escuchada (Carabalí 14). Sin embargo, es una voz que no puede entenderse desde el paradigma antropogénico, sino en su especificidad, desde sus sonoridades propias (traducibles, por supuesto, a través del arte). Los firmantes de los Acuerdos fueron testigos de los murmullos de esas aguas, remotas, inexploradas y cristalinas. Aguas que hablan de otra historia de Colombia, de otras posibilidades productivas; que nos miran desde las cumbres y que traen su murmullo de vida al territorio moribundo. Del relato de Carabalí se concluye, entonces, que cualquier río de agua viva puede quedar desahuciado por una relación desafortunada con los seres humanos. Reconocer la urgencia de vivir con los ríos y construir democracias del agua (Shiva 52) es, entonces, de los mayores desafíos en el posconflicto. Como señala el geólogo y cronista Ignacio Piedrahíta en La verdad de los ríos:

Aguas estancadas y malsanas estarán presentes en nosotros como sociedad mientras no seamos conscientes de que siempre nos bañamos en el mismo río. El agua se mueve de manera circular: de la tierra va al cielo y, por el cielo, las nubes la llevan de nuevo hasta las cumbres de las montañas, que nos bañan una y otra vez. Si miráramos con los ojos muy abiertos lo veríamos claramente: todo vuelve, todo retorna. No hay manera de romper ese ciclo salvo devolviéndole la vida que le hemos arrebatado. (39)

5. Conclusiones

Agua corriente (2022) aparece en un contexto de crisis global a raíz del cambio climático, pero los relatos aquí analizados no pretenden dar solución a dicha crisis, incluyendo las problemáticas en torno al agua, sino que amplían los puntos de vista y acentúan la importancia ontológica de esta. Estas dos empresas, la ampliación y la acentuación, confluyen en una praxis ambiental alternativa que se articula desde distintos frentes: la conservación del territorio ("Todo es agua"), la consolidación de una ética del cuidado ambiental ("Aguas en guerra, aguas en paz") y la materialización de una democracia del agua ("Río moribundo").

Vistos al unísono, estos frentes podrían aportar de forma significativa a los procesos de ecologización y diversificación de la narrativa sobre el conflicto armado en Colombia, en la medida en que revelan una dimensión poco conocida para la opinión pública, que sitúa a algunos de los excombatientes de las FARC-EP como agentes de una ética del cuidado ambiental que tuvo como piedra basal la conservación, la no mercantilización y la interdependencia con el agua.

No quisiéramos concluir sin aludir al hecho de que tanto la antología como este artículo se publican durante un periodo de amplias y arduas transformaciones políticas, sociales y ambientales a nivel local, regional y nacional, algunas de las cuales se encuentran ligadas a la implementación, en muchos de los casos lenta, de lo pactado en los Acuerdos. Esta sincronía no es para nada fortuita, porque si la lectura, como ha dicho Martha Nussbaum, "promotes habits of mind that lead toward social equality in that they contribute to the dismantling of the stereotypes that support group hatred" (92), podría decirse entonces que el artículo busca, sobre todo, dar continuidad a los procesos de recepción, por parte de la academia, de los relatos testimoniales de quienes hicieron parte del conflicto. Y en nuestro caso, estos procesos de recepción, lejos de agotarse en el marco de los trabajos de memoria y reconciliación que adelantan organismos como la Comisión de la Verdad, el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación y el Centro Nacional de Memoria Histórica, resultan importantes toda vez que demuestran que el ejercicio de la ecocrítica literaria en Colombia es, hoy más que nunca, una forma de contribuir, desde nuestros saberes, a la construcción de futuros alternativos en los ámbitos político, ecológico y cultural.

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* Este artículo de investigación deriva del proyecto "Voces testimoniales de América Latina y el Caribe (1970-2021)", financiado por la Dirección de Investigación y Transferencia-CIDI, de la Universidad Pontificia Bolivariana, sede Medellín. Código interno de radicado 746C-08/22-42.

Recibido: 16 de Junio de 2023; Aprobado: 28 de Agosto de 2023; Aprobado: 14 de Septiembre de 2023

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